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Cornell University Library
PQ 8497.L34A6 1919
Cuentos /

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GAYLORD PRINTED IN U.S.A.


1
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30
Lastenia Larriva de Llona
OBRAS COMPLETAS- TOMO II

CUENTOS
Ilustraciones de Cárdenas Castro

LIMA - PERU

1919
OBRAS COMPLETAS
DE

Lastenia Larriva de Llona


-0 %

Tomo I. - Cartas a mi Hijo .- Psicología de la mujer.


Tomo II . Cuentos. Ilustraciones de Cárdenas Castro .

Tomo III.- Un drama singular. Novela .


Ilustraciones de Cárdenas Castro , ¡ En prensal .
Lastenia Larriva de Llona
OBRAS COMPLETAS - TOMO II
-

CUENTOS
Ilustraciones de Cárdenas Castro

-
LIMA - PERU

1919
Olin
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134
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1919

IMPRENTA DEL ESTADO MAYOR GENERAL DEL EJERCITO


‫م اهم‬
‫ع عدمه‬ ‫سه‬
‫ܢܐ‬ ! 7 ‫ܙܐ‬ 9 -‫܂‬ ADAY OR GENERALDIR
3

Lastena Larrean de Lelon


-

Maria Eugenia:

A ti, sin cuya inteligente, cariñosa y perseveran


> te cooperación no habría llegado a ver la luz priblica
la obra intelectual mía, dedico este volumen .
Tú , no solo me sirves de apoyo material en la
casi ceguera en que hoy me encuentro, como le ser .
via al ciego rey Lear su piadosa hija Cordelia , sino
que me guías, también, por el intrincado laberinto de
las páginas que he escrito y acumulado entre las vi
cisitudes de más de cuarenta años .
Justo es, pues, que me apresure a hacer priblico
mi sentir a este respecto, ya que si, como es probable,
no alcanzo yo a ver impresos los doce tomos de que
consta mi obra, serás tú, la que prosigas con el mismo
empeño con que a ello estás ahora consagrada, a dar
fin a la tarea que te ha impuesto tu amor filial.
Tu madre ,
Lastenia .

-
Loj
El cuento del sepulturero
Era el éxodo de los muertos.

-¿La muerte es un bien?


-¿La muerte es un mal?
– La muerte es el peor de los males.
-¿Para quién? ¿ Para el que muere ? ¿ Para los
que sobreviven ?
- Para el que deja por siempre esta vida, que
por mucho que en contra de ella se diga, es siempre
amable.
-

- Para los que aquí se quedan , si el que ha


muerto era muy amado de ellos .
- De la muerte del ser más querido se consue.
lan todos, más pronto o más tarde.
- Es sabia ley de la naturaleza .
-

- 9 2
Lastenia Larriva de Llona

-Sin embargo, se dan casos ....


- Cuando existe o sc breviene un desequilibrio
mental: las personas de cerebro bien organizado se
consuelan siempre.
-

-¿Es eso un elogio o un reproche?


- Ni una ni otra cosa. Es simplemente hacer
constar un hecho .
-¿No cree usted que hay muchas personas que
desearían ardientemente que resucitaran sus deudos,
a ser esto posible?
- Nó, no lo creo .
-¡Escéptico!
-¡Este hombre es terrible !
- Desengañense ustedes : bien están los muer:
tos en sus tumbas.
- ¿Se ha muerto usted alguna vez?
-

– To:!avía no; pero para cuando llegue el caso ,


no quiero resucitar . Afortunadamente no anda ya
Nuestro Señor por el mundo, pues no desearía ser un
nuevo Lázaro .
- Porque no es usted casado ....
– Porque no tiene usted hijos ....
- Porque no tiene usted madre ....
- Porque no tengo madre: eso es . Sólo los que
tienen madre pueden volver a la vida con la espe.
ranza de ser bien recibidos.
- Según eso : ¿no cree usted en el amor de los
hermanos, ni en el de los hijos, ni en el de las espo.
sas, más allá de la tumba?
7

En lo que no creo es en el deseo sincero y ar


diente de los vivos, de que vuelvan los que les die.
- 10 -
Cuentos

ron su eterna despedida, sobre todo, pasa los los pri.


meros días de agudo dolor. Y aun me atrevo a afir
mar una cosa, y es que si los muertos resucita los
no serian bien recibidos, deberíase esto no sólo a la
falta de amor de sus deudos, sino, en muchos casos,
a la falta de merecimientos de aquellos .
-Sí , tratándose de los malos....
- Y también de los que pasaron por buenos, de
los muy llorados....
- ¡Hombre! pero si han sido muy llorados ....
A menos que después de llorar una mujer a su ma
rido, por ejemplo, venga a notar los defectos de que
adolecía .
- Exactamente .
-
- Sin embargo, lo que por lo general se obser:
va es que se elogia a todos los muertos hasta la
exageración.
- Signo de cobardía social ; de la debilidad hu
mana, en general. Además por malos que hayan si
do con nosotros los que ya no existen , puesto que
la muerte nos vengo de ellos, ya nada nos cuesta el
elogiarlos. ¡Si a tan poca costa nos hubiéramos de
librar de todos nuestros enemigos, no se cansaría
nuestra lengua de cantar sus alabanzas en hiperbó.
licas necrologias! Y a propósito, sé un cuentecillo.
-¡Pues a contarlo, a contarlo !
- Escuchadme .
Todos los que de sobremesa sostenían esta con .
versación filosófico -psicológica y que habían escu
chado con creciente interés a aquel de ellos que con
sus apreciaciones daba muestra de mayor pesimis-.
-11
Lastenia Larriva de Llona

mo, le miraron con curiosidad , y se le aproximaron ,


dispuestos a no perder una sílaba del relato que ya
parecía palpitar en sus labios.
El , sin disimular esa satisfacción que produce
siempre en el ánimo del que habla, tener atento au
ditorio, comenzó así:
El sepulturero de mi pueblo, era un sér origi.
nal . Ejercía su lúgubre oficio desde antes de que yo
naciera y, a pesar de dicho oficio y de las rarezas de
su carácter, que eran inofensivas, todos le querían en
el lugar. Era yo, de chiquillo, uno de sus predilectos
amigos, tal vez porque me hallaba siempre dispues
to a escuchar sus extrañas historias, que a menudo
tenían origen en las alucinaciones de que padecía .
Era un hombre que, en medio de sus extrava
gancias, no carecía de cierta cultura, y, por lo tanto,
no pude explicarme nunca, ni me explico hoy mis
mo, el por qué había elegido, o aceptado, el poco en
vidiable empleo que desempeñaba. Indudablemente
era esta una prueba de que su cerebro no era nor:
mal .
Ya he dicho que sus cuentos me divertian , y
después de mis largos paseos, solía entrar a hacerle
compañía por un buen rato en esa silenciosa ciudad
de que era guardián.
En una herinosa tarde, - era ya yo un adolescen
te, - sentados ambos sobre una tumba, a la sombra
2

de los cipreses y de cara al sol poniente, cuyos ra


yos ya casi horizontales, doraban las enhiestas ci
mas de esos árboles amigos y compañeros de los
muertos, me contó la macabra escena que había
presencia do la noche anterior, y aunque comprendí
-12
Cuentos

yo que era sólo producto de su imaginación enfermi.


za, me causó su relato tan honda impresión que ja
más se ha borrado de mi memoria.
Debo advertiros, antes de dejarle a él la pala
bra , que Lorenzo, - este era su nombre, - estaba
tan familiarizado con sus muertos, que solía dormir
entre ellos, ya junto a una sepultura, ya junto a
otra, en cualquiera de las fúnebres avenidas en que
le tomaba la hora del descanso.
Y ahora , oid su historia que, como os he dichio
yá, tengo tan presente, que creo podré repetirosla
sin quitar ni añadir palabra .
- ¡ Día muy agitado fué el de ayer, como que
estuvimos a 2 de noviembre. La noche, sobre todo
La noche ha sido terrible para mí .
Así comenzó él . Yo le invité a que siguiera y
no volvi å interrumpirle hasta que concluyó.
– Las visitas que habían recibido mis huéspe
des, – prosiguió, refiriéndose a los muertos, – los
-

tenían inquietos y mal humorados. Su reposo había


sido turbado y no podían recuperarlo. Las protestas
de cariño eterno que a través de la losa sepulcral
habían escuchado de parientes y amigos; las lágri
mas que se habían filtrado por los intersticios de las
lápidas, habían hecho renacer en ellos el deseo de la
vida y de aquí que prorrumpieran en clamorosos
ayes y que los más ardientes ruegos al Todopodero
so, turbaran el acostumbrado silencio de estos lu
gares .
Al principio hablaba y se quejaba cada uno ais.
ladamente dentro de su tumba ; después comenzaron
a comunicarse sus impresiones.
-
- 13 -
Lastenia Larriva de Llona

Primero fueron monólogos; en seguida diálogos.


-¡Mis pobres hijos! ¡Cuánto han llorado hoy!
-

¡Y que no me sea permitido ir a enjugar su llanto!


-¡Mi mujer! ¡ Mi inconsolable esposa! ¡ Si el Se.
ñor me concediera la gracia de que fuera a hacerle
una visita !
- Yo no tenía más que a mi hija, – gritaba una
voz femenina . – Solas, desamparadas, trabajábamos
juntas para vivir. ¿Qué será de ella , les de que le fal
to? ¡Señor, Señor, muy cruel ha sido tu decreto ! ¡Haz
que vuelva a la vida, para el consuelo de la hija de
mis entrañas!

– Vosotros todos habíais cumplido vuestra mi.


sión en la tierra ; - sollozaba otril voz de mujer,
pero yo , yo que he muerto a los dieciocho años! ....
¡Yo que he dejiudo a mi novio en la más horrible de
sesperación !.... ¡ Yo soy la que tengo el derecho de
reclamar unos años Inás de existencia !
- Todos queremos volver a la vida .
- Todos.
- Todos, gritaron muchas voces a la vez .
El Angel de la Muerte, ese bello Angel de la
Muerte, que se yergne sobre su herinoso pedestal en
meilio de la gran avenida, se volvió lentamente ha
cia los sepulcros de donde salían las quejas. Separó
de sus labios el dedo que sobre ellos tiene en acti .
tud de imponer silencio, y se oyeron estas frases so
lemnes, que resonaron con eco pavoroso en medio de
la noche, en la fúnebre mansión :
- El Dios de la Eternidad , el Dios uno y trino,
permite volver a tomar la forma humana a todos
los que así lo deseen; pero a condición de que sólo
-14
Cuentos

permanecerán bajo ella los que sean bien recibidos


por sus deudos. Los demás volverán aquí , para caer
de nuevo en sus sepulcros. La prueba ha de hacerse
esta misma noche. Levantaos y andad.
Se hizo otra vez el silencio y recobró el Angel
de piedra su inmovilidad acostumbrada .
Comenzaron a abrirse los sepulcros .
En sus bocas tenebrosas fueron apareciendo sus
habitantes. Despojándose rápidamente del sudario,
los esqueletos tomaban sus antiguas formas.
En este momento ilsomó la luna su faz plateada
por entre los altos cipreses. Su luz pálida y miste
riosa, fué a reflejarse sobre el málinol de las tum
bas, dándoles un aspecto fantástico.
De ésta salía un viejo de figura venerable; de
la de más allá, un hombre en la fuerza de la edad ,
gallardo y simpático. Ya aparecía una anciana ca
duca; ya una bellísima adolescente. Y también figu .
ras repelentes; hombres yу mujeres marcados con el
sello de los vicios y de las pasiones más repugnan
tes. Vi a uno, sobre todo, a un mocetón , hasta de
unos veinticinco años, con la fisonomía más repulsi.
va que darse pueda. Tenía una expresión bestial , si
expresión puede llamarse a la revelación , por medio
de innobles gestos, de los más perversos instintos
de que es capaz el alma humana. Había sido un beo.
do consuetudinario, un ebrio impulsivo que maltril
taba a diario a su propia madre y que tal vez en cas
tigo de su infame conducta , fué asesinado una noche
en una orgía.
Todos en larga hilera , en no interrumpida pro
cesión , caminando con cierta rigidez cada vérica, co
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Lastenia Larriva de Llona

menzaron a desfilar por delante del Angel de la


Muerte, y a cada paso que daban , iba aumentando
su número .
Era el éxodo de los muertos.
Pronto se perdieron por las calles que hacia
afuera de esta triste mansión conducen .
Atónito yo, ante semejante despoblamiento, al
cé los ojos asombrados hacia el Angel de la Muerte,
autor inmediato del desconcierto .
Volvieron a moverse sus labios pétreos.
- No tardarán en regresar a este recinto, -dijo,
contestando a mi muda interrogación , - porque no
-

hallarán quien los reciba de buena voluntad .


- ¿Y todos esos que vienen a llorar ante sus
tumbas; todos esos que traen flores y tarjetas? – me
atreví a preguntar, - inienten todos? ¿Fingen un
dolor que no sienten ?
-Sobre eso habría mucho que decir. Algunos
lo sienten verdaderamente, otros no. Pero entre es
tos últimos se encuentran muchos a quienes no pue.
de tachárseles de hipócritas, sin embargo. Maridos y
mujeres hay que muestran un gran dolor por lil
muerte de sus l'espectivos cónyuges, y este senti
miento que aparentan, no es una hipocresía sino
erosidad que va más allá de la tumba . Fue
ron infelices en su matrimonio y no quieren confe
sarlo después de muerto aquel o aquella que fué su
verdugo, sino que siguen ocultándolo, como lo ocul.
taron mientras vivió. Es una especie de pudor y co
mo tal , digno de respeto.
A la verdad , - continuó diciendo el sepulture.
10 , – no sé si todo esto me lo dijo real y efectiva
- 16
Cuentos

mente el Angel de la Muerte o me lo sugirió mi


propia imaginación, -extraordinariamente exaltaila
-

en esos momentos por las excepcionales circuns


tancias; - pero el hecho es que yo obtuve la les
puesta a mis dudas de un modo claro y preciso.
Vibraban aún en mis oídos las últimas frases
de ella, cuando vi que avanzaba hacia nosotros el
mismo compacto grupo de personas que había sali.
do del cementerio pocos momentos antes. Ya esta
ba de regreso .
A la cabeza del grupo venía el anciano y cami
naba con tal celeridad , que claramente demostraba
que más prisa tenía por volver a su antiglio reposo,
que la que había tenido por abandonarlo .
-¡He visto a mis hijos ! - gritaba.- Desde que
-

yo falto, se han casado los tres. Se repartierún mi


fortuna , y cada cual vive feliz . He ido a las tres ca
sas y los he visto sin que me vieran ellos . No me
rechazarían , probablemente; pero no les hago falta .
Sus mujeres que no me han conocido, no tienen por
qué amarme. A sus hijos, que no me han visto ja
más, tal vez les inspiraría miedo mi semblante adus.
to y lleno de arrugas. Me he regresado presuroso :
bien me estoy en mi tumba .
- Yo he visto a mi mujer, – dijo el que seguía ,
-

que era el apuesto joven . – ¡ Ojalá no hubiera salido


de mi ataúd! No vive ahora con el lujo a que yo la te
nía acostumbrada . En huinilde cuarto estaba y to.
dos nuestros hijos dormían apaciblemente en la mis
ma estancia . Ella velaba y cosía . De cuando en cuan
do caía de sus cansados ojos una lágrima que iba a
perderse en la tela en que trabajaban sus enfiaque.
-17 3
Lastenia Larriva de Llona

ciulas manos . Pensé que lloraba por mi y ya iba a


revelarle mi presencia cuando por su frente blanca
y pura como su conciencia, ví pasar sus pensamien.
tos y he aquí lo que en ellos leí:
-¡Déjame llorar de gratitud, Dios mío! Mucho
amé a mi Alfonso, mucho sentí su muerte; pero hoy
comprenilo tu misericordia infinita al decretarla y
te doy gracias desde lo intimo de mi alma. Ahora
me doy cuenta de que se hallaba él al borde de ho
rrible abismo, del abismo de los vicios, y de que allí
se habría sepultado irremisiblemente a haber vivido
algún tiempo más; y mis pobres e inocentes hijos,
que hoy veneran su memoria , habrían quedado des
honrados y aún , quizás, hubieran seguido sus funes
tos ejemplos.... ¡Gracias, Señor, gracias! Mucho le
amé, pero tu sabiduria admiro y tu misericordia
alabo !....
Y de un salto, se hundió de nuevo el mozo, en
su abierto sepulcro.
-¡Es más dichosa que cuando yo vivía !....
– venia diciendo la viejecita, entre sollozos desga
Italores. ¿ Cómo no adiviné que se sacrificaba por
mi? ¡ Se ha casado! Estaba enamorada desde que yo
existía; pero ocultaba su amor por no abandonar
me, ni despertar los celos de mi cariño. Su marido
es pobre, pero la hace dichosa. ¿ Para qué había de
presentármele ? No me necesita. Vuelvo a ponerme
mi sudario .
-

- ¡ A la tumba ! ¡ A la tumba ! – gritaba la bella


adolescente, que en pos de los otros venía ; – crei
encontrar desesperado a mi novio, - prosiguió ver
tiendo abundantes lágrimas, – a mi novio, que ase
- 18
Cuentos

guraba morirse si yo le faltaba, - y le encuentro ju .


rando amor eterno a su nueva futura ! ¡ A la tumba !
¡ A la tumba ! No hay amores eternos en el mundo ! .....
- ¿Así es que volvéis completos? – preguntó
con su voz grave, pero en la que se advertía cierto
acento irónico, el Angel de la Muerte.
- No todos: se ha quedado uno, - contestó el
último de los del grupo que había emigrado de esta
mansión de la paz.
-¿Cuál ?
- Santiago: aquel que fue asesinado en una or
gia: el que golpeaba a su madre .
-
-¿Y quién le recibió ?
- Ella .Apenas le vió, se abalanzó hacia él , abia .
zándole tan fuertemente que no habría sido posi .
ble arrancarle de sus brazos. Ni él lo pretendió.
¡Hay diferencia entre el duro y frío ataúd y los amo
losos brazos de una madre!....
Calló Lorenzo, y yo callo también , - concluyó
el narrador. ¿No os parece que tuve razón al deciros
que sólo los que tienen madre, pueden resucitar ?
1
Una historiacomo hay muchas
Hallábase Julia sumergida en las melancólicas
remembranzas.....

Muy triste se hallaba esa tarde Julia del Mar.


Más triste aún que de costumbre, puesto que la tris.
teza era su compañera inseparable desde que inurió
su marido, hacía cosa de dos años.
Felicísimo había sido su matrimonio , aunque
esa felicidad se debió más -según opinión de cuan .
tos trataron íntimamente a ambos esposos -- al
amor apasionado que ella profesaba a su marido; a
la pureza virginal de sus sentimientos ; a su inocen
- 23 -
Lastenia Larriva de Llona

cia casi infantil y a su carácter angelical, que al ca


riño y a la fidelidad del difunto .
Pero, en fin, había sido dichosa, y al recuerdo
de esos fugaces años de ventura conyugal y al amor
de su tierna hijita, único fruto de su matrimonio,
consagraba Julia al presente su vida entera, que se
deslizaba apacible y solitaria en una linda casa de
campo, cercana a populosa capital .
En la tarde a que nos referimos, hallábase Joz .
lia sumergida más que nunca en las melancólicas
remembranzas de su feliz pasado; pries acababa de
recorrer , una por una , las numerosius cartas que con
servaba de su marido escritas en sus cortas, pero
frecuentes ausencias .
La más aguda nota del desconsuelo la sentimos
generalmente en esos instantes en que solos, aisla :
dos de todo contacto exterior, volvemos a vivir en el
pasado, por virtud de esas cláusulas que se destacan
del papel amarillento; en ese pasarlo cuyas dulzuras,
por una especie de química moral o psicológica , se
transforman entonces en amarguras.
Entonces comprendemos muy bien la profunda
verdad que encierran los versos del poeta florentino ,
tantas y tantas veces citados:
Nessun maggior dolore !....
De entre esas cartas del muerto amado, cuyas
frases, aunque sabidas de memoria, recorría siempre
Julia, con la misma inteusa emoción , se desprendió
de pronto una, escrita con letra evidentemente desfi.
gurada a propósito, y cayó al suelo .
Recogió la joven el papel y el corazón le dió un
vuelco al reconocerlo .

- 24
Cuentos

-¡Él infame anónimo! – murmuró con ira re


-

primida.
Pero aunque a disgusto, y estrujando entre sus
nerviosas manos el vil papel, recorrió una vez más
las cortas lineas que contenia :
4 El esposo de usted se va hoy a la fiesta de San .
ta Cruz con « La sin miedo », a quien yo llamaría más
bien « La sinvergüenza n . La sociedad entera está
«
escandalizada de las locuras que él comete por esa
mala mujer y que usted solu parece ignorar. Bueno
es ser confiadu; pero es malo serlo hasta llegar a
tontun .
« La sin miello » .era una actriz del llamado gé.
nero chico, muy hermosa, y más desvergonzada que
hermosa, como lo probaba el apodo con que más que
por su propio nombre era conocida .
Había sido la heroína de muchas aventuras ga
lantes escandalosas, algunas de las cuales conocía
Julia por su propio marido – que no era muy escru
puloso en su lenguaje - agregando siempre él , a gui.
sa de comentario a su relación, que era aquella mu
jer muy seductora, muy peligrosa, pero que a él le
era soberanamente antipática.
Y la candida esposa que creía en sus palabras
como en el evangelio, se sonreía dichosísima, com
padeciendo « in pectoren a las mujeres de aquellos
locos que, según los datos de su marido, se arruina
ban por « La sin miedo » .
Recordaba Julia muy bien el día en que recibió
el anóniino ese, como que era una fecha tristemente
memorable para su corazón .
Osvaldo, que desde hacía muchos días, le ha
bía ofrecido llevarla a la fiesta citada en la carta ,
despertó esa mañana taciturno y mal humorado.
- 25 4
Lastenia Larriva de Llona

-¿Qué tienes, vida mía ? - le preguntó ella.


– Una gran contrariedad de que no quise ha
blarte anoche.
-¿Cuál es?
-Que no puedo llevarte a la feria de Santa
Cruz .
-¿Y por qué?
- Porque me ha caíito trabajo extraordinario e
inaplazable. Ya tú sabes que el jefe de la casa con
fía sólo en mí para ciertas cosas. Imposible mover
me hoy ni un instante de la oficina. No podré venir
ni a almorzar ni a comer. ¡Qué pena tan grande, Ju
lia de mi alma !
- La pena mía es que tú trabajes de esa mane.
ja ; es no verte en todo el dia ; es almorzar y comer
solita ....
-¿Eres un ángel !
- No soy un ángel, pero te adoro .
– Hasta la noche, mi amor.
-

- Hasta la noche, corazón mío .


A los pocos momentos de haberse despedido Os
valdo de su mujer, vino el cartero y entregó a ésta
la carta anónima.
Julia no dió crédito ni por un instante a su con
tenido. El único sentimiento que la cobarde misiva
despertó en su alma fué el de la indignación.
¿ Quién habrá escrito estas calumniosas lí
neas? --se preguntaba--. De seguro alguno de los
.

amantes de esa infeliz mujer; alguno de esos de quie


nes le había hablado su marido, y que suponían esa
infamia por aquello de que « el ladrón cree que to .
dos son de su condición » .
No penetró la duda en su corazón , ni aún cuan .
- 26 -
Cuentos

do, pocas horas después, le llevaron a su marido


mortalmente herido por el tren, que regresaba de
Santa Cruz y que lo había cogido en momentos en
que bajaba de él , al llegar al pueblo de ese nombre.
--¡Perdóname, Julia --balbuceó él al verla. -
Fui a Santa Cruz en el último tren con un amigo.
Era ya muy tarde para venir por tí , cuando me des
ocupé .... ¡ Perdóname Julia !....
Y el desdichado expiró pocos momentos des.
pués, sin haber alcanzado a decir otra cosa que esa
última frase, que l'epetía sin cesar y con la cual im
ploraba de su mujer el perdón por faltas que ella no
conocía ni imaginaba!
Toda aquella desgarradora escena se le repre
sentó de nuevo a Julia al leer ese papel que casi te
nía olvidado y que se le había aparecido, no sabía
ella cómo, entre las cartas de su marido, donde tal
vez lo había arrojado inconscientemente .
¿Y por qué esos renglones que sólo produjeron
desprecio y asco al leerlos por vez primera , la po
nían ahora intranquila y cavilosa ? ¿ Por qué levan
taban en su espíritu algo así como una inquietud ce
losa retrospectiva ?
Era este un contrasentido que ella misma no al
canzaba a explicarse satisfactoriamente.
¿Y por qué misteriosa coincidencia recordó en
tonces también , un incidente que aunque ocurrido
en vísperas de la trágica muerte de su marido, no
podía tener relación alguna con ella y al cual no ha.
bía dado Julia importancia de ninguna especie ?
Este fué el incidente :
Pocos días antes de la fiesta, y creyendo asistir

- 27 -
Lastenia Larriva de Llona

a ella, había iido Julia a casa de su modista con el


fin de elegir un sombrero .
La francesa que por entonces empuñaba el ce
tro de las sombrereras en la capital, lista y obse
quiosa , como todas las de su nacionalidad y de su
oficio, se apresuró a mostrarle lo más nuevo y lo
más caro de su establecimiento .
- Este ,-dijole presentándole un sombrero de
terciopelo negro, a ornado con un gran ramo de ro
sas encarnadas – es lindísimo y ha encantado al es
-

poso de usted, que ayer lo dejó separado; pero yo


me permito aconsejar a usteil , como le dije ayer a
él , que prefiera este otro que conviene mejor a su
tipo, de tan delicada belleza. El de flores rojas ven
drá perfectamente a una morena; pero a usted le
sentará mejor este que le ofrezco – y sacó de una
de las cajas, otro elegantísimo, formado todo el de
miosotis, que en efecto armonizaba perfectamente
con el cutis nacarado de Julia y con sus ojos del
mismo suave color de las florecillas .
¿Con que había estado su Osvaldo allí , para ele.
girle un sombrero ? ¡En todo piensa él ! - se dijo Ju-.
lia gozosa .
Tentada estuvo de comprarse el que había sepa
rado su marido, pero por fin se sometió a las obser
vaciones de la modista que estaban de acuerdo con
las advertencias del espejo, y eligió el sombrero
azul .
Quedóse sin estrenarlo, como hemos visto, pues
en esta misma fiesta , a la que con tanto gozo se
prometía ella asistir y a la que no pudo llevarla su
marido, encontró él la muerte ....
- 28 -
Cuentos

Hacia ya dos años de esa aciaga fecha.


De pronto sacó a Julia de sus añoranzas el tim
bre del teléfono .
Corrió la joven viuda al aparato y a través del
hilo eléctrico establecióse el siguiente diálogo :
- Aló!
-¿Cómo estás, Julia ?
-¿Eres tú, Valentina ? Pues estoy ...... como
siempre.
- Es decir įsiempre triste ?
- Hoy más que nunca .
-¿Por qué?
-¡Qué sé yo!.... De estas recrudescencias tie.
ne el dolor.
-Pues mira : casualmente te he llamado para
proponerte que me acompañes esta noche al teatro.
-¡Imposible!
- No admito esa palabra . ¿Sabes? Esta noche
da su primera función el empresario de aquel cine
ma que hace cerca de dos años debió exhibir unas
películas nacionales que constituían una verdadera
novedad . Desgraciadamente hubo de suspenderse la
función por los graves sucesos políticos que recor
darás y él se fué a hacer una gira por toda la repú
blica, de la que regresa ahora . Dice el programa que
habrá vistas sorprendentes. Y dice más; dice que
muchos de los espectadores podrán contemplarse a
sí mismos en ellas, como si se viesen en un espejo.
¡Cosa más extraordinaria ! ¡Anímate, ven ! ¡Di que sí !
- Pero si tú sabes que hasta ahora no me he
presentado en público ....
-¡Valiente excusa! Alguna vez ha de ser la
primera que lo hagas!
- 29
Lastenia Larriva de Llona

– Me harás cometer una locura - dijo Julia ya


vacilante.
– Mía será la responsabilidad. Vaya ¿te decides ?
- Será preciso darte gusto: pero dime: eno irá
nadie más a tu palco?
- Nadie más que tú. ¡Ah! miento: nos acompa
ñará mi hermano Octavio . Ya te figurarás que no he.
mos de ir solas. Pero él es como hernano tuyo, tam
bién .
- Verilad es.
-Y no es culpa suya si no ha sido algo más ínti
mo y inás dulce ....
-¡Calla!
-

-Pues, hasta luego. Te aguardo en casa .


- Hasta luego .
Lleno estaba el teatro de bote en bote, pues las
anunciadas películas locales habían despertado ex
traordinario interés en el público, para el cual era
aún espectáculo nuevo, el que ofrecían los cinemas,
que recién alcanzaban el grado de perfección a que
hoy han llegado.
I en verdad iba a realizarse esa noche uno de los
mayores prodigios de este siglo prodigioso en que
nos ha tocado en suerte vivir; prodigios que se reali
zan a diario en los rincones más apartados del mun
do, como la cosa más natural y sencilla . Muchos de
los espectadores - como lo anunciaba el programa -
iban a verse a sí propios pasar por el lienzo cinemato
gráfico; y podrían preguntarse asombrados cuál era
el personaje auténtico, el que se movía y caminaba
allí , sirviendo de espectáculo al público, o el que for
maba parte de ese mismo público y contemplaba a
ese otro él , desde la butaca en que estaba sentado .
7

- 30
Cuentos

Era este un perfecto desiloblamiento del sér.


Cuando aparecieron Julia y Valentina en el pal
co de esta última, acompañadas de Octavio, se vol
vieron hacia ellas todas las miradas. Julia, especial
mente, atrajo la atención general. Era muy bella y
además ¡ hacia tánto tiempo que no se la veía en pú.
blico ! El vestido negro aumentaba sus encantos de
rubia . Sólo una nota de color rompía la monotonía de
esi negrura : el ramo de violetas que se destacaba
sobre el corpiño, cerca de la cintura .
Obscurecióse la sala de pronto: había llegado el
momento ansiado.
Todas las miradas con vergieron hacia el blanco
telón .
La primera vista eral tomada de una romeria re .
ligiosa y popular, y por ende conocida de todos los
espectadores; fué desfilando con sus sagradas imáge.
nes y su séquito numerosisimo de devotos de am.
bos sexos, que iban forinando calle a las andas, ci
rios en mano. Tanto entre éstos, como entre los que
no por devoción, sino por distracción mundana se.
guían a las imágenes, y entre las hermosas y elegan.
tes dainas que llenaban ventanas y balcones, se
veian rostros conocidos, lo cual arrancaba aplausos
estruendosos y exclamaciones de regocijo, así de los
palcos como de la platea y las galerías.
Sucediéronse muchas otras películas con igual
éxito y al terminar la última del programa, dispo
níase el público a salir del teatro, cuando anunció el
telón en caracteres luminosos:
LA FERIA DE SANTA CRUZ ,
EN COLORES

Era una sorpresa que se daba al público .


-31
Lastenia Larriva de Llona

Julia sintió que el corazón le daba un vuelco,


al leer el título que no se había consignado en el or:
den del espectáculo.
Valentina y Octavio la miraron sobrecogidos y
la vieron pálida como una muerta.
- Vámonos, Julia, dijo Octavio dulcemente.
- Vámonos, repitió Valentina , cogiéndole una
mano .
Pero Julia se resistió a su indicación, y luego,
ya era tarde: había comenzado a desarrollarse la pe
lícula.
Una explosión de aplausos atronaba el aire.
Muchos de los espectadores se habían puesto de
pie, para ver mejor, sin hacer caso de las protestas
de sus vecinos de atrás.
Apareció la plaza del pueblo de Santa Cruz,
tan conocida de la mayoría del público. Estaba lle
na de gente que con marcadas muestras de alegría
daba vueltas sin cesar por ese recinto, que resulta
ba estrecho para contenerla .
Con la rapidez propia del espectáculo, se veían
pasar los grupos de personas a pie y llegar y des
aparecer partidas de excursionistas a caballo y en
carruajes.
De pronto se vió venir la locomotora de un
tren , seguida de los respectivos wagones, detenién.
dose el convoy en uno de los lados de la plaza. Era
el tren que llegaba de la Capital .
La gente se arremolinó hacia ese lado para ver
bajar a los pasajeros que constituían, sin duda la
great atraction de la fiesta . Hombres y mujeres de
aire elegante y aristocrático comenzaban a descen .
der de los coches en número considerable .
- 32-
-
Cuentos

Julia seguía con emoción creciente todas las in .


cidencias.
De repente vió aparecer y detenerse en el estri
bo de uno de los wagones de primera a un sujeto
que con semblante muy risueño hablaba con una da .
ma que le seguía.
¡Era su marido!
Julia no respiraba .
Después de poner el pie en el suelo, extendió
Osvaldo la mano derecha a su compañera, la cual
apoyándose en ella con cariñosa confianza, bajó lige.
lainente .
Estaba ella vestida con lujo y elegancia y toca
da con un gran sombrero de terciopelo negro adorna
do con un hermoso ramo de flores rojas.
A través del velo finísimo que le resguardaba
el bello rostro, reconoció Julia las facciones de la
pecadora más a la moda desde hacía tres o cuatro
años : La sin miedo.
Cogiose ella del brazo de su pareja y sonrien
tes y dichosos ambos, avanzaron unos pasos por en
tre las líneas de rieles que allí se entrecruzaban pa
ra los cambios de máquinas, etc.
Una de éstas partía velozmente en ese instante
para cambiar la cabeza del convoy , que debía regre.
sar a la capital en busca de un nuevo contingente
de turistas.
Osvaldo y La sin miedo hicieron un brusco mo.
vimiento para librarse del inminente peligro, pero
sólo pulieron conseguirlo a medias. Ella cayó fuera
de los rieles, pero él quedó entre ellos y la máquina
pasó por sobre su cuerpo destrozándole horriblemen .
te ambas piernas.

- 33 - 5
Lastenia Larriva de Llona

Ya se comprende que esta espeluznante repro


ducción del desgraciado accidente acaecido realmen
te hacía dos años, pasó por el lienzo con mucha ma
yor rapidez que el tiempo que hemos empleado en re
ferirla .
Julia que no había perdido un detalle de la ho.
rrible escena , horrible para ella bajo muchos con
ceptos, vió a la impúrlica mujer arrojarse sobre el
cuerpo de Osvaldo con muestras de desesperación ;
vió después, por entre la multitud – cómo aparta
l'on de allí algunas personas, a La sin miedo, mien
tras varios caballeros, entre los cuales reconoció a
los amigos de Osvaldo, que hasta la casa le acompa
ñaron en aquella tarde funesta, levantaron el cuer
po mutilado y le volvieron al tren de donde mo
mentos antes había descendido alegre y lleno de
vida !....
La escena se borró repentinamente; las luces
volvieron a encenderse y los espectadores, con el
ánimo entristecido, comenzaron a requerir siis abri
gos y a desfilar por los pasillos del teatro, no sin
volver antes las mirarlas, los que la historia de Os.
valdo conocían , al palco en que se hallaba su desen
gañada viuda .
No había ésta pronunciado una palabra. Pálida
como una muerta, con los ojos secos y huraños, pa
recía enclavada en la silla .
Tenía entre las suyas la mano de Valentina y
la apretaba convulsivamente con fuerza increíble.
- ¡Julia ! – le dijo su amigal - ¡ cuánto siento ha
berte obligado a venir ! ¡Si yo hubiera sabido! ...
Cogió el abrigo de pieles de Julia, y la envolvió
-34-
Cuentos

en él , acariciándola suavemente como a mil niña en


ferma. Rodeó su cabezit. con una gasa negra y estre
chándola entre sus brazos le dió un par de besos en
las hela las mejillas.
Sintió entonces contra su pecho un estremeci.
miento convulsivo y en su boca la salobre humedad
de una lágrima.
Comprendió que su amiga despertaba a la ho.
rrible realidad.
-

– Octavio, - dijo a su hermino, – da el brazo


a Julia . La siento en ferma.
Julia irguió la frente y una leve sonrisa entre
abrió sus finos labios .
- Octavio ya no me quiere, - vijo, enlazando
.

su brazo al del joven , con expresión de niña mima


da. – Me ha olvidado por completo. Apenas si cono.
ce a mi hija...... ¡La pobrecita ..... ¡Calla ! Si ya sé que
yo tengo toda la culpa de su desvío . ¡He sido tan
mala con él ! Pero desile ahora hago firme propósito
de enmienda . ¡No más lágrimas! ¡No más encierro !
¡ A vivir! ¡ A vivir para mi hija y también para mi
y para ustedes dos, nobles almas, cuya ternura he
desconocido, pero que pagaré con creces deside hoy
en adelante! ¡ Necesita tánto un poco de cariño ini
corazón enfermo!....
-¡Oh, sí, - dijo Valentina, abrazándola tierna
- -

mente , tendrás todo el amor que tú mereces.


– Y tu hija será tan amada como tú , – murmu
ró a su oido Octavio, con voz que una dulce einoción
hacía temblar.
El carruaje que los conducía, se detuvo a la
puerta de la casa de Julia.
- 35 -
Lastenia Larriva de Llona

- Hasta pronto, dijo ésta, despidiéndose de sus


amigos.
- Hasta mañana, - contestó Valentina, impri
miendo un cariñoso beso en la frente de su amiga.
-¡Hasta mañana! ¡Hasta siempre! - agregó Oc.
-

tavio, con semblante en que se revelaba el gozo infi


nito que llenaba su corazón , mientras rozaba con
sus labios trémulos la mano enguantada de la mujer
a quien por largos años, desde que estaba ella solte.
ra , había él amado sin esperanza .
El Rey Herodes
( CUENTO DE NAVIDAD )
Y le atraía hacia si, suavemente .

Sus cinco primaveras había cumplido Lolita de


Jesús Valencia aquel 25 de Diciembre en que acae
ció el suceso que voy a referir.
En ninguno de los cuatro aniversarios anteriores
había sido la niña tan festejada como en el presen .
te. La casa de sus padres, -el bizarro y caballeroso
-

Gereral don Jaime Valencia, actual Ministro de la


Guerra , y la virtuosa y bella doña Dolores Salinas
de Valencia, - a pesar de ser una de las más sun
tuosas de Lima, pues Lima fué el teatro de las es
-39
Lastenia Larriva de Llona

nas que váis a presenciar – resultó estrecha para


contener a las damas, a los caballeros, y sobre todo,
a los niños de ambos sexos que en ese día de su
cumpleaños habíanse apresurado a acudir a felici.
tar a Lolita .
El pequeño dormitorio de ésta, su pieza de es
tudio y aun algunas otras habitaciones se veían lite.
ralmente atestadas de juguetes, de libros, de cajas de
dulces y de los mil diversos objetos con que sus nu
merosos parientes y amigos y muchas otras personas
que, sin ser lo uno ni lo otro, deseaban congraciarse
con el General Ministro, habían obsequiado a la ni .
ña. Había una verdadera colección de muñecas, des
de las que, modestas por su tamaño y por su calidad,
constituían la humilde cuelga de imas primas po.
bres, favorecidas por la señora de Valencia y las que,
según toda probabilidad, habrían tenido que robar
algunas horas a su cotidiano trabajo de modistas pa
ra confeccionar, - utilizando los retazos de buenas
telas que como gaje les dejaba su oficio, – los ele
gantes trajes con que las engalanaron ; hasta las es.
pléndidas enviadas de París por otras priinas ricas,
muñecas de noble alcurnia, que venían dentro de su
umundo» , ad hoc, con ajuar completo de ropa y de
casa, y que sabían dormir, hablar, mover el abanico
y el lente con graciosa coquetería y dar una vuelta
sin necesidad de ajenos pies, por el salón .
Una de las principales habitaciones de la casa
con infulas de palacio que ocupabit el General Va.
lencia, se había destinado como de costuinbre, para
el magnífico Nacimiento; pues Dolores, que siempre
había tenido especial devoción al Niño Jesús, le tri.
-40
Cuentos

butaba un culto fervorosísimo desde que , por favor


del Divino Infante, -según ella creía flimemente, -
había venido al mundo su hija Lolita en el día de la
gran fiesta del Nacimiento del Hijo de Dios.
Porque hay que saber que el matrimonio del
General Valencia y Dolores había sido estéril, - y
sólo por esto desdichado, – hasta aquella Noche Bue.
na en que, al sonar precisamente la hora en que na
ció el Redentor de los hombres, nació también la
hermosa niña que fué, desde entonces, encanto y ale
gría de su hogar.
De año en año, pues, y merced a esa ardiente
devoción de Dolores, se enriquecía más y más el Na
cimiento, de tal manera que ya era justamente con
siderado en la ciudail como una verdadera maravi.
lla por las muchas obras de arte que contenía , y co
mo un valiosísimo y real tesoro por la riqueza de
las joyas que le adornaban .
Excuso decir que para Lolita comenzaban las
fiestas de su santo desde el punto y hora en que las
hábiles manos de verdaderos artistas se ponían a la
complicada obra de formar los agrios cerros, los se
renos lagos, las cascadas bulliciosas, los repuestos
valles, las sombrías selvas; y a poblar en seguida to.
do aquello, de blancos corderillos, de plateados pe
ces, de pintadas vacas, de espantables fieras y de
reptiles de brillante piel .
Si aquel pequeño pero prodigioso universo, en
cuyo centro y sobre pajas de oro , descansaba un
Dios-Niño, milagro de escultura, tenía el poder de
mantener por largo rato absortas a las personas
grandes que le contemplaban , ¿qué mucho que Lo.
-41 6
Lastenia Larriva de Llona

lita permaneciera horas enteras extasiada mirando


tales primores ?
Luego, es preciso que os diga que el Nacimien
to era un curso completo de Historia Sagrada para la
tierna niña de los esposos Valencia; pues por uno de
los curiosos y encantadores anacronismos permiti
dos en esos adorables retablos, se veían alli repre
sentados todos los más notables episodios del Anti
tiguo y del Nuevo Testamento . Por aquí, Eva reci.
biendo de la serpiente la fatal manzana y ofrecién
dola a su vez a su incauto esposo; más allá, Rebeca
dando de beber a Jacob ; por la derecha, un episodio
aterrador del Diluvio Universal; por la izquierda, la
huída a Egipto de la Santa Familia; y a pocas líneas
de distancia de los fugitivos, -líneas que en este
caso debía suponer leguas el espectador, – la copia
en bulto de algunos grupos del bellísimo cuadro de
Guido Reni , La Degollación de los Inocentes. Bajan
do por este lado, los Reyes Magos, resplandecientes
de pedrerías, sobre sus lujosas cabalgaduras y lle.
vando en las manos, los presentes que iban a ofre.
cer al portentoso Niño; subiendo por el otro, Nuestro
Señor la Calle de la Amargura , con el pesado made
ro a cuestas; y allá arriba, en la cumbre de una co
lina que figura el Gólgota, expirando yá, enclavado
en la Cruz y entre dos ladrones, el Rey de los cielos
y la tierra , mientras a sus pies juegan a los dados
unos sayones la sagrada túnica ....
¿Qué mucho, repito, que Lolita se quedara em
belesada por largas horas delante del histórico Pe.
sebre ?

-42
Cuentos

11

Las diez de la noche acababan de dar los relo


jes de la casa. Con las postreras campanadas se ha
bían despedido de Lolita sus últimos amiguitos; pe
ro la niña , a pesar de que debía estar rendida por los
juegos y las emociones del dia , no pensaba aún en
recojerse. Y sin embargo, a poco que se la observa
la se comprendia que no era el deseo de seguir con
templando sus nuevos juguetes, ni de hacer caricias
a sus muñecas, lo que ahuyentaba el sueño de sus
ojos; pues juguetes y muñecas yacían diseminados
en derredor suyo sin que la pequeña engreida les
dirigiera una mirada . Tampoco la desvelaba, como
otras veces, el afán de escuchar de los labios de su
madre la explicación de algunas de las escenas que
representaba su querido Nacimiento . ¿Qué tenía .
pues, Lolita ? ¿Qué esperaba, para dar las buenas no
ches a sus padres e ir a pedir a su aya que la acos
tara? ¿En qué pensaba, qué deseaba esa infantil ca
becita, que aún no podía conocer las tristezas y preo
cupaciones que sin cesar agitan a los seres huma
nos desde que en ellos despunta la luz de la razón ?
¿Qué deseo podía haber formulado el corazón de Lo
lita, que sus idólatras padres no se hubieran apresu .
rado a satisfacer?
Medio hundida en un ancho sillón , con las
redondas piernas, que las medias cortas dejaban a
descubierto desde la pantorrilla, cruzadas la una so
bre la otra, y la mejilla descansando en la inano de
recha, cuyo brazo se apoyaba sobre el del asiento,
Lolita parecía embebida en la contemplación del te
cho de gasa azul tachonado de diamantes que figu.
-43
Lastenia Larriva de Llona

raba el firmamento en el Retablo; pero en realidad


no miraba eso, ni ninguna otra cosa. No cabía du
darlo: la gentil niña estaba absorta en un pensa
miento, tenía la mente fija en un deseo no satisfe
cho, que embargaba todas sus potencias.
-

- Mamá, dijo de pronto , volviendo su lindo


e inteligente semblante hacia aquella a quien se di
rigía. ¿Hasta qué hora no me traerán mi cholito?
¿ Por qué no me lo habrá mandado todavía mi pa
drino ?
Estas preguntas las había hecho cien veces du
rante aquel día, a su pastre, a su madre y a todas
las gentes de la casa .
- No le habrá sido posible, vida mía, le contes
tó su madre. Te lo enviará mañana, no tengas cui
dado. Ahora vé a acostarte, porque es muy tarde.
-No me acuesto hasta que venga el cholito, de
claró perentoriamente la voluntariosilla .
- Pero eso es imposible, angel mío . Ya han da.
do las diez y seguramente no viene esta noche. Ade
más, podrías enfermarte permaneciendo en pie has
ta tan tarde.
- Mi padrino me dijo que me mandaba un cho
lito de regalo el día de mi santo, y no puede en
gañarme.
- No te engañará, ciertamente. Cuando des
piertes mañana estará ya en casa el regalo que es
peras; te lo aseguro. Pero ahora, y para que se pase
más pronto el tiempo , vete a la cama.
- No me acuesto hasta que venga el cholito,
repitió Lolita , con esa terquedad de los niños dema
siado mimados y consentidos.
-44
Cuentos

- Pero dime, Lolita , hija mía , ¿ para qué quieres


un serranito feo, como ha de ser el que te envie tu
padrino? ¿No tienes ahi tantas señoritas y niñas
preciosas y. elegantes? le preguntó Dolores señalán .
dole las muñecas .
- Esas no saben jugar, replicó Lolita. Yo quiero
el cholito, porque es de carne y está vivo : un serra
nito así como el que tiene mi prima Rosita, que ha
ce todo lo que ella quiere. ¡Ya no me gustan esas mu
ñecas ! -- continuó, golpeando impaciente los pies del
sillón con los diminutos suyos, mientras lanzaba
una inirada de soberano desprecio a las arrogantes y
tiesas parisienses cuyos ojos inmóviles de cristal,
que refiejaban las luces del salón, parecían mirar a
Lolita con extraña fijeza, como si se asombraran del
mal gusto que revelaban sus palabras.
- Ven acá , hijita, y no seas tenaz, volvió a decir
la su madre; y tratando de alejar de aquella cabeci .
ta obstinada el pensamiento que tal obsesión ejercía
sobre ella, agregó: – ven acá y te contaré la historia
de la Degollación de los Inocentes que tanto te inte
resa ¿ quieres?
La chiquilla volvió los ojos hacia su madre, al
escuchar esa proposición tan halagadora siempre pa .
ra ella; dirigió en seguida siis miradas a los conmo
vedores grupos que formaban aquella madre que hu
ye desesperada para salvar al tierno fruto de sus en
trañas de la espantosa carnicería y del bárbaro sol
dado que la detiene por los cabellos; y a aquella otra
que, cubriendo a su hijo con el manto, echa a correr
presa de indescriptible pavor; los miró, digo, y pare.
ció vacilar un instante; pero pensándolo mejor, sin
-45 -
Lastenia Larriva de Llona
duda, respondió.
- Me la contarás después de que ine traigan a
mi cholito .
Dolores, a pesar de que comenzaba a impacien
tarse por la obstinación de su hija , no pudo reprimir
una sonrisa cuando escuchó tal respuesta; mas com
prendiendo que era menester ya aparentar enojo,
enarcó las cejas y dijo con el acento más formal que
le fué posible :
-

- Pues te irás a la caina sin cholito y sin his.


toria . Basta ya de majaderías; jea !
- No voy .
-¿Qué dices ?
-¡Que nó, que no y que nó !
-

Al oir esta categorica respuesta el General, que


engolfado en la lectura de los periódicos del dia , no
había tomado hasta entonces parte en el diálogo , le
vantó la cabeza, y mirando severamente a Lolita le
dijo :
-¿Cómo se entiende, niñita mala ? ¡Encaprichar:
se así y molestar a su mamacita en un día como éste
por una ligera contrariedad , cuando se ve colmadla de
regalos y se la ha complacido en cuanto ha sido posi
ble? ¿Qué dirá , al verla asi enfurruñada, y al escu
char el áspero tono de su voz el Niño Jesús, ese Niño
Jesús, que era todo dulzura y que jamás dió a su ma
dre el más leve motivo de queja ?
Lolita, aunque caprichosa y a veces obstinada
por el excesivo mimo con que la criaban sus padres
tenía un hermoso corazón y los amaba a ellos con
todas las fuerzas de su alma . Sus arrebatos soſian
calmarse tan pronto como se habían encendido,
siempre que se apelaba a sus nobles sentimientos.
- 16 -
Cuentus

Al escuchar, pues, la merecida reprimenda de los la.


bios de su padre, de esos labios tan prontos siem
pre para acariciarla , se arrepintió de su terquedad y
de las desabridas l'espuestas que había dado a las
afectuosas frases de su madre; y sintiendo que su
cólera se deshacía en lágrimas, corrió hacia Dolores
y abrazándola apretadamente, escondió su rostro,
que la vergüenza coloreaba, en el regazo maternal.
Pero por un resto de soberbia , de ese feo pecado,
causa de todas las desgracias de la Humanidad , que
encuentra el medio de deslizarse aun en los más pu
l'os corazones, exclamó todavía una vez más, aunque
con voz ya muy débil y entrecortada por los sollozos:
-Yo quiero .... que me traigan ..... el cho
lito .... que me ha ....ofrecido ....mipadrino ....
- Te lo traerán , mi alma, te lo traerán ; pero ten
un poquito de paciencia. Todo lo que se desea no se
alcanza tan fácilmente en el mundo . Tendrás tu cho
lito, mañana o pasado; y entretanto confórmate con
oir la historia de la Degollación de los Inocentes, que
voy a referirte.
Era esta la centésima vez que Lolita , oía de los
labios de su madre esa patética relación ; mas no por
ello dejó de escucharla con la atención de siempre,
ni le produjo menos interés que de costumbre.
Ya hacia el final, el relato se convertía siempre
en diálogo, o por mejor decir en un interrogatorio, al
gunas de cuyas preguntas eran de dificil respuesta.
-¿Y por qué perseguía el Rey Herodes al Niño
-

Jesús?
- Porque según todos los indicios, este Niño era
el Mesías esperado hacia largos años, el Redentor de
las naciones, repetidas veces anunciado por las pro
fecias.

-47 -
Lastenia Larriva de Llona

-¿Esas profecías se lo habían dicho a Herodes ?


¡Qué malas serían ellas!
- Las profecías no son personas.
-¿Que nó? Pues ¿cómo hablan entonces ?
- Decimos que hablan en sentido figurado. Las
profecías son las inspiraciones que han tenido cier.
tos hombres extraordinarios a quienes Dios daba la
facultad de leer en lo futuro; pero tú estás muy chi
quita para comprender estas cosas .
-¿Y por qué las madres no se escondieron
bien con sus hijos?
- Porque cuando tuvieron conocimiento del ini
cuo decreto de Herodes, era demasiado tarile para
escapar. Sólo pudo salvar el Niño Jesús, huyendo a
Egipto, porque un ángel avisó a tiempo a sus padres
del inminente peligro que corría .
- Dios que todo lo puede, repuso la niña con
lógica inexorable, debía haber salvado a esos niños.
-

– No nos toca a nosotros juzgar los actos de


Dios, sino acatarlos en todo caso , y adorar sus de.
signios, que suelen ser misteriosos para nuestra es
casa comprensión. Además, el Señor permite a ve
ces que los malvados triunfen en este mundo; pero
ya sabes que después de esta vida hay otra en la
que todos recibiremos el premio o el castigo de nues
tras acciones: por eso es preciso que seainos buenos.
Lolita se quedó un momento pensativa. Sin du .
da su conciencia no estaba tan perfectamente tran
quila después de la rabieta anterior; y el remordi
miento atormentaba ya su alma de niña; pues enla.
zando sus bracitos al cuello de su madre, le pregun
tó quedamente y entre dos besos, con acento que re
velaba cierta zozobra :

- 48 -
Cuentos

-Yo no soy mala, ¿ verdad ?


– Nó , hijita mia, no eres mala; pero es menes.
-

ter que seas un poquito menos voluntariosa y exi.


gente. Has el firme propósito de ello, y pide al Niño
Jesús que te ayude a cumplirlo.
Dolores hizo poner de rodillas a su hija, ante el
altar, juntó sus manecitas, y le dictó la siguiente
plegaria que los rosados y puros labios de la niña
repetían con santa unción :
-Hazme buena, Niño Jesús; no me des talen :
to, no me des hermosura , no me des riquezas, no
me des poder mundano; pero dame virtudes, que así
pobre , des valida, fea y torpe, puedo alcanzar la di
cha eterna, que vale más que la de esta corta exis.
tencia, que tal vez puede adquirirse con los otros
dones.
- Yo te dictaré otra plegaria al Niño Jesús que,
en este día de su Fiesta, en que también celebramos
la tuya, te ha de conceder seguramente la gracia
que le pidas, dijo el General a su hija, y prosiguió :
- Consérvame por muchos años, oh Divino Ni
-

ño, – que tuviste por Madre a la más santa de las


mujeres, - a esta madre amorosa , que me has dado,
y que es mi Providencia en este mundo! ¡Consérva
mela por largo tiempo, y has que la ame siempre
con todas las fuerzas de mi alma y la respete como
debe respetarse a la que es imagen de Dios en la
tierra !
La tempestad había pasado por completo, y Lo
lita se dirigía a su dormitorio, después de haber re .
cibido los besos de sus padres; pero dos cuestiones
que la pasada conferencia habia suscitado en su ce
-49 -
7
Lastenia Larriva de Llona

rebro, en ese cerebro en que los instintos femeninos


despuntaban ya, parecian tenerla aún inquieta ....
- Díme, mamá, zno se puede ser buena y tam
bién bonita? – preguntó , deteniéndose antes de tras.
-

pasar el umbral de la puerta .


-Pues, cóino no. Perfectamente.
-

- Porque yo quisiera pedirle al Niño Jesús no


-

una sola, sino las dos cosas.


- La primera se le pide, la segunda la da El , si
nos conviene .
Tal vez no quedó muy satisfechil Lolita con la
respuesta ; mas no se atrevió a replicar, contentán
dose con formular la otra cuestión que la preocu
paba .
- Ahora no hay reyes Herodes, ¿verdail, mamá ?
No tuvo tiempo Dolores de satisfacer esta nue
va pregunta , ni Lolita hubiera escuchado la res
puesta, probablemente.
Pasos fuertes y apresurados resonaron en los
corredores; y antes de que ninguno de los personajes
que tenemos en escena pudiera expresar su sorpre
sa por la intempestiva visita, abrió un criado la
mampara y apareció en el quicio de ella la figura de
un hombre alto, delgado, de raza mestiza, cuyo aire
desembarazado y continente marcial,, habría basta
do para indicar al menos observador que profesaba
la carrera militar, si no lo dijera el uniforme que
vestia . Traía de la mano a un indiecito como de
seis años de edad, vestido con elegancia a la última
moda y visiblemente embarazado con la ropa que
llevaba, y que de seguro se ponía por la primera
vez en su vida .

-50
Cuentos

Lolita dió simultáneamente un brinco, una pal.


mada y un grito, al ver a los recién llegados; y lue .
go quedó absorta con las manos juntas, y casi sin
respirar, aguardando a que hablase el soldado .
III

Cuadróse éste y saludando inilitarmente, dijo :


- Buenas noches, señora ; felices, mi General.
Mi coronel Monforte me envía a saludar a la señora
Dolores y a su Señoría; y a traer este cholito que le
tenía ofrecido a su ahija, la la niña Lolita , y que le
regala en el día de su Santo. Les ruega que perdo
nen el enviarlo tan tarde; pero ha costado mucno
trabajo hacerlo vestir. No quería el pícaro abando
nar sus alpargatas y su poncho, ni dejarse cortar el
pelo . Por fin se le vistió a la fuerza; pero aunque le
pusimos por delante un espejo para que se viera tan
elegante y buen mozo , no ha cesado de jirimiquiar,
hasta que hemos llegado aquí , porque dice que ves
tido de este modo no podrá volver a Juliaca. Ahí lo
tiene su Señoría , con el atado de su antigua ropa
debajo del brazo, pues no ha habido forma de qui.
társelo .
Y el asistente del Coronel Monforte, que em
pleó para ese largo parlamento la mitad del tiempo
que yo he gastado en escribirlo , indicó con un ade
mán al chiquillo que, de pie, y con un aire que a la
vez expresaba el asombro y el temor y una natural
curiosidad, contemplaba la lujosa estancia ; los ju
guetes esparcidos por los muebles y la alfombra;
ese gran altar, resplandeciente de luces y de pie.
dras preciosas, que brillaba todo él como una ascua
de oro; y sobre todo , esa linda niña de tez blanca co.
-51
Lastenia Larriva de Llona

mo la nieve que él estaba acostumbrado a ver en


sus montañas; de ojos azules como aquel cielo que
echaba de menos y de cabellos brillantes, sedosos y
claros como los del maíz tierno, cuya suavidar le
era tan agradable sentir bajo sus dedos; esa niña
que le miraba atentamente, y a quien él , sin duda,
tomó por la divinidad de ese santuario ....
Debajo del brazo tenía, en efecto, un pequeño
envoltorio, que mantenía estrechamente apretado
contra su cuerpo, cual si temiera que se lo quitaran.
El chico era un bonito tipo de su raza . Peque
ño, gordito, su color atezado y sus ojos y cabellos
negros como el ala del cuervo, revelaban a primera
vista que por sus venas corría, pura y sin mezcla
alguna, la sangre de los antiguos hijos del Perú . Sus
mejillas redondas, tostadas por el hielo de las se
rranías, tenían el encendido color de las manzanas
o de los albérchigos de su tierra.
-

- Ea, Lolita, allí tienes lo que tanto deseabas


uijo su madre a la arrobada niña; ya ves que tu pa
drino te ha cumplido su palabra. Acércate, hijito ,
- agregó la señora dirigiéndose al muchacho.- Esta
va a ser tu niñita: acércate, ¿ cómo te llamas?
El chico paseó su inteligente mirada de la seño.
ra a la niña ; pero aunque la expresión de su sem
blante revelaba que había comprendido todo lo que
se le decía, no se movió , ni contestó una sílaba.
-Suelta el quipe y responde, Tomasito, le
-

dijo el asistente ; – mas viendo que su exhortación


-

tampoco producía el efecto deseado, - es muy hura


ño, agregó, riéndose. Ya he dicho a los señores que
éste no se conforma con estar aquí. Todo el día llo
ra por su sierra; pero ya se irá civilizando.
-52 -
Cuentos

Dirigióle, entonces, algunas palabras en que


chua, pero el chico permaneció tan indiferente a las
frases pronunciadas en su idioma nativo, como a las
que se le habían dicho en castellano ; y a no ser por
la intensidad y viveza de su mirada, habría podido
tomálsele por una pequeña estatua de bronce.
Lolita se acercó a él . Aunque de menos edad
que el indiecito, el cuerpo de la niña era mucho
más alto y erguido que el de Tomasito . Cogió con
sus delicadas manos, blancas como jazmines, una
de las oscuras y regordetas del chico , y le dijo con
su más acariciador acento :
– Ven, para enseñarte el Nacimiento. Es muy
lindo y te va a gustar mucho. Ya verás...... Y le
atraía hacia si , suavemente.
Tomasito intentó resistir en el primer instante;
pero había tan elocuente expresión de súplica en los
ojos de la niña, que al fin cedió, y se dejó arrastrar
algunos pasos, y colocar frente a frente del suntuo.
so Retablo .
- Después te mostraré mis juguetes, continuo
Lolita, con la encantadora volubilidad de la infan .
cia. Tengo más de veinte muñecas. ¡Qué veinte!
¡ Más de mil ! Y una cocinita para hacer comida de
verdad. ¿No te gusta a tí jugar a las comiditas ? Con
las muñecas me fastidia hacer bodas, porque no co.
men .... A ti te voy a dar cosas muy ricas: confi
tes, caramelos, pasteles, chocolates, pasas ... ¡uff! ..
tántas, tantísimas, tantisisimas cosas! ... ¡Pero ha.
bla, pues, Tomasito! ¿Por qué no quieres hablar ?
La fisonomía de Tomasito había ido perdiendo
su grave taciturnidad conforme oía esa larga rela
ción de Lolita, que tántos goces le prometía. En sus
-53
Lastenia Larriva de Llona

negros ojos brilló una fugitiva chispa de alegría , sus


labios se entreabrieron por una plácida sonrisa , que
puso a descubierto dos hileras de pequeños, unidos
y blanquísimos dientes; y por fin dijo en español,
aunque con marcado acento quechua :
- Alla cocinábamos maíz con la Mariacha .
Todos se echaron ä leir .
-¿Y quién es la Mariacha ? preguntó Dolores.
- Será su hermana, contestó el soldado. Siem .
-

pre que el desplega los labios es para hablar de su


Juliaca y de su familia.
-¡Pobrecillo! Se conoce que tiene buenos senti
-

mientos, observó la señora de Valencia . ¿Y tiene


madre ?
- Si, señora .
– Cosa increíble te parecerá a tí , mi Dolores, a
tí , tan amante de tu hija, que haya madres que por
unas cuantas monedas vendan a los frutos de sus
entrañas, como lo hacen frecuentemente esas muje.
res, en quienes la abyección e ignorancia en que vi
ven sumidas, parece que ahogan hasta el instinto
maternal, el más poderoso de los instintos en todos
los seres del sexo femenino, -observó el General.
.

-¿Los veniden ? – preguntó con asombro Lolita,


que aunque ocupada en mostrar sus tesoros al in
diecito, seguia con el oído atento, la conversación .
¿Ha vendido su mamá a Toinasito ?
--¡No! --exclamó con una energia de que no se
le habría creído capaz, el chico.- ¡Mentira! ¡Mentira!
¡No ine ha vendido mi mamita ! ¡Ellos me robaron !
¡ Ellos me trajeron por la fuerza!.... Y con su pe
queño índice señaló al asistente.

-54
Cuentos

-¿Es verdad eso? preguntó severamente la se.


ñora de Valencia al aludido.
- Pues sí, señora , es verdad . La india se empeñó
en no ceder, por más que le ofrecimos un precio que
jamás se ha pagarlo por in chico de estos y a pesar
de que estaba en la mayor iniseria; y como no ha
bíamos encontrado otro, tan bonito y tin gracioso,
no hubo más remedio que emplear la violencia. ¡Tie
nen la cabeza tan dura esas serranas!.... Pero no se
preocupe la señora, que dichas mujeres no saben
sentir como ella. Ya la madre de Tomasito se habrá
consolado.
La señora del General Valencia era , ya lo he
dicho, una mujer muy buena, muy religiosa, de muy
rectos sentimientos; inmejorable esposa y madre
amantísima; afectuosa y caritativa con los necesita
dos, como pocas; y sin embargo, tal es el poder de la
costumbre, que habituada desde que nació a ver có.
mo se recluta a los infelices indiecitos de ambos
sexos para dedicarlos a la servidumbre, especie de
mercancía humana que, para vergüenza nuestra ,
reemplaza al presente a lit otra, ya prohibida, que se
importaba de las playas africanas; Dolores, digo, la
noble y filantrópica matrona, no había creido hacer
naila reprochable al encargar a su amigo y compa
dre el Coronel Monforte que le trajese un cholito de
regalo para su hija Lolita .
Sólo ahora en ese instante en que oía esa rela
ción tan sencilla por el tono en que ella se hacía , y
tan horriblemente monstruosa por los hechos que
revelaba , fué cuando sintió que se despertaba su
conciencia y la acusaba enérgicamente como cómpli
ce de un tremendo ulimen .

- 55 -
Lastenia Larriva de Llona

- ¡Tú hiciste eso! ¡Tú has robado este chico a


su madre, para traérinelo! -dijo con severidad al
orienanza del coronel Monforte.
-Señora , yo no he hecho más, que cumplir las
órdenes de mi Coronel – l'espondió el apostrofado,
inclinándose respetuosamente ante la esposa del Mi
nistro de la Guerra; pero con un acento en que se
traslucía la sorpresa que le causaba el que produje
ra tal indignación a la señora de Valencia un acto
que él estaba acostumbrado a ver ejecutar diariamen
como la cosa más natural del mundo, y sin que a
nadie se le ocurriese protestar de él . Y continuó:
- Mi Coronel me dijo : - Necesito absolutamen
te ese chiquillo para mi ahijada. Cómpraselo a la
-

madre, pagándole por él lo que te pida. —¿Y si no


quiere vendérmelo a ningún precio ? – le pregunté. –
Si no quiere vendértelo, se lo arrebatas a viva fuer
za , -me contesto ; - se lo robas. Y cuando mi Coro
nel manda , señora, es para que se le obedezca.
-¡Mamá! gritó Lolita, con una voz en la que
había vibraciones hasta entonces desconocidas, bri
llándole en las pupilas una luz que la hacía apare
cer de doble edad de la que tenía. -¡Mamá, mi pa
drino es un Rey Herodes! ¡ Yo no quiero yá a Tomà.
sito! ¡Que se lo devuelvan a su mamá! ....
Y la generosa niña que tan noblemente sabía
imponer ese sacrificio a su corazón , se lanzó con in
contenible impulso hacia el atónito chiquillo, y
echándole los bracitos al cuello, cual si con sus cari.
cias quisiera indemnizarlo de los tormentos de que
ella había sido causa inocente, juntó su blonda y ri.
zada cabeza con la cabeza de Tomasito, de cabellos
- 56 -
Cuentos

negros y lisos como la crín de un caballo; y besán


dolo tiernamente en las mejillas, le decía con mi.
moso acento y voz que la emoción hacía trémula:
- ¡ No estés triste, no estés triste, Tomasito : si
no te vas a quedar aquí ! te vuelves a Juliaca al lado
de Mariacha y de tu mamá, ¿no lo oyes? a Juliaca.
¡ A la casa de tu mamá !..........

Ciertamente que nunca se había celebrado en


casa del General D. Jaime Valencia la fiesta del Ni .
ño Jesús de tan espléndida manera como en el día
en que su hija Lolita cumplió los cinco años; pues
más que todas las regias joyas y los valiosos objetos
de arte que en cada aniversario se agregaban al
magnífico altar en que se le tributaba culto, debió
agradar al Divino Infante, Amigo de los niños des
validos , la generosa acción que, como joya inesti.
mable , colocó aquel día a sus pies Dolores Salinas
de Valencia, adoptando como hijo suyo al pobre To .
masito y haciendo venir de la sierra, y participar
de los beneficios que a él concedía, a la madre y a
la hermana de ese niño, a quien la crueldad, tal vez
inconsciente de sus semejantes, condenaba a la más
mísera de las suertes: a la suerte del siervo , en la
misma hermosa tierra que fue dominio de sus ante.
pasados y que tanto alardea hoy de libre a la faz
del Universo !...........

8
Misterio
SIC

Me preparo para el viaje ......

De pronto sonó en mis oídos el grito estridente


de la bocina de un auto y senti que se detenía el ca.
pro a la puerta de la casa que ocupaba yo en la ciu .
dad de X. donde a la sazón habitaba.
Mi amigo el doctor Morlás, célebre médico alie
nista, era exacto a la cita que dias antes nos había
mos dado, con el objeto de que me acompañara a la
casa de insanos de que era Director, por ser ese
uno de los establecimientos dignos de ser conoci
dos que me faltaban por visitar y, tal vez, el que ma
yor interés me inspiraba.
-61
Lastenia Larriva de Llona

Pocos momentos después volaba el « Limousi.


ner que nos conducía por la amplia y polvorienta
carretera y al cabo de diez minutos estábamos ante
el soberbio edificio que se alza cercado de rejas y
rodeado de jardines.
Abriéronse las puertas a la llegada del doctor y
tras los respetuosos saludos de las Hermanas de Ca.
ridad , de los practicantes de medicina y demás em
pleados, penetramos al interior del Asilo .
No describiré la parte material de éste . Sólo
diré que reune todas las condiciones higiénicas, to
do el confort y todos los medios de distracción que
exige la ciencia moderna para la curación o siquiera
el alivio del mal más aflictivo, más digno de coumise.
lación de que puede ser víctima el ser humano . Na
da hay alli de tétrico ni de medroso , todo en el es
risueño, y sin embargo yo me sentía en extremo
nerviosa y me arrepentía ya de haber querido visi
tar ese establecimiento y ver de cerca un espectácu.
lo que precisamente había de ser conmovedor. Pro
curaba dominarme, temiendo que mi amigo se bur
lara de mi debilidad . Me había soltado de su brazo, a
fin de que no se apercibiera él del temblor que me
era imposible vencer, y procuraba sonreír y hablaba
en alta voz, para que no escuchara las palpitacio.
nes de mi corazón que golpeaban tan fuertemente
mi pecho, que me hacían imaginar serían oídas por él .
Llegamos al departamento destinado a los hom
bres. Por las anchas galerías discurrían algunos de
los enfermos en actitudes tranquilas. Otros permane.
cían sentados en los rústicos bancos de que ellas es.
taban dotadas. Algunos se acercaron para saludar al
-62
Cuentos

médico , así que le vieron entrar; otros parecieron no


apercibirse de nuestra presencia . Entre éstos había
un individuo que trazaba con un dedo cifras imagi.
narias en el muro , haciendo ademán de borrarlas en
seguida con su pañuelo. Cada vez que escribia , vol.
vía la cara a su alrededor mirando con expresión te.
merosa si alguien le observaba . Sin duda era este
individuo leo de algún desfalco que le había tras.
tornado el juicio , como al protagonista del drama
« La carcajada », con cuyas histéricas manifestacio .
nes se entusiasmaban hasta el delirio nuestros pal
dres, sucediendo tal cual vez , que el actor que en
carnaba el personaje de Andrés, pagaba con unos
días de enfermeilail nerviosa , los aplausos del pú
blico .
De aquel sugeto que parecía presa de una idea
trágica, volví mis miradas haci: otro que sentado en
una de las bancas, reía incontenible y estrepitosa
mente. Se entretenia en líar cigarrillos, que apenas
encendidos arrojaba al suelo entre explosiones de
risa .
De pronto ví levantarse de su asierito a otro
hombre y avanzar precipitadamente hacia nosotros;
traía en la mano un estuche de los que sirven para
guardar joyas. – Vea usted, -dijo dirigiéndose al
doctor y abriendo la caja cuyo contenido no pude
Ver;; – vea usteil , qué belleza de perlas: son para Te.
resa . Pero no hi le contentarse con esto y ya tengo
separados en la joyería un collar y una diadema de
brillantes. Cerró la caja y la guardó en su bolsillo
apartándose luego de nosotros, para volver a ocupar
su sitio acostumbrailo en la banca .

- 63 -
Lastenia Larriva de Llona

- A este hombre le ha vuelto loco la infidelidad


-

de su mujer, -me dijo el doctor Morlás.- Era él muy


rico y ella muy frívola y muy gastadora ; de repente
se vió arruinado el marido; a pesar de eso, ella siguió
ostentando un lujo que ya él no podía ofrecerle. Un
dia llegó a su casa y la encontró desierta : su esposa le
había abandonado para siempre, fugándose con aquel
que a cainbio de brillantes había obtenido su amor ;
entonces él se volvió loco y ya ve usted , su manía
consiste en creer que coinpra sin cesar alhajas para
su mujer ....
Atravesamos por algunos de los hermosos jar
dines en los que profusamente lucian al sol de la
mañana sus formas y sus vivos matices las flores
más bellas, llenando el ambiente con su perfume y
entramos al departamento de las mujeres.
También había aquí amplios corredores festo
neados de enredaderas; pero no nos detuvimos en
ellos. Nos dirigimos a un salón en el que a esa hora
acostumbraban reunirse muchas de las enfermas,
cuya locura era inofensiva y algunas de las cuales
leian , trabajaban en labores de mano, o tocaban al.
gún instrumento, como si estuvieran en el perfecto
uso de sus facultades mentales .
Cuando entramos al salón , cantaba acompañán.
dose al piano, una jovencita como de dieciocho años,
blanca, rosarla y de dorados cabellos. Al vernos apa
recer huyó rápidamente. - Esta niña, nos dijo la Her.
mana que se había acercado a nosotros, tiene una voz
lindísima, pero se imagina que todos quieren robár
sela y por esto no canta sino delante de contadas per
sonas; nunca lo hace en presencia de gentes de fuera.
-

-¿Y esa señora – pregunté al doctor – que está


-

-64
Cuentos

de rodillas allá en un ángulo de la habitación , por


qué se da sin cesar golpes de pecho?
- Esa señora , se volvió loca a consecuencia de
haber presenciarlo un terremoto. Para ella tiembla
siempre la tierra . Tiembla constantemente y cous
tantemente implora ella la Divina Misericordia . Como
vive en continua zozobra, no puede comer ni dormir
con tranquilidad.
Paseo el doctor Morlás sus miradas por el salón
y preguntó en seguida a la Hermana:
-¿Y la señora Isabel? ¿ Cómo no está aquí?
- Ha pedido permiso para coger unas fiores .
No debe tardar .
Como evocada por estas palabras, a pareció en
ese momento una señora , en la puerta que daba al
exterior. Estaba vestida de negro y traía un ramo
de flores. Era alta, esbelta, y de una notable belleza
il pesar de su extremada delgadez y de no hallarse
ya en la primera juventud. Avanzó sonriendo hacia
nosotros presentando al doctor el ramo de flores y
diciéndole afectuosamente : - Para usted las he co
gido.
Yo sofoqué el grito que a su aparición iba a
lanzar mi garganta .
La señora Isabel había sido una se las damas a
quien más atenciones debí a mi llegada a su patria,
bacia los años y en cuyos altos círculos, leinaba con
el cetro de la elegancia y de la hermosura. Sabia yo,
aunque no lo había recordado al ir al Asilo, que di
cha señora se encontraba desde hacía algunos me.
ses en ese lugar, pero no por eso dejé de experimen
tar dolorosísima emoción al mirarla .

- 65 - 9
Lastenia Larriva de Llona

La señora Isabel de Z .... debia su locura a un


lamentable suceso que conmovió hondamente a toda
la sociedad. Con un marido que la adoraba y con
tres hijos como tres perlas, era ella dichosísima, con
esa dicha que pocas veces se alcanza en este mundo.
Pero no podía durar esta felicidad y terminó ella
brusca y trágicamente. En ese momento recordé yo
todos los detalles de la desgracia: un choque del au
tomóvil en que esas cinco personas ajenas a todo
mal presentimiento se dirigían en excursión de recreo
a su hacienila, distante pocos kilómetros de la capi
tal , con el ferrocarril que venía en sentido contrario,
bastó para producir la catástrofe.
Por uno de esos caprichos del destino, sólo quedó
ilesa la señora de Z. Su marido, sus hijos y el chau-
ffer, todos murieron . Ella quedó ilesa físicamente,
pero -- ¡ ay ! – la razón había huído para siempre de
su lado, como habían huido esos seres adorados de
su corazón .
Yo continuaba mirándola con profunda pena y
simpatía ; ella, sin hacer caso de mi presencia, ex
clamó dirigiéndose a mi amigo: - Doctor, doctor, me
he despertado hoy muy alegre, porque se ha cumpli :
do ya un mes del plazo que usted me ha dado; sólo
faltan diecisiete días para mi dicha. ¡Diecisiete! Son
muchos aún ; pero pasarán, pasarán pronto !.... Una
sonrisa dulce y triste como un rayo de sol que atra
viesa las nieblas iluminó por un instante las puras
líneas de su rostro, y apretando las manos del doc
tor entre las suyas, con gran efusión , se despidió
de él diciéndole: - Hasta mañana, hasta mañana;
-

mañana será un día menos qué felicidad ! ....


- Es un extraño caso éste de la señora Z. , –
- 66 -
Cuentos

me dijo el médico mientras volvíamos a atravesar


los corredores festoneados de vistosas y perfuma.
das enredaderas. A la desesperación furiosa de los
primeros tiempos de su enfermedad, desesperación
que obligó a su familia a traerla al Manicomio, y
por la que tuvimos que mantenerla encerrada mu
chos días, ha sucedido una dulce resignación y la
locura de la señora Isabel no es ya sino una idea
fija: reunirse con su marido y con sus hijos ; a tal
punto la domina esta obsesión que hace cosa de un
mes, ine ví obligado para tranquilizarla un tanto, a
fijarle un plazo para su muerte, porque sin cesar
me urgía para que la respondiese a esta pregunta:
-¿Cuándo me moriré doctor ?
-¿A fijarle un plazo? Y ¿qué le dijo usted?
- La primera fecha que se me vino a las mien
tes : el quince de Octubre. Estábamos a veintiocho
de Agosto; y ya ve usted con qué lucidez va llevan
do ella la cuenta de los días que pasan ; es algo a.
sombroso; hoy estamos a veintiocho de Septiembre
y acaba usted de oírla decir que sólo le faltan dieci .
siete días de vida . La cuenta es exacta .
- Muy asombroso, dice usted bien , doctor; – no
pude menos de exclamar.
Llegamos a la puerta . Subimos al auto que nos
aguardaba y mi amigo y yo permanecimos en silen
cio hasta llegar a casa .
Yo no podía apartar de mi mente la interesante
figura de la señora Z. y su imagen me siguió por to
das partes durante muchos días.
Comenzaba ya ella a esfumarse en mi imagina
ción , cuando una mañana volví a oír el paft, paft,
del Limousine , del doctor Morlás y el estridente
- 67 -
Lastenia Larriva de Llona
>

sonido de su bocina .
A poco entraba él en el saloncito en que acos.
tumbraba yo recibirle.
i
Traía mi buen amigo una cara fúnebre y al ver:
lo me dió un vuelco el corazón .
-

--¿Qué tiene usted ? – le interrogué.


- Estamos a quince de octubre....... me contestó .
con temblorosa voz .
-¡A quince de octubre! ¿Y ...... ? ¡ Ah ! ¿la se
.

ñora Z ......? - pregunté yo, sintiendo que un rayo


de luz atravesaba mi cerebro .
-Si : ha muerto , - me dijo laconicamente el
doctor.
-¿Y cómo ?
- Nada hacía presumir este desenlace, fuera de
la seguridad de ella de que había de morirse en es
ta fecha . Seguía ella contando los días y asegurán
dome que no viviría uno más, después de aquel en
que yo le había predicho que iría a reunirse con su
marido y sus hijos. Ayer la visité como de costum
bre y al despedirme de ella me dijo, palmoteando y
con la expresión más alegre en el semblante: -Doc
tor, doctor, mañana, mañana es el día dichoso :
mañana voy a ver a mi marido y a mis hijitos,
¡ feliciteme usted ! ......
Confieso a usted que no dejé de inmutarme al
oir su insistente afirmación ; pero la examiné dete .
nidamente y logré tranquilizarme al comprobar que
todos sus órganos se hallaban en perfecto estado;
sin embargo, si no me atrevi a contradecirla, evadi
el apoyar su manía.
-

- Mañana, le dije, mañana estará usted mejor


que hoy .
- 68 -
-
Cuentos

Ella , tomando mis palabras, sin duda , en el


sentido que le convenia . – Yá lo sé, me contestó,
pero venga usted temprano porque de lo contra
rin , no me encontrará viva.
Como de costumbre, llegué a las diez de esta
mañana al Asilo. Lit Hermana que usted conoce,
vino a recibirme con la pena retratada en el sem
blante y me dió la fatal noticia : la señora de Z. ha .
bía muerto una hora antes.
- Pero ¿ cómo, Hermana ? le pregunté. - ¿ Qué sín.
tomas ha tenido ? -Ninguno que pudiera alarmarnos,
me contestó. - Al recogerse anoche, se despidió de
-

nosotras diciendo: – Mañana es el día feliz para


-

mi..... Y hoy, al levantarse se arregló con más es.


mero que de costumbre.-Me preparo para el viaje -me
dijo, con la sonrisa que usted le conocía. Un rato des.
pués llamó la guardiana apresuradamente avisando
que la señora estaba grave, que se morial. Corri hacia
ella y la encontré tendida en un brinco, igitándose en
una violenta convulsión y sin conocimiento. Inú
tiles fueron todos nuestros esfuerzos para retener la
vida que se escapaba y pocos instantes después, ex
tinguidas ya las contracciones y recobrada la apaci .
bilidad del rostro , era cadaver ...
La Hermana siguió hablando , pero yo no escu
ché más, y corri a constatar la muerte. Después ....
después he sentido la necesidad inaplazable de
hablar con Ud . que la había visto hacía tan pocos
dias, que la habíil oído predecir su muerte para hoy
y .... aquí me tiene Ud ., señora, confuso, perplejo,
asombrado ....
Calló el doctor Morlás y yo me sentí presa de
una excitación nerviosa que no me perinitia hablar.
-69
Lastenia Larriva de Llona
1

- Pero, ¿cómo explica usted esto, doctor ? -


interrogué al fin . - ¿ Cómo se ha muerto la señora de
Z? ¿De qné se ha muerto? ¿ Puede uno morirse así,
sin más ni más que porque a uno le dicen : se mori.
rá usted en tal día y a tal hora ? ¿Puede usted expli.
carme el caso , doctor ?
- La ciencia , lo explica, señora mía , con el
nombre de auto -sugestión ; pero yo le confieso a us.
ted que es la primera vez que en mi práctica profe
sional he podido comprobar un caso tan claro y evi
dente de ese fenómeno en que la voluntad ejerce
acción tan poderosa sobre el sér material, que llega
hasta a aniquilarlo.
-Sin poseer el gran talento, ni la gran ciencia
que tan justo renombre le han dado a usted , amigo
mío, - lepuse – le diré que yo, simple mortal, he
tenido también ocasión de experimentar y aún de
actuar en ciertos sucesos que no pueden explicar
se por las leyes naturales al alcance de todos; y
que no siendo lo bastante sabia para darme la ex.
plicación científica de ellos, me he limitado a excla .
mar al comprobarlos: ¡Misterio! ¡Misterio !....
Mañana de Primavera
(INSPIRADO POR UN RELATO DE UNA ESCRITORA AMERICANA )
:

3
Y se sento en el banco, que habit al pie de su ventana .

Ese día cumplía sus sesenta inviernos la pobre


vieja Marta .
Por primera vez, quizás, en ese largo número
de años, había pensado con tanta insistencia en que
tal fecha marcaba su venida al mundo .
Tenía Marta una numerosa descendencia; pero
eran ya las seis de la mañana, tosios los habitantes
de la casa estaban en pié desde hacía dos horas,
como buenos campesinos, y ninguno de los hijos ni
de los nietos de aquélla , había venido a abrazarla ni
a desearle una más larga vida .
-73 10
Lastenia Larriva de Llona

Eso pasaba todos los años y jamás se había


quejado la anciana de la indiferencia de su prole.
Tan abnegada ella como los otros egoistas, no se le
había ocurrido nunca que tenia derecho a mayores
demostraciones de cariño, como no pensaron ellos
tampoco que le debían más tiernas consideraciones.
El día anterior había sido cumpleaños de su
vecina Luisa. Los hijos de ésta habían organizado
una fiesta en honor suyo y todos los parientes y
amigos habían acudido a felicitarla y a llevarle sus
regalos , que ella recibía como un homenaje que le
era debido.
Tal vez la vista de ese espectáculo fué lo que
hizo reflexionar a Marta sobre aquelio en que antes
no había pensarlo. ¿ Por qué sii suerte era tan diversa
de la de Luisa ? ¿ Era ésta mejor que ella? ¿Había
cumplido, acaso, mejor sus deberes para con los
suyos? Indudablemente no . Por muy modesta que
fuera Marta , no podía menos de reconocer que había
llevado hasta el sacrificio el amor a los suyos. Si
algo podía reprocharse era la exageración de ese
sentimiento. Siempre había creído que tenía todas
las obligaciones y jamás se le ocurrió que a esas
obligaciones eran anexos algunos derechos. Y así lo
creyeron también , seguramente, sus hijos y sus nie.
tos; y se acostumbraron a mirarla como el más cari
ñoso, como el más activo , como el más fiel de los
criados; y por lo mismo, como a aquel a quien me.
nos miramientos debían de guardarse, pues cierta
mente no había de despedirse de la casa hasta que
la muerte la obligara a ello .... 1

Todos los hijos de Marta estaban casados, y


-74
Cuentos

ellos con sus mujeres, ellas con sus maridos y todos


con sus hijos , vivían en compañía de la anciana.
Su pequeña fortuna consistía en tierras de
labranza, y todos juntos las trabajaban , esperando
en paz y sin angustiosas impaciencias, el dia de la
repartición .
Eran buenas gentes , al decir general, que sa
bían que los viejos se mueren antes que los jóvenes
y que pensaban que era una tontería afligirse por lo
que es ley natural. No deseaba ninguno, a la ver
dad, la muerte de la abuela; pero no hacía ninguno
tampoco nada por retardarla .
¿ Mimar a la anciana ? ¿ Para qué? No necesi .
taba ella de engreimientos. ¿ Evitarle fatigas?
¿ Ahorrarle penas? ¡Si era ella más fuerte que un
l'oble! ¡Si tenía más valor para soportar los pesa
res que todos los de la casa!
De esta manera , si había un enfermo chico o
grande, era la abuela Marta la que pasaba las malas
noches, la que no se despegaba de la cabecera del
lecho del paciente hasta que este sanaba o se moría,
y a nadie se le ocurría que pudiera ella caer mala a
su vez, como si tuvieran todos la convicción de que
su cuerpo era in vulnerable.
Los hombres salían temprano a las faenas del
campo, las mujeres iban con ellos las más de las
veces para hacerles menos pesado el trabajo con su
compañía , o se quedaban en la casa , desempeñando
ciertas tareas; pero las más rudas correspondían
siempre a la vieja Marta .
Ella cocinaba y lavaba para todos . ¿Por qué?
Porque sí . Porque así lo había hecho toda la vida
- 75 -
Lastenia Larriva de Llona

y no se le ocurrió jamás que pudiera dejar de hacer:


lo . Y en cuanto a los hijos y a los nietos, la ha
bían visto trabajar de esa manera esile que nacie .
l'on y no se les vino nunca a las mientes la idea de
que aquello pudiera cesar sino con la vida de ese
paciente animal doméstico.
Pero en la mañana de que hablamos, Marta
sentía germinar por primera vez en su cerebro el
pensamiento de la sublevación .
¡Sesenta años ! ¡Sesenta años cumplía en tal
primera.. ¿Y no
fecha ! Se sentía cansada por vez primera
era tiempo ya de descansar ? ¡No era mayor que
ella Luisa y muy descansada que vivía!
Pero ésta había sabido, sin duda , educar a sus
hijos mejor que ella; con esa severidad que sabe
hermanarse con el cariño y merced å la cual se
acostumbran los niños a mirar en su madre a un
sér superior, el más digno de ser amado y respetado.
Ahora , cuando no tenía remedio, deploraba
Marta su debilidad de caracter, que la había hecho
abdicar su soberanía en la familia y que pudo ser
causa de mayores males, a haber tenido los chicos
peores inclinaciones.
¿ Sería tiempo aún de enmendar lo hecho ?
Difícil parecía ; pero podía ensayarlo.
El cetro lo tenía al presente en sus manecitas
gordezuelas y hoyueladas, esa parvada de angelotes
rubios, de mejillas redondas y coloradas y de ojos
azules y vivarachos!
¡ Inspiran tanta ternura esos chiquitines! ¡Se
siente tánta dicha al besarlos!! ¡ Da tanta pena el
oirlos quejarse cuando sufren algún dolor!
- 70
Cuentos

La infancia y la aucianidad se asemejan en los


cui la los que reclaman ; pero - oh! - de qué diversa
manera se les presta ellos a la una y a la otra. Es
que el amor es mucho más intenso cuando des.
ciende que cuando asciende, por sabia ley de la
naturaleza ......
Marta , - que vaga y confusamente comprendia
toilo esto en esos momentos de soledad y de añoran .
za – abrió la puerta de su pobre cuarto , – en que se
acumulaban cuantos productos no cabían en el gra
nero y cuantos cachivaches podian presentar fea vis
ta en las otras habitaciones, -salió al jardín y se sen .
tó en el banco que había al pie ile su ventana, tenien .
do entre sus manos , arrugadas y curtidas por los años
y el trabajo, el antiguo libro en que leia sus oracio
nes, y cuya lectura habían interrumpido esa ma
ñana sus melancólicas reflexiones.
Desde allí abarcó su mirada los campos hermo
samente cultivailos. No le había parecido nunca
tan bello el espectáculo que tenia ante sus ojos , ni
tan sublime la música con que la naturaleza rega
laba sus oídos.
Los primeros rayos del sol doraban los prados
y dibujaban en el suelo caprichosas figuras por en .
tre el follaje de los árboles. El susuro de las ho
jas se mezclaba al rumor de los arrayuelos y al
canto de las avecillas.
Marta permaneció unos instantes arrobada en
lit contemplación del magnífico panorama que se
desplegaba ante su vista; escuchando extática el
divino concierto, bañada exteriormente por esa luz
tibia y suave del alba, en los países templados y
sintienio en lo interior otra luz y otro calor, que
- 77 -
Lastenia Larriva de Llona

infundían en todo su sér un bienestar indefinible,


que no sentía desde hacía muchos años!
Era que con esas auras primaverales veníale el
recuerdo de su niñez y de su juventud ; de cuando
estaba al lado de sus padres, de cuando vivía su
marido, aldeanos toscos todos ellos , pero que no
resistían al infiujo de las gracias y de la belleza que
de ella emanaban entónces y los que a su manera ,
trataban de halagarla .
¡ Pero eso estaba tan lejos!
Y desde aquellos tiempos ya remotos, no había
ella vuelto a embelesarse en la contemplación de
los risueños cuadros de la naturaleza. No había
tenido tiempo de hacerlo . Se levantaba siempre
con la aurora; pero ¡ tenía tanto que trabajar! Le ha
bría parecido un crimen perder unos minutos en
admirar esos espectáculos magníficos con que la
Providencia nos obsequia tan liberalmente, en vez
de consagrarlos a las faenas materiales embrutece
doras, pero que significaban el bienestar de los
suyos .
Marta bajó la vista, que inconscientemente se
elevaba al cielo y la dirigió hacia el lado en que los
labradores se agitaban en la santa obra de hacer
rendir a la madre tierra las ofrendas necesarias a la
vida de los seres humanos.
Allí estaban sus hijos y sus nietos . Se habían
ido al trabajo como de costumbre, sin que se les
ocurriera hacer fiesta esta fecha sagrada en que ha
bía venido al mundo aquella que les había dado el
sér; sin haberla obsequiado siquiera el beso que, por
lo menos en tal día, tenía ella el derecho de esperar;
y volverían a la hora del almuerzo, contando con

-78
Cuentos

encontrarle preparado por las diligentes manos de


la anciana, pero sin pensar que debían pagarle sus
afanes aunque fuera con una frase cariñosa! No, ni
los grandes ni los chicos se tomarían este trabajo.
Marta entró de nuevo a la casa, con intención
de dirigirse a la cocina, cuyas hornillas no había
encendido aún ; pero otra vez la idea sublevadora
acudió a su mente y la hizo detenerse en el umbral.
Volvió a dirigir una ojeada a los campos, don
de lejos, muy lejos, divisaba las siluetas de esos
seres que, en su mayor parte habían tomado vida
en sus entrañas; sintió que una lágrima asomaba
a sus párpados arrugados, la enjugó con la punta
del delantal, y lentamente , muy lentamente, se en :
caminó, no a la cocina, sino a su dormitorio, del que
pocos momentos antes había salido.
Sobre el lecho, sobre la mesa, por las sillas,
se veían esparcidas diversas labores empezadas:
medias para los más grandes, corpiñitos para las
niñas, gorritos para los chiquillos, lo recogió todo
en una canasta y lo distribuyó en las habitaciones
de sus hijas y de sus nueras. Luego regresó a la
suya, se encerró allí y después de exhalar un hondo
suspiro que alivió su oprimido corazón, volvió a to.
mar su libro y se puso a leer tranquilamente senta
da en su viejo sillón .
Dieron las diez en el antiguo reloj , que tantas
horas, ya tristes, ya alegres, había sonado en su
existencia .
Era la hora del regreso .
Una avalancha bulliciosa llenó la casa.
-¡El almuerzo ! ¡El almuerzo!

-79
Lastenia Larriva de Llona

-¡No está puesta la mesa !


-¿Por qué se ha retardado la abuelita ?
-¡A la cocina !
- Los fogones están fríos.
- ¿Qué novedad es esta?
¡ Caso insólito ! Por vez primera falta la cum
plida criada a sus obligaciones.
-

-¿Qué le habrá pasado a mamá? - se pregunta


la hija mayor. Y se dirije al cuarto de ella, presa
de cierta vaga inquietud .
La encuentra tranquilamente sentaila en su si
llón , con las gafas puestas y leyendo su libro.
-¡Mama ! ¿ No hay almuerzo ? ¿Qué ha su :
cedido ?
-¿Se ha acordado nadie del dia que es hoy ? -
interrogó la madre, por toda respuesta .
-¿Hoy?
- Hoy cumplo sesenta años y he pensado que
-

es ya tiempo de descansar.
-¡Mamá! – dice la hija, entre enternecida y
a vergonzada .
- Si , hija mía . Desde hoy trabajarán uste.
des. He comprendido que también yo tengo el de
recho de descansar y tomo para este descanso
los pocos días que me restan de vida ! .....
La hija, aunque un poco ruda, no era mala; se
arrodilló a los pies de la madre, le tomó las manos,
se las besó respetuosamente y, con las lágrimas en
los ojos, pero una dulce sonrisa en los labios, se
dirigió a desempeñar, alegre y diligente las faenas
que por tan largos años habia visto realizar á su
madre.
Fatalidad
try
imprimió un cariñoso beso en la pura frente de
su hija

-¿Te vas ya , madre del alma ?


- Como todas las noches, hija de mi corazón .
- Pero es que esta noche no es como todas las
noches .
– Tienes razón , Susana mía, y por eso volveré
más temprano que de costumbre.
– Pues entonces, vete cuanto antes .
- Hasta dentro de pocos momentos .
-

Este diálogo entre madre e hija, tenía lugar en


un coquetón saloncito de una bonita casa, situada
en barrio excéntrico de urbe populosa y el único
testigo de él , era una anciana valetudinaria que, có.
modamente instalada en un sillón de ruedas, pres.
taba atención a las frases cruzadas entre su hija y
su nieta, sonriendo alternativamente, con cariñosa
-83
Lastenia Larriva de Llona

complacencia a las dos mujeres que constituían su


sola familia y su única felici lad .
La madre imprimió un cariñoso beso en la pura
frente de su hija, y se echó presurosa i la calle.
La niña volvió al lado de su abuela .
-¡Cuánto me duele que mamá trabaje de no
che! – exclamó, como si hablara consigo misma. A
la verdad , no comprendo su empeño de que no la
acompañe yo al taller: con la labor diurna de ambas
sería suficiente para llenar nuestro presupuesto, y
en último caso, podría yo privarme de muchas su
perfluidades y no sería desgraciada por eso. ¿No te
parece que tengo razón , abuelita ?
-

– Nó, nó, hija mía : eres muy delicada y no po


drías resistir esa vida de recio trabajo. Además, cons
tituyes el único tesoro de mi Antonia y por eso te
cuida tanto. La abnegación ha sido siempre el dis
tintivo del carácter de tu maitre. Hace dieciocho
años que trabaja ella sola para las tres y Dins ben .
dice sus esfuerzos, porque, tú lo hits dicho, no nos
falta ni lo superfluo .
- ¡ Pues por eso, precisamente, sueño yo con
proporcionarle el descanso que tanto merece y de
que tanto necesita! Por eso, más aún que por mi
propia dicha, he aceptado con tánto júbilo el amor
de Enrique.... Y ya sabes que esta noche debe él
pedirle mi mano. Hasta ahora sólo te conoce a ti,
pues jamás está ella en casa antes de las loce .....
Dentro de pocos instantes se lo presentaré. Tengo la
convicción de que ambos han de simpatizar, porque
son dos corazones hechos para comprenderse; y sin
embargo zlo creerás, abuelita? tiemblo al pensar que
se acerca el instante de su entrevista. ¿Por qué este
temor? No acierto a explicárinelo. Dime que soy una
loca, maillecita, -continuó la joven , pasando amo

-84
Cuentos

rosamente sus brazos al rededor del cuello de la an


ciana y escondiendo en su seno la rubia cabecita ; –
díme que son infundados mis recelos; asegúrame
que mi madre y Enrique se han de querer mucho,
mucho; disipa con tus besos las nubes que obscure
cen mi dicha! ....

II

Con paso ligero, como sentia ligero su corazón ,


atravesó Antonia calles y más calles, hasta llegar a
un arrabal de la ciudad, opuesto a aquel en que vi
vía. Mientras caminaba, no estaba ocioso su pensa .
miento .
-¡Qué contenta está la hija de mi alma! -se de
cía.- ¡Y cómo merece su felicidad! Porque imposible
es encontrar otra criatura tan inocente, tan casta ,
tan amante ! ¿Por qué tengo tanta confianza en su
ventura? ¿ Por qué no se me ocurre dudar de que
Enrique la ama como ella merece ser amada ? Será,
tal vez, porque habiendo sido yo tan infeliz, creo te.
ner derecho a que mi hija sea dichosa. No conozco
al elegido de su corazón sino por el retrato físico y
moral que ella me ha trazado de su persona, y ese
retrato podría ser muy parcial ; pero mi buena ma
dre me asegura que es de un perfecto parecido. Es
ta noche le conoceré. He ofrecido a mi Susana re
gresar más temprano que de costumbre y cumpliré
mi palabra , a pesar de que precisamente todas estas
noches hastir el día de sus hodas debería estar en la
calle más largo tiempo. ¡Si ella supiera ! ¡Si supie.
l'a mi mulie! ¡Me estremezco al pensarlo! Pero ¿có.
mo han de adivinar ? ........ ¡ El taller! Creen que
voy al taller. Si, allí fuí por espacio de largos años
y trabajando día y noche hasta caer extenuada, ape
-85
Lastenia Larriva de Llona

nas si conseguía que no perecieran ellas de hambre.


¡ Mi santi madre it quien la locura de mi juventud
casi la hace perder la vida y mi hija inocente y bella
que ignora la falta de su madre y que es el único r'a
yo de sol en mis horas tenebrosas !....
Mi madre, que de tántos cuidados ha menester
para conservar unos días más su combatida existen
cia ; mi hija, delicada flor, herida por incurable mal
desde el vientre de su madre infeliz , a la cual , se
gún me dicen los médicos la más leve impresión
puede matar !.... Fué en una noche horrible cuan
do miraba languidecer a ésta por falta de alimento y
cuando respecto a aquélla había formulado el facul
tativo una fatal sentencia si no cambiaba de mé .
todo de vida, cuando ine decidi a hacer lo que tán .
tas veces había pasado por mi atormentado espíritu
como una tentadora idea . Y desde entonces, tienen
ellas cuanto han menester, hasta con ese lujo que,
a veces,es la vida para las naturalezas exquisitas !...
Hoy sigo yendo al taller, pero es sólo para salvar
las apariencias, porque trabajo . tan poco y es tam
bién tan escasa la remuneración que .... si no fuera
por .... Pero vamos, vamos a vestir midisfraz ....
Antonia , que había llegado al término de su ca
mino, interrumpió su monólogo y se detuvo ante
una habitición de misero aspecto: una especie de
sórdida tenducha. Introdujo una llave en la cerra
dura de la puerta, empujó ésta y penetró en el cuar .
to volviendo a cerrarlo por dentro.
JUI

-¿Me quieres ?
- ¡Te adoro!
-

-¿Me querrás siempre así?


- 86 -
Cuentos

-¡Te lo juro !
Este es el eterno ritornelo de la canción del
amor: este era el de la conversación de Enrique y
Susana en esa noche, mientras la abuela dormitaba
en su sillón , arrullada por el murmullo de sus voces.
-

¿Qué has hecho en todo el día?


- Pensar en ti .
- Como en ti he pensado yo.
-¿Y qué más ?
-

. - Hablar de ti .
- Como de tí he hablado yo .
-¿Con quién ?
- Con mi madre, con mi abuela. ¿Y tú, con
quién ?
-Yo con mi pobre. Con la infeliz mujer a quien
como te he contado otras veces, favorecemos todos
los amigos que formamos nuestro Club. Como yo
me he hecho la obligación de darle cotidianamente
una limosna, me aguarda ella todas las noches en la
puerta de casa cuando salgo de allí para venir acá, y
asi cambiamos siempre algunas palabras afectuo.
sas: limosna de cariño, que creo le es más grata aún
que la del dinero. Yo no tergo madre, no tengo fa .
milia y creería profanarte hablando de tí con los ex
traños; pero me parece tan buena esa mujer, encuen
tro tánta dulzura en su voz, cuando me implora por
su madre anciana y su hija adolescente; se trasluce
tánta emoción en las palabras con que agradece mi
dádiva, que no he temido hablarle de ti . Sabe única.
mente que tengo una novia muy linda y muy bue
na a quien adoro y le he suplicado que ruegue al
cielo por nuestra felicidad. Hoy se lo pedí con mayor
ahinco y con más ardor me lo ofreció ella. ¿Te dis.
gusta, acaso, que la haya hecho con.idente de nues
tros amores ?
-87
Lastenia Larriva de Llona

-¡Qué sé yo! No debería disgustarme. Tal vez


peco le orgullosa , pero me imagino que uma meni
ya no puede tener delicadezil de sentimientos.
¿ Por qué? ¿ Porque es desgraciada ? ¡Susil
nita ! ...
- Porque pienso que yo me dejaría morir antes
que degradarme de ese modo.

IV 2

- Tu madre, Susana, -dijo la abuela despertan.


.

dose al oír el aldabonazo que anunciaba la llegada


de Antonia .
-¡Mi madre! -exclamó con júbilo, no exento de
cierto sobresalto la joven , poniéndose rápidamente
de pie .
Enrique la imito, disponiéndose ambos a salir
al encuentro de Antonia, cuando ella apareció en el
dintel de la puerta.
-Hija mia; señor de Miranda, -dijo alargando
cordialmente la diestra al novio de su hija.
- Señora ... -había él comenzado a decir, pero
detúvose de repente al oír la voz de Antonia y re
trocediendo un paso como si hubiera pisado un rep.
til , abrió los ojos de un modo desmesurado, fijándo
los con una especie de terror en la mujer que tenía
delante de si , mientras palidecía espantosamente.
Antonia le miró a su vez : el foco eléctrico daba
de lleno en el rostro de Enrique. Un grito desespe
rado, un grito sobrehumano, el grito de una loca se
escapó de la garganta de la madre de Susana .
-¡EI ! ¡ El ! -exclamó como para escapar a la ho .
Irible realidad .
-¡Ella! ¡Ella! -rugió él.- ¡Es tu madre la mendi
-

ga, Susana ! ¡ Es tu madre y me engañabas y fingias


-88
3
Cuentos

una altivez y un orgullo que no podías albergar en


tu alma degradada !
-¡Enrique! -balbuceó la niña, cuyo rostro se
había tornado cadavérico instantáneamente .
--¿Con que en vez del taller, al que me asegu .
rabas concurría de noche tu madre, – prosiguió él
sin piedad, - iba vestida de narapos a estacionarse
a la salida de los teatros y a las puertas de los clubs
y de los hoteles, a implorar la caridad pública para
pagar tus caprichos y tu lujo innecesario ?
-

-¡Perdón ! ¡mi hija es inocente ! ¡Yo, sola yo,


soy la miserable , - exclamó la desdichada madre..
-

pretendiendo, sin conseguirlo, detener al joven que


de un salto abandonó la estancia .
-¡Susana, hija mía! -gritó entonces Antonia ,
abalanzándose hacia su hija.
En los brazos de su atónita abuela, blanca como
una azucena tronchada por la tempestad, exhalaba
su postrer suspiro, la pobre niña víctima del mismo
amor de aquella a quien debió su frágil existencia ....

12
Una fiesta en el Cielo
(CUENTO DE NAVIDAD, PARA MIS NIETOS)
IA

Fué dejando a la cabecera de los humildes lechos ...

¿Con que queréis, hijos mios, que os cuente un


cuento?
¡ Ay! Esa es la tarea de las abuelas : contar
cuentos. Tarea bastante difícil en verdad, pues pre
cisamente cuando empiezan a declinar nuestras fa
cultades mentales es cuando ella se nos exige con
mayor imperio .
¡Un cuento! ¡ Y que he de sacarlo de mi cabe .
za! ¡ Pues ahí es nada! ..... ¡ Mi pobre cabeza! ....
¡Si supierais vosotros, como está mi cabeza! ...
Pero nos hallamos en la víspera de Navidad y
no se os puede negar nada en este día que es el gran
día de la infancia .
No hay remedio: es preciso daros gusto. Venid
acá: l'oileadme todos. ¿Cuántos sois ? ¡ Dieciséis!
-93
Lastenia Larriva de Llona

¡ Dieciséis pedazos de mis entrañas, y el mayor de


vosotros no cuenta máis de diez años!
¿ Seréis capaces de estaros quietecitos y de
prestarine atención durante un cuarto de hora si
quiera ? ¿Sí? Pues empiezo; no me interrumpáis.
Erase que se era una gran fiesta en el Cielo,
como que se celebraba precisamente en ella el ani
versario del nacimiento del niño Jesús, de ese Niño
a quien tanto amais todos vosotros.
Si el día del cumpleaños de cada uno de mis
picarillos nietos echan , como suele decirse, sus pa
dres la casa por la ventana, y eso que no siempre
merecen los tales esos festejos, – ¿ qué no pasaría
en el Cielo, tratándose de obsequiar al Niño Dios ,
a aquel Divino Infante, que jamás dió a su Madre
Santisima el más leve disgusto y a quien todos
vosotros, debéis tomar por modelo?
-Y siendo tan bueno ¿ por qué quiso matarlo el
rey Herodes ?
- Por eso mismo, porque los malos son enemi.
-

gos de los buenos .


– Pero El se salvó huyendo a Egipto en un bo .
rriquito, como se ve en el cuadro que tú tienes a la
cabecera de tu cama. ¿No es verdad, abuelita?
-

- Exactamente; pero no me volváis a inte.


irumpir que ya prosigo mi cuento.
La infinita familia de los Bienaventurados, los
Patriarcas, los Profetas, los Apóstoles y los Márti.
res y las Vírgenes y los Santos; y sobre toda esa
inmensa muchedumbre, la muchedumbre alada de
Angeles y de Arcángeles y de Querubines y de Se
ranfies y de Tronos y de Dominaciones, se esfor
zaba a porfía en celebrar dignamente el aniversario
- 94
Cuentos

del Gran Misterio; ese aniversario que debía llamar


se por antonomasia, el aniversario dichoso de la
Humanidad ; y ya individual, ya colectivamente, to
dos contribuían al regio esplendor de la fiesta .....
Pero ...... ya estáis traveseando . ¡Ea! ¡ Las
mujercitas a un lado y los hombres al otro !
Sigue, abuelita, que ya estamos formales.
- Para realizar aquel fin , tenían a su servicio,
lo que ningún mortal puede tener: lo que no puede
soñar la fantasía humana más exaltada .
Los campos del Empireo se habían adornado
con sus más pomposas galas, ostentando por doquie.
ra flores maravillosas no conocidas en la Tierra , que
recreaban la vista y el olfato de los celestes mora
dores .....
-¿Pues acaso tienen ellos vista ni olfato, abue.
-

lita ? ¿No son espiritus puros, solamente.


- Nosotros tenemos que dotarlos de sentidos,
como los dotamos también de rostros y de cuerpos,
porque nuestra imperfecta naturaleza no nos per:
mite imaginarlos de otra manera .......Pero dejad .
me proseguir.
De la luz que derramaba sus esplendores por
todos los ámbitos celestiales, no puedo daros ni si
quiera una idea aproximada, pues no existen en
ningún idioma humano frases adecuadas para des
cribir semejante prodigio. Imaginaos que en vez
de un sol que tenemos nosotros para alumbrarnos,
brillan allá innumerables soles .....
-¿Como cuántos abuelita ?
- Incontables: ya os lo he dicho .
Y si nos pusiéramos a contarlos, desde ahora
hasta ......

-95
Lastenia Larriva de Llona

-Sí, hasta que se os acabara la vida ...... Pe.


ro por el momento no contéis . Dejad que cuente
yo ...... el cuento que he comenzado.
Pues estos millones de millones de soles se
veían además reproducidos hasta lo infinito , por
los lagos y los ríos y los mares que son los espejos
del cielo ....
-¡Ay, qué espejos tan grandes !
- Los marcos de ellos los formaban perlas y
corales y toda clase de piedras preciosas en profu
sión infinita .
-¡Todo lo llamas tú infinito !
-

- Porque no hay palabra que pueda expresar


mejor la grandeza de Dios y de cuanto lo rodea.
Sigo mi descripción . Festones formados por arco
iris encantadores adornaban toda la bóveda celeste
con sus colores mágicos .....
-¿Como el arco - iris que vimos la otra tarde ?
-

¡ Ay, qué lindo!


-Y cuando llegó el crepúsculo vespertino, ten
diendo sus doseles de púrpura y de oro más esplén .
didos que nunca, comenzaron a encenderse las so
berbias iluminaciones que los mundos todos tenían
preparadas para esa noche, en obsequio del Unigé.
nito Hijo de su Creador. Miriadas de astros llena
ban los espacios con sus vivos fulgores y por entre
ellos lucían de instante en instante los relámpagos
su intensa claridad , no amenazadora entonces, sino
juguetona y alegre.
- ¿ Sería eso como fuegos artificiales?
-

– Así , algo parecido . . . . . . Los fuegos artificia.


.

les del Cosmos. Pero me interrumpís a cada ins.


tante .....

-96
Cuentos

Continúa, abuelita .
-¿Y la música ? ¿ Poiré describiros yo; alcan
Zareis a comprender vosotros, lo que es la música
del Cielo?
- Si , sí ; será como si mil violines y mil flau
tas y mil....
- Todos los miles de instrumentos que juntá
rais, no poduan alcanzar a representaros lo que era
aquel celestial concierto . Figuraos que los ángeles
eran los que cantaban y que el acompañamiento de
ese canto sublime, no escuchado jamás por oídcs hu
manos, lo formaba la naturaleza entera . Los bos
ques prestaron sus plácidos murinullos; las aves sus
amorosos trinos; los océanos sus majestuosos rumo
res; los vientos, sus magníficas voces; y todo aque
llo formaba un conjunto estupendo....
- Pero de una cosa no nos has hablado hasta
S

ahora, abuelita . ¿No hubo banquete ese día en el


Cielo?
-Sí que hubo uin suntuoso banquete, como
que la Virgen Santísima misma presidió a la con
fección de los manjares y hasta preparó algunos con
sus purísimas manos . Los árboles frutales de todas
las zonas, enviaron sus productos más exquisitos;
las cañas de azúcar del mundo entero se juntaron
para destilar sus más sabrosos jugos y todas las
abejas que pueblan el universo, pusieron a contri.
bución sus ricas colmenas para ofrecer a Aquél que
es todo dulzura, sus más olorosas mieles .
De nubes inmaculadas y de nítidas espumas se
hicieron los manteles; y estrellas bajadas del firma
mento y rayos verdaderos, encerrados en urnas cris.
talinas formadas por el hielo, reemplazaban a los
focos eléctricos que alumbran vuestros comedores.
- 97 - 13
Lastenia Larriva de Llona

Pero todas aquellas riquísimas golosinas apenas fue.


ron probadas por el Divino Jesús.
-¿Y por qué?
- Porque prefirió santificar la fecha de su cum
pleaños, ejerciendo la Caridad . Acompañado de su
Corte infantil, es decir, de los pequeños ángeles que
la forman , bajó esa noche a la tierra y penetrando
en todos los hogares pobres, fué dejando a la cabe.
cera de los humildes lechos en que dormían los pe
queñuelos desvalidos, sendos paquetes de confitu .
las .

-Yevuelve a hacer eso todos los años?


- Nó: lo hizo una vez para que los niños ricos,
o que siquiera disfrutan de un modesto pasar, lo
hicieran después a imitación suya, con las criaturas
menesterosas que conocieran .
-Yo partiré mañana mis aguinaldos, con los
pobrecitos.
-Y yo .
-

-Y yo.
- Todos, abuelita, todos ....
- Así sea y el Niño Jesús os dé la recompensa
en el Cielo .
Inexplicable
2

4
1
iba Esteban al cementerio llevándole una corona
de flores....

Pasión se llamaba la mujer de Esteban y nun .


ca convinu mejor un nombre a un carácter y hasta
a un fisico, pues si el alma de la que llevaba ese
nombre era toda fuego, su bello rostro en el que
brillaban dos grandes ojos negros con luz ardiente,
parecían despedir chispas, cuando os miraban .
Naturalmente Pasión era muy celosa. Celosa
sin razón y por efecto, únicamente, de su carácter
suspicaz, inquieto y desconfiado.
Esteban que se había casado muy enamorado
de ella y que seguía estándolo, no sólo soportaba
con l'esignación esos celos, sino que aun se sentia
halagado por ellos, pues los consideraba como efecto
- 101 -
Lastenia Larriva de Llona

natural del excesivo amor que la profesaba su mu


jer.
Pasión era muy delicada de salud . Hija de un
padre tuberculoso , había heredado la fatal dolencia
que cada día hacía mayores estragos en su debil or
ganismo, y sus nervios excitados por la enfermedad,
tenían una sensibilidad que la hacían sufrir, ya lo
hemos dicho, de manera insoportable, sobre todo,
infundiéndole sospechas sobre la fidelidad de su ma
rido .
En vano su prima Consuelo, razonable mucha
cha que a su lado vivia y la única mujer que no le
inspiraba celos, la amonestaba continua y cariñosa
mente por su injusta intemperancia .
- Vas a aburrir a Esteban , --solía decirle . El
amor de los hombres no resiste a esas punzadas de
todos los momentos y si hasta aquí es inocente de
las faltas de que lo acusas no lo será probablemen
te, mañana, cansado de que le atormentes sin fun
damento .
Pasión no escuchaba estas prudentes razones,
como suelen no escucharlas los celosos.
El mal físico de que sufría Pasión iba agravan
dose de día en día y tanto por amor como por pie.
dad , soportaba Esteban pacientemente el martirio
que le infligia su compañera.
- Júrame que no te volverás a casar cuando yo
me muera, – le decía Pasión . Y él juraba, intima
mente convencido de que así había de ser, no por el
respeto que le inspirara ese juramento, sino porque
su corazón le decía que no se ama dos veces en la
vida .
- Es que yo no consentiré en que tengas otra
-102 -
Cuentos

esposa , le dijo aquélla, la víspera de su muerte, ha


blando con esa lucidez que conservan los tísicos
hasta el último instante de su existencia.
- No me casaré, nó, --le contestaba el afligido
Esteban , entre sollozos. - Tu recuerdo bastará para
-

llenar todas las horas que me resten de vida.


- Te repito que yo no consentiré que llames
compañera tuya a otra mujer. Me levantaré de la
tumba para impedirlo. No podríais gozar de un
minuto de dicha, ni aún de tranquilidad, porque yo
me interpondría entre vosotros. Verías mi rostro
constantemente delante de ti, airado y amenazador,
cuando intentaras acercarte a la que me hubiera ro
bado tu fidelidad, para darle un beso; sentirías latir
mi corazón con este ritmo inconfundible para tí,
cuando te imaginaras que sentías el suyo, y escu :
charías mi voz, esta voz tan acariciadora, cuando
ella te repite sus frases de amor y que entonces
sentirías vibrar de odio y de rencor.
-¡Loca, locuela! - le repetia él mientras le ha
cía una tierna caricia, que era la más elocuente res.
puesta.
Se murió Pasión . En un día triste del melan .
cólico otoño, mientras caían las hojas amarillentas
en el parque vecino a su morada, la contempló Es
teban con una inmovilidad de estatua y con la
blancura y la frialdad del marmol, dentro del fé.
retro que había de guardar por siempre su sueño .
Su rostro conservaba aún la expresión de me.
lancolía que le habia sido habitual y en la con
tracción de sus labios exangües se creía ver un
ríctus amargo . Parecía como que iban a abrirse
para dejar escapar una queja, o la pregunta tan
- 103 -
Lastenia Larriva de Llona

tas veces formulada y que envolvía como una ame


naza :-- Volverás a casarte, dime?
No pensaba, entonces, hacerlo Esteban . Nó, no
lo pensaba y transcurrieron largos meses sin que
pasara por su cerebro otra idea que el recuerdo
de su Pasión .
Mucho sufrió. Llamó a la muerte en todos
los tonos y creyó que apiadada de su dolor ven
dría en su auxilio . Pero no vino,, y poco a poco
fué calmándose su acerba pena, porque era el muy
joven todavía y porque aunque había amado sincera
y profundamente a Pasión, no podía bastar su re .
cuerdo, como él lo había creído, para llenar su
existencia. El tiempo realizó su obra consolado .
ra, como la realiza siempre; y ocuparon la resig.
nación y la tranquilidad, el lugar que antes lle.
naba la desesperación.
Todos los meses, el dia 13, fecha en que mu
rió Pasión, iba Esteban al cementerio llevándole
una corona de flores que el mismo confeccionaba
ayudado por Consuelo y que ambos regaban con su
llanto, porque no había sido él solo para sentir a
Pasión . Las lágrimas de Consuelo habían corrido
junto con las suyas cuando aquélla murió, y esta
comunidad de dolor aumentó el cariño que siem .
pre le había inspirado la dulce niña, prima de su
mujer. Sin darse Esteban cuenta de ello, fué cam
biándose el tranquilo sentimiento que Consuelo le
inspiraba, por otro inás exclusivo y ardiente, al
que ella fué correspondiendo de la misma manera,
y cierto día se abrieron de par en par sus cora
zones y subió a los labios de ambos jóvenes el
amor que en aquellos les rebosaba. ¿ Cómo fué ello?
- 104
Cuentos

Misterios del corazón humano. Lo cierto es que así


suceilió. Puede decirse que se amaron en Pasión y
por Pasión .
Li dulzura del carácter de Consuelo, su psi
cologia tan opuesta a la de la apasionua muerta ,
sedujo, tal vez por el mismo contraste, a Esteban que
anhelaba reposar en la suavidad de esa alma , dulce y
compasiva, más que fogosa y exclusivista.
No creyó Esteban faltar con ello al juramen.
to que le había exigido su Pasión . ¡Hablaba tánto
de ella con Consuelo ! Por ella, por su calo recuer:
do, se habían amado los nuevos prometidos. Aun
que Pasión había sido tan celosa, no era posible
que tuviera celos ahora que su espíritu habitaba en
las altas esferas a las que sin duda no llegan los
míseros afectos humanos.
Con estos pensamientos lograba tranquilizarse
Esteban y tranquilizar a su novia, cuando sentían
en su conciencia la picadura de cierto bichillo
roedor.
Se casaron .
El primer dia 13 siguiente a su matrimonio,
fueron como de costumbre al cementerio, llevan .
do las consabidas flores para la tumba de Pasión .
Esteban había hecho grabar en letras de alto re
lieve los siguientes versos en la losa que cubría
la boca del nicho :

Aqui yace mi Pasión ,


y para siempre a su lado,
sin consuelo y lacerado,
se hallará mi corazón .
En ese día 13 a que nos referimos, no se acer
caron juntos Esteban y Consuelo a la sepultura.
-105 -
Lastenia Larriva de Llona

Por un sentimiento que no acertó ella misma


a explicarse, pero al que le fué preciso obedecer, se
detuvo Consuelo en el cuartel anterior a aquel en
que reposaba Pasión, avanzando solo Esteban hasta
la tumba de su primera mujer.
Pasaron así unos minutos en los que maqui.
nalmente leía Consuelo los nombres de los muertos
que la rodeaban . De pronto oyó una voz de impe
riosas inflexiones, que llamaba: ¡Esteban! ¡Esteban !
Corrió hacia donde suponía que debía estar su
marido y le vió pálido y convulso, apartarse brusca
mente del nicho que guardaba los restos de Pasión .
-¿Quién te ha llamado? – le preguntó Con .
suelo .
-¿Has oído tú también? -dijo él , volviendo ha
cia ella el rostro desfigurado por el terror.
1
-Sí, sin duda . Pero aquí no hay nadie. 1

- ¡ Nadie!
-¿Quién ha podido llamarte?
Esteban extendió la mano y sin poder articu
lar una sílaba, señaló con el índice la lápida de la
tumba .
Vacilante dió unos pasos para acercarse a Con .
suelo y ésta pudo ver entonces que la losa de már
mol que el cuerpo de Esteban había tenido oculta
en parte, se hallaba rajada en varios sitios como al
impulso irresistible de un movimiento seismico,
habiendo saltado muchas de las letras que compo
nían el epitafio.
- Vámonos, Esteban – dijo Consuelo, que erat
-

presa también de un temblor nervioso.- Vámonos


Esteban , - lepitió queriendo atraerle hacia ella.
Pero Esteban no se movió; parecía clavado en
- 106 –
Cuentos

el suelo . Era como si una fuerza sobrenatural, su


perior a su voluntad lo mantuviera allí, inmóvil y
como petrificado.
- ¡Vámonos, Esteban ! – gritó con más violencia
Consuelo y comenzó a andar apresuradamente, arras
trando consigo a su marido .
Llegaron a la puerta del cementerio y subieron
al carruaje que allí los esperaba.
Esteban tiritaba apelotonándose en un rincón
del coche .
-¿Has sabido tú nunca que los muertos ha.
blen ? .... - preguntó a su mujer entre dos estreme
cimientos .
Cuando llegaron a su casa era presa el joven
de ardiente calentura y deliraba sin cesar, diciendo
siempre:
-¡Los muertos hablan ! ¡ Los muertos llaman ! ..
-

Todos los recursos de que dispone la ciencia


médica moderna, fueron inútiles para salvar al des
venturado y al cabo de tres dias de horrible agonía,
expiró repitiendo hasta su último instante :
-¡Los muertos hablan ! ¡Los muertos llaman ......
1

1
Iris
31С

la pareja originalisima de un anciano y una niña,

Hace ya muchos años que pasó lo que voy


a referir; pero está tan vivo en mi memoria , como si
ello hubiera acontecido ayer.
Habitaba yo una casa, a inmediaciones de
una de las iglesias más concurridas de la ciudad y
al pie de mi ventana, venía a instalarse a diario, la
pareja originalísima de un anciano y de una niña,
ciegos ambos. El , alto, moreno, enjuto, de recio ca.
bello gris y de facciones pronunciadas, representa
ba unos setenta años; ella , blanca, rosada, rubia co.
mo el oro, de carnes mórbidas el cuerpo y de lin
das facciones el rostro, podría contar, en los días a
-111
Lastenia Larriva de Llona

que me refiero, iinos once años . Puedo decir que la


había visto yo crecer, pues hacíil largo tiempo que
tenían por costumbre, pasar unas cuantas horas en
el lugar indicado. Mis pequeños hijos que también
se habían familiarizado con la presencia de la inte.
resante pareja, gozaban entrañablemente socorrién .
dolos y escuchando las tonadas y los cuentos de la
muchacha, y riendo de los regaños del viejo; los 1

mendigos por su parte se mostraban siempre res 1

petuosos y agradecidos a sus cariños y a sus obse.


quios.
En su naturaleza moral podian advertirse tan .
tas y tan notables diferencias, como en su naturale.
za física : él, hosco, sombrio, mal humorudo siempre,
jamás sonreía; ella, dichosa, alegre, reía , cantaba y
bailaba todo el día alternativamente. No eran padre
e hija, no eran abuelo y nieta, como a pesar de esos
visibles contrastes, podría alguien habérselo figura.
do; no eran, tan siquiera, parientes.
El parecía haber sufrido mucho en la vida ; los
que le conocían contaban una lamentable historia
de una nieta que le abandonara fugándose de su la.
do con un amante, con cuya desgracia había huído
para siempre la fé de su alma, como después huyó
la luz de sus ojos.
¿Cómo se habían juntado el anciano y la niña ?
Misterios del destino. Eran vecinos el ciego y la
madre de la muchacha cuando él no había cegado por
completo, pero ya se hallaba amenazado por el te
rrible mal ; tal vez fué esta amenaza, o tal vez el re*
cuerdo de su ingrata nieta, lo que hizo nacer en
su corazón, una simpatía que pronto se convirtió
en vivísimo cariño hacia la niña cieguecita, y a la
que se apegó, cuando se realizó la temida amenaza,
- 112 -
Cuentos

obscureciéndosele para siempre el universo . Casi


al mismo tiempo se cerraron , también para siempre,
los ojos de la madre de la niña; pero fue la mano
despiadada de la muerte la que realizó la triste
obra; y quedó Iris, que así se llamaba la chica, sin
más amparo en la tierra que el pobre amparo que
Pedro podía prestarle, teniendo ambos el grande
amparo del Dios de los Cielos. Y sucedió en defi
nitiva , que aunque él parecía el protector natural de
la criatura , más, mucho más le protegia ella a él;
pues si las limosnas caían profusamente en el
sombrero del viejo y en la falda de la niña , ello se
debía a la simpatía y a la piedad que ésta inspiraba ,
por su belleza y candor.
He dicho que se llamaba Iris; pero no sé si
porque ese nombre se le hubiera a ljudicado en la
pila bautismal, o porque a él se le antojase lla
marla así, como símbolo de la paz que ella había
traído a su espíritu rebelde.
La pareja se adoraba . Refunfuñanilo cons
tantemente el viejo, cantando en toilo momento
la chiquilla , se entendian sin embargo , a las mil
maravillas. Antagónicas eran las ideas y los sen
timientos de él y el sentir y el pensar de ella, si
es que pueden llamarse pensamientos las ráfagas
de luz que pasaban por su infantil cerebro, como
en compensación de las eternas tinieblas de sus
ojos; pero esas ideas y esos sentimientos opuestos,
por lo general, acababan siempre por ponerse de
acuerdo y -icosa extraña ! - era el anciano el que aco
modaba generalmente a la mente y al corazón de la
niña, su corazón y su mente.
-¡Qué horrible calor hace, muchacha ! - solia
decir él , cuando los rayos perpendiculares del sol,
-113 15
Lastenia Larriva de Llona

caían sobre la vereda en que ambos se sentaban .


¿Por qué has preferido este sitio?
-¿Le molesta a Ud. el sol? -contestaba ella
¿El sol que nos regala este dulce calor ?
-¡Muy dulce ! como para achicharrarse .....
-

¡Si pudiéramos, siquiera , ver su hermosa luz ! Tú


no puedes imaginarte lo que es eso , porque nunca lo
has visto !
- Si me lo imagino, padre; sí me lo imagino.
Es como cuando mi madre regresaba de la calle
después de haberme dejado sola muchas horas, y
me cogía en sus brazos y me besaba .
- Bueno : eso te daría calor; pero la luz, la
luz .... ¿Cómo puedes imaginártela tú , que no lit
conoces?
– Ese calor del seno de mi madre, esas caricias
-

eran luz, la luz hermosísima de que me habla U11 . Y


esa luz del amanecer que tantas veces me ha descri
to Ul.xno es como el perfume que siento cuando en .
tramos al jardin de la señora Rosalía, como el canto
de los pájaros que allí se escucha, como la brisa que
acaricia mis mejillas, como la lluviecita que cae so
bre mi frente ? .... ¿Por qué se entristece Ud. por no
ver ? ¡ A mí me importa tan poco ser ciega! ¿Aca
so son más dichosos que yo, los niños que ven ? Yo
los oigo llorar muchas veces y yo sólo lloro cuando
está Ud . triste o enojado.
- Calla, calla tonta , retonta; es que como no
has visto nunca, no sabes lo que pierdes.
- Padre, usted que no ha visto nunca a Dios
ino se lo puede imaginar ?
.

– Claro que nó ¿quién es capaz de ello?


- Pues mire usted que yo soy más feliz que los
que ven , porque yo si me lo imagino.
- 114
Cuentos

- No digas disparates.
-Sí, sí : cuando pienso en Dios se me llena
el alına de algo muy dulce, muy bueno, muy gran .
de que no puedo explicar, pero que siento . Es
como si me bañara toda en algo muy suave, muy
oloroso que me hace muy feliz, que me pone muy
alegre, y deseo entonces, cantar, cantar; pero no esos
cantos que sé, sino otros muy lindos, que fueran
como los que cantan los ángeles en el cielo ....
El viejo inclinaba la cabeza y no replica ba ya.
Yo desde mi ventana escuchaba a menudo dia
logos tan originales como éste, y dia a día me inspi
raban más interés la niña y el anciano.
Las amargas quejas del que había perdido el
bien de la vista, después de haber gozado de él , y
la conformidad alegre de la que no había visto jamás,
me sumían en las inás hondas reflexiones . He aquí
solucionado un gran problema, me decía: el de si son
más desgraciados los que no han visto nunca , o los
que pierden la vista después de haber disfrutado
de ella .
-¡Qué exquisita fragancia ! --exclamó un día,
Iris al sentir con ese refinado olfato que poseen
los ciegos, la que exhalaban las flores que en una
enorme canasta, llevaba un hombre -- ¿ No sielite
usted, padre ?
-Si por cierto; es que habrá pasado algún
vendedor de fiores. ¡Cuánto sufro al no poder
contemplar su belleza!
– Eso a mí no me importa ; aspiro su esencia ,
y la esencia es el alma de las flores.
-¿Qué sabes tú de eso, muchacha ?
La Hermanita de la Caridad que cuidó a
mi madre en el hospital me enseñó eso; y como
-115 -
Lastenia Larriva de Llona

ella me decía que el alma vale más, mucho más


que el cuerpo y que sólo debemos cuidar de la
hermosura de aquélla y no de la de éste, no me preo .
cipo yo tampoco de la belleza de las flores, sino
de su aroma.
– Pero ¿ sabes, siquiera, si las que te hacen ese
regalo son rosas o claveles o jazmines ?
– Lo sabría fácilmente, tocándolas; y aun po
dría reconocerlas, por su mismo olor. ¿ Pero qué falta
me hace saber sus nombres ? ¡ Me sería acaso más
grato su perfuine sibienilo cómo se llaman ? Por ven
tura , me quiere U11 . más, porque me llamo Iris, que si
me llamara. Juana, ó Manuela o Josefa ?
- Nó, pero me apena el que no puedas tú ver tu
nombre estampado en el cielo . ¡ Es tan hermoso!
- Más hermoso es su significado, pues el primer
Arco Iris que apareció en el Universo , selló la alian
za del Señor con los hombres; sé que él significa
piz, paz y ilmor y no se ha menester de la vista
de los ojos , para comprender que no hay hermosura
igual a la que nos hacen concebir esas palabras.... Así
nos lo explica el Padre Antonio en el Catecismo......
Un día me pareció notar triste a la pequeña
Iris. Ela esto muy extraño en ella , y se me ocu
rrió que estaba enferma; me confirmé en la idea
al observar que se acurrucaba junto al viejo, em
bozándose lo más que le era posible en su raido
pañolón .
-¿Qué tienes? ¿ Por qué tiemblas ? -le pregun
tó su compañero, al sentir su contacto .
– Tengo frio y dolor de cabeza.
-¿Es que estás en ferma?
- No sé .
- Regresémonos a casa.
- 116 -
Cuentos

– Nó pure, hoy es domingo y hemos de re


cibir bastantes limosnas.
Efectivamente, llamaban a misa de nueve en
la iglesia inmediata y los vecinos acudían a ella
en gran número, dejando muchos al pasar, sui ca :
ritativo óbolo en las manos de la niña .
De pronto volvió ésta il romper el silencio:
– Padre , dijo, -¿cómo es la muerte ? ¿cómo se
Vå uno de este mundo ?
- Me preguntas algo que también es un miste.
-

rio para mí. ¿ Por qué quieres tú saber eso? ¿Tienes


miedo de morirte ? ¡Para la vida que llevamos !....
- No tengo miedo a la muerte; pero no qui .
siera morirme sola . He oído decir que la muerte
es un viaje muy largo, muy largo, del que no se
vuelve nunca ....
La niña se quedó un momento pensativa ; lue .
go continuó:
- Cuando vinimos de nuestra tierra mi madre
y yo, caminamos mucho tiempo, mucho, muchísi.
mo .... Caminábamos a pie, es decir caminaba ella,
pues a mí me llevaba carga a; yo me dormía en
su hombro y no tenía miedo; a veces nos presta
ba su caballo alguno de los compañeros de viaje y
entonces era yo muy feliz ! ¡Cómo me gustaba andar
a caballo !

-¿Y después, te llevaron a un vapor ?


-Sí , pero eso no me gustó, estaba como aho.
ra con frío y dolor de cabeza; y como ahora lo
hago con usted, me acercaba cuanto podía a mi
mamita para calentarme y para no sentirme sola ...
Calló Iris un rato , y luego volvió a hablar.
Las palabras salían de sus labios con una volu
bilidad , con un apresuramiento, que acusaba un
- 117
Lastenia Larriva de Llona

1
estado febril , que se notaba , asimismo, en el en .
cendido color de sus mejillas.
- Ayer sí que me dió pena ser ciega, -dijo.
-

- Ayer y ¿ por qué?


Porque hubiera querido ver a la chica que
se murió en el cuarto vecino del nuestro. ¡Todos
decian que estaba tan linda con su vestido blan
co y su corona de flores ! ¡Pobrecita ! ¡ Pobrecita ! ...
¡ Irse sola, sola , sin que nadie la acompañara! ¿Y Ud.
me dejará ir sola, si yo me muero ?
- ¡Vaya! no hables de esas cosas, chiquilla;
en marcha para nuestra casa que estás enferma
y ya me has contagiado, porque me siento, tam
bién , con dolor de cabeza ....
No vinieron los ciegos a su puesto acostum
brado al siguiente día, ni al otro, ni al otro .
Comencé a inquietarme; envié a un criado a
la casa de vecindad en que sabía yo que habita
ban , y las noticias que me trajo fueron alarman 1
tes .

Ambos estaban enfermos, y según los datos


que pudo adquirir, se temía que fuese la peste
bubonica . Precisamente se presentaban entonces
1
en Lima, por primera vez, algunos casos de tan
terrible mal y el pánico empezaba a cundir en to
da la ciudad .
Sin detenerme a pensar en el gran peligro a 1
que me exponía yo y exponía a mi familia , me
dirigi al domicilio de los ciegos .
Empujé la puerta del cuarto que me indica
ron . Eran las seis de la tarde y a pesar de que
estábamos en verano, no había casi luz en el apo
sento húmedo y triste.
-118 -
Cuentos

– Una vela eno hay una vela ? -- pregunté, sin


atreverme a avanzar.
C

- Para qué vela – dijo rudamente la voz del


anciano- nosotros no necesitamos luz !
-Somos ciegos - dijo otra voz dulce y armo
niosa : la voz de Iris.
– Pero yo sí la necesito: ¡quiero luz! -insistí.
Iris trató de incorporarse, sin lograrlo, y me dijo
con su acento acariciador :
- Buenas noches señora , ¿ viene usted a ver.
nos a nosotros ? ¡qué buena es usted! ¿y la niña
Rosita ha venido, también ? ....
Iris había reconocido mi voz . Guíada yo por la
saya, me acerqué a su pobre lecho, a tiempo que en .
traba lina vecina con una lámpara de kerosene en la
mano .

Muy cerca de la de la niña se hallaba la cama


del viejo, quien tenia extendido un brazo, en el cual
la pequeña recostaba su cabeza, y en la que su aurea
y rizada cabellera formaba un nimbo a sus ojos cla
los pero sin vista . Ella estrechaba entre sus manitas
la mano que le quedaba libre al anciano .
Me informé por la vecina de lo que se había
hecho en favor de los enferinos.
- Sólo les he hecho unos remedios caseros, -me
dijo , - porque no me es posible otra cosa ....
Dejé a la caritativa mujer, el dinero necesario
para atender a mis pobres amigos y me despedi o
freciendo volver al día siguiente.
Cuando llegué al otro día , me encontré con
que el mal había hecho progresos espantosos en los
organismos de ambos enfermos; no pregunté qué
había dicho el médico que yo había enviado; ni la
-119
Lastenia Larriva de Llona

mujer que tan abnegadamente los atendi: hubiera


pouliilo darme plausibles explicaciones al respecto ;
lo que estaba muy claro, era que ambos, el viejo y
2

la niña se morían . En las primeras horas ile esama


ñana se habían confesado y habían recibido los úl .
timos sacramentos con la inisma unción, la ancia
nidad que tanto había renegado y la inocencia que
tápto había bendecido,
Altamente conmovedor era el espectáculo que
ofrecían los moribundos . Ya casi en agonías , se ocu .
paban , sin embargo, calla uno afanosamente del otro,
en sus escasos momentos de lucidez .
- Padre ¿ tiene frío? -murmuraba lris, con su
débil vocesita.- ¿Ha tomado, usted, leche ?
No hables, Iris, no hables, no te fatigues -le
l'espondía él , ¿qué te duele? ¿qué te duele? ¿tienes
pena de estar enferma ? Ya mañana podremos levan
tarnos y salir de nuevo .....
- No , yo no quiero salir ni levantarme; quiero
morirme para ver a Dios, para ver la luz...... ¿ No
me ha dicho uster , que la muerte es la luz ?
- Tú eres mi luz , Iris; no te vayas, dame la
mano . me pierdo entre las tinieblas si tú no
me guías .... Juntos los dos sabemos caminar, aun
que no veamos.....
- Me iré con usted, padre ..... no quiero irme
sola .....
Yo me sentía apenada y sobrecogida al escu
char esta especie de delirio a duo, pues aunque caila
uno hablaba obe leciendo al estado febril en que se
hallaba, parecía por momentos que sus frases se
coordinaban perfectamente .

-120
Cuentos

Si en la boca de él sonaba casi sin cesar el


nombre de ella, pronunciado cada vez más débil
mente y cada vez más dulce, como una caricia , co
mo un suspiro, como la exhalación del alma que
hacia Dios tiende el vuelo; en el leve movimiento de
los labios sonrientes y descoloridos de la niña, po
díit leerse repetida a cortos intervalos la palabra
luz...... luz . ..... nó con el imperativo afán con
que la pedía , también, antes de morir, el gran poeta
germano, sino con la beatitud que experimenta el al
ma que se siente bañada en esa claridad que es Bien
supremo, que es Dios .....
Y así rompieron con pocos segundos de dife
rencia las ligaduras que a la Tierra los ataban , esos
dos espíritus que la cruzaron sin dejar, tal vez, más
huellas de su paso por ella, que el recuerdo imborra
ble que imprimieron en el mío , el anciano que mu:
cho vió y mucho sufrió, y la niña que no vió nada y
que por lo mismo, quizás, no conoció el sufrimiento.

16
El Niño Jesús de Teodoro
( CUENTO DE NAVIDAD )
Teodoro cogió la flor y después de besarla ....
I

Las diez de la noche acababan de marcar con


mayor o menor exactitud los relojes públicos de la
tres veces coronada ciudad de Francisco Pizarro, y
por los diversos cuarteles en que ella se encuentra
dividida se escuchaba la sonora voz de sus campa:
nas anunciando grave y pausadamente la hora a
los habitantes.
No era la noche en que tiene lugar mi narra
ción una noche cualquiera. Era la noche más bella
del año; la alegre noche de Navidad .
Por todos los ámbitos de la populosa capital se
- 125 -
Lastenia Larriva de Llona
escuchaban los entusiastas ecos de las músicas ca.
llejeras; por doquiera se veían cruzar grupos de
gentes regocijadas. La desgracia y el dolor, se ocul.
taban , sin duda cuidadosamente, para no lanzar
su nota discordante en ese concierto de general
alegría , por no aparecer como un negro borrón en
ese cuadro de risueños colores.
Pero sí había tristezas, sí había dolores aun en
esa noche mil veces sagrada y otras mil bendecida,
en que el Señor de Cielos y Tierra, quiso bajar
al mundo en forma humana, noche en la que parece,
sin embargo, que debería haber un paréntesis para
todos los dolores de la humanidad ....
Esto tal vez pensaba Teodoro que, tendido so.
bre un miserable catre de tijeras que ocupaba uno
de los ángulos de un cuartucho en consonancia con
el sórdido lecho, y a la dudosa luz de un candil de
petroleo, leía y releía en su cerebro, el libro de su
propia tristísima historia, comparando con intensa
amargura, las escasas y ya lejanas dichas, con las
muchas desventuras de su existencia; desventuras
que habian ido siempre en aumento , desde hacía
algunos años, y a las que al presente se juntaba, la
peor de todas: la del punzador remordimiento .
Y en esa noche , sobre todo , del nacimiento del
Hijo de Dios , del Infante Divino, rememoraba Teo
doro su pasado, y pensaba con emoción indefinible,
en la que se confundían los más contradictorios
sentimientos: alegría, pesar, vergüenza y cierto
pueril asombro, que él también había sido niño,
que él también había sido inocente, que su corazón,
ese corazón que ahora parecía muerto para todo
afecto noble y tierno, también había palpitado de
regocijo en otras noches como ésta, cuando estre
-126
Cuentos

nando un vestidito, que aunque humilde había cos.


tado largas veladas a su amorosa madre, salía de la
mano de la pobre y abnegada mujer, a visitar algún
Nacimiento o a ver la Noche Buena y regresaba a
su casa , medio dormido, pero sosteniendo con sus
brazos la, para él , preciosa carga de juguetes y golo
sinas de poco valor cuya posesión le hacía más di .
choso que un rey .
¡Y qué feliz despertar el de la mañana siguien
te! Al abrir los ojos en la modesta estancia, que
los primeros rayos del hermoso sol de Diciembre
inundaban con su suave luz y su agradable calor, y
al encontrarse en su camita tan blanca y tan mu
llida, rodeado de las chucherías que eran para el
valiosas joyas, se imaginaba que tudo había sido un
delicioso sueño, y volvía a cerrar los ojos temeroso
de ver desvanecerse su dicha; pero poco a poco iba
se convenciendo de la arrobadora realidad, confor:
me acudían a su mente con todos sus detalles, los
gratos recuerdos de la pasada noche, y descorría
por fin los párpados; y miraba a su madre que anda
ba afanosa por la habitación , con el pelo recogido
en la nuca en un torzal ajustado, su blanco delantal
a la cintura, y las mangas levantadas a la altura .
del codo, preparando el desayuno para ambos, y que
al mirarlo ya con los ojos abiertos, le sonreía amo.
rosamente, diciéndole :
- Muy temprano te despiertas hoy, Teodorito,
.

como dia de Pascua. Allí en la cama tienes todos


tus juguetes: no quisiste anoche separarte de ellos .
¿Qué es lo que más te gusta, el tambor, la matraca
o el pito?
Y al presente , cerraba los ojos Teodoro, el Teo
-127 -
Lastenia Larriva de Llona

doro ya abrumado por el terrible peso de la vida y,


creía verse saltando del lecho con su camisita de
percal de color, corriendo con sus desnudos pies por
el aposento estrecho, pero para él muy amplio, y
tratando de realizar la difícil tarea de tocar a la vez
el pito, la matraca y el tambor; entretenimiento que
era suplicio para los vecinos, y del cual le sacaba
la voz de su madre instándole para que tomase su
taza de caliente leche, adicionada con el resto de
los bizcochos de la víspera.
Aún sentía Teodoro el contacto de las manos
de su madre al arreglarle el cabello y al abrocharle
el cuello a la marinera de su vestidito de fiesta , -
el primero de pantalones que se había puesto y
de que tan orgulloso estuvo ; - aún sentía el calor
de sus apasionados besos en la frente, en los ojos,
en las mejillas ....... Sí , aún sentía todas esas im
presiones, a pesar de que se hallaban ya tan lejos.
¡ Tan lejos!......El no tenía más que veinti
cinco años, sin embargo; pero sí era verdad que es
taba lejos, muy lejos aquella época de dichosa ino
cencia.
¿Cuál había sido la historia de Teodoro ? Una
historia muy vulgar. La de cualquier joven que
os encontréis al volver de una esquina .
No habia conocido a su padre, ni jamás su ma
dre le habló de él . Alguna vez que sobre tan deli.
cado punto se atrevió a interrogar a la pobre mujer,
cambió ésta de color y le contestó con voz temblo
rosa y aire digno y triste:
- Tú no tienes padre, hijo mío. No pregun .
tes por él : se murió. Si alguna vez piensas en el
- 128 -
Cuentos

hombre a quien debes la vida, que sea sólo para


rogar a Dios por él. No tienes en el mundo más
que a tu madre; pero con ella lo tienes todo . Mi
amor es bastante grande para compensarte de todos
los amores que te faltan eme quieres tú también
asi ?
El niño, por toda respuesta , le echaba los bra
zos al cuello y llenaba a su madre de apasionados
besos.
¡ Mucho, mucho quería efectivamente a su Teo .
doro la infeliz mujer, y tal vez debido a ese mismo
excesivo amor, le faltó más pronto su apoyo!
Diez y seis años tenía el desdichado cuando la
vió tendida en el suelo sobre una estera, vestida
con el hábito gris de los franciscanos, cerrados para
siempre esos ojos que tan inmenso amor refiejaban
cuando se detenían en él , cruzadas las blancas y
enflaquecidas manos sobre el pecho, con el rostro
tan pálido como la cera de los cuatro cirios que
alumbraban el fúnebre cuadro.
Ella había querido educarlo como se educan
los ricos; ella no había podido consentir en que le
faltase algo, no solamente de lo necesario, pero ni
aun de lo superfluo; y para lograr este fin trabajaba
sin descanso en ese matador trabajo de aguja, único
casi que le es permitido a las mujeres de cierta
condición social , que carecen de la instrucción su
ficiente para dedicarse a tareas más nobles ; y que
tienen bastante dignidad para no rebajarse a otras,
tal vez más lucrativas y menos penosas, pero que
exijen el sacrificio de aquella.
El la veía desmejorarse de día en día, pero con
- 129 17
Lastenia Larriva de Llona

ese egoismo inconsciente de la infancia y de la ado


lescencia, no pensó nunca en ahorrarle algunas fa
tigas. No se le ocurrió jamás que él también podía
trabajar por su parte y ni siquiera pensó en dismi.
nuir sus gastos, privándose de algunos de sus pla
celes . Era formal, era estudioso , colmaba a su ma
dre de caricias y no la desobedecía nunca en cosas
graves. ¿ Qué más podía pedirsele ? Ella estaba
convencida de que su Teodoro era el modelo de los
hijos; y de esta convicción y de su amor a él siem .
pre creciente, sacaba calla día nuevas fuerzas para
trabajar, en su afán de darle continuamente prue
bas de su cariñosa abnegación. Era una sed de sa .
crificios que no se satisfacía jamás.
Cuando vio llegar la muerte, sin duda se echó
en cara la heroica madre como una falta para con
el hijo adorado que iba a quedar solo en el mundo,
la poca resistencia de ese cuerpo , al que sin embar:
go , no había ella ahorrado fatigas y al que le esca :
timó, desile que Teodoro vino al mundo, toda suer
te de goces, y hasta la satisfacción de las más im
periosas necesidades .
Teodoro no era malo, precisamente. Tenía una
naturaleza bien inclinada; pero carecía por comple:
to de energia de caracter. Era una de esas perso .
nas pasivas que suelen ser el juguete no sólo de
sus pasiones, sino de las pasiones ajenas. Seres
infelices que tal vez llegan a hacerse reos de todas
las faltas, de todos los crímenes, no por ingénita
maldal, sino por debilidad ingénita . Tal vez había
heredado Teodoro ese defecto de su misma madre;
pobre criatura de hermosos sentimientos, pero sin
firme voluntad que sacrificó su honor y el lote de
-130
-
Cuentos

dicha a que tiene derecho en el mundo todo ser hu


mano, por un hombre sin corazón y sin conciencia;
y que después había sacrificado su vida, creyendo
labrar a costa de ella la felicidad de su hijo . ..
Mientras vivió su madre, fué Teodoro bueno e
inocente; pero no bien hubo quedado solo en esa
peligrosa edad de la adolescencia en que se encien
de el alma con el fuego de todas las pasiones , ca
reciéndose aún del correctivo de la experiencia, y
sin tener el freno de una educación moral y reli-.
giosa , empezó a cambiar sus hábitos de estudio y
sus sanas costumbres por una invencible perezit
para toda labor útil y un inmoderado deseo de di.
versiones y goces materiales. Los amigos no ha
bían tenido poca parte en la desgraciada transfor
mación del atolondrado jóven .
¿Pero como en el espacio relativamente corto
de nueve años se había pervertido de tal manera
esa naturaleza ? ¿Cómo había bajado Teodoro, el
inocente Teodoro, por la pendiente de los fáciles
placeres hasta llegar a la tenebrosa sima de los
más aboininables vicios ? ¡ Espantosa metamorfosis,
aterrador misterio que vemos realizarse a diario
con menos horror del que deberíamos sentir ! ......
Un pequeño paréntesis había habido, sin em
bargo, en esa vida de desorden y de crapula.
Un acaudalado comerciante español, llamado
don Pablo Ortiz, hombre de tan buen corazón como
violento carácter, que había conocido a la madre
de Teodoro, y tenido ocasión de apreciar sus exce
lentes prendas, vió un día al joven , comprendió la
situación en que éste se hallaba, y con el noble
propósito de salvarle del naufragio moral y mate
- 131
Lastenia Larriva de Llona

rial que amenazaba hundirle con espantosa rapi


dez , le ofreció un puesto en su casa de comercio.
Más todavía: un asiento en su mesa y un lecho en
su hogar, como à miembro querido de su familia.
Allí volvió a encontrar Teodoro el calor maternal;
la buena esposa de don Pablo, le trataba como a
un hijo, y hermana cariñosa fué para él , la dulce
jóven, hija única de aquel matrimonio .
Pero estaban ya muy arraigaudos los vicios en
el alına de Teodoro . Al cabo de algunos meses de
forzada continencia , volvió a frecuentar las malas
compañías. Amonestole don Pablo, afectuosamen
te al principio, y con severidad creciente después,
sin obtener enmienda; y por fin , una mañanit en
que llegó el joven a la casa, después de tres días
de ausencia , llevando todavía las señales de la
pasada orgía en el rostro, montó en violenta có
lera su bienhechor y le increpó su conducta tan
duramente como ella lo merecía . Contestóle con
altaneria Teodoro y el viejo le arrojó a la calle ,
sin hacer caso de las lágrimas de su mujer y de
su hija que aún rogaban por el ingrato. Desde ese
instante, volvió a quedar sin apoyo ninguno, has
ta el momento en que le presento a mis lectores.
II

Al dar la última de las diez campanadas, Teo


doro pareció salir de su triste meditación. ¿ En qué
cosas tan remotas estabil pensando ?
¡Su madre !.......¡Hacía ya tántos años que
había muerto su madre! .......¡Su inocencia ! .....
También había muerto su inocencia hacía largo
- 132 -
Cuentos

tiempo! ¿Por qué se acordaría esa noche con más


viveza que de costumbre de su pasado, de ese pa
sado que al evocarlo se le aparecía ahora lleno
de viva luz, comparándolo con las hórridas tinie
blas del presente ?
Teodoro recorrió maquinalmente con su mira .
da incierta todo el aposento, como solemos hacerlo
cuando se agita en nuestra mente un problema cu
ya solución no podemos encontrar, y sus ojos se
detuvieron en el rincón más oscuro del cuarto . La
luz mortecina del candil se reflejaba en ese punto
sobre un objeto brillante, y por este efecto de re
fracción , se desprendían de alli vivos rayos lumi.
nosos que iban it herir la retina de Teodoro . Este
se incorporó en el lecho, y miró, lo más intensamen .
te que le fué posible, hacia ese lado. Pronto reco
noció el objeto que veia y a la expresión de sorpre
Sil , suceilió una sonrisa de suave complacencia.
-¡El Niño Dios de mi madre! -nurmuró ;- y
levantándose, fué a coger la efigie, una hermosa
efigie de piedra de Huamanga que representaba, ca
si de tamaño natural al Hijo de María , nacido en el
Portal de Belén .
Era una estatua yacente, en esa adorable acti
tud de los pequeñuelos desnudos, con las regorde.
tas piernecitas en alto , medio recogidas y exten .
diendo las manos hoyueladas y mórbidas en el aire,
como pidiendo que se les tome en brazos.
El rostro del Niño, que sonreía a cuantos le
miraban , tenía una expresión más divina que hu
Inana . Ciertamente el artista que había trabajado
esa cabeza la había hecho en un momento de ver

- 133 -
Lastenia Larriva de Llona

dadera y genial inspiración, u obedeciendo a influjo


sobrenatural.
Teodoro, el Teodoro que había aprendido a re
Zal en el regazo de su madre, era ahora un descreí.
do; pero el huracán que arrebatara con su furibun
do soplo todas las perfumadas flores de sus creen
cias religiosas, no había podido desarraigar del fon
do de su alma una última florecilla a la que
quizás protegía su misma debilidad, y que era,
no diremos el culto por el Hijo de Dios hecho
hombre, pero sí cierto cariño respetuoso e infantil
hacia ese Dios Niño que tanto amaba a los pecado.
l'es, y de cuya forına humana era imagen fiel esa
preciosa escultura que él había conocido desde que
abrió sus ojos a la luz del mundo y de la cual no
había podido decidirse a desprenderse ni aun en
sus horas de mayores apuros y necesidades, pues la
consideraba como una reliquia doblemente sagrada
para él , y como un amuleto que le libraría de toda
catástrofe. Por esto también aunque abandonado
y polvoriento , coronaban aún la artística cabeza las
simbólicas potencias de plata , y era ese el objeto
brillante sobre el que se había refiejado la luz del
candil llamando la atención de Teodoro .
-¡El Niño Jesús! – repitió mirándole atenta .
mente, y con acento que revelaba cierta emoción .
-Hoy es su fiesta, y en vez de hallarlo en su altar,
lujosamente vestido, resplandeciente de luces y de
flores, como solía arreglarlo mi madre, lo encuen
tra desnudo, lleno de telarañas, y arrojado en un
rincón !......
Teodoro se quedó pensativo un momento , te
niendo siempre en la mano la imagen , y luego,
-134
Cuentos

como iluminado por súbita inspiración llevó al bol.


sillo de su raído chaleco la que le quedaba libre y
sacó de él una moneda de veinte centavos.
- Gastaré en velas mi última peseta , continuó,
hablando siempre en voz alta , como se acostum
bran a hacerlo las personas que están solas casi de
continuo. Le armaré su altarcito al Niño Dios en
nombre de mi madre. Así como así, estará mejor
empleada esta peseta que la anterior que la gasté
en aguardiente.
Y con tanta rapidez puesta en ejecución como
concebida la idea , dejó Teodoro sobre el catre al
Niño Dios y fué a buscar a la vecina tienda las ve .
las ile estearina, que podía procurarse con los dos
reales.
Pronto estuvo de vuelta . En una mano traía
las velas y en la otra unas cuantas flores, entre las
que sobresalia un clavel encarnado.
Colocó sobre la mesita de pino sin charolar,
que para diversos usos le servía, la única manta
que había en el lecho, la mulló tan bien como le
fué posible, colocó encima al Niño Dios, y co
giendo del suelo unas botellas vacías para que
hicieran el oficio de candeleros, encendió todas las
velas. En seguida arregló las flores sobre el úni.
co vaso que poseía, teniendo cuidado antes de
llenarlo a medias de agua .
Luego volvió a ocupar su puesto en la cama,
mirando desde allí , satisfecho de su obra , el aspecto
que presentaba el improvisado altar.
-¡Buena rabia va a tener la vecina, cuando note
la falta de sus fiores, dijo riéndose. ¡Bah ! Si de con
- 135
Lastenia Larriva de Llona

tinuo le robo los claveles rojos pira obsequiárselos


a Rosario, lo menos que podría hacer hoy era ro

bárselos una vez más para el Niño Jesús !


¿Qué móvil había impulsado a Teodoro a lea
lizar tan extraño acto de devoción ? ¿ Lo había
practicado únicamente en recuerdo de su piadosa
madre, o inconscientemente, tal vez, realizaba esa
acción , atreviéndose a esperar con un sentimiento
entre supersticioso y sacrilego que con ella sería
propicio el Dios Niño protector de su inocente in .
fancia, al negro crimen que proyectaba su extra
viada juventud ?
La verdad es que Teodoro había cometido mu .
chas acciones malas en su aún corta vida; pero ja
más hasta entonces había manchado su conciencia
con una villania semejante a la que hacía varios
dias incubaba en su enfermo cerebro , y que había
decidido llevar a cabo precisamente en esa noche.
Por eso estaba más que nunca intranquilo,
nervioso y agitado; por eso de rato en rato cogia
una botella que se hallaba bajo el lecho al alcance
de su mano, y bebía un grueso trago de licor alco.
hólico, del que esperaba la fuerza moral de que
había menester para realizar su proyecto , y que
aumentaba más y más la agitación febril que le
poseía.
Y corría el tiempo, y pronto las campanas que
habían anunciado las diez, darían las once , y las
once y media, y las doce por fin, la hora designada
para el alevoso golpe.
Teodoro deseaba y temía a la par que trans
currieran las horas. Su malestar llegó a ser inso
- 136 -
Cuentos

portable. El corazón le latía fuertemente y la cabe


za parecía próxima a estallar. Por su calenturienta
imaginación pasaban y repasaban sin cesar varias fi
guras muy conocidas suyas. Ya era un hombre de
edad madura y de aspecto grave y simpático, don
Pablo, su antiguo patrón; ya era su hija Celia, aque
lla angelical criatura que durante el año que pasó
Teodoro en casa de su padre, le había prodigado los
tesoros de su bondadosa ternura , y entonces se arre .
pentía del horrible proyecto y sentia impulsos de re.
nunciar a él ; ya se le presentaba la imagen de Rosa
rio, una muchacha del bajo pueblo pero soberana
mente hermosa, de quien hacía algunos meses se ha
llaba locamente enamorado y cuya posesión sabía
que sólo por medio del oro podría obtener; y junto a
Rosario veía a un mozo que se titulaba hermano de
ella y que desde tiempo atrás era el demonio tenta
dor de Teodoro, su compañero inseparable en la vi .
da de orgías y escándalos a que se había entregado
por completo desde que salió del escritorio de don
Pablo y el que había ideado el vil golpe que prepa
raban para esa noche.
En la conciencia de Teodoro daban un rudo
combate en esos momentos sus pasiones y los úl .
timos restos de su pundonor y de su hombría de
bien . Mas cuando se van perdiendo y ahasta las
nociones de la virtud y de la propia dignidad, se va
tergiversando el sentido moral, y sucede que suele
hucerse punto de honor de lo mismo que debería
considerarse como la más grave deshonra.
Y - iqué diría Manuel de mí, - pensaba Teodo
-

10- se imaginaria que era yo un cobarde! Nó, no


hay remedio ya: la fatalidad lo quiere así .
- 137 - 18
Lastenia Larriva de Llona

Y cogia la botella y bebía en un nuevo trago


un poco más de valor.
Por fin oyó sonar las dos campanadas que mar.
caban las once y media y que debían poner término
a su irresolución . Los párpados pesaulísimos se le
cerraban it pesar de los esfuerzos que hacía para
mantenerlos abiertos; la cabeza hundida en la al
mohada se resistía al mandato de levantarse: lepe .
tilas veces intentó sacudir la especie de marasmo
que le dominaba sin poderlo conseguir. Al fin llamó
Teodoro en su auxilio a toda la energía de que era
capaz, y por un último y desesperado esfuerzo logró
ponerse de pie .
Arreglose los cabellos y el vestido lo mejor
que le fué posible, y cogió su sombrero, disponién .
dose a salir a presuradamente, como para no arre
pentirse de su resolución ; pero antes de llegar a la
puerta se detuvo estremeciéndose y volvió hacia
el Niño Jesús el rostro pálido como el de un difunto .
Del lado en que estaba la imagen había oído
clara y distintamente, y pronunciadas con aquella
voz y con aquel acento que su madre prestaba a la
divina efigie cuando fingia que ella le amonestaba
por sus travesuras de niño - voz y acento que el
jamás había podido olvidar – estas palabras, que a
la vez parecían una súplica y un mandato:
-¡No vayas, Teodoro!
El mozo, aunque helado por el terror, tuvo fuer
zas suficientes para volver los ojos hacia la imagen .
Mirábale y sonreíale ésta, con la profunda mirada y
la dulcísima sonrisa que desde hacía veinte años
recordaba haber visto Teodoro en ese semblante de
aire grave e infantil a la vez : pero en esa mirada y
- 138
Cuentos

en esa sonrisa , creyó él hallar una expresión más


real y más intensa de vida que de costumbre.
No podía , sin embargo, atribuir más que a ex
traña alucinación de sus sentidos semejantes fenó
menos, y haciendo un esfuerzo sobre sí mismo , dió
unos pasos más hacia la puerta . Pero aún no había
llegado al umbral de ella, cuando escuchó de nuevo ,
y en tono más suplicante que la vez anterior, la
misma frase:
-¡No vayas, Teodoro !
Un hielo mortal recorrió todos los miembros de
mi protagonista, su frente se bañó en frio sudor,
y en lugar de retroceder como la vez primera, y
de volver el rostro hacia el Niño Jesús, traspasó de
un salto el umbral de la puerta , tirándola luego a.
presuradamente tras de si ; pero por mucha prisa
que se dió a ello, aún tuvo tiempo de oir por vez
tercera el ruego, cada vez más angustioso, cada vez
más a premiante:
-¡No vayas, Teodoro !

III

La animación y el bullicio en las calles erama


yor aún si cabe en esos momentos que en las prime
las horas de la noche .
Setenta iglesias , aproximadamente, cuenta la
católica ciudad de Lima, y en muchas de ellas debía
celebrarse la alegre y popular Misa de gallo; así es
que por todas partes se oían sonar acompasadamen
te las campanas llamando a los fieles al incruento
sacrificio .
Grupos de gentes de todo sexo, edades y condi
ciones recorrían las calles departiendo alegremente,
- 139 -
Lastenia Larriva de Llona
1

y el eco de sus voces y el ruido de suis pasos por las $


embaldosadas aceras, el estruendo de los bullicio.
sos instrumentos de los chicos y los gritos de los
ven.leclores ambulantes, formaban un conjunto es
pecial de sonidos que aunque inarmónico sobre toda
pon leración tiene un encanto particular para los
oídos limeños; y a cuyo sólo recuerdo he sentido
palpitar dulceinente enocionado mi corazón cuando
me he hallado lejos de la patria, despertándose en
mi alma memorias inefables y bañándose mi sér en
tero en esa suave e indefinible melancolia que di
funde siempre en el momento presente, por dichoso
que éste sea, la reminiscencia de los pasados, sobre
todo cuando ella se remonta a la época de la niñez o
de la adolescencia .
La calle en que Teodoro vivía era la del Rastro
de San Francisco . Siguió por ella hasta la estación
central del ferrocarril trasandino, de allí cruzó aa la
calle de la Pescadería para loblar en seguida a la
?
Plaza de Armis, centro por aquel entonces de la
fiesta popular , como lo son al presente los parques
de la Exposición .
En ese lugar la animación era indescriptible.
En los cuatro lados de la espaciosa plaza se le.
vantaban , adornadas de flores, de palmas, de faroli.
tos chinos y banderolas de papel de vistosos colo
res, especialmente de los de la bandera nacional , me
sas destinadas a la venta de toda clase de juguetes
y baratijas para los niños, o ruletas y juegos diver:
sos para entretenimiento del pueblo; y sobre todo al
expendio de los comistrajos propios de la clásica fe
cha, especie de feria que constituye lo que se llama
en Lima, la Noche buena.

- 110
Cuentos

Al ledeilor de cada uno de estos Restaurants ()


fondas al aire libre, de pie, sentadas en toscos ban
cos, o meilio tendidas en el suelo, personas de am
bos sexos, pertenecientes al bajo pueblo, cantaban ,
leian , charlab :ll , y, sobre todo, comían y bebían, pro
miscuando a más y mejor, sin respeto a la vigilia or
denada por la Iglesia.
Verdad es que las viandas que profusamente os.
tentaban las consabidas mesas eran de lo más a
propósito para excitar el apetito, no sólo de los li.
meños y las limeñas pur sang , que fama tienen de
no descollar por la virtud de la templanza , en lo que
a la bucólica atañe, sino aun el del anacoreta más
abstinente.
Sobre el blanquisimo mantel alternaban las an
chas banilejas conteniendo los manjares más exqui
sitos de la cocina criolla : la gran cabeza de puerco
a lereza la de manera tal , que la vista y el olfato da
ban noticia anticipada al paladar del regalo que le
esperaba si llegaba a probar bocado tan suculento; el
escabeche de corbina con sus cebollas de refiejos na.
carados, sus encendidos ajies y sus oscuras aceitu.
nas; el picante y sabroso seviche de pejerreyes mez
clando sus argentados cambiantes al color amarillo
dorado del aji mirasol; la apetitosa causa de papa
ainarilla entre cuyos adornos sobresalían las frescas
y verdes hojas de lechuga, las tajadas de huevo du.
lo y los enormes y rojos camarones; los grandes va.
sos de transparente cristal que contenían las diver
sas clases de chicha: la de mani, la de garbanzos, la
de pan , la morada, y sobre todo la de jora, que es la
chicha por excelencia, el licor nacional , el néctar
- 141 –
Lastenia Larriva de Llona

que libaban en sus fiestas los antiguos peruanos, y


que aún hoy no desdeñan saborear los modernos.
Teodoro recorrió rápidamente la plaza , como
buscando algo, y por fin se detuvo delante de uno
de los puestos más concurridos. En él hacia los ho
nores a los comensales una garrida moza como de
veinte años, de turjente seno y amplias caderas, de
color de canela y negras guedejas ensortijadas, entre
las cuales lucia un clavel encarnado; de labios grue.
sos, rojos e incitantes, y ojos revolucionarios, como
diría mi amigo Ricardo Palma.
Atendía sin dar punto de reposo ni a los dichos
ojos ni a los labios, ni a las manos, a los numerosos
compradores; y ya descolgaba una gallina de aquí ,
ya bajaba un chorizo de allá, ya arreglaba un plato
9

de mixtura, sirviendo en él un poquito de cada cosa,


sin olvidar el a litamento de la cancha o maiz tos
tado; ya servía un vaso de chicha a éste o una co.
pita de pisco a aquél, arrimando tal cual vez suis la
bios a la vasija antes de ofrecerla al agraciado para
hacer más apetitosa la bebida . A todos sonreía , a
todos lanzaba miradas incendiarias, con todos ha
blaba, de todos se dejaba requebrar; pero llegado el
momento de cobrar lo consumido, no perdonaba un
centavo de la cuenta , que por cierto tenia el arte de
hacer subir fabulosamente .
Al pie de la mesa, sentada en una banqueta, y
ocupada en confeccionar la fruta de sartén , friendo
los dorados buñuelos que despedían un olor carac
terístico e inconfundible, se hallaba una mulata
como de cuarenta años de edadi , metida en carnes y
frescachona aún, que era la dueño del puesto y mat.
dre de la gentil vendedora. Cerca de ella, casi acos
-142
Cuentos

tado en el suelo y con todas las repugnantes marcas


del vicio impresas en el rostro , estaba un mozo de
unos veintitantos años , uno de esos tipos de raza
indefinible, tan frecuentes en estos países, el cual
se puso de pie vivamente no bien vió a parecer a
Teodoro .

-¿Ya estás aquí? Temí que te hubieras arre .


pentido de venir; - le dijo con una sonrisa que te.
nía tanto de ciuica , cuanto de insolente y provoca
tiva .

- Yo no me arrepiento nunca de lo que una


vez decido, -contestó Teodoro fieramente .
-

A partáronse in tanto de la gente, y conversa


ron en voz baja por unos cortos minutos. La moza
entretanto –cuyo semblante se había iluminado de
orgullosa satisfacción al aproximarse nuestro joven ,
a quien sin embargo apenas saludó con afectado
desdén, - redoblaba sus atenciones y coqueterías
con el círculo de admiradores que la rodeaba , y se
guía teniendo en agitación constante a los parleros
ojos, a los labios encendidos que a cada instante se
abrían , mostrando los blanquisimos dientes, para dar
paso a una sonora carcajada, y al cuerpo todo , que
se cimbraba con voluptuosos movimientos de sirena
o sierpe tentadora .
Teodoro, aunque hablando con Manuel , no apar:
taba de ella sus miradas; la extraña fascinación que
esa mala mujer ejercía sobre él era en esa noche
más poderosa que nunca; pero al mismo tiempo sen .
tía una angustia indefinible. Parecíale como que una
losa enorme y pesadísima le oprimiera el corazón im
piiliéndole respirar. Todo lo veía y lo oía confusa .
mente menos dos cosas : a ella , que se destacaba enér
- 143
Lastenia Larriva de Llona

gicamente entre la multitud de figuras del cuadro


que tenía ante la vista; y una voz que parecia venir
de misteriosas regiones; pero que se alzaba a la vez
dulce y vibrante entre el conjunto de ruidos desa
pacibles, repitiendo a sus oídos aquellas tres pala
bras:
-¡No vayas, Teodoro!
Pero ese diablo tentador en figura de mujer se
había apoderado del espíritu del joven , y éste relu
saba escuchar otra voz que no fuera la de sus malé.
ficas sugestiones.
Se acercó a ella :
- Hasta luego, Rosario, -le dijo recalcando in
tencionalmente sus palabras.
- Hasta luego, -contestó la muchacha, con su
voz clara y argentina y su aire desenfadado; y qui .
tándose de los cabellos el rojo clavel , se lo arrojó
con tal tino, que le dió con él en el rostro.
Teodoro cogió la flor, y después de besarla, se la
guardó en el pecho . En seguida se alejó apresurada
mente con su compañero, en dirección a la carrera
de la Unión , tomando por Mercaderes y Espaderos.
Al llegar al término de esta cuadra se detuvieron .
.

-¿No te parece que entremos en la Merced pa


ra cerciorarnos de que la familia se halla en misa ? –
preguntó Manuel .
- Si .
-

El santo sacrificio había comenzado cuando am


bos hombres penetraron en el templo, que se halla
ba literalmente atestado de gente. Llenaban todos
los ámbitos los ecos de una música alegre, hasta ser
profana, ejecutada por una buena orquesta , que re.
-144
Cuentos

emplazaba esa noche a los solemnes acordes del órga.


no . Teodoro sabía el lugar que de costumbre ocupa
ba la familia de don Pablo y hacia ese lado se diri.
gió sin vacilar, abriéndose paso por entre la apiñada
multitud.
En la nave derecha, precisamente frente al al
tar en que se había armado el Nacimiento, estaban
la esposa y la hija de don Pablo, rodeadas de nume.
rosa servidumbre femenina .
Teodoro experimentó un repentino desfalleci.
miento al contemplar el purísimo y delicado perfil
de la joven , a la que no había visto hacia lar
gos meses , y sintió latir violentamente su pecho
al notar la dulce y melancólica expresión de sus her
mosos ojos azules, al borde de cuyas oscuras pesta
ñas parecía temblar una lágrima. Ella, absorta en
sus pensamientos, sin desprender la mirada del san
to misterio del Pesebre , no sólo no notó su presen
cia , sino que parecia no prestar atención a nada de
lo que pasaba en derredor suyo : ni a la augusta ce
remonia que se celebraba en el altar mayor, ni a la
regocijada música que sonaba en el Coro, ni a la
otra originalísima que formaban los callejeros ins
trumentos de que estaban provistos los chicos y que
imitaban el canto del gallo, el balido de los carneros,
el mugido de las vacas y hasta el ladrido de los pe
rros y el maullido de los gatos .
Teodoro siguió la mirada de la niña como obli
gado por impulso misterioso , y sus ojos se detuvie
ron en la imagen del Divino Pequeñuelo que descan
saba sobre dorada y mullida paja.
¿ Era una ilusión de sus sentidos, o el Jesús que
tenía delante era el mismo Jesús que le había le
-145 - 19
Lastenia Larriva de Llona

gado su madre, el Niño que él acababa de dejar en.


cerrado en su humilde cuartucho, desnudo y alum
brado sólo por cuatro miserables velas y que ahora
se le aparecía resplandeciente de galas, rodeado de
fiores, de luces y de ángeles, recibiendo el fervoroso
culto de inmensa muchedumbre ? Si , era el mismo,
debía de ser el mismo, porque ninguna otra imagen
podía sonreírle con la sonrisa, ni mirarle con la mi
rada de aquella .
- El no ha venido, le dijo Manuel al oido; pero
no importa: quiere decir que está sólo. Vamos, que
no hay tiempo que perder.
Teodoro no contestó una sílaba ni se movió . Se
guía mirando alternativamente a la joven уy al Niño
Jesús, y parecía no tener ojos ni oídos para todo lo
demás .
– Vamos cobarde, repitió Manuel , cogiéndole
fuertemente por el brazo y forzándolo a ponerse en
marcha.
Teodoro se vió obligado a separar la vista de
esa muda escena que tan irresistiblemente atraía
sus miradas; pero'no bien había dado el primer paso
para alejarse de allí, cuando sintió estremecerse su
sér todo, cual si hubiera chocado con una pila vol.
taica. Era que dominando todas las voces, todos los
m'urmullos, desde las vibrantes notas de los instru
mentos, hasta el leve frou - frou de los vestidos de
seda de las damas, se había alzado en el espacio una
voz de él sólo conocida, y seguramente para el sólo
perceptible, que una vez más,durante el curso de esa
noche, le gritaba:
- ¡No vayas, Teodoro !
-

- 146 ---
Cuentos

Pero Manuel le llevaba casi a rastras, y él sin


poder resistirle, caminaba con paso de sonámbulo,
y sin sentir el suelo sobre el cual se deslizaban sus
pies.
IV

Don Pablo vivía a unos cincuenta pasos de la


Iglesia de la Merced, en la calle de Lezcano. La vis.
ta de la casa pareció sacar a Teodoro de la especie
de anonadamiento en que se hallaba e infundirle
nuevos alientos. Conocíala él muy bien y penetró en
ella sin titubear, atravesando corredores y salones
hasta llegar al aposento que servía de escritorio al
viejo comerciante y que se comunicaba por un lado
con las habitaciones de la familia, y por el otro con
los grandes almacenes que se abrían a la calle.
Los pocos sirvientes que no habían ido aa la igle
sia, se hallaban sin duda en el interior de la casa
ocupados en preparar la cena para cuando regresa
ran las señoras de misa. Así lo hacía presumir el
ruido de la plata y de los cristales que distintamen
te se percibía hasta allí .
Don Pablo, de espaldas a la puerta por donde
penetraron los mal intencionados mozos, ocupaba
una mecedora , y se hallaba profundamente dormido .
Esparcidos alrededor suyo, en la mesa, sobre las si .
llas y por la alfombra , se veían numerosos periódi
cos y revistas extrangeras dando claro indicio de
que el sueño lo había sorprendido leyendo .
Teodoro, que parecía haber tomado la iniciativa
desde que llegaron a la casa, se puso un dedo en los
labios, y avanzó cautelosamente con dirección a
-147 -
Lastenia Larriva de Llona

cierto mueble que ocupaba uno de los ángulos de la


sala, muy satisfecho al notar que el espeso tapiz
amortiguaba por completo el ruido de sus zapatos.
Manuel, entre tanto, se había colocado detrás
del sillón que ocupaba don Pablo, pronto sin duda a
ahogar en la garganta del inerme anciano el primer
grito que la sorpresa o la indignación hiciera subir
a sus labios .
Teodoro tiró suavemente hacia sí , uno de los ca
2

jones del mueble, y sacó de él una pequeña caja de


hierro cuyo secreto para abrirla conocía. Oprimió
suavemente un resorte y la tapa se levantó, dejan
do ver en su fondo gran cantidad de alhajas. Avanzó
la trémula mano , e iba a hundirla en el codiciado te
soro cuando sintió, presa de pavor indefinible, sobre
sus dedos fríos y sudorosos, la presión de otra mano ,
mórbida y pequeñísiina, pero extraordinariamente
enérgica, a cuyo contacto experimentó como un cho
que eléctrico.
Retiró la suya con brusco y rápido movimiento
y la tapa de la caja cayó violentamente sobre el ex
tremo de esos pequeños dedos que habían detenido
los suyos, y oyó Teodoro con pasino y horror indes
criptibles un gemido de dolor que se escapaba como
de labios infantiles.
El joven cayó por tierra, pensando que el uni.
verso entero iba a desplomarse sobre él y sin fuer
zas para exhalar un grito. Pero si no podía moverse
ni gritar, ni aun ver lo que pasaba al rededor suyo,
en cambio percibía todos los sonidos con extraordi
naria claridad . Así oyó las voces y las pisadas de
gentes que se aproximaban , exclamaciones confusas
- 148
Cuentos

en que pronunciaban su nombre ......... Luego se


detuvieron los pasos y distintamente, articula las
por una voz que le pareció muy conocida , oyó las si
guientes frases:
-Aquí es .........allí está ..... ¡ Teodoro !....
¡ Teodoro !....
Teodoro hizo un supremo esfuerzo sobre sí mis.
mo, y dominando su angustia, abrió los ojos.
Se hallaba en su cuarto, en su pobre y triste
cuarto de una casa de vecindad del Rastro de San
Francisco, acostado vestido sobre su miserable ca
ma, con una botella medio vacía en el suelo, al al
cance de su mano derecha .
Frente al lecho estaba la mesita cubierta con
su colcha, sobre la que reposaba el Niño Jesús con
su profunda mirada y con su dulce sonrisa, entre
las velas casi por completo extinguidas, y cu
ya luz aparecía más rojiza y amortiguada entre los
stsplendorosos rayos del sol que, penetrando por la
ventanilla del techo, bañaba toda la habitación con
los ardientes fulgores del pleno estío.
Pero el asombro de Teodoro rayó en estupor
cuando atraída su atención por el murmullo de las
voces miró hacia la puerta entreabierta, y percibió
en el umbral las figuras de don Pablo y de Celia y
oyó exclamar a ésta con su suave voz :
- Dispense Ud . Teodoro, que le hayamos des
pertado tan bruscamente; pero papá se empeñó en
que habíamos de venir a darle las pascuas a estas
horas.

- Mucho que sí, interrumpió don Pablo. Mire


Ud .: yo no soy tan malo aunque a veces lo parezca ,
porque tengo un maldito genio. En este día deben
-119
Lastenia Larriva de Llona

olvidarse todos los rencores ..... No he estado con


tento desde el instante en que le despedí a Ud. de
mi casa ; y anoche tuve una pesadilla que ....
vamos! que esta mañana apenas abrí los ojos me di
je : - no quiero que ese muchacho se pierda por mi
culpa; voy a ofrecerle hoy de nuevo mi protección :
así santificaré las pascuas. Y llamé a ésta, que por
cierto no se hizo de rogar, para que me acompañara
a buscarle. ¿ Quiere Ud. que volvainos a ser amigos?
Teodoro se había puesto de pie, desde el pri
mer instante y con la cabeza baja, sumerjido en un
mar de confusiones y de dudas no acertaba a balbu.
cear una palabra .
¿ Era al presente juguete de un hermoso sueño,
o lo había sido antes de una horrible pesadilla?
A creer esto último se decidió, y con los brazos
abiertos se precipitó hacia don Pablo, que en los su
yos le recibió; pero se helaron en sus labios las fra.
ses de agradecimiento que a ellos subían , al escu:
char a Celia que se habia acercado a la mesa y exa
minando al Niño Jesús, exclamaba con volubilidad
encantadora :
-¡Hola! ¿También es Ud. devoto del Niño Je
sús como yo , Teodoro? ¡Le ha puesto Ud . luces y
flores! ¡ Y qué linda imagen tiene Ud ! Yo me en :
cargo de vestirla; acabo de hacerle su novena en la
...... ¡bastante que le he pedido por
Merced y ......
cierto ingrato! Pero ..... ¡ Dios mio! qué lástima que se
le hayan roto las puntas de los deditos de la mano
derecha ! .....
Sol en invierno
>
1
13
1
1

Arrellanada en su ancho sillón, escuchaba Mariana...

Sentadas la una al lado de la otra , los dos vie.


jecitas conversaban en voz baja . Sin duda recor
daban , añorándolos, tiempos de su juventud . Síem.
pre que se juntaban era lo mismo. Los ancianos
viven de recuerdos, como los jóvenes de esperanzas .
Habían sido amigas íntimas, hasta un poco pa.
rientas, y como el pasado lo habían vivido en co.
mún, en común lo evocaban ahora que estaban vie.
jas, complaciéndose en ofrecerse mútuamente los
cuadros de su felicidad retrospectiva como para con :
vencerse de que felicidad y juventud habían realmen .
te existido para ellas.
Al verlas, no más, se comprendía que habían
sido dos temperamentos completamente distintos.
La una toda nervios, toda fuego ; linfática y repo
sada la otra; quizás por esos mismos rasgos anta
gónicos, que parece debían separarlas, fueron tan
amigas.
- 153 - 20
Lastenia Larriva de Llona

Mariana, morena , viva , ardiente, se había casa


do después de haber tenido muchos amores; la otra,
Rosalba, blanca, rubia y apacible , se había quedado
soltera, a pesar de haber sido también muy hermo
sa. Nunca se interrumpió su amistad y ahora ya
ancianas, parecía haberse estrechado más el afec.
tuoso lazo que las unía.
¿De qué hablaban con tanto interés siempre que
se hallaban juntas? Ya lo hemos dicho: añoraban
su pasarlo. Casi siempre interrogaba la una y res .
pondía la otra. Siempre en sus reciprocas relacio .
nes, había correspondido el papel activo a Mariana
y el pasivo a Rosalba.
Aquel día cumplía aquella sus setenta años y
estaba rodeada de su numerosa descendencia que
la festejaba cariñosamente. Su amiga que no tenía
prole , se había acostumbrado a considerar como su
ya la de su compañera, y como todos los años en
tal fecha, había acudido presurosa a ese hogar, que
era casi el suyo .
Arrellanada en el ancho sillón del que ya casi no
podia levantarse, escuchaba Mariana con expresión
beatifica en su dulce y aún bello semblante, la alga.
rabía que hijos y nietos formaban á su alrededor.
No pudiendo ya tomar parte activa en el com
plicado proceso de la vida en que se alían poderosa
mente los intereses de la nación , la dicha y la pros.
peridad de esta y la de la familia, se resignaba a juz
gar, acomodando su criterio, antes recto y certero, a

las opiniones de los demás.


Después de todo, los que discutían , eran hijos su
yos y no sólo carne de su carne, sino espíritu formado
de su espíritu y podía hacerse la ilusión de que era
su misma personalidad multiplicada, su yo dividido
- 154
Cuentos

en fracciones, pero cada una de las cuales podía


considerarse como un nuevo todo, las que discutian
entre sí . Era su propia conciencia, la que represen
taba a la vez el pro y el contra.
Los mayores,-estos eran sus hijos, -hablaban de
política, tocando todos los problemas candentes de
actualidad , internos y externos. Entre sus nietos,
los jóvenes hablaban de sus amores y de sus estu
dios; y los pequeños de sus estudios y de sus jue.
jos .
En el segundo de los grupos, se destacaba la fi
gura de la mayor de sus nietas, rozagante mucha
cha de veinte abriles que ese día, precisamente, ha
hía otorgado su corazón a un apuesto oficial de ar
tillería .
El alma de la abuelita se había sentido rejuve .
necida al escuchar las confidencias de la niña. Al
go así como lin soplo de primavera había venido a
perfumar el invierno de su existencia.
Por la ventana entreabierta , penetraba la brisa
trayendo los perfumados efluvios del jardin . Era el
mismo perfume de los tiempos pretéritos aunque los
jazmines, la madre selva y los alhelies, no eran aque
llos que arrancaba a diario de las plantas. Ahora eran
las nietas de aquellas plantas las que le ofrecían sus
flores, como eran sus nietos los que al presente ale .
graban sus horas con el aroma de su juventud.
Sin ella evocarlas, habían pasado por delante de
sus ojos, que se cerraron para verlas mejor, las som
bras de sus enamorados, y creía escuchar de nuevo
sus voces apasionadas, cuyo eco se había extingui.
do , sin embargo, hacía tantos años. Entre ellas vibra
ba una inconfundible . Era la del hombre a quien ha
bía amado más ardientemente. No había sido él , el
- 155
Lastenia Larriva de Llona

de más noble carácter, entre sus pretendientes, ni el


de más elevada posición social , ni el de más talento,
ni el más rico, ni siquiera el más buenmozo, ni tam
poco el que la había amado más; pero, ya lo hemos di
cho : era el que había sabido hacerse amar por ella. Y
por la magia del recuerdo volvía a sentir en sus ma
nos, que en aquellos tiempos eran mórbidas y flexi.
bles y ahora estaban rígidas y descarnadas, el dulce
calor, la suave presión de las manos de él , única ca
ricia que le permitiera;; y volvía a halagar sus senti..
dos el perfume que él acostumbraba visar, bañando
todo su sér esa onda de amorosa voluptuosidad .....
Sus padres no habían aprobado esa elección y
ella lloró desesperadamente; luchó con todas las
fuerzas que le daba el amor, pero al fin tuvo que ce
der a la paterna voluntad y rompió con él , que fue
>

como romper su corazón , sin que pudiera impedir


que en cada uno de sus pedazos quedase grabada la
imagen del bien amado .
Pasó el tiempo que sabe curar estos males de
amor; la imagen aquella se esfumó, se hizo borrosa
y otra imagen la reemplazó. La joven se casó a gus.
to de sus padres y en premio a su condescendencia
fué feliz, si no con la felicidad que ella soñó un día,
con la tranquila dicha de un hogar sin violentas
pasiones .
A la pena de romper con su enamorado se ha.
bía unido otra pena de amor propio. La pena de ver
que no sufrió él tanto como ella lo esperaba . Y en
el transcurso de los años , al recuerdo de ese amor iba
siempre unido el de la decepción por la indiferencia
con que su antiguo novio acogiera la noticia de su
matrimonio con otro.
- 156 -
-
Cuontos

Ahora pensaba en que su nieta se parecía mu


cho a ella, al mismo tiempo que en su prometido
encontraba analogias de carácter con el hombre a
quien nunca olvidó y la asaltaba el vivo deseo de
que no tuviera la niña que sufrir todo lo que ella
sufrió .
Sin dejar de conversar con Rosalba, prestaba
atención al diálogo que animadamente sostenían los
prometidos y que por las aisladas frases que llega
ban a sus oídos la afirmaban en la convicción de
que sabía ella amar más apasionadamente que él .
Exactamente como me pasó a mí -se decía - los hom
bres no saben amai; y no pensaba en que así , con
toda su vehemenciit, había sido ella quien faltó a los
juramentos que hiciera al pobre postergado.
-Pues, sí; preferiría que fueras celoso, muy ce
loso -dijo la muchacha, alzando la voz y con acento
algo alterado. La carencia absoluta de celos, pare.
ce acusar indiferencia .
Algo le respondió en voz baja su novio.
-¡Jesús! – replicó ella con aire cada vez más
enojado, – eso es tener horchata en las venas, en
lugar de sangre. Si creo que te conformarías sin
protestar siquiera, con que yo me casara con otro.....
Y dos lágrinas de despecho brotaron de los ojos de
la bella prometida y rodaron por sus mejillas . - Yo
no comprendo eso, -continuó- ni me conformo con
tal frialdad. ¿Y eso crees tú que es amor ? Yo pre
feriría que me maldijeras, hasta que me mataras al
saberme infiel , a que me otorgaras ese perdón mise
ricordioso que a ti te parece la suprema ofrenda del
cariño y a mí la suprema expresión del desprecio!
-¿Como yo, como yo! - dijo Mariana en voz
baja a su amiga . Siente como yo, ama como yo.
- 157
Lastenia Larriva de Llona
1
¿Sabes tú, que nunca he perdonado a Juan su con
formidad cuando le dejé para casarme con Eurique?
Por eso te he preguntado repetidas veces, y vuelvo a
preguntarte ahora, si él no se quejó nunca de mi
traición .......
-¿Quejarse? Nó . Pero quizás no lo hacía conmigo,
porque sabía cuán grande era nuestro mutuo cariño.
Mas a tí te consta que jamás, después que rompiste
con él , pensó Juan en casarse y esto lo he atribuído
yo siempre a que no pudo olvidar su primer amor .
Por los ojos de su interlocutora, pasó como un
relámpago de alegría.
-¿Sabes? -le dijo la otra, al advertirlo ,- & que
eres una perfecta egoísta, hasta llegar a la cruel.
dad ? Te alegras al imaginar que él pasó su vida
pensando en ti, que le habias traicionado. ¡ Ah , Ma
riana, Mariana !
.- Es un egoísmo muy humano.
-- Muy tuyo y Juan te conocía; eso sí : te cono .
cía perfectamente.
-¿Por qué lo dices?
- Porque ahora recuerdo lo que me dijo la última
-

vez que hablé con él y que creo no te lo he contado.


- ¿ Qué es ello? Di , di squé te dijo?
- Habías estado tú gravemente enferma y él
lo supo .-¿Qué ha tenido Mariana ? me preguntó -
Una enfermedad al corazón bastante seria , le dije.
-¿Al corazón ? -agregó irónicamente- ¿ Acaso
Mariana tiene corazón ? ....
-¿Eso te dijo ? ¿Eso te dijo ? Repítemelo Rosal.
ba, repítemelo ;-exclamó la abuela casi levantándose
del sillón , y con tal expresión de felicidad en el
semblante que desconcertó a su amiga.- Esas pala
-158
Cuentos

bras indican despecho; el despecho que su orgullo


hacia ocultar; pero que en ese instante subió a sus la
bios . ¡Pobre Juan ! Luego, sí sufrió cuando me casé.
¡Si supieras tú, Rosalba, qué dichosa soy al pensar
lo! ....
Y el rostro de la anciana apareció de repente
como transfigurado por una emoción intensa y dulce.
– Yo no podía morirme sin haber tenido este con.
suelo, - terminó, mientras Rosalba la miraba estupe.
facta. - Tú no sabes el bien que me has hecho repi.
tiéndome sus palabras ....
Y una inefable sonrisa iluminó su semblante,
que pareció recuperar por un momento las ideales
gracias de la juventud; tal como un rayo de sol al
reflejarse en las nevadas cumbres de los Andes, las
engalana con irisados resplandores.....
:
:

Cuento que es historia

21
sentada sobre las rodillas de su abuelo...

-¿Que si hay milagros ahora, me preguntas?


Sí , sí que los hay .... sí que pasan cosas sobrenatu .
rales al presente, como antaño; a fines de este siglo
diez y nueve, como en los comienzos del primero,
cuando andaban por el mundo predicando a las mul .
titudes la doctrina del Crucificado, los doce hom .
- 163–
1

Lastenia Larriva de Llona

bres escogidos, que de los divinos labios de Aquel


recibieron la misión de difundirla por todos los ám .
bitos de la tierra. Sí que hay milagros ahora, ami.
ga mia; y yo que te hablo, he tenido la dicha de pre
senciar algunos.... ¿No es cierto que me conoces
lo bastante para no dudar de mi veracidad, ni creer
me, tampoco, una alucinada ?
¡Oh ! si ! si conocía yo á fondo a la persona que
acababa de dirigirme esas palabras; y sabía estimar,
en lo que ellas valian, las raras prendas de su espí .
ritu , entre las que precisamente sobresalían una
sinceridad a toda prueba y una sensatez poco co
mún
Gabriela, – que este es el nombre de la amiga
que os presento ,-había sido mi condiscípula más
querida, unos doce ó catorce años antes de la épo.
ca en que tuvo lugar el diálogo que os refiero. Las
vicisitudes de la existencia nos separaron luego
por todo ese largo espacio de tiempo; mas siempre
habíamos guardado ambas en el fondo del corazón ,
con efusivo y sincero cariño, el recuerdo de la que
fué predilecta compañera de estudios y de juegos; y
cuando, ya esposas y madres las dos, volvió a jun
tarnos la suerte en el camino de la vida, nos abraza
mos con grande y verdadero gozo .
Fue en Chorrillos, en el mes de Enero de un
año ya distante. Nuestros ranchos (*) se hallaban con
tiguos; y aunque el hermoso balneario, -entonces
en su brillante apogeo – estaba muy concurri.

( * )-- Sabido es que así llamamos los limeños, las casas de


los balnearios; muchas de ellas verdaderos palacios.
-164 -
Cuentos

do en ese verano, y abundaban los paseos y las di.


versiones; nosotras, que por salud y no por lujo ni
por moda habíamos ido a él , huíamos de las fiestas de
cierta e pecie y, satisfechas con los goces que nos
ofrecíit el hogar y la amistad que nos profesábamos,
rara vez aceptábamos invitaciones . Gabriela por
su parte, tenía un justo motivo para no aceptarlas,
pues guardaba aún riguroso duelo por su padre,
muerto pocos meses antes.
Pasábamos siempre juntas las horas vesperti
nas, ya en casa de una, ya en la de la otra ; y recor
dando los dichosos tiempos de nuestra niñez y ado.
lescencia, forjando alegres proyectos sobre nuestros
hijos, o tocando yo el piano ó cantando Gabriela ,
deslizábanse dulcemente los instantes hasta las
ocho, hora en que indefectiblemente regresaban de
Lima nuestros respectivos esposos.
Aquella noche estábamos en casa de Gabriela .
Ocupaba yo una hamaca en el ancho corredor, y
mi amiga, sentada frente á mi en una mecedora, te.
nía en sus brazos al menor de sus riños, al que aún
amamantaba, precioso y rollizo angelote de diez me.
ses, que, al suave calor del regazo maternal, y con
el acompasado movimiento del sillón , acababa de
quedarse dormido.
En la sala, á pocos pasos de nosotras, jugaban
las dos niñas mayores de Gabriela, con dos de mis
hijos, poco más o menos de su edad, bajo la vigilan.
cia de las criadas; y su garrula charla, sus risas go
zosas que semejaban gorjeos de pájaros, servían co.
mo de acompañamiento á nuestra conversación . Era
una especie de ritornelo alegre, puesto por extra
ña fantasia de artista , a una canción grave y me
-165 -
Lastenia Larriva de Llona

lancólica; pues aunque tanto Gabriela como yo éra.


mos felices, nuestras pláticas, que, como lo he dicho
ya, tenían frecuentemente por tema el porvenir de
aquellos pequeños y adorados seres, por muy risue.
ñas que fueran al comenzar, concluían siempre me
lancólicamente. ¿Cuándo no se entristece el alma
al pretender sondear el futuro, que entre sus miste
rios sabemos que guarda tantos males por tan pocos
bienes?
La luna llena que avanzaba lentamente hacia
el zenit, estaba hermosísima aquella noche, y para
mejor gozar de ella, no habíamos querido que se en
cendiera el gas en la galería que ocupábamos. Yo
veía el rostro de Gabriela, rostro de una bella mujer
de veinticinco años, bañada por la plateada y poéti .
ca luz del astro de la noche, luz que se reflejaba
también á intervalos iguales, siguiendo el vaiven de
la mecedora, sobre su busto, sus brazos y el cuerpo
del niño dormido .
No sé por qué llegamos de repente á hablar de
milagros; ni recuerdo tampoco qué frase de duda
mia motivó la respuesta de ella que dejo trascrita
al comienzo de este relato
A la verdad , yo no deseaba otra cosa que oír la
narración de algún suceso portentoso del género mís.
tico. El estado de mi espíritu , la gratitud de que
sentia llena mi alma hacia la Providencia por mi
felicidad; la noche, serena y azul como para con :
fiar en la Misericordia Divina, y para aceptar las
apariciones de celestiales mensajeros, todo me pre
disponía á ello .
-¿Tú has tenido la dicha de presenciar mila.
- 166 -
Cuentos

gros ? - la dije; pues cuéntame alguno, y ten por se


guro que me comunicarás tu fe.
Gabriela echó hacia atrás su linda cabeza ru
bia, cuyas líneas aparecían verdaderamente idea
les, y se reconcentró en sí misma por un momento .
Memorias de dulce tristeza evocó, sin duda, su pen
samiento, á juzgar por la expresión de sus miradas.
Su semblante parecía iluminado á un mismo tiem:
po por dos resplandores: el que irradiaba su alma,
que asomaba por sus ojos, y el resplandor sideral
que, desde lo alto del firmamento , y penetrando por
el enrejado de la casa, descendía sobre ella . La ma
dre y el hijo formaban en ese instante un grupo ad.
mirable que no se habría desdeñado de copiar Ra
fael para una de sus sacras Familias. Solamente
que, en lugar de los vivos colores que presta el céle .
bre pintor á los vestidos de sus Madonnas, estaba
cubierta Gabriela de negros crespones, que aumen :
taban el encanto de su hermosura , de rasgos finos y
severos .

- Tú no conociste á mi hija Adriana, - comen


zó Gabriela . - Era un verdadero prodigio de belleza
y de talento. Era , además, el primer fruto de nues .
tro amor, y su padre y yo adorábamos en ella . Pe
lo más que Alfonso y que yo juntos, la amaba mi
padre. Hay quien dice que a los nietos se quiere
más que á los hijos : no creo que esto sea exacto por
regla general; pero si sé que lo fué en mi padre.
Desde que aquella criatura nació, ocupó por com.
pleto el corazón de su abuelo. El no podía vivir sin
tenerla constantemente a su lado . El vió su prime.
ra sonrisa y él oyó su primera palabra. Nadie como
él gozó con sus gracias; nadie como él sufrió con sus
dolencias.

-167 –
Lastenia Larriva de Llona

La niña, por su parte, con ese admirable ins:


tinto de la infancia , parecía comprenderlo in
menso de aquel cariño, y procuraba corresponderlo
colmando de caricias y de inocentes agazajos al po
bre viejo .
Tres años y medio llegó á vivir en este mundo,
y cuando ahora evoco su recuerdo, me parece verla
sentada sobre las rodillas de su abuelo, pendiente
de sus labios , con los ojos fijos en los suyos, escu:
chando atentamente un cuento , que con sólo oírlo
una vez quedaba grabado en su memoria, o señalando
con su dedito , mientras leía en voz alta, las páginas
de los Cuentos Pintados, cuyos versos le enseñaba
él a pronunciar correctamente.
Gabriela hizo una pausa, que llenó con un beso
al niño que tenía sobre su seno, como si con ese
ósculo se nubiera querido consolar de no poder es
tamparlo en la frente de la niña, que había huído
para siempre de su lado .
Luego continuó así :
– Una mañana amaneció con fiebre mi hija .
La enfermedad no presentaba ningún síntoma alar
mante ; sin embargo se llamó al médico. Este la
halló ya casi en su estado normal; se rió de nues.
tros aprensiones, recetó algo insignificante, y por
exceso de precaución , recomendó que pasara el día
en cama.
Con el fin de hacerle más llevaderas esas horas
de forzosa inacción , me constitui yo en el lecho con
la pequeña engreída. Parecióme notar que mi
Adriana estaba triste; pero lo atribuí al disgusto de
estar en cama, y no hice caso de ello. Viendo que
desdeñaba todos los juguetes, traté de que durmiera
-168
Cuentos

para engañar el tiempo, y lo conseguí. Yo también


me quedé dormida a su lado .
No sé cuanto tiempo duraría ese sueño de am :
bas; sólo recuerdo que de improviso desperté asus
tada al oir a mi hija que decia con claro y vibrante
acento :
-¡Mamá, yo quiero irme al cielo!
-¿Al cielo, vida mía ? ¿Y por qué quieres irte al
Cielo?
-¡Porque allá voy a ser angelito !
-- Pero para eso es menester que nos dejes – le
-

contesté, presa de terrible emoción – y tú no puedes


querer abandonarnos...... ¿ Qué sería de tu papá y de
tu abuelito si te fueras y nos dejases? ¿Qué sería
de mi , alma de mi alma ?
Se quedó un momento pensativa al escuchar
mis palabras, y luego respondió con voz menos se
gura :
- Es que.... se irán todos conmigo: tú , mi pá
pá, mi abuelito ....
- En ese caso sí, mi angel adorado; pero no de
otro modo .
Pasó su bracito al rededor de mi cuello y vol
vió a quedarse dormida, tranquila aparentemente;
pero murmurando aún algunas frases confusas, de
entre las cuales sólo pude comprender las palabras:
«miabuelito .....repetidas por algún rato .
La impresión que me produjo este diálogo fué
tal, que no tuve ánimo para referir a nadie en la ca
sa el incidente, pues por una especie de supersticio
so temor, pareciame que si lo comunicaba a alguien
se realizaría la desgracia que me amenazaba .
Aquella misma noche le volvió a la niña la fie .
- 169 22
Lastenia Larriva de Llona

bre, y esta vez con mayor fuerza ; y siguió con ella


al otro día, y al otro y al otro ....
Para abreviar: al cabo de siete, declaró el
facultativo, lo que mi padre no cesaba de decir desde
el primer momento, y que yo me empeñaba en no
creer : que la criatura estaba de suma gravedad .
Ocho médicos de los más afamados se reunie
ron desde entonces diariamente para asistir a la ni.
ña; pero todos los esfuerzos de la ciencia fueron va
nos, pues día a día hacía progresos el terrible mal.
Hubo lo de siempre: divergencia de opiniones:
que si era fiebre tifoidea , que si los pulmones esta
ban afectados .... Debo decir, sin embargo, que se
siguió un tratamiento conveniente en ambos casos .
¡Qué via - crucis recorrimos en esos aciagos días!
Por grados iba aumentando nuestro martirio . Pri
mero las horribles pócimas, luego los sinapismos,
después los cáusticos ....
Todo lo soportó con una paciencia angelical , y
si alguna vez se negaba a aceptar un nuevo tormen .
to, bastaba que su abuelo le dijera: - « Hazlo por mín
para que consintiera al instante, con dulce sonrisa .
Tremendo era el dolor que nos agobiaba a Al
fonso y a mí, y no necesito ponderártelo a tí que tie
nes hijos, para que lo comprendas; pero debo confe
sarte que ese dolor, con ser tan grande, no alcanzaba
a la vehemencia del de mi padre . Este rayaba en la
locura.
-¡Tenía que suceder, tenía que suceder! -repe 2

tía sin cesar, hablando consigo mismo.- Era dema


siada felicidad para mi ! Pero yo no sobreviviré a mi
Adriana .... jah! eso sí ; ¡no la sobreviviré!.
Nosotros teníamos que olvidar nuestra propia
- 170
Cuentos

pena para tratar de consolarlo a él ; pero no lográba


mos nuestro intento .
El décimo octavo día de su enfermedad se ha
bían reunido, según costumbre, a las doce, los médi
cos que la asistian, y creyeron encontrar una leve
mejoría en el estado general de la enfermita.
El médico de cabecera , antiguo amigo nuestro ,
casi hermario mío, y que por esta razón asistía con
doble interés a mi hija, se quedó en la casa después
de la consulta .
Sería las tres de la tarde, y yo, un tanto conso
iada por la opinión de los facultativos, me habia re
costado en un sofá en el ángulo de la habitación,
opuesto a aquel que ocupaba el lecho de mi hija ; y,
rendida por las continuadas noches en vela y por
la fatiga moral, me quedé un momento amodo
rrada .
Como algunos días antes, me despertó repenti
namente la voz de mi Adriana, que, no ya expresan
do un deseo, sino con entera convicción y acento re.
suelto exclamaba :
-¡Yo me voy al Cielo ! ¡Yo me voy al Cielo !
-¿Qué dices ? -grité, poniéndome en pie de un
salto, y acercándome rápidamente a ella.
-¡Yo me voy al Cielo ! ¡ Yo me voy al Cielo !
repitió en el mismo tono .
¿ Era eso , acaso , un delirio ? Pero ¿por qué deli.
raba con su ida al Cielo esa inocente que no sabia
que iba a morir ?
Mi marido y las demás personas de la familia
que estaban en la habitación , rodeaban ya el lecho.
La niña fijó en su padre una mirada extraordi
nariamente lúcida en ese instante, se incorporó en
- 171
Lastenia Larriva de Llona

la cama , y, con ademán suplicante , le dijo en tono


de mimoso ruego :
-¡Déjame ir, papá! ¿Me dejarás ? ¿ Verdad que
me dejarás? ¡ Déjame irme, papacito !
Todos los espectadores de esta escena, - entre
los que no sé si por fortuna o por desgracia no se
hallaba mi padre, - estaban mudos; pero por todos
los rostros corrían lágrimas abundantes y presu
rosas .

Alfonso y yo caímos de rodillas.


-Sí , hijita; sí , angel de Dios; sí te dejamos ir ,
exclamamos entre sollozos- ¡Vete , vete al Cielo si te
llaman los otros ángeles, tus hermanos!
Una leve sonrisa se dibujó en los descoloridos
labios de mi Adriana, y, cerrando los ojos, recosto
de nuevo su cabecita en la almohada, quedando otra
vez sumida en una especie de letargo .
A proximose en esos momentos al lecho, el mé
dico, que a nuestra llamada acudió asustado .
- ¡Rafael, Rafael, - le dije – mi hija se muere!
>

¡ Ni tú , ni nadie en el mundo, puede impedir que se


cumpla lo que Dios ha decretado!
Y todos a una, le contamos la desgarradora es
cena .
Ví palidecer su rostro al escuchar nuestra rela
ción y quedó sin poder articular palabra .
Las últimas que Gabriela pronunciaba puedo de .
cir que las adivinaba yo ; pues embargada por la
emoción que despertaban en su alma aquellos re .
cuerdos, apenas podía hablar; y confieso que yo me
sentía tan afectada como ella.
-Y .... ¿ cuándo murió ? - le pregunté.
-

- Aquella misma tarde ....


-

-172
Cuentos

Supuse que la relación de mi amiga concluía


alli , y no le pregunté más. Permanecimos un rato en
silencio .
De pronto se oyó a lo lejos el silbido de una lo
comotora .
-¡Alli viene mi papacito !
-¡El tren ! ¡ El tren ! -gritaron a la vez varias
voces infantiles; y nuestros niños, abandonaron sus
juegos para correr a la puerta de calle a esperar a
sus respectivos papás.
- Lo que has oído no es más que la mitad de
mi historia, me dijo Gabriela .
-¿Aún hay más ?
-Lo que te he referido es solamente el prólo
go. Es una cosa extraordinaria , con vendrás en ello ;
pero sin provecho para nadie, y tú sabes que los mi
lagros los hace el Señor en favor de alguien . Así lo
fué este ; pero no puedo concluir esta noche mi rela
ción, porque me siento muy conmovida. Además,
Alfonso va a entrar, y si echa de ver mi emoción se
enojarí, pensando que le puede ser funesta a este
chiquitin . Mañana terminaré mi relato.
Gabriela llamó a una criada, le entregó el niño
dormido y díjole que diera orden de hacer servir la
comida .
Ambas nos pusimos de pie en seguida para re .
cibir a nuestros esposos .

II

Ya podéis imaginaros si fuí puntual a la cita:


Hice apresurar la comida de los niños, y a las seis
en punto de la tarde les quitaba sus delantalcitos y
-173 -
Lastenia Larriva de Llona

arreglaba sus cabellos, quizás por vigésima vez en el


transcurso del día, para pasar al rancho de Gabriela .
Pero ésta tenía, sin duda , tanta in paciencia por
volar a mi lado, como sentía yo por ir al suyo, pues
al traspasar con mis hijos el umbral de mi ca
sa, nos encontramos con mi amiga que acompañada
de los suyos, venia a buscarme.
Pocos momentos después, y mientras los niños,
felices como lo somos todos en esa época de la vida
con tener compañeros de nuestra edad para nues.
tros juegos, corrían haciendo ruido con bocas, ma
nos y pies, hasta el interior de la casa, Gabriela, to
mando asiento al lado mío en una hamaca, reanudó
así su interrumpida relación:
-¿Cómo pintarte el dolor de mi padre a la
muerte de esa criatura en quien había cifrado toda
la dicha de los cortos años que le quedaban de exis
tencia? El la miraba como el oásis que hacia el fin
de la penosa y ya larga jornada de su vida , se le pre
sentaba para resarcirle de todas sus fatigas y dolo
res. Y el inmenso amor que le profesaba era no sólo
el amor paternal, noble y abnegado como ninguno,
sino ese cariño algo egoista, y por esto mismo más
intenso, de los viejos que aman , sobre toilo, lo que
para ellos es fuente inagotable de goces. ¡ Goces puri
simos, en este caso ; sublimes y misteriosos goces
que tenían su origen en la simpatia mutua, en un
algo más espontáneo e independiente que la natu
ral atracción de la sangre y en la compenetración de
dos almas que se encontraban bajo los dinteles de
esa Eternidad, de donde la una acababa de salir y a
donde la otra debía regresar en breve, siguiendo ésta
los pasos de aquélla , para no extraviarse en el ca
-174
Cuentos

mino que su dilatada y trabajosa peregrinación por


la tierra podría haberle hecho olvidar! ¡Las almas
de un anciano y de una niña, que, obedeciendo a la
misma ley que en apariencia las desvía una de otra,
son las que en realidad se hallan más unidas !....
La de mi padre quedó sumida en lóbregas ti
nieblas al desaparecer Adriana de este mundo . Ese
pequeño ataud blanco , en cuyo fondo de seda azul
acolchaila , vió dormida con el sueño de que no se des
pierta , a esa adorable criatura que fué el encanto y
la alegría de sus horas, se llevó consigo , al bajar
al seno de la tierra , todas las ilusiones, todas las es
perinzas que brotan en el corazón del ser humano
cuando se halla en el ocaso de la vida, y que , como
las flores y los frutos que dan ciertas plantas antes
de morir, suelen ser las más hermosas! ¡Postreros
fulgores de la existencia del hombre, que, como los
de una lámpara , son los más vivos e intensos!
Menester es que te diga , al llegar aqui, que mi
padre, hombre dotado de grandes virtudes sociales
y domésticas, no era sin embargo, vi con mucho, un
católico creyente .
Gabriela calló por un momento , tomando su
semblante esa expresión indecisa de quien aborda
un tema difícil . Las frases parecian palpitar en sus
labios, pero ella hacia esfuerzos por detenerlas, te
miendo, sin duda, que no expresasen discretamente
sus pensamientos.
Por fin hizo un gracioso mohín y perdiendo al
go de su seriedad anterior, dijo con un aire tímido y
malicioso, que sentaba perfectamente a su lindo ros
tro, que a pesar de los cuidados maternales conserva
ba aún algo de infantil:
– Ahora sería preciso cambiar los papeles, y
– 175 -
Lastenia Larriva de Llona

que fueras tú la narradora , para que pullieras hacer


una disertación filosófica sobre las causas y los efec.
tos de la manera de pensar de mi padre en materias
religiosas. Yo, -continuó, a cercando su mano derecha
a mis labios , como para atajar en ellos las palabras
que presentía iba yo a pronunciar.- yo; no soy escri
tora como tú ; no protestes; sé muy bien que hago
mi papel en la sociedad bastante lucidamente . La 1
meña posee, tal vez como ninguna otra mujer en el
mundo, esa vivacidad y esa gracia que en las frívo
las conversaciones de nuestros círculos sociales, aun
de los más elevados, sustituyen perfectamente al
talento, como suple en los ciegos el instinto a la vis
ta; y yo no creo carecer por completo de dichas cua
lidades, que en verdad no sé si son positivas o nega
tivas .
Pero, sigo mi relato diciéndote en pocas pala
bras lo que pienso sobre aquel punto.
Nacido mi padre en los albores de este siglo,
que ya toca a su fin ; cuando el ansia de indepen.
dencia política había llegarlo al grado de verdadera
embriaguez para estos pueblos, que por efectos de
natural reacción, después de tres siglos de esclavi
tua , pedían todas las libertades y amenazaban con
tomarse todas las licencias; cuando los ecos de la
tremenda revolución francesa retumbaban aún en
estas lejanas tierras, poniendo espanto en los cora
zones de los unos y exaltando hasta el delirio los ce
rebros de los otros; él , que tenía un carácter vehe
mente y generoso y unida a una alma sencilla , una
inteligencia clara y elevada, se apasionó sincera .
mente de esos ideales, levantados como enseñit para
atraerse la simpatía del universo por aquellos mis
- 176–
Cuentos

mos que tal vez se burlaban de ellos en lo intimo de


sus conciencias, y fué defensor ardiente de todas
aquellas ideas de Libertad , Igualdad y Fraternidad
que llenan las páginas de los libros y periódicos de
aquella época; preciándose también , como el que
más, de rendir culto a la diosa Razón, desde que lle .
gó a la edad en que ella despunta en el hombre.
A pesar de esto y por una anomalía que se ob .
serva frecuentemente, desde que tuve la desgracia
de perder a mi madre, fuí colocada por él en uw Co
legio de Religiosas; aquél en que fuimos condiscí.
pulas.
Resultó de aqui, como puedes suponer, que es
taban en completa contradicción las enseñanzas que
yo recibía en el colegio , con las máximas que oía en
mi casa ; y careciendo por entonces del discernimien
to preciso para decidirme en pro de las unas o de las
otras, y deseando poner de acuerdo esos dos mundos
completamente antagónicos en los cuales pasaban
alternativamente las horas de mi existencia , suce .
día , que con frecuencia refutaba los argumentos de
mi padre con las lecciones que me inculcaban las
buenis Madres, y que replicaba a éstas con las frases
liberales que aprendía en ini casa; no consiguiendo,
por supuesto , otra cosa con mi doble juego, que
excitar la hilarinail de mi padre, o escandalizal,a las
Religiosas, que, a las veces imponían severos casti.
gos , como recordarás, a la pequeña demagoga por
sus avanzadas ideas.
Para abreviar: sali del Colegio á los diez y
seis años, después de haber permanecido por espacio
de diez en sus claustros, y a los pocos meses entré,
por mi matrimonio con Alfonso , a formar parte de
-177 - 23
Lastenia Larriva de Llona

una familia en la que son tradicionales la piedad y


la devoción . Entonces se afirmó por completo mi fé
religiosa . El amor llevó a cabo la obra comenzada
por las Madres del Colegio. Luego jes tan fácil ser
creyente cuando se es dichosa !
Con lo expuesto comprenderás ya, por qué a
la muerte de mi hija Adriana se sintió su abuelo
mil veces más desesperado que mi esposo y que yo .
A nosotros nos consolaba la idea de que ese all
gel había vuelto al Cielo que era su verdadera Pa
tria . Con los ojos de la fe la veiamos gozando de la
infinita ventura de los predestinados y cantando las
alabanzas al Señor de todo lo creado, entre el coro de
los querubes. Más aún : sabíamos que esa alma que
había regresado pura e inmaculada al seno de su
Hacedor, como de El saliera, nos serviría de protec
tora mientras habitáramos en este mundo de mise.
ria y penalidades; y fiados en esa poderosa interse
ción , dirigiamos nuestras plegarias al Altísimo con
mayor fervor y confianza . Por último nosotros
abrigábamos la dulcísima convicción de que un día
cercano - puesto que es cercano todo lo que no es
eterno.- la misma muerte que nos había separado
nos volvería a reunir, y esta vez para siempre, a
nuestro angel adorado .
Mi padre no tenía ninguno de estos consuelos,
y por lo mismo su dolor no conocía límites.
Los día se sucedían a los días, y los meses a
los meses, sin traer la menor atenuación a su pena.
Naturalmente, el sufrimiento moral debía ocasionar
al fin el trastorno físico; y con efecto, su salud fué
decayendo visiblemente .
Vivía entregado por completo al recuerdo de la
-178
Cuentos

amada muertecita. El sueño huyó para siempre de


siis ojos cansados de llorar, y pasaba las horas lar
guisimas evocando la imagen de la niña, conversan
do con su sombra , y haciéndole protestas de no ol
vidarla mientras le qurase la existencia .
El dia en que se cumplió un año del fatal suce
so , nos dirigió a Alfonso y a mí una carta que era
de principio a fin una suprema queja contra el Des
tino . Esa carta acabó de convencernos de lo incura
ble de su mal y esperábamos temerosos las fatales
consecuencias, que por cierto no se hicieron esperar.
Cuando urgido, obligado casi por nosotros, se
hizo reconocer por los médicos, una cruel enferme
dad , la tuberculosis pulmonar, tenía ya minada con
siderablemente su naturaleza. Mi corazón de hija
debia prepararse a sufrir tanto, como había sufrido
meses antes mi corazón de madre. Pero lo más an
gustioso para mi en esta nueva vía -crucis, era la des
consoladora convicción que abrigaba de que mi padre
no abjuraría , ni en el supremo trance de la muerte,
de sus ideas de libre pensador.
A medida que progresaba al mal se hacía ma
yor mi aflixión .
¡ Con cuánto fervor oraba noche y dia al Dios de
las Misericordias y a su Madre Santísima para que
escuchara mis súplicas y tocara el corazón de ese
sér tan amado! Pero el Cielo parecía scrdo a mis
oraciones, indiferente a mis lágrimas!
Un día en que sin duda leyó él en mi semblan
te, más claramente que de ordinario, la tristeza y el
abatimiento que llenaban mi alma, me preguntó:
-¿Por qué te afliges así? ¿ Porque ves mi muerte
-179 -
Lastenia Larriva de Llona

próxima ? ¡ Pero sí yo no siento abandonar una exis


tencia que no puede ofrecerme ningún encanto en
adelante. Bien sabes que este mundo me es odioso
desde que Adriana lo dejó....
– Pero es que no se trata tan sólo de dejar este
mundo, - me aventure a decirle, - sino de ir a otro
-

en donde puedes encontrarla a ella . Si Dios se la lle


vó a su lado ....
-¡Dios no se mezcla en las cosas de acá abajo !
me interrumpió violentamente con acento entrecor
tado por un acceso de tos .- ¿ Crees que si Dios dispu .
siera esas cosas habría podido quitarle it este pobre
viejo la más grande y la más pura felicidad que ha
tenido?...... ¡ O no se mezcla El en las cosas dela tie.
rra o no es infinitamente bueno !
La frase concluyó con un sollozo, y el anciano
escondió el rostro entre el pañuelo que sostenían
sus blancas y descarnadas manos, para ocultar su
emoción .
No me sentí con fuerzas en ese momento para
discutir con él y enmudecí, coumovida también por
mi parte, hasta lo más intimo de mi alma.
En el día siguiente a aquel en que tuvo lugar
esta escena, se me ocurrió una idea . Pensé que lo que
yo no podía lograr, lo lograría seguramente un sa
cerdote que tuviera el doble prestigio de la virtud y
del talento, y simultáneamente se me vino aa la me.
moria el nombre de Monseñor R .... que, como sal
bes es una de las más altas eminencias de nuestro
clero, por sus dotes morales e intelectuales y a las
que en numerosas ocasiones había yo oído rendir
justicia a mi padre, a pesar de su poca simpatia por
los sacerdotes en general . Decidí pues, dirigirme a
-180
Cuentos

él convencida de que si lograba persuadirlo a que


hablase con mi amado enfermo, podía dar por logra
dos mis propósitos.
Creo no haberte dicho que, por mandato de los
facultativos, habitábamos entonces, - despues de
haber estado en diversos puntos de lit sierra cuyo
clima es preconizado para las enfermedades del pul
món – en el pueblo de la Magdalena. Como una vez
tomaa mi resolución, comprendi que no había tiem .
po que perder, parti esa misma tarde para Lima, con
la intención de regresitl à lil mañana siguiente
acompañada de Monseñor R ... si él accedía a mis
súplicas.
Durante el camino que el ferrocarril salvaba en
pocos minutos, iba yo ensayando en mi mente el
ciscurso que habia de dirigir a Monseñor R ...
Llegada a la estación , tomé un carruaje de pla .
za y ili al cochero las señas el domicilio del sacer
dote a quien me urgía ver .
El corazón me latia tan fuertemente , al atrave.
S :ll el patio de la casa , que todo ruido exterior había
desaparecido para mí, y sólo escuchaba las palpita
ciones de mi pecho.
Agité la campanilla y pocos momentos después
apareció un criado.
- Deseo ver a Monseñor R ...
- Monseñor R. ... se encuentra ilusente de esta
ciudail desde hace algunos días – me alijo , inclinán
dose respetuosamente , - y no se hallará de regreso
hasta pasallos tres o cuatro meses .
Durante varias horas había yo acariciado la idea
de que Monseñor R .... hablara y convenciera a mi pa
- 181
Lastenia Larriva de Llona

dre y la misma fuerza de mi deseo, había hecho pa


ra mi exaltada imaginación una realidad de lo que
sólo debía ser una esperanza . La decepción que sen
tí fue , pues, terrible. Tuve que apoyarme en la sir
viente que me acompañaba para no caer por tierra .
Luego sali de allí con piso vacilante.
¿Qué hacer ? ¿ Regresarme inmediatamente a la
Magdalena ? ¿ Esperar el día siguiente y buscar otro
sacerdote ? Despues de todo, pensé, Monseñor R ...
aunque el más apropósito para llevar a cabo mi plan ,
no sólo por sus méritos intrinsicos, sino por la sim
patía y veneración que inspiraba a mi padre, no era
el único capaz de tal misión . Decidi pasar la noche
en mi casa de Lima y meditar lo que debía hacer
después de dar a mi cuerpo las horas de reposo de
que urgentemente necesitaba.
Había oscurecido por completo cuando sali de
casa de Monseñor R .... y el coche que nos había
llevado allí , había sido despedido inadvertidamente
por mi criada .
La noche estaba fría y lluviosa como que nos
hallábamos a fines de Julio; es decir, en pleno in
vierno . Delante de mí se extendía una largil serie
de cuadras perfectamente rectas; y en toda la exten
sión de ellas, dos líneas paralelas de faroles de gas,
cuyas luces, en parte porque la tenue garúa empaña
ba los cristales que los cubrian , en parte porque yo
las veía con los ojos cansados por el insomnio y
por las lágrimas, me mostraba una llama rojiza, os.
cilante y que parecía tomar extrañas formas cuan
do se detenían en ellas mis miradas.
Yo caminaba , caminaba, dejando que el viento
y la lluvia azotasen mi rostro, pues esa fría impre
-182 -
Cuentos

sión me era agradable; y me parecía como que ella


calmaba la exitación de mi cerebro.
Asi avancé, partiendo de la calle de El Quema
do, en que está situada, la casa de Monseñor R ...
por la de Mariquitus, Mogollón, Jesus Maria y Man
tequería de Boza, doblé por la de Pando para cruzar
en seguida de nuevo por la Encarnación y tomar la
calle del Sauce, en donde se halla la casa que hasta
el presente habito .
Al pasar por la calle de la Encarnación , vi
abierta la Iglesia que le da nombre, y, por irresisti
ble impulso penetré en ella.
No sé si a ti te inspirar, como a mi, mayor de
voción y recogimiento , las Iglesias de los conventos
de monjas. Aunque invisibles para el público , las
religiosas dejan sentir su presencia en las cosas
más pequeñas y triviales; y esos templos no muy
grandes, por lo general, son verdaderos y preciosos
relicarios.
A la hora en que yo entré en ella, se hallaba la
Iglesia casi desierta, y poco mesos que a oscuras.
Me arrodillé, y , cubriéndome el rostro con la
manta para reconcentrarme mejor, oré por largo rato.
Cuando levanté la cabeza, ví que el altar ante
el cual estaba arrodillada , era el consagrado a nues
tra Señora de Lourdes.
Debo confesarte que, aunque me preciaba de
muy devota de la Virgen , poca fé me inspiraban aún
por entonces los prodigios que se atribuían a la mi
lagrosa imagen a parecida el año 58 en un rincón de
los Pirineos, a Bernardita Soubirous. Pero por esta
misma razón , y, como una pena que me imponía por
mi incredulidad, quise depositar toda mi confianza
en ella .

- 183
Lastenia Larriva de Llona

Alcé, pues, los ojos hacia la hermosa imagen que


simboliza la Inmaculada Concepción , y la expuse mi
cuita con fervorosas lágrimas.
Las monjas, entregadas a sus distribuciones de
la noche, rompieron en un dulce cántico a la Madre
de Dios y a sus voces claras y apacibles entre las que
descollaban algunas de argentino timbre, se mez
claron mis sollozos; y el himno de gratitud de esos
corazones serenos y la plegaria del mio angustiado
subieron unidos hasta el trono de la excelsa Señora .
Al llegar a este punto de su narración, Gabrie
la se incorporó, y tomando entre sus manos, frias
por la emoción , una de las mías, la estrechó con fuer
za, mientras fijaba intensamente en mis ojos, la mi
rada límpida y azul de los hermosos suyos, como pa
ra grabar mejor en mi mente lo que iba a añadir.
- Ahora vas a oír los incidentes extraños de es
ta historia - me dijo - Préstame toda tu atención: y
sobre todo, no dudes de mi absoluta veracidad .
Llegada a casa me dormi profundamente y so
ñé; soñé que me veia a mí misma, orando como po .
cos momentos antes lo había hecho en realidad , en
el rincón de una Iglesia oscura y sola.
Era mi propia figural, envuelta en un vestido ne
gro, y cubierto el semblante con unit manta; y sin
embargo yo me miraba como puede uno mirar a otra
persona . Esa mujer, que era yo, sollozaba , y su
cuerpo se estremecía a impulso de los sollozos . De
repente, esa figura que me representaba , y a la que
había estado yo viendo frente a mí, fué bajando, ba
jando, hasta quedarse en segundo término, mientras
que arriba, muy arriba, en un espacio muy grande y
oscurísimo, vi aparecer otras dos figuras de l'asgos
- 184–
Cuentos

imprecisos; que caminaban por entre esa lobreguez,


sin vacilar, como caminan los astros ; pero sin que
los resplandores que de sí irradiaban, disiparan las
tinieblas de que marchaban rodeadas. Esus dos figu
Tas, eran mi padre y mi hija.
Ella lo conducía a él. Y seguían, seguían desli
zándose por los infinitos y negros espacios; pero
aunque avanzaban sin cesar, no desaparecían jamás
de mi vista. Ella estaba como vestida de luz, de una
luz azulada, sideral; y bella, con una belleza sobre.
natural y l'adiante. Era mi hija, sí , yo lo sabía , lo
sentia , pero mi hija transfigurada .
¿Cuánto tiempo duró mi sueño? Tal vez unos
pocos minutos, tal vez la noche entera ; lo que sé es
que a mí me pareció larguísimo; y tanto me asom .
braba de la inmovilidad de la mujer vestida de ne
gro que oraba , que era yo, como de la rapidez con
que hendían los espacios las otras dos figuras res .
plandecientes que eran mi padre y Adriana ......
La criada a quien había yo encargado que me
despertase temprano, me dijo después que había ne.
cesitado llamarme muchas veces para lograr hacerse
oir .

Al despertar senti un bienestar muy grande, y


una confianza ilimitada en la Virgen .
Me vesti a presuradamente para regresar a la
Magdalena en el primer tren , renunciando a hacer
yo nada por mi parte en el asunto que tan preocu
pada me tenía hacia largos meses y convencida de
que todo lo haría la omnipotente Señora en quien
había puesto toda mi confianza . , , .
La mañana estaba deliciosa, después de la llu
via de la noche anterior; y como suelen serlo, aun
- 185 – 24
Lastenia Larriva de Llona

en la estación del invierno, en este clima verdadera


mente paradisiaco.
Al entrar en el wagón tuve una agradable sor:
presa .
Encontré instalado en él, a un padrecito agusti
no, de nacionalidad italiana, antiguo amigo nues
tro, y a quien hacia largo tiempo que no veíamos.
-¿Adónde bueno, mi padre,? – le pregunté, sa
ludándole cordialmente .
- A la casa de Ud . – me contestó – Anoche supe
de un modo casual , por un amigo de ustedes y mío,
que el padre de Ud . se encontraba muy grave, y deci
dí hacerle hoy una visita. El tiempo me ha favoreci.
do, -continuó con su marcado acento italiano, fro
tandose las manos alegremente , manos cuidadas y
bellas como las de un prelado del siglo XVIII . – A
mí me encantan estas mañanitas de Lima .
No descollaba el Padre Gerardi ni por sus vir
tudes, ni por su ciencia, ni por nada . Era, apesar del
sagrado ministerio que ejercía , lo que llama el mun .
do un infeliz, un pobre de espiritu ; pero era muy ri
sueño; no se enojaba jamás por nada ni con nadie; y
estas pequeñas cualidades, que a las veces atraen
más simpatías que las grandes virtudes, le captaban
el afecto de todos .
En los tiempos en que frecuentaba nuestra ca
sa, solía tener con mi padre ruidosas disputas teoló
gicas- no me atrevo a llamarlas discusiones , - en
las que el último cantaba siempre victoria, y por lo
mismo, se había acostumbrado a mirar a su conten
dor con cierto desdén . El se contentaba con decirle,
cuando le faltaba la fuerza de argumentación:
-¡Calle Ud., calle Ud. que conmigo se ha de
-186
Cuentos

confesar. – Lo cual, según el humor de que estaba


-

mi padre, provocaba su risa o su enojo .


Conociendo pues, como conocía yo al padre Ge.
rardi y las relaciones que entre él y mi caro enfer
mo mediaban , no se me ocurrió ni aún darle cuenta
de mis tribulaciones . Sin embargo, sentí una especie
de satisfacción y de consuelo de que fuese a casa .
Al llegar al pueblo , encontramos a mi marido
que venía il buscarme a la estación .
-¡Gracias a Dios que has venido temprano! –
me dijo – tu papà ha preguntado repetidas veces por
ti , esta mañana .
-¿Ha tenido alguna novedad ?
- Por el contrario, ha pasado una noche muy
tranquila .
A presuré el paso, y pocos momentos después
entré al aposento de mi padre.
Se hallaba éste, como de costumbre, sentado en
un ancho sillón y recostado sobre almohadas. En su
rostro pálido y enflaquecido, brillaban con extraor:
dinaria vida sus ojos, agrandados notablemente por
la enfermedad y cercados por grandes ojeras. Su fino
y sedoso cabello, que llevaba siempre un poco largo,
y que en los últimos meses había encanecido casi
por completo, se escapaba del gorro que le abrigaba
la cabeza, y caía en revueltos bucles sobre las al
mohadas.
Apenas me vió, tendió hacia mí sus manos trans
parentes a fuerza de delgadas; y dirigiéndome una
mirada expresiva sobre toda ponderación , mirada
que no olvidaré mientras viva, me dijo:
- Ven , ven , acércate: te aguardaba impaciente.
Vas a ponerte muy contenta: quiero confesarme.
Arrojé un grito de júbilo, y cayendo de rodillas
-187 -
Lastenia Larriva de Llona

delante de él, cogí sus manos y las cubri de besos y


de lágrimas .
El prosigió con voz temblorosa y ligeramente
cortada por la fatiga :
He visto a Adriana anoche, y me llamaba,
me llamaba con sus manecitas. Pero no la he visto
como me la presentan de continuo mis recuerdos;
tal como era cuando estaba en este mundo, sino
que la he visto en la figura de un ángel....Volaba,
volaba por el espacio y estaba transfigurada y llena
de luz ..... te repito que me llamaba .... aún creo
estarla viendo .... Parecia vestida con resplandores
de estrellas!....
¡ Era la misma visión que yo había tenido! ¡Sí ,។

si, yo también había visto a mi hija como un ángel ,


transfigurada y vestida con la luz de las estre
llas! .....
Y yo había visto más : yo había visto que se lle .
vaba consigo a las regiones de la eterna dicha, en
donde ella moraba, al anciano que tanto la había
amado en la tierra .
Ahora lo comprendía todo: ella se había ido al
cielo para poder mostrarle a él , el camino de la eter
2

na patria.
- No hay tiempo que perder, prosiguió mi pa
dre. Envíame a buscar un sacerdote ahora mismo.
-No habrá que ir muy lejos, papacito, si te con
formarás con el padre Gerardi . Ha venido a verte.
-¿El buen padre Gerardi? Sí que me conformo
-

hija mía. El más humilde conviene mejor al más so ,


berbio .
Me levanté apresuradamente para llamar al pa
dre Gerardi; pero ya Alfonso se nabía adelantado ; y
-188
Cuentos

a través de la mampara entreabierta , asomaba la ro


Salla y risueña faz del buen padrecito y oimos su voz
gozosa que decía :
- Si yo se lo tenia pronosticado a Uil . Si así te
nía que suceder. ¡ Yo he ganado! ¡ Yo he ganado !....

-¿Por qué estás llorando, mamá? ¿Por que está


llorando Gabriela ? murmuró de pronto a mi oído
con la graciosa media lengua de sus tres años esca
sos, mi María , mi hijita menor, mientras un poco de.
trás de ella , asomaban sus caritas, en las que se leía
esa especie de sobrecogimiento , de respetuosa emo
ción , que produce en los niños el ver llorar a los
grandes, – las hijas de Gabriela y el niño mayorcito
mio .
?
+
+
Lo irreparable
I

Arrojose ella sobre el cuerpo inanimado de su hijo....


Muchos años hace de lo que voy a referir, co
mo que cuando acaeció me hallaba yo aún en la
flor de mi edad.
Encontrábame con mis padres en uno de los
balnearios cercanos a Lima y , como suele suceder,
en las cortas y alegres temporadas que pasan las fa
milias en esos lugares, nos reuníamos todas las no
ches, ya en una , ya en otra casa del pueblo lindo y
risueño, un gran número de las muchachas que allí
habíamos ido a olvidar por unos cuantos meses las
enojosas exigencias de la capital y a tomar baños,
no sólo de mar, sino también de aire y de sol .
Juntándose un numeroso grupo de muchachas,
claro está que no faltaba en dichas reuniones otro
igual de muchachos, pues se atraen mutuamente los
dos sexos, como atrae el imán al acero; atracción
que, en mi humilde concepto, es la cosa más natu
- 193 -
25
Lastenia Larriva de Llona

ral, inás lógica y más conveniente, salvo mejor pa


recer de mis lectores, también de ambos sexos.
Las veladas eran deliciosas. Se hacia música ,
se recitaban versos, se jugaba a juegos de prendas,
- muy en boga por esos tiempos , - y se chismea
ba un poco, pero sin acritud, comentando los amo
res de esta y de aquella pareja , criticando la versa
tilidad de Fulano y de Mengano y lamentando las
calabazas que Zutanita y Perenganita habían dado
o recibido.
Entre las personas de respeto que solian presi.
dir esas reuniones, había una viulla, joven aún , pues
no pasaría de los cuarenta años, muy bella todavía ,
y más simpática que bella , a pesar de la expresión
severa y triste que de continuo se veía en su rostro,
o tal vez a causa de esa misma severidad y tristeza .
Doña Magdalena, -este era su nombre, - no
tomaba parte, por lo general, en las conversaciones
cuyo tema, como lo he indicado ya, era siempre el
mismo con ligeras variaciones: el amor 0, por mejor
decir, los amores, puesto que no se hablaba el
amor como sentimiento abstracto, sino concre
tándolo a determinados casos y personas. En una pa
labra , que los diálogos, muy animados siempre, no
eran más que una chismografía sobre el flirteo
(aún no se había españoliza o la palabra inglesa
flirt, pero yo la empleo ahora en la seguridad de que
me entenderán cuantos me lean ), chismografia be
névola, si se me permite la antitesis, pero chismo
grafía al fin .
- Que si Carlos está enamorado perilido de Ma
ria ; que si María a quien quiere es a Luis; que si
Carolina ha desahuciado a Genaro ; que si Margarita
-194
Cuentos

quiere birlarle el novio aa Teresa .... y esto adorna


do con los precisos comentarios más o menos pican
tes .
Una noche se permitió alguien decir, al escu .
char la última observación que dejo apuntada:
– Pero si el novio de Teresa no lo es ya , y no
por cierto por culpa de Margarita .
-¿Pues de quién ?
-¿No saben ustedes lo que pasa ?
- Nó .
-Pues que se ha deshecho el noviazgo, porque
él anda en galanteos con ...
Aqui la que hablaba bajó la voz para pronun
ciar un nombre, que a pesar de esa precaución , oí
mos todos.
- ¿Qué dices ? ¡Una mujer casada !
-¡Jesús, María y José!
-¡Qué desvergüenza !
-¡Qué infamia !
Doña Magilalena interrumpió la labor en que
de continuo ocupaba sus manos, y levantó el sem
blante en el que pudimos notar una profunda emo
ción .
- Tenéis mucha razón en indignaros,-dijo.- Si
es verdad lo que se afirma, esa mujer es una malva
da o está loca. Quiero creer lo segundo.
Y la voz le temblaba de tal modo al expresarse
así, que todos nos miramos sorprendidos de que tan
grande impresión pudiera haberle producido una co
sa a la que, en verdad, no dábamos nosotros muy
grave importancia.
- La señora X es coqueta; pero no es mala , -di
jo uno de los presentes, tratando de atenuar lo di
cho anteriormente.
- 195 -
Lastenia Larriva de Liona

-¿Coqueta? ¡ Pero la coquetería es un crimen


en una mujer casada!
-¿Un crimen ?
-o la mayor de las locuras, repito .
-- Es usted muy severa .
Doña Magdalena bajó la cabeza.
-Tenéis razón ,-balbuceo, -pero una simple co
-

quetería de una mujer casada puede acarrear tan te .


rribles consecuencias ! No sería la mayor la ruptura
de ese proyecto de matrimonio en que la desdeñada
novia, a cambio de unos días de lágrimas, se libra
tal vez de un enlace desgraciado. La más fatal con .
secuencia de un desliz de ese género, es siempre pa.
ra la esposa culpable.... Vosotros sois aún muy jó
venes todos, no tenéis experiencia de la vida.... si
supierais !.... jah! ¡ lo terrible! ¡lo irreparable!
A nuestro pesar, nos sentimos sobrecogidas to
das las muchachas.
- ¿Sabe usted alguna historia de esas? – se atre
vió a preguntar alguien .
Doña Magdalena vaciló un momento antes de
l'esponder, cogió de nuevo su labor, tejió febrilmen
te algunas hileras en ella : luego volvió a dejarla .
Cruzó sus manos pálidas y enflaquecidas sobre sus
rodillas y, alzando hacia nosotros sus negrísimos
ojos que habían adquirido extraordinario brillo, mur :
muró:
-Sí, sé una terrible historia .
Como movidos por un mágico resorte, aproxi .
mamos todos a ella nuestras sillas, y un solo ruego
salió de nuestros labios:
-¡Cuéntela, señora Maglalena!
Ella se recogió un instante en sí misma como
– 196
Cuentos

para coordinar sus recuerdos, y comenzó así:


- Era una mujer muy feliz .... Nó , no era feliz ,
porque no sabía serlo , aunque había recibido del cie .
lo todos los elementos que constituyen la dicha hu
inana : un marido modelo , unos hijos hermosos co
mo unos ángeles; elevada posición social , fortuna,
bellezit ....
Esta última fué su perdición .
Se hablaba tanto de su hermosura , tanto se la
elogiabil, que acabó por creerse, con sólo poseerla,
superior a cuantos seres la rodeaban y a no poder
respirar a gusto sino en el ambiente de lisonjas y
adulaciones que en torno suyo creó el mundo, ga
leoto irresponsable.
Li vanidad es madre de la coquetería . La des
graciada de quien os hablo, comenzó a jugar con
fuego y se quemó, como acontece siempre.
Entre los galanteadores que la asediaban, ha
bía uno, no más merecedor, pero si más atrevido que
los demás. Comenzó a escuchar sus palabras de
amor y acabó por corresponderlas.
¿ Le amaba acaso verdaderamente ? Nó, no le
amaba . Reconocía que su marido valía infinitamen
te más que él ; pero balagaba su amor propio el verle
rendido a sus pies .... y seguía el peligroso juego.
Las exigencias del mal hombre crecían a medi
da que crecía la debilidad de la frágil mujer.
Un dia le escribió él una carta, pidiéndole una
cita. Negósela ella; pero él insistió y al fin la ob
tuvo .....
Doña Magdalena se calló un momento . Luego
prosiguió con voz aún más temblorosa :
– Entre las dichas de esa mujer, he olvidado
enumeraros una . La madre de su marido, que ade .
-197 -
Lastenia Larriva de Llona
más era tía suya, la quería con afecto entrañable y
adoraba a sus nietezuelos . En su casa vivía y con
esa clarividencia de que rara vez carece una madre,
había comprendido el peligro que amenazaba la feli
cidad de su hijo, y trató de conjurarlo, aunque en
vano, con amonestaciones a su nuera, a la vez seve
las y cariñosas.
Había sido esta señora muy hermosa y , aunque
frisaba a la sazón en los cuarenta y cuatro años, con
servábase tan joven y tan fresca que no era un se
creto para nadie el que aún inspiraha, sin ella pre
tenderlo, profundas y ardientes pasiones.
Sentía su hijo por ella un amor que rayaba en
idolatría ; amor que con la misma intensidad era co
rrespondido por aquella abnegada madre, que ha
biendo quedado viuda muy joven , rehusó siempre
contraer segundas nupcias, consagrándose con el al
ma entera a la educación de ese hijo, único fruto de
su fugaz matrimonio.
Así, habían vivido hasta que él se casó, en tal
comunión de ideas y sentimientos, que unida ella al
más entrañable amor, era fuente para ambos de go
ces inefables .
Después del matrimonio de Alberto , -así le lla
maremos ,- tal vez tuvo ella algunos sufrimientos;
pero jamás dejó que los adivinara aquel cuya dicha
era la más grande preocupación de su existencia.
Mas evitemos digresiones.
Llegó la hora fatal atraida por la negra traición
de un amigo y por la pecaminosa ligereza de la mal
aventurada esposa .
Los adúlteros, -porque ya lo eran de pensa
miento,, fueron sorprendidos en aquella cita y cuan
do menos lo esperaban , por el marido ultrajado.
- 198 -
Cuentos

Ella lanzó un grito de espanto y quedó como


clavada en su sitio. Su cobarde cómplice intentó
huir, pero Alberto le sujetó con mano de hierro por
la garganta .
-¡Infames! - gritó, y con la mano que le que.
daba libre requirió ansiosamente el revólver que iba
a vengarle de la horrible afrenta.
-¡La infame soy yo ! -gritó una voz, y una muº
jer, pálida como una muerta , desgreñada y a medio
vestir, se precipitó en el aposento , entre el ofendido
y el ofensor.
– Soy yo la que ha dado cita a este hombre,
continuó ella bajando la voz, como si se espantara de
oir sus propias palabras ,- él ha equivocado la ha
bitación .
-¡Usted, madre ! ....
Las manos vengadoras soltaron a un tiempo el
arma y al criminal, que huyó apresuradamente, y
ambos brazos cayeron a lo largo del cuerpo con aba
timiento profundo.
-¡Nó!- grito después con voz estentórea , - no
puede ser! ¡ Ha mentido usted , maire! ¡ Digame usted,
por Dios, que ha mentido! Pero entonces ...... ¡ Me
vuelvo loco! ¿ No véis que me vuelvo loco, desgra
ciadas ? ¡Hablad, hablad !
- Yo no he mentido jamás, -dijo la madre con
voz filme , -tu mujer es inocente y espero que segui
rá siéndolo toda su vida. La felicidad tuya, la de ella
misma, la de vuestros tiernos hijos, dependen de su
inmaculada conducta . Adiós, hijo mío ,-prosiguió con
acento que perdía ya su entereza, -no me volverás a
ver porque no me siento con fuerzas para arrostrar
-199
Lastenia Larriva de Llona

tus miradas en adelante; pero al despedirme de tí


para siempre, no me niegues un abrazo.
Se acercó a su hijo, que inmóvil y anonadado
la dejó hacer, y lo estrechó convulsivamente entre
sus brazos, cubriendo de besos su cabeza.
Luego salió lentamente de la habitación sin di .
rigir una mirada a la otra mujer, que agobiada por
tan rara abnegación , más aún que por su pecado,
yacía apelotonada en un ángulo del sofá sin osar le
vantar los ojos del suelo .
No volvieron a verse madre e hijo . Este sen .
tíase herido por golpe mortal desde aquella noche
aciaga. Había perdido la fe en su madre , que era
casi como haberla perdido en su Dios. La pena, la
vergüenza, minaban rápidamente su existencia .
Ella veía a sus nietos sólo a hurtadillas. Vivía
casi constantemente en la iglesia y esto confirmaba
a su hijo en lo que creía la horrible verdad , pues
atribuía ese ' aumento de devoción a remordimien
tos .
Abrigaba él en su corazón un odio invencible
hacia aquél a quien consideraba autor de sus sufri .
mientos, y este odio no tardó en da! sus amargos
frutos .
Tuvieron ambos hombres un encuentro y con
un fútil pretexto sobrevino un duelo.
El inocente cayó mortalmente herido.
Lleváronle agonizante a su casa y en el deli
rio de sus últimos momentos repetía :
-¡Qué dolor! ¡Qué dolor! ¡Saber culpable a mi
madre ! ¡ Pero me he vengado, me he vengado !....
Su mujer lloraba ardientes lágrimas al pie del
lecho, pero no tuvo fuerzas para confesarle la ver
- 200
Cuentos

dad . ¿Ni cómo hacerlo? Al curarlo de una herida,


le habría inferido otra más terrible aún .
Cuando la abnegada madre llegó, ya el hijo
adorado había exhalado el último suspiro.
¡ Y había expirado creyéndola tal vez culpable
de su muerte !
Arrojóse ella sobre el cuerpo inanimado y lar
go rato permaneció con su abrasado rostro unido
al gélido rostro de su hijo, murmurando quizás en
sus oídos ardientes protestas de inocencia que ya
ellos no podían escuchar!
Seguramente pesole entonces el sacrificio que
había hecho, y que ya resultaba estéril, puesto que
con él no había logrado asegurar la felicidad del
hijo amado de su alma!
Este arrepentimiento se leyó claramente en la
mirada de compasivo desprecio con que abrumó a
su nuera al alejarse de la fúnebre mansión .
¡Y esa mirada sigue viéndola la culpable, co
mo sigue escuchando el desconsolado grito de su
marido en la agonía; y grito y mirada la acompaña
rán hasta el postrer instante de su vida!
Murió ya su suegra, murieron también sus hi
jitos, -sin duda porque no era ella digna de ser ma
dre , -y la infeliz sigue viviendo sola en el mundo, so.
la con su inplacable conciencia que a cada paso le
repite :-¿Por qué delinquiste? ¿Por qué callaste tu
falta ? ¿Por qué no la confesaste a tu marido, si
quiera en la hora suprema de su agonía? ¿Por qué
le dejaste morir con la horrible amargura de aquella
falsa idea?
¡ Ah! ¡Lo irreparable! ¿ Podrá haber algo más
· terriblemente doloroso que no alcanzar a deshacer
- 201 - 26
Lastenia Larriva de Llona

lo que hecho fué, aunque los raudales de nuestro


llanto de arrepentimiento llegaran a formar un ocea
no tan grande y tan amargo como el del univer.
so? ....
Al concluir estas palabras, escondió doña Mag.
dalena el rostro entre sus manos .
Su relato nos produjo penosísima impresión.
Algunos de los jóvenes aventuraron maliciosas son.
risas que se borraron apenas esbozadas.
Las muchachas todas nos miramos sobrecogi
das y temerosas, explicándonos entonces perfecta.
mente, el por qué de la severidad y tristeza que
siempre habíamos advertido en el semblante de do .
ña Magdalena! ....
La vía crucis de Longinos
De pronto vio ante si una mujer hermosísima.......

Las sombras de la noche, de una noche más té


trica y más espantosa que todas las noches que se
habían sucedido en el universo , desde que al Supre
mo Hacedor le plugo separar la luz de las tinie.
blas, envolvían a la ciudad deicida.
Silencio de muerte , silencio fúnebre y pavoroso
reinaba por todos los ámbitos de la desdichada Je
rusalén .
La maldición del Dios Eterno caía sobre ella,
ratificando la maldición del Hombre Dios, crucifica
do inicuamente aquella misma tarde.
A la tempestad había sucedido la calma : pero
una calma de cementerio, más aterradora tal vez
que los cataclismos que la precedieron . Parecía co
mo si la naturaleza entera hubiera enmudecido de
espanto ante el crimen de los hombres.
- 205 -
Lastenia Larriva de Llona

No se escuchaba el murmullo de los bosques


cercanos con el que solían adormirse dulcemente los
habitantes de Jerusalén . Estos se hallaban en sus
lechos, pero imposible les era ,encontrar el descanso
apetecido.
Poseidos los unos de los remordimientos más
atroces que han atormentado jamás la conciencia
bumana; embargados los otros por el dolor más cruel
que haya sido dado sentir a los hijos de Adán, to
dos tiritaban bajo las ropas que los cubrían, y sen
tían castañetear sus dientes, por terror indecible .
De pronto rompióse la densa uniformidad de
las tinieblas.
Una especie de fantasma apareció por una de
las callejuelas que en la calle del Pretorio desembo
caban .
Era una sombra de raros perfiles . Tenía la apa.
riencia humana, pero alargada por un leño que en
forma de cruz, sostenían los hombros trabajosamen
te, y cuyo extremo inferior tocaba el suelo e iba pro
duciendo un sonido seco y extraño sobre las des
iguales piedras que pavimentaban la calle.
Como atraída fatalmente por ese ruído, apareció
otra sombra en una de las ventanas del Pretorio,
que se abrió, dando paso a la claridad que en ese
aposento del Palacio había.
Horrible ademán de pavor diseñaron en la te
chumbre que por la ventana se entreveía , los brazos
del nuevo espectro, que se abrieron en cruz, al ver a
la sombra de abajo ; y una voz que no parecía sa
lir de pecho humano, tan ronca y desfigurada se
hallaba por el terror, rompió el silencio, pregun .
tando :

- 206 -
Cuentos

-¿Quién eres tú? ¿ Eres, acaso, Jesús, que vie.


nes a pedirme cuenta de la inicua sentencia ?
- No soy Jesús, l'espondió la sombra de abajo.
Soy un soldado pretoriano y me llamo Longinos . Di
una lanzada al Mártir que acababa de expirar, y El ,
en pago de mi horrible crimen , devolvió la vista a
mis ojos ciegos, bañándolos con la sangre de su di .
vino costado, herido por mi!....En expiación de mi
pecado, voy recorriendo, con una cruz a cuestas, el
camino que El , inocente, hizo por amor a los peca
dores. Baja Poncio, y hazlo conmigo, para que EI ,
y su Padre que está en los cielos te perdonen !
Desapareció bruscamente la sombra de arriba,
al escuchar estas palabras, cerrándose con estrépito
la ventana, y oyéronse tras ella un gemido y una
blasfemia .
La sombra de abajo suspiró y siguió penosa .
mente su camino.
Cayó y se levantó una vez, cayó y se levantó de
nuevo. Volvió a caer y se volvió a levantar, apo .
yándose, ya desfallecido, en la puerta de una tien
da.
Abrióse esta, y un honibre de alta estatura , de
hosco semblante y expresión despavorida, se encaró
con el penitente.
-¿Qué quieres? le preguntó . ¿ Eres Jesús de Na
-

zareth ? ¿Por qué llamas a mi puerta ? ¿Vienes otra.


vez a pedirme la hospitalidad que esta tarde te ne.
gué, o vienes a maldecirme de nuevo?
- No soy Jesús; soy Longinos, ¿Te ha maldeci.
do a tí Jesús? ¡ Desgraciado ! Toma una cruz y sigue .
P me. Imita mi penitencia . Ciego del cuerpo y del al
ma era yo , y El , el que tú rechazaste duramente,
- 207 -
Lastenia Larriva de Llona

cuando te pidió un asiento para descansar por bre


ves instantes su cuerpo dolorido, me ha sanado de
ambas cegueras.
– Nó, déjame: la sentencia del Nazareno ha de
cumplirse en mi . Yo le dije: -;Anda! cuando me im .
ploró para que le dejara entrar en mi tienda, y El
me contestó: -Tú andarás hasta el fin de los siglos.
Todavía resuena en mis oídos su voz dulcísima co.
mo un canto celestial ; todavía miro su rostro, a nin.
gún rostro humano parecido, con esa expresión de
reproche y de dolor, que ha de seguirme hasta la
consumación de los tiempos!..... Se ha de cumplir
en mí su maldición , te digo. No buscaré una cruz ,
sino un báculo ; el báculo que ha de servirme de sos
tén en mi eterna peregrinación ....
Y Juan Ashaverus, el zapatero sin misericor
dia, cuyo nombre nos ha legado la tradición , vol.
vió a entrar en su tienda, y cerró de golpe puerta .
Longinos suspiró de nuevo y siguió caminando
y cayendo y levantándose.
Penosamente, muy penosamente, llegó al pie
del Calvario, y allí se dejó caer, juzgando ya exhaus
tas sus fuerzas.
De pronto vió ante si a una mujer hermosísi.
ma, cuya belleza se notaba a pesar de la oscuridad,
pues aparecía como envuelta entre un vapor lumi
noso .
Longinos se creyó juguete de un sueño y abrió
cuanto pudo sus asombrados ojos.
- Sigue, Longinos, sigue tu via crucis, le dijo
.

ella con una voz melodiosísima. Cumple tu peniten .


cia, confiado en la Infinita Misericordia, pues no hay
delito que ella no perdone al pecador contrito .
- 208–
Cuentos

Y diciendo así, le dió a beber en el cuenco de


sus purisimas manos unas gotas de agua, que como
celeste l'ocio , restauraron las fuerzas del delincuente
arrepentido.
Desvanecióse la visión luminosa y comenzó
Longinos la ascensión al monte Calvario.
Ya llega a la cima; ya divisa entre la densa os
curidad las tres cruces que atestiguan el más horren
do de los crímenes.
De pronto , por detrás de la más erguida, de la
más alta , de la que está en medio de las otras dos ,
de la que sirvió para que se cumpliera el sacrosanto
misterio de la Redención, surgió un espectro , que
avanzando hasta el , se le puso por delante, dejando
adivinar la horripilante figura de Judas Izcariote.
~ ¿Quién eres ? - le dijo il Longinos- ¿Quién eres
tú , que subes al Calvario con una cruz a cuestas ?
¡Ya murió Jesús ! iya murió mi Maestro! ¡Yo le vendi!
¡Por mi culpa ha muerto! ¡Maldito, maldito sea yo
una y mil veces .....¿ Por qué tomas tú , su figura ? ¿Por
qué te me presentas aqui de esa manera ? ¿ Acaso para
recordármelo ? ¡Si yo no le he olvidado! Si le tengo
constantemente ante mis ojos y dentro de mi con .
ciencia ! Si desde el instante fatal en que recibí las in .
fames monedas, llevo el infierno dentro de mi! :Si dia
y noche ando, y ando, y ando, y siempre vuelvo al
mismo lugar, a este sitio en el que exhaló el Justo,
traicionado por mi, el último suspiro!..... ;Sisiento
de continuo en mis labios impuros el contacto de su
mejilla divina....¿Quién eres tú? ¿ Qué vienes a ha
cer aqui? ¡Dime, quién eres!
- Yo me llamo Longinos, le respondió con su
voz suave y quejumbrosa el peregrino. Soy un sol
- 209 27
Las tenia Larriva de Llona
dado pretoriano. Herí con mi lanza a Ese a quien tú
vendiste; y El , en pago, curó mi doble ceguera. Coge
una cruz y haz penitencia como yo . Toda culpa la
boiran las lágrimas de contricióni. Llora, arrepién
tete, Judas !....
-¡No ! Mi culpa es sin perdón. Poncio Pilato
sentenció a Jesús a muerte, pero El no era su maes
tro ; Juan Ashaverus le arrojó de su tienda , cuan
do extenuado y sangriento se apoyó en el quicio de
ella, pero El no era su Maestro; tú le heriste con fie.
reza cruel, pero tampoco era El tu Maestro ....¡Yo!..
yo era su discípulo y le vendí y recibí treinta mone
das en pago de mi traición ! ¡ Yo era su discípulo y le
di el horrible beso, que fué la señal convenida para
que los esbirros le conocieran , beso que por toda la
Eternidad ha de quemar mis labios! Mi crimen no
tiene perdón, Longinos ! ..... Si, voy a buscar un
leño, pero no para cargarlo implorando la Clemencia
Divina, que no escuchará mis ruegos, sino para col
garine de él librándome asi ile esta maldita existen
cia ! ....
Y tras estas horribles blasfemias, se hundió en
las tinieblas la sombra siniestra del gran Traidor, de
jando oír, al desaparecer, una estridente y satánica
carcajada.

Los primeros rayos del alba alumbraron el cuer


po de Longinos, tendido al pie del grupo de las tres
cruces, y abrazado de la más erguida, de la más alta ,
de la que estaba al medio de las otras dos, de la que
sirvió para que se cumpliera el Sacrosanto Misterio
de la Redención ! ....
INDICE
Página

Dedicatoria ... 5

El cuento del sepulturero .... 9


Una historia como hay muchas 23
El Rey Herodes .. 39
Misterio .. 61
Mañana de Primavera . 73
Fatalidad ... 83
Una fiesta en el cielo .. 93

Inexplicable . 101
Ivis .... 111
El Niño Jesús de Teodoro .. 125
Sol en invierno ... 153
Cuento que es historia .. 163

Lo irreparable ..... 193


La via crucis de Longinos .. 205
1

1
HO

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RLG FRM

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