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Paulo Freire, en su libro Pedagogía del oprimido, presenta, lo que podría ser,
un plan para la liberación del hombre en el que se critica el sistema tradicional
de la educación, es decir, la educación bancaria, y presenta una nueva
pedagogía donde los educadores y los educandos trabajan juntos para
desarrollar una visión crítica del mundo en que viven.
Freire observa los problemas a los que la sociedad se enfrentaba a fines de los
sesenta, y sugiere que el hombre es un “ser inconcluso”, y que la
deshumanización existente en el mundo “es distorsión de la vocación de SER
MÁS”. Esta distorsión conduce a los oprimidos a “luchar contra quien los
minimizó”; lucha que sólo tiene sentido cuando los oprimidos no se transforman
en opresores de sus opresores, “sino en restauradores de la humanidad de
ambos”. Esta restauración solamente puede venir de los oprimidos porque son
ellos los que entienden la necesidad de la liberación: “¿Quién mejor que los
oprimidos se encontrará preparado para entender el significado terrible de una
sociedad opresora?” pregunta Freire.
El autor resalta que esta lucha no tiene sentido si es solamente para cambiar
de lugar con los opresores: “lo importante es que la lucha de los oprimidos se
haga para superar la contradicción en que se encuentran; que esta superación
sea el surgimiento del hombre nuevo, no ya opresor, no ya oprimido sino
hombre liberándose”.
Freire escribe que los hombres “son seres del quehacer” y “que su hacer es
acción y reflexión”. Este quehacer de los hombres no puede prosperar en el
sistema tradicional educativo.