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Universidad Pontificia de México

Facultad de Teología

Pablo y sus comunidades

Trabajo final de Origines del cristianismo.

Alumno: Luis Alberto López Trujillo

14 de mayo de 2021
Pablo y sus comunidades
Pablo intentó con su propaganda formar comunidades de personas. La adhesión al mensaje
cristiano asume por consiguiente un carácter social concreto: los creyentes se multiplican
creando nuevas asociaciones bajo el signo de su fe común en cristo.
El misionero se convirtió en pastos de almas con la responsabilidad del crecimiento
de la maduración de sus jóvenes iglesias. El lento y progresivo caminar de los neófitos,
llamados a transformar cada vez más su propia existencia según la escala de los valores
evangélicos, lo vio activamente presente: animando y estimulando con enseñanzas y
clasificaciones.
Los artesanos se reunían en cofradías de artes y de oficios bajo la protección de alguna
divinidad. En particular, las comunidades de adeptos a las religiones mistéricas, guidas por
un mistagogo que iniciaba a los participantes en los misterios del dios dador de la
inmortalidad.
La comunión de bienes, la existencia ordenada según el doble criterio de la ora et
labora, la vida célibe durante algunos periodos, la dirección clerical, la comida en común de
carácter sagrado. Finalmente merecen una breve alusión las asociaciones locales de los
fariseos (haburot), construidas bajo el signo de la fraternidad, expresada en comidas rituales
comunes.
Podemos ver como las comunidades paulinas nos muestran o presentan ciertas
analogías con los diversos modelos asocionistas greco-romanos y judíos de la época. Estas
comunidades nos van revelando las un acentuado carácter compuesto y heterogéneo. La
inmensa mayoría de sus componentes eran de origen pagano.
Si lo vemos desde el punto de vista socio-cultural su composición puede deducirse de
algunas indicaciones dispersas de los Hechos y de algunas anotaciones más concretas del
epistolario paulino, sobre todo de la primera carta a los corintios.
De las comunidades paulinas, la mayoría pertenencia al pueblo sencillo de las grandes
ciudades del imperio romano. De hecho, era así la composición de la comunidad de corintio,
como atestigua el mismo Pablo: Fijaos a quienes os llamo Dios: no a muchos intelectuales,
ni a muchos poderosos ni a muchos de buena familia.
Una conclusión análoga es la que podemos sacar de la carta a Filemón, una persona de
holgada posición de la provincia romana de Asia, quizás de colosos que tenían a su servicio
por los menos un esclavo, Onésimo, daba hospedaje a la comunidad local y ayudaba fraternal
y generosamente a los creyentes necesitados.
Las primeras comunidades se reunían al atardecer, y como lo podríamos leer estas reuniones
eran precisamente, para compartir la mesa, es decir el pan, como signo de unidad, que es lo
que el mismo Jesús nos vino a enseñar, estas características son las que diferenciaban a estas
pequeñas comunidades para poder seguir haciendo crecer a estas mismas comunidades para
poder extender el Reino de Dios.

Se dice que el líder es una ilusión colectiva, que permite adscribir una cualidad a una
persona con independencia de su condición verdadera, revistiéndola además de carácter
sobre humano. En el caso del líder carismático, son los dirigentes que desempeñan los roles
centrales; el liderazgo se apoya en un logro conseguido para el grupo en una situación en la
que se halla necesitado de alguna cualidad; el liderazgo es un rol dependiente de la
presencia de una serie de variables, es una forma de adoptar una crisis.

Un líder carismático sería alguien cuyas cualidades personales son resaltadas,


transformadas y reconocidas como extraordinarias por algún grupo cohesionado. En pocas
palabras, el líder carismático de Weber es un gran hombre de inclinación autoritaria que, en
una situación de crisis social, especialmente si existe vacío político o normativo,
apoyándose en sus propias virtudes. Dado el contexto de crisis en que se produce la
aparición de líderes, el liderazgo surge a menudo con independencia de que existan o no
cualidades personales extraordinarias, pero eso sí, siempre en momentos y lugares
extraordinarios.

En el caso de la autoridad, el texto la define como el reconocimiento social del derecho de


alguien a compeler a otros; la autoridad que se basa en criterios circunstanciales sería la
«autoridad simple»; la que lo hace en normas tradicionales y consuetudinarias, «autoridad
legítima»; y la que se apoya en la ley «autoridad legal». Para que la autoridad sea legítima
no basta con la mera aprobación tolerante, es preciso que haya también una confirmación
activa y un encarecimiento de pautas sociales de conducta reflejadas en valores comunes.

Cabe resaltar que el texto enfatiza en que la autoridad personal es inherente a la persona,
tanto que la cultura interpreta estas características como directamente relacionadas a la
capacidad que uno tiene para ejercer autoridad. La autoridad legítima impersonal es la que
adquiere una persona gracias a alguna aptitud o talento que se

juzga pertinente y útil para la realización de los fines de la institución en la cual se encuadra
la autoridad.

Pero, aquí hacemos énfasis, en el caso de la autoridad reputada, deriva de la crítica que se
realiza con éxito a las normas de alto rango en una sociedad dada y la consiguiente
dislocación de éstas. Se basa en la capacidad que una persona demuestra para promover, un
cambio en las normas de vasto dominio que obligan al reconocimiento de la autoridad
legítima. Brota de la capacidad efectiva de una persona para animar a algunos miembros de
una sociedad dada a no seguir reconociendo como vinculante alguna norma de rango
superior.

Al analizar la carrera de Jesús, Él no ejercía en absoluto poder sobre la gente, sino sobre los
demonios, aún los naturales; sus discípulos lo abandonan en los momentos de apuro, uno lo
traiciona y otro lo niega; el movimiento de Jesús es un intento de revitalización de carácter
conservador que no aspiraba a la creación de un nuevo orden, sino a la regeneración de
Israel.

Como acérrimo regeneracionista de carácter conservador que era, estaba volcado en la


preservación, no en el cambio radical de la cultura política de su sociedad. La
transformación del honorable curandero galileo en el reverenciado Mesías de todo un
pueblo es realmente llamativa. Aunque Jesús puso en duda su propia capacidad para
conducir a sus seguidores a la victoria frente a todo un espectro de males sociales que
traspasaban las fronteras entre los distintos grupos, quienes le seguían no eran tan
pesimistas, lo que motivaba a los seguidores de Jesús eran sentimientos basados en los
entusiastas relatos del pasado de Israel.

Las actitudes de los israelitas estaban perfiladas a una concepción distinta. El gran líder
faccioso era imaginado como alguien que encauzaría y dirigiría la presunta rectitud y honra
de los individuos de Israel, sirviéndose de firmeza y benevolencia, y no tanto de relaciones
públicas, técnica o brillantes. El prestigio de Jesús cobró forma de un símbolo expresivo,
pues ofreció a su facción un punto en el que centrar sus aspiraciones de un Israel renovado.
La mentalidad del movimiento cristiano fue configurada más bien por la experiencia de
Dios como el que resucitó a Jesús de entre los muertos.

En el caso del poder político, toda discusión en torno al reino de Dios presupone, las formas
de poder político existentes. El reino de Dios debía asumir sin duda cualidades opuestas a
las formas de poder dominantes en aquel tiempo. Para Israel el problema no estribaba en los
hombres con autoridad, sino en la alcurnia de quienes detentaban el poder y en las
cualidades morales con que podían ayudar al resto de la población a vivir sujetos a la
alianza de Dios con su pueblo. Lo que caracteriza a las personas comprometidas con el
reino de Dios es la negativa a aceptar el poder cuando les viene ofrecido por las
circunstancias.

La conclusión a la que el texto llega, es que entender a Jesús de esta manera es entenderlo
como representación colectiva, como símbolo visible de los valores y tendencias de su
sociedad, más que como fuente de tales valores y tendencias. Así pues, Jesús personificó
los valores y objetivos de quienes le seguían: fue un líder legítimo, reputado, del siglo I, la
antítesis del líder carismático de Weber.

Los rasgos característicos de lo que sabemos, reflejan una ideología política más respetuosa
con las restricciones, y procedimientos institucionales, una ideología que concibe el poder
no como un trofeo, que ha de ser arrebatado a la comunidad, sino como una obligación que
ésta impone.

Pablo y sus comunidades barbaglio 99-117

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