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Como proceso fuertemente vinculado al territorio, la globalización afecta a la

dinámica económica y productiva, a las decisiones de inversión y localización de los


actores económicos, y a los factores de atracción de cada territorio.
Los cambios en las estrategias de inserción internacional de los estados
nacionales producto de la globalización han determinado la apertura hacia la
participación efectiva de los gobiernos subnacionales en el escenario internacional,
que iniciaron el proceso de desarrollo de políticas públicas tendientes a crear o
fortalecer la vinculación nacional e internacional de los territorios a fin de aprovechar
un nuevo contexto signado por la internacionalización de la economía, la
interdependencia y la revolución científica tecnológica.
Como lo dispone el artículo 124 de la Constitución Nacional, las instancias de
gobierno subnacionales está habilitadas a “celebrar convenios internacionales en
tanto no sean incompatibles con la política exterior de la Nación y no afecten las
facultades delegadas al Gobierno Federal o el crédito público de la Nación; con
conocimiento del Congreso Nacional”, constituyéndose así en el marco que faculta a
los actores subnacionales a realizar su propia gestión internacional.
Esta revalorización de lo local no va en desmedro de las potestades del
Estado nacional, sino que debe abordarse como una reformulación de la relación entre
los distintos niveles de jurisdicción gubernamentales. En este sentido, la escala
subnacional o local ve aumentadas sus capacidades y funciones en tanto desarrolla
estrategias propias de gestión e inserción internacional, buscando adaptarse a los
requerimientos de un nuevo orden global.
En el plano instrumental, este nuevo estado de cosas exige profundas
transformaciones en la normativa sobre las relaciones entre gobiernos nacionales,
subnacionales, sociedad civil y sector privado, y la paradiplomacia es la herramienta
de la que pueden servirse los gobiernos subnacionales para la implementación de sus
estrategias y acciones.
En tal sentido, la paradiplomacia puede abordarse desde dos enfoques
complementarios y sinérgicos para potenciar a los gobiernos subnacionales.
Por una parte, desde la perspectiva del Desarrollo Territorial, como parte del
proceso de adaptación de los sistemas subnacionales al nuevo escenario, y con el
concepto de g-localización como indicador del movimiento desde y hacia lo global y lo
local, las autoridades subnacionales operan como agentes activos en la búsqueda de
oportunidades para sus territorios y sus comunidades, abandonando el rol pasivo de
espera de los resultados de las políticas nacionales en materia de comercio exterior.
Por otra parte, desde el desde la perspectiva de integración regional, aparece
el Mercosur como la primera asociación; y si bien el Mercosur es muy importante, en
el proceso que se plantea es un espacio más entre tantos que tienen los gobiernos
subnacionales en general y las ciudades en particular para desplegarse.
Estos son los primeros indicios que nos permiten intuir una paradiplomacia
que va mucho más allá de la pura dimensión económico-comercial, y que amplían su
alcance haciendo foco en la identificación y promoción de las ventajas comparativas
de cada espacio subnacional como activos estratégicos para potenciar los valores
culturales, y los negocios turísticos y comerciales.
De este modo, lejos de ser percibida como una amenaza a los mecanismos
tradicionales de diplomacia de los Estados, la paradiplomacia viene a contribuir a la
disminución del riesgo potencial producto de la crisis de representatividad global por
inexistencia de espacios institucionalizados y legitimados para el tratamiento de estos
temas.
Y entonces aparecen nuevos conceptos, ligados a éste enfoque ampliado de
la cooperación internacional y el desarrollo local, tales como la Economía Naranja, o la
Economía Verde y, en particular los empleos verdes, todos ellos ejemplos de cómo la
paradiplomacia puede convertirse en una herramienta central en las acciones de
cooperación internacional subnacional.
En el caso de la Economía Naranja, entendida como el conjunto de
actividades que de manera encadenada permiten que las ideas se transformen en
bienes y servicios culturales, y cuyo valor está determinado por su contenido de
propiedad intelectual; su potencial es ilimitado en una Provincia que, como la nuestra,
ofrece en su vastedad y diversidad las más variadas expresiones y tradiciones, al
tiempo que su entramado interinstitucional define al emprendedorismo y la innovación
que siempre ha caracterizado a los bonaerenses.
De esto dan cuenta los datos del Sistema de Información Cultural Argentino
(SINCA) cuando mencionan que las industrias creativas representan más del 3% del
PBI de nuestro país, y acciones de gobierno tales como el reciente lanzamiento del
Fondo Especial Municipal para la Reactivación Cultural y Turística, una iniciativa
implementada a través del Ministerio de Producción, Ciencia y Tecnología provincial,
del orden de los trescientos millones de pesos en aportes no reintegrables, y pensada
inicialmente para paliar los efectos de la pandemia sobre el tejido cultural y turístico
provincial, pero que sin dudas será el eje alrededor del cual se articularán políticas
públicas post-pandemia en la materia.
Por su parte, la economía verde como concepto macro, y el empleo verde
como factor de inclusión hacia una transición justa al interior de una estrategia de
desarrollo sostenible, tienen su correlato a nivel internacional con la definición por
parte de la Unión Europea de la economía verde y su iniciativa del Pacto Verde como
uno de los principales ejes sobre los cuales se planificará la cooperación entre la
Unión Europea y nuestro país en el período 2021-2017.
Un panorama pleno de oportunidades para el desarrollo, pero también para las
mejoras en la gobernanza, en tanto que sólo el 7% de los empleos formales
corresponden a empleos verdes en nuestro país, y de ese total sólo el 13%, esto es
menos del 1% del total, corresponde a mujeres.
En términos de agenda al interior de la cual diseñar las políticas subnacionales
para el desarrollo y la cooperación internacional, resulta insoslayable la mención de la
Agenda 2030 de las Naciones Unidas, y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS).
En éste sentido, la Agenda 2030 supone un cambio de paradigma en la
cooperación internacional, basado en el multilateralismo, en la disminución de las
asimetrías y en el aseguramiento de la participación efectiva de todos los países en los
programas de cooperación para el desarrollo.
Y nuevamente, multilateralismo, cooperación Sur-Sur y cooperación triangular
pasan a formar parte de un lenguaje que los gobiernos subnacionales deben
incorporar, apropiándose en el proceso de un rol activo para afrontar los significativos
impactos de la actual pandemia en términos de deterioro del comercio internacional y
la inversión extranjera directa, de un menor dinamismo de la economía mundial y de
un aumento global de la incertidumbre respecto al futuro, que conviven con una
revolución tecnológica sin precedentes como uno de los principales motores de la
recuperación hacia los escenarios posibles, factibles y deseables en una Nueva
Normalidad.
Sabemos que, a escala global, la crisis del COVID-19 pone en riesgo el logro
de las metas previstas en la Agenda 2030 y los 17 ODS, y el correlato en los hechos
en países como el nuestro y como lo son la gran mayoría de los de Latinoamérica
implica mayores dificultades en el acceso a fuentes de financiamiento tradicionales
tales como la asistencia oficial al desarrollo (AOD), y la agudización de brechas
estructurales no reflejadas por los tradicionales indicadores de crecimiento,
Y aquí el rol de los gobiernos subnacionales adquiere una relevancia
sustancial para el aporte a las economías nacionales de la región, a fin de contribuir a
escapar a a lo que la CEPAL denomina la “trampa del ingreso medio” en la cual caen
aquellos países categorizados como Países de Ingreso Medio (PIM) que, habiendo
alcanzado su frontera tecnológica no pueden competir globalmente debido a los bajos
salarios y, al mismo tiempo, tampoco han podido desarrollar mayores niveles de
innovación, cambio tecnológico y producción de bienes y servicios intensivos en
conocimiento.
Todo lo anterior en un contexto global en el que, previo a la pandemia,
América Latina y el Caribe registraba siete años de lento crecimiento con tasas
crecientes de pobreza, pobreza extrema y desigualdad, espacio limitado para una
política fiscal activa y conflictos sociales crecientes, y en el que las estimaciones
prevén que los efectos de la pandemia generarán la recesión más grande que ha
sufrido la región desde 1914 y 1930, con un crecimiento proyectado de -5,3%, un
significativo deterioro de los indicadores laborales en 2020 que generaría casi 12
millones más de desempleados en la región y un aumento de casi 30 millones de
pobres.
Así, un proceso inverso a la globalización que lleva un tiempo gestándose,
encuentra en esta crisis sanitaria un punto de inflexión, y jaquea la integralidad de la
Agenda 2030 poniendo en riesgo los avances en la concreción de ODS.
Como consecuencia se configura el nuevo escenario del comercio
internacional en la etapa post Covid-19, un entorno que los analistas internacionales
identifican como compuesto principalmente de volatilidad, incertidumbre, complejidad,
ambigüedad, y poco favorable a la internacionalización.
Y entonces los países, las regiones, y las comunidades reaccionan, como lo
han hecho tantas veces en el ciclo continuo de crisis, cambio y adaptación que
suponen la historia y la evolución social.
Y en nuestro país, los sistemas de salud, científicos y de innovación de
articulan y coordinan con un grado de eficiencia tan significativo, que nos permite no
sólo cuidar a nuestra población, sino también ver en esa conjunción un ejemplo
paradigmático de lo que el entramado institucional puede lograr si se lo proyecta hacia
el desarrollo con equidad.
En materia de comercio internacional se ponen en movimiento iniciativas como
el Consejo Público Privado para la Promoción de las Exportaciones, y el Consejo
Agroindustrial Argentino.
El primero, una iniciativa de nuestra Cancillería que integra a ambos sectores
en los objetivos de elaborar estrategias para el crecimiento del sector exportador
nacional, colaborar en la Identificación de mercados claves, asistir en la definición de
la oferta exportable, y desarrollar el diseño de programas, objetivos y metas de
exportación.
El segundo, basado en las ventajas competitivas del sector en nuestro país,
está conformado por más de cincuenta entidades de la Cadena Agroindustrial que
plantean, a partir de la Estrategia de Reactivación Agroindustrial Exportadora,
Inclusiva y Federal, una serie medidas legislativas y acciones del Poder Ejecutivo
nacional y de los Gobiernos Provinciales y Municipales que permitirían, hacia 2030, un
incremento de casi 15 mil millones de dólares en exportaciones anuales y 500 mil
nuevos puestos de trabajo en las diferentes cadenas de valor globales de la
agroindustria.
La provincia de Buenos Aires ha sido históricamente el principal espacio de
despliegue de las políticas y acciones en materia agropecuaria, industrial y, más
recientemente, en nuevos saberes ligadas a la economía del conocimiento y las
tecnologías de la información.
Una revisión de los indicadores de comercio exterior de la última década
evidencia su histórica posición de liderazgo en materia de exportaciones provinciales
en relación al total país, con porcentajes que oscilan en el rango del 32 al 35% por
ciento, guarismo que se repite como una constante en numerosos indicadores
socioeconómicos.
Al interior de ese indicador y como socio estratégico del Mercosur, cabe
resaltar el rol preponderante de Brasil, destino de esas exportaciones de entre el 32 y
el 48 por ciento de las exportaciones totales bonaerenses durante 2019.
Sin embargo, y no obstante algunas breves, poco fructíferas e inconstantes
iniciativas en materia de relacionamiento internacional, se verifica la paradoja de que
nuestra Provincia –a diferencia de otras tales como Córdoba. Corrientes, Entre Ríos,
Mendoza, Jujuy, Río Negro y San Juan- no cuenta con un área en materia de
Cooperación Internacional que aglutine su oferta productiva, cultural, turística y de
innovación.
Una agencia de gobierno provincial que tenga a su cargo tanto las acciones de
promoción de oferta exportable, la capacitación y asesoramiento a productores y
empresarios PyMe en materia de comercio exterior, la promoción de generación de
valor agregado, de estrategias asociativas, de políticas de calidad en materia de
producción de bienes y servicios para la exportación; y que a ello sume la promoción
de las industrias cultural y turística en una integración virtuosa de competencias que
se sinergizan en una estrategia subnacional para el desarrollo.
La sanción, en el año 2019, de la Ley provincial 15164, permitió la creación del
Ministerio de Producción, Ciencia e Innovación tecnológica como una dependencia del
Poder Ejecutivo en la que se subsumen las temáticas antes mencionadas. Ello así
dado que entre las competencias a su cargo se incluyen las de proponer estrategias e
instrumentos tendientes a fomentar las inversiones extranjeras en la Provincia
identificando oportunidades y necesidades de inversión externa en articulación con los
organismos nacionales, provinciales y municipales; la promoción de la imagen de la
Provincia de Buenos Aires en el exterior; la implementación de políticas programas,
acciones, proyectos y actividades, de injerencia regional y municipal en materia de
Industrias Creativas e Innovación Cultural; la determinación de la política turística
como generadora de desarrollo productivo local y regional a partir del fomento y el
cuidado de los recursos y atractivos a través de una política sustentable, la
planificación y gestión de proyectos tendientes al desarrollo de la oferta turística
provincial promoviendo el desarrollo de un turismo de calidad y fomentando la
conservación, protección y aprovechamiento de los recursos, atractivos, destinos y
servicios turísticos naturales y culturales de la Provincia.
De todo lo expuesto surge como una primera reflexión la necesidad de
entender a la cooperación internacional como el camino hacia un modelo de desarrollo
sostenible a través de una mayor integración, potenciando los esfuerzos de todos los
actores y sectores para la gestión efectiva de las políticas públicas en el territorio.
Tengo la convicción de que ésta crisis nos llama a un nuevo pacto social
global, donde la sostenibilidad de nuestros sistemas sociales, ambientales y
económicos debe ser la guía para un desarrollo con inclusión, y donde el cuidado del
otro debe ser la base fundamental de una región con mayor equidad y justicia social.
Y quienes tenemos la responsabilidad pública de representar al pueblo de la
Provincia, vemos día a día que mucho del progreso en sostenibilidad lo están logrando
los gobiernos locales y municipales, esos mismos gobiernos locales que se pusieron al
hombro la crisis del COVID-19, y que son la primera línea de batalla para la
gobernabilidad de la paz social.
La iniciativa que se presenta a través del presente proyecto, pretende dotar a
la provincia de Buenos Aires de un instrumento que permita su posicionamiento
efectivo en el nuevo escenario de la cooperación internacional, el cual demanda
acciones integrales e transversales, y pone en valor a escala global la dotación de
recursos económicos, culturales y turísticos, y las capacidades individuales y sociales
que requiere el nuevo orden mundial en materia de relacionamiento internacional.
“Nadie se salva solo”, ha sido el mensaje de nuestro Presidente ante las
Naciones Unidas, y es el llamado a la reflexión y la acción de los más destacados
líderes globales en el campo político, social académico y productivo, que tienen en la
figura de nuestro Papa Francisco una referencia a la hora de pensar y ejecutar el
cuidado de nuestra casa común.

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