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¿QUE ES UN SISTEMA ECONOMICO?

Al igual que ocurre con muchos otros conceptos, las definiciones disponibles sobre el
sistema económico son muy numerosas. Un buen número de ellas prácticamente coinciden
en lo esencial. Pero otras tienden a subrayar algunos aspectos diferenciales o parten de
posiciones ideológicas claramente divergentes.

En general nos referimos a “algo que está organizado de una determinada forma “o bien a
la existencia de unas reglas o normas de procedimiento”. Sistema procede del griego
systema de syn-histemi que simplificadamente equivaldría a reunir. El termino se aplica a
un conjunto ordenado de normas y procedimientos con que funciona o se hace funcionar
una cosa, lo que permite aplicarlo a un sistema político, aun sistema educativo, o un sistema
económico.

Sistema Económico:

Con gran frecuencia se afirma que la actividad económica, y las decisiones sociales que se
toman respecto a ella, giran alrededor de las respuestas que puedan darse a tres preguntas:
¿Qué producir?, ¿Cómo producir? ¿para quién producir?

Históricamente las sociedades han puesto en práctica diversas respuestas a estas


preguntas, dé las cuales se han derivado distintas formas de organizar la actividad
económica propiamente dichas, aunque la mayor parte de ellas han tomado como
referencia un determinado modelo básico de organización. Los posibles “modelos” ( p
ejemplo la economía de mercado o los sistemas basados en la propiedad colectiva de los
medios de producción ) se basan en un conjunto de principios esenciales que dan
coherencia al modelo, pero también en la existencia o en reconocimiento de determinadas
instituciones y reglas que, con posibles variantes, definen las relaciones entre los sujetos y
el desarrollo de las actividades económicas propiamente dichas.

El marco general en el que se desenvuelve la actividad económica de un determinado país


constituye su “sistema económico” y puede definirse como “el conjunto de principios,
instituciones y normas que traducen el carácter de la institución económica de una
determinada sociedad”. Bien sea el resultado de una decisión democrática (normalmente
reflejada en la Constitución del país), o bien el resultado de la imposición por parte de un
dictador o de una minoría social, el «sistema económico» exigirá no sólo la aceptación de
un conjunto de principios, sino la aprobación o adopción de una serie de decisiones básicas.
Normalmente, éstas incluirán desde la definición de los derechos de los distintos agentes
sobre las cosas, hasta los mecanismos que se consideran más adecuados para asignar los
recursos, la distribución de lo producido entre quienes participan en el proceso productivo
o, sin agotar la relación, a quien corresponde la responsabilidad de abordar y resolver los
problemas económicos del país o el suministro de determinados bienes considerados de
interés colectivo.

Obviamente, las opciones elegidas en una serie de puntos y aspectos esenciales para la vida
económica y social desembocarán en uno u otro tipo de sistema económico. El
reconocimiento del derecho a la propiedad sin límites, o con unos límites muy amplios,
define, por ejemplo, un tipo de relaciones económicas entre los sujetos que componen una
sociedad que son completamente distintas de si lo que se acepta es la propiedad colectiva
de los bienes de producción.Y de igual modo, el sistema económico será sustancialmente
distinto si el principio de solidaridad es el que se impone en materia de distribución, en
lugar de unos criterios basados en el interés individual.

Las opciones adoptadas en el campo económico no son en absoluto ajenas a otras de


carácter esencialmente político. Se ha afirmado, por ejemplo, y con razón, que el sistema
de decisiones descentralizadas que implica la implantación de una economía de mercado
exige un sistema político democrático, donde las libertades de los individuos sean
reconocidas y respetadas. Históricamente se comprueba, igualmente, que un sistema
económico autárquico únicamente puede perdurar bajo un régimen político autocrático o
dictatorial.Y la experiencia de los sistemas socialistas basados en la planificación
centralizada (la URSS y los países que siguieron su modelo) implicaron siempre un claro
recorte de las libertades de los ciudadanos, incluso en aquellos casos (Hungría, Polonia) en
los que se introdujeron elementos del sistema de mercado. En este sentido, conviene
recordar que la alternativa de organización económica adoptada en un determinado país
tendrá siempre mucho que ver con los principios políticos aceptados, con los poderes
políticos, con la organización social, con el papel de las fuerzas armadas y, en último
término, con la naturaleza y estructura del poder que exista en un momento dado en una
sociedad. Economía y política no son compartimentos estancos, ni realmente separables.
En definitiva, el sistema económico se basa siempre en una serie de principios y opciones
que tienen un claro contenido político y moral. Es más, el sistema económico está muy
directamente vinculado al sistema político, y viceversa, y ambos constituyen, a su vez, dos
de los «subsistemas» del «sistemas sociales».

El sistema económico: ¿un fin o un medio?

Los debates sobre las virtudes, la viabilidad y las supuestas ventajas de los distintos sistemas
económicos han generado miles de páginas en los medios de comunicación y en la literatura
científico-académica de carácter político, sociológico y filosófico. Una de las conclusiones
que se deduce de los análisis comparativos es que ningún sistema económico ha resultado
ser plenamente satisfactorio. Algunos sólo son ya reliquias del pasado. Otros, como los
ensayados por la URSS y en los países que estuvieron en su órbita, han fracasado de forma
bastante estrepitosa, aunque en su haber puedan anotarse determinados logros. Y los
sistemas que actualmente existen en los países democráticos, esencialmente basados en
los principios del mercado, han mostrado siempre dificultades para combinar de forma
satisfactoria los principios de eficiencia y de equidad.

Un aspecto que fue objeto de debate en el pasado y que aún sigue teniendo cierta
actualidad es el de si el sistema económico es un «fin en sí mismo», o si es simplemente un
«medio» que, como tal, sirve para facilitar el logro de los auténticos fines, ya sean éstos de
carácter marcadamente económico (el crecimiento, el pleno empleo o la mejora del
bienestar material) o de tipo mucho más político, como priorizar la libertad o la solidaridad.

Para un gran número de autores, y no solamente economistas, sino también estudiosos de


la Ciencia Política, el sistema económico ha sido considerado siempre como un medio para
alcanzar los fines realmente deseados por la sociedad. En Economía, el lejano rastro de esta
posición lo encontramos en la mayoría de los clásicos y, por supuesto también, entre los
primeros neoclásicos y en una gran parte de las corrientes teóricas más recientes. El sistema
de economía de mercado se considera prácticamente un dato (el marco de operaciones de
la economía) y lo que centra las preocupaciones de una gran mayoría de ellos son los
problemas concretos que se producen y, sobre todo, los que se relacionan más
directamente con el logro de la más eficiente asignación de los recursos, el crecimiento
sostenido de las economías y el mantenimiento de los grandes equilibrios.

Considerar el sistema (sea de carácter socialista centralizado o capitalista basado


esencialmente en el libre mercado) como un medio equivale a valorarlo —esencialmente—
como una forma de resolver los problemas de la producción, la distribución y el consumo.
En consecuencia, el sistema en cuanto tal prácticamente no se discute. Lo que importa son
los problemas concretos que surgen para lograr unos determinados objetivos económicos
(crecimiento, empleo, estabilidad de precios, etc.) y las posibles acciones o medidas que
pueden contribuir a resolverlos y/o a lograr que el «sistema» opere con la máxima
eficiencia.

En función de esta toma de posición, determinados problemas, y esto es particularmente


válido entre los defensores a ultranza del sistema de mercado, pueden incluso
contemplarse como el resultado del mal funcionamiento de este último, bien sea por la
irregular actuación de algún/os sujeto/s que impiden o dificultan su adecuado
funcionamiento (los monopolios, los acuerdos sobre precios entre proveedores, etc.), o
bien por una excesiva intervención del Estado en la economía, que impide los ajustes vía
costes, productividad y precios. Por tanto, en bastantes casos lo que conviene hacer es
restablecer los mecanismos de mercado y salvaguardarlos de cualquier interferencia que
impida su buen funcionamiento.

El mercado es, así, el medio imprescindible para que el bienestar material de la sociedad
pueda mejorar y para que se realicen los ajustes que la economía requiere. En su obra
Capitalismo, socialismo y democracia, publicada por primera vez en 1942, J. A. Schumpeter
manifestó importantes reservas a la idea de considerar el sistema económico como un
simple «medio». Al comparar, desde una perspectiva esencialmente teórica, el capitalismo
y el socialismo «puros», no sólo puso en duda la primacía del primero sobre el segundo en
términos de eficiencia, sino que se permitió traspasar el terreno estrictamente económico
y propuso «valorar» ambos sistemas desde una óptica bastante más amplia: la sociopolítica.
«Incluso si la humanidad fuera tan libre para elegir como lo es el empresario entre dos
máquinas competitivas —afirma Schumpeter en la citada obra—, no se desprende ningún
juicio de valor de los hechos y relaciones que he intentado poner de relieve.

En cuanto se refiere al rendimiento económico, no se desprende que los hombres sean


“más felices” o que “estén mejor” en la sociedad industrial moderna de lo que lo fueron en
un condado medieval... Además, como tendré ocasión de señalar al discutir la alternativa
socialista, uno puede preocuparse menos por la eficiencia del proceso capitalista al producir
valores económicos y culturales, que por la clase de seres humanos que resultan del
mismo».Y añade seguidamente: «Incluso si todos los sistemas socialistas que pueden
imaginarse fueran menos eficientes que cualquiera de las múltiples variedades que puede
adoptar la economía capitalista, un gran número de individuos se sentirían “mejor”, “más
contentos” o “más felices” en un sistema socialista que en uno de carácter capitalista»; «los
socialistas convencidos se sentirán satisfechos por el hecho de vivir en una sociedad
socialista».
Esta valoración, que esencialmente supone considerar el sistema como un fin deseable en
sí mismo, entraña por supuesto una visión que va mucho más allá de los simples resultados
económicos. El problema no es, por tanto, si el sistema A es económicamente más eficiente
que el B, sino si el sistema A garantiza el logro de unos determinados valores (p. ej., la
libertad o la solidaridad) y si sus «resultados» en otros terrenos distintos del económico (el
cultural, el de los valores humanos, etc.) son realmente los más deseados por la sociedad.

Desde una óptica orientada a la defensa del capitalismo como sistema, Jacob Viner también
aceptó esta consideración del sistema económico como «fin» y no como «medio ».
Refiriéndose a los esfuerzos que en los años cincuenta y primeros sesenta se hacían para
comparar los logros de los dos países considerados como «modelos» de capitalismo y de
socialismo, respectivamente (los EEUU y la URSS), este autor niega que tal comparación
puede limitarse al terreno de la eficiencia y a los posibles logros en términos de crecimiento
económico. «Si todas las estadísticas de la URSS consiguieran demostrar que la eficiencia de
su economía es mayor y que su crecimiento es superior, ello no induciría nunca a numerosos
ciudadanos a dejar de preferir vivir en una sociedad capitalista».

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