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Mexicas contra tarascos. A la conquista del Lago


de Pátzcuaro
Rutas prehispánicas
Viernes, 03 Noviembre 2017

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Las rutas del México prehispánico fueron testigos silenciosos del transitar
de diversos grupos indígenas que buscaron expandir su poderío sobre otros
pueblos. El relato que te presentamos en esta edición da cuenta de la
primera batalla que perdieron los mexicas contra los tarascos, en su
expansión en el centro de Mesoamérica.
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El tlatoani y el cihuacóatl
¿Quién era el verdadero señor de Tenochtitlan: el tlatoani o el cihuacóatl? Cuarenta
años después de que se habían liberado de ser tributarios de Azcapotzalco y se
alzaran como los mandamases del centro de México, los tenochcas ya habían
conocido a dos tlatoanis. El primero, Itzcóatl, había asegurado bajo su mando a todos
los pueblos de la ribera del lago y de su ciudad gemela Tlatelolco. El segundo,
Motecuhzoma Ilhuicamina, había acometido una conquista más amplia, que había
llegado hasta la ribera del Golfo de México y por el sur hasta Oaxaca.

Pero detrás del trono de ambos había estado siempre presente, como una sombra,
el cihuacóatl Tlacaelel, es decir, el consejero del gobernante y quien quedaba a cargo
de Tenochtitlan en ausencia del tlatoani. El hecho de que también sobre él recayera
el peso de dirigir el rumbo de la isla se debía a que, de esa forma, desde el gobierno
se representaba la dualidad del dios creador Ometecuhtli. Tlacaelel desempeñó tan
bien su papel que, incluso, había considerado prudente quemar todos los códices
que pintaran a los mexicas como débiles y reescribirlos para que mostraran a los
tenochcas como un pueblo elegido.

Hacia 1469 un tercer soberano, Axayácatl, subió al trono y Tlacaelel lo había


aconsejado durante sus dos primeras guerras. La primera había sido para castigar a
la vecina ciudad de Tlatelolco y la otra para establecer el dominio sobre los
matlazincas de Toluca. Con esos triunfos, los mexicas continuaban como guerreros
invictos, a pesar de que en la última el propio tlatoani había resultado herido de una
pierna. Para 1476 el anciano cihuacóatl creyó llegada la oportunidad de encarar la
conquista más ambiciosa de todas: la del reino tarasco, cuyos habitantes también
eran personas de lagunas (la de Cuitzeo y la de Pátzcuaro, con límites que se
extendían incluso a la Laguna de Chapala).

Rumbo a Toluca

La excusa no pudo ser más oportuna: Tenochtitlan necesitaba ofrendar sangre


humana para que el disco de piedra que había mandado labrar —la conocida Piedra
de Sol— fuera del agrado de los dioses. Así que Axayácatl mandó a que sus aliados se
prepararan: chalcas, texcocanos, culhuacanos, tepanecas y otros se reunieron con el
tlatoani y, tras despedirse de los suyos, partieron a través de Chapultepec, para luego
encaminarse hacia las montañas de Cuajimalpa, atravesar el paraje boscoso que hoy
se conoce como La Marquesa y dirigirse hacia el suave valle de Tolocan (Toluca). Allí
fueron recibidos con mucha honra por los matlazincas, se dispusieron tiendas para
descansar (la de Axayácatl era de gran lujo) y se pasó lista a todos los que ya
reunidos en ese punto acompañarían aquella expedición: más de 24,000 guerreros
conformaban aquel ejército. Tal cantidad de personas, con sus banderas coloridas y
sus armas, parecía lo su cientemente imponente para conquistar a cualquiera que
se les opusiera.

En las tierras tarascas

El ejército traspasó con decisión el paraje que hoy es la Reserva de la Mariposa


Monarca, para tomar por sorpresa a sus enemigos. Debido a que conocían la zona, a
la vanguardia fueron enviados espías matlazincas para que miraran las condiciones
en que los esperaban en la población de Tlaximaloyan, hoy Ciudad Hidalgo. Los
espías, sin embargo, notaron que los tarascos parecían estar prevenidos ante su
avance, pues calcularon que el ejército defensor llegaba a los 40,000 guerreros.
Cuando le comentaron esta situación al tlatoani, éste consultó con sus capitanes lo
que se debía hacer. Uno de ellos lo amonestó: “No es de valientes mexicas acudir a la
batalla y no presentarla”. Axayácatl aceptó continuar, pues no admitiría el riesgo de
acabar con una bien labrada fama de belicosos y valientes. Esa noche los guerreros
se pintaron rostro y piernas para reconocerse durante la refriega.
Al alba, el sonido del caracol anunció el principio de la guerra. Desde lejos, los
tarascos gritaban: “¿Qué se les perdió en estas tierras, mexicas?” El encontronazo fue
terrible: sus enemigos no sólo los superaban en número, sino en conocimiento del
terreno y en capacidad de cambiar e cazmente con gente de refresco a los que se
cansaban. Aunque en principio los aliados de los mexicas consiguieron un avance
sobre los tarascos, al cabo de las horas se notó que comenzaban a morir de manera
alarmante. Axayácatl no cedió en su intención de conquista sino hasta que la
evidencia de la derrota fue irremediable. Con gran pesar en el corazón, dio media
vuelta y regresó a su tierra, dejando en el campo de batalla los cadáveres de miles de
sus guerreros y partidarios que daban fe del primer gran fracaso militar del imperio
azteca.

Festejos y lamentos
Los tarascos persiguieron por un trecho a los mexicas y luego decidieron regresar
con la buenas nuevas a su capital. Con gran presteza, quienes vigilaban la batalla
desde los cerros atravesaron los montes que los separaban del Lago de Cuitzeo,
donde las noticias fueron recibidas con gran júbilo. Después, estos mismos
mensajeros se encaminaron hacia el sur, con rumbo al bello Lago de Pátzcuaro. Allí,
en su capital Tzintzuntzan, el dirigente (es decir, el cazonci) y los otros nobles del
imperio celebraron su resistencia por todo lo alto, con bailes y sacri cios de
prisioneros.

No ocurrió lo mismo en Tenochtitlan, donde los pocos sobrevivientes fueron


recibidos con “atabales de tristeza”: Axayácatl escribió un doloroso poema por la
derrota mientras el anciano Tlacaelel usaba sus mejores palabras para consolar al
tlatoani. La Piedra de Sol hubo de ser nutrida, para su “inauguración”, con sangre de
prisioneros de otras naciones sometidas, conseguida mediante las Guerras Floridas.

A pesar de que otros nuevos tlatoanis emprendieron conquistas que los llevarían a
situar su dominio hasta Centroamérica, jamás pudieron vencer al valeroso pueblo
tarasco. Nunca sabremos si lo hubieran conseguido, pues la Conquista española dio
abrupto n a las interacciones de poder que se desarrollaban en Mesoamérica.

* Escritor de cción narrativa, y autor de los libros de cuentos Mi vida como payaso
salvaje (2007) y Postales de Nundá (2016) y de la novela La noche que asolaron Tokio
(2013).

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Autor:

DIEGO VELÁZQUEZ BETANCOURT*

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