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Estudios sociales e históricos – I

Martínez Lascano Catalina 20-003-0990


Plaza Rosas Luis Mario 20-003-0989
Grupo 315

La caída gloriosa de los mexicas

En el principio se reunieron los dioses para dictaminar el destino del hombre. Una vez
que Huitzilopochtli había dado a los hombres la profecía de fundar la Gran Tenochtitlan
y ver al águila posada sobre un nopal devorando una serpiente, y cuando se
establecieran como un majestuoso y poderoso pueblo, vendría el fin.

En esta reunión estuvo presente Ocelotl, el jaguar que representaba al poder y la


valentía de los guerreros junto a Mictlantepocatl, la diosa de la muerte en batalla.
Mientras discutían el final del gran pueblo mexica, cada uno exponía cuál sería la forma
más honorable en que sus días llegaran a su ocaso.

Ocelotl, después de lanzar un fuerte rugido, exclamó:

- Siendo mis hijos guerreros, a los cuales he dotado desde el principio de los días
de valor y poder, no podría permitir que mueran humillados ante sus enemigos.

Mictlantepocatl, escuchando atentamente el rugido del jaguar, le respondió:

- Con gran verdad has hablado y ni yo, ni ninguno de los demás dioses podríamos
permitir que estos, nuestros valerosos combatientes, tuvieran ese fin.

Diciendo esto, estiró su mano y del humo que emanaba del copal, se formó una
silueta con forma de hombre, al cual, tomándolo del cabello, lo meció de atrás hacia
adelante marcando el camino que éste debía seguir.

De nuevo, el viejo jaguar frunció vehementemente su bigotes de un lado a otro y


dijo:
-Su destino trágico e inexorable es este -rugió con la fiereza de su especie-: Se
enfrentarán a un ejército poderoso de hombres barbados cubiertos de una coraza casi
impenetrable, venidos de lugares extraños y lejanos, quienes hablan en una lengua
desconocida. Ellos vendrán cruzando los mares embravecidos sobre árboles
manipulados, arrastrados por el viento. Una de los nuestros se unirá a los enemigos y
será el puente entre aquellos y nosotros. Los enemigos que habitan las tierras
tlaxcaltecas fraguarán la traición de estos mis grandes guerreros y la ciudad que un día
estuvo vestida de gloria y poder, será cubierta de sangre, cuerpos y piedras.

Mictlantepocatl, al escuchar el veredicto de Ocelotl, derramó una lagrima de


sangre por tan valientes guerreros; no obstante, no podía permitir que estos cayeran así
de fácil antes las manos de tan cobardes enemigos. Así que lanzó un estruendoso grito
que sacudió la tierra, el cielo y los mares para decir lo siguiente:

- Aunque su final es inevitable, los revestiré de gloria y majestad y sus cuerpos y


sus espíritus serán conducidos al lugar en que los hombres se hacen dioses:
Teotihuacan será su lugar de reposo. Ahí, yo misma los recibiré en comunión
con los demás dioses que ahí habitamos, y celebraremos su muerte,
consolaremos su dolor y enjugaremos su agonía. Así, cada año, el señor Sol
descenderá para conmemorar y recordar que estos valientes guerreros lucharon
hasta el final por salvaguardar la tierra prometida por Huitzilopochtli.

Y acordando esto, el jaguar y la diosa de la muerte guerrera, azotaron de


extremo a extremo la figura formada por el humo, y todos los animales de la tierra
lanzaron fuertes alaridos porque entendieron el funesto destino de los habitantes de tan
preciosas tierras.

Al mismo tiempo, las huestes que acompañaban a los dioses desde el principio
de los tiempos, hicieron resonar con júbilo sus instrumentos glorificando así la caída
futura de sus hermanos. Y los dioses, puestos en pie, honraron el destino de su creación.

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