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En el principio se reunieron los dioses para dictaminar el destino del hombre. Una vez
que Huitzilopochtli había dado a los hombres la profecía de fundar la Gran Tenochtitlan
y ver al águila posada sobre un nopal devorando una serpiente, y cuando se
establecieran como un majestuoso y poderoso pueblo, vendría el fin.
- Siendo mis hijos guerreros, a los cuales he dotado desde el principio de los días
de valor y poder, no podría permitir que mueran humillados ante sus enemigos.
- Con gran verdad has hablado y ni yo, ni ninguno de los demás dioses podríamos
permitir que estos, nuestros valerosos combatientes, tuvieran ese fin.
Diciendo esto, estiró su mano y del humo que emanaba del copal, se formó una
silueta con forma de hombre, al cual, tomándolo del cabello, lo meció de atrás hacia
adelante marcando el camino que éste debía seguir.
Al mismo tiempo, las huestes que acompañaban a los dioses desde el principio
de los tiempos, hicieron resonar con júbilo sus instrumentos glorificando así la caída
futura de sus hermanos. Y los dioses, puestos en pie, honraron el destino de su creación.