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Apunte de cátedra Unidad 5

SOCIOLOGÍA cbc UBA XXI (Universidad de Buenos Aires)

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Unidad 5

El género como
construcción social
Apunte de Cátedra
El cuerpo: superficie de inscripción de los acontecimientos (mientras que el
lenguaje los marca y las ideas los disuelven), lugar de disociación del Yo (al que
trata de prestar la quimera de una unidad sustancial); volumen en perpetuo
desmoronamiento

Foucault, Nietzsche, la genealogía, la historia.

Temas de la unidad
El concepto de “género” como construcción social. Anclaje de la construcción
histórico-teórica de Género y Feminismo, Masculinidad y Patriarcado. Articulación
de la problemática y algunos de los conceptos trabajados por diferentes autores
(por ejemplo: naturalización, ideología, poder, cosificación, entre otros).

Bibliografía (Citada según el orden sugerido de lectura)


FACIO, ALDA Y FRIES, LORENA (2005 [Original 1999]), Feminismo, Género y
patriarcado, en Academia, revista sobre enseñanza del Derecho de Buenos Aires,
Año 3, Nº 6, (262-273), Santiago de Chile, Editorial LOM.

MAFFÍA, DIANA (2013), Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica.


Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género Universidad de Buenos Aires.
Disponible en: dianamaffia.com. Ar/archivos/contra_las_dicotomias.doc.

LAMAS, MARTA (1999) Género: los conflictos y desafíos del nuevo paradigma, en
PORTUGAL, ANA MARÍA y TORRES, CARMEN (edit.), El Siglo de las Mujeres, Chile,
Isis internacional, Ediciones de las Mujeres N°28 (volumen doble).

MARQUES, JOSEP-VINCENT (1997) Varón y patriarcado, en OLAVARRIA, JOSÉ. Y


VALDES, TERESA. (eds), Masculinidad/es. Poder y Crisis. Santiago Chile, Isis
Internacional/FLACSO.

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Sociología – Apunte de Cátedra de la Unidad 5

Introducción
En el recorrido de la materia se construyó un importante andamiaje conceptual
(desnaturalización, internalización, socialización, poder, ideología, etc.) que nos
permite tener una perspectiva sociológica frente a acontecimientos de la vida
cotidiana, en los medios y en las redes. Entre estos acontecimientos hay uno que
nos parece necesario pensar. Cotidianamente asistimos a manifestaciones de
mujeres y hombres tras la consigna “Ni una menos”. Este movimiento social
denominado “feminista” socaba los principios que el sentido común establece como
división de género. ¿Pero qué relación se establece entre género y feminismo?

El origen del concepto de género y su distinción del de sexo se debe a


investigaciones llevadas a cabo por los doctores Money y Stoller, a mediados del
siglo XX, en torno a varios casos de niñas y niños a quienes se les habían asignado
“sexos” que no les pertenecían genética, anatómica y hormonalmente. Stoller, en
“Sex and Gender” (1968), afirma que el sexo se refiere a la anatomía y que el
género a grandes áreas de la conducta humana, sentimientos, pensamientos y
fantasías que se relacionan con los sexos, pero que no tienen una base biológica.
Estos autores concluyen, por ende, que la asignación del rol es casi siempre más
determinante en el establecimiento de la identidad sexual que la carga genética,
hormonal o biológica.

De acuerdo con Marta Lamas (1999), la nueva acepción de género se refiere al


conjunto de prácticas, creencias, representaciones y prescripciones sociales que
surgen entre los integrantes de un grupo humano en función de una simbolización
de la condición biológica de hombres y mujeres. Esta clasificación cultural define
no sólo la división del trabajo, las prácticas rituales y el ejercicio del poder, sino
que también atribuye características exclusivas y exhaustivas, a uno y otro sexo,
en materia de moral, psicología y afectividad. La cultura marca a los sexos con el
género y el género marca la percepción de todo lo demás; esto es lo social, lo
político, lo religioso, lo cotidiano. De modo que, para desentrañar la red de
interrelaciones e interacciones sociales del orden simbólico vigente, se requiere
comprender el esquema cultural de género.

Por su parte, Diana Maffía (2013) analiza los estereotipos culturales acerca de lo
femenino y lo masculino a través de conceptos dicotómicos, que son además
jerárquicos y sexualizados, exhaustivos y excluyentes. Esos conceptos son:

OBJETIVO SUBJETIVO
UNIVERSAL PARTICULAR
RACIONAL EMOCIONAL
ABSTRACTO CONCRETO
PUBLICO PRIVADO
HECHOS VALORES
MENTE CUERPO
LITERAL METAFORICO

Cuadro 1

La autora explica que “cuando nosotras tomamos estas columnas, parte de estas
cualidades, las de la izquierda, son las que tradicionalmente se le atribuyen al
varón. Y parte de estas propiedades, las de la derecha, son las que
tradicionalmente se atribuyen a la mujer” (pág. 3). Esto aparece, por ejemplo, en
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frases que afirman que una persona es extremadamente emocional para asumir un
cargo público. En casos como este, el estereotipo oculta el sexismo: si bien es
cierto que no se dice explícitamente que esa persona no es apta para un tipo de
tarea por ser mujer, al apelar a la emocionalidad para descalificarla, se adjudica
como disvalioso un rasgo identificado socialmente con lo femenino.

Feminismo
“No se nace mujer,
se llega a serlo.”
Simone de Beauvoir

Si bien a lo largo de la historia hubo numerosas mujeres que lucharon por sus
derechos, el feminismo como ideología se constituye durante el siglo XVIII. Algunas
pioneras han sido Olympe de Gouges, quien escribió “La declaración de los
derechos de la mujer y la ciudadana”, que en 1789. Tres años después, Mary
Wollstonekraft escribe “Reivindicación de los derechos de la mujer”. Sin embargo,
innumerables testimonios que explican la subordinación de las mujeres son
desconocidos porque han sido borrados de los textos de historia.

Todas estas reivindicaciones se basaron en la conquista de derechos públicos de la


mujer y en la lucha por su participación en espacios de decisión política (por
ejemplo, la posibilidad de votar, el acceso a cargos públicos, etc.), pero sin
relacionarlas con el concepto de género. El encuentro entre el feminismo y la teoría
de género no va a darse sino hasta 1972, cuando Ann Oakley en su famoso tratado
“Sexo, género y sociedad”, introduce por primera vez el término de género en las
ciencias sociales. A partir de entonces, la distinción entre sexo y género fue usada
por la mayoría de las feministas para explicar la subordinación de las mujeres como
una construcción social y no según justificaciones biológicas ni conceptos
dicotómicos, jerárquicos y sexualizados, tal como aparecen en el Cuadro 1 del
apartado anterior.

Según Maffía (2013), frente a los planteos dicotómicos, el feminismo ha adoptado


tres posturas. En los 70s cuestiona la sexualización, pero no la jerarquía. Se trata
de la reivindicación feminista por la igualdad que acepta que hay características
tradicionalmente más valiosas, que estas han sido reservadas a los varones y que
sería necesario que las mujeres también pudieran acceder a ellas. En los 80s, como
explica Maffïa, se considera la jerarquía y no la sexualidad. Es el feminismo por la
diferencia que sostiene que “No es verdad que las mujeres seamos iguales, no
queremos ser iguales, somos diferentes, tenemos distintos cuerpos, distinta
sensibilidad” (pág. 4). Desde esta perspectiva, se acepta que existen rasgos
propios de las mujeres y se afirma que son mejores que los de los varones. Por
último, en los 90s, se cuestiona todo el andamiaje dicotómico, jerarquizado y
sexualizado. Y así, se estima que las mujeres y los hombres no responden a estos
estereotipos, sino que participan de una compleja red de intercambios de
características. Maffía (2013) afirma que “quizás esa es la parte más valiosa, que
los únicos condicionamientos son los de nuestra imaginación. Ahora, son de nuestra
imaginación y también son los de los pactos que podamos establecer” (pág. 5).

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¿Y los varones?
Vincent Marques (1997) sostiene que “es posible que muchos varones ilustrados
tengan tácitamente esta concepción: los hombres son tal como son y las mujeres
tal como las ha hecho la sociedad” (pág. 17). Sin embargo, como intentará
demostrar el autor, el varón no es menos producto social que la mujer.

El proceso de construcción social del varón requiere de una operación en dos


movimientos. Primero, reducir las diferencias personales entre los varones,
tratando de unificarlos en un modelo masculino. Segundo, maximizar las
diferencias con las mujeres.

Ser varón en una sociedad de estas características implica sentirse “muy


importante”. Este es el carácter descriptivo del ser varón que implica un refugio
para la identidad. A esta debemos sumarle otra característica, de orden
prescriptivo, según la cual los barones deben ser importantes. Con una gran carga
de angustia, de este modo, se fomenta la competencia.

“El sistema patriarcal”, continúa el autor “se encargará de tratar a las personas
como si fueran idénticas a las de su mismo sexo, y muy diferentes a las del opuesto,
aunque nunca lo logre totalmente.” ” (Vincent Marques , 1997, pág. 19). En este
sentido, cabe señalar que existen determinados rituales tendientes a confirmar la
identidad del varón dentro de una sociedad patriarcal. Por ejemplo, podemos
encontrar en la “pandilla” el escenario primordial para el pasaje del niño al hombre.
En este caso, ante sus propios pares, el varón se somete a diversas pruebas
centradas en el culto a la fuerza, el gusto por la transgresión, el desprecio a las
mujeres. Los pactos entre varones internalizan el mensaje patriarcal que tiene
sentido homosocial1. Esto significa que solo los varones son importantes y que la
relación con las mujeres se produce de forma secundaria para a) obtener servicios
específicos, domésticos, sexuales o b) como forma indirecta de relacionarse con
otros varones mediante la posesión y ostentación de la mujer.

A partir de lo expuesto, podemos concluir que la mirada del patriarcado sobre la


mujer es la de un complemento. Por otro lado, el recorrido que hemos presentado
nos hace ver que la identidad de género masculina también responde a la
construcción histórica y social del patriarcado. Como bien lo definen Alda Facio y
Lorena Fries (2005) "el concepto de género alude, tanto al conjunto de
características y comportamientos, como a los roles, funciones y valoraciones
impuestas dicotómicamente a cada sexo a través de procesos de socialización,
mantenidos y reforzados por la ideología e instituciones patriarcales" (pág. 271).
Por último, como puede comprobarse, hemos abordado los conceptos centrales de
las distintas autoras en un entramado que permite entender género, feminismo y
patriarcado desde una perspectiva sociológica.

Glosario

El siguiente glosario fue elaborado por la UFEM, Unidad Fiscal Especializada de Violencia
contra las Mujeres. Puede servir para aclarar algunos términos que se usan en la bibliografía.

1“El varón que internaliza plenamente el mensaje patriarcal- se relaciona preferentemente solo
con los varones, tiende hacia los varones-, es en este sentido homosocial o androtrópico” (Vincent
Marques, 1997, pág. 27)
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Sexo: Tiene dos acepciones. Una es la referida al acto sexual de “tener sexo”, muchas veces
reducido al coito vaginal, término muy usado socialmente en este sentido. Otra es la referida
al sexo biológico asignado al nacer -y a menudo antes del nacimiento, mediante ecografía-
según la forma y el tamaño de los genitales. Esta clasificación no suele ser problemática,
pero en algunas personas los genitales tienen una apariencia ambigua (ver Intersexuales).
Por lo general, se refiere al conjunto de características biológicas que determinan lo que es
un macho o una hembra en la especie humana.

Sexismo: Suposición o creencia de que hay un “sexo” (utilizado como sinónimo de género)
que es superior al otro y que se manifiesta en discursos y prácticas discriminatorias hacia el
contrario. Por lo general es la afirmación de la superioridad masculina por sobre la femenina.
Es usado también como sinónimo de machismo.

Sistema sexo-género: Término muy importante para poder comprender la inequidad,


acuñado por Gayle Rubin, una antropóloga feminista norteamericana dedicada a temas de
género y sexualidades, en su ensayo de 1975 "El tráfico de mujeres: Notas sobre la
"economía política" del sexo". Ella lo define como un “conjunto de disposiciones por el que
una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en
el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas." Con ello la autora quiere
decir que en una sociedad, por ejemplo, están las mujeres, como miembro femenino de la
especie (a eso se refiere con sexualidad biológica). En cada sociedad se hace una lectura de
esa diferencia sexual y se le asigna un género, es decir, pasamos de la sexualidad biológica
a una relación social determinada. Rubin dice, por ejemplo, que en nuestras sociedades
occidentales, la asignación de género femenino va a resultar en una serie de roles o de
posiciones donde se ubica y se espera que las mujeres estén, tales como una “doméstica,
esposa, mercancía, conejito de playboy, prostituta, etc.” es decir, que al hacer la lectura del
sexo biológico, se asigna un género con una gama más o menos determinada de roles y
lugares en la sociedad. Entonces, no hay un destino biológico, sino relaciones sociales que
son producto de la actividad humana. De la misma manera, la necesidad de procrearse, de
reproducir la especie, es un requerimiento biológico de la especie, pero siempre se da de
acuerdo a cómo cada sociedad organiza rituales, costumbres y asignación de roles en
relación a esa necesidad biológica. Es decir, transformamos esos requerimientos biológicos
en relaciones, en actividades humanas. Esas transformaciones son funcionales (por eso la
idea de “sistema”), porque permiten satisfacer necesidades humanas: alimentación,
cuidado, perpetuación de la especie, etc. El sistema sexo-género que caracteriza nuestra
sociedad está íntimamente vinculado a una clasificación binaria (basada en dos géneros)
que presupone una heterosexualidad obligatoria, y donde uno de los géneros domina sobre
el otro (patriarcado).

Patriarcado: Sistema de relaciones sociales sexo–políticas en el que el género masculino


como grupo social y en forma individual y colectiva, oprime a las mujeres también en forma
individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos
y de lo que hacen y producen, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia.
Se extiende a través de distintas instituciones públicas y privadas, en los mensajes
naturalizados de los medios de comunicación, en las explicaciones que damos para explicar
lo que hacemos, etc. El género como elemento de poder, los estereotipos y las prohibiciones
de género son las estructuras a través de las cuales se reproduce la desigualdad de género.

Estereotipos: Conjunto de atributos o características que supuestamente caracterizan a las


personas de un grupo. Los estereotipos contribuyen a formarnos una imagen simplificada
de la realidad, en la medida en que es una generalización que pasa por alto las diferencias
y particularidades. Su forma de operar se la puede ejemplificar a partir de la siguiente
sentencia: «cuando se ha visto a uno, se ha visto a todos». Por ejemplo, en la afirmación
“todos los bolivianos son…”, el estereotipo está construido en función de la nacionalidad,
pero también pueden haber estereotipos que se erigen en función de la orientación sexual,
por ejemplo cuando se plantea que “todos los gays son/tienen…” o “todas las lesbianas
son/tienen…”. De esta manera vemos cómo los estereotipos nos brindan una imagen
simplificada y limitada acerca de cómo son las personas.

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Estereotipos de género: Representaciones simplistas y generalizaciones impuestas


culturalmente según el sexo de las personas, que condicionan nuestra manera de pensar,
vivir y prejuzgar a las personas. Algunos estereotipos femeninos más comunes: la madre
abnegada, la loca, la solterona, la puta, la histérica, la despechada, la marimacho. Algunos
estereotipos comunes de varón son el galán, el valiente, el padre de familia, el macho, el
protector, el futbolero, el don Juan, el mujeriego.

Identidad de género: Es "la vivencia interna e individual del género tal como cada persona
la siente, la que puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento,
incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la
apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra
índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de
género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales." (Art. 2, Ley N° 26.743 de
Identidad de Género).

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