Está en la página 1de 4

LOS TRIQUES

PINOTEPA NACIONAL. Mixtecos, negros y triques


Autor: Gutierre Tibón, editorial Posada, 2ª. Edición, 1981, 279 pp.

-¡EXTERMINARLOS! ¡Hay que exterminarlos!- gritó exasperado el jefe de la zona


militar cuando le informaron que los triques habían asesinado en una emboscada al
teniente Palos y a dos soldados. La gente de Juxtlahuaca vio por primera vez cruzar
su cielo dos aviones militares: los mandaba el gobierno federal para auxiliar a las
fuerzas de la expedición punitiva que avanzaba sobre Copala desde Juxtlahuaca y
Putla. Fueron ametralladas cuantas chozas de triques se descubrieron en los claros
de la selva. No se conoce el número de bajas. Lo que sí se sabe es que los federales
encontraron algunos barrios desiertos y prendieron fuego a las chozas, como
represalia por la muerte del teniente.1

Hubo, entre la gente de razón, quien se regocijara; otros concibieron una honda
preocupación porque se sentían cómplices de la injusticia que se estaba
cometiendo; algunos, en fin, se indignaron por el grave error en que incurría el
gobierno, mal informado por las autoridades de Putla y de Oaxaca.

¿Mal informado? El peligro de una insurrección de los triques de Copala existía,


como sigue existiendo; pero ¿a qué se debe la actitud belicosa de ese grupo
autóctono? Si no estuvieran armados, como lo están, renunciarían a su postura
orgullosa y desafiante; sus rifles son idénticos a los que usa el ejército mexicano;
sus municiones, las mismas; disponen de subametralladoras Mendoza y de
binoculares iguales a los del ejército. Tienen un valor a toda prueba, y dominarlos
en su sierra natal, en que conocen cada risco, cada árbol, sería una empresa ardua,
sin duda. Su espíritu tribal es todavía el de ciertas poblaciones del México antiguo,
como los yaquis y los tzotziles; viven al igual que hace siglos, con la idea de que
deben defenderse a todo trance contra la presión que ejercen sobre ellos sus
vecinos. En el siglo XIII se ocultaron en sus bosques a raíz de una derrota que les
infligió cierto rey enemigo que acampaba en las montañas de Tlaxiaco; a principios
del siglo XV sufrieron la dominación del quinto monarca azteca, el Flechador del
Cielo, que construyó en sus tierras una fortaleza; sus vestigios existen aún en el
cerro de Moctezuma. Limitó su libertad otro Rey Mexica, Ahuízotl, y conocieron días
aciagos durante las guerras entre los reyes mixtecos de Achiutla y de Tututepec.

La conquista española no mejoró sus condiciones; siguieron viviendo dispersos en


sus serranías, y su contacto con la cultura occidental fue precario. Aceptaron un
cristianismo superficial y no gozaron, como sus hermanos de Chicahuaxtla, de la
presencia y enseñanza de aquel gran misionero dominico que fue Fray Gonzalo
Lucero.

Cuando un virrey instituyó la feria de Copala, para que restablecieran relaciones


más estrechas con los demás pueblos de la comarca, los triques vieron las romerías
con recelo, y siguieron viviendo dispersos en el monte; por ello Copala,
contrariamente a Chicahuaxtla, nunca se ha vuelto un pueblo.

1 Este acontecimiento son de 1956


A mediados del siglo pasado, los triques se lanzaron a una terrible y estéril aventura
bélica para reconquistar su independencia, es decir, para volver a ser los amos en
sus tierras y libertarse para siempre de la presión de los blancos y de los mestizos,
que hacían su juego. La sublevación estalló en 1843, cuando gobernaba Oaxaca el
general José María Malo; ni éste ni su sucesor, el también general José Ibañez de
Corbera, lograron dominar a los insurrectos. La revuelta se volvió una guerra de
guerrillas que duró cinco años; con razón se la llama la guerra de castas de los
triques. No se desarrolló sólo en el territorio de Oaxaca, sino que alcanzó la zona
fronteriza de Guerrero; y sus caudillos fueron dos hombres valientes Dionicio
Arriaga y Domingo Santiago, a quienes, desde luego llamaban en Oaxaca
“foragidos”.2 Como en otra guerra de castas, la de los mayas, que estalló cuatro
años más tarde, hubo inequidades y actos de barbarie por ambos lados. Los jefes
triques fueron aprehendidos y ajusticiados en 1848, año en que gobernaron a
Oaxaca dos indios serranos: primero don Marcos Pérez y luego don Benito Juárez.

¿Quiénes son los triques, desde el punto de vista antropológico y lingüístico? Buena
parte de ellos se distingue físicamente de los mixtecos y de los tacuates, por su
nariz roma; también los caracteriza su exacerbado espíritu de independencia. Tal
vez esto se deba a que se refugiaron en una región áspera, poco hospitalaria,
muchos siglos antes de la conquista, empujados por otros pueblos más fuertes y
numerosos y con tal de no aceptar su dominación. En la actualidad son alrededor de
siete mil, y tienen un alto índice de natalidad.

La lengua trique se consideraba el quinto miembro (los otros son el mazateco, el


popoloca, el ixcateco y el chocho) de la familia popoloca, algo como un pariente
pobre y lejano de esa familia; pero en la actualidad se le clasifica acertadamente
entre los idiomas mixtecanos, junto con el mixteco y el cuicateco. También es
lengua tonal y por eso de más difícil aprendizaje para nosotros que el azteca y el
maya. A los mixtecos les pareció oir con frecuencia en el habla de sus vecinos (que
consideraban bárbaros, como los mexicas a los otomíes) la sílaba tri y les llamaron
triqui o trique: análogamente los griegos distinguieron en el “balbuceo” de los
demás pueblos que no hablaban heleno las sílabas bar-bar y los llamaron bárbaros.

El párroco de Juxtlahuaca, a quien conocí en Copala, posee un viejo catecismo en


lengua trique. Recientemente han traducido al trique el evangelio de San Juan los
investigadores del Instituto Lingüístico de Verano.

Desde luego, los triques poseen una herencia cultural análoga a los demás pueblos
de Oaxaca; los huipiles que tejen y bordan las mujeres son de belleza sorprendente.
Muchos aspectos de su vida no se han estudiado todavía: porque son huraños,
desconfiados. Seguramente conservan, en sus barrios más apartados, costumbres
que aún desconocemos. Parece que allá donde no los pueden descubrir ojos
mestizos, los hombres suelen caminar por los bosques cubiertos apenas por un
maxtle o taparrabo, como los tarahumaras en sus selvas norteñas.

Hasta los primeros decenios de este siglo los triques de copala eran pobres, casi
como sus hermanos de Chicahuaxtla que viven en una tierra paupérrima y
neblinosa y que con frecuencia se alimentan de raíces. En las serranías de Copala

2 Martínez Gracida, Cuadros sinópticos, p. 332


los triques fabricaban carbón de leña y lo vendían en Juxtlahuaca, en Tlaxiaco y en
Putla, junto con los plátanos que cultivaban en el fondo de sus valles y las aves de
corral que lograban criar.

Hace unos treinta años empezaron a cultivar café en las laderas de sus montes y
sus cafetos prosperaron. Ya tenían los triques una producción que les permitía un
intercambio más favorable con los mestizos; ya tenían una riqueza. Y esa riqueza
fue su perdición.

El excelente café de altura, producido en la región de Copala, se trunca, en ínfima


parte, en maíz; lo demás va a parar, tarde o temprano, a la bolsa de los mestizos,
que han creado la organización más perfecta para que los triques no puedan nunca
salir de su terrible círculo vicioso. Les venden armas y parque, fomentan sus
rivalidades, les venden alcohol que los enardece e incita a peleas, y cuando hay un
techo de sangre, los extorsionan. De esta suerte, la ganancia del café que los
triques cultivan nunca será para ellos. Siempre quedará en poder de sus
implacables explotadores.

-Este puente también lo quemaron los triques- me dice con reprimida indignación
don Avertano Cruz.

Veo los restos carbonizados de los troncos que, hace todavía pocos meses, unían las
orillas de la carretera. El barranco es hondo: ni con largas desviaciones podría un
vehículo alcanzar al otro lado.

A los puentes quemados por los triques, se añaden cuatro destruidos por las aguas.
Lástima. Un camino bien trazado, flamante. El año anterior llegaron los camiones, el
día de la feria, hasta mero Copala. La civilización alcanzaba, por fin, el corazón del
mundo trique. Pero ellos, se queja don Avertano, no quieren saber nada del
progreso. Son unos bárbaros, sucios, borrachos, rencorosos. Quieren mantenerse,
cueste lo que cueste, en su aislamiento secular, seguir viviendo como animales.
Matar, eso sí les agrada. Están armados hasta los dientes y representan un peligro
constante para sus vecinos.

El pueblo de Copala… Copala, capital de los triques… Cuando, al cabo de una


marcha de un par de horas desde Agua Fría, última avanzada mixteca en el mundo
trique, llegué al puente quemado y atisbé, en el fondo del valle, la iglesia y cuatro o
cinco edificios con techo de teja, me di cuenta de que se trataba de un centro
ceremonial y administrativo a la manera del México antiguo. El templo sustituía
seguramente el antiguo teocalli, y las muchas cabañas construidas en dos filas
paralelas al río, no eran más que enramadas que desaparecían mañana al terminar
la feria. Entonces, ¿Dónde moran los habitantes de Copala? En treinta y cuatro
“barrios”, o minúsculas aldeas de casas diseminadas en la serranía; el más alejado
está allá al suroeste, en la última cadena de montes. Se llega al cabo de catorce
horas de viaje a caballo. Auí se usa todavía el término barrio, que era común en la
colonia, para lo que en otras regiones se llama paraje o cuadrilla.

A la sombra de un gigantesco ahuehuete –debe tener más de quinientos años,


como los plantados por Nezahualcóyotl en el bosque de chapultepec- están
acampados grupos de triques. Las mujeres, vestidas con sus fabulosos huipiles
rayados de blanco y rojo, muelen maíz y cuecen tortillas en los comales que han
llevado desde sus lejanos hogares. Los hombres visten pantalón blanco y camisas
de artisela brillante, color solferino o verde rana. Les dirijo el saludo vernáculo, paa,
una síncopa cariñosa de “compadre”; y me contestan sorprendidos pero amables,
con la misma palabra, casi cantada: paa.

Estoy en uno de los centros más aislados del México indígena. Copala es un “lugar
de copal” en azteca, nombre que conviene a este antiguo centro religioso. En el
templo se está quemando mucho copal a la imagen, muy milagrosa a juzgar por los
mil exvotos que cuelgan de su túnica, de un santo Cristo. Se trata de una talla
española del siglo XVII, o de su copia, ya que los triques habrían enterrado el
original en un lugar secreto. Representa una caída de Jesús durante el viacrucis.
Hasta hace pocos años, los triques sometían la imagen a un rito de purificación: un
día como hoy, el tercer viernes de cuaresma, lavaban con sumo cuidado a su
Tatachú en el río de Copala. Tatachú equivale a Tata Jesús (Chu es una abreviación
cariñosa del nombre santo en trique, como Chucho o chuy lo son en el español de
México).

Los triques se acercan a su Tatachú con flores moradas y amarillas y las frotan
suavemente contra la imagen. Así las flores se impregnarán de su poder
sobrenatural; y así llevarán a sus hogares los pétalos marchitos, como sifueran
piadosas reliquias cuya posesión otorga la protección divina.

Un viejo trique, tal vez un brujo, realiza, debajo del Tatachú, unas limpias en un
estilo que desconocía: masca la semilla de la virgen (el ololiuqui de la vieja tradición
prehispánica) y la escupe, rociándola, en el pelo de una mujer y en el de un
muchacho. Ha entrado en el templo la banda, y toca, en una sorprendente
traducción trique, la sandunga, en tanto que se hacen los preparativos de la
procesión. El cura bautiza a los niños triques que sus padres han traído de los
lejanos barrios perdidos en la serranía; otro sacerdote, un misionero bilingüe,
prepara los certificados de bautismo y los de matrimonio para el día siguiente,
consagrado a unir religiosamente a las parejas de jóvenes triques, casi unos
muchachos. Las solteras se distinguen por las alegres cintas de colores que cuelgan
de sus espaldas. En el templo han encendido velas delante de la imagen de la
virgen, vestida de trica como ellas; están sentadas en el suelo, la miran
embelesadas y le hablan en voz baja como si rezaran.

….CONTINUARÁ…

También podría gustarte