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Cuando el Señor habla al corazón (1)

1. ESCÚCHAME Y HÁBLAME
Escucha. Fíjate. Recoge. Asimila. Practica. Lo sé, es difícil escucharme
cuando la cabeza está llena de ruido. Es imprescindible el silencio. Es
imprescindible el desierto. La aridez y el vacío espantan. Pero si eres fiel, si
perseveras, no lo dudes, tu Amado dejará oír su voz y arderá tu corazón, y este
calor interno te procurará la paz y la fecundidad. Saborearás entonces cuán suave
es tu Señor, cuán liviana su carga. Experimentarás fuera del tiempo que me
consagres con exclusividad la realidad del Dilectus meus Mihi et Ego illi.
Cuanto – no obstante los obstáculos, las repugnancias o las tentaciones de
cobardía- más se multipliquen los momentos en que me busques y me encuentres
para escucharme, tanto más sensible será mi respuesta, tanto más te animará mi
Espíritu sugiriéndote no sólo lo que Yo quiero que digas, sino también lo que quiero
que hagas- con la seguridad, además, de que cuanto digas y cuanto hagas será
fecundo.
Mi Palabra y esa luz que de ella emana atribuyen su verdadero lugar a todas
las cosas en la síntesis de mi inmenso Amor, respecto a la eternidad, pero sin
menoscabar en lo más mínimo el valor propio de cada ser y de cada
acontecimiento.
Tu misión no es tan sólo tratar de insertarme en todo lo humano, sino
facilitarme asimismo la asunción de todo lo humano para que yo lo consagre a la
Gloria de mi Padre.
Mírame. Háblame. Escúchame.
Yo soy no sólo testigo de la verdad, sino la Verdad. Yo soy no sólo canal de
vida, sino la misma Vida. Quien Me sigue, progresa por el camino de la Luz, y la
Luz que Yo soy se incrementa en él.
Sí, háblame con espontaneidad de cuanto te preocupa. Yo dejo múltiples
oportunidades a tu iniciativa personal. No vayas a creer que lo que te atañe pueda
dejarse indiferente, ya que tú eres algo de Mí. Lo esencial para ti es no olvidarte
de Mí, acudir a Mí con todo el amor y toda la confianza de que, en la actualidad,
eres capaz.
Yo te hablo en lo íntimo del alma, en esas regiones en las que tu mentalidad
se enriquece comulgando con la mía. No es indispensable que tú captes con
claridad, sobre la marcha, lo que te digo. Más importante es la impregnación de
tu pensamiento por el mío. Más tarde podrás traducir y expresar.
Hay que compadecerse de los que nunca Me oyen y se marchitan
lamentablemente. ¡Ojalá vinieran a Mí con un alma de niño! Yo te doy gracias,
Padre, porque encubriste estas cosas a los orgullosos y se las has descubierto a los
pequeños y a los humildes. Si alguien se estima pequeño, que venga a Mí y beba.
Sí, que beba la leche de mi pensamiento.
Intensifica tu atención. Sólo Yo puedo darte la luz que de manera tan
apremiante necesitas. En mi luz es donde tu espíritu se fortalecerá, donde tus
pensamientos se clarificarán, de donde surgirán las soluciones a los problemas que
se te plantean.
Yo quisiera servirme de ti cada día más y más. Para eso, fija incesantemente
en Mí tu voluntad. Despréndete de ti mismo. Determina en ti una mentalidad de
miembro cuya única razón de vivir soy Yo, y Yo la única finalidad de tu vida.
Pídeme auxilio despacito, sosegadamente, con amor. No te imagines que Yo
sea insensible a las delicadezas del amor. Sí, sí, tú Me amas; con todo, trata de
probármelo cada día mejor.
Cuéntame tu jornada. Y no es que Yo no la conozca, pero Me gusta oírtela
contar, como le gusta a la mamá el balbuceo de su hijo cuando vuelve de la
escuela. Manifiéstame tus deseos, tus proyectos, tus pesares, tus dificultades. ¿O
es que no crees que Yo sea capaz de ayudarte a superarlos?
Háblame de mi Iglesia, de los obispos, de tus colegas, de las misiones, de las
religiosas, de las vocaciones, de los enfermos, de los pecadores, de los pobres, de
los obreros; sí, de esa clase obrera que tiene sobradas virtudes para no ser
cristiana, por lo menos en optativo. ¿No es entre los trabajadores, maltratados
muchas veces y muchas veces agobiados por las preocupaciones y los
contratiempos, donde se encuentra más generosidad profunda y mayor aptitud
para responder Sí a mis llamadas, cuando éstas no se hacen inaudibles por el
contratestimonio de los que se parapetan tras de mi Nombre?
Háblame de cuántos sufren en su espíritu, en su carne, en su corazón, en su
dignidad. Háblame de todos los que mueren en la actualidad o que van a morir –
conscientes de ello por lo que están o aterrados o, por el contrario, sosegados-, y
de cuántos van a morir sin siquiera darse cuenta.
Háblame de mi crecimiento en el mundo y de mi actuación en lo íntimo de
los corazones; de lo que realizo asimismo en el cielo para Gloria de mi Padre, de
María y de todos los Bienaventurados.
2. MORA EN MÍ Y RECÍBEME
Silencio de los demonios interiores que se llaman orgullo, instinto de poder,
espíritu de dominación, espíritu de agresividad, erotismo -bajo una u otra forma-
que obscurece el espíritu y endurece el corazón.
Silencio de las preocupaciones secundarias, de las inquietudes excesivas, de
las evasiones estériles.
Silencio de las dispersiones inútiles, de la satisfacción propia, de los juicios
temerarios.
Más eso no basta. Has de desear igualmente que mi pensamiento impregne tu
espíritu y poco a poco se vaya imponiendo a tu intelecto.
Sobre todo no más impaciencia ni desasosiego -sino, por el contrario, gran
serenidad, gran disponibilidad, con una buena voluntad total para guardar mi
Palabra y ponerla en práctica, pues es semilla de Verdad, de Luz, de Felicidad. Es
semilla de eternidad, que transfigura las cosas y los gestos más humildes de la
tierra.
Cuando alguien la ha asimilado, saboreado, apreciado profundamente, ya no
puede olvidar ni su precio ni su sabor- por el contrario comprende toda su
importancia y está dispuesto a sacrificar por ella muchas cosas secundarias que
parecen imprescindibles.
Yo llevo a cabo mi obra de paz y de amor en la iglesia por medio de las almas
de oración, dóciles a mi acción.
Meditación: pensar en Dios amándole.
1.- Diálogo de los ojos.
2.- Diálogo de los corazones.
3.- Diálogo de los deseos con cada una de las personas de la Santísima Trinidad.
A- Padre.
1. a) Inmerso en Jesús, Hijo del Padre Eterno, mirar al Padre con disponibi lidad, con
acción de gracias, con amor.
b) El Padre me mira en su Hijo: Hic est Filius meus dilectus; el Padre ve todas las almas
trabadas con la mía en la síntesis del plan de amor, y ve asimismo toda mi
miseria. Kyrie, eleison!
a) Inmerso en Jesús comulgando con sus sentimientos, yo amo al Padre. No digo nada.
Amo. Abba, Pater! Laudamus Te, propter magnam gloriam tuam.
b) El Padre me ama. Dejarme amar por el Padre. Ipse prior dilexit nos. Tanto amó Dios
al mundo.
a) Desear al Padre en unión con Jesús: don de la salud física y moral, intelectual y
apostólica.
b) ¿Qué queréis que haga? Veni et vide. Ora et labora. Quédate tranquilo -alegre- lleno
de confianza.
B- Hijo.
1. a) Ver a Jesús en sus misterios.
b) Jesús ve mi miseria, pobreza, indigencia. Christe eleison.
2. a) Amar a Jesús con toda mi alma, con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, en
unión con María, los Ángeles y los Santos. Amor consolador, reparador.
b) Dejarme amar por Él: Dilexit me et tradidit Semetipsum pro me.
3. a) Lo yo que yo deseo: Que Él haga de mí alter Christus y alter minister Christi.
b) Déjame conducirte según mi beneplácito: disponibilidad, flexibilidad, adhesión.
C. – Espíritu Santo
1. a) Contemplar todo lo que el Espíritu Santo realiza, dona y perdona en el mundo.
Todo lo que purifica, inspira, ilumina, inflama, robustece, une, fecunda.
b) Manifestar mi miseria. Kyrie, eleison! Suplicarle que elimine los obstáculos que
impiden la realización del plan del Padre.
2. a) Amar al Amor. Ignis ardens.
b) Dejarme abrasar por Él. Cáritas Dei difusa est in córdibus nostris per Spíritum
Sanctum.
3. a) Pedir el don de la oración profunda, del abrazo interior.
b) Dejarme invadir por Él. Llamarle. Ofrecerme. Saturarme.
Es de suma utilidad que dispongas de tiempos fuertes en los que mi Presencia
se haga más manifiesta a tu alma.
En primer lugar, has de pedirme más intensamente que te despoje de cuanto
te impide escuchar, oír, captar, asimilar, poner en práctica mi Palabra.
Efectivamente, en ti Yo soy El que te habla. Mas tú no Me puedes oír si no
escuchándome. Y no Me puedes escuchar más que si tu amor está totalmente
exento de todo amor propio y si toma las características de un amor oblativo en
comunión con el mío.
En segundo lugar, tienes que consagrarme fielmente y en exclusividad
tiempos fuertes en lo íntimo de ti mismo, donde estoy Yo y donde vivo mediante
una Presencia siempre actual, siempre activa y que ama sin cesar.
En tercer lugar, has de sonreírme más. Ya lo sabes: Yo amo al que da y al que
se da sonriendo. Sonríeme. Sonríe a todos. Sonríe a todo. Hay en la sonrisa, mucho
más de lo que a ti te parece, la delicadeza expresiva del amor verdadero a base
del don de sí, y por lo tanto, cuanto más te das tú a Mí, tanto más, por mi parte,
Me doy Yo a ti.
Tú no tienes que vivir tan sólo frente al Señor, sino en tu Señor. Cuanto más
obres teniéndolo en cuenta –esforzándote por no tener más sentimientos que los
míos- más te percatarás de la maravillosa simbiosis que, por Mí, te une a la Trinidad
entera, a todos los Santos y a todos los miembros de mi Cuerpo Místico. Solo, nunca
estás. Tu vida es esencialmente comunitaria.
Piensa, ora, labora en Mí. Yo en ti, tú en Mí. Ya lo sabes, tal es mi deseo de
intimidad contigo. Constantemente estoy a la puerta de tu alma y llamo. Si oyes
mi voz, y si Me abres la puerta de par en par, Yo entro en tu casa y cenamos juntos.
No te preocupes por el menú. Soy Yo Quien ofrezco cada vez la mayor parte del
festín y yo encuentro mi alegría viendo cómo lo saboreas para que estés en mejor
disposición de darme a tus hermanos. Piensa en ellos al pensar en mí. Asúmelos
cuando te dejas absorber por mí.
Vive conmigo como con el amigo a quien nunca se abandona. No me
abandones con tu voluntad; no me abandones con tu corazón; trata de
abandonarme lo menos posible con tu espíritu.
Presta atención a mi presencia, a mi mirada, a mi amor, a mi palabra.
A mi presencia. Sabes pertinentemente que yo estoy ahí, cerca de ti, y en ti,
y en los demás. Pero una cosa es saberlo y otra experimentarlo. Pídeme con
insistencia esta gracia. No rechazaré tu oración humilde y perseverante. Es la
expresión más genuina de una fe viva y de una caridad ardiente.
A mi mirada. Sabes pertinentemente que yo siempre tengo los ojos clavados
en ti. ¡Ah, si pudieses ver mi mirada llena de bondad, de ternura, de deseo,
atisbando tus opciones íntimas, siempre benévola, alentadora, dispuesta a
sostenerte y a ayudarte! Pero para eso: la tienes que encontrar en la fe, desear en
la esperanza, quererla en el amor.
A mi amor. Sabes pertinentemente que yo soy el amor, pero lo soy
incomparablemente más de lo que sabes. Adora y dame tu confianza. Las sorpresas
que te reservo serán aún mucho más bellas de lo que puedes imaginar. El tiempo
que sigue a la muerte será el de la victoria de mi amor sobre todas vuestras
limitaciones humanas –si éstas no han sido deliberadamente consentidas, pues en
este caso lo que hacen es contrarrestarlo.- Desde ahora, pídeme la gracia de una
percepción más fina, más intuitiva de todas las delicadezas de mi inmenso amor
para contigo.
El tiempo que pasas exponiendo tu alma a las radiaciones divinas de la Hostia
es para ti más ventajoso que los trabajos febrilmente efectuados fuera de mí.

Yo conduzco al mundo por dentro, a través de las almas que me escuchan y


me responden con fidelidad. Hay unos cuantos miles por el mundo. Me procuran
una gran alegría, pero su número es bastante reducido. La tarea de cristificación
de la humanidad es inmensa y los obreros muy escasos.
¡Cuánto más sencilla, y más fecunda también, sería tu vida si me concedieses
todo el lugar que deseo ocupar en tu espíritu y en tu corazón! Tú deseas mi venida,
mi crecimiento, mi toma de posesión, más todo eso no ha de reducirse a pura
veleidad.
En primer lugar, date cuenta de que tú no eres nada y de que, por ti mismo,
nada puedes para incrementar, ni un grado siquiera, la intimidad de mi presencia
en ti. Tienes que pedírmelo humildemente en unión con Nuestra Señora.
Después, en toda la medida de la gracia que te es impartida, no pierdas ni
una ocasión de unirte explícitamente a mí, de desaparecer en mí. Abísmate en mí
con confianza y luego déjame obrar por medio de ti.
“Quiero que la gente sienta mi vida palpitar en ti. Quiero que la gente sienta
mi amor arder en tu corazón”. –Esto no lo afirmé bromeando. Y añado esta
mañana: “Quiero que la gente sienta brillar en tu espíritu mi Luz”. Más esto
presupone el mayor eclipse posible de tu propio yo.
Mi mirada sobre ti es verdadera, lúcida, profunda. En lugar de eludirla,
esfuérzate por conseguirla. Te ayudará a descubrir todo lo que en ti queda de
apego y de búsqueda personal. Te estimulará a olvidarte aún más a ti mismo en
favor de los demás.
Sería indispensable que tú no pudieras pasarte sin mí para que yo pueda pasar
a través de ti tanto como lo desea mi corazón. Más la naturaleza humana está
hecha de tal manera que, si no se la estimula constantemente, relaja su esfuerzo
y dispersa su atención. Es lo que explica la necesidad de estas incesantes tomas
de contacto conmigo. Mientras estás en la tierra, nada podrás adquirir
definitivamente; tienes que volver a empezar constantemente. No obstante, cada
nuevo impulso es como un renacimiento y un crecimiento en el amor.
Deséame. ¿No soy yo el que satisface plenamente las aspiraciones que yo
mismo he depositado en tu corazón?
Deséame. Entraré en ti. Creceré en ti. Ejerceré mi dominio sobre ti en la
medida exacta en que lo desees.
Deséame. ¿Por qué querer otra cosa que la vida en simbiosis conmigo? ¡Cuán
frívolos y distrayentes son todos los deseos que no convergen en mí!
Deséame. Sí, a lo largo de todas sus ocupaciones, desde que te levantas hasta
que te acuestas, en la oración como en el trabajo, en la comida como en el
descanso, hazme sentir ora con fuerza, oras con delicadeza, la intensidad de tu
deseo.
Deséame. Que me aspire tu pecho, que me busque tu corazón, que todo tu
ser me requiera.
Deséame para ti, ya que sin mí tú no puedes nada eficaz, nada útil siquiera
en el plan sobrenatural.
Deséame para los demás, ya que tú no me puedes comunicar por tus palabras,
tus ejemplos, tus escritos sino en la medida en que yo mismo obre por ti.
Vive en mí; de esta manera, vivirás por mí, trabajarás efectivamente para
mí, y tus últimos años serán eficazmente útiles para mi Iglesia.

Habita en mí como en tu morada privilegiada. Recuerda: el que mora en mí…


produce mucho fruto…
Habita mi oración. Insértate en el flujo incesante de deseos, de alabanza, de
acción de gracias que brota de mi Corazón.
Habita mi voluntad. Únete a mi voluntad sobre ti y así mismo a todos mis
designios de amor.
Habita mis llagas. Estas están siempre abiertas mientras el mundo no se
unifique totalmente en mí. Saca de ellas la fuerza del sacrificio y de las opciones
dolorosas en nombre de tus hermanos. Tus elecciones pueden ser decisivas para
muchas almas.
Habita mi Corazón. Déjate inflamar por su intenso calor de caridad. ¡Ah! ¡si
pudieses llegar a ser incandescente de verdad!
3. PIENSA EN MÍ
Piensa algo más a menudo en lo que me regocija: mi entrada en el alma de
los niños, la pureza de sus corazones y de sus miradas, sus sacrificios por amor –a
veces tan generosos-, la sencillez y la totalidad del don de sí mismos. Yo me deleito
en numerosas almas de niños, cuando la neblina perniciosa no ha empañado su
cristal, cuando los educadores han sabido conducirlas, guiarlas, estimularlas hacia
mí.
Otra cosa que me regocija: el sacerdote que, fiel al espíritu Santo y a mi
madre, ha conseguido paso a paso la percepción casi ininterrumpida de mi
presencia y obra en consecuencia. Lo que me regocija es, en todos los ambientes,
en todos los países, el número de almas sencillas que se emancipan del orgullo,
que no se hacen las importantes, que no piensan tanto en sí mismas como en los
demás, en una palabra, que se olvidan naturalmente para vivir al servicio de mi
amor.
Ámame como yo quiero que me ames y ¡que se note! Ámales a todos como yo
quiero que les ames y ¡que se note! Despréndete de ti mismo, descéntrate de ti
para centrarte en mi y ¡que se note!
No me olvides. ¡Si supieses cuántas veces me olvidan, hasta mis mejores
amigos, hasta tú mismo! Pídeme a cada paso la gracia de no olvidarme. Puedes
adivinar sin dificultad el enriquecimiento que procuraría a un alma, y por ella a
todas las almas que de ella dependen, el hecho de no perderme de vista ni un
momento, en la medida por lo menos en que se lo permitan las circunstancias.
No olvides mi presencia cerca de ti, en ti, en el prójimo, en la Hostia. El
hecho de recordar mi presencia es una transfiguración de todo lo que haces,
asoleas divinamente tus pensamientos, tus palabras, tus acciones, tus sacrificios,
tus penas y tus alegrías.
No olvides mis deseos:
- Los que atañen a la gloria de mi Padre, a la propagación de mi Reino en el corazón
de los hombres, a la santificación de mi Iglesia.
- Los que a ti mismo te conciernen, es decir, los referentes a la realización de la
voluntad del Padre sobre ti… su sueño eterno respecto a ti, a tu puesto en la
historia santa de la humanidad.
Yo te guío. Mantente en paz –pero no me olvides. Yo soy el que lo transforma
todo, el que todo lo transfigura por poco que se solicite mi ayuda. Cuando me
invitas a unirme contigo, todo lo que haces o cuanto sufres adquiere un valor
especial, un valor divino. Aprovéchate, pues, ya que así das a tu vida toda su
dimensión de eternidad.
Te tienes que sacudir de vez en cuando para no reincidir en tus problemas
personales. Constantemente yo estoy obrando en ti y contigo; yo elevo el debate
y el combate de tu vida cada vez que me lo pides. No vayas a creer que lo que he
de pedirte sea tan difícil. Yo te quiero conducir más bien por tu comunión
constante y amorosa a mi divina presencia que por sufrimientos heroicamente
sobrellevados.
Comparte todo conmigo. Ponme en todo lo que haces. Pídeme con más
frecuencia ayuda y consejo. Doblarás tu gozo interior, porque yo soy el manantial
del que brota alegría viva. ¡qué lástima que me representen como un ser austero.
Inhumano, entristecedor! La comunión con mi amor excede todas las penas
transfigurándolas en alegrías apacibles y pacificantes.
Esmérate siempre en complacerme. Que ésa sea la orientación fundamental
de tu corazón y de tu voluntad. Yo soy mucho más sensible de lo que se piensa a
las pequeñas delicadezas y a los miramientos reiterados.
Si supieses cuánto te quiero, nunca me tendrías miedo. A ojos ciegas te
precipitarías en mis brazos. Te abandonarías a mí, confiarías en mi inmensa
ternura y, sobre todo, hasta en medio de tus ocupaciones más absorbentes,
conseguirás no olvidarme y todas las cosas, las harías en mí.
Para oír mi voz te tienes que poner en una disposición de espíritu que facilite
la armonía de nuestros pensamientos.
1. En primer lugar, abre lealmente tu alma hacia mi –lealmente significa sin
reticencia, con el deseo ardiente de escucharme, con la voluntad de llevar a cabo
los sacrificios que mi Espíritu te pueda sugerir.
2. Destierra enérgicamente de tu espíritu todo lo que no soy yo o que no es según yo.
Aleja las preocupaciones inútiles o inoportunas.
3. Humíllate. Recalca –hay que repetirte con frecuencias que por ti mismo no eres
NADA- que por ti mismo no eres capaz de ningún bien, de ninguna fecundidad, de
ninguna eficacia profunda y duradera.
4. Aviva en ti todo el amor del que te he hecho capaz. A causa de tu vida exterior,
las ascuas tienden a enfriarse. Tienes que reavivar regularmente el fuego de tu
corazón- y para eso, echa en él generosamente las ramitas de tus sacrificio; suplica
reiteradamente al Espíritu Santo que te ayude; repíteme algunas de tus palabras
de amor que me atraerán hacia ti y afinarán tu oído espiritual.
5. Después, adórame silenciosamente. Quédate quedo a mis pies. Escúchame
llamarte por tu nombre.
Hazte todo capacidad, todo deseo, todo aspiración de mí –el único que puede
llenarte sin hartarte jamás. Da por perdido todo el tiempo que no has empleado
en amarme. Lo que no quiere decir que has de estar siempre consciente de
amarme, sino que tengas la voluntad y el deseo profundo de hacerlo.
Donde mejor me encontrarás es en coloquios “mudos y familiares” conmigo.
Confianza. Cada alma tiene su manera de conversar conmigo, ésta le es personal.
Únete a todos los místicos desconocidos que viven actualmente sobre la
tierra. Tú debes mucho a tal o cual sin saberlo, y tu inserción en su coro puede ser
de ayuda para muchos. Después de todo ellos son los que provocan mis gracias de
redención para la humanidad. Desea intensamente que se multipliquen las almas
auténticamente contemplativas hasta entre la gente del mundo.
Sería imprescindible que tu pensamiento y más aún tu corazón se orienten
instintivamente hacia mí, como la brújula hacia el polo. El trabajo, las relaciones
humanas te impiden pensar explícita y continuamente en mí, empero si, en cuanto
dispones de un momento libre, me envías fielmente una ojeadita, poco a poco
estos actos de amor ejercerán su influencia en tus quehaceres diarios. Verdad es
que ya son para mi –lo sé- hasta cuando no me lo dices –pero ¡cuánto mejor es
cuando me lo recuerdas!
Yo nunca te dejo solo. ¿Por qué tú me abandonas aún tantas veces cuando,
mediante un esfuerzo mínimo, podrías buscarme –si no encontrarme- en ti y en los
demás? ¿qué no lo piensas? Entonces piensa en pedirme la gracia. Es una gracia
selecta que yo siempre concedo si se me pide con lealtad y con insistencia.
Después, repíteme sin cansarte: “Yo sé que tú estás ahí y te quiero”. Estas sencillas
palabras, pronunciadas con amor, te conseguirán reavivar la llama. Por fin, afánate
por vivir conmigo en tu corazón: poquito a poco irás viviendo más conmigo en el
corazón de los demás. Entonces, les comprenderás mejor, en ellos te unirás a mi
oración por ellos y les ayudarás con mayor eficacia.
Todas vuestras oraciones, vuestras actividades, vuestros sufrimientos
producirán sus frutos gracias a la intensidad de vuestra unión conmigo. Soy yo
mismo en vosotros el que adora, el que alaba al padre, el que da gracias, el que
ama, el que se ofrece, el que ora. Uníos a mi adoración, a mi alabanza, a mi acción
de gracias, a mis arrebatos de amor, a mi oblación redentora, a mis inmensos
deseos y constatares la irradiación de vuestra oración interior confluyeron con la
mía. Pues tan sólo cuenta una oración, mi oración, que yo expreso en vosotros
interiormente y que aflora en sentimientos diversos, en palabras o en silencios de
calidad variable –pero que sacan todo su valor de mis presencias incesantemente
orante.
Esa es la adoración en espíritu y en verdad.
Sólo la contemplación habitual permite esta interiorización de la oración, de
la fe, de la caridad, al mismo tiempo que la irradiación de mi bondad, de mi
humildad y de mi profunda alegría.
Sólo ella me permite ejercer mi delicada influencia en un alma, estrechar
con ella mi abrazo divino y grabar en ella mi progresiva impronta.

4. VIVE DE AMOR EN UNIÓN CONMIGO


Llámame. Lo que yo quiero es acudir –pero repíteme más a menudo:
“Ven, Jesús, para que yo realice plenamente lo que Tú esperas de mí”.
“Ven, Jesús, para que, según tus deseos, yo ayude las almas a realizar tu plan
de amor sobre ellas”.
“Ven, Jesús. Para que te ame como quieres que te ame”.
He aquí una letanía de amor que espero de ti:
¡Jesús, mi amor, te quiero!
¡Jesús, Mi fuego, te quiero
¡Jesús, Mi fuerza,, te quiero!
¡Jesús, Mi luz,, te quiero!
¡Jesús, Mi suficiencia,, te quiero!
¡Jesús, Mi Hostia,, te quiero!
¡Jesús, Mi oración,, te quiero!
¡Jesús, Mi todo,, te quiero!
Desarrolla en ti, bajo la influencia de mi Espíritu y de mi Madre, la trilogía
Fe-Esperanza-Caridad-. Por ella adhiérete a mí con todas las fuerzas. Ten hambre
de mí con todo tu ser, únete a mí con todo tu corazón.
Han de sentirme en ti, bajo la piel.
No pierdas tu tiempo obrando sin amor.
Yo soy la savia de tu alma.
Mi amor tiene sonidos armónicos tan variados como potentes. Para oírlos, hay
que vivir en simpatía constante y profunda conmigo. En este caso, la sinfonía se
amplia en variaciones múltiples en lo íntimo del corazón que canta al unísono con
el mío.
La intimidad conmigo nunca cansa ni aburre. Si sientes el menor cansancio,
eso se debe a que has perdido mi ritmo y que ya no estás afinado a mi medida. Por
eso te desplomas en la soledad y rápidamente te encuentras impotente y exhausto.
Llámame despacito, con fe y confianza, y hallarás de nuevo la secuencia de la
melodía interior.
Hay colores, por ejemplo los de una puesta de sol, que ningún pintor puede
reproducir exactamente. Hay alegrías interiores que sólo yo puedo proporcionar.
Mi amor nunca se queda corto; tiene mil facetas y mil invenciones siempre nuevas.
¡Ah! Si quisierais aprovecharlas, para vosotros en primer lugar y, después,
para mejor revelarme a un sinnúmero de almas!
Cuando me amas profundamente, se produce en ti una irradiación de mí que
te permite darme invisiblemente a cuantos a ti se acercan.
La calidad de tus relaciones conmigo. Eso es lo que cuenta ante todo. Tu día
vale lo que han valido tus relaciones conmigo. ¿han sido éstas distantes y
reticentes? ¿han sido fervientes, amorosas, cuajadas de atenciones? Yo nunca dejo
de prestarte atención, ¿y tú? ¿Por qué atribuyes más importancia práctica a las
cosas que pasan que a Mí que no paso? Además, para resolver los problemas que
te propone la vida de cada día, ¿no piensas que recurrir a mí pudiera serte
provechoso? -¿qué en mí se encuentran cuantas soluciones tienen verdaderamente
en cuenta todos los datos, incluso los invisibles? ¿No piensas que sería ganar tiempo
y evitar cansancio, el acudir algo más a menudo a Mí? Y para mí sería la ocasión de
dar y de darme más, lo que, como tú lo sabes, es la inclinación natural de mi
Corazón.
Yo soy “inútil”, porque no me saben utilizar en tantas vidas, incluso
sacerdotales.
Lo que yo sueño es, bajo vuestro impulso, con vuestra iniciativa y
colaboración inteligentes, poniendo en obra los dones y talentos que yo os he
confiado, espiritualizar las actividades y las vidas de los hombres por el incremento
de mi caridad en cada uno.
Vive de mí. Vive conmigo. Vive para mí.
Vive de Mí. Aliméntate con mis pensamientos. Estos pensamientos son la
expresión de mi Espíritu. Son luz y Vida. Son fuerza también en la medida en que
los asimilas.
Aliméntate con mi voluntad. Lo que yo quiero de ti, eso es lo que tienes que
hacer. Actúa sin inquietarte por saber adónde te llevo. Todo en ti servirá para la
gloria de mi Padre y bien de mi Iglesia, si tú integras tu voluntad en la mía.
Vive conmigo. ¿No soy yo, para ti, el mejor compañero de camino? ¿Por qué
te olvidas de mi presencia? ¿Por qué tu mirada no se cruza más a menudo con la
mía?
Solicita, pues, mi parecer, pídeme consejo, ayuda, y verás como yo aprecio
el que tú me trates como amigo íntimo. Es la irradiación de esta amistad familiar
y habitual, basada en un ardiente espíritu de fe, la que dará a tu vida el matiz que
me agrada para ti.
¡No pierdas tu tiempo olvidándome a mi! Pensar en mí es multiplicas por diez
tu fecundidad.
Vive para mí, pues de otro modo ¿para quién vivirías sino para ti, es decir,
para la nada? ¡Si supieses de qué te privas y de qué privas a la Iglesia cuando tú no
vives para Mí! Porque amar es ante todo eso: vivir para el ser amado.
Actúa, trabaja, ora, respira, come, distráete para Mí. Purifica sin cesar tu
intención. Por lealtad no hagas lo que no puedes hacer para mí. ¿No es eso lo que
exige el amor? Y es una prueba de mi amor el que yo lo exija de ti. Sin contar que
lo sabes pertinentemente: el sacrificio paga y tú recobrarás centuplicado en
alegría lo que por mí hayas sacrificado.
Atrévete más a ponerme en tu vida y ten por seguro que la hora más útil para
tu actividad es la que me consagras exclusivamente a mí. Esta te ayuda, como bien
lo sabes, a sostener y enriquecer tu vida interior durante el tiempo de la actividad;
ella te sensibiliza a las señales que yo te hago a lo largo del día; ella te permite
descifrar los símbolos que yo multiplico a lo largo de tu camino.
Un cristiano que hubiese comprendido lo que yo sueño ser para él, me
encontraría en todo, me oiría, me descubriría e iría de sorpresa en sorpresa, al
percibir mi presencia siempre viva, siempre actual, siempre activa y por encima
de todo, infinitamente amante.
No entretengas en tu espíritu más que pensamientos de amor, en tus ojos
más que destellos de bondad, en tus labios más que palabras de caridad, en tu
corazón más que sentimientos de amistad, en tu voluntad más que quereres de
benignidad.
Que tu vida sea totalmente impregnada de amor verdadera y que tu muerte
sea totalmente perfumada de amor. Sólo eso cuenta. Durante toda la eternidad,
permanecerás fijo en el grado de amor que hayas alcanzado.
A prorrata del amor oblativo que presentes en el ofertorio de tu misa recibirás
en la comunión una nueva inoculación de mi Caridad. De misa en misa te está
permitido crecer en mi amor, pero es un amor que despoja, que inmola y que da
sin contar. Lo único que cuenta, por ser el único valor corriendo en la eternidad,
es la Caridad verdadera. Cuando yo miro a los hombres, he aquí lo que
inmediatamente aprecio en cada uno: esa caridad que no espera recompensa
alguna y ni siquiera agradecimiento –esa caridad que se ignora a sí misma, esa
caridad que expresa de manera personal lo mejor que tiene cada ser. Esa es la
gran lección que todos tienen que aprender de mí.
Ven a Mí y mira. En mi mirada, lee y sírvete.
En mi corazón, abísmate y coge.
En mi voluntad, acércate y arde.
Yo soy LLAMA, yo soy FUEGO, yo soy el AMOR.
Es tan sencillo el amar y, sin embargo, cuán raros son los hombres que
conocen este secreto –hasta entre los consagrados. No hay amor verdadero sino
donde hay olvido de sí. Las más de las veces uno se ama a sí mismo a través de los
que piensa amar.
Ante todo, no te compliques la existencia. Saca de tu corazón todas las
reservas de amor que yo he depositado en él y oriéntalas hacia mí, sin más.
Ponte bajo la influencia del Espíritu Santo. El te hará más incandescente.
¡Ah! Si fueses de verdad un ascua ardiente ¡cuántas almas salvarías! Mi verdadera
ascensión en las almas se mide por el calor de su amor para conmigo y para con
los demás.
Tú sabes hasta qué punto yo soy el amor infinito, apasionado, devorador;
mejor dicho, lo sabes intelectualmente, no lo bastante concretamente. Es que yo
no puedo ejercer mi amor sobre ti sino en la medida en que tú me autorices por la
disponibilidad auténtica de toda tu persona a la acción de mi Espíritu, por quien
se difunde en los corazones mi divina dilección. Si supieses lo que es un Dios que
ardientemente quiere dar y darse, penetrar, invadir, enriquecer, empapar a un ser
amado, hacerle conforme con el plan de amor del Padre, aspirarle, asumirle,
inspirarle, cogerle por su cuenta, unírsele, identificarle consigo mismo!... Pero la
condición está ahí, perentoria. Es el jam non ego. Todo lo que huele a
egocentrismo, orgullo, amor propio, espíritu de propiedad, sutil búsqueda del yo
humano, no puede ser asimilado por el fuego del amor.
Dame un amor de calidad.
Cuanta más humildad hay en un alma, tanto más puro es su amor.
Cuanto más espíritu de sacrificio hay en un alma, tanto más verdadero es su
amor.
Cuanta más comunión con el espíritu Santo hay en un alma, tanto más fuerte
es su amor.
Si tuvieses mayor obsesión por mi amor, muchas cosas encontrarían de nuevo
en ti su lugar apropiado, su valor relativo. ¡Cuántas veces te dejas desconcertar
por nubes sin consistencia y desentiendes las únicas realidades preponderantes!

Soy yo mismo en ti quien ama al Padre.


¿Puedes imaginar la presión y la intensidad del fuego de mi amor para con el
Padre que me engendra sin cesar como el Espíritu engendra el pensamiento, pero
confiriéndole tanta importancia que llega a ser substancial hasta el punto de ser
una Persona igual a la que la piensa y engendra? Misterio del don, misterio del
amor perfecto, que es el objeto de la contemplación y de la alabanza de los
elegidos en el cielo.
Soy yo mismo en ti quien ama al Espíritu santo, el nudo vivo que me vincula
al Padre, el beso substancial de nuestro amor. Somos distintos y al mismo tiempo
estamos unidos como el fuego y la llama. Él es el don de mi Padre a mí mismo y la
alabanza de acción de gracias de mí mismo al Padre.
Soy yo mismo en ti quien ama a María.
Amor creador ya que a una con el Padre y con el espíritu, desde toda la
eternidad. La hemos concebido y ella no nos ha defraudado.
Amor filial, porque yo soy real y verdaderamente su hijo, más que cualquier
muchacho sobre la tierra puede serlo de su madre.
Amor redentor que le ha merecido la preservación del pecado original y la ha
íntimamente asociado a la obra de la salvación del mundo.
Soy yo mismo en ti quien ama a todos los ángeles y a todos los santos. Puede
detallar: desde tu Ángel de la Guarda hasta tus santos de predilección y a todos
tus antepasados entrados ya en la bienaventurada eternidad. Que tu conversación
esté cada día más, por mí, en el cielo donde te esperan.
Soy yo mismo en ti quien ama a todos los hombres actualmente sobre la
tierra, a todas las almas que componen tu posteridad innumerable, a todos los que
un día yo te descubriré como habiéndose beneficiado más directamente de tus
actos de generosidad, de tus sufrimientos, de tus trabajos, y, por fin, a todos los
demás, a todos sin excepción.
Tan sólo lo que impregnas de amor tiene cotización en mi Reino y a mis ojos.
Las cosas no se aprecian sino por sus quilates de amor. Los hombres tan sólo valen
lo que vale su dosis de amor oblativo. Esto sólo es lo que cuenta y para que todo
esté impregnado por mi amor, tú tienes que acudir a la fuente y ejercitarte; acudir
a la fuente, pues el amor divino es un don que hay que pedir incesantemente y con
intensidad; ejercitarte, porque la caridad es una virtud que requiere mucho valor.
¡Ah! ¡si todos los hombres quisieran rectificar en este sentido su escala de
valores! ¡Si pudiesen descubrir la importancia del amor en su vida!
Amar, es pensar en mí, es mirarme, es escúchame, es unirse conmigo, es
compartirlo todo conmigo. Toda vuestra vida es una secuencia casi ininterrumpida
de opciones en pro o en contra de este amor que os impulsa a renunciar a vosotros
mismos para beneficio de los demás. Cuanto más crece este amor en un alma,
tanto más eleva ésta el nivel de la humanidad; por el contrario, si un alma
responde “no” a la invitación que se le hace de participar en este amor, hay
pérdida de ganancia en el enriquecimiento divino del mundo y atraso en la
evolución espiritual de los pueblos de la tierra.
El que se esfuerza por amar con mi Corazón, ve a todos los seres y todas las
cosas con mi mirada –y oye interiormente el mensaje divino que todos los seres y
todas las cosas tienen misión de comunicarle.
¿No has notado que cuanto más fiel eras tú a la meditación, menos aburrida
era ésta? Uno no se aburre sino de lo que abandona, -más perseverando, se
consigue la gracia que permite gustar y a veces saborear, o por lo menos conllevar
y, si fuera necesario, sobrellevar.
Cuanto más descubras mi amor de una manera viva, experimental, tanto
mejor podrás revelarlo a los demás. Esa es la forma de testimonio que yo espero
de ti.
Ese fluido misterioso que da al rostro de los hombres un destello indefinible
de divinidad, brota en las profundidades de la intimidad prolongada del cara a cara
conmigo.
Yo soy no sólo el vínculo sino el lugar de las almas, el lugar donde pueden
encontrarse y comulgar entre ellas por medio de mí.
En mí, tú puedes, por de pronto, encontrar al Padre y al Espíritu Santo –
porque el Padre está en Mí y yo estoy en el Padre- y el Espíritu Santo nos une el
Uno al Otro en una circumincesión inefable. (Presencia recíproca de las tres
personas de la Trinidad)
En mí ,tu puedes encontrar asimismo a mi Madre María que me está unida de
una manera incomparable y por quien yo continúo dándome al mundo.
En mí, tú encuentras a tu Ángel de la guarda, compañera fiel de tu vida
militante, mensajero adicto y solícito protector.
En mí, tú encuentras a todos los santos del cielo, desde los Patriarcas hasta
los apóstoles, desde los Profetas hasta los Mártires.
En mí, tú encuentras a todos los sacerdotes que me están unidos a un título
especial en virtud de su ordenación sacerdotal, que propende a identificarles con
Aquel en cuyo nombre hablan.
En mí, tú encuentras a todos los cristianos, y asimismo a todos los hombres
de buena voluntad, quienes quiera que sean.
En mí, tú encuentras a todos los que sufren, a todos los enfermos, a todos los
lisiados, a todos los moribundos.
En mí, tú encuentras a todas las almas del purgatorio que coligen de mi
presencia obscura al fundamento de su ardiente esperanza.
En mí, tú encuentras el mundo entero, conocido y por conocer, todas las
bellezas, todas las riquezas de la naturaleza y de la ciencia, que rebasan cuanto
los sabios más sobresalientes puedan entrever.
En mí, sobre todo, tú encuentras el secreto del amor oblativo total, pues yo
soy esencialmente el que ama y desea, por medio de los hombres, derramar el
fuego sobre la tierra, para hacer a la humanidad incandescente de alegría y de
felicidad por toda la eternidad.
Yo siempre te estoy esperando –sin impaciencia, naturalmente, sabiendo que
eres débil y frágil- pero con tantos deseos de escucharte y de descubrirte atento
a mi Palabra. No dejes a tu espíritu mariposear sobre tantas cosas efímeras e
inútiles. No sufras que se despilfarre en tantas fruslerías el poco tiempo de que
dispones. Piensa que yo estoy ahí, yo, tu Señor, tu amigo, tu servidor, y vuélvete
hacia mí. ¡Cuánto más intensa y extensa sería tu irradiación si me prestases mayor
y más amorosa atención a mí!
Recuerda bien esto: cualquiera que sea la actividad que se ejecuta o el dolor
que se soporta, tan sólo la unión de amor con que se llevan a cabo realizan su
valor.
Trata de unirte más conmigo. Únete a mi oración. Únete a mi ofrenda. Únete
a mi acción sobre el mundo en lo íntimo de los corazones. Considera cómo ésta
queda entorpecida por todos los egoísmos conscientes o inconscientes. Por el
contrario, considera cuán poderosa es en las almas generosas que a ella se
entregan con docilidad.
Únete a mí para hacer todo lo que tienes que hacer y te darás cuenta de que
estará hecho mejor y más fácilmente. Únete a mí para ser bueno, acogedor,
comprensivo, abierto a tus hermanos, y yo haré pasar algo de mí en tu trato con
los demás. Si no quieres vivir separado de mí, renueva tu unión conmigo más a
menudo y más intensamente, a través de todas las horas claras o grises de cada
día.
¿No en vano multiplicas a lo largo del día actos positivos de amor y de deseo,
porque así crece en ti algo de la caridad del Padre para conmigo, lo que me facilita
una sobreabundancia de mi presencia en ti y me manifestará bajo tu apariencia
carnal. Tu amor ha de ser activo y vigilante. Si se duerme por cobardía o por
descuido, se produce como un corte en la irradiación de mi vida en ti.
En el conocimiento de mi amor por ti y por el mundo existen varias zonas
concéntricas cuya penetración no puede menos de avivar tu fe y tu caridad.
Hay en primer lugar esa percepción experimental de mi presencia amorosa
que te ciñe interior y exteriormente. ¿No estoy yo en ti, en lo más íntimo de ti
mismo? ¿no estoy continuamente a tu lado y no tengo razón de repetirte a menudo:
“mírame mirarte. Obra como miembro mío. Trata conmigo como si me vieras –y
sonríeme”?
Hay en segundo lugar ese conocimiento intelectual del amor infinito que os
ha amado hasta realizar verdaderas locuras: la locura del pesebre, la locura de la
cruz, la locura de la hostia, la locura del sacerdocio –con todo lo que eso conlleva
de humildad y de ternura por parte mía: hacerme creatura, hacerme pequeñín,
hacerme dependiente de vosotros y de vuestra buena voluntad colaborante.
Hay por fin lo que vosotros no podéis actualmente ni saber ni ver –y es este
fuego del amor trinitario que os solventará, os abrasará, os alimentará en la
eternidad, haciéndoos participantes de nuestra alegría substancial en una caridad
universal exaltante.
Si supieses cuánto me gusta ser, por fin, contado como algo en la vida de
cada día…no ser tan sólo alguien a quien se invoca según los ritos, sino el amigo
verdadero e íntimo con quien se cuenta y con quien siempre se puede contar. ¿no
soy yo el que siente lo que tú sientes, el que asume tus estados de alma, el que
transfigura y fecunda tus deseos, tus ademanes, tus palabras?...Todo cuanto llena
tus días ha de ser para ti la ocasión de expresar todo el amor de tu alma.
Los dos estamos juntos.
Estamos juntos como el sarmiento está junto al tronco de la vid, como el
miembro está junto tronco del cuerpo.
Juntos rezamos.
Juntos nos encontramos para trabajar,
Para hablar,
Para ser buenos,
Para amar,
Para ofrecer,
Para padecer,
Para morir
Y un día para ver al Padre, a Nuestra Señora, alegrarnos.
La conciencia de estar juntos es una garantía de seguridad, de fecundidad,
de alegría.
Seguridad:
Qui hábitat in adjuntorioAltíssimi, in protectione Dei coelicommorabitur.
Él inspira, él guía, él conduce por su Espíritu.
Yo realizo con Él el eterno plan de amor del Padre sobre mí para beneficio de
todos.
Christus in me manens ipse facit opera.
¿Qué puedo temer para la gran travesía? Si estamos juntos.
Fecundidad:
Qui manet in me et ego in eo, hic fertfructummultum.
Visible e invisible, irradiación, visitación
Virtus de illo exibat et sanabar omnes
Alegría
Stoadostiumetpulso…coenabo cum illoeiille mecum. Intra in gaudiumDómini.
Yo quiero que la gente vea resplandecer en tu alma mi alegría.
Soy yo mismo en ti el que habla en tu nombre, el que no desiste de pedir las
gracias que necesitas para realizar en el puesto dispuesto por el en la simbiosis del
cuerpo místico el plan eterno de amor del Padre sobre ti.
Soy yo mismo en ti el que se ofrece y dándose sin restricción al Padre, sueña
con incluir en su oblación la ofrenda de ti y de todos tus hermanos.
Soy yo mismo en ti el que ofrece a la bendición y a la purificación del Espíritu
todas las almas actualmente sobre la tierra.
Soy yo mismo en ti el que adora, alaba, agradece al Padre, por el ardiente
deseo que tengo de recapitular las adoraciones, las alabanzas y las acciones de
gracias de toda la humanidad.
Mi amor es delicado, tierno, solícito, misericordiosos, fuerte y divinamente
exigente.
Mi amor es delicado. Yo te amé el primero y todo cuanto eres soy yo quien
te lo dio. Por delicadeza no te lo recuerdo con frecuencia. Espero que tú mismo lo
reconozcas, que me lo agradezcas y que deduzcas las consecuencias.
Mi amor es tierno. Yo soy la ternura infinita. ¡Si os percataseis de las riquezas
de mi corazón y advirtieseis mi deseo inmenso de colmaros con ellas! Ven a mí,
pequeñuelo; pon tu cabeza sobre mi pecho y comprenderás mejor quam suavis est
dóminus tuus.
Mi amor es solícito. Nada de lo que te atañe me deja indiferente. Ningún
sentimiento de tu alma es extraño para mí. Yo me apropio todos tus deseos en la
medida en que se conforman al plan de amor de mi Padre y, por lo tanto, a tus
verdaderos intereses. Yo hago mías todas tus intenciones y bendigo fielmente a
cuantas almas me confías.
Mi amor es misericordioso. Conozco mejor que tú las circunstancias
atenuantes y los motivos excusantes de tus faltas, de tus errores, de tus extravíos.
Mi amor es fuerte. Tiene la fuerza de mi poder. Es fuerte para sostenerte,
para levantarte, para guiarte en la medida en que sepas solicitarle. Quien en él se
apoya, nunca sufrirá el menor desengaño.
Mi amor es divinamente exigente. Así lo has comprendido tú. Porque yo te
amo por ti mismo, quiero poderme dar más a ti –y no lo puedo hacer más que si tú
mismo respondes fielmente a todas las invitaciones de mi gracia, a todos los
impulsos de mi Espíritu.
Y pues, te quiero también por tus hermanos, yo quiero poder pasar más por
ti. A ti te corresponde reflejarme, revelarme, expresarme y, para eso, ábreme de
par en par las puertas de tu corazón – y corresponde generosamente a mis
llamadas.
Simplifica todas las cosas, las alegres y las dolorosas, por medio del amor.
¡cómo me gustaría verte hacer, cada día, un cuarto de hora de amor puro, positivo,
explícito! En unión conmigo (ejercítate poco a poco. Empieza por un minuto,
después dos, después tres. Si perseveras, bajo la influencia del Espíritu, fácilmente
llegarás a quince. Verás entonces cuántas cosas ocuparán su puesto verdadero –y
tendrás un gusto anticipado de lo que te reservo para cuando llegue tu hora. Así,
paso a paso, irás penetrando en mi inmensidad sin miedo a zozobrar ya que seré
yo el que te invada.
Necesitas un amor más fuerte que tu sobrecarga de ocupaciones, más fuerte
que tus preocupaciones, más fuerte que tu sufrimiento.
Lo que a mis ojos cuenta no es el amor que tú experimentas, sino el que me
manifiestas.
Reitera muchas veces durante el día pequeños actos de adoración silenciosa
para conmigo que tanto te quiere y nunca te abandona. Pídeme con frecuencia
que haga crecer en ti el deseo de mí, el gusto de mí, el gozo de mí. Es esa una
oración que me agrada otorgar –pero ten paciencia y no intentes darte más prisa
que mi gracia.
Mi reino se construye por dentro y yo más necesito de almas generosas en los
combates interiores para provecho de sus hermanos que de propagandistas u
hombres de negocios, aún exclusivamente al servicio de mi Iglesia.
Lo único que cuenta es el fuego del amor que crece en los corazones; más
que grandiosas acciones exteriores, más que bellísimas organizaciones, las cuales,
institucionalmente, pueden parecer maravillosas aunque, de hecho, estén vacías
o poco menos de mi presencia viva y activa.
No te acomodes con la monotonía del amor. Busca y encontrarás nuevas
maneras de expresármelo. Nunca son monótonas las mías. Hazme sentir más a
menudo que soy yo a quien tú deseas –y repíteme en tu nombre y en nombre de
los demás: Maranatha. Ven Señor Jesús, ven.
Me puedes creer: Yo siempre respondo a las invitaciones.
La letra no tiene el menor interés sino en la medida en que estimula y facilita
el amor; de ninguna manera cuando lo sofoca y contraría.
Claro que se requieren puntos fijos en la vida espiritual, pero cómo mojones
y pretiles, no como obstáculos y “árboles que ocultan la selva”.
Déjame conducirte as mi manera. No te alarmes por el porvenir. ¿Te falto
algo en tiempos pasados? Pues nada te faltará porque yo estaré siempre ahí y
porque nada falta a aquél a quien no falto yo. Mi presencia y mi ternura estarán
siempre a tu lado, originando en ti acción de gracias, amor y celo. Hasta las horas
sombrías y duras de tu vida estaba yo contigo. Además, tú mismo te diste
perfectamente cuenta –y los túneles han desembocado en luz.
Si la gente quisiera acercarse a mí más a menudo, con mayor disponibilidad,
sacaría de la contemplación de mi divina presencia nuevas energías. Yo soy la
fuente de la juventud y es en mí donde se opera todo verdadero “aggiornamento”
en las almas, en los hogares, en todas las sociedades. El mundo se desvitaliza por
escasez de vida contemplativa auténtica.
La vida contemplativa, no es la vida de éxtasis; es la vida en la que yo soy
alguien que cuenta, alguien con quien se cuenta, alguien con quien se puede
contar. Es asimismo la vida que confluencia en la que los hombres se integran, por
el pensamiento o simplemente por una unión vital, a todos mis arranques de amor,
de adoración, de alabanza, de acción de gracias, a mi oblación incesante tan
redentora y tan espiritualizante, y, por fin, a mis inmensos anhelos equivalentes a
vuestras inmensas necesidades. De esta conexión vital conmigo depende para el
mundo entero la promoción de mi gracia, de las bendiciones divinas, y más
especialmente, la asunción progresiva de toda la humanidad menesterosa, humilde
y generosa, por mi divinidad.
La persistencia del amor ha de tender a la impregnación total de la existencia
–lo que no significa que ésta tenga que tomar siempre la misma forma, idéntica
coloración, ni que la conciencia guarde al respecto lucidez constante. Lo esencial
en amor no es la conciencia total, sino el hecho de amar: pensar en el otro antes
de pensar en sí, vivir para el otro antes de vivir para sí, perderse en el otro hasta
el punto de olvidarse de sí mismo y hacer que él crezca en la medida en que
disminuye el “yo”. El que ama verdaderamente, nunca se imagina que ama. Ama,
sin más.
Yo te quiero manifestar cuánto aprecio la oración que haces cada día al
recibirme en la sana comunión: “Jesús, acrecienta en mí el deseo de Ti, el deseo
de poseerte, el deseo de ser poseído por ti y el de vivir cada día más in persona
Christi”.
Y añades: “Ejerce sobre mí tu señorío, estrecha más tu abrazo, séllame con
tu divina impronta”. No te sorprendas si no te lo concedo más rápidamente de
manera sensible y perceptible. Sigue pidiendo. La cosa llega paso a paso –y es
porque exige mucho tiempo y condiciones previas de purificación que se van
realizando día tras día.
Lo que hace el valor de una vida es la calidad del amor que la inspira. Este
amor puede experimentar momento de “fading”; empero, si es leal, rebota y
transfigura cuanto toca –lo mismo que el sol que puede ser ocultado por una nube
pero que continúa brillando y aparece de nuevo en cuanto aclara. ¡Amor que
ilumina, amor que vivifica, amor que penetra, amor que sana, amor que regocija!
Todo ser humano posee en sí mismo posibilidades inmensas de amor. Bajo la
influencia del Espíritu, este amor puede ser sublimado y expresado en actos
maravillosos de generosidad, hasta el sacrificio de sí mismo. Bajo la influencia del
egoísmo, el mismo amor puede degradarse y desembocar en los peores excesos de
la bestialidad bajo todas las formas que puede revestir el gamberrismo. Sólo en la
medida en que la humanidad purifica e intensifica sus potencias afectivas, ella
puede elevarse y superarse, al ser asumida por mí, ya que siendo yo mismo la
ternura infinita, no me es posible asimilar sino lo que es amor auténtico un corazón
humano.
Ante todo yo soy el amigo más cariñoso y más discreto –que se alegra de las
iniciativas de sus seres queridos y se entristece por sus errores, por sus yerros, por
sus opacidades, por sus ambigüedades, por sus resistencias- pero que está siempre
dispuesto a perdonar y a borrar las faltas de los que vuelven a él con amor y
humildad.
Además veo todas las posibilidades de bien que hay en cada uno y estoy
totalmente dispuesto a favorecer sus desarrollo –más nada puedo sin vuestra
colaboración. Ahora bien, en la medida en que vosotros prestáis atención a mi
presencia, en esa medida os granjeáis la eficacia de mi divina vitalidad.
Yo soy la luz –pero asimismo la vida. Lo que no es concebido, efectuado,
realizado en unión por lo menos virtual conmigo, está destinado a perecer.
Bien sabes tú que por ti mismo no eres NADA, que no puedes NADA –pero te
quedarás pasmado un día al descubrir lo que JUNTOS hayamos realizado.
Búscame a mí que estoy en ti, en lo recóndito de ti, y ponte libremente pero
con una generosidad incondicional bajo mi divina influencia. Aun cuando no se
hace sentir, ésta se ejerce y te inspira sin que tú te des cuenta. Te apena el no
tener constantemente una conciencia lúcida de mi presencia –sin embargo, lo que
cuenta es que yo esté ahí oyendo tus declaraciones de amor. Pruébamelas –con
humildes sacrificios, con pequeños sacrificios soportados en unión con los míos –
con interrupciones cortas y frecuentes en medio de tu trabajo o de tus lecturas –
y verás cómo va creciendo en ti poco a poco un estado de fidelidad y de
disponibilidad con relación a todo lo que yo te pida.
5. PÍDEME UNA FE VIVA
La fe es un don que Yo nunca rehúso a quien me lo pide con perseverancia.
Para vosotros es el único medio normal de disponer de una antena con el más allá.
Mientras vivas en la tierra, el clima normal de tu alma es un clima de fe y de
fe meritoria, con esa mezcla divina de claridad y de sombra que te permite
razonablemente adherirte a mí sin captarme con la claridad de la evidencia.
Precisamente, eso es lo que yo espero de ti. ¿dónde estaría tu merito si me
presentase tal cual soy, transfigurado, delante de ti? Empero, cuanto más tú
ejerzas tu fe en el amor, más conseguirás percibir mi divina Presencia en la
obscuridad.
“El justo vive por la fe”. Su riqueza son esas realidades invisibles que para
él se hacen perceptibles. Su alimento es mi presencia, mi mirada, mi asistencia,
mis exigencias de amor. Su ambición es hacerme nacer y crecer en muchas almas
de manera que haya un poco más de Mí sobre la tierra. Su sociedad, es mi Cuerpo
Místico. Su familia, es la familia trinitaria de donde todo emana y donde todo llega
a su término por Mí, CONMIGO y en Mí. En cuanto a ti, vive cada día más ese
programa. Esa es ante todo, para ti, mi encomienda.
Pídeme fielmente una fe profunda, luminosa, sólida, ilustrada e irradiante.
Una fe que no sea tan solo una adhesión intelectual y voluntaria a verdades
dogmáticas abstractas, sino una percepción de mi presencia viva, de mi Palabra
interior, de mi cariñoso amor, de mis deseos inarticulados. Ten por seguro que yo
te lo quiero conceder, pero pídemelo más encarecidamente. Que tu confianza me
testifique tu amor.
Tú no pides bastante porque no tienes bastante fe. Tú no tienes bastante fe
para creer que yo te puedo complacer, que siempre estoy atisbando tus deseos.
Tú no tienes bastante fe para pedir con perseverancia –sin volver las espaldas ante
el primer obstáculo, sin descorazonarte porque yo, para poner a prueba tu fe y
acrecentar tu mérito, me hago el desentendido.
Tú no tienes bastante fe como para apreciar la importancia de las gracias que
tienes que conseguir para ti y para los demás, para la Iglesia y para el mundo. Tú
no tienes bastante fe como para, de vez en cuando, venir y pasar una hora junto
a Mí.
Tú no tienes bastante fe como para no experimentar una ligera humillación
cuando no se te tiene en cuenta; y tú ¿no me olvidas demasiadas veces? ¿Estoy yo
siempre cabalmente en tu vida? Tú no tienes bastante fe como para privarte de
pequeñas golosinas insignificantes cuando con tus sacrificios podrías originar
tantas gracias para las almas.
A mí me gusta que tú sepas descubrirme, reconocerme, percibirme a través
de tus hermanos, a través de la naturaleza, a través de los acontecimientos
grandes y chicos. Todo es gracia y yo estoy en todo.
Mientras vives en la tierra tienes como una venda sobre los ojos. Tan sólo por
la fe y bajo la influencia de mi Espíritu, puedes ser sensible a mi presencia, a mi
voz, a mi amor. Compórtate como si me vieses –bello, cariñoso, enamorado, ya
que lo soy, y sin embargo tan mal comprendido, tan aislado, tan marginado por
muchos hombres a los que yo tanto he dado y a quienes estoy dispuesto a perdonar
tanto.
Yo tengo tanta consideración por vuestra personalidad humana. No quiero
atropellar a nadie. Es la razón por la que me muestro tan paciente al mismo tiempo
que abierto y sensible al más mínimo indicio de amor o de simple cortesía.
Dilata tu corazón hasta las extremidades del vasto mundo. ¿O ignoras que Yo
tengo con qué colmarlo?

6. LLAMA AL ESPÍRITU
Llama más a menudo al Espíritu Santo. Él solo puede purificarte, inspirarte,
instruirte, inflamarte, “mediadorizarte”, fortificarte, fecundarte.
Es Él quien puede liberarte de todo espíritu mundano, de todo espíritu
superficial, de todo espíritu utilitario.
Es Él quien te hace valorar exactamente las humillaciones, el sufrimiento, el
esfuerzo, el mérito en la síntesis de la Redención.
Es Él quien proyecta un destello de nuestra sabiduría sobre tus disposiciones
interiores conforme al plan de nuestra providencia.
Es Él quien garantiza a la fase meritoria de tu existencia su rendimiento total
al servicio de la Iglesia.
Es Él quien te sugiere lo que has de hacer y te inspira lo que has de pedir para
que yo pueda actuar por tu actividad y orar por tu oración.
Es Él quien mientras tú prosigues tus actividades te purifica de todo espíritu
propio, de todo juicio propio, de todo amor propio, de toda voluntad propia.
Es Él quien mantiene tu vida centrada en mi amor. Es Él quien te impide
apropiarte el bien que Él mismo te hace realizar.
Es Él quien prende fuego a tu corazón y le hace vibrar al unísono con el mío.
Es Él quien hace brotar en tu inteligencia esas ideas en las que nada te hacía
pensar. Y la medida que Le eres dócil, es Él quien te inspira la decisión oportuna,
tal comportamiento saludable, y así mismo tal retorno al desierto.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para desarrollar en ti el espíritu filial para
con el Padre: Abba Pater, y el espíritu fraterno para con los demás.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para que tu oración quede centrada sobre
la mía y pueda lograr toda su eficacia.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para que tu querer sea firme, inflexible,
poderoso. Bien sabes que sin él tú tan sólo eres debilidad, fragilidad.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para gozar de la fecundidad que yo quiero
para ti. Sin Él tú no eres sino polvo y esterilidad.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para ver todas las cosas como las veo yo,
y para disponer de un índice indiscutible de referencia sobre el valor de los
acontecimientos en la síntesis de la Historia vista por dentro.
A ti te hace falta el Espíritu Santo para prepararte a lo que será tu vida
definitiva y ayudarte a orar, a amar, a obrar como si llegases al paraíso.
Cree en la presencia del Espíritu Santo en ti. Él, empero, no puede obrar ni
hacerte percibir su divina realidad más que si tú le llamas en unión con Nuestra
Señora.
Llámale por ti, pero asimismo por los demás –pues en muchos corazones está
como amordazado, atado, paralizado. Es la razón por la que el mundo demasiadas
veces marcha mal.
Llámale en nombre de todos los que te salen al paso. Entrará en cada uno
según la medida de su receptividad y progresivamente aumentará en cada uno su
capacidad.
Llámale en nombre de todas las almas desconocidas que yo te confío y en
favor de las cuales tu fidelidad puede lograr gracias valiosas.
Llámale sobre todo en nombre de los sacerdotes y de las almas consagradas,
para que en el mundo de hoy se multipliquen los auténticos contemplativos.
El periodo posconciliar es siempre para la Iglesia un periodo delicado en el
que la cizaña es sembrada de noche por el inimicus homo con el buen grano.
Quien aspira a mi Espíritu respira la caridad de mi Corazón
¡Cuánto mejor iría el mundo, cuánto más viva y unida estaría la Iglesia, si el
Espíritu Santo fuese más ardientemente deseado y acatado con mayor fidelidad!
Pide a mi Madre que te incluya en el cenáculo de las almas pobres y pequeñas
que, bajo su dirección materna, merecen para la Iglesia y para el mundo una
efusión más abundante y más eficaz de mi Espíritu de amor.
Confianza, hijo mío, Yo quiero que se sienta, cada día más, mi vida palpitar
en ti.
Todo lo que me ofreces, todo lo que haces, todo lo que me das, yo lo recibo
como Salvador y en la unidad del Espíritu Santo, yo puedo, por mi parte,
ofrecérselo al Padre purificado de toda ambigüedad humana, enriquecido con mi
amor para beneficio de toda la Iglesia y de toda la humanidad.
¡Ojalá conocieses el poder de unión y de unificación del Espíritu Santo,
Espíritu de unidad! Él obra suaviter et fortiter en lo íntimo de los corazones que
lealmente se sujetan a su influencia. ¡Hay relativamente tan pocos hombres que
le llamen de verdad! Esa es la razón por la que tantas naciones, tantas
comunidades, tantas familias viven divididas.
Llámale para que haga crecer nuestra alegría trinitaria en tu alma, esta
alegría inefable que dimana del hecho que cada una de nuestras personas,
aun permaneciendo totalmente ella misma, se da sin reserva a las otras dos.
Alegría total del don, del trueque, de la comunión incesante, en la que soñamos
insertaros libremente.
Fuego de amor cuya única ambición es invadir, pero que, con relación a
vosotros, está limitado en su acción y en su intensidad porque estáis distraídos y
porque rehusáis entregaros a Mí.
Fuego que quisiera devoraros, no para destruiros, sino para transformaros,
para transfiguraros en él –de tal manera que todo lo que toquéis se inflame por
contacto-
Fuego de luz y de paz –porque yo pacifico todo lo que conquisto y comparto
mi alegría luminosa con todo lo que asumo.
Fuego de unidad donde, respetando las legítimas y enriquecedoras
virtualidades individuales, yo suprimo todo lo que divide y todo lo que se enfrenta,
para asumirlo todo en mi amor. Pero tienes que desear aún con mayor fuerza mi
llegada, mi crecimiento, mi toma de posesión, -tienes que desear la fidelidad al
sacrificio y a la humildad, tienes que permitirme que yo me sirva de ti para
manifestar la delicadeza de mi bondad.
¡Qué bajo la influencia de mi Espíritu, tú llegues a ser un incendiario de amor!
Siempre se gana tiempo cuando se utiliza el de ponerse bajo la influencia de
mi Espíritu y cuando se me da el que yo pido.
El Espíritu Santo no deja de trabajar en lo íntimo de cada ser como en el
interior de cada institución humana. Pero son indispensables los apóstoles fieles a
sus inspiraciones –dóciles a la jerarquía que me representa y me continúa entre
vosotros. Colaboración activa que significa dinamismo a mi servicio – haciendo
fructificar lo mejor que podáis los talentos y los recursos, por limitados que sean,
que yo os he impartido. Colaboración activa, es decir, fidelidad al trabajo en unión
conmigo y en comunión con todos vuestros hermanos. Y todo eso, en la serenidad.
Yo no os pido que carguéis sobre vuestros nervios la miseria del mundo, ni tan
siquiera las crisis de mi Iglesia –pero sí que los llevéis en vuestro corazón, en
vuestra oración y en vuestra oblación.
Mi Espíritu está contigo. Mi Espíritu es luz y vida.
Es luz toda interior sobre cualquier cosa que necesites saber y ver. Él no tiene
que revelarte de antemano todos los designios del Padre, pero, en la fe, te
proporciona las luces indispensables para tu vida interior y para tu actividad
apostólica.
Es vida, es decir: movimiento, fecundidad, poder. Movimiento, ya que actúa
por medio de sus impulsos discretos pero tan preciados, motiva tus aspiraciones,
inspira tus deseos, orienta tus opciones, estimula tus esfuerzos. Fecundidad, ya
que es Él el que aumenta mi vitalidad en ti y acrecienta tu ya innumerable
posteridad. Él utiliza tu pobre vida y tus escasos recursos para obrar por ti y atraer
hacia mí. Poder, ya que obra no estrepitosamente, sino como el aceite que
penetra, empapa, fortalece y facilita la actividad humana impidiendo sus
chirridos.
Cuando el Espíritu Santo se precipita sobre un ser humano, lo transforma en
un hombre diferente, pues ese hombre se encuentra bajo el dominio directo de
Dios.
Que se intensifique tu deseo de la venida más abundante del Espíritu Santo a
ti y a la Iglesia. Tú mismo quedarás sorprendido por los frutos que producirá en ti
y en aquellos en cuyo nombre le solicites.

7. QUÉDATE EN ESTADO DE OFRENDA

Yo soy el que ofrece. A la ofrenda que yo hago al Padre, une, como un


homenaje de alabanza, todas las alegrías humanas: alegrías de la amistad, alegrías
del arte, alegrías del descanso, alegrías de la labor lograda, alegrías sobre todo de
la intimidad conmigo y de la abnegación a mi servicio en la persona del prójimo.
Ofréceme la mirra de todos los sufrimientos humanos: sufrimientos del
espíritu, sufrimientos del cuerpo, sufrimientos del corazón, sufrimientos de los
agonizantes, de los encarcelados, de los accidentados, de los desamparados en su
soledad.
Despacito, con calma, amorosamente, pídeme ayuda para cuantos sufren, y
así harás fructíferos sus dolores uniéndolos a los míos, y les conseguirás gracias de
alivio o, por lo menos, de aliento.
Ofréceme el oro de todos los actos de caridad, de bondad, de mansedumbre,
de amabilidad, de abnegación que, de una u otra manera, son prodigados sobre la
tierra. Yo veo las cosas con los ojos del amor y lo que considero son las tentativas
humanas del amor verdadero basado en el olvido de sí mismo.
Ofrécemelos para que yo los estimule y pueda alimentarme con ellos para
provecho de mi crecimiento en el mundo.
La oblación es una llave que desencadena ondas de gracias para las almas.
Poca cosa es, aparentemente, el gesto, el pensamiento de ofrecerme los que
sufren, los solitarios, los abatidos, los que luchan, los que caen, los que lloran, los
que mueren –como también los que me ignoran, o los que me abandonaron después
de haber sido mis adeptos…
Ofréceme el mundo entero…
Todos los sacerdotes del mundo…
Todas las religiosas del mundo…
Todas las almas fervorosas del mundo…
Todas las almas de oración…
Todos los tibios, todos los pecadores,
Todos los que sufren.
Ofréceme todos los días de este año –todas las horas jubilosas y todas las
horas dolorosas.
Ofrécemelas para que a través de todas ellas yo haga pasar un rayo de
esperanza- y para que así yo crezca en muchas almas que, libremente, se adherirán
al Único que puede colmar sus aspiraciones profundas a la inmortalidad, a la
justicia y a la paz que sólo yo puedo procurar.
Gradualmente vete viviendo en nombre de los demás, en unión con todos.
Recapitúlalos interiormente cuando vayas a orar y cuando vayas a descansar. En ti
y por ti Yo atraigo a mí las almas que a mis ojos tú representas. En su nombre,
desea ardientemente que yo sea su luz, su salvación y su alegría. Créeme, ninguno
de tus deseos, si procede de lo más profundo de tu ser, será ineficaz. Con tales
deseos y otros semejantes multiplicados a través del mundo se va elaborando paso
a paso mi Cuerpo Místico.
No me basta con que me ofrezcan los sufrimientos de los hombres para que
yo los alivie o los tome por mi cuenta para provecho suyo. De igual modo, ofréceme
todas las alegrías de la tierra para que yo las purifique, las intensifique uniéndolas
a las mías y a las de los Santos del cielo.
No me basta con que me ofrezcas los pecados del mundo para que yo los
perdone y se esfumen como si nunca hubieran sido cometidos. Ofréceme asimismo
todos los actos de virtud, todas las opciones realizadas por mí o por los demás para
que yo les conceda dimensión de eternidad.
No me basta con que me ofrezcas todo lo que anda mal sobre la tierra –¿No
sé yo mejor que nadie las deficiencias de los seres y de las cosas?- para que yo lo
componga y tapone las brechas. Ofréceme también todo lo que anda bien,
principiando por la pureza de los niños, la intrepidez del joven, el pudor exquisito
de la doncella, la abnegación de la madre, la ecuanimidad del padre, la benignidad
del anciano, la paciencia del enfermo, la oblación del moribundo y, en general,
todos los actos de amor que brotan del corazón de los hombres.
Hay bondad, mucho más y mejor de lo que se cree, en el alma de tus
hermanos, y es tanto más excelente que muchas veces no la notan ni los propios
interesados. Pero yo que descubro hasta lo más recóndito de cada uno y que a
todos juzgo con benevolencia y ternura, encuentro muchas veces, bajo rescoldos
de cenizas, verdaderas pepitas de oro. A ti te corresponde ofrecérmelas para que
yo las pueda valorar. Así es, por tu gesto de ofrenda, como el amor irá aumentando
en el corazón de los hombres y saldrá finalmente vencedor del rencor.
No te desanimes de vivir, de obrar y de sufrir en nombre de los demás,
conocidos o desconocidos. Tú no ves aquí, en la tierra, lo que logras, más yo te
puedo asegurar que nada se pierde de lo que tú haces cuando, ofreciéndome tu
aportación, ya sea lo modesta que sea, te unes a mi propia oración, a mi propia
oblación, a mi propia acción de gracias. Así tú facilitas a un sinnúmero de almas
desconocidas esta convergencia conmigo que, a través del traqueteo de su
terrestre caminar, facilitará, en el momento oportuno, su asunción definitiva.
Frente a esa muchedumbre inmensa y anónima, que desalentaría las voluntades
más entusiastas sin la ayuda de mi gracia, yo te ofrezco el medio de colaborar
eficazmente a su espiritualización, más seguramente que por el ministerio de la
predicación o de la confesión. Déjame libre de mis movimientos. Soy yo quien fija
a cada uno el modo de colaboración que espero de él.
Sé cada día más un tributario fiel –depositando en mí todas las oraciones,
todas las actividades, todos los gestos de bondad, todas las alegrías y todas las
penas, todos los sufrimientos y todas las agonías de los hombres, para que,
asumidos por mí, puedan ser purificados y sirvan para vivificar el mundo.
El mundo actual cuenta felizmente con muchas almas generosas –y con otras
muchas más que bien quisieran llegar a serlo por poco que encontrasen protección
y aliento. Estas, entonces, ayudarían a las demás a encontrarme, a reconocerme,
y a escucharme. Mis llamadas serían mejor oídas y muchos, volviéndose hacia mí
en lo íntimo de sus corazones, al topar conmigo, encontrarán su salvación y su
contento.
Pierdan menos su tiempo en reuniones estériles y acudan a mí con más
frecuencia.
Yo soy el Oblato substancial. Yo me doy totalmente a mi Padre y el Padre se
da totalmente a mí. Yo soy al mismo tiempo el que se da y el que recibe en un
arrebato de amor que es, El también, substancial y que se llama el Espíritu Santo.
Yo quisiera arrebatar, asumir a todos los hombres en este ofertorio inmenso y
gozoso. Si te he escogido, ha sido precisamente para que te unas a mi oblación y
para que contribuyas a granjearle a muchos de tus hermanos.
Ven a mí y mantente en paz frente a mí. Asun cuando no percibas mis ideas,
mi radiación llega a ti y te penetra. Ésta influirá en tu vida entera y eso es lo
esencial.
Ven a mí, pero no vengas solo. Piensa en todas esas muchedumbres de las
que yo tanto me compadecí porque podía distinguir en cada uno de los elementos
que las componían el desamparo, las preocupaciones, las necesidades profundas.
No hay ni uno solo de sus miembros que no me interese, más yo no quiero
hacer nada por ellos sin la colaboración de los que he especialmente consagrado a
su servicio.
La tarea es inmensa —la mies, no obstante, es abundante— más los obreros,
los auténticos obreros fieles y avisados, los que anteponen a todas sus
preocupaciones la búsqueda por amor de mi Reino y de mi Santidad, son pocos en
demasía. Que tu oración al Padre, dueño de la mies, se inserte más íntimamente
en la mía –entonces verás crecer y multiplicarse el número de apóstoles
contemplativos al mismo tiempo que educadores espirituales. Por todas partes, Yo
voy inspirando la misma petición a las almas generosas en las comunidades y en el
mundo.
Sin duda, las que comprenden y corresponden no son sobradas en cantidad,
pero compensan su escasez con la calidad de sus llamadas.
Lo esencial es que todas oren en Mí y que se unan profundamente a la oración
que yo mismo hago en ellas.

8. ESPERO TU COLABORACIÓN
Considérate como un miembro mío, estrechamente unido a mí por todas las
fibras de tu fe y de tu corazón, por toda la orientación de tu voluntad. Obra como
miembro mío, consciente de tus limitaciones personales, de tu incapacidad para
hacer cualquier cosa verdaderamente eficaz por ti. Ora como miembro mío,
uniéndote a la oración que yo mismo hago en ti y uniéndote a la oración de todos
los hombres tus hermanos. Ofrécete como miembro mío, sin olvidar que yo estoy
siempre por amor en estado de oblación a mi Padre y con deseos de incorporar a
este acto de pleitesía el mayor número de los hombres que viven actualmente
sobre la tierra. Recibe como miembro mío, mi padre a quien yo me doy, se da
constantemente a mí en la unidad del Espíritu santo. En la medida en que tú no
haces más que uno conmigo, tú mismo compartes las riquezas divinas ad modum
recipientis. Ama como un miembro mío, afanándote por amar a todos los que yo
amo con el mismo amor con que les amor yo.

Lo que cuenta no es la gloria, lo deslumbrante, la publicidad; es la unión


fiel y generosa conmigo.

¿Qué pensarías tú de un rayo que se separase de su sol, de un río que se


desviara de su manantial, de una llama que se segregase de su hogar?

Trabaja por mi cuenta. Eres mi servidor. Mejor aún, eres miembro mío y, de
hecho, tú trabajas tanto más para ti cuando más lo hacer por mí. Nada de cuanto
se hace por mí se puede perder.
Comulga reiteradamente con mi pensamiento eterno sobre todas las cosas.
Tú no lo puedes captar íntegramente pues es infinito; pero esa comunión te
procurará cierta claridad o, por lo menos, algunos destellos que banalizarán tu
caminar sobre la tierra. Mis pensamientos sobre los hombres y sobre los
acontecimientos –pensamientos divinos llenos de amor y de delicadeza- te
ayudarán a considerarlos con mayor respeto y estima. Por otra parte, recuerda que
un día tú mismo darás a los seres y a las cosas de la tierra un valor muy diferente
del que, hoy por hoy, les asignas.

Mediante el amor es como crece mi cuerpo Místico. Mediante el amor es


como yo recapitulo y asumo cada molécula humana hasta el punto de transfigurarla
divinamente en la medida en que se ha hecho pura caridad. Trabaja con tus
ejemplos, con tu palabra, con tus escritos, a depositar cada día más caridad en el
corazón de los hombres. Eso es lo que te tienes que proponer continuamente como
objeto de tus oraciones, de tus sacrificios, de tus actividades…

Yo dirijo todo en tu vida; no obstante, necesito tu colaboración activa para


ayudarte a ejecutar libremente lo que quiere mi Padre. Yo dirijo todo en el mundo;
sin embargo, espero con paciencia, para poder llevar a efecto los designios del
Padre, que los hombres se comprometan libremente a trabajar bajo la influencia
consciente o inconsciente de mi Espíritu.

Yo espero al mundo. Espero que venga a mí con plena libertad, y no tan sólo
física sino moralmente.
Yo espero que acepte reunirse conmigo, que asocie su desamparo al que yo
experimenté por él en Getsemaní.
Yo espero que una su sufrimiento, inseparables de su condición humana, a
los que yo experimenté por él durante mi estancia en la tierra y especialmente
durante mi pasión.
Yo espero que una su oración a la mía, su amor a mi Amor.
Yo espero al mundo. ¿qué es lo que le impide venir a mí y en primer lugar
oír mi voz que siempre le está llamando discreta pero persistentemente? Es el
pecado que, como una brea pegajosa, obtura todos sus sentidos espirituales, torna
su alma opaca a las cosas del cielo, paraliza sus movimientos y entorpece su
marcha. Es el espíritu superficial, la falta de atención, la ausencia de reflexión, el
torbellino de la vida, de los negocios, de las noticias, de las relaciones. Es la falta
de amor, cuando, no obstante, el mundo tiene sed de amor. Tan sólo tiene este
vocablo en la boca; sin embargo, las más de las veces su amor no es más que
sensualidad y egoísmo, cuando no se torna en odio.
Yo espero al mundo para curarle, para purificarle, para limpiarle y poder
restaurar en él la verdadera noción de los valores…
Pero necesito ayuda y por eso te he menester. Sí, necesito contemplativos
que me ayuden a borrar las faltas uniendo su vida de oración, de trabajo y de amor
a la mía, y que se unan, mediante la ofrenda generosa de sus sufrimientos
providenciales, a mi oblación redentora. Necesito contemplativos que unan sus
peticiones a mi oración para conseguir los misioneros y los educadores espirituales,
impregnado de mi Espíritu, de los que inconscientemente el mundo tiene sed.

Lo importante no es hacer mucho sino hacerlo bien, más para hacerlo bien,
se requiere mucho amor.

Para llegar a la santidad necesitas valentía, pues sin ti Yo no quiero poder


hacer nada –y necesitas humildad pues sin Mí tú nada puedes hacer.
Yo soy el río que purifica, que santifica, que espiritualiza y que,
desembocando en el Océano de la Trinidad, diviniza lo mejor que hay en el hombre
regenerado por amor.
Las acequias, los arroyos y hasta los ríos si no desaguan en la ría, se pierden
en las arenas, se estancan en las charcas y forman pantanos nauseabundos. Lo que
tienes que hacer es echar en Mí todo lo que haces y todo lo que eres. Lo que
asimismo tienes que hacer es presentarme todos tus hermanos –sus pecados para
que yo los perdone, sus alegrías para que yo las purifique, sus oraciones para que
yo las tome por mi cuenta, sus trabajos para que yo les confiera valor de homenaje
a mi Padre, sus sufrimientos para que yo les comunique poder de redención.
¡Confluencia! Única palabra de pase que pueda salvar a la humanidad, ya
que sólo por Mí, conmigo y en mí –en la Unidad del Espíritu Santo- se rinde al Padre
una Gloria total – por la asunción de todos los hombres.
Sí, yo soy el punto Omega: en mí confluyen todos los afluentes humanos, o
por lo menos debieran confluir, bajo pena de disgregación. Entre ellos se
encuentran los ríos mansos y tranquilos; se encuentran también los torrentes que
se precipitan en cascadas y, deshaciéndose en espuma, desembocan en mí con
todo lo que han arrastrado por el camino; se encuentran las aguas cristalinas,
azuladas o verdosas; y se encuentran las aguas cenagosas en apariencia totalmente
turbias y sucias. No obstante, al cabo de unas cuantas leguas, todo su contenido
de microbios se ha purificado –ellas se vuelven perfectamente sanas y saludables-
pueden confundirse con las aguas del mar.
Todo ese gran trabajo es el que invisiblemente se está operando en la vida
de los hombres actualmente sobre la tierra.
Yo estoy en estado de crecimiento continuo tanto cualitativa como
cuantitativamente.
En esta masa inmensa de humanidad en la que yo distingo a cada uno por su
nombre y le llamo con todo mi amor, yo trabajo y me entretengo tratando de
sorprender la más mínima respuesta a mi gracia. En algunos mi gracia es fecunda
e intensifica mi presencia; viven en mi amistad y dan testimonio de mi realidad y
de mi amor entre sus hermanos. En otros, los más numerosos, tengo que esperar
largo tiempo que me hagan una señal de asentimiento –pero mi misericordia es
inagotable, y donde quiera que descubro un mínimo de bondad y de humildad allí
entro yo y asumo.
Por esta razón me alegro de que no te inquietes sobre manera por los
torbellinos que en la actualidad sacuden mi iglesia. Hay lo que aparece como la
estela abandonada por un navío en el océano, y existe más profundamente lo que
es, lo que se juega en el silencio de las conciencias, teniendo en cuenta todas las
circunstancias atenuantes que disculpan muchas actitudes de oposición
Siembra el optimismo a tu alrededor. Naturalmente yo os pido que
trabajéis, que propaguéis mi luz por la palabra, los escritos y sobre todo por el
testimonio de una vida que ponga de manifiesto la Buena Nueva de un Dios de
amor, recapitulando en sí a todos los hombres y asumiéndolos –en la medida de su
libre adhesión- para una vida eterna de felicidad y de alegría. Pero ante todo y por
encima de todo, confianza. Yo estoy siempre ahí, yo, el eterno Vencedor.

No busques complicaciones para tu vida espiritual. Date a mí con toda


sencillez, tal cual eres sin alteración, sin afectación, sin sombras. Entonces yo
podré más fácilmente crecer en ti y pasar por ti.

Este mundo pasa y tiende a su aniquilamiento –en espera de nuevos cielos y


de nuevas tierras- Por cierto que, aunque efímeramente, éste tiene su valor. Es en
medio del mundo, y de tal mundo, de tal época también, donde yo os he querido
y donde os he escogido. De todos modos, aún poniéndoos a su servicio para
“sacralizarle”, vosotros no debéis quedar enviscados por él. Otra es vuestra misión.
Debéis ayudarle a realizar el plan de amor que al crearlo tuvo mi Padre. Es a veces
misterioso, más un día descubrirás hasta qué punto este proyecto era maravilloso.
De entre tus colegas y amigos son ya numerosos los que han entrado en la
vida Eterna. Si pudieses ver la mirada lastimosa -¡oh! Llena de indulgencia –con
que consideran lo que tantos hombres admiten como valores…Las más de las veces
éstos no son sino efímeras apariencias engañosas que ocultan a sus ojos las
realidades duraderas, las únicas que cuentan.
El mundo sufre terriblemente de una falta de educación espiritual, y eso,
en gran parte, por la carencia de los que deberían ser guías y entrenadores. Y es
que tan sólo puede ser un verdadero educador espiritual el que humildemente
recurre a mi luz y, por la contemplación asidua de mis misterios, hacer pasar mi
Evangelio a toda su vida.
Yo más necesito apóstoles que sean contemplativos y testigos que
sociólogos o teólogos de cámara que no han orado su teología ni conforman su vida
con lo que enseñan.
Sobrados hombres, sobrados sacerdotes en el día de hoy se creen con
soberbia autorizados a reformar mi iglesia en lugar de principiar por reformarse a
sí mismos y por formar a su alrededor, humildemente, discípulos fieles, no a lo que
ellos piensan, sino a lo que pienso yo.
Te lo han dicho y tú lo has podido constatar: actualmente la humanidad
atraviesa una crisis de locura, agitándose desordenadamente y sin la menor idea
espiritual que pudiera ayudarle a tomar aliento en mí y estabilizarse.
Sólo el cuarterón de almas contemplativas puede impedir el desequilibrio
profundo que conducen a la catástrofe y retrasar, así, la hora de las grandes
expiaciones. ¿Cuánto tiempo aún se alargará la demora? Todo depende de la
disponibilidad de las almas escogidas por mí.

Yo he vencido al mundo, al mal, al pecado, al infierno –más para que mi


victoria se haga patente, es preciso que la humanidad acepte libremente la
salvación que yo le ofrezco.
Mientras estáis en la tierra, vosotros podéis implorar en nombre de los que
no lo piensan, podéis crecer en mi amistad en nombre y en desagravio de los que
me rechazan y se alejan de mí, podéis ofrecer dolores físicos y morales en unión
con los míos en nombre de los que los aguantan con espíritu de rebeldía.
Nada de lo que me permitís asumir por amor llega a ser inútil. Vosotros no
sabéis para qué sirve, pero tened la seguridad de que produce sus frutos.

Recapitulemos juntos todos los esfuerzos y todos los pasos, incluso los
vacilantes, de la humanidad hacia mí. Une sus oraciones, incluso las no formuladas,
a las mías, sus pasos, incluso los ambiguos, sus actos de bondad, incluso los
imperfectos, sus alegrías más o menos adulteradas, sus sufrimientos más o menos
bien aceptados, sus agonías, en las que toca la hora de la verdad, más o menos
conscientes –y sobre todo sus muertes que vienen a juntarse con la míaa y, juntos,
suscitaremos un aumento de atracción hacia el único que puede darles el secreto
de la paz y de la verdadera felicidad.
Gracias a esta trilogía: recapitulación por asunción, unión por confluencia y
liberación en la fe de mercedes espirituales invisibles, yo salgo victorioso en
muchas almas que se sorprenden por la sencillez de mis caminos y por la fuerza de
mi divina delicadeza.
Nada es ruin, nada insignificante cuando se trabaja o se sufre en unión
conmigo. Que recapitulo a todos los hombres la dimensión universal es esencial a
todo cristiano, con mayor razón a todo sacerdote. Más allá de ti. Yo veo a todas
las almas que he vinculado con la tuya. Yo veo su indigencia y la necesidad que
pueden tener de mi ayuda por tu mediación. Yo adapto tu género de vida al mismo
tiempo que al plan de amor del Padre, a las necesidades presentes modificadas
por la libertad humana. Todo transcurre en la síntesis de los designios divinos que
siempre sacan el bien del mal y hacen brotar el amor allí mismo donde la maldad,
cuando no la necedad humana, aparecen imposibilitarlo.
El mundo de los cristianos está demasiado agitado, demasiado enfocado
hacia el exterior –incluso el de muchos sacerdotes y religiosas. Empero en la
medida en que me acogen, en que me desean, en que tratan de abrirse de par en
par a mi amor, en esa medida la vida cristiana y la vida apostólica se ven colmadas
de alegría y de fecundidad.
Soy yo solo el que produce el bien duradero; pero necesito servidores e
instrumentos que sean canales de gracia, no obstáculo para mis favores
espirituales por sus dispersiones y por las ambigüedades de la búsqueda de sí
mismos a través de sus actividades.
Naturalmente, yo quiero hacer de mis fieles creadores, pero conmigo y
según el plan de mi Padre. Nunca olviden sin embargo: por más que yo les llame a
colaborar conmigo, por sí mismos tan sólo son siervos inútiles.
Su vida no puede ser fecunda sino en la medida en que moren en mí y me
permitan actuar en ellos.

Cada uno tiene su propio caminar. Si es fiel –sin nerviosismo, con serenidad-
caminaremos juntos – y si me invita a quedarme con él, me reconocerá a través de
los detalles más corrientes de su vida y su corazón se inflamará de amor por mi
Padre y por los hombres.

Recapitula en ti a la humanidad dolorosa y descarga en mí todas las miserias


del mundo. Así me permites darles utilidad y abrir muchos corazones
herméticamente cerrados. Tengo a mi disposición todos los medios para invadir,
para penetrar, para sanar, pero no los quiero utilizar sino con vuestra
colaboración. Existe ya, por cierto, la colaboración de la palabra, de la actividad,
del testimonio, pero la que yo más necesito es la de la unión silenciosa conmigo
en la alegría como en el dolor. Llénate de mí de tal manera que sin que tú te des
cuenta la gente me sienta en ti y se beneficie de mi divina influencia por medio
de ti.
Hay más posibilidades de bien entre los jóvenes de lo que se cree. Lo que
necesitan es ser escuchados y tomados en serio.
¡Cuántas lagunas en su educación! Empero, muchos de ellos, la mayor parte,
se interrogan, están dispuestos a reflexionar y se sienten felices cuando se les
comprende.
Piensa en esos millones de jóvenes de 20 años que formarán en el mundo de
mañana y que me buscan más o menos conscientemente. Ofréceles con frecuencia
a la acción del Espíritu Santo. Aunque ellos no le conozcan muy bien, su acción
luminosa y delicada les penetrará –y les orientará hacia la construcción de un
mundo más fraterno, en lugar de querer tontamente destrozarlo todo.

El tiempo de crear, de organizar, de realizar ya no es para ti. Más yo te


reservo una misión oculta del que se beneficiarán los más jóvenes pues ella
fomentará su dinamismo. Esta misión interior e invisible consiste en establecer un
contacto entre yo y ellos –en conseguirles los carismas indispensables para un
apostolado verdaderamente eficaz. Tómalos a todos sin distinción, de todas las
edades, de todas las condiciones, de todas las razas, y preséntalos con alegría a
las radiaciones de mi humildad y de mi silencio eucarístico.

Mansedumbre y humildad se dan la mano y sin estas dos virtudes el alma se


esclerosa tanto más fácilmente cuanto más la hacen descollar sus cualidades
humanas y espirituales.
¿Qué provecho saca el hombre llegando a ser estrella, cosechando
publicidad, aplausos y felicitaciones, si acaba perdiendo el secreto de su benéfica
influencia al servicio del mundo y de la Iglesia?
Nada es tan sutil como el veneno del orgullo en un alma sacerdotal. Lo has
experimentado tú mismo muchas veces. Asume a tus hermanos en el sacerdocio,
especialmente a aquellos que, por sus éxitos aparentes y efímeros, corren peligro
de perder la cabeza.
¡Si en lugar de pensar en sí pensasen un poquito más en mí! Aquí es donde
la vida contemplativa, fielmente vivida, procura una seguridad y un equilibrio
inestimables.
9. SUFRIMIENTO, CONDICIÓN DE VIDA
Olvídate. Renuncia a ti mismo. Descéntrate de ti mismo. Te concedo la
gracia. Pídemela porfiadamente. Te la concederé más aún.

Si yo acepto incluirte en mi sufrimiento, es para permitirte trabajar más


eficazmente en la conversión, en la purificación, en la santificación de muchas
almas unidas con la tuya. Yo te necesito y es normal que en esta fase meritoria de
tu vida, efímera después de todo, tú puedas comulgar en mi Pasión redentora.
Estas son las horas más fecundas de tu existencia. Los años pasan veloces. Lo que
perdurará de tu vida es el amor con el que hayas ofrecido y sufrido.
En la tierra, nada es fecundo sin el dolor humildemente aceptado,
pacientemente soportado, en unión conmigo que lo sufro en vosotros, que lo siento
en vosotros, que lo experimento por medio de vosotros.
Orar, padecer, ofrecer, es pasar vuestra vida ocupados en pasar a mi vida
y, de esa manera, permitir que mi vida de amor pase a vuestra vida.
Sufre con mi sufrimiento. Se trata no sólo de los sufrimientos
indescriptibles de mi estancia en la tierra y especialmente de los de mi Pasión,
sino también a todos los dolores que yo siento y asumo en todos los miembros de
mi cuerpo místico.
Gracias a esta oblación la humanidad se purifica y se espiritualiza. Trata
de entrar en el juego de i amor comulgando por dentro en mi sufrimiento redentor.
Los tres queridos apóstoles que yo había seleccionado cuidadosamente,
que habían sido testigos de mi gloria en el Tabor, se durmieron mientras yo sudaba
sangre en Getsemaní.
No hay que juzgar de la fecundidad espiritual con criterios humanos.
Yo quiero que tu amor sea más fuerte que tu sufrimiento; tu amor por mí,
pues lo necesito para dar eficacia al mío; tu amor por los demás en cuyo favor
desencadenas, por tu sufrimiento, mi acción salvadora.

Si amas apasionadamente, tu dolor te parecerá más soportable y me lo


agradecerás. Ya me ayudas más de lo que piensas, pero cuanto más amor pongas
para soportar los sufrimientos que te proporciono, más seré yo quien sufra en ti.

Los que sufren en unión conmigo son los primeros misioneros del mundo.
Si tú vieses a la gente como la veo yo, por dentro, te darías cuenta de que
necesito encontrar en la tierra seres de buena voluntad en los que yo pueda sufrir
y morir continuamente para espiritualizar y vivificar a la humanidad.

Frente a la suma de egoísmo, de lujuria, de orgullo que vuelve las almas


opacas a mi gracia, ni la predicación, ni siquiera el testimonio son suficientes: es
indispensable la cruz.
Para tener la fuerza de hacer un sacrificio cuando en el día se presenta la
ocasión, no te fijes en la priv ación que te impone el sacrificio; mírame a mí, y
aspira la fuerza que yo estoy dispuesto a concederte por mi Espíritu.
Sentir mi presencia y mi paz no es necesario; es la razón por la que algunas
veces. Yo permito la prueba espiritual y esa enojosa aridez, condición de
purificación y de mérito. Tener, no obstante, una percepción sensible de mi
presencia, de mi bondad, de mi amor, es un estímulo inestimable que no es bueno
despreciar. Tú tienes, pues, el derecho de desearlo y de pedírmelo. No te creas
más fuerte de lo que eres. Sin este estímulo, ¿guardarías mucho tiempo el valor de
perseverar?

Ven a mí con confianza. Yo sé mejor que tú lo que hay en ti, puesto que
en ti vivo y que tú eres algo de mí. Pídeme ayuda: yo te alentaré y tú aprenderás
a alentar a los demás.

Ofréceme fielmente algunos sacrificios voluntarios –por lo menos tres


veces al día- para Gloria de las Tres Divinas Personas. Poca cosa es, pero eso poco
me será sumamente valioso si lo haces con fidelidad y te merecerá una mayor
asistencia de mi gracia en la hora de un sufrimiento mayor.

Que tu primer reflejo, cuando sufres, sea el de unirte a mí que siento en


ti el dolor que tú padeces. Que tu movimiento sea el de ofrecérmelo con todo el
amor del que te sientes capaz, uniéndolo a mi oblación incesante. Y después, no
pienses exageradamente en ti que no haces más que pasar… Piensa en mí, que no
dejo de asumir hasta el fin de los tiempos los sufrimientos actuales de los hombres
que viven sobre la tierra, pero que no puedo utilizar para provecho de todos sino
aquellos en los que pasa por lo menos un hilillo de amor.
Cuando te sientas pobre y ruin, acércate más a mí. Tal vez no se te ocurran
lindas ideas, pero mi Espíritu te invadirá y lo que inconsciente hayas asimilado, lo
recordarás en el momento oportuno para mayor provecho de muchas almas.

Repíteme, con todo el ardor del que te sientas capaz, tu deseo de hacerme
amar.
Repíteme tu deseo de no vivir más que para mí al servicio de tus hermanos
y el de ser poseído por mí.
Muéstrate generoso en la “búsqueda” de mí, pues ésta presupone un
mínimo de ascesis. Digan lo que digan, sin este mínimo no es posible la vida
contemplativa, y sin vida contemplativa, imposible la vida misionera auténtica y
fecunda. En tal caso, sobreviene la esterilidad, la amargura, la decepción, el
obscurecimiento del espíritu, el endurecimiento del corazón… y la muerte.
Mis caminos son a veces desconcertantes, ya lo sé, pues trascienden la
lógica humana. En la humilde sumisión a mi proceder es donde tú encontrarás cada
día más la paz y, gracias a ella, te será concedida por añadidura la fecundidad
misteriosa.
Estar, cuando así lo dispongo. Yo, disminuido, abandonado, inutilizado, no
equivale a ser inútil, muy al contrario. Yo nunca soy tan eficiente como cuando mi
servidor ignora lo que realizo por él.
En la medida de lo posible, piensa en todos los sufrimientos humanos
actualmente experimentados sobre la tierra. La mayor parte de las víctimas no
entienden su significado, ni intuyen el tesoro de purificación, de redención, de
espiritualización que los sufrimientos constituyen. Relativamente raros son los que
han recibido la gracia de comprender el poder salvífico del dolor cuando se
confunde con el mío.
Por todos los que sufren en la tierra, yo estoy en agonía hasta el fin del
mundo; pero que mis apóstoles no dejen inutilizado todo este caudal de la
oblación humana que permite a mi oblación divina apresurar, en favor de la
humanidad, la lluvia de mercedes espirituales que tanto necesita.

Yo te había prevenido que tendrías que sufrir mucho -pero que yo estaría
ahí, a tu lado, en ti- y que el dolor no sería superior a tus fuerzas sostenidas por
mi gracia.
¿No soy yo el que te ha sostenido sugiriéndote sin cesar este tríptico: “Yo
asumo…yo me reúno con…yo desencadeno…?”
Sí, asumir en ti todos los sufrimientos humanos con todo lo que pueden
tener de ambiguo -¿por qué no?- todos los insomnios, todas las agonías, todas las
muertes- acto seguido, unirlos con los míos; según el principio de las confluencia,
desembocar en el gran río purificador y divinizador que soy yo para el mundo; -por
fin, estar totalmente convencido de que por el hecho de esta tu unión conmigo, tú
desencadenas para numerosos hermanos desconocidos un sinnúmero de favores
espirituales.
¡Cuántas almas desconocidas son, de esa manera, pacificadas, consoladas,
reconfortadas! De la misma manera, ¡cuántos espíritus puedes tú abrir a mi luz!,
¡cuántos corazones a mi llama! –los cuales nunca sospecharán de dónde les viene
este suplemento de gracia.
¿Puede alguien ser totalmente sacerdote sin ser por lo menos un poco
hostia? El espíritu de inmolación es parte integrante del espíritu sacerdotal- y el
sacerdote que no lo llegue a comprender, nunca dispondrá más que de un
sacerdocio mutilado. Encarándose con la primera dificultad, irá de frustración en
amargura y prescindirá del tesoro que yo le ponía en las manos. Sólo el sacrificio
remunera. Sin él, la actividad más generosa se vuelve estéril. Es evidente, no todos
los días son Getsemaní –no todos los días son el Calvario- pero el sacerdote digno
de este nombre ha de saber que encontrará el uno y el otro, bajo una forma
proporcionada a sus posibilidades, en ciertos momentos de su existencia. Tales
instantes son los más preciosos y los más fecundos.

No es con buenos sentimientos como se salva al mundo; es comulgando en


todo mi yo, incluida mi oblación redentora.
Los últimos años, cuando más limita al ser humano la vejez con su cortejo
de achaques, son los más fecundos para el servicio de la iglesia y del mundo.
Acepta ese estado y enseña a los que te rodean que en él poseen el secreto de un
poder espiritual insospechado.

El que sufre conmigo gana por de contado.

El que sufre solo es muy digno de lástima. Por eso te he pedido tantas
veces que recapitules todos los sufrimientos humanos y los unas a los míos para
que puedan adquirir valor y eficacia. Esa confluencia es asimismo el gran medio
para conseguir su alivio-
Lejos de replegar tu corazón sobre ti mismo, tu sufrimiento debe dilatarlo
sobre todos los sufrimientos que encuentres y también sobre todas las miserias
humanas que tú ni siquiera sospechas. En ello no cabe la menor ambigüedad, ni la
menor búsqueda de ti mismo –sino por el contrario una disponibilidad total a la
sabiduría de mi Padre.
Si la oración es la respiración del alma, la asfixia manifiesta claramente la
falta de llamada al oxígeno divino que se consigue en mí.
Desde hace casi un mes tú te hallas con frecuencia sobre la cruz, pero has
podido notar que, a pesar de los inconvenientes grandes y pequeños que de ella se
originan, nunca te ha faltado mi presencia, para rematar en tu carne lo que falta
a mi Pasión por mi cuerpo que es la iglesia. Por de pronto nunca has sufrido más
allá de lo soportable, y si te sientes, principalmente en ciertos momentos, algo
disminuido, yo suplo en ti tus insuficiencias: muchas cosas se arreglan mejor que
si tú mismo te ocupases de ellas.
Aprecio esas largas horas de insomnio en las que te afanas por unirte a mi
oración en ti. Aun cuando tus ideas son confusas, aun cuando encuentras con
dificultad las palabras para expresarlas, yo leo en lo profundo de ti lo que tú me
quieres decir y te hablo silenciosamente a mi manera.
Actualmente necesitas mucha calma, mucha comprensión y mucha
bondad. Sea éste el recuerdo que guarden de ti.
Estás viviendo la hora en la que lo esencial viene a ocupar el lugar de lo
urgente y, con mayor razón, de lo accesorio. Ahora bien, lo esencial, soy yo, y mi
libertad de acción en el corazón de los hombres.
Tal vez importe recordar que estas líneas fueron escritas por el Padre dos
días antes de su muerte, acaecida en la noche del 22 al 23 de septiembre de 1970.

10. SÉ HUMILDE
Olvídate. Renuncia a ti mismo. Interésate por mí y te encontrarás en tu
propio lugar sin haberte buscado. Lo que cuenta es seguir adelante, la ascensión
de mi Pueblo. Lo que cuenta es el conjunto y cada uno en ese conjunto. Déjame
conducir mi gran negocio a mi manera. Yo he menester mucho más de tu humildad
que de tu acción exterior. Te utilizaré como mejor me parezca. Ninguna cuenta
me tienes que pedir, tú y yo, ninguna te tengo que dar. Sé dócil, sé disponible.
Ponte enteramente a mi discreción, escudriñando mi voluntad. Yo te indicaré paso
a paso lo que espero de ti. Tú no descubrirás en el acto la utilidad, de lo que te
pido; por ti, no obstante. Yo obraré, en ti me percibirán cada día más y, a menudo,
sin que tú te des cuenta, por ti yo haré pasar mi luz y mi gracia.

Las dificultades humanas, casi todas, provienen del orgullo humano.


Pídeme la gracia del desprendimiento de todas las vanidades humanas y te sentirás
más libre para llegarte a mí y para llenarte de mí. ¡Es tan nada lo que no es yo!
¡Cuántas veces las dignidades imposibilitan mi presencia! Cada vez que los
galardonados por ellas están como encadenados.

Aprecio cuando tú te sientes “nada”, “insignificante” cuando físicamente


te sientes decaído, anonadado. No temas nada pues soy yo entonces tu remedio,
tu auxilio, tu fortaleza. Tú estás en mis manos. Yo sé adónde te llevo.

Te llevo por el camino de la humillación. Acéptala con amor y confianza.


Es el regalo más lindo que yo te pueda hacer. Hasta, y sobre todo, cuando es ácida,
la humillación conlleva tantos elementos de fecundidad espiritual que, si tú vieses
las cosas como las veo yo, nunca querrías ser menos humillado. ¡Si supieses lo que
tú logras por tus humillaciones unidas a las mías! La obra magna del amor se opera
mediante sufrimientos, humillaciones y caridades oblativas. ¡Lo demás es tan
fácilmente ilusión! ¡Cuánto tiempo perdido, cuántos esfuerzos derrochados,
cuántos trabajos totalmente estériles! Y eso porque todo fue averiado por el
gusano del orgullo o de la vanidad.

Cuanto más tú me veas a mí actuando en ti y recibiendo en los demás lo


que yo te inspiro que les digas, tanto más se incrementará tu influencia sobre ellos
y tanto más mermará en ti tu opinión sobre ti mismo. Llegarás a pensar: “No, no
es el fruto de mi esfuerzo personal. Es Jesús el que estaba ahí, en mí. A Él sólo hay
que tributar el mérito y la gloria”.

No te inquietes por la merma de algunas de tus facultades, de la memoria


por ejemplo. Yo no aprecio el valor de los hombres por la intensidad de las mismas,
sin contar que mi amor viene a suplir las deficiencias y hasta las flaquezas
humanas. Todo eso es parte de las limitaciones impuestas por la edad a la
naturaleza humana, y te hace comprender mejor la contingencia de lo que pasa y,
por lo tanto, de lo accesorio.

También es bueno que caigas en la cuenta, con humor, de que por ti mismo
nada eres ni tienes derecho alguno. Utiliza, jubiloso, lo gran poco que te dejo,
pensando con gratitud en los medios que, aunque disminuidos, te sigo
concediendo. Nada de lo que te es indispensable para cumplir día tras día la misión
que te confío te será restado pero lo utilizarás de una manera más genuina porque
estarás más consciente de que los dones puestos a tu disposición son
absolutamente gratuitos y al mismo tiempo relativamente precarios.

Es normal que a veces no seas comprendido, que tus intenciones más rectas
sean desfiguradas y que te atribuyan sentimientos o decisiones que no proceden
de ti. Quédate en paz y no te dejes afectar por nada semejante. Otro tanto ocurrió
conmigo, y eso es parte de la redención del mundo.

Sé manso. Las ocasiones de probar que tú tienes razón pueden ser


numerosas, más la lógica divina no es la lógica humana. Mansedumbre y paciencia
son las hijas del verdadero amor que descubre siempre las razones atenuantes y
restablece la justicia en beneficio de la equidad verdadera.

Comulga con frecuencia en mi mansedumbre. Mi suavidad no es afectación.


Mi Espíritu es simultáneamente unción y fuerza, bondad y plenitud de poder.
Recuerda: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra y se
quedarán siempre en posesión de sí mismos. Mejor aún: ellos ya me poseen y
pueden así más fácilmente revelarme a los demás.
Mi grado de irradiación en un alma depende de la intimidad de mi
presencia. Ahora bien, yo nunca me encuentro en ella a no ser que descubra en un
corazón de hombre mi mansedumbre y mi humildad. En la medida en que tú
renuncias a toda superioridad, en esa medida me permites crecer en ti, y tal es,
bien lo sabes tú, el secreto de toda verdadera fecundidad espiritual en el campo
de lo invisible. Pídeme la gracia de ser humilde como deseo yo que lo seas, no para
vanagloriarte sino con sinceridad.

La humildad facilita el encuentro del alma con su Dios y difunde nueva


claridad sobre todos los problemas de la vida corriente. Entonces, yo consigo ser
verdaderamente el centro de tu vida. Es para mí para quien tú obras, escribes,
hablas y oras. Ya no eres tú el que vive, soy yo el que vive en ti. Yo me hago TODO
para ti y tú me hallas en todos aquellos con los que bregas. Tu acogida es entonces
más bondadosa, tu palabra mejor vehículo de mi pensamiento, y tus escritos son
aún más la expresión fiel de mi Espíritu. Pero ¡cuánto tienes que desprenderte
todavía de tu yo!

Que tu humildad sea leal, confiada, constante. Pídemelo como una gracia.
Cuanto más humilde seas, más te acercarás a la Luz, y más por lo tanto la
difundirás a tu alrededor.
Sin compartir aún la plenitud de la plenitud de la alegría eterna que te
espera, tú puedes ya desde ahora y cada día más, hacer brotar sus reflejos en tu
alma y hacerlos rutilar a tu alrededor.
Sé siempre más un servidor de mmi bondad, de mi humildad, de mi alegría.

Yo necesito más de tus humillaciones que de tus éxitos. Yo necesito más


de tus renuncias que de tus satisfacciones. ¿cómo puedes engreírte de lo que no
te pertenece? Todo cuanto eres y todo lo que posees tan sólo te lo han prestado,
como los talentos del Evangelio. Hasta tu propia colaboración, tan preciosa a mis
ojos, no es sino el fruto de mi gracia, y cuando yo recompense tus méritos, lo que
en realidad coronaré serán mis propios dones. Tan sólo te pertenecen en propiedad
tus errores, tus resistencias, tus ambigüedades, pero éstos los puede borrar sin
dificultad mi inagotable misericordia.
11. DAME TU CONFIANZA

Permíteme que te guíe. Tú siempre tendrás las luces y la ayuda necesaria, y eso
tanto más cuanto más intensa hagas tu fusión de voluntad conmigo. No temas. A
su debido tiempo te inspiraré las soluciones de mi corazón y te otorgaré los
medios, incluso los temporales, para su realización. ¿no te parece que vale la pena
que trabajemos juntos?

Aún te queda mucho que hacer por mí, más yo seré tu inspiración, tu
apoyo, tu luz y tu alegría. No tengas más que un solo deseo: que yo pueda servirme
de ti como me plazca sin tener que rendirte cuenta, ni darte explicaciones del por
qué. Eso, es el secreto del Padre y de nuestro plan de amor. No te preocupes ni
por las contradicciones, las incomprensiones, las calumnias, ni por las
obscuridades, las neblinas, las incertidumbres; todo eso llega y pasa, más todo eso
sirve también para fortalecer tu fe y para brindarte la ocasión de hacer fecunda
mi redención para provecho de tu innumerable posteridad.

Yo quiero que tu vida sea un testimonio de confianza. Yo soy el que nunca


decepciones y el que siempre da más de lo que promete.

Ahí esto yo y nunca te abandono, en primer lugar porque yo soy el amor,


¡si supieses lo mucho que te quiero.!, y después, porque me sirvo de ti mucho más
de lo que piensas. Porque te sientes débil, tú eres fuerte con mi fuerza, poderoso
con mi poder.

No cuentes contigo, cuenta CONMIGO.

No cuentes con tu oración. Cuenta con mi oración, la única provechosa.


Únete a ella.

No cuentes con tu acción ni con tu influencia. Cuenta con mi acción y con


mi influencia. No tengas miedo. Dame tu confianza.

Preocúpate con mis preocupaciones.

Cuando te sientas débil, pobre, cuando estás en la noche, agonizante,


sobre la cruz…ofrece mi ofrenda esencial, incesante, universal.

Une tu oración a mi oración. Ora con mi oración. Une tu trabajo a mis


trabajados, tus alegrías a mi alegría, tus penas, tus lágrimas, tus sufrimientos a
los míos. Une tu muerte a mi muerte.
¡Cuántas cosas son para ti “misterio” en la actualidad! Las mismas serán
luz y motivo de acción de gracias en la Gloria. Pero es en ese claroscuro de la fe
donde se hacen las opciones en mi favor y donde se adquieren los méritos cuya
eterna recompensa yo mismo lo seré.

Desea que todos me amen. Tus actos de deseo valen por todos los
apostolados.

Los años que aún tienes que vivir sobre la tierra no serán los menos
fecundos. Serán algo así como el otoño, la estación de las frutas y de los bellos
tintes de las hojas que están por caer; serán algo así como las puestas del sol
momentos antes de hundirse en el horizonte. Tú, por tu parte, irás hundiéndote
cada día más en mí, encontrarás tu puesto eterno en el océano de mi amor e
insertarás en mi vida de gloria tu alma bañada en mi luz.

Hazte cada vez más disponible. Ten confianza. Es verdad que te he


conducido por caminos aparentemente desconcertantes, pero nunca te he
abandonado y me he servido de ti a mi manera para realizar el designio de amor
grande y bello tramado por nosotros desde toda la eternidad.

Ten por seguro que yo soy la mansedumbre misma y la bondad, lo que no


me impide ser también justo, porque veo las cosas en profundidad, en su dimensión
exacta, y puedo ponderar mejor que nadie hasta qué punto son meritorios vuestros
esfuerzos por pequeños que sean. Por la misma razón yo soy igualmente mando y
humilde de corazón, lleno de ternura y de misericordia.

¡Ah! Que no me tengas miedo. Predica la confianza, el optimismo, y


cosecharás en las almas nuevos arranques de generosidad. El temor excesivo
entristece y coarta. La alegría confiada entusiasma y dilata.

Pide con fe, con fuerza, y hasta con una confianza porfiada. Si no eres
escuchado al instante tal y como te lo imaginabas, lo serás un día no lejano tal y
como lo hubieses deseado tú mismo si vieses las cosas tal como las veo Yo.

Pide para ti mismo; pide también por los demás. Haz pasar en la intensidad
de tus llamadas la inmensidad de las miserias humanas. Tómalas contigo y
represéntalas ante mí.

Pide por la iglesia, por las misiones, por las vocaciones.

Pide por los que todo lo tienen y por los que no tienen nada; por los que
todo lo son y por lo que no son nada; por los que lo hacen todo ( o creen hacerlo
todo) y por los que no hacen nada ( o creer no hacer nada).
Pide por los que se sienten orgullosos de su fuerza, de su juventud, de sus
talentos, y por los que se sienten disminuidos, limitados, agotados.

Pide por los que gozan de buena salud y que ni se dan cuenta siquiera del
privilegio de tener un cuerpo y un espíritu en perfecto estado de marcha; y por los
tullidos, los decrépitos, los pobres viejos hipersensibilizados a sus achaques.

Pide especialmente por todos los que mueren o que van a morir.

Después de cada tempestad vuelve el silencio. ¿No soy yo el que sosiega


las olas desencadenadas cuando me lo piden? Así que confianza siempre y por
encima de todo. Cuando vosotros sufrís, pensad que sufro yo con vosotros,
sintiendo en mí mismo lo que vosotros sentís. En tales circunstancias yo siempre
os envío mi Espíritu. Si vosotros le reserváis una buena acogida, él os ayuda a
infundir mucho amor en esa prueba y así proporcionáis a esa cruz su máximo de
eficacia redentora. Una vez más, confianza: yo estoy en ti, tejiendo los hilos de tu
vida eterna, entretejiéndolos según los designios del Padre con todos los de tus
hermanos actualmente sobre la tierra. La tapicería no será manifiesta en toda su
hermosura más que cuando se le dé vuelta y sea desplegada en el cielo.

La confianza es la forma de amor que más me honra y me conmueve.

Nada me apena tanto como el sentir cierto tufo de desconfianza en un


corazón que pretende amarme.

No examines, pues, tan meticulosamente tu conciencia. Eso la podría


desollar. Pide humildemente a mi Espíritu que te ilumine y te ayude a expulsar
todos esos miasmas que te envenenan. ¿No tienes la seguridad de que Yo te amo?
¿y eso no debería bastarte

Te quiero alegre a mi servicio. La alegría de los servidores enaltece al


Señor, y la alegría de los amigos enaltece al Gran Amigo.

Sin cesar tengo yo bondades para contigo. Tú no lo notas sino de vez en


cuando, pero mi amor por ti es constante y tú te quedarías maravillado si pudieses
ver todo lo que por ti hago… Hasta cuando sobreviene un sufrimiento, tú nada
tienes que temer. Yo estoy siempre contigo, y mi gracia te sostiene para que
saques provecho de él en favor de tus hermanos. Además, tienes a tu disposición
el sinnúmero de bendiciones que te imparto a lo largo del día, las defensas con las
que te resguardo, las ideas que hago germinar en tu espíritu, los sentimientos de
bondad que te inspiro, la simpatía y la confianza que derramo a tu alrededor, y
otras muchas cosas más que tú ni siquiera sospechas.

Bajo la acción de mi Espíritu, acrecienta simultáneamente tu confianza en


mi poder misericordioso y el deseo de pedirle ayuda para ti y para la iglesia.
Si no consigues más es porque no me recuerdas suficientemente tu
confianza en mi misericordia y en mmi ternura para contigo. La confianza que no
se manifiesta se debilita y se esfuma.

Razón tienes de reaccionar contra el pesimismo de las conversaciones. Ahí


tenéis la historia: ella os prueba hasta qué punto yo soy capaz de hacer brotar el
bien del mal. No hay que juzgar según las apariencias. Mi Espíritu obra de manera
invisible en el centro de los corazones. Es frecuente que mi obra se realice y mi
Reino interior se propague en medio de grandes pruebas, de verdaderas
catástrofes. Sí, nada marcha tan bien como cuando la cosa anda mal, porque nada
sucede que yo no pueda soportar con vosotros y hacerlo provechoso para vosotros.

Entrégate a mí con confianza. Ni siquiera intentes saber adónde te llevo.


Únete más estrechamente conmigo y ¡adelante!, sin vacilar, a ciegas, entregado
totalmente a mí.

Ponte con confianza de parte de mi Vicario, el Sucesor de Pedro. Yo nunca


te reprocharé el que hayas intentado vivir y pensar en simbiosis con él, porque
detrás de él estoy yo y soy yo el que enseña lo que la humanidad puede asimilar
en la actualidad.

Nada es tan peligroso como el apartarse, aunque no sea más que


interiormente, de la jerarquía. Los que así obran se privan de la “gratia cápitis”;
poco a poco se opera el ofuscamiento del espíritu, el endurecimiento del corazón:
presunción, soberbia, y muy pronto… catástrofe.

Deposita cada día más tu confianza en mí. Tu luz, lo soy yo; tu fuerza, lo
soy yo; tu poder, lo soy yo. Sin mí no serías más que tinieblas, flaqueza y
esterilidad. Conmigo no hay ni una sola dificultad de la que no puedas salir
victorioso, pero no te vayas por eso a engreír o vanagloriar. Te arrogarías
indebidamente lo que no te pertenece. Obra más a menudo bajo mi dependencia.

Ten confianza en Mí: Si a veces yo requiero tus sufrimientos para


compensar tantas y tantas ambigüedades y resistencias humanas, no olvides sin
embargo que nunca serás probado por encima de tus fuerzas sostenidas por mi
gracia. “Mi yugo es suave y mi carga ligera”. Si yo te asocio a mi redención es por
amor por ti y por el mundo. Mas ante todo yo soy ternura, delicadeza, bondad.

Yo te facilitaré siempre los elementos materiales (salud, recursos,


colaboraciones, etc.) y espirituales (don de la palabra, del pensamiento y de la
pluma) que necesites para realizar la misión que te confío. Todo eso, día tras día,
bajo mi dependencia, pues soy el único que puede fecundar tu actividad y tus
sufrimientos.
Conduce a los que te confío por los caminos del amor más sencillo y más
abandonado a mi ternura divina. Si las almas pusieran más su confianza en mí y
me tratasen con cariño, respetuoso, por de pronto, pero profundo ¡ya se sentirían
más asistidas al mismo tiempo que más amadas! Yo estoy en lo íntimo de cada una,
pero ¡qué pocas se preocupan con mi presencia, con mis deseos, con mis presentes!
Yo soy el que da y el que quiere dar siempre, pero es necesario que me deseen y
que cuenten conmigo.

Yo he sido siempre tu guía y, misteriosamente, mi mano te ha sostenido y


te ha impedido tropezar sin que, las más de las veces, tú te des cuenta. Dame,
pues, tu confianza total, con gran humildad y con la conciencia lúcida de tu
debilidad, pero asimismo con fe plena en mi poder.

Comulga con frecuencia en mi eterna juventud de la que tú mismo


quedarás sorprendido cuando me veas en el paraíso. Y no sólo yo soy eternamente
joven sino que rejuvenezco todos los elementos de mi cuerpo Místico. No sólo yo
soy la alegría sino que regocijo con un gozo inefable a todas mis células vivas.
Quédate siempre joven de alma y, suceda lo que suceda, recalca: “Jesús me ama
y está siempre conmigo”.
12. ADHIÉRETE A MI ORACIÓN
Adhiérete a mi oración. Esta es constante, poderosa y adecuada a todas
las exigencias de la gloria de mi Padre y de la espiritualización de la humanidad.

Deposita tu oración en la mía. Hazte oración conmigo. Tus intenciones las


conozco yo mejor que tú. Confíamelas globalmente. Únete a lo que pido yo. Únete
incondicionalmente, como el que no sabe se fía del que sabe, como el que nada
puede se fía del que todo lo puede.

Sé la gotita de agua que se confunde con el surtidor poderoso de la Fuente


Viva que salta hasta el corazón del Padre. Déjate asumir, déjate llevar y quédate
en paz. Tú realizas mejores cosas más por tu adherencia a mí que por tus esfuerzos
múltiples pero estériles si lo haces sin Mí.

Te quedarías maravillado si vieses lo que logras cuando te echas en mí y


te quedas unido a mi oración en la oscuridad de la fe.

Yo no te impido tener intenciones personales y comunicármelas, más, por


encima de todo, comulga con las mías. Puesto que tú eres un elemento diminuto
de mí mismo, interésate más por mis intenciones que por las tuyas.

Yo soy la oración substancial –adoración adecuada a la inmensidad del


Padre – alabanza equivalente a sus perfecciones infinitas (nadie conoce al Padre
como el Hijo) – acción de gracias proporcionada a su bondad total – oblación
expiatoria por todas las faltas de los hombres – petición consciente y lúcida en pro
de cuantas necesidades temporales y espirituales aquejan a la humanidad entera.
Yo soy la oración universal adecuada a los deberes todos del universo para
con el Padre el universo material y del universo de los hombres, - adecuada a las
necesidades de la creación y de todas las creaturas., - orando por medio de todo
y por medio de todos – pues he querido necesitar vuestra unión, vuestra adhesión
por lo menos de principio, para añadir la característica del medio humano a mi
oración divina.

¡Si supieses con qué empeño yo busco esa aportación meritoria de mis
miembros que da a la oración que yo soy la plenitud, el complemento que yo les
brindo poderme dar!

Únete a mi oración en ti, en los demás, en la Eucaristía.

En ti, puesto que ahí estoy yo, elevando sin cesar hacia mi Padre cuanto
eres, cuanto piensas y cuanto haces – como un homenaje de amor, de adoración,
de acción de gracias – Yo estoy dispuesto a recolectar todas tus peticiones y a
tomarlas por mi propia cuenta. ¡Cuántas cosas podrías conseguir tú si te decidieses
a insertar tu oración en la mía!

En los demás, porque yo estoy también de manera única aunque no


uniforme, en cada uno de tus hermanos, los hombres: en todos los que te rodean
y en cuántos aparentemente tan lejos están de ti, pero que por mí te están tan
cercanos.

En la Eucaristía, porque ahí estoy yo con la plenitud de mi humanidad en


estado de oblación para provecho de todos los que consienten unir su ofrenda a la
mía.

Centro de todos los corazones humanos, yo doy su plena dimensión a todas


las llamadas, de cualquier punto del horizonte que vengan.

Ahí estoy yo, como un tesoro vivo, capaz de transformar en impulsos


divinos, purificados de toda escoria humana, las aportaciones de cada uno.

Ahí estoy yo, como un servidor, pero como un servidor a quien nada se le
pide y a quien se arrincona.

Yo me hice hostia para estar en medio de vosotros como el que sirve.


Hazme dar fruto – teniendo bien en cuenta que, para hacerlo, tan sólo disponéis
del corto tiempo de vuestro paso por la tierra.

¡Su conocieras tu poder con sólo solicitar de mí tal intervención para la


cual yo no esperaba sino tu llamada! Así podrás cerciorarte que prestas mayores
servicios en la inactividad exterior aparente y que lo que cuenta, ante todo, es mi
actividad interior suscitada por vuestra comunión de alma conmigo. Los deseos son
ya oraciones y las oraciones no valen más que lo que valen los deseos como objetivo
y como intensidad.

Raros son los que me llaman con sus oraciones. ¡las más de las veces, éstas
son recitaciones de labios afuera que pronto se hacen fastidiosas tanto para aquel
a quien, en principio, van dirigidas como para el que las profiere sin atención!
¡Cuántas energías derrochadas, cuánto tiempo perdido, cuando un poco de amor
bastaría para llenarlo todo de animación!

Grita muy fuerte en el fondo de tu corazón que deseas mi llegada. Era el


grito de los primeros cristianos: Maran Atha.

Llámame, para que yo entre más y más profundamente en ti.

Llámame en la santa Misa para que, mediante la comunión, yo pueda


entrar más intensamente en ti e integrarte más en mí.
Llámame en las horas de trabajo para que mis pensamientos influyan más
en tu espíritu e inspiren tu comportamiento.

Llámame cuando vayas a orar para que yo te introduzca en el diálogo


incesante, en el seno de mi Padre. El que ora en mí y en quien yo oro produce
mucho fruto.

Llámame cuando vayas a orar para que yo te introduzca en el diálogo


incesante, en el seno de mi Padre. El que ora en mí y en quien yo oro produce
mucho fruto.

Llámame en las horas de dolor para que tu cruz sea mmi cruz y para que
así te ayude yo a llevarla con valentía y paciencia.

Llámame nombrándome interiormente por mi nombre pronunciado con


todo el fervor del que te sientas capaz y oyendo mi contestación: “Hijo mío de mi
alma, aquí estoy; yo también tengo el deseo ardiente de penetrar más
profundamente en ti”.

Llámame en unión con todos los que me llaman porque me aman o porque
sienten la necesidad de mi presencia o de mi ayuda.

Llámame en nombre de los que no piensan en llamarme porque no me


conocen, porque ignoran que sin mí su vida corre el riesgo de la esterilidad, o
porque no lo quieren.

Donde tú no puedes estar, allí obra tu oración.

Tú puedes, a distancia, extremar una conversión, despertar una vocación,


aliviar un dolor, asistir a un moribundo, inspirar a un responsable, pacificar un
hogar, santificar a un sacerdote.

Tú puedes hacer pensar en mí, hacer brotar un acto de amor, incrementar


la caridad en un corazón, rechazar una tentación, calmar iras, suavizar asperezas.

¡Qué es lo que no se puede hacer en lo invisible de mi Cuerpo Místico!


Vosotros desconocéis las conexiones misteriosas que os unen unos con otros y cuyo
centro soy Yo.

Ponte bajo la influencia del Espíritu Santo – y ahora, deslízate en mí para


meditar adorando al Padre. Habita así en mi oración – pero tomando parte activa
en ella por la voluntad amante y humilde de unirte a mi alabanza. Tu inteligencia
no lo puede comprender. ¿Cómo podrías tú, que no eres nada, poseer al Infinito?
Más por mí, conmigo y en mí tú rindes al Padre un homenaje total.
Quédate así, silenciosamente, sin decir nada… Por mí rinde este homenaje
al Padre en tu nombre y también en nombre de tus hermanos – en unión con los
enfermos, los lisiados, todos los que sufren y experimentan la miseria de un mundo
sin Dios – en unión con todas las almas consagradas, que viven en la contemplación
y la caridad verdadera, el don total que de sí mismas me hicieron. Rinde también
ese homenaje en nombre de todos los hombres que no nos conocen, que son
indiferentes, agnósticos u hostiles. ¿Quién puede saber la claridad que proyecta
en un alma, aun aparentemente cerrada, un homenaje o una llamada emitida en
su lugar?

Son tantos los que se imaginan que su dinamismo natural, su inteligencia


penetrante, su fuerza de carácter les permitirán salirse con la suya. ¡Desgraciados!
¡Cuán grande será su decepción y muchas veces su rebelión cuando flaqueen por
primera vez!

Yo nunca desengaño a los que se fían de mí. ¿Por qué pides tan poca cosa’
¿Qué es lo que no puedes conseguir?

Yo soy el que ora en ti y acumula tus aprietos como tus necesidades para
presentárselos al Padre.

Yo soy El que suple tus insuficiencias y, enviándote mi Espíritu, hace crecer


la caridad en tu corazón.

Yo soy el tierno Amigo siempre presente, siempre misericordioso, siempre


dispuesto a perdonarte y estrecharte contra mi Corazón.

Yo soy El que vendrá a buscarte un día para asumirte en mí y hacerte


compartir con tus múltiples hermanos las alegrías de la Vida Trinitaria.

Cuando oras, hazlo con una inmensa confianza tanto en mi omnipotencia


como en mi inagotable misericordia. Nunca pienses: “Es imposible…no me lo puede
conceder…” Si supieses cuán ardientemente deseo yo que se arranque la cizaña de
mi campo, pero sin prisa. Podríais arrancar el trigo que crece con la mala hierba.
Llegará un día en el que cosecharéis con alegría, en el que, vencedor del mal y del
maligno, yo os aspiraré a todos en mí para haceros compartir la dicha de vuestra
unidad, que será tanto más sabrosa cuanto mayor haya sido la experiencia de
vuestras oposiciones.

Adora: reconoce que yo soy todo y que tú no eres sino por mí, Mas por mí
¿qué no eres tú? Un pedacito, sin duda, pero un pedacito de mí. Recuerda que eres
polvo y que al polvo volverás, pero en polvo asumido, espiritualizado, divinizado
en mí y por mí.
¿Deseas algo y qué deseas? No se puede tratar de un deseo superficial, sino
de una aspiración profunda en la que esté comprometido todo tu ser. Cuando
verdaderamente te haces un alma de deseos, no hay nada que tú no me puedas
pedir o pedir a mi padre en unión conmigo.

Cuando tu deseo se fija en mí, cuando solicitas poseerme y ser poseído por
mí, cuando ardientemente aspiras a mi predominio, a mi abrazo, a mi impronta, -
ten la seguridad de ser escuchado aun cuando no percibas ninguna mutación
brusca, ningún cambio aparente. Es poco a poco como se ejerce mi acción y en lo
invisible donde opera. Mas al cabo de cierto tiempo, descubrirás en ti una nueva
disposición, una orientación más habitual de tus pensamientos y de tus quereres,
una opción más espontánea en mi favor o en beneficio de los demás – y ese es el
resultado tangible al que aspirabas.

Cuando tú deseas verdaderamente el advenimiento o el crecimiento de mi


Reino en todos los corazones, cuando tú deseas la multiplicación de las vocaciones
contemplativas, de los misioneros y de los educadores espirituales, apóstoles de
mi Eucaristía, de Nuestra Señora y de la Santa Iglesia, aun cuando aparentemente
y por un tiempo las estadísticas se manifiesten en sentido contrario, ninguno de
tus deseos será defraudado, y las semillas de vocaciones a la vida mística que
hayan logrado producirán frutos en cantidad.

Pídeme la gracia de hacer siempre lo que yo quiero que hagas, donde lo


quiero y como lo quiero. Así tu vida será fecunda. Pídeme la gracia de amar
intensamente con mi corazón a cuantos yo propongo a tu amor: a mi Padre del
cielo, a nuestro Espíritu, a mi Madre que es también la tuya, a tu Ángel y a todos
los ángeles, a los santos que tú has conocido y a los demás santos, tus hermanos,
tus amigos, tus hijos e hijas según el Espíritu, y a todos los hombres. De esta
manera mi influencia bienhechora se desarrollará por ti hasta hacerse unificante
y universal.

Búscame primero en ti y en los demás y en mis “signos”, los


acontecimientos corrientes de cada día. Búscame reiniciando la búsqueda sin cesar
e intensificando tu deseo de encontrarme para que yo te conduzca y te purifique
cada día más. Entonces todo lo demás te será dado por añadidura, a ti y a tu
posteridad invisible pero innumerable. Así, día tras día, durante el tiempo que aún
tienes que pasar en la tierra, yo podré prepararte eficazmente a la “Luz de Gloria”
donde tantos de los que tú has conocido ya te han precedido.

“Oh Jesús mío, concédeme ser en Ti y por Ti lo que quieres que sea;
pensar en Ti y por Ti lo que quieres que piense.
Concédeme hacer en Ti y por Ti lo que quieres que haga
Concédeme decir en Ti y por T lo que quieres que diga.
Concédeme amar en Ti y por Ti a cuantos Tú propones a mi amor.
Dame la fuerza de sufrir en Ti y por Ti, con amor, lo que quieres que sufra.
Haz que te busque siempre y en todo lugar para que me guíes y me
purifiques según tu divina Voluntad”.

Esta oración, el Padre la repetía cada día durante los últimos años de su
vida. La comunicaba gustoso y recomendaba su recitación cotidiana.

13. QUE MI PAZ Y MI ALEGRÍA ESTÉN EN TI


Quédate en paz. Guarda tu alma serena hasta en medio de los disturbios
actuales, de las sorpresas, de los acontecimientos.

Recibe con tranquilidad mi mensaje a través de esos enviados cuyas


maneras son a veces algo toscas y brutales.

Esfuérzate por descifrar mis requiebros a través de esos grafitos


garrapateados.

¿No es su contenido lo esencial? Pues su contenido es siempre: “Hijo mío,


Yo te quiero”.

Ten confianza y quédate en paz por tu pasado tantas veces purificado.


Cree en mi misericordia.

Ten confianza y quédate en paz por el presente. ¿No caes en la cuenta de


que yo estoy ahí, cerca de ti, en ti y contigo? ¿De que yo te guío, de que yo te
conduzco y de que, aun cuando en tu vida actual hay momentos dramáticos
entrecortados por tantas horas de sosiego, yo nunca te abandono, yo siempre estoy
ahí con mis intervenciones oportunas?

Ten confianza y quédate en paz por el porvenir. Sí, el fin de tu vida será
dinámico, sereno y fecundo. Yo quiero servirme de ti aun cuando tú receles tu
inutilidad.
Yo pasaré por ti, como me guste, de preferencia cuando tú no te des
cuenta.

Saca la alegría de mí. Aspírala para que te inunde más y puedas mejor
suministrarla en torno a ti.

No olvides mi directriz “SERENIDAD” . Sí, esa serenidad hecha de


esperanza, de confianza en mí, de entrega incondicional a mi Providencia

Participa en la alegría del cielo y en la alegría de tu Señor. Nada te impide


que comulgues con ella y que la compartas con Él.

Olvídate y piensa de preferencia en la alegría de los demás, tanto en la


tierra como en el cielo.

No es necesario ser rico ni gozar de buena salud para ser feliz. La alegría
es un don de mi corazón que yo otorgo a los que dilatan el suyo, viviendo para los
demás – pues la alegría egoísta no tiene duración. Sólo persiste la alegría del don.
Es lo que caracteriza la alegría de los Bienaventurados.

Complacer, tal sea el meollo de tu alegría – sin que siquiera lo parezca –


hasta en las cosas más ordinarias.

Pídeme con frecuencia el buen humor, el brío y ¿por qué no? La alegría
franca y jovial.

Mírame mirarte y sonríe intensamente.

Respecto a tu meditación, aunque pasaras la hora mirándome, sin decir


nada, y sonriéndome, tú no perderías tu tiempo. Yo te quiero alegre a mi servicio:
alegre cuando oras, alegre cuando trabajas, alegre cuando recibes, alegre hasta
cuando sufres. Muéstrate alegre por mí; muéstrate alegre para complacerme;
muéstrate alegre por comunión con mi alegría.

Bien lo sabes tú: la verdadera alegría soy yo. El verdadero Aleluya


substancial en el seno del padre soy yo, y nada deseo yo tanto como el haceros
compartir algo de mi inmensa alegría.

¿Por qué tantos hombres están tristes cuando yo los he creado para la
alegría? Los unos están agobiados por las preocupaciones de la vida material Otros
están dominados por el orgullo mal reprimido, la ambición decepcionada y
decepcionante, la envidia amarga y amargante, la búsqueda inquieta de los bienes
materiales que nunca lograrán hartar su alma. Otros son víctimas de sus fiebres
sensuales que impermeabilizan su corazón al deleite de las cosas espirituales.
Otros, por fin, no habiendo podido comprender la pedagogía de amor que encierra
todo sufrimiento, se revelan contra él, rompiéndose la cabeza contra la pared en
lugar de colocarla sobre mi pecho, donde yo podría consolarles, reconfortarles y
enseñarles a valorar su cruz de tal manera que ésta les sostenga en lugar de
aplastarles.

Pide que mi alegría se incremente en el corazón de los hombres,


empezando por el de los sacerdotes y religiosas. A ellos les corresponde ser por
excelencia los depositarios de a mi alegría y convertirse en canales providenciales
de la misma para cuantos se les acerquen.

¡Si supiesen el mal que hacen y que se hacen por no abrirse ampliamente
al cántico interior de mi alegría divina y por no armonizarse con el ritmo de esta
misma alegría en ellos!

Nunca se les repetirá bastante que nada de lo que les torna amargos y
tristes viene de mí, y que toda alegría, incluso la alegría en la fe y la alegría por
la cruz, es el camino real para llegar hasta mí y para permitirme crecer en ellos.

La alegría, para subsistir y desarrollarse, necesita ser rejuvenecida sin


cesar por el contacto íntimo con la contemplación viva, por la práctica generosa y
frecuente de pequeños sacrificios, por la aceptación amorosa de las humillaciones
providenciales.

El Padre es Alegría. Tú Señor es alegría. Nuestro Espíritu es Alegría.


Introducirse en nuestra vida es entrar en nuestra Alegría.

Ofréceme todas las alegrías de la tierra, alegrías físicas del juego o del
deporte, alegría intelectual del investigador que descubre, alegrías del espíritu,
alegrías del corazón, alegrías del alma sobre todo.

Adora la Alegría Infinita que yo soy para vosotros en la Hostia del Sagrario.

Aliméntate de mí y cuando tengas el corazón totalmente henchidos de mi


alegría, emite rayos y ondas de alegría en favor de todos los que están tristes,
desamparados, melancólicos, cansados, agotados, agobiados. Así ayudarás a
muchos de tus hermanos.
14. PÍDEME LA INTELIGENCIA DE LA
EUCARISTIA

No te canses de pedirme la inteligencia de la Eucaristía.


Contempla.
Lo que la Eucaristía te ofrece.
Primero una presencia, después un remedio, por fin un alimento.
Una presencia: sí, mi presencia actual de Resucitado, presencia gloriosa aunque
humilde y escondida, presencia total como savia del Cuerpo Místico, presencia viva
y vivificante.
· Presencia activa, con una sola preocupación: impregnar a todos los hombres, mis
hermanos, llamados todos a ser mi plenitud, prolongaciones de mí mismo – e
incluirlos en el impulso que sin cesar me remite al Padre.
· Presencia amorosa, pues yo estoy ahí para darme, para purificar, para continuar
por ti mi vida de oblación y tomar por mi cuenta cuanto eres y cuanto haces.
Un remedio: contra el egoísmo, contra la soledad, contra la esterilidad.
· Contra el egoísmo, porque es imposible exponerse a las radiaciones de la Hostia
sin que se infiltren, sin que acaben por abrasar el alma con el fuego de mi amor.
En este caso, mi caridad purifica, ilumina, intensifica, fortalece la llamita que
ardía en tu corazón. La pacifica, la unifica, la fecunda también orientándola al
servicio de los demás para propagar en ellos el incendio que yo vine a encender
sobre la tierra.
· Contra la soledad, yo estoy ahí, cerca de ti, sin abandonarte nunca ni con el
pensamiento ni con la mirada. En mí tú encuentras a María. En mí tú encuentras a
todos los hombres, tus hermanos.
· Contra la esterilidad: El que mora en Mí y en quien Yo moro, lleva mucho fruto –
ese fruto invisible en la tierra, que no descubriréis sino en la eternidad – pero es
el único que cuenta: mi crecimiento en las almas.
Un alimento: que enriquece, que espiritualiza, que universaliza.
Sí, yo vengo a ti como el pan de Vida bajado del cielo para colmarte de
mis gracias, de mis bendiciones, para comunicarte el principio de toda virtud y de
toda santidad, para hacerte participar de mi humildad, de mi paciencia, de mi
caridad, para hacerte compartir mi visión de todas las cosas y mis designios sobre
el mundo, para darte la fuerza y el valor de emprender lo que te pido.
· Alimento que espiritualiza, purificando todo lo que en ti tendería a animalizarte,
que da a tu vida el impulso hacia Dios y prepara tu progresiva divinización. Es
evidente que esto no se puede realizar en una sola vez, sino día tras día, por tu
estado de comunión frecuente, tanto espiritual como sacramental.
· Alimento que universaliza. Yo estoy en ti, yo vengo a ti como el Dio s hecho
Hombre que lleva en Sí y compendia en Sí toda la creación, pero más
especialmente a la humanidad entera con sus miserias, sus necesidades, sus
aspiraciones, sus trabajos, sus penas y sus alegrías.
Quien en Mí comulga, comulga con el mundo entero y acelera el
movimiento del mundo hacía Mí.

Lo que te pide la Eucaristía:


Primero una ATENCIÓN:
· A mi espera, humilde, discreta, silenciosas, pero tantas veces angustiada.
¡Cuántas veces yo espero de ti una palabra, un movimiento del corazón, un
pensamiento espontáneo! ¡si supieses cuánto lo necesito, por ti, por mí, por los
demás! No me decepciones.
Tantas veces Yo estoy a la puerta de tu corazón, y llamo…
¡Si supieses cómo Yo escudriño los movimientos interiores de tu alma!
Naturalmente, yo no te pido que fijes tu mente en mí constante y
conscientemente. Lo esencial es que la orientación de tu voluntad profunda sea
Yo; empero, necesario es que no te dejes corroer demasiado el espíritu por la
bagatela, por lo que pasa a expensas del que permanece en ti para ayudarte a
permanecer en Él. Pídeme la gracia de poner más frecuente y más intensamente
tu atención en Mí, en lo que tal vez tenga que decirte, pedirte o mandarte hacer.
Señor, hablad, vuestro servidor os escucha.
Señor, ¿qué esperáis de mí en este momento?
Señor, ¿qué queréis que haga yo?
· A mi ternura, infinita, divina, exquisita de la que te hice probar algunas dulzuras.
¡Ah, si en ella creyera la gente! ¡Si de veras creyeran que yo soy el Dios bueno,
tierno, solícito, ardiente deseoso de ayudaros, de amaros, de alentaros, pendiente
de vuestros esfuerzos, de vuestros adelantos, de vuestra buena voluntad, siempre
dispuestos a oíros, a escucharos, a otorgaros lo que pedís!
· A mi impulso vital, que me impele a recapitularlo todo en mí para ofrecérselo al
Padre.
¿Piensas de verdad que eso constituye toda mi vida, que es la razón de mi
encarnación, de mi eucaristía: uniros, reuniros, unificaros en Mí y arrebataros
conmigo en el don total de todo mi yo al Padre, para que el Padre sea, por Mí,
todo en todos?
¿Piensas que yo no te puedo asumir sino en la medida en que tú te das
interiormente a Mí?
Entrégate incondicionalmente a mi predominio. Ahora bien, para eso es
indispensable que prestes atención a mi deseo constante de apoderarme de ti y de
asimilarte, de asumirte, de tomarte por mi propia cuenta.
Esta atención te ayudará a multiplicar, sin contención, por supuesto,
tus donaciones interiores a mi Amor que serán como otros tantos impulsos del
corazón para reunirse con mis impulsos divinos.

Lo que la eucaristía te pide a continuación es una ADHESIÓN: la adhesión de tu fe, de


tu esperanza, de tu caridad.
· Adhesión de tu fe que permitirá percibir mi presencia, mi actividad irradiante,
mi voluntad de unión contigo.
Ahora es cuando tienes que amoldarte a mí, introducirte en mí, representar el
papel de parte en el gran todo que soy yo para ejecutar la espléndida partitura de
mi Amor a la Gloria del padre. Quédate más pendiente, más atento a mis deseos,
si los quieres conocer. Ofréceme tu oído interior para entender lo que te pido.
Cree en mi trascendencia.
Lo mismo que cuanto más progresa un sabio en una ciencia, tanto mayor
cuenta se da de que no sabe nada en comparación con lo que debería saber – y los
límites del saber se pierden en unas lejanías que le causan vértigo…
…así, cuanto más tú me conozcas, tanto más experimentarás que lo que en mí
es incognoscible resulta mucho más cuantioso que todo lo que de mí puedes
conocer.
Mas asimismo cree en mi inmanencia. Puesto que tal cual yo soy, he aceptado
hacerme uno de vosotros. Yo soy dios, he aceptado hacerme uno de vosotros. Yo
soy Dios entre vosotros, Dios con vosotros, el Enmanuel. Yo he vivido vuestra vida
y continúo viviéndola mediante cada uno de los miembros de mi humanidad. No es
necesario ir a buscarme muy lejos para encontrarme, y encontrarme
auténticamente. ¡Ah si supieseis lo que es un Dios que se da!

· Adhesión más plena de tu esperanza.


Si tuvieses mayor confianza en el asoleo que te procura el cara a cara conmigo
en la hostia, ¡ya vendrías más gustoso a exponerte a los rayos de mi influencia! Y
¡cómo te gustaría dejarte penetras por mis irradiaciones divinas!
¡No temas que te quemen! Teme más bien el descuidarlas y el no aprovecharlas
bastante para beneficio de los demás.
Tú ya crees en todo eso, pero demás tienes que sacar las consecuencias
prácticas. Si actualmente yo limito tu actividad exterior, es para incrementar las
posibilidades de tu actividad interior. Ahora bien, tú no tendrás fecundidad más
que si vienes, por largo tiempo, a recargarte junto a mí, vivo en el sacramento de
mi amor.
¡Hace tanto tiempo que yo vivo en la Hostia bajo tu mismo techo!
Sí, ya lo sé, hay que renunciar a muchas cosas secundarias, aparentemente
más urgentes y más agradables, para consagrarte y consagrar algún tiempo a
montar la guardia junto a mí. Pero ¿No es preciso renunciarse para seguirme?
Sí, lo sé muy bien. Tienes miedo de no saber ni qué decir ni qué hacer. Tienes
miedo de perder tu tiempo. Sin embargo, como más de una vez tú lo has
experimentado, yo estoy siempre dispuesto a inspirarte, lo que tienes que decirme
y a sugerirte lo que me tienes que pedir – y ¿no es verdad que después de algunos
momentos de silencio y de comunión interior, tú te sientes más fervoroso y más
amante?
¿Y entonces?

· Adhesión más plena de tu amor.


¿Hay alguna palabra que exprese realidades tan diferentes, sentimientos
aparentemente tan opuestos?
Amar es salir de sí. Es pensar en el ser amado antes de pensar en sí. Es vivir
para él, ponerlo todo en común con él, unirse a él, identificarse con él.
¿De dónde sacar el impulso oblativo del verdadero amor sino de la Hostia que
es, por excelencia, la oblación total y substancial?
Comulga con frecuencia en espíritu en el fuego que “arde” en la Eucaristía.
Trata de hacer pasar dentro de ti algo de los sentimientos ardientes de mi
corazón. Aspira y expresa. Haz de vez en cuando algunas series de aspiración y de
expresión amorosas. Esos “ejercicios” fortalecerán el potencial de amor que yo
deposité incoativamente en el día de tu bautismo, y que yo tanto quisiera
desarrollar con ocasión de cada una de tus comuniones. Entonces, tu adhesión a
mí será profunda y sólida. Con la repetición de esas prácticas, tú te dispondrás a
no hacer más que uno conmigo y a dejarte absorber por mi divina e inenarrable
Dulzura.
Lo que la Eucaristía te pide es absorberme y dejarte absorber por mí – hasta
el punto de que ambos ya no seamos más que uno bajo la influencia del Espíritu –
y eso para Gloria del Padre. Como la gota del rocío absorbe el rayo de sol que la
hace centellear y finalmente se deja absorber por él – como el hierro absorbe el
fuego que le penetra y se deja absorber por él hasta el punto de hacerse fuego
también, luminoso, ardiente y maleable como él – así debes tú absorberme y
dejarte absorber por mí.
Mas eso no se puede conseguir sino bajo la influencia de mi Espíritu que
predispone el tuyo y lo adapta a mi entrada en ti. Son hijos de Dios los que se
dejan conducir por el Espíritu Santo. Pídele con frecuencia que obre en ti. Él mismo
es Fuego devorador.
Esta absorción recíproca propenderá a una verdadera fusión. Entonces, tú
razón de vivir, de hacer todo lo que tienes que hacer, de soportar los sufrimientos
que yo te proporciono, seré yo. Mihi vivere Christus est.
Esa es la verdadera comunión, y a esa comunión tiende la Eucaristía.

Bajo la irradiación eucarística es como tú enriqueces tu alma a mi


presencia – iba casi a decir de mi perfume. A ti te toca captarlo, conservarlo largo
tiempo y perfumar con él a tus vecinos. ¿Hay algo más silencioso y al mismo tiempo
más penetrante y más elocuente que un perfume?

(Habiendo oído estos últimos días varias críticas contra las Horas Santas,
las Exposiciones del Santísimo Sacramento y las “Bendiciones”, yo le preguntaba
lo que de ellas había que pensar).

Sí, yo deseo ser expuesto a vuestras miradas en el Sacramento de la


Eucaristía, no es por mí, es por vosotros.
Mejor que nadie sé yo hasta qué punto vuestra fe necesita, para fijar su
atención, ser atraída por un signo que exprese una realidad divina. Vuestra
adoración necesita con frecuencia sustentar la mirada de vuestra fe por la vista de
la Hostia consagrada.
Esto es una concesión a la debilidad humana pero está en perfecta
conformidad con las leyes de la psicología. Además, la expresión de un sentimiento
lo refuerza – y el ceremonial de las luces, del incienso y de los cánticos, por
modesto que sea, predispone al alma a adquirir en la fe una conciencia más lúcida,
aunque siempre imperfecta, de la presencia transcendente de Dios.
Aquí es la ley de la Encarnación la que tercia; mientras vivís en la tierra,
vosotros no sois ni espíritus puros, ni inteligencias abstractas; es, pues,
indispensable que todo vuestro ser, físico y moral, coopere en la expresión de
vuestro amor para intensificarlo.
A ciertos privilegiados les es posible pasarse sin ellas, por lo menos durante
algún tiempo, pero ¿por qué privar a la masa de los hombres de buena voluntad de
lo que les puede ayudar a orar mejor, a unirse mejor, a amar mejor?
¿No he manifestado yo, a lo largo de la historia, muchas veces y manera
diferente, mi divina condescendencia para con todos estos medios exteriores que
favorecen en muchas almas la educación de la devoción y las incitan a más amor?
¿Creen ellos que bajo el pretexto de simplificación radical, se ev itaría el
fariseísmo de quien se estima más puro que los demás? ¿Creen ellos que se
estimulará más la fe y el amor de los hombres sencillos que quieren venir a mí con
un corazón de niño?
Los seres humanos necesitan fiestas y demostraciones destinadas a su
inteligencia por medio de su sensibilidad y que estas fiestas les den ya, de
antemano, un gusto anticipado, por no decir una nostalgia de las bodas eternas.

15.TODO EL PROBLEMA DE LA
EVANGELIZACIÓN: EL AMOR

Todo el problema de la evangelización del mundo, es el de la fe en un Amor. ¿Cómo


inculcársela a los hombres? Aquí es donde tu caridad ardiente y desbordante tiene que
hacer mi Amor patente, evidente para los hombres. Sí, todo el problema se reduce a
esto: incrementar el amor en el corazón de los hombres que viven actualmente sobre la
tierra. Ahora bien el amor hay que sacarlo de su fuente, de mí. Tiene que ser aspirado
por una vida de oración y expresado por una vida de acción, es decir, de testimonio que
le permita pasar y ser transmitido por “contagio”
Se trata de “caridadizar” a los hombres del mundo entero para purificarlos
de su animalidad agresiva muchas veces, egocéntrica siempre, y espiritualizarlos
de tal manera que vayan progresando en la participación de mi naturaleza divina.
Tienen que optar libremente por el amor, de preferencia al odio, a la
violencia, a la voluntad de poder, al instinto de dominación. Este crecimiento en
el amor es rectilíneo; pasa por recodos y hasta sufre retrocesos. Lo esencial es
que, con mi ayuda que nunca falta, reanude siempre su marcha hacia adelante.
El amor se purificará por el desprendimiento del dinero y la renuncia a sí
mismo. Se desarrollará en la medida en que el hombre piense en los demás antes
de pensar en sí, en que viva para los demás antes de vivir para sí, en que
humildemente comparta las preocupaciones, las penas, los sufrimientos y hasta las
alegrías de los demás; y asimismo en la medida en que tenga conciencia de
necesitar de los demás y que acepte recibir tanto como dar.
Soy YO la salvación; soy YO la vida; soy YO la luz. Nada es imposible cuando
los invitados a sacar del tesoro que soy yo, lo hacen por amor y sin vacilación.
Por amor, porque el amor es el vestido nupcial. Sin vacilación, porque quien
teme cuando yo le llamo, se hunde y se va a pique. Cuando alguien es mi invitado,
cuando alguien es de mi casa, tiene que ver con amplitud, querer
desmesuradamente, dar con magnanimidad a cuanto no lo rehúsen
deliberadamente.
Muy pocos lo comprenden. Tú, por lo menos, compréndelo y hazlo
comprender. No se trata en realidad de una comprensión intelectual sino de una
experiencia personal. Sólo los que tienen la experiencia vivida de mi amor para
con ellos pueden encontrar los acentos que persuaden y enardecen; sin embargo,
la experiencia se olvida rápidamente y se amortigua por la bagatela si no es
frecuentemente renovada, rejuvenecida, por reiterados abrazos interiores.
Ser misionero, no es ante todo activarse a mi servicio; es primero poner por
obra la eficacia concreta de mi presencia redentora. Tú no ves en absoluto,
mientras estás en la tierra, el resultado de esta oblación misionera. Es para
fomentar la humildad imprescindible del verdadero apóstol y asimismo porque en
la fe desnuda es donde se ejerce esta acción en profundidad –más puedes creerlo,
así es como se operan en lo íntimo de los corazones las revoluciones de mi gracia,
las conversiones inesperadas, y así como se alcanzan para los trabajos apostólicos
las bendiciones que los hacen fecundos.
Uno es el que siembra, otro el que cosecha. Sucederá que uno coseche con
alegría lo que otros hayan sembrado con lágrimas, pero lo esencial es unirse a mí
que soy el eterno sembrador y el divino cosechador, y nunca atribuirse el bien que
yo hago hacer. En realidad, vosotros, todos, sois responsables colegialmente de la
evangelización del mundo y vuestra recompensa, proporcionada a vuestra valentía
y a vuestra fidelidad en la unión y en el amor, será tal que vuestro júbilo excederá
todas vuestras esperanzas.
Lo importante es, en todos los ambientes, en todos los países, tanto entre
los laicos como entre los sacerdotes, la multiplicación de almas rectas y sencillas
que investiguen mi pensamiento y mis deseos y que se esmeren por realizarlos en
toda su vida para manifestarme así, sin ruido, a sus semejantes y atraer hacia mí
a todos los que se encuentren con ellos. Ese es el verdadero apostolado en el
desprendimiento de sí mismo al servicio de los problemas ajenos.
¿Quién mejor que yo podría no sólo dar con su solución, sino proporcionar
su realización?
Amarse, no es tan sólo mirarse el uno al otro; es mirar juntos hacia adelante
y juntos consagrarse a los demás.
¿El desvelarse por los demás no es uno de los fundamentos prácticos de esta
comunión entre dos seres que se aman? ¿No es él el que tasa la intensidad de esta
comunión y garantiza su perennidad? Háblame a menudo de los demás con mucho
amor y deseo. Piensa de vez en cuando en la sed que yo tengo de ellos y en la
necesidad que ellos tienen de mí. Pertinentemente sabes tú que por ti soy yo
mismo el que continúa trabajando y ofreciéndose en su favor.
Hazte cargo de mis intereses. Esto quiere decir: trabaja por la oración, por
la acción, por la palabra, por la pluma, por todos los medios de peso que yo he
puesto en tus manos, para hacer reinar mi caridad en los corazones. Eso es lo
esencial. Si mi caridad sale victoriosa, yo crezco en el mundo.
La única historia que cuenta en definitiva es una serie de opciones en pro o
en contra del amor.
Cualquiera que sea el movimiento de las ideas, el progreso de la técnica, el
“aggiornamento” de la teología o de la pastoral, lo que más necesita el mundo –
aún más que ingenieros o biólogos o teólogos – son hombres que por su vida hagan
pensar en mí y me revelen a los demás; hombres tan impregnados de mi presencia
que me granjeen sus hermanos y me permitan remitirles a mi Padre.
Son raros los que piensan en mí con un mínimo de amor. Para tantos hombres
yo soy el Desconocido y hasta el “Incognoscible”. Para algunos, nunca he existido
y ni siquiera soy problema. Para otros, yo soy alguien a quien se teme y se
reverencia por miedo.
Yo no soy un señor austero, ni un deshacedor de entuertos, ni un contable
escrupuloso de yerros y de culpas. Conozco mejor que vosotros todas las
circunstancias atenuantes que disminuyen en muchos la culpabilidad real. Yo
considero a cada uno más por lo bueno que hay en él que por sus defectos. Detecto
en cada uno sus aspiraciones profundas hacia el bien y, por lo tanto,
inconscientemente, hacia mí. Yo soy la misericordia, el Padre del hijo pró digo,
dispuesto siempre a perdonar. Las categorías de la teología moral no son mi
criterio, sobretodo cuando son objeto de una aplicación geométrica.
Yo soy un Dios de buena voluntad que abre sus brazos y su corazón a los
hombres de buena voluntad para poder purificarlos, iluminarlos, abrasarlos,
asumiéndoles en mi ímpetu hacia el Padre que es también su Padre.
Yo soy un Dios de amistad que desea la felicidad de todos, la paz de todos,
la salvación de todos y que acecha el momento en que mi mensaje de amor pueda
ser acogido favorablemente.
Obra como miembro mío. Considérate como alguien que no goza de una
existencia independiente sino que tiene que hacer todas las cosas subordinado a
mí. Sé cada día más consciente de que no eres nada por ti mismo, de que, solo, ni
puedes ni vales nada – sin embargo ¡qué fecundidad cuando me aceptas como
Maestro de obras y como principio de acción!
Obra asimismo como miembro de los demás, porque en mí están todos los
demás y por mí los encuentras en una actualidad apremiante. Tu caridad,
iluminada por la fe, tiene que pensar en ellos con frecuencia, recapitular su
desamparo, su miseria, asumir sus aspiraciones profundas, valorar todas las
semillas de bondad que mi padre ha depositado en el fondo de su corazón. ¡Hay
tantos hombres que son mejores de lo que parecen y que podrían progresar aún
más en el conocimiento de mi amor, si de él fuesen testigos vivos los sacerdotes y
los cristianos!
Pide cada mañana a Nuestra Señora, en tu meditación, que te asigne un
elegido del cielo, un alma del purgatorio, uno de tus hermanos, un hombre aún
sobre la tierra, para que puedas vivir ese día en unión con ellos: con el
Bienaventurado ad honorem, con el alma del purgatorio ad auxilium, con tu
hermano de la tierra ad salutem.
Por su parte, ellos te ayudarán también a vivir más en el amor. Obra en su
nombre; ora en su nombre; desea en su nombre; sufre, si es preciso, en su nombre;
ama en su nombre.
Yo quiero mantener mi fuego en ti, no para que seas el único que ardas,
sino para que contribuyas a propagar en lo íntimo de los corazones la llama de mi
amor.
¿Para que servirían tus contactos con los hombres si perdieses el contacto
conmigo? Si yo te pido que estreches tus lazos con la fuente es por ellos. Por una
especie de mimetismo espiritual, cuanto más seas un contemplativo, más te
parecerás a mí y mejor me permitirás irradiarme por ti. En el mundo actual, presa
de tantas corrientes contrarias, lo que mejor puede ayudarle a estabilizarse en la
serenidad, es la multiplicación de almas contemplativas que aceleren su asunción
por mí. Sólo los contemplativos son verdaderos misioneros y pueden ser auténticos
educadores espirituales.
Desea ardientemente ser un emisor de alta fidelidad. La fidelidad de tu vida
es la que asegura la fidelidad de mi Palabra y la autenticidad de mi voz a través
de la tuya.
Querido hijo mío, no olvides esta frase que antaño pronuncié pensando en
ti y en cada uno de los hombres repartidos a través del mundo como a través de
los siglos: “quien me ama será amado de mi Padre, Yo le amaré y me manifestaré
a él… Si alguno me amare guardará mi palabra y mi Padre le amará y a él
vendremos y en él mansión haremos”. ( Juan 14, 21-23)
¡Trata de comprender lo que es llegar a ser morada de Dios, del Dios vivo,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, de Dios que te invade, te posee y te introduce
paulatinamente en la corriente de luz, de alegría y de amor que le constituye!
¿Comprendes hasta dónde puede llegar en tu espíritu, en tu corazón, en tu
vida, la manifestación de Dios que se revelará en ti y a través de ti en tus palabras,
en tus escritos y en tus gestos más ordinarios?
Así es como puedes llegar a ser mi testigo y atraer a mí a cuantos
encuentres.
Así es como tu vida llega a ser verdaderamente fecunda, en lo invisible, por
de pronto, pero asimismo en la realidad profunda de la comunión de los Santos.
En esta víspera de Pentecostés, emplaza con frecuencia la suave, ardiente
y amorosa llama del Espíritu Santo por quien nuestra caridad divina aspira a
difundirse en el corazón de todos los hombres.
Repíteme y pruébame por tus opciones a veces sacrificantes que me quieres
más que a ti mismo.
Que la vehemencia abrasada de mi amor empape totalmente tu alma y la
torne extranjera a todo lo que no soy yo o no es para mí.
16. SE TODO BONDAD, CARIDAD, ACOGIDA,
BENEVOLENCIA
No tengas sino pensamientos de benevolencia, palabras de benevolencia,
aun cuando debas rectificar, enderezar, corregir.
Habla de las cualidades de los demás, nunca de sus defectos.
Ámales a todos. Ábreles interiormente los brazos. Envíales las ondas de
felicidad, de salud, de santidad que has acumulado para ellos. Todos serían
mejores si se sintiesen más amados.
La gran historia del mundo es la historia secreta – a través de los
acontecimientos – de la aceleración o de la pérdida de velocidad o de intensidad
de la caridad en los corazones… caridad oblativa, naturalmente, caridad a base de
ascesis, de olvido de sí mismo en provecho de los demás.
Lo importante de tu misión es, interiormente, contribuir a que haya una
corriente más intensa de amor circulando por el mundo.
¿Por qué no intentas cautivar, complacer a los demás? Si lo pensaras, fácil
te sería. Olvidarse a sí mismo, postergar sus preocupaciones para pensar en los
demás y en lo que les podría agradar, sembrar una pizca de alegría a su alrededor,
¿no es contribuir a vendar muchas heridas, a mitigar muchas penas? Yo os he
colocado al lado de vuestros hermanos para facilitaros el ejercicio del don.
Pídeme el gusto del don, el sentido del don. Es una gracia que puedes
conseguir. Es una costumbre que puedes adquirir. Es un hábito de pensamiento o
mejor aún una rutina del corazón. María ha sido don total de sí misma. Que ella te
consiga el don de la disponibilidad.
Sonríe a todo, aun cuando te sientas decaído, achacoso. Mayor es el
mérito. Yo vincularé una gracia a tu sonrisa.
Acoge cada vez mejor a los demás. Esa es tu forma de caridad.
Naturalmente, eso te pide que renuncies a lo que te concierne pero, lo sabes por
experiencia, nunca has tenido que lamentar una opción en favor de los demás. Yo
nunca me dejo vencer en generosidad.
Si los cristianos fuesen buenos los unos para con los otros, cambiaría la faz
del mundo. Es esa una verdad elemental pero ¡olvidada con tanta facilidad!
¿Por qué, con frecuencia, tanta hiel, tanto desdén, tanta indiferencia,
cuando un poco de simpatía bastaría para acercar las almas y abrir los corazones?
Esfuérzate, en el puesto que ocupas, por ser un testigo de mi divina
benevolencia para con todos. Mi benevolencia está hecha de respeto y de amor,
de optimismo y de confianza. Sin duda, se encuentran algunos que abusan, pero
no son mayoría y además ¿quién puede señalar las circunstancias atenuantes de su
responsabilidad?
Ver en cada uno o, por lo menos, adivinar lo mejor que tiene. Hacer una
llamada a lo que en él es anhelo de pureza, de don de sí, incluso de sacrificio.
La caridad fraterna es la medida de mi crecimiento en el mundo. Ora para
que ella se incremente. Así me ayudarás a crecer.
Quien no comparte la carga de los demás no es digno de tener hermanos.
Todo se reduce a las maneras: una sonrisa amable, una acogida afable, el
desvelo por el otro, una cortesía gratuita, una voluntad discreta de no hablar sino
bien de los demás…¡Cuántos modales pueden ser para muchos otros tantos rayos
de sol! Un rayo de sol, parece como que no tiene consistencia. Lo cierto es que
ilumina, calienta y brilla.
Sé bueno para con todos. Yo nunca te reprocharé un exceso de bondad.
Eso exigirá de ti mucho desinterés, pero créeme, yo considero como hechas a mí
mismo todas las amabilidades que manifiestas a los demás – y para mí será una
alegría el devolvértelas centuplicadas.
Pide con frecuencia al Espíritu Santo que te proporcione ocasiones de ser
bueno.
Yo no te pido nada imposible, ni difícil, sino el conservar esa disposición
íntima de desear que a tu alrededor todos sean felices, consolados y reconfortados.
Así es como se ama a los demás en espíritu y en verdad, y no de manera
abstracta y teórica – y frecuentemente es en los humildes detalles de la vida
cotidiana donde se verifica la autenticidad de una caridad que es la prolongación
y la expresión de la mía.
¿Cómo quieres que los hombres se sientan amados por mí si los que me
continúan sobre la tierra no les ofrecen un testimonio manifiesto de mi amor?
Desea ardientemente, en nombre de todos, lo que yo mismo deseo para
cada uno de ellos.
A la raíz de muchas agresividades, se encuentra, casi siempre, un elemento
más o menos consciente de frustración.
El hombre, creado a mi imagen, ha sido plasmado para amar y ser amado.
Cuando es víctima de una injusticia, de una falta de cariño o de deferencia, se
repliega sobre sí mismo y busca una compensación en el odio o en la maldad.
Gradualmente el hombre se convierte en un lobo para el hombre. Es la puerta
abierta a todas las violencias y a todas las guerras. Así se explican, por una parte,
mi extremada indulgencia y, por otra, mi insistencia sobre el mandamiento del
amor, tal como os lo ha transmitido San Juan.
Recuerda con frecuencia las almas desamparadas del vasto mundo:
· Las desamparadas físicamente, víctimas de las guerras, obligadas a buscar
refugio lejos de su hogar, por caminos interminables – víctimas de la enfermedad,
de los achaques, de la agonía.
· Las desamparadas moralmente, víctimas del primer pecado, víctimas del
abandono, víctimas de la noche oscura.
· Las almas sacerdotales postradas, en las que sopla el viento de la rebeldía y que
no encuentran sino indiferencia y desprecio de parte de quienes están más
obligados a socorrerles.
· Las almas de los esposos destrozados por el hastío de la saturación, por el
nerviosismo del agotamiento, por la exasperación de sus caracteres antagónicos –
siempre a merced de una palabra o de un gesto desafortunado – olvidando que su
amor, para perdurar, tiene que venir a purificarse y alimentarse en Mí.
· Las almas de los ancianos que se niegan a la nueva juventud de la última edad
como preparación a la transfiguración eterna; que temen la muerte, despilfarran
sus últimas fuerzas en la amargura, la crítica y la rebeldía.
¡Cuán numerosas son, en el mundo entero, las almas que, por desgracia,
han perdido la satisfacción del luchar y del vivir, ignorando que soy yo mismo el
secreto de la verdadera felicidad hasta en medio de las coyunturas más
desventuradas!
Envía frecuentemente a través del mundo ondas de simpatía, de bondad,
de aliento. Todo eso, yo lo transformo en gracias de consuelo que confortan los
ánimos. Ayúdame a hacer más felices a los hombres. Sé un auténtico testigo del
Evangelio. Da a los que te ven, a los que se te acercan, a los que te oyen, la
impresión de tener una Buena Noticia que anunciarles.
Tal proceder, aparentemente incomprensible, logrará todo su valor con la
secuencia de los arrepentimientos, de las satisfacciones y… de mis perdones – en
la visión global de cada existencia considerada y colocada en el conjunto del
Cuerpo místico.
Yo soy optimista a pesar de todas las ruindades y de todas las felonías.
Tú tienes que amar con mi Corazón para ver con mis ojos. Sólo así
participarás de mi extremada magnanimidad y de mi inalterable indulgencia.
Yo no veo las cosas como las veis vosotros, que os hipnotizáis sobre un
detalle insignificante y desdeñáis la visión del conjunto. Por otra parte, ¡cuántos
elementos os pasan desapercibidos!: intención profunda, hábitos adquiridos que
se han vuelto inveterados y atenúan considerablemente la responsabilidad,
emotividad pueril que crea la inestabilidad – sin hablar de los atavismos escondidos
e ignorados hasta por los mismos interesados.
¡Si los cristianos que son mis miembros aceptasen cada mañana aspirar
algo de la caridad de mi Corazón para aquellos que encuentren o de los que tengan
que hablar durante el día, la caridad fraterna sería otra cosa que un tema gastado
de discursos o de predicación.
Sé todo bondad.
Bondad hecha de benevolencia, de “benedicencia”, de beneficencia sin el
menor complejo de superioridad, sino con todo cariño y humildad.
Bondad que se expresa por el garbo de la acogida, por la servicialidad, por
la búsqueda de la felicidad ajena.
Bondad que se origina en mi corazón y más profundamente enel seno de
nuestra vida trinitaria.
Bondad que dona y perdona hasta el punto de olvidar las ofensas como si
nunca hubiesen existido.
Bondad que tiende sus manos, su espíritu y, más que todo, su corazón hacia
Mí en el otro, sin estrépito de palabras ni demostraciones contemplativas.
Bondad que alienta, que consuela, que reconforta y ayuda discretamente
al otro a superarse a sí mismo.
Bondad que me revela mucho más inequívocamente que los más bellos
sermones y me granjea los corazones mucho más eficazmente que los discursos
más elocuentes.
Bondad hecha de sencillez, de dulzura, de esa caridad genuina que se
preocupa por el más mínimo detalle al mismo tiempo que crea un ambiente de
simpatía.
Pide muchas veces esta gracia en unión con María. Es un don que yo nunca
rehúso y que muchos recibirían si más me lo pidieran.
Implóralo para todos tus hermanos y contribuye de esta manera a elevar
algo más el nivel de la bondad, de mi Bondad, en el mundo.
Sé un reflejo, una expresión viva de mi bondad. Dirígete a Mí a través de los
que encuentres. Verás entonces cuán fácil es mostrarse positivo, abierto y
acogedor.
Pon cada día más bondad en tu alma para que se refleje sobre tu rostro, en
tus ojos, en tu sonrisa y hasta en el tono de tu voz y en toda tu conducta.
Los jóvenes perdonan gustosamente a los ancianos su edad si los encuentran
bondadosos.
Tú has notado sin duda cómo la bondad, la indulgencia, la benignidad
aureolan la frente de los ancianos. Sí, pero eso exige toda una serie de pequeños
esfuerzos y de opciones generosas en favor de los demás. La tercera edad, es por
excelencia, la edad del olvido de sí mismo al divisar como inminente mi Presencia.
Los ancianos no son inútiles ni mucho menos, si, en medio de sus
limitaciones progresivas, de sus mermas aparentes o escondidas, saben encontrar
en mí el secreto de la caridad, de la humildad y de la alegría a pesar de los pesares.
Su serenidad puede revelarme a muchos de los que les frecuentan y atraer hacia
mí a muchos jóvenes que piensan poderse pasar sin mí porque se sienten fuertes y
lozanos.
Donde se encuentren el amor y la caridad, ahí ESTOY YO para bendecir, para
purificar, para proporcionar fecundidad.

17. VIVE EN LA ACCIÓN DE GRACIAS

Sé tú mismo en mí viva acción de gracias.


Sé un GRACIAS vibrante, constante, gozoso.
Da GRACIAS por todo lo que has recibido y te es conocido.
Da GRACIAS por todo lo que has recibido y olvidado.
Da GRACIAS por todo lo que has recibido y te es desconocido.
Tú eres capacidad para recibir. Dilata, amplia esa capacidad por tu acción
de gracias incesante y recibirás siempre más para que mejor puedas enriquecer a
los demás.
Pide. Recibe. Da gracias.
Da. Imparte. Comparte y da gracias por tener algo que dar.
Dame las gracias por haberte escogido y porque paso por ti para darme a los
demás.
Dame las gracias por el sufrimiento que me permite completar en tu carne
lo que falta a mi Pasión por mi Cuerpo que es la Iglesia.
No seas más que uno conmigo en el GRACIAS vibrante y substancial que yo
soy para mi Padre.
Vive cada día más en la acción de gracias. ¡Tanto como te he colmado Yo!.
A cada paso dame las GRACIAS por todo y en nombre de todos. De esa
manera tú estimularás mi caridad a través del mundo porque nada me predispone
tanto a dar como el ver la atención que prestan a mis dones. Así es como mejor
llegarás a ser un alma eucarística y ¿por qué no? Una Eucaristía viva. Sí, dame las
gracias por haberte utilizado a mi manera, a la vez suave y fuerte, al servicio de
mi Reino.
Lo que hasta la fecha has recibido no es nada en comparación con lo que te
conservo aún desde aquí hasta el fin de tu vida sobre la tierra, para que lo
compartas con muchos de tus hermanos… con lo que te reservo sobre todo en la
luz de gloria donde, impregnado de mí sin restricción y sin reserva, te volverás
incandescente de mi inmenso amor. Te darás cuenta entonces, en una humildad
total, de que por ti mismo no eres NADA sino un pobre pecador, esclavizado por
todas las ambigüedades humanas de las que has sido purificado por mi inagotable
ternura misericordiosa.
Entonces estallará en lo íntimo de tu ser un vibrante Magnificat y llegarás a
ser tú mismo un Te Deum eterno junto con nuestra Señora y con todos los elegidos
del paraíso.
Desde ahora, renueva con frecuencia, en previsión de ese día eterno, la
presentación de tu vida entera al Padre en un gesto de oblación confiada fusionada
con la mía.
Sí, tú nos perteneces; no obstante, aprovecha el tiempo de que dispones
para aminorar tu pertenencia a ti mismo e incrementar la intensidad de nuestra
posesión de ti.
Bajo la influencia del Espíritu Santo – que de mil maneras, silenciosamente,
multiplica sus llamadas – entrégate por mí al padre y déjate invadir y sumergir por
nuestra inefable presencia, nuestra misteriosa transcendencia, nuestra divina
ternura.
Piensa en nosotros más que en ti mismo; vive para nosotros más que para
ti. Y así, las tareas que te confiamos no sólo serán más fácilmente realizadas sino
que resultarán verdaderamente útiles para la Iglesia.
Más allá de lo que parece está lo que es, y ésa es la única realidad profunda
que cuenta para el Reino.
Yo soy el único que puede suplir tus insuficiencias, taponar las brechas,
intervenir a tiempo para impedir o subsanar tus yerros. Sin mí, tú nada puedes
hacer; más unido a mí, no hay nada que tú no puedas utilizar para servir
eficazmente a la iglesia y al mundo.
Muéstrate agradecido por las gracias que tú mismo has recibido y por las
que yo he hecho pasar por ti. Mas, asimismo, en la fe, dame las “gracias” por todas
tus humillaciones, tus limitaciones, tus sufrimientos físicos y morales. Su plena
significación, tú no la descubrirás sino en la eternidad, donde tu corazón retozará
de admiración por mi delicada pedagogía divina.
Igualmente dame las gracias por todos aquellos conocidos o desconocidos,
hermanos y hermanas, hoy olvidados, que yo te di como compañeros de camino.
Ellos, por su oración unida a la mía, por su asistencia moral y espiritual, técnica y
material, te han ayudado sobre manera, pero soy yo quien, en tiempo oportuno,
te los proporcioné.
Uniéndote a mis arrebatos de gratitud por cuanto sufres como por lo que
haces, tú te colocas en el foco de la mayor abundancia de nuestras mercedes
espirituales, y consigues todas las gracias de fortaleza y de paciencia que
necesitas.

18. SUPLICA MÁS A MARÍA

¡Si supieses cuán bella es la sonrisa de Nuestra Señora! ¡Si pudieras verla,
tan sólo un instante, toda tu vida resultaría iluminada! Es una sonrisa de bondad,
de ternura, de protección, de misericordia, en una palabra, de amor. Lo que no
puedes ver con los ojos del cuerpo, lo puedes percibir con los del alma, por la fe.
Pide incansablemente al Espíritu Santo que haga resplandecer en tu
pensamiento esa sonrisa inefable que es como la expresión genuina de la
Amantísima y de la Inmaculada. Su sonrisa basta para disipar las penas y sanar las
heridas. Ella ejerce una influencia profunda hasta en los corazones más
empedernidos y proyecta una luz inefable sobre los espíritus más lóbregos.
Contempla esa sonrisa en todos los misterios de su vida. Contémplala en la
alegría del cielo, uniéndote a los bienaventurados que en ella encuentran una de
las fuentes más abundantes de su felicidad.
Contémplala por la fe, pues está cerca de ti. Mírala mirarte. Mírala
sonreírte. Con su sonrisa ella te ayudará, pues su sonrisa materna es una luz, una
fuerza y una fuente viva de caridad.
Tú mismo, sonríele lo mejor que puedas. Permíteme que yo le sonría por ti.
Comulga en mi sonrisa para con Ella.
Confíate a Ella. Sé cada día más delicado para con Ella. Tú sabes lo que Ella
ha sido para ti en tu infancia y en tu vida sacerdotal.
Contigo estará Ella en el ocaso de tu vida y en la hora de tu muerte; Ella
misma vendrá a buscarte para presentarte a mí, pues es, por excelencia, Nuestra
Señora de la Presentación.
Sin cansarte comulga con los sentimientos del corazón de María. Expresa a
tu manera lo que sientes.
Hay una manera de traducir las disposiciones del alma de mi madre que te
es personal e incomunicable. Tú haces verdaderamente tuyas sus disposiciones sin
que por eso dejen de ser suyas. En realidad, es el mismo Espíritu el que inspira,
anima, amplifica, y tú sirves sencillamente de acompañamiento a la melodía única
e inefable que brota del corazón de mi madre.
Ven a refugiarte en el regazo de Nuestra Señora. Ella sabrá, mejor que
nadie, acariciar tu frente y valorizar tu cansancio. Ella te ayudará, con su
presencia materna, a subir lentamente en pos de mí mi largo vía crucis.
Oirás sin duda su llamada tres veces reiterada: penitencia, penitencia,
penitencia; es para que tu transfiguración espiritual sea más resplandeciente. Per
crucem ad lucem.
Sobre todo, mantente en paz; no fuerces tu talento. Comulga lo mejor que
puedas, en unión con Ella, en la gracia del momento presente, y tu vida, por
apagada que parezca a los ojos de muchos, será fecunda y de gran utilidad para
una muchedumbre.
No dejes de ponerte con frecuencia bajo la influencia conjugada del Espíritu
Santo y de Nuestra Señora y pídeles que se acreciente tu amor.
Comparte mis sentimientos para con mi madre, sentimientos hechos de
delicadeza, de ternura, de respeto, de admiración, de confianza total y de loco
agradecimiento.
Si Ella no hubiese asentido a ser lo que fue, ¿qué hubiera podido hacer yo
por vosotros? Con toda exactitud Ella es, en la creación, la proyección fiel de la
bondad materna de Dios. Ella es tal como nosotros la concebimos, tal como
nosotros la podíamos desear. ¡Si supieses cuán encantadoras son todas sus
iniciativas! Ella es como el encanto de Dios hecho mujer.
Únete a mí para hablarle, pedirle su ayuda para ti y para los demás, para la
Iglesia, para el desarrollo del Cuerpo Místico.
Imagina su felicidad en la gloria del Cielo donde no olvida a ninguno de sus
hijos de la tierra.
Piensa en la realeza materna de María. Su realeza, toda espiritual, Ella la
ejerce sobre cada uno de los hombres de la tierra – pero no es eficaz sino en la
medida en que los hombres la integran en su vida.
Yo no hago milagros sino donde se siguen sus consignas como en
Caná: “Haced cuanto Él os diga”.
Vosotros no podéis oír mi voz ni hacer lo que yo os pido sino en la medida
en que respondéis fielmente a su influencia y a sus llamadas. Así es como ambos
continuamos trabajando juntos para que todos los hombres colaboren con nosotros
a difundir un poco más de amor verdadero sobre la tierra.
María te ayudará par que nunca olvides al Único necesario, para que no te
embotes con frivolidades, para que no confundas lo accesorio con lo principal, para
que sepas hacer las opciones fecundas. Ella está siempre a tu lado, dispuesta a
ayudarte, a conseguirte, por su intercesión, alegría y fecundidad para los últimos
años que has de pasar sobre la tierra. Ahora bien, Ella lo podrá conseguir tanto
más fácilmente cuanto mayor sea tu confianza en su ternura y en su poder.
Vive en la acción de gracias para con Ella. Cuando me das las gracias, únete
a su Magnificat; Ella no deja de cantarlo con todas las fibras de su corazón y
quisiera prolongarlo en todos los corazones de sus hijos de la tierra.
Sigue pidiendo esa fe clara, luminosa y cálida que Ella te ha conseguido pero
que tiene que ir creciendo hasta el momento de nuestro encuentro.
Piensa en el instante aquel en que la veas en el esplendor de su gloria
eterna. ¡Cuánto te reprocharás entonces el no haberla ni suficientemente amado
ni filialmente complacido!
Porque Ella se dio totalmente, sin demora, sin reserva, sin réplica, yo me di
totalmente a Ella y Ella puedo darme al mundo.
La Encarnación no es tan sólo la inserción de lo divino en lo humano, es
asimismo la asunción de lo humano por lo divino.
En María se ha verificado gloriosamente la asunción de su humanidad por mi
divinidad. Convenía que en cuerpo y alma, Ella fuese asumida por mí en una alegría
que compensará infinitamente tantos dolores generosamente ofrecidos en espíritu
de colaboración con mi Obra redentora.
En la luz divina, Ella ve todas las necesidades espirituales de sus hijos – Ella
quisiera ayudar a tantos ciegos para que recuperen la vista de la fe, a tantos
paralíticos de la voluntad para que vuelvan a encontrar la energía y el denuedo
indispensables para darse a mí, a tantos sordos para que oigan mis llamadas y
pongan todo su empeño en contestarlas.
Ella, empero, no lo puede hacer sino en la medida en que se multipliquen
las almas de oración que la imploren para que interceda por la humanidad tantas
veces tambaleante.
Tú eres uno de sus hijos privilegiados. Muéstrate con Ella hijo cada día más
afectuoso y servicial.
María es la hermosísima, la buenísima, la omnipotencia suplicante. Cuanto
más la conozcas, tanto más te acercarás a mí.
Única es su dignidad. ¿No soy yo la carne de su carne, la sangre de su sangre?
¿No es Ella la proyección ideal del Padre en la creatura humana, reflejo de la
Belleza y de la Bondad divinas?
Acude a Ella más filialmente, con una inmensa confianza. Suplícala por
cuantas necesidades descubras en ti y en el mundo, desde la paz en los corazones,
en los hogares, entre los hombres, entre las naciones, hasta el amparo materno
para los pobres, los lisiados, los enfermos, los heridos, los moribundos.
Confía a su influencia misericordiosa los pecadores que te son conocidos o
de los que oyes hablar.
Componte un alma de niño para con Ella. Arrímate a Ella, escóndete en su
regazo. ¡Son tantas las gracias que podrías conseguir más fácilmente para ti, para
tu trabajo y para el mundo, si la suplicases con mayor frecuencia y si te esforzases
por vivir bajo su influencia!
Hay, en la vida interior, profundizaciones que son consecuencia de los rayos
que yo hago emitir a mi madre y de los que sólo se aprovechan los que a Ella
recurren con fidelidad.
Muchas almas, en la actualidad, se dejan conducir a callejones sin salida o,
por caminos extraviados, hacia barrizales donde su vida se vuelve estéril, porque
no recurrieron bastante a la ayuda tan poderosa y tan providencial de María.
Piensan – las pobrecillas – poder pasarse sin Ella, como si un niño pudiese, sin
inconvenientes, privarse de la solicitud materna. El caso es que María nada puede
hacer por ellas si ellas no le piden que intervenga. Maniatada por el respeto a su
libertad, es preciso que de la tierra suba hacia Ella una apremiante llamada a su
intercesión.
¿Qué puedes hacer tú, frente a la inmensidad de la labor? : ¡la
evangelización de tantos hombres, la conversión de tantos pecadores, la
santificación de tantos sacerdotes! Te sientes pobre y desarmado. Es, pues, el
momento de pedir en unión con mi madre intensa y perseverantemente. Muchos
corazones serán conmovidos, renovados, abrasados.
Su misión es facilitar, proteger, intensificar su unión profunda conmigo.
Unido a Ella, tú te unes a mí en profundidad.
María es la que continúa intercediendo por ti e interviniendo, con mucha
mayor frecuencia de lo que piensas, en todos los detalles de tu vida espiritual, de
tu vida laboriosa, de tu vida dolorosa, de tu vida apostólica.
La Iglesia está actualmente en crisis. Lo cual es normal cuando mi madre ya
no es suficientemente invocada por los cristianos. Mas precisamente, si tú y todos
tus hermanos, que han experimentado alguna vez en su vida el alcance de su
mediación, os decidieseis a suplicarla ardientemente en nombre de los que no lo
piensan, esta crisis se transformaría pronto en apoteosis.
Créeme: mi poder no ha menguado – sí, yo puedo suscitar, como en los siglos
pasados, grandes santos y grandes santas que asombrarán al mundo; mas yo quiero
necesitar esa vuestra colaboración que permita a mi madre, siempre atenta a la
miseria del mundo, interceder como en Caná.
La espiritualización progresiva de la humanidad no se hace sin sacudidas,
sin rupturas, algunas veces. Sin embargo, mi Espíritu siempre está ahí. Ahora bien,
por pedagogía, en atención a vuestra aportación humana, por mínima que sea, Él
no puede ejercer su influencia sino en conexión con su Esposa, vuestra madre,
María.
Mañana es la fiesta por excelencia de nuestra madre, la mía y la tuya y la
del género humano en su totalidad.
Contémplala interiormente en su inefable belleza de Inmaculada que dice
siempre SÍ a la voluntad del Padre, y de Transfigurada en la gloria de su Asunción.
Contémplala en la Bondad insondable, esencial, existencial de su
maternidad divina y humana, de su maternidad universal.
Contémplala en su Omnipotencia suplicante que postula tu llamada y la de
todos los hombres a su intercesión.
Contémplala en su intimidad exquisita y delicada con las Tres personas de
la Santísima Trinidad: Hija perfecta del Padre, Esposa fiel del Espíritu Santo, Madre
consagrada al Verbo Encarnado, hasta el olvido total de sí misma.
Ella es la que te condujo a mí. Ella es la que te presentó a mí – como Ella es
la que no ha dejado de protegerte a lo largo de tu vida y la que, en el día bendito
de tu muerte, te ofrecerá a mí en la luz de la Gloria.
19. LO QUE ESPERO DE LOS QUE HE
ESCOGIDO

¡Qué más quisiera yo que sacerdotes y religiosas no buscasen fuera de mí el


secreto de la única, verdadera y profunda fecundidad!
En mí está el poder. Incorporaos a mí y yo os haré participes de este poder.
Con pocas palabras, la luz proyectaréis.
Con pocos gestos, abriréis caminos a mi gracia.
Con pocos sacrificios, seréis la sal que sanea el mundo.
Con pocas oraciones, seréis la levadura que realza la masa humana.
Te he dado una gracia especial para que estimules a mis sacerdotes a buscar
en el contacto íntimo conmigo el secreto de un sacerdocio feliz y fecundo.
Ofrécemelos a menudo y únete a mi oración por ellos. De ellos depende en gran
parte la vitalidad de mi Iglesia en la tierra y la intercesión de mi Iglesia del Cielo
en favor de la humanidad peregrinante.
El mundo pasa sin darse la molestia de escucharme; por eso hay tantas vidas
fluctuantes y malogradas.
Sin embargo, lo más doloroso para mi corazón y lo nefasto para mi Reino,
es que hasta los mismos consagrados, por falta de fe, por falta de amor, no tienen
el oído sintonizado conmigo. Mi voz se pierde en el desierto ¡cuántas vidas
sacerdotales y religiosas por eso se vuelven estériles!
Que el sacerdote desconfíe de todas las felicitaciones y de las señales de
respeto que le tributan. El incienso es el más sutil de los venenos para un hombre
de Iglesia. Es un excitante efímero, como muchos estupefacientes, y al cabo de
cierto tiempo, se corre peligro de salir intoxicado.
¡Cuántos sacerdotes iracundos, amargados, desalentados, porque no han
sabido ubicarse en el plan de la Redención! Yo estoy dispuesto a purificarlos y a
centrarlos una vez más con tal que prometan ser dóciles a la acción de mi Espíritu.
Te corresponde a ti presentármelos, ofrecerlos fraternalmente a los rayos de mi
amor.
Piensa en los sacerdotes jóvenes – llenos de entusiasmo apostólico y
rebosantes de celo – que creen poder reformar la iglesia sin reformarse primero a
sí mismos.
Piensa en los intelectuales, tan útiles y tan necesarios también por poco que
prosigan muy humildemente sus estudios e investigaciones para servir, sin
despreciar a nadie.
Piensa en los sacerdotes de edad madura que creen estar en posesión de
todos sus medios y propenden tan fácilmente a pasarse de mí.
Piensa en tus hermanos envejecidos, blanco de las incomprensiones de los
jóvenes, que se sienten distanciados y muchas veces abandonados. Se encuentran
en el período por excelencia fecundo de su vida; en él se realiza el
desprendimiento que los santifica en la medida que lo aceptan con amor.
Piensa en tus hermanos moribundos; consígueles que confíen, que se
abandonen a mi misericordia. Sus faltas, sus errores, sus yerros, mucho ha que
fueron borrados. Yo tan solo me acuerdo del impulso de su primera donación, de
sus esfuerzos, de sus fatigas, de los sinsabores que han sobrellevado por mí.
Yo necesito sacerdotes cuya vida entera sea la expresión concreta de mi
oración, de mi alabanza, de mi humildad, de mi caridad.
Yo necesito sacerdotes que con delicadeza y con un respeto infinito se
preocupen por esculpir, día tras día, mi efigie divina en el rostro de los que les
confío.
Yo necesito sacerdotes consagrados ante todo a las realidades
sobrenaturales para, con ellas, animar toda la vida real de hoy.
Yo necesito sacerdotes que sean verdaderos profesionales de lo
sobrenatural – no funcionarios o fanfarrones – sacerdotes mansos, bondadosos,
pacientes, dispuestos ante todo a servir y que nunca confundan la autoridad con
el autoritarismo; en una palabra, sacerdotes profundamente amantes, que no
busquen sino una sola cosa, que no se propongan sino un solo fin: que el Amor sea
más amado.
¿Tú no crees que yo puedo, en algunos minutos hacerte ganar horas en tu
trabajo y almas en tu actividad? Eso es lo que tienes que decir al mundo,
particularmente al mundo de los sacerdotes cuya fecundidad espiritual no puede
evaluarse por la intensidad de su deseo de producir, sino por la disponibilidad de
su alma a la acción de mi Espíritu.
Lo que a mis ojos cuenta, no es leer mucho, hablar mucho, hacer mucho; es
que me permitáis obrar por medio de vosotros.
Puedes estar seguro de que si yo llego a ocupar en una vida de sacerdote,
en un corazón de sacerdote, en una oración de sacerdote, todo el sitio que deseo,
entonces él encontrará su equilibrio, su felicidad, la plenitud de su paternidad
espiritual.
¡Qué cosa grande y terrible es un alma de sacerdote! ¡De tal manera puede
un sacerdote continuarme y atraer hacia mí! – o, por el contrario, ¡ay!
¡decepcionar y alejar de mí, a veces por querer atraer hacia sí mismo!
Un sacerdote sin amor es un cuerpo sin alma. Más que cualquier otro, el
sacerdote debe estar entregado a mi Espíritu, dejarse conducir y manejar por Él
Piensa en los sacerdotes caídos; muchos tienen tantas disculpas: falta de
formación, falta de ascesis, falta de ayuda fraterna y paterna, mala utilización de
sus posibilidades y, como consecuencia, decepción, desaliento, tentaciones y lo
demás…Nunca llegaron a ser felices de verdad - ¡con las veces que experimentaron
la nostalgia de lo divino! ¿Tú no crees que yo tengo en mi corazón más poder para
perdonar que ellos para pecar? Admítelos fraternalmente en tu pensamiento y en
tu oración. También por medio de ellos opero yo la Redención, pues no todo en
ellos es malo.
Trata de verme en cada uno de ellos – a veces lastimado, desfigurado – y
adora lo que de mí queda en ellos; así harás revivir mi resurrección en todos.
En realidad, tan sólo una categoría de sacerdotes me consterna de verdad:
los que por una progresiva deformación profesional se han vuelto orgullosos y
duros. La voluntad de poder, el aferrarse a su “yo”, han vaciado poco a poco su
alma de esa caridad profunda que debiera inspirar todas sus actitudes y todas sus
actividades.
¡Cuánto daño hace un sacerdote duro! ¡Y un sacerdote bueno, cuanto bien!
Repara por los primeros. Alienta a los segundos.
Yo perdono muchos yerros al sacerdote que es bueno. Yo me retiro del
sacerdote que se ha endurecido. En él ya no hay sitio para mí. Me asfixio en él.
El ruido interior y exterior impide a muchos hombres oír mi voz – y descifrar
el sentido de mis llamadas. Importa por lo tanto que, en este mundo superactivado
y superexcitado, se multipliquen islotes de silencio y de tranquilidad, donde los
hombres puedan encontrarme, conversar conmigo y entregarse libremente a mí.
Ofréceme con frecuencia los sufrimientos de tus hermanos sacerdotes:
sufrimientos del espíritu, del cuerpo, del corazón; únelos a los míos durante mi
Pasión y sobre la Cruz para que saquen de su conexión con los míos todo su valor
de sosiego y de corredención.
Pide a mi Madre que te ayude en esta misión y piensa en ella especialmente
en cada una de las misas que celebras, en unión con Ella y en su maternal
presencia.
Si supieses cuán grande es mi alegría cuando causo la tuya… y por mi parte
así es para con todos los hombres. Para comprenderlo, necesitan encontrar
sacerdotes que lo hayan experimentado. Cuanto más viva es esta experiencia,
tanto más comunicativa es y tanto más atrae hacia mí.
No lo olvides: la Redención es primero una obra de amor, antes de ser una
obra de organización.
¡Ah! Si todos tus hermanos sacerdotes aceptasen creer que yo les amo, que
sin mí ellos nada pueden hacer, y que, no obstante, yo los necesito para pasar por
ellos tanto como lo desea mi Corazón!
Yo estoy en cada una de esas vírgenes consagradas que me han ofrendado
su juventud y su vida al servicio de las misiones, al servicio de la misión de mi
Iglesia. En ellas estoy yo, caridad de sus corazones, energía de sus voluntades, luz
de sus inteligencias. En ellas estoy yo, Vida de sus vidas, testigo de sus esfuerzos,
de sus sacrificios, pasando por ellas para llegar a las almas a las que se dediquen.
Ofréceme esas hostias vivas, en las que estoy escondido, y en las que
trabajo, oro, deseo. Piensa en esos miles de mujeres que me están consagradas y
que han recibido la misión insustituible de continuar la acción de mi Madre en la
Iglesia, con una condición: que se dejen penetrar por Mí en la contemplación.
Lo que actualmente falta a mi Iglesia, no es la abnegación, no son las
iniciativas ni las empresas; es una dosis proporcionada de vida contemplativa
auténtica.
Lo ideal es que haya en un alma consagrada mucha ciencia al mismo tiempo
que mucho amor y mucha humildad. Pero es preferible un poco menos de ciencia
con mucho amor y humildad, que mucha ciencia con un poco menos de amor y de
humildad.
No dejes de pedirme que suscite, hasta en el mundo, almas contemplativas
que, gozando del espíritu universal, asuman la parte de oración y de expiación de
muchos hombres actualmente sordos a las llamadas de mi gracia.
Recuerda: Teresa de Ávila ha contribuido a la salvación de tantas almas
como Francisco Javier con sus carreras apostólicas, y Teresa de Lisieux ha
merecido ser proclamada Patrona de las Misiones.
No son precisamente los que se agitan, ni los que elaboran teorías, quienes
salvan al mundo; son los que, viviendo intensamente de mi Amor, lo propagan
misteriosamente sobre la tierra.
Yo soy el Sumo Sacerdote y tú no eres sino un sacerdote que participa de mi
sacerdocio y lo prolonga. Cuando me encarné en el seno de mi madre, mi persona
divina asumió la naturaleza humana y así recopilé en mí todas las necesidades
espirituales de la humanidad.
Todos los hombres pueden y deben ser por lo tanto incluidos en este
movimiento de sacralización, pero el sacerdote es el especialista, el profesional
de lo sagrado. Nada en él es profano, ni siquiera cuando trabaja, aunque tan sólo
sea con sus manos. Pero si lo hace con la conciencia lúcida de que me pertenece,
si por lo menos virtualmente, lo realiza por mí y en unión conmigo, entonces yo
estoy en él, yo trabajo con él para gloria de mi Padre, al servicio de sus hermanos.
Él se hace mi poseído, mi alter ego y yo mismo, en él, atraigo hacia mi Padre a los
hombres con quienes trata.
Comparte mis preocupaciones por mi Iglesia y particularmente por mis
sacerdotes. Son mis “queridísimos” – incluso los que, por causa de la tempestad,
me abandonan por un tiempo. Tengo gran compasión de ellos y de las almas que
les fueran confiadas – pero mi misericordia para con ellos es inagotable si, gracias
a las oraciones y a los sacrificios de sus hermanos, se precipitan en mis brazos… Su
ordenación les ha marcado de manera indeleble, y aun cuando ya no puedan asumir
un sacerdocio ministerial, su vida puede, juntándose con mi oblación redentora,
ser una ofrenda de amor que yo sabré utilizar.
Aprovecha el tiempo que te dejo sobre la tierra – única fase de tu existencia
en la que puedes merecer – para pedir intensamente que se multipliquen las almas
contemplativas, las almas místicas. Ellas son las que salvan al mundo y las que
consiguen para mi Iglesia la renovación espiritual que necesita.
En la actualidad, algunos seudo-teólogos lanzan a todos los vientos sus
elucubraciones intelectuales creyendo purificar la fe, cuando no hacen sino
perturbarla.
Sólo los que me han encontrado en la oración silenciosa, en la lectura
humilde de la Sagrada Escritura, en la unión profunda conmigo, pueden hablar de
mí con competencia, ya que en este caso soy yo mismo quien inspira sus
pensamientos y habla por sus labios.
El mundo marcha mal. Hasta mi Iglesia está dividida; mi cuerpo sufre de
esta división. Gracias de vocaciones son sofocadas y mueren. Satanás está
desencadenado. Como después de cada Concilio en la historia de la Iglesia, él
siembra por todas partes la discordia, obceca los espíritus a las realidades
espirituales, endurece los corazones a las llamadas de mi Amor.
Es indispensable que los sacerdotes y todos los consagrados reaccionen
ofreciendo todos los sufrimientos, todas las agonías de la humanidad conjuntos con
los míos “pro mundi vita”.
¡Ah! ¡si los hombres comprendiesen que yo soy el manantial de todas las
virtudes, el manantial de toda santidad, el manantial de la verdadera felicidad!
¿Quién mejor que mis sacerdotes se lo puede revelar? Naturalmente si
aceptan ser mis amigos y viven en consecuencia. La cosa pide aparentemente
algunos sacrificios, per éstos se ven rápidamente compensados por la fecundidad
y la alegría serena que les invade.
Hay que acceder a darme el tiempo que yo pido. ¿Dónde y cuándo se ha
visto que el consagrarme fielmente un día en exclusividad haya de alguna manera
comprometido el ministerio?
Ya no se sabe hacer penitencia; por eso se encuentran tan pocos educadores
espirituales y tan escasas almas contemplativas.
De la misma manera que me opongo al “dolorismo” y al “espíritu victimal”,
así deseo yo que no se arredren por la frustración pasajera que provoca el pequeño
sacrificio o la ligera privación queridos o aceptados por amor.
Mi palabra es siempre verdadera. Si vosotros no hacéis penitencia todos
pereceréis. Mas, si sois generosos, si prestáis atención a lo que mi Espíritu os
sugiere y que nunca será perjudicial ni a vuestra salud ni a vuestro deber de estado,
si os unís fielmente en la oblación espiritualizante que yo incesantemente ofrezco
en vosotros, entonces contribuiréis a borrar muchos pecados de la muchedumbre
y sobre todo muchas felonías de mis consagrados; conseguiréis una
superabundancia de gracias para que este período perturbado del posconcilio vea
surgir, en todos los ambientes y en todos los continentes, nuevos tipos de santidad
que enseñarán una vez más al mundo maravillado el secreto de la auténtica
alegría.
Asumido por Mí, in persona mea, así es como en la misa, el sacerdote cambia
el pan en mi Cuerpo y el vino en mi Sangre.
Asumido por Mí, in persona mea, así es como en el confesionario, borra por
la absolución las faltas del pecador arrepentido.
Asumido por Mí, in persona mea, así es como cumple – o debiera cumplir
- todos los actos del ministerio.
Asumido por Mí, in persona mea, así es como piensa, habla, ora, se alimenta
y se distrae.
El sacerdote ya no se pertenece; se ha dado a mí libremente, en cuerpo y
alma, ara siempre. Por eso mismo ya no sabría ser totalmente como los demás
hombres. Está en el mundo, pero ya no es del mundo. A título especial y único, es
de Mí.
Debe luchar por identificarse conmigo mediante la comunión de
pensamientos y de corazón, compartiendo mis preocupaciones y mis deseos y
progresando constantemente en mi intimidad.
Debe propender a expresar por su conducta parte de mi inmenso respeto
para con mi Padre y de mi bondad inagotable para con todos los hombres,
cualesquiera que sean.
Debe continuamente renovar el don total de sí mismo a Mí para que yo sea
en él plenamente lo que deseo.
¡Cuántas almas se dejan intoxicar por el placer falaz o la ideología
embriagadora. Consecuencia: están como enclaustradas en sí mismas y se hacen
ineptas para acudir a mí con lealtad. No obstante, yo sigo llamándolas, más ellas
no me oyen. Yo sigo atrayéndolas, más ellas se han vuelto impermeables a mi
influencia.
Aquí es donde tengo una necesidad apremiante de mis consagrados. ¡Ah! Si
se les ocurriese recapitular en sí todas las miserias de este mundo enloquecido y
pedirme ayuda en nombre de todos los que el demonio mantiene encadenados! Mi
gracia conseguiría vencer más fácilmente muchas resistencias.
Los consagrados son la sal de la tierra. Cuando ya no sala la sal, ¿para qué
sirve?
Cuando yo les llamé, ellos contestaron SÍ generosamente, y eso yo nunca lo
olvidaré. Empero, flaquezas sin importancia han ido ocasionando más tarde
mayores resistencias a mi gracia; so pretexto, algunas veces, de una urgencia en
el cumplimiento del deber de estado.
Si se hubiesen entregado fielmente a sus tiempos fuertes de meditación, su
intimidad conmigo hubiese prevalecido y sus actividades apostólicas, en lugar de
mermar, hubiesen resultado más fecundas.
Felizmente, aún quedan en la tierra y hasta entre la gente del mundo,
muchas almas fieles. Ellas son las que retrasan – si no consiguen impedirlas – las
grandes catástrofes que continuamente amenazan a la humanidad.
Pide que cada día sean más numerosos los educadores y educadoras
espirituales. Ellos son los que favorecieron la restauración de la Iglesia después de
las pruebas de la Reforma en el siglo XVll – y tras el trasiego de la Revolución. Ellos
son asimismo los que, en años venideros, facilitarán una nueva primavera en la
comunidad cristiana y prepararán, paso a paso, a pesar del sinnúmero de
obstáculos de toda clase, una era de fraternidad humana y un progreso hacia la
unidad.
Lo que no impedirá que los hombres vivan de acuerdo con su época, ni que
se interesen en los problemas, incluso materiales, de su tiempo, pero les
proporcionará luz y poder para influir sobre la opinión pública de sus
contemporáneos y elaborar soluciones benéficas.
La invitación para que venga a mí. Yo la dirijo a todos; sin embargo, he
querido necesitar de hombres para que se oiga mi llamada. Mi incentivo ha de
pasar por el destello de mi rostro vislumbrado en el alma de mis miembros,
particularmente en la de los consagrados.
Es por medio de su bondad, de su humildad, de su mansedumbre, de su
acogida, de la irradiación de su alegría, como yo me quiero revelar.
Las palabras son necesarias, por de pronto, las estructuras, cosa útil, pero
lo que conmueve los corazones, es mi presencia divisada y como sentida a través
de uno de los míos. Existe, emanando de mí, una irradiación que no engaña.
Eso es lo que cada día más espero yo de ti. A fuerza de mirarme, de
contemplarme, mis radiaciones divinas te penetran, te impregnan, sin que tú
tengas que decir ni una palabra – y, cuando se presenta la ocasión, tus palabras
llevan la carga de mi luz y se hacen eficaces.
Mi amor hacia los hombres no es amado. ¡Es por el contrario, tan y tantas
veces olvidado, menospreciado, rechazado! ¡Estas opacidades impiden que los
espíritus se abran a mi luz y los corazones a mi ternura.
Afortunadamente aún quedan almas humildes y generosas en todos los
países, en todos los ámbitos y de todas las edades; su amor me desagravia por mil
blasfemias, por desdenes mil.
El sacerdote debe ser la primera hostia de su sacerdocio. La ofrenda de sí
mismo debe combinarse con la mía para beneficio de la multitud. Cada denegación
constituye una carencia de lucro para muchas almas. Cada aceptación, con
paciencia y amor, merece inmediatamente una ventaja inestimable para mi
crecimiento de amor en el mundo.
Confianza en mi poder; éste se manifiesta esplendoroso en tu fidelidad que
yo transformo en valor y en generosidad.
Aprecio mucho verte pasar una hora conmigo, vivo en la Hostia, pero no
vengas solo; aúna en ti todas las almas que yo he asociado a la tuya y,
humildemente, hazte canal de mis radiaciones divinas.
Nada es inútil es los más mínimos sacrificios, en las más mínimas
actividades, en los más mínimos sufrimientos, cuando se viven en estado de
oblación.
Sé cada día más la hostia de tu sacerdocio. Un sacerdocio que no conlleva
la oblación del sacerdote, es un sacerdocio truncado. Corre el riesgo de ser estéril
y de entorpecer la obra de mi Redención.
El sacerdote es tanto más “espiritualizador” cuanto más se compromete a
ser corredentor.

20. MIRA LA MUERTE CON CONFIANZA


Otros han predicado los terrores de la muerte. Tú, predica las alegrías de la
muerte.
“Yo vendré a vosotros como un ladrón”.Esto lo dije no para espantaros, sino
por amor, para que estéis siempre preparados, y para que viváis cada instante
como quisierais haberlo vivido en el momento de vuestro nacimiento a la vida
definitiva.
Si los hombres mirasen más su vida en el retrovisor de la muerte, ya le
darían su verdadero significado.
Por eso, que no consideren la muerte con espanto, sino con confianza, y que
así comprendan todo el precio de la fase meritoria de su existencia.
Vive sobre la tierra como si volvieses del cielo. Sé en ella el hombre que
vuelve del más allá. Eres un muerto postergado. Mucho ha que hubieses debido
entrar en la eternidad y ¿quién, en la actualidad, hablaría de ti sobre la tierra?
Yo te consiento aún varios años en la tierra para que en ella vivas una vida
impregnada de nostalgia, en la que se vislumbre un destello de nuestra morada.
¿No te he dado bastantes pruebas de mi solicitud? Y entonces, ¿qué temes?
Yo estoy siempre ahí y siempre cerca de ti, hasta cuando todo parece derrumbarse,
hasta, y sobretodo, en el momento de tu muerte. Verás entonces lo que son mis
dos brazos, cuando se cierren sobre ti y te estrechen contra mi Corazón.
Descubrirás para qué y para quien habrán sido útiles tus trabajos, tus sufrimientos.
Me darás las gracias por haberte conducido como te conduje, preservándote muy
a menudo de muchos peligros de orden físico y moral, conduciéndote por caminos
insospechados, desconcertantes algunas veces, pero haciendo de tu vida una
unidad profunda en pro de tus hermanos.
Tú me darás las gracias porque comprenderás mejor la conducta de tu Dios
para contigo y con los demás. Tu cántico de acción de gracias se irá ampliando a
medida que vayas descubriendo las misericordias del Señor para contigo y con el
mundo.
Sin efusión de sangre no hay remisión. Mi Sangre no puede cumplir con su
inapreciable cometido de expiación eficaz sino en la medida en que la humanidad
consienta en mezclar algunas gotitas de su sangre con la Sangre de mi Pasión.
No dejes de ofrecerme la muerte de los hombres para que vivan de mi vida.
Como si estuvieses llegando al cielo, ora, dame los buenos días, ama,
muévete y alégrate.
Imagina lo que será nuestro encuentro en la luz. Precisamente para eso
fuiste creado, para eso has trabajado y sufrido. Llegará un día en el que, cuando
llegue tu hora, yo te recoja. Piénsalo a cada paso y ofréceme de antemano la hora
de tu muerte uniéndola a la mía.
Asimismo no dejes de pensar en lo que será el más allá de la muerte: la
alegría sin fin de un alma irradiada de luz y de amor, capaz de vivir en plenitud el
ímpetu oblativo de todo su ser por mí hacia el Padre y recibiendo por mí,
procedente del Padre, toda la riqueza de la Juventud divina.
Sí, mira la muerte con confianza y aprovecha el final de tu vida para
prepararte a ella con amor.
Piensa en la muerte de todos los hombres, tus hermanos: 300.000 por día.
¡Qué poder de corredención todo eso representa si fuese ofrecido! No lo
olvides: “oportet sacerdotem offerre”. Te toca a ti ofrecer en nombre de quienes
no lo piensan. Es una de las maneras más eficaces de valorizar mi sacrificio del
Calvario y de enriquecer tu misa de cada día.
¡Hay tantos que ni sospechan que yo les voy a llamar esta tarde! ¡Tantos
accidentes de la carretera, tantas trombosis brutales, tantas causas imprevistas!
¡Hay asimismo tantos enfermos que no barruntan la gravedad de su estado!
Duérmete en mis brazos cada noche. Así es como morirás y entrarás en el
paraíso, cuando llegue el momento del gran Encuentro.
Hazlo todo pensando en aquel momento. Eso te ayudará en muchas
circunstancias, a guardar tu serenidad sin entorpecer tu dinamismo.
Yo, por amor por ti, acepté morir. Tú no puedes darme mayor prueba de
amor que aceptando morir en unión conmigo.
No sufrirás el menor desengaño. Deslumbrado por los esplendores exaltantes
que vayas descubriendo, no tendrás más que un solo pesar: el de no haber amado
bastante.
Continúa uniendo con frecuencia tu muerte a la mía y ofreciéndola al padre
por las manos de María, bajo el impulso del Espíritu Santo.
En nombre de tu muerte unida a la mía, tú puedes asimismo solicitar auxilios
oportunos para mejor vivir, hoy por hoy, conforme a la caridad divina. Nada hay
que de esta manera no puedas conseguir. Aprovecha, pues, la oportunidad.
Que tu corazón esté cada día más abierto a mi misericordia, confiando
humildemente en mi ternura divina que te envuelve por todas partes y fecunda
invisiblemente tus actividades más ordinarias dándoles un valor espiritual que
trasciende el tiempo.
¿Para qué sirve el vivir si no es para crecer en el amor? ¿Para que sirve el
morir si no es para dilatar eternamente su amor y dilatarse en él por siempre
jamás?
Hijo mío querido, yo te he hecho presentir algo de lo que puede ser la fiesta
del cielo, más lo que tan confusamente has divisado no es nada comparado con la
realidad. Entonces verás hasta qué punto yo he sido y soy un Dios tierno y amante.
Comprenderás por qué yo me empeño en que los hombres se amen unos a otros,
se perdonen y se asistan recíprocamente. Entenderás el por qué espiritualizador y
purificador de la paciencia y del dolor.
El que sin cesar vayas descubriendo nuevas profundidades divinas, será una
aventura primorosa y apasionante. El ser impregnado por mi divinidad te
transfigurará y te hará ver a todos tus hermanos transfigurados ellos también, en
una acción de gracias común y exaltante.
Créeme, las fiestas litúrgicas de la tierra que tienen sus múltiples razones
de ser, no son sino la prefiguración de las festividades eternas que nunca hastían
y mantienen el alma, por una parte,, siempre harta y, por otra, incesantemente
hambrienta.
Yo he vivificado el mundo por mi muerte. Y es siempre por la oblación de
mi muerte como yo puedo continuar dando a los hombres la vida. Pero necesito un
suplemento de muertes para vencer – sin menoscabar su libertad – las dudas, las
reticencias, las resistencias de los que no quieren oír mi llamada o que, habiéndola
oído, no quieren dejarme penetrar en su corazón.
¡El cielo, soy yo! ¡Sólo en la medida en que, conforme a vuestro grado de
caridad, podáis ser asumidos por mí, vosotros saborearéis la alegría infinita y
recibiréis del Padre toda luz y toda gloria!
Entonces ya no habrá ni llanto, ni dolor, ni ignorancia, ni inadvertencia, ni
envidia, ni equivocación, ni pequeñeces, sino acción de gracias filial respecto a la
Santísima Trinidad y acción de gracias fraterna de unos para con otros.
Naturalmente os acordaréis de los pormenores de vuestra vida terrenal,
pero los veréis en la síntesis del amor que los ha permitido, transfigurado,
purificado.
¡Cuán grande y gozosa será vuestra humildad! Ella os hará transparentes
como el cristal a todos los reflejos de la divina misericordia.
Sí, vosotros vibraréis al unísono con mi Corazón y en perfecta armonía de
unos con otros, reconociéndoos como bienhechores recíprocos y contemplando la
fracción de causalidad que, para la felicidad de todos, yo mismo os proporcioné.
Sí, tendrás una muerte alegre, rápida y amorosa. El paso no es largo ara
quien expira en un acto de amor y se reúne conmigo en la luz. Ten confianza en
mí. Como estuve contigo en cada momento de tu vida terrenal, así estaré contigo
en el momento de tu entrada en la Vida Eterna, y mi Madre, que tan buena se ha
mostrado contigo, estará presente, Ella también, toda dulzura, toda mamá.
¿Piensas tantas veces como debieras en tus compañeros del purgatorio que
no pueden conseguir su progresiva incandescencia luminosa por sus propios
medios? Necesitan que uno de sus hermanos de la tierra les merezca lo que ellos
mismo hubiesen logrado realizando antes de morir la opción de amor que tú haces
en su nombre.
Ahí tienes el porqué de tu permanencia en la tierra y el de la prolongación
de la vida humana. Si los ancianos estuviesen mejor informados de su poder y de
las repercusiones de sus humildes oblaciones meritorias en favor de sus hermanos
de la tierra y de los del más allá, comprenderían mejor el precio de sus últimos
años, durante los cuales pueden, en la paz y en la serenidad, alcanzar tantas
gracias para los demás y, al mismo tiempo, lograr para sí mismos un aumento no
despreciable de luz y de alegría eternas.
La muerte les sería más placentera pues yo prometo una gracia especial de
asistencia en ese gran momento a todos los que hayan vivido para los demás antes
que para sí. ¿No consiste en eso precisamente el amor? ¿No es así, por medio de
sacrificios insignificantes, como uno se prepara a morir amando?
Yo conozco la hora y la modalidad de tu muerte, pero ten por seguro que
soy yo quien la he escogido para ti, con todo mi amor, para dar a tu vida terrestre
su máximo de fecundidad espiritual. Feliz serás al abandonar tu cuerpo para entrar
definitivamente en mí.
En ese gran momento de tu última salida, con mi Presencia dispondrás de
todas las gracias indispensables, actualmente insospechadas. Y es la medida de tu
amor la que te permitirá cooperar con estas gracias a plenitud.
Cada uno muere como ha vivido. Si tú vives de amor, así te encontrará la
muerte y expiarás en un suspiro de amor.
Yo mismo me encuentro al final de tu carrera, después de haber sido a lo
largo de tu vida tu Compañero de camino. Tú, empero, aprovecha cada día mejor
el tiempo que te separa del gran encuentro: cada hora, únete a mi oración,
comulga con mi oblación, deslízate en mis ímpetus de amor. Aspira con frecuencia
a mi Espíritu. Abrázale en tus respiraciones para reavivar los latidos de tu corazón.
¿No es por Él por quien se difunde en ti la Caridad de tu Dios?
Saca del pensamiento del Cielo que te espera la alegría en medio de los
sufrimientos y el optimismo en medio de los trastornos del momento. Predica este
optimismo a los espíritus desalentados. El que la tempestad arrecie y embista la
barca de mi Iglesia no es una razón para perder la cabeza.
¿No soy yo el que permanece en ella hasta la consumación de los siglos? En
lugar de descorazonaros, lanzad vuestras llamadas hacia mí: Señor, sálvanos que
perecemos. Acrecentad vuestra fe en mi presencia y en mi poder.
Entonces comprobaréis mi ternura y verificaréis mi inagotable misericordia.
La manera de encararos con la muerte ha de ser para vosotros cuestión de
fe, cuestión de confianza, cuestión de amor.
¡Fe! Esta percepción del cielo no puede directamente responder a imagen
de experiencia alguna pues excede toda impresión sensible, y eso es lo que os hace
posible el merecimiento durante la fase terrestre de vuestra existencia – porque
¿dónde estaría el mérito si pudieses conocerlo todo por adelantado? Cada cosa a
su tiempo.
¡Confianza! Porque lo que no sabéis por experiencia directa, lo podéis
conocer descansando en mi palabra y fiándoos de mí. Yo nunca os he engañado sin
contar que soy incapaz de hacerlo. Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida. Todo lo que
yo os puedo asegurar, es que será mucho más bello de lo que podéis imaginar y
hasta de lo que podéis anhelar.
¡Amor! Sólo el amor os permite, no ver, sino presentir lo que yo os tengo
reservado – y eso en la medida en que, sobre la tierra, os hayáis esforzado, hayáis
sufrido.
¡Es cosa bella, la luz de Gloria! ¡Es tan embriagante la participación de
nuestra alegría trinitaria! ¡Es tan “por encima de todo calificativo” la llama de
amor que os hará incandescentes para esta comunión total en una caridad universal
y definitiva! Si pudieseis experimentarlo en la tierra de una manera sensible y
duradera, vuestra vida se haría imposible y entonces, ¿cómo podría yo recurrir a
vuestra libre colaboración, por insignificante que sea, para que trabajéis conmigo
en la redención y en la espiritualización progresiva de toda la humanidad,
destinada a ser asumida por mí?
Si los que están a punto de morir pudiesen vislumbrar el torrente de
felicidad que puede asaltarlos de un momento a otro, no sólo no temerían, sino
que anhelarían ¡y con qué brío! Reunirse conmigo.
Tú has pensado mucho estos días en tu después de la muerte, sin descuidar
por eso tu tarea terrenal; ¿no has notado que el pensar en el más allá confiere a
tu trabajo su verdadera dimensión respecto a la eternidad?
Lo mismo ocurre con los pequeños sacrificios, las decepciones, las
contrariedades. ¿Quid hoc ad aeternitatem? Es en medio de estos sacrificios,
grandes y pequeños, donde se opera mi obra de redención universal, día tras día,
sin que vosotros os percatéis.
Vive ya por el pensamiento y por el deseo tu después de la muerte. Es la
mejor piedra de toque de la realidad.
La muerte, como tú bien lo sabes, será menos una salida que una llegada,
con más encuentros que separaciones. Será encontrarme a mí en la luz de mi
hermosura, en el fuego de mi ternura, en el ardor de mi reconocimiento.
Será verme a mí tal cual yo soy y dejarte absorber totalmente en mí para
que ocupes tu lugar en la mansión trinitaria.
Entonces tú saludarás a Nuestra Señora llena de gloria. Verás cuán
íntimamente Ella está con el Señor y el Señor está con Ella.
Tú, loco de alegría le dirás tu agradecimiento por su conducta maternal para
contigo.
Podrás reunirte con tus amigos del Cielo, empezando por tu Ángel de la
guarda y continuando por todos tus amigos de la tierra, incandescentes de amor y
luminosos de alegría sin par.
Tú te encontrarás con tus hijos e hijas según el Espíritu y te alegrarás al
mismo tiempo por lo que debes tanto a cada uno de los miembros más mínimos
como a los más preponderantes de mi Cuerpo glorioso.
Cuando llegue la hora de nuestro Encuentro, tú comprenderás cuán preciosa
es para mi Corazón la muerte de mis servidores cuando se confunde con la mía.
Ella es mi gran recurso para vivificar a la humanidad rebelde y para procurar
la espiritualización del mundo.

COLOQUIO FINAL
Finaliza el verano de 1970.
El 22 de septiembre, por la noche, el Padre escribe en su libreta las líneas
que a continuación transcribimos, y traza una raya.
Esa noche, se encuentra mejor que de costumbre. Se queda un poco “en
familia” después de la cena, tranquilizándonos con su bondadosa sonrisa.
Se retira, por fin, a su habitación, después de habernos dado las “buenas
noches”.
Y esa noche es cuando el Señor viene en busca de su fiel servidor.
“Por la noche, duérmete en mis brazos; así es como morirás…”, había
escrito el Padre como al dictado de Jesús el 18 de octubre de 1964. Esta muerte
serena, sin sombra de agonía, durante el sueño, acaecida casi seis años después
de haber sido escritas estas palabras, ¿no se presenta como una nueva “señal”
sobre la autenticidad de su mensaje?
“Si permaneciereis en Mí, y mis palabras permanecieren en vosotros, cuanto
quisiereis, pedidlo y lo obtendréis” (Juan 15, 7) ¿No te das cuenta tú, por la
coincidencia de tantas señales providenciales, de cuán verdadera es esta palabra?
Soy yo mismo en ti el que te conduce a veces en sentido contrario al de tus
proyectos aparentemente más lógicos y más legítimos ¡Cuánta razón tienes al
depositar en mí toda tu confianza! Las situaciones más enmarañadas se desenlazan
en el momento oportuno como por arte de magia.
Pero son indispensables dos condiciones:
1.- Permanecer en Mí.
2.- Estar pendiente de mis palabras.
Es preciso que pienses más en Mí, que vivas más para Mí, que te pongas más
a mi disposición, que compartas todo más conmigo, que conmigo más te
identifiques.
Es preciso, por otra parte, que percibas la realidad de mi Presencia en ti –
Presencia simultáneamente locuaz y silenciosa – y que estés más pendiente de lo
que, sin ruido de palabra, yo te digo.
Yo soy el Verbum silens, el Verbo silencioso; no obstante, yo impregno con
mis ideas tu espíritu, y, si prestas atención, si vives en el recogimiento, mi claridad
ahuyenta las tinieblas de tu pensamiento y éste, entonces, puede traducir a tu
propio vocabulario lo que yo quiero enseñarte.
Si se estrecha más la intimidad entre Yo y tú, nada hay que tu no puedas
conseguir de mi poder, para ti, para todos los que viven a tu alrededor, para la
Iglesia y para el mundo. Así es como el contemplativo puede hacer fecunda toda
su actividad; ésta, además, se encuentra purificada de toda ambigüedad y es fértil
en profundidad.

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