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PARROQUIA SANTA ROSA DE LIMA

RETIRO ESPIRITUAL CONFIRMANDOS 2021


“AÑO EUCARISTICO - LO RECONOCIERON AL PARTIR EL PAN”

Abrazarse a Cristo es abrazar al Padre. Déjate amar por Dios. Jn. 3, 16


La oscuridad nos inquieta. La luz, en cambio, nos da seguridad.

En la oscuridad no sabemos dónde estamos. En la luz podemos encontrar un camino. En pocas líneas,
el Evangelio nos presenta los dos grandes misterios de nuestra historia.

Por un lado, "tanto amó Dios al mundo". Sin que lo mereciéramos, nos entregó lo más amado. Aún
más, se entregó a sí mismo para darnos la vida. Cristo vino al mundo para iluminar nuestra existencia.

Y en contraste, "vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz". No acabamos
de darnos cuenta de lo que significa este amor de Dios, inmenso, gratuito, desinteresado, un amor
hasta el extremo.

El infinito amor de Dios se encuentra con el drama de nuestra libertad que a veces elige el mal, la
oscuridad, aún a pesar de desear ardientemente estar en la luz. Pero precisamente, Cristo no ha
venido para condenar sino para salvarnos. Viene a ser luz en un mundo entenebrecido por el pecado,
quiere dar sentido a nuestro caminar.

Obrar en la verdad es la mejor manera de vivir en la luz. Y obrar en la verdad es vivir en el amor.
Dejarnos penetrar por el amor de Dios "que entregó a su Hijo unigénito", y buscar corresponderle con
nuestra entrega.

Propósito
Que mi testimonio de vida, coherente con la Palabra de Dios, ilumine el camino de los demás.

Diálogo con Cristo


Gracias, Señor, por darme la luz para saber tomar el camino que me lleve a la santidad. Ciertamente
ese camino no es el más fácil, ni ante los ojos humanos el más bonito o agradable. Es más, hay un
temor interno que no me deja abandonarme totalmente en tu providencia, un espíritu controlador que
no logro dominar fácilmente. Pero qué maravilla saber que Tú, a pesar de mis apegos, me sigues
amando, perdonando, realmente quiero corresponder a tanto amor.

Respondo a la palabra de DIOS:


PARROQUIA SANTA ROSA DE LIMA
RETIRO ESPIRITUAL CONFIRMANDOS 2021
“AÑO EUCARISTICO - LO RECONOCIERON AL PARTIR EL PAN”

Abrazarse a Cristo es hacer lo que él manda. Maria nos muestra el camino Jn. 2, 5

Es la primera hora, anticipo de aquella postrera, en la que María junto con Juan,
volverá a aparecer en la escena de Jesús, en la cual se dirigirá nuevamente a ella
para llamarla con el mismo nombre: "mujer", haciéndola "madre" de Juan y de la
nueva humanidad que nacerá cuando Jesús resucite el primer día de la semana,
es decir, también "tres días después" de aquella escena al pie de la Cruz. María se da cuenta de una
carencia: la del vino. Hace de su descubrimiento una petición a su Hijo e invita a los sirvientes a
escuchar esa Palabra de Jesús: "Haced lo que El os diga". Les propone lo que en el fondo ha sido su
vida desde que decidió que en ella se cumpliera los hablares de Dios: "hágase en mí según tu Palabra".
Ella propone a los otros algo que no le es extraño, que es la entraña de su actitud ante Dios.

¿Cuál es el vino que nos falta en nuestro mundo? ¿El vino de la paz, el de la ternura; el vino de la fe,
de la esperanza y del amor; el vino de la verdad...? Cuando faltan estos vinos, la vida se "avinagra".
Surgen los intereses partidistas, los chanchullos económicos, las frivolidades vacuas, la mentira como
herramienta de comunicación, el relativismo moral, la violencia y el terror.

María vio la carencia en la boda, la hizo suya solidariamente, y se puso manos a la obra. No se quedó
en que relatar lo que sucede y lamentase por lo que falta o va mal. Darse cuenta del "vino" que nos
falta, arrimar el hombro en lo que de nosotros depende, teniendo en la Palabra de Jesús nuestra fuerza
y nuestra luz. Esto fue Caná. Esta fue María. Termina el Evangelio diciendo que "los discípulos creyeron
en El" (Jn 2,11) El final es que habiendo vino, hubo fiesta, y los discípulos viendo el signo, el milagro,
creyeron en Jesús.

Necesitamos milagros de "vino"; el mundo necesita ver que los vinagres del absurdo se transforman en
vino bueno y generoso, el del amor y la esperanza, el que germina en fe. Hay un brindis pendiente
siempre. Que sea con vino como el de María en Caná.

Propósito
Necesitamos milagros de "vino"; el mundo necesita ver que los vinagres del absurdo se transforman en
vino bueno y generoso, el del amor y la esperanza, el que germina en fe. Hay un brindis pendiente
siempre. Que sea con vino como el de María en Caná. No dejemos de participar en la Eucaristía esta
semana.

Diálogo con Cristo


Sólo el amor a Cristo será capaz de despertar en mí una mayor entrega, sólo el amor me dará la fuerza
para ser santo, sólo el amor me hará obediente y perseverante, sólo el amor a los demás me impulsará
a servirles con el ejercicio continuo de la caridad.

Responde a la Palabra de Dios:


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“AÑO EUCARISTICO - LO RECONOCIERON AL PARTIR EL PAN”

Abrazarse a Cristo es entregarle el corazón. Jesús nos ayuda a cargar con nuestra cruz. Mt. 16, 24

A nadie le gusta sufrir. Pero el sufrimiento viene sin que lo busquemos. Todos podemos hablar de nuestra cruz
de cada día. También de la lucha diaria por seguir a Jesús en medio de una sociedad que piensa y vive lo
contrario. Jesús nos anima a seguirlo, a poner nuestros pasos en sus huellas. Jesús nos invita a superar
nuestro egoísmo, a tomar nuestra cruz y a dar la vida por su reino.
La recompensa será enorme: Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en
compañía de sus ángeles, y entonces dará a cada uno lo que merecen sus obras.
Y quien sigue a Cristo tiene que aceptar llevar su cruz. Lo dice Jesús, en seguida, para hacer comprender a sus discípulos que sería una
ilusión pensar en seguirlo, pero sin llevar con Él la cruz: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.”
¿Después del pecado, es éste el único camino de salvación para los individuos y para la humanidad entera?
Pedro no entendía las cosas de Dios, del mismo modo, por no situarnos nosotros en el plan del Padre, se nos hace difícil entender sus obras,
sus planes para con nosotros. Tenemos necesidad de despojarnos de los criterios del hombre, de nuestros quereres, preferencias y egoísmo y
adoptar sólo y únicamente el de Jesucristo.
«No se trata de una cruz ornamental, o de una cruz ideológica, sino que es la cruz del propio deber, la cruz del sacrificarse por los demás con
amor —por los padres, los hijos, la familia, los amigos, también por los enemigos—, la cruz de la disponibilidad para ser solidarios con los
pobres, para comprometerse por la justicia y la paz. Asumiendo esta actitud, estas cruces, siempre se pierde algo. No debemos olvidar jamás
que “quien perderá la propia vida [por Cristo], la salvará”. Es un perder para ganar.»
(Homilía de S.S. Francisco, 19 de junio de 2016).
La amistad con Cristo no se paga con dinero, es gratis. Por eso es tan difícil lograrla, porque no se vende en ningún establecimiento. No es una
mercancía, pero es el bien más cotizado del mundo. Y por desgracia, también el más desconocido.
¿Cómo se logra esa amistad? En primer lugar, haciéndose como Cristo. Para eso hay que empezar a conocerlo; leer el Evangelio, acudir a los
sacramentos, dedicar momentos diarios a la oración, etc. Es necesario "empaparse" de sus enseñanzas, que son divinas. Es entonces cuando
damos un fundamento sólido a nuestra vida cristiana.
Jesús nos avisa que esa transformación en Él es costosa, como cargar con una cruz sobre los hombros. No hay que engañarse. Pero también
es la manera más plena de vivir, despreocupándose de los propios intereses y tratando a los demás como Cristo lo haría. Es así como
podremos experimentar su amistad y cercanía. Así "recobramos" nuestra alma para el Señor y ayudamos, con nuestro testimonio, a los otros.

Diálogo con Cristo 


Es mejor si este diálogo se hace espontáneamente, de corazón a Corazón
Señor, no es fácil ser tu amigo en la cruz. La tentación a escapar o renegar de la realidad, cuando se presentan los problemas, fácilmente me
domina. Gracias por esta meditación que me confirma que puedo confiar en que, con tu gracia, puedo perseverar hasta el final. No puedo
esperar gozar de una eternidad gloriosa, llena de fiesta y de alegría, si no derramo, por amor a Ti y a mis hermanos, un poco de sangre, sudor
y lágrimas en la tierra.

Propósito
Adoptar una actitud positiva, y no quejarme, ante las dificultades de este día para seguir a Cristo en el camino de la cruz.

Responde a la palabra de Dios:


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Abrazarse a Cristo es dejarse guiar por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo renueva todas las cosas Gl. 5, 22

Pablo nos enseña algo importante: dice que no puede haber auténtica oración sin la presencia del Espíritu en
nosotros. De hecho, escribe: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos
cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y
el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios»
(Romanos 8, 26-27). El Espíritu, de hecho, siempre despierto en nosotros, suple nuestras carencias y ofrece al Padre nuestra
adoración, junto con nuestras aspiraciones más profundas. Obviamente esto exige un nivel de gran comunión vital con el Espíritu.
Es una invitación a ser cada vez más sensibles, más atentos a esta presencia del Espíritu en nosotros, a transformarla en oración,
a experimentar esta presencia y a aprender de este modo a rezar, a hablar con el Padre como hijos en el Espíritu Santo. Hay otro
aspecto típico del Espíritu: su relación con el amor. El apóstol escribe así: «La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Romanos 5, 5). «El Espíritu es esa potencia
interior que armoniza su corazón [de los creyentes] con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha
amado» (ibídem).
El Espíritu nos pone en el ritmo mismo de la vida divina, que es vida de amor, haciéndonos participar personalmente en las
relaciones que se dan entre el Padre y el Hijo. «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, etc.» (Gálatas 5, 22). Y, dado que por
definición el amor une, el Espíritu es ante todo creador de comunión dentro de la comunidad cristiana, como decimos al inicio de la
misa con una expresión de san Pablo: «… la comunión del Espíritu Santo [es decir, la que por Él actúa] sea con todos vosotros» (2
Corintios 13,13).
El Espíritu nos estimula a entablar relaciones de caridad con todos los hombres. De este modo, cuando amamos dejamos espacio
al Espíritu, le permitimos expresarse en plenitud. Son contrarios totalmente a los deseos desordenados de la carne, que colocan al
hombre, varón y mujer, por debajo de su dignidad (Gálatas 5, 19-21); los frutos mueven a lo que está por encima de nosotros, hacia
lo más alto. Perfeccionan y desarrollan al ser humano, sin llegar, sin embargo, a la cumbre de las bienaventuranzas, que
trataremos en otro lugar más adelante.

El Espíritu produce sus doce frutos, que podemos dividir en:


a) En cuanto la mente y el corazón del hombre ordenados en sí mismo: Amor, gozo y paz. Paciencia y longanimidad.
b) En cuanto la mente y el corazón del hombre ordenados respecto a las cosas y personas que están a su lado: Bondad,
benignidad, mansedumbre, fidelidad.
c) Respecto de las cosas inferiores, el hombre se predispone bien: en cuanto a las acciones exteriores, por medio de la modestia; y
en cuanto a los deseos interiores, por medio de la continencia y de la castidad.
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d) La mente humana está bien consigo misma cuando se predispone bien para los bienes y los males.
1. La primera predisposición con respecto al bien es el amor, primero de los Frutos del Espíritu Santo, como dice la carta a los
Romanos 5, 5, que el amor de Dios ha sido derramado en nosotros por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.
2. Al amor le sigue el gozo de estar en Dios.
3. Y la perfección del gozo es la paz, en cuanto al cese de las perturbaciones exteriores, y al aquietamiento de su corazón en
Jesús, descansando en Él como en un todo.
Se calma también por lo tanto el deseo fluctuante que se posa de cosa en cosa, de persona en persona, y solo se posa en el Señor
su Dios. Por lo que nada impide disfrutar de Él.
4. Con referencia a los males, la persona se predispone bien por medio de la paciencia, para no ser perturbada por la inminencia
de los males presentes.
5. Y también se predispone bien con referencia a los males, por medio de la longanimidad, no ser perturbada por la dilación en el
tiempo en la consecución de los bienes deseados, pues carecer del bien tiene razón de mal.
b) Respecto de las cosas que están junto a sí, y eminentemente de sus prójimos, el hombre se dispone bien:
6. Primero, en cuanto a lo voluntad de hacer el bien, y esto corresponde a la bondad.
7. Luego en cuanto a hacer el bien a los demás, perdonándolos y ayudándolos, que es propio de la benignidad.
8. En cuanto a tolerar sin sobresaltos los males inferidos por estos mismos prójimos, está el Fruto amable del Espíritu Santo de la
mansedumbre, que refrena las iras.
9. En cuanto a no hacerle daño al prójimo, no sólo con la ira, sino tampoco con el fraude y el engaño, está el Fruto deleitoso de la
fidelidad.
c) En cuanto a las cosas inferiores, el hombre se predispone bien:
10. En cuanto a las acciones exteriores, por medio de la modestia, que pone moderación en los dichos y en los hechos, evitando la
afectación o la chabacanería y fanfarronería en el vestir, en el hablar, en el actuar.
11. Y en cuanto a los deseos que pueden ser desordenados en el interior de la persona, actúan los Frutos vigorosos de la
continencia, de quien siente las concupiscencias pero no se deja arrastrar por ellas.
12. Y también el Fruto exquisito de la castidad, que no permite que la persona casta sea arrastrada ni padezca los movimientos
desordenados de la sensualidad.
Veo la acción del Espíritu Santo en mi vida, que frutos encuentro?
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Abrazarse a Cristo es abrazar al prójimo. Misión del Joven Llamados a Servir Mc.10.35-45

i Jesús es nuestra meta y nuestro modelo, vale la pena preguntarnos “¿Cómo es Jesús?” Él mismo nos da una respuesta contundente en la
Última Cena: Es un esclavo, un siervo, un hombre que vino a servir y no a ser servido. Jesús es nuestro “primero”, Aquel que vino a servir y
sigue sirviéndonos aún hoy, lavándonos los pies y curándonos las llagas.

Nuevamente, preguntémonos “¿Cómo es nuestra meta?” Es la misma de Jesús, es la Cruz; la mayor aspiración de un cristiano es ser un
verdadero sacrificio por el bien de los demás, como lo demostró Jesús. Sé que es difícil ver a Jesús en la Cruz… y ya observándolo con los
ojos abiertos, imaginando esa situación real de humillación y dolor que vivió Él en Jerusalén, hace casi dos mil años, y reconocer en esa acción
nuestra mayor aspiración…

Así como la definición de éxito para un basquetbolista podría ser la foto de Michael Jordan anotando un punto ganador, en una final de NBA, la
nuestra es la imagen de Jesús en una Cruz… Contradictorio y escandaloso para muchos. No es fácil tomar conciencia de nuestra meta, pero
nos ayuda a encontrar nuestro verdadero significado de ser cristiano.

Por medio de esta reflexión, invito a que busquemos este significado, este servicio, este sacrificio de Jesús, y luchemos por acoplarlo a nuestra
vida. Que nuestra envestidura de cristianos no sea un motivo de alimentar nuestro ego, ni que sea motivo para creernos mejores y más
importantes, sino que sea la fuerza que nos impulse a sudar gota a gota de esfuerzo por los demás. Que nuestra envestidura de cristianos nos
impulse a salir al mundo y trabajar incansablemente por los demás. El día en que hayamos amado, el día en que hayamos puesto las
necesidades de los demás por encima de las propias, podremos poner la cabeza en la almohada y rezar con toda tranquilidad el Padre nuestro,
sabiendo que cuando digamos “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”,  habremos trabajado por ello.

También este Evangelio es un llamado a la forma en que debemos asumir nuestro servicio apostólico; en nuestra Iglesia, los puestos no deben
de existir como alimento de nuestro ego, sino como compromiso para trabajar por los demás. La más alta jerarquía de nuestra Iglesia, el Papa
Francisco, nos demuestra que él vino a servir y no a ser servido… ¡como Jesús lo haría! Asumamos pues nuestros roles con humildad, pues
somos instrumentos de Dios y es Él quien actúa.

El Evangelio de Jesús que hemos compartido, nos responde la pregunta del título. La Iglesia es una institución completamente diferente a las
del mundo hermano; nosotros somos esa Iglesia, seguimos los pasos de Jesús. Si buscas éxito, hazte humilde e intenta caminar bajo las
sandalias de Jesús; pues aquí no hay primer lugar ni puestos más importantes, sino personas que trabajan por los demás en el servicio. Que tu
trabajo por el Reino de Dios te lleve a límites inimaginables; y te deseo en tu vida todo el éxito, que seas un esclavo y un servidor de los demás,
al estilo de Jesús, la Virgen María y de muchos santos que te servirán de ejemplo.

Los jóvenes no pueden arruinar la riqueza de su vida y de su juventud, "guardándosela" egoístamente para ellos mismos. Deben darla con
generosidad. Ellos son ya el presente de la Iglesia, cuya mañana depende de ellos y de lo que ya son y hacen en el hoy. "No desaprovechéis
vuestra juventud. No intentéis huir de ella. Vividla intensamente consagrada a los elevados ideales de la fe y de la solidaridad humana... Sois el
presente joven de la Iglesia y de la humanidad. Sois su rostro joven. La Iglesia necesita de vosotros, como jóvenes, para manifestar al mundo
el rostro de Jesucristo que se dibuja en la comunidad cristiana. Sin este rostro joven, la Iglesia se presentaría desfigurada".

Responde a la palabra de Dios: Que lugar ocupas en la iglesia? Cómo te sientes en ese lugar a la luz de la palabra? Como asumes tu rol de
Joven ante el servicio?
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Abrazarse a Cristo es vivir en comunión con la Iglesia. Formamos un solo Cuerpo. 1 Co 12, 18
No se puede creer en Jesús y no adherir a la iglesia, aunque esta sea pobre, aunque esta no revele todo el misterio de Jesús en
su ser. Tal vez para muchos de los que siendo claramente críticos de la comunidad eclesial en su modo de encarnar la imagen de
Jesús en su seno les venga bien el poder entender que las cosas que verdaderamente se transforman no se cambian desde
afuera, sino desde dentro, no se transforman acusando, levantando el dedo o permaneciendo críticos sin involucrarse en el
camino eclesial, es verdad también y hay que decirlo que quién se mete en el corazón mismo de la iglesia, sintiéndose llamado a
hacerla parecer o colaborar para que se parezca más con Jesús, terminan como Jesús.

Estamos llamados a terminar como Jesús, mientras permanezcamos en la iglesia, buscando su transformación, seguramente nos
irá como a Jesús, es decir iremos sobre el camino del gozo, de la encarnación de Jesús, la alegría de compartir el misterio de
Jesús y expandirlo a otros, participaremos también en su pasión, en su muerte, igualmente digámoslo, resucitaremos con Cristo,
si nos animamos a permanecer junto a Jesús en la comunidad eclesial.

Pablo en la Carta a los Efesios en el Capítulo 4 3-4 dice “traten de conservar la unidad del espíritu, mediante el vínculo de la paz,
hay un solo cuerpo y un solo espíritu, así como hay una misma esperanza a la que ustedes han sido llamados de acuerdo con la
vocación recibida”. Mantener la unidad para Pablo, está mucho más allá de evitar el conflicto, de favorecer la armonía, es la
pertenencia al cuerpo de Jesús. Uno en Cristo es justamente desde esta perspectiva tan profundamente de Jesús, donde Pablo
nos propone la tarea de la evangelización, Jesús ha dicho, el mundo va a creer, al Padre se lo ha dicho, si estos permanecen
unidos.

Cuando se extingue la acción del espíritu santo, según la perspectiva paulina, cuando se atenta contra la unidad. Se lo dice a los
Tesalonicenses en la primera de las cartas, cuando los advierte a cerca de los riesgos que genera dentro de la comunidad las
divisiones que van agrietando la convivencia, no extingan la acción del espíritu santo.

Pero hay un Pablo que valora mucho esta edificación, esta construcción, de la unidad que no es de golpe, sino poco a poco, paso
a paso, por eso va a decir él en 1º. De Corintios 14-26 que todo sirva para la edificación común.

Este Jesús del que Pablo habla, es el cuerpo total, es la cabeza y los miembros. Es Jesús, pero no el vínculo particular,
individualista con la persona de Jesús en un intimismo que encierra, sino el vínculo con el Cristo total, la cabeza y los miembros.
El Cristo que vive en Pablo, es el Cristo de la iglesia de Efeso, de la iglesia de Galacia, de la iglesia de Corinto, de los
Tesalonicenses, de los filipenses, la iglesia de los romanos, es decir es el Cristo que vive en esas iglesias, que vive en él, como de
hecho lo dice él, que los lleva a todos en lo más hondo de su corazón, como una carta escrita por Dios, en lo más profundo de su
ser. Este nivel de pertenencia quiere Dios que tengamos, de profunda comunión con El en la vida y en la comunión con los
hermanos, de allí que nadie puede estar excluido de nuestro corazón, nadie puede quedar fuera de consideración de nuestro
ser, estamos llamados a ser uno con Cristo Jesús, todo Cristo, la cabeza y sus miembros.

En este camino de identificación con la persona de Jesús, en el cuerpo eclesial, nada mejor que recorrer un camino que nos lleva
a aquellos que son los privilegiados de Jesús, los más débiles, los más pobres y esto no puede ser sólo una expresión de deseo,
tiene que manifestarse a través de algún gesto que se haga sacramento, de comunión con aquellos que son los privilegiados de
Jesús.

Responde a la palabra de DIOS: ¡Escribe un compromiso de vida como parte del cuerpo de Cristo, que eres!
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Abrazarse a Cristo es vivir su amistad. Jesús nos regala su amistad y nos invita a seguirlo amando como él nos ama. Jn.15,9-17
Cómo podemos vivir unidos a Cristo para ser buenos sarmientos y buenos amigos suyos (Jn 15, 9-17).

"Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor", nos dice nuestro Señor. Al meditar en la alegoría
de la Vid, sentíamos la necesidad apremiante de permanecer unidos a Jesús para tener vida y para llevar frutos de eternidad. Y
ahora el Señor nos va a mostrar el camino: "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he
guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn 15,10). El modo de vivir unidos a Él es por medio del
amor. Pero un amor hecho obras, real y operante. Un amor de puras palabras o discursos bonitos es un amor platónico y vacío
por dentro. Un amor de puros sentimientos, propósitos y buenas intenciones es falso, engañoso y estéril. No es real. Es una farsa
y una pantomima. Ya lo decían nuestros abuelos con una expresión muy plástica: "El camino del infierno está empedrado de
buenas intenciones". No bastan los "quisieras" para ser buenos cristianos y verdaderos discípulos del Señor. Se necesita un
"quiero" rotundo, operante y con todas sus consecuencias.
Se cuenta que, en una ocasión, le preguntó la hermanita pequeña a santo Tomás de Aquino, cuando todavía éste era muy joven:
"Oye, Tomás, ¿qué tengo yo que hacer para ser santa?". Ella esperaba una respuesta muy complicada y profunda; pero el santo
le respondió: "Hermanita, para ser santa basta querer". Querer. Pero quererlo de verdad; o sea, poniendo todos los medios para
lograrlo, con la ayuda de Dios; que las obras y los comportamientos respalden y confirmen luego nuestros propósitos. La
sabiduría popular lo ha condensado en la conocidísima sentencia: "Obras son amores..., que no buenas razones". Y "del dicho al
hecho, hay mucho trecho". ¡Tenemos que acortar ese trecho para mostrarle al Señor que de verdad le amamos con las obras!
Así lo hizo Él: "lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". Sólo así construiremos
nuestra casa sobre roca, y no sobre arenas movedizas (Mt 7, 21-27).
Pero el Señor nos concreta aún más el camino. Si cumplimos sus mandamientos -nos dice- permanecemos en su amor. ¿Y cuáles
son sus mandamientos? "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado". ¡La caridad hacia el
prójimo!
Durante su vida pública nos dijo muchísimas veces que "el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos", y que no había un mandamiento mayor que éste (Mc 12, 29-31). La caridad es el centro de
las bienaventuranzas y de toda su doctrina: "Por eso, cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros
a ellos, porque en esto consiste toda la Ley y los Profetas"(Mt 7,12). En esto resume toda su enseñanza. Y no sólo nos lo dijo con
su predicación, sino que así nos lo demostró con sus obras: siempre amando, sirviendo, curando, perdonando, acercando a los
hombres a Dios, predicando el amor con sus palabras y, sobre todo, con sus actitudes y comportamientos hacia todas las
personas. "Pasó haciendo el bien" resumió san Pedro la vida del Señor (Hech 10,38).
La caridad es el núcleo de la Buena Nueva, de todo el Evangelio. Éste es SU mandamiento nuevo, el signo distintivo por el que
todos reconocerían a sus discípulos (Jn 13, 34-35). Y es tan fundamental este precepto del amor al prójimo que ésta será la
principal materia del juicio final: "En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí
me lo hicisteis" (Mt 25,40). San Juan de la Cruz, comentando este pasaje, afirma con cierto aire de poesía: "En el atardecer de la
vida, seremos juzgados sobre el amor."
Propósito
Nuestro Señor afirma que "nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si
hacen lo que les mando... Y esto les mando: que se amen unos a otros". Ésta es la respuesta que el Señor nos da: practicar con
generosidad el amor sincero y desinteresado hacia nuestros prójimos.

Responde:
Aquí está, pues, el secreto para ser buenos sarmientos de la Vid, para ser auténticos amigos de Jesús. ¡Ojalá pudiera tener más
discípulos y amigos de verdad! ¿Ya lo eres tú? ¿Si, si cómo? Si NO, ¿qué falta para que lo seas?

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