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El documento narra la historia de un científico que creó una criatura monstruosa y ahora se debate entre cumplir su promesa de crear una compañera para ella o no, debido a los posibles peligros que esto podría acarrear. La criatura lo visita para exigirle que cumpla su promesa. El científico se niega por temor a las consecuencias y la criatura lo amenaza.
El documento narra la historia de un científico que creó una criatura monstruosa y ahora se debate entre cumplir su promesa de crear una compañera para ella o no, debido a los posibles peligros que esto podría acarrear. La criatura lo visita para exigirle que cumpla su promesa. El científico se niega por temor a las consecuencias y la criatura lo amenaza.
El documento narra la historia de un científico que creó una criatura monstruosa y ahora se debate entre cumplir su promesa de crear una compañera para ella o no, debido a los posibles peligros que esto podría acarrear. La criatura lo visita para exigirle que cumpla su promesa. El científico se niega por temor a las consecuencias y la criatura lo amenaza.
Una noche me encontraba sentado en mi laboratorio; el
sol se había puesto, y la luna empezaba a asomar por
entre las olas; no tenía suficiente luz para seguir trabajando y permanecía ocioso, preguntándome si debía dar por terminada la jornada o, por el contrario, hacer un esfuerzo y continuar mi labor y acelerar así su final. Al meditar sobre esto, allí sentado, se me fueron ocurriendo otros pensamientos y me hicieron considerar las posibles consecuencias de mi obra. Tres años antes me encontraba ocupado en lo mismo, y había creado un diabólico ser cuya incomparable maldad me había destrozado el corazón y llenado de amargos remordimientos. Y ahora estaba a punto de crear otro ser, una mujer, cuyas inclinaciones desconocía igualmente; podía incluso ser diez mil veces más diabólica que su pareja y disfrutar con el crimen por el puro placer de asesinar. Él había jurado que abandonaría la vecindad de los hombres, y que se escondería en los desiertos, pero ella no; ella, que con toda probabilidad podría ser un animal capaz de pensar y razonar, quizá se negase a aceptar un acuerdo efectuado antes de su creación. Incluso podría ser que se odiasen; la criatura que ya vivía aborrecía su propia fealdad y ¿no podía ser que la aborreciera aún más cuando se viera reflejado en una versión femenina? Quizá ella también lo despreciara y buscara la hermosura superior del hombre; podría abandonarlo y él volvería a encontrarse solo, más desesperado aún por la nueva provocación de verse desairado por una de su misma especie.
Y aunque abandonaran Europa, y habitaran en los
desiertos del Nuevo Mundo, una de las primeras consecuencias de ese amor que tanto ansiaba el vil ser serían los hijos. Se propagaría entonces por la Tierra una raza de demonios que podrían sumir a la especie humana en el terror y hacer de su misma existencia algo precario. ¿Tenía yo derecho, en aras de mi propio interés, a dotar con esta maldición a las generaciones futuras? Me habían conmovido los sofismas del ser que había creado; sus malévolas amenazas me habían nublado los sentidos. Pero ahora por primera vez veía claramente lo devastadora que podía llegar a ser mi promesa; temblaba al pensar que generaciones futuras me podrían maldecir como el causante de esa plaga, como el ser cuyo egoísmo no había tenido reparos en comprar su propia paz al precio quizá de la existencia de todo el género humano. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y me fallaban las fuerzas cuando, al levantar la vista hacia la ventana, vi el rostro de aquel demonio a la luz de la luna. Una horrenda mueca le fruncía los labios, al ver cómo llevaba a cabo la tarea que él me había impuesto. Sí, me infeliz que la misma luz del día te resulte odiosa. Tú eres había seguido en mis viajes, había atravesado bosques, mi creador, pero yo soy tu dueño: ¡obedece! se había escondido en cavernas o refugiado en los Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo. inmensos brezales deshabitados; y venía ahora a (Fragmento) comprobar mis progresos y a reclamar el cumplimiento de mi promesa. Al mirarlo, vi que su rostro expresaba una increíble malicia y traición. Recordé con una sensación de locura la promesa de crear otro ser como él y entonces, temblando de ira, destrocé la cosa en la que estaba trabajando. Aquel engendro me vio destruir la criatura en cuya futura existencia había fundado sus esperanzas de felicidad, y, con un aullido de diabólica desesperación y venganza, se alejó. Salí de la habitación y, cerrando la puerta, me hice la solemne promesa de no reanudar jamás mi labor. Luego, con paso tembloroso, me fui a mi dormitorio. Estaba solo; no había nadie a mi lado para disipar mi tristeza y aliviarme de la opresión de mis terribles reflexiones. Pasaron varias horas, y yo seguía junto a la ventana, mirando hacia el mar, que se hallaba casi inmóvil, pues los vientos se habían calmado y la naturaleza dormía bajo la vigilancia de la silenciosa luna. Solo unos cuantos barcos pesqueros salpicaban el mar, y de vez en cuando la suave brisa me traía el eco de las voces de los pescadores que se llamaban de una barca a otra. Sentía el silencio, aunque apenas me daba cuenta de su temible profundidad; hasta que de pronto oí el chapoteo de unos remos que se acercaban a la orilla, y alguien desembarcó cerca de mi casa. Pocos minutos después oí crujir la puerta, como si intentaran abrirla silenciosamente. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza; presentí quién sería y estuve a punto de despertar a un pescador que vivía en una barraca cerca de la mía; pero me invadió esa sensación de impotencia que tan a menudo se experimenta en las pesadillas, cuando en vano se intenta huir del inminente peligro y los pies rehúsan moverse. Al poco oí pisadas por el pasillo; se abrió la puerta y apareció el temido engendro. La cerró, y, acercándoseme, me dijo con voz sorda: –Has destruido la obra que empezaste; ¿qué es lo que pretendes? ¿Osas romper tu promesa? He soportado fatigas y miserias; me marché de Suiza contigo; gateé por las orillas del Rin, por sus islas de sauces, por las cimas de sus montañas. He vivido meses en los brezales de Inglaterra y en los desérticos parajes de Escocia. He padecido cansancio, hambre, frío; ¿te atreves a destruir mis esperanzas? –¡Aléjate! Efectivamente, rompo mi promesa; jamás crearé otro ser como tú, semejante en deformidad y vileza. –Esclavo, antes intenté razonar contigo, pero te has mostrado inmerecedor de mi condescendencia. Recuerda mi fuerza; te crees desgraciado, pero puedo hacerte tan