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Territorio, Estado, capital

federal, educación, laicidad: la


extensa obra de Roca que sus
detractores desconocen
Las iniciativas antirroquistas que periódicamente vuelven a la
escena pública revelan, además de falta de patriotismo, una
gran ignorancia histórica. También son peligrosas porque
ofrecen flancos débiles a toda iniciativa de fragmentación

PorClaudia Peiró
27 Jul, 2023
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Julio Argentino Roca (Enrique Breccia)


No se cansan algunos políticos argentinos de intentar desmerecer a
sus antecesores -en vez de estudiarlos y tratar de emularlos- y de
hacerle el juego a los que ponen en entredicho la legitimidad del
Estado argentino que ellos deben administrar y representar. Todo
vale a la hora de la demagogia. Uno de los principales blancos de
esta manía poco patriótica es el dos veces presidente de la
Argentina Julio Argentino Roca.

La última iniciativa en curso es la relocalización del monumento


ecuestre que lo recuerda en el centro cívico de Bariloche, con el
argumento de que “los pueblos originarios se sienten afectados por
la presencia de Roca”...

Te puede interesar: El traslado del monumento en Bariloche es otra


inexcusable promoción del antirroquismo por el Estado y las ong
de DDHH

Por eso es oportuno recordar la trayectoria extensa, multifacética


y prolífica de este general y estadista que le dejó al país un legado
esencial que hoy se pretende desconocer. A modo de ayuda
memoria para aquellos que, a su paso por la administración, sólo
dejan un rastro de deconstrucción.

vandalizada
La estatua ecuestre de Roca en Bariloche, constantemente
En el momento en que Julio Argentino Roca, destacado militar de
profesión, inició su actuación civil -en enero de 1878, cuando el
presidente Nicolás Avellaneda lo nombró Ministro de Guerra y
Marina en reemplazo del fallecido Adolfo Alsina– en la Argentina
había dos grandes problemas irresueltos, obstáculos a la
consolidación nacional y al desarrollo del país: la frontera móvil e
insegura y el llamado “problema de la Capital”.

Menos de tres años después, el 12 de octubre de 1880, el general


Roca asumía por primera vez la presidencia en un país cuyo
Estado nacional había extendido su control a un territorio que
representa un tercio del total de la actual superficie continental
argentina; la Capital había sido federalizada y pertenecía a todos
los argentinos y la corriente porteña que deseaba prevalecer sobre el
resto del país y usufructuar rentas que debían ser de todos había
sido doblegada.

Como se verá, fue la resolución del primer problema la que le


dio a Roca la proyección nacional, la autoridad y las
herramientas necesarias para resolver el segundo.

En abril de 1878, a sólo tres meses de haber sido nombrado


ministro de Guerra por Avellaneda, Roca inicia la campaña del
desierto con 6000 soldados, abandonando la táctica militar estática
de Alsina. En poco tiempo está concluida.
Soldado de frontera
"La solución de este problema que parecía insoluble y a cuya
prolongación indefinida se hallaban resignados la mayor parte de
los hombres públicos de entonces, significó para el joven general
que la había concebido y ejecutado un título de gloria que lo
equiparaba a las primeras figuras de la República", escribe Ernesto
Palacio en Historia de la Argentina 1515-1938 (Ediciones Alpe,
1954). "Se comparaba su actuación -agrega Palacio- con la de los
gobiernos anteriores, especialmente infortunadas en su política con
los indios, lo que había envalentonado a éstos, haciéndolos cada vez
más insolentes y agresivos".

En 1872 había tenido lugar una gran invasión del cacique


Calfucurá, que se consideraba chileno, y luego una ofensiva de uno
de sus hijos, Namuncurá. El botín de esas incursiones y malones era
contrabandeado a través de la frontera, donde estaba siempre latente
el conflicto territorial con el país vecino.

La campaña al desierto no tuvo por resultado únicamente el poner


fin a la inseguridad: fueron liberados centenares de cautivos y
desmovilizado el grueso de los efectivos necesarios para el
cuidado de la frontera -lo que además puso fin al infortunio del
gaucho en los fortines que tan bien describe José Hernández en
el Martín Fierro- y fueron incorporadas veinte mil leguas
cuadradas de tierras gracias a la consolidación de las fronteras
patagónicas.
Un fortín en la pampa
Oriundo de Tucumán, hijo de un coronel que había combatido en la
Independencia, educado en el Colegio de Concepción del
Uruguay, creado por Urquiza, el joven Roca luchó junto a él en
Cepeda y Pavón.

Participó luego en la Guerra de la Triple Alianza contra el


Paraguay; guerra en la que murieron su padre y dos de sus
hermanos, y de la que él regresó con rango de coronel. Luego, como
miembro del ejército nacional, combatió contra los últimos
caudillos.

Durante la Revolución de 1874 venció al general rebelde José


Miguel Arredondo, que respondía a Mitre.

"Un hilo conductor no desdeñable se ve con claridad: Roca aparece


siempre del lado del poder nacional", dicen Carlos Floria y César
García Belsunce en Historia de los argentinos (Larousse, 1995),
como anticipando lo que sería su destino.

Julio A. Roca
El ejército en el cual se ha formado se perfila cada vez más
como un instrumento de nacionalización, como la herramienta de
la lucha del interior por limitar la supremacía de la capital y
nacionalizar los recursos del puerto. Y Roca será el referente de
esas aspiraciones.

A su alrededor se irán nucleando intelectuales y políticos de


diferentes orígenes: los hombres del Paraná, es decir, los que se
habían alineado con la Confederación Argentina cuando Buenos
Aires se separó del resto del país, y la que será llamada Generación
del 80.

Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, José Hernández, el autor del


Martín Fierro, y su hermano Rafael, Carlos Guido y Spano, Lucio
Mansilla, etcétera. Todos ellos fueron "roquistas". Incluso un
joven Hipólito Yrigoyen se alineó con Roca en aquel último
episodio de la resistencia porteña.

José Hernández
Apoyos
Carlos Guido
de Roca
y Spano,
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Lucio
el 80:
Dardo
V.Mansilla
(arriba,
Rocha;
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(abajo)
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Carlos Pellegrini,
Yrigoyen,
Hasta la llegada de Roca al poder, en 1880, los presidentes
argentinos eran tratados por los porteños como huéspedes en
Buenos Aires; eran intrusos. A Sarmiento le pusieron palos en la
rueda; a Avellaneda no cesaban de humillarlo. Hacia el fin del
mandato de este último, Bartolomé Mitre se preparaba para
controlar la sucesión, elegir el candidato y preservar así los
privilegios de Buenos Aires, para lo cual ya había separado a la
provincia del resto del país luego de promulgada la Constitución.

Pero surge entonces el tremendo obstáculo de la proyección


nacional adquirida por el joven general Roca y la voluntad de
muchas provincias de respaldar su candidatura.

Cuando el mitrismo percibe la dimensión del peligro, entra en


pánico y no duda en apelar a todos los recursos contra el presidente
en ejercicio, Avellaneda, y su candidato, Roca: difamación, boicot,
amenazas, amedrentamiento; todo mientras se arma
ostensiblemente, dispuesto a defender con violencia sus
privilegios.

Junto con la candidatura de Roca viene el proyecto de


federalización de Buenos Aires, teorizado por Alberdi, promovido
por Avellaneda y encarnado por el jefe de la campaña del desierto,
puesto que es una de las principales aspiraciones de las provincias
que lo respaldan.
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Congreso la de
Ley de los
Avellaneda
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de todo de Roca,
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Los detalles de esos delirantes meses del año 80, desde la definición
de las candidaturas hasta el triunfo de Roca, previa federalización
de Buenos Aires, están relatados de un modo apasionante por Jorge
Abelardo Ramos en Del patriciado a la oligarquía (tomo II
de Revolución y contrarrevolución en la Argentina); y publicamos
algunos extractos en: La feroz lucha que debió librar Roca en
1880 para asumir la presidencia

Contra la imagen que se nos transmite, el año 1880 no fue una


sucesión tranquila entre miembros de una elite homogénea y
unida en torno a los mismos intereses. Esa es una visión deformada
por una historia oficial de impronta mitrista que ha querido borrar la
triste actuación de Bartolomé Mitre en esa coyuntura. La realidad es
que hubo un enfrentamiento de sectores que encarnaban intereses
distintos; unos eran la parte, la facción, y otros representaban el
todo. Y eso es lo que encarnaba Roca. Para hacer respetar la
voluntad del Congreso de federalizar Buenos Aires y la voluntad de
las provincias que lo habían elegido presidente, Roca tuvo que
entrar a sangre y fuego a una capital en pie de guerra.

En síntesis, frente a la victoria de Roca en las presidenciales -con el


apoyo de todo el interior, excepto Corrientes-, el partido porteño
optó por desconocer el resultado y levantarse en armas. Roca
aplastó esa rebelión. Fue la última. Los combates, en Barracas,
Puente Alsina y Plaza Constitución, dejaron 3.000 muertos. Pero
Buenos Aires fue por fin declarada distrito federal y capital de
todos los argentinos.
Esa decisión, impuesta a la ciudad rebelde por todo el país,
fortaleció al Estado y eliminó un factor que estaba en la base de
las tendencias centrífugas que ya se habían manifestado
fuertemente en los años previos.

El todo fue superior a las partes y la unidad nacional se vio


fortalecida. Fue obra de la generación del 80. Y en particular de
Roca, el hombre que hizo efectiva la autoridad del Estado sobre
todo el territorio nacional; elemento indispensable en la
construcción de la Nación.

En 2014, al cumplirse 25 años de la publicación del ya clásico Soy


Roca, de Félix Luna, una biografía en primera persona que pronto
se volvió bestseller, su hija, Felicitas Luna, recordó que el libro fue
escrito en 1989, año de la crisis final del gobierno de Alfonsín, un
momento de incertidumbre y de necesaria reflexión, en el cual
despertaba interés la figura de Roca como constructor. Era un
momento iniciático en cierto modo, la democracia llevaba poco
tiempo de recuperada. Todo estaba por hacerse.

El tiempo ha pasado, la democracia está consolidada, pero el país


sigue sin rumbo claro y una concertación en torno a consensos
básicos entre todos los argentinos parece muy difícil de alcanzar.
No estaría de más que los aspirantes a dirigir el país se inspiraran
en la actuación de Roca en aquel momento fundante del Estado
nacional.
Volviendo a la coyuntura del 80, hay otras lecciones que
sacar. Domingo Faustino Sarmiento, por ejemplo, no respaldó la
candidatura de Roca y en el conflicto con Mitre intentó permanecer
“neutral” con la esperanza de poder terciar en la discordia y
convertirse en el candidato del consenso. Roca no tenía la mejor
opinión de él; sin embargo, ya como presidente, lo convocó, lo
nombró Superintendente de Escuelas y promovió su proyecto de
ley de educación pública. Las ideas educativas de Sarmiento
conocieron su mayor concreción durante la presidencia de
Roca: creación del Consejo Nacional de Educación, convocatoria al
Primer Congreso Pedagógico, promulgación de la Ley 1420 de
Educación Común (escuela primaria obligatoria, gratuita y laica) y
creación de 600 escuelas. Una política que consolidó la identidad de
los argentinos y favoreció la asimilación de los inmigrantes.

Roca es un blanco curioso para una corriente iconoclasta que se


pretende nacionalista y antiimperialista pero ataca al constructor del
moderno Estado nacional argentino. Ni hablar de la fiebre laicista
que ha prendido en estos mismos sectores –antirroquistas en
nombre de la entelequia de una “nación originaria”– que
parecen ignorar que la laicización del Estado argentino, es decir, su
modernización, también fue obra de Roca. Bajo su presidencia se
promulgó la Ley de Registro Civil.
El cacique Pincén
A ello se suma la Ley de Moneda Nacional (que permitió tener un
sistema unificado de moneda hasta entonces inexistente), la
fundación de la capital bonaerense y la creación del municipio de la
Capital con Intendente y Concejo Deliberante y la creación de los
Territorios Nacionales de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chaco y
Formosa, que más tarde serían provincias. Más importante aún -y
vinculado a la campaña del desierto- la firma del Tratado de
Límites con Chile, en 1881, que consagraba el dominio argentino
sobre la Patagonia y da origen a los territorios de Chubut, Santa
Cruz y Tierra del Fuego.

La furibunda campaña antirroquista de los últimos años, ha


reducido la obra de Julio Argentino Roca, dos veces presidente de
la Argentina (1880-1886 y 1898-1904), a la Conquista del Desierto,
anacrónicamente presentada como un genocidio, a la vez que otras
políticas y realizaciones de su gestión son ensalzadas sin mencionar
su autoría: la federalización de Buenos Aires, la derrota del
porteñismo, la educación pública, e incluso la laicización del
Estado que hoy tantos progresistas invocan como si no existiera
ya.

Roca lo hizo, hace más de un siglo.

[Las acuarelas que ilustran esta nota son obra de Enrique


Breccia]

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