Está en la página 1de 12

Para una buena confesión

“Hace mucho que no me confieso”

“Nunca consigo pensar en muchas cosas para contar”

“Parece que digo siempre las mismas cosas”

“Realmente no me siento mejor después de confesarme”

“Confesar se convirtió en una rutina”

“Me gustaría encontrar un modo de hacer una buena confesión”

Muchos de nosotros estamos insatisfechos con la confesión. Y no sería la solución darle otro nombre
al sacramento, o confesarse como antes o del modo moderno, en el confesionario o frente a frente.

Un gran obstáculo está en como examinamos nuestra conciencia. Muchas veces no somos capaces
en encontrar nada digno para ser confesado; otras, confesamos siempre los mismos errores. La raíz
del problema es pensar que debemos examinar solos nuestra conciencia, en lugar de pedir la ayuda
de Nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo.

Nosotros realmente no nos conocemos muy bien. Todos tenemos un punto obscuro que no
comprendemos. Somos olvidadizos, negligentes. Pero Nuestro Señor Jesús conoce a cada uno de
nosotros por completo. Él nos ama, así como somos: no como podríamos ser o como seremos un
día, pero como somos ahora.

Si intentamos examinar solos nuestra conciencia, corremos el riesgo de ver las cosas solamente a
través de nuestro punto de vista. Subestimamos nuestros errores y debilidades y hasta ignoramos
totalmente algunos de ellos. También podemos quedarnos molestos y cansados viendo los mismos
hábitos negativos aún presentes en nuestra vida después de todas nuestras decisiones de dejarlos.
Es grande la tentación de renunciar. Podemos llegar también al otro extremo. Porque estamos
apenas deslizando por la superficie, podemos ironizar diciendo que no somos tan malos, al final de
cuentas. Así nos volvemos complacientes y satisfechos con nuestra forma de ser y actuar.

Ciertamente, es sensato examinar nuestra conciencia siempre en la presencia de Nuestro Señor y


bajo su dirección.

Hacerlo por nuestra propia cuenta nos lleva a una confesión decepcionante por otro motivo:
contamos los síntomas en vez de los pecados. Si sentimos fiebre, si tenemos una erupción en la piel
y en la garganta, esperamos que el médico haga un diagnóstico sobre lo que está causando estos
síntomas y trate la enfermedad que está por detrás de los síntomas. Nosotros vemos apenas los
síntomas. Confesamos como pecados lo que son, en realidad, los síntomas de un alma
profundamente enferma: actitudes constantes de interés propio que nos tienen aprisionados a
hábitos egoístas o en una debilidad persistente.
Debemos pedir a Jesús que desenmascare estas actitudes negativas que reposan en la raíz de
nuestros pecados-síntomas. Es eso lo que debemos colocar delante del Señor y del Espíritu Santo en
la confesión.

Un sabio decía: “Tú nunca conseguirás las respuestas correctas si estás haciendo las preguntas
equivocadas”. ¿Cómo puedes hacer las preguntas correctas solo? Pero, cuando abres los ojos de tu
mente a Jesús presente en ti, y te pones bajo sus cuidados y bajo su dirección, Él examinará tu
conciencia junto contigo. Él y el Espíritu Santo te conducirán a las preguntas y a las respuestas
correctas.

El Señor esté con vosotros.

En la Presencia del Señor

Jesús está contigo.

En silencio, concéntrese en sí mismo.

Concientícese de la presencia de Jesús.

Centralice tu atención y tu amor en Él.

Que no te importen los ruidos externos, sentimientos o pensamientos;

Continúa yendo con la dirección de Jesús.

Tu atención puede decaer, pero tu amor por Él permanece.

Deje que tu mente se sintonice con la mente de Jesús.

No te apures, quédese tranquilo y en silencio en Su compañía.

Después rece el Salmo 139 (138) – Tranquilamente, reflexionando sobre lo que estás diciendo:

Señor, tú me examinas y me conoces,


2 sabes si me siento o me levanto, tú conoces de lejos lo que pienso.
3Ya esté caminando o en la cama me escudriñas, eres testigo de todos mis
pasos.
4 Aún no está en mi lengua la palabra cuando ya tú, Señor, la conoces entera.
5 Me aprietas por detrás y por delante y colocas tu mano sobre mí.
6 Me supera ese prodigio de saber, son alturas que no puedo alcanzar.
7 ¿A dónde iré lejos de tu espíritu, a dónde huiré lejos de tu rostro?
8Si escalo los cielos, tú allí estás, si me acuesto entre los muertos, allí también
estás.
9 Si le pido las alas a la aurora para irme a la otra orilla del mar,
10 también allá tu mano me conduce y me tiene tomado tu derecha.
11Sí digo entonces: '¡Que me oculten, al menos, las tinieblas y la luz se haga
noche sobre mí!'
12 Mas para ti ni son oscuras las tinieblas y la noche es luminosa como el día.
13 Pues eres tú quien formó mis riñones, quien me tejió en el seno de mi madre.
14Te doy gracias por tantas maravillas, admirables son tus obras y mi alma bien
lo sabe.
15Mis huesos no te estaban ocultos cuando yo era formado en el secreto, o
bordado en lo profundo de la tierra.
16Tus ojos veían todos mis días, todos ya estaban escritos en tu libro y
contados antes que existiera uno de ellos.
17¡Tus pensamientos, Dios, cuanto me superan, qué impresionante es su
conjunto!
18¿Pormenorizarlos? Son más que las arenas, nunca terminaré de estar
contigo.
19 ¡Ojalá, oh Dios, mataras al malvado y se alejaran de mí los sanguinarios;'
20 arman maquinaciones en tu contra y no toman en cuenta tus declaraciones!
21 Señor, ¿no debo odiar a los que te odian y estar hastiado de los que te atacan?
22 Con un odio perfecto yo los odio y para mí también son enemigos.
23 Examíname, oh Dios, mira mi corazón, ponme a prueba y conoce mi
inquietud;'
24 fíjate si es que voy por mal camino y condúceme por la antigua senda.

Entonces, sin prisa, di al Señor con tus propias palabras o con éstas:

Señor Jesús,

Abre mi mente y mi corazón para tu Espíritu Santo.

Muéstrame dónde estoy fallando en amar a Nuestro Padre Celestial.

Muéstrame dónde estoy fallando en amarte;

Fallando en aceptarte como mi Salvador;

Muéstrame dónde estoy fallando en amar al Espíritu Santo;

Fallando en abrirme a Él y ser guiado por Él.

Señor Jesús,
Muéstrame dónde estoy fallando en amar a cualquiera de tus hermanos y hermanas,

Como Tú me amaste.

Muéstrame dónde estoy fallando en amarme a mí mismo como Tú me amaste.

Muéstrame dónde me estoy colocando antes de Dios.

Muéstrame dónde estoy buscando mis deseos a cuestas de un hermano o hermana.

Tu poder encuentra fuerza en mi debilidad,

Sin Ti nada puedo hacer.

Quédate con Nuestro Señor y ten en mente la cita bíblica del Éxodo 14,14:

“El Señor combatirá por ti, puedes quedarte tranquilo”.

Mi Relación con Dios


Guiando tu pensamiento a Jesús,

Pregúntele y pregúntese a sí mismo:

¿Soy fiel a la oración diaria?

Si no, ¿cuál es mi postura delante de Dios que me permite ignorar la oración?

Confiese esa postura y ejemplifíquela

¿Soy fiel a la misa?

Si no, ¿por qué? ¿Cuál es mi postura delante de Dios que permite que eso ocurra?

Confiese esa postura y ejemplifíquela

¿Estoy yendo a misa o rezando solamente por obligación?

¿Por qué doy lo mínimo a Dios?

Caso así sea, confiese -no apenas las distracciones- sino también las causas de ellas
Hazte a ti y también a Nuestro Señor preguntas más profundas:
Sobre tu capacidad o que te rehúses en confiar en el amor y en el cuidado que Él tiene por ti, y como
eso es demostrado;

Si reservas un momento para leer la Palabra de Dios a fin de conocer al Espíritu del Señor;

Si pretendes, con tu actitud, hacer con que Dios Su voluntad.

¿Dices a Dios qué debe hacer o intentas manipularlo?

¿Le tienes rabia a Dios?

¿Le tienes miedo?

Cuéntale eso a Nuestro Señor, y entrégale tus sentimientos.

Mi relación con quienes están más próximos de mí

Pregúntese a sí mismo y a Jesús:

¿Le estoy faltando el respeto a algunos de ellos?

Caso eso ocurra, ¿por qué?

Confiese la respuesta y el irrespeto

¿Tengo dificultad en aceptar a mi prójimo como él o como ella realmente es?

Caso eso ocurra, ¿Por qué?

Confiese la respuesta y la falta de aceptación

¿He sido paciente con las diferencias de cada uno?

Si no es así, ¿Por qué?

Confiese la respuesta y la impaciencia, la dominación, la manipulación.


¿He sido tolerante con las fallas de cada uno?

Si no es así, ¿Por qué?

Confiese la respuesta y la intolerancia

¿He sido sensible a las necesidades y debilidades de cada uno de ellos?

Si no fue así, ¿Por qué?

Confiese la respuesta y la insensibilidad.

¿Me estoy rehusando a perdonarle a alguien, Señor, cuándo Tú ya


me perdonaste?

¿Estoy guardando rencor, resentimiento?

Caso lo esté, ¿Por qué?

Confiese la respuesta

¿Yo critico y encuentro defectos?

Caso eso ocurra, ¿Por qué?

Confiese la respuesta

¿Me guardo de hacerle a las personas actos de bondad?

Si no, ¿Por qué?

Confiese la respuesta

Con los ojos del Señor

Lleve a cada una de las personas que le son más próximas, una a una, para dentro de su
mente y de su corazón, en la presencia del Señor.
Pídale que puedas ver a la persona con los ojos del Señor y que Te muestre como debes
actuar en relación a esa persona.
Pregúntele al Señor que Él quiere que tú hagas para esa persona-tu hermano o hermana.
Entonces, pida al Señor que Te muestre si tú estás siendo un obstáculo para el plan de
amor de Dios hacia aquellos que están más próximos de ti.
Reserve un momento para reflexionar sobre eso en la presencia del Señor y pídale ayuda y
sanación.
Confiese todo que te pueda ser revelado como obstáculo en el camino de alguien en
dirección a Dios.

Mi relación con todas las personas


Ahora, enfóquese en todas las personas.
Pregúntese a sí mismo y al Señor, en Su presencia:

Yo desprecio algún grupo de personas? Caso eso ocurra, por qué?


Confiese la respuesta y el desprecio.
¿Me pongo en contra de algún grupo o individuo por su raza, religión, nacionalidad, política,
clase social, edad, profesión, sexo u otras características?
Caso eso ocurra, confiese la respuesta.
Le considero a algún grupo o individuo inferior a mí?
Caso eso ocurra, ¿Por qué?
Confiese la respuesta
Cuando alguien me necesita, lo ignoro o esquivo? Caso eso ocurra, ¿Por qué?
Confiese la respuesta y la indiferencia
Señor Jesús, oraste para que todos aquellos que creyeran en Ti pudieran ser uno. Yo rezo
para que sea así? Si no, ¿Por qué?
Confiese la respuesta
Caso eso ocurra, ¿Qué hago para contribuir con la unidad cristiana?
Si hago poco o nada, ¿Por qué?
Confiese la respuesta
Ahora haz al Señor y a ti mismo las mismas preguntas de la página
(Mi relación con quienes están más próximos de mí) que hiciste sobre
aquellos que te sean más próximos.

Y luego:
Señor Jesús,
Dijiste: “Si aman solamente a los que los aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No lo hacen
también los cobradores de impuestos? Y, si saludan solamente a vuestros hermanos, ¿qué
hacéis de extraordinario? ¿No lo hacen también los paganos?”
Muéstrame donde mi amor es solamente un amor de retribución, como el de un pagano,
Señor.

Mi relación con las otras criaturas de Dios

Pregúntese a sí mismo y a Nuestro Señor Jesús, a través de quien todas las cosas fueron
hechas, y que es el primogénito de todas las criaturas:

¿He dañado a alguna parte de la Creación?


Caso eso ocurra, ¿por qué?
Confiese esa postura y ejemplifíquela

¿He maltratado a los animales con crueldad o negligencia?


Caso eso ocurra, confiese

¿He sido desperdiciador?


Caso eso ocurra, confiese

¿Tengo amor al dinero, que es la raíz de todos los males? ¿Soy muy apegado a cosas
materiales?
Confiese esa actitud y ejemplifíquela
¿Soy generoso con el dinero hacia los demás?
¿O soy avaro?
¿Si soy lo último, por qué?
Confiese esa actitud y ejemplifíquela

¿Doy alguna contribución positiva a mi comunidad?


Si no, ¿Por qué?
Confiese la respuesta

¿Le tomo en serio a mi vocación y me muestro a la altura de mis responsabilidades?


Si no, ¿Por qué?
Confiese la respuesta

Mi relación conmigo mismo

Pregúntese a sí mismo y al Señor:

¿Siento rabia con frecuencia?


Caso eso ocurra, ¿sería porque espero que todo y todos marchen a mi ritmo?
¿Estoy actuando como si fuera Dios?
Si lo estás, confiese eso y las veces que te comportaste como Dios.

¿Yo acepto el amor de Dios hacia mí?


Si no, ¿Por qué?
Confiese la respuesta

¿Busco conocer la voluntad de Dios para que pueda consentir y cooperar con ella?
Si no, ¿Por qué?
Confiese la respuesta

¿Está atemorizado o reacio en decir “sí” a Dios?


Si lo estoy, ¿Por qué?
Confiese la respuesta

¿Prefiero mis propios planes?


Si eso ocurre, confiese

¿Cuido y valoro mi cuerpo como regalo divino?


Si no, ¿Por qué?
Confiese la respuesta y ejemplifíquela

¿He sido ganancioso, lascivo o perezoso?


Si eso ocurre, ¿Por qué?
Confiese la respuesta y la autoindulgencia

¿Vivo de acuerdo con el principio: “Quiero lo que quiero, cuando quiero” en algún área de
mi vida?
Confiese la respuesta

Libertad
¿Soy prisionero de mis sentimientos de miedo, culpa, preocupación, inferioridad, ansiedad,
odio contra mí mismo?
¿Entrego el pasado al amor misericordioso de Dios?
¿Permito que el pasado aún me perturbe?
Entregue una vez más todo eso a Dios, y Él te liberará.
¿Planeo prudentemente las cosas que están bajo mi control y elección, y entrego lo demás
al sabio amor divino?
¿Me molesto de antemano con todo lo que pueda pasar?
Entregue una vez más todo eso a Dios, y Él te liberará.
En presencia del Señor Jesús,
Pídale para verte a ti mismo como Él te ve. Él te ama tanto que dio su vida por ti.
Mira siempre para tu lado negativo a través de los ojos de Jesús tu Salvador, Tu hermano,
Tu pastor, Tu Señor, aquel que te sanó.
Di a ti mismo como Él dijo a la mujer sorprendida en adulterio: “Ni Yo te condeno”.
Si Dios te absolvió, ¿quién eres tú para condenarte?

Ahora, descansa en Su presencia


Y permanece relajado, tranquilo.

Si escribiste tus respuestas, relea y reflexiona sobre lo que descubriste de Nuestro Señor y
de Su Espíritu.

Pide la ayuda de la Virgen María


Y permanece relajado, tranquilo.

El sacramento

Cuando llega el momento,


Con la Santa Virgen María orando con y por ti, ve al encuentro de Nuestro Señor Jesucristo
en el sacramento de Su perdón.

 Confiese
 Demuestre el arrepentimiento
 Recibe la absolución
 Experimente la libertad
 Acepte la sanación
 Reconozca la gracia de crecer en el amor

Luego,
Una vez más, en silencio, concéntrese en sí mismo.
Concientícese de la presencia de Jesús.
Agradézcalo.
Con Él y a través de Él, agradece al Padre,
Y al Espíritu Santo.
Pide a María para agradecer junto a ti.

Haz que la penitencia sea parte de tu agradecimiento.


Cuando salgas,
Jesús se irá contigo, dondequiera que vayas,
Con Su regalo de paz,
Para que puedas crecer en el amor
Y ser un instrumento de Su paz, dondequiera que estés.

Tiempos y estaciones

En el Adviento, la liturgia de la Iglesia está direccionada hacia aquellas áreas de


nuestra vida que aún están cerradas al Señor. Podemos examinar esas áreas
preparándonos para los sacramentos en la celebración de la Navidad.

En la Cuaresma, la liturgia está centralizada en el arrepentimiento y en la renovación


a través de la muerte y de la resurrección del Señor. Por eso nosotros nos
examinamos en ese sentido cuando nos preparamos para los sacramentos de la
celebración pascual.

En Pentecostés, la liturgia celebra la dádiva del Espíritu Santo para el perdón de


nuestros pecados. Así, podemos meditar sobre eso cuando nos preparamos para los
sacramentos de la Celebración Pentecostal.

En Fin de Año tenemos la Fiesta de Cristo Rey. Podemos rever todas las áreas de
nuestra vida cuando nos preparamos para la celebración de los sacramentos,
diciendo: “El Reino de Dios, ha llegado”.

Entréguese

Poco a poco abrirás tu ser de forma total al Señor, sin dejar ninguna parte de ti
cerrada o bloqueada. Deje que Jesús asuma el comando. Tu buena voluntad en
permitir que el Señor guíe tus días lanza su poder salvador sobre ti.
Ofrécete como regalo a Él. Entrégale tu vida y tu amor.

También podría gustarte