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Maximiliano Gamboa

El carácter destructivo
Un intento de destrucción.
Como bien dice el título, el trabajo trata sobre el carácter destructivo, y este será
relacionado con una suspensión del mundo, lo que implica una destrucción del sentido,
cuyo efecto es la angustia, la cual debe ser sostenida. Y como bien dice el epígrafe, aquí se
presenta un intento de destrucción, pues a continuación, dejaré un escrito propio que se
propone presentar la angustia, lo cual, con humildad y hasta inseguridad, espero se logre.
El napoleón a medias
Mis confesiones:
Si supieras que en la noche salen los espectros, y me mortifican aquí en mi cuarto desde la
calle. Se ríen, se insultan, se golpean, y lo peor, se asustan entre ellos. La noche anterior,
para mi suerte estaba logrando dormirme, cuando, sin aviso, desde la calle suena un rugido
espeluznante, con el origen seco y el eco húmedo, bañando todos los edificios. Era un
rugido demoníaco, de los que te encogen y te arrojan al miedo, esos que solo una mujer en
peligro puede emitir, y lo hizo unas 3 o 4 veces. Se me congeló el cuerpo, y los temblores
me quitaron el sueño que tanto me costó juntar. El resto de la noche me la pasé intentando
resolver qué le habrán hecho a esa pobre mujer: me la imaginé indefensa, asustada,
inocente, hermosa… y yo, mirándola, sintiendo con ella, viéndola padecer con impotencia,
deseándola, asustándola…
Ya son las 6 de la tarde, y la madrugada de ayer se siente como si hubiera sido hace un rato.
Otra vez se va el día, igual que ayer, igual que mañana. Aquí estoy tirado en el piso de mi
cuarto, y como es invierno a esta hora ya está oscureciendo. Por la ventana entra una luz
nublada que en vez de iluminar pareciera que oscurece aún más el ambiente, y la oscuridad
es tan molesta a la vista que más que ocultar las paredes las encandila. Estos días han sido
molestos, pues, aunque son iguales que todos los demás, no he podido pasármelos
imaginando cosas, solo me he visto preocupado y temblando, no sé si de nervios, de
alegría, o vergüenza. Antes, a estas horas, me la pasaba pensando en ti, podría decir que
ahora lo hago ya que te escribo, pero, a decir verdad, no me parece lógico. Tengo que hacer
tantas cosas, siempre las dejo para el final, lo he hecho tantas veces y tantas veces me he
afligido por lo mismo. No sé si te pasa, pero cuando pienso en el futuro, me veo triunfante,
teniéndote y teniendo mucho más, pero luego esa ilusión se va porque para ser triunfante
hay que hacer muchas cosas, entonces me imagino sufriendo por tener que hacerlas a
última hora, y me vuelvo a afligir por cosas que dejé para el final, pues al igual que en la
realidad, en mi ilusión me represento de manera tan fidedigna, que mis errores no pueden
sino aparecer para volver y atormentarme. Es como si en mi escape de la realidad estuviera
la realidad misma.
Hace poco terminé de leer Crimen y Castigo de Dostoyevski. Por más raro que suene, me
identifiqué con la fatiga del protagonista, especialmente con esa que consistía en un
proyecto. Podría decir que yo también he tenido proyectos, no aquí donde estoy ahora, pero
sí en mi antiguo hogar, con mi familia. Hubo un tiempo en que no tenía otra cosa más en la
cabeza que matarlos, sí, matarlos; por las noches las fantasías no me dejaban dormir:
Tomaba un cuchillo e iba uno por uno cortando sus gargantas mientras dormían, no emitían
ninguna queja y sus venas abiertas no burbujeaban sangre, solo morían, y yo los mataba.
Cuando me arrojaba a estas fantasías había una paz que me inundaba de tal forma que para
soportar el día era en lo único que pensaba. Si dijera que hoy no tengo estas fantasías te
estaría mintiendo, y han llegado a un punto tal que han pasado a ser un proyecto. Sin
embargo, tengo un problema con este proyecto, y el problema que tengo es, bueno, el
mismo nombre: proyecto. Para mí la forma ideal de matar sería ir por la calle, ver a la
persona más persona de todas, común, desapercibida, irreemplazable, y por lo mismo,
desechable. Luego, que la cólera se apodere de mi cuerpo y le arranco el alma ahí mismo,
sobre sus pasos, sobre los míos, que todos miren, y me miren. Cuando lo haga me
apuntarán y me convertirán en un monstruo por mi acto y fundarán su vida en el arrebato de
la de otro a manos de la mía, y se creerán justos y grandes.
El problema se acrecienta cuando me doy cuenta que para Raskolnikof su motivación eran
aquellos hombres, que a pesar de cometer actos deleznables como el de tomar la vida, aun
así se les tenía por grandes personajes, y en un artículo escrito por él, Napoleón encarnaría
esta idea. El motivo de mi molestia es que no existen grandes personajes, porque necesitan
de personajes pequeños, quienes los admiran, pero ni los unos ni los otros realmente
existen, solo somos; otra cosa más de las incontables que hay.
¿Te has fijado cómo estando en sociedad parecemos algo elevado? Estableciendo derechos,
hablando de universalidad, pasando de concepto en concepto para funcionar,
diferenciándonos de otras especies, dándoles derechos porque padecen supuestamente igual
a nosotros, y revistiéndolos de nuestra humanidad nos hacemos más humanos. A mí me
parece una estupidez, una vil mentira, como si el pensamiento me diera vida eterna, como si
por escribirte un poema salieras de la página y todas mis fantasías se me subieran encima
afirmando la inmortalidad de mi amor secreto y te elevaras a hacerle el amor al universo.
Nos olvidamos que por más pensamiento y escritura que tengamos solo somos (y perdón si
lo repito: otra cosa más de las incontables que hay). Quizás sea por esto que mi anhelo era
matar a mi familia, si los escucharas balbucear las estupideces que balbucean, son como
una sociedad en miniatura. Se ríen de otras personas, se la viven pendiente de los demás,
juzgan solo porque pueden hacerlo, gritan como si las cosas no funcionaran porque no los
escuchan.
Hay momentos en los que me siento muy cansado, “la vida es así”, “a todos les pasa”, “hay
que seguir adelante”, qué poesía más obvia, qué asqueroso es ese pensamiento, a diferencia
de Raskolnikof yo no quiero ser un Napoleón. Yo no voy a aspirar a nada, ¡que mi cólera
actúe por mi cuando se le antoje!, ¡que mis fantasías me entreguen paz!, ¡que mis deseos de
ti sigan enfermándome!, ¡que los espectros sigan atormentándome!, porque todas esas cosas
no tienen nada, porque todo tiene tanto que en realidad es nada, la inmensidad del vivir
engrandece su insignificancia, y todo aquello que amortigüe el fondo del vacío deberá darse
cuenta que no es nada más que vacío. A mí no me conocen y jamás lo harán, y los que me
conocen se darán cuenta que tampoco lo hicieron. Así como otros quisieron ser Napoleón y
lo fueron a medias por arrepentirse, yo no lo seré ni quiero serlo, y por lo mismo, ¡seré el
más grande de los Napoleones!
Destrucción de sentido
Si vamos al carácter destructivo, este aparece como una potencia de despeje “El carácter
destructivo sólo conoce una consigna: hacer sitio; sólo una actividad: despejar. Su
necesidad de aire fresco y espacio libre es más fuerte que todo odio.” Como carácter, no
busca que se explique su aparición: “El carácter destructivo no está interesado en absoluto
en que se le entienda. Considera superficiales los empeños en esa dirección. En nada puede
dañarle ser malentendido. Al contrario, lo provoca (…)”. Otro punto es que “El carácter
destructivo no vive del sentimiento de que la vida es valiosa, sino del sentimiento de que el
suicidio no merece la pena.” Además, tiene un rechazo hacia lo familiar, en sentido de
espacio de comodidad: “El carácter destructivo es el enemigo del hombre-estuche. El
hombre-estuche busca su comodidad y la médula de ésta es la envoltura. El interior del
estuche es la huella que aquél ha impreso en el mundo envuelta en terciopelo. El carácter
destructivo borra incluso las huellas de la destrucción.”
Me parece acertado decir que en la comodidad no hay destrucción, y que ésta última,
manejada como acción de la que se aprende de igual modo a como se aprende una técnica,
pierde su carácter particular, pues la técnica siempre se desarrolla en un tiempo lineal, en su
repetición y no como insurgencia, en tanto que procediendo así llega a su
perfeccionamiento, y por lo mismo, su ejecución se vuelve mecánica, cómoda; entonces, en
este sentido, la destrucción pierde su carácter destructivo.
Es por lo anterior que habitar el terreno baldío, el más propenso a la caída, al escombro, a
pisar con cuidado, a temblar, a una angustia por el sendero o un sendero de la angustia, es
donde el carácter destructivo tiene su fuerza. El temblor padecido en los paseos no es por
tropezar con los escombros, es por verlos. Lo que quiero decir es que el mundo, al que
llegamos y re-producimos, borra los caminos con escombros que no vemos, porque son
estos la herramienta del olvido, de seducción, de maquillaje del rostro del pasado, pues el
mundo en el que andamos tiene un sentido que nos mueve, el paseo es en un triciclo
impulsado por las manos reconfortantes de algún padre familiar que nos empuja a una línea
de meta a la que competimos por llegar.
Este movimiento inercial, que es el movimiento del mundo, nuestro propio movimiento, se
hace sobre pistas construidas hace algún tiempo, cuyos engranajes fueron lubricados con
sangre. No hay nada más parecido al cuerpo roto que un montón de escombros. No hay
nada más parecido a escombros que un escaparate con luces de neón. Andar al frente de los
escaparates, mirar a través de las ventanas, desear lo que exhiben, y hacerlo de la forma
más eficiente, es decir, volver eficiente a todas las formas, es producto del movimiento, la
comparsa con la cual andamos, la producción de sentido. Sin embargo, basta con suspender
todo aquello, al mundo.
¿Cómo se puede suspender el mundo? El propio mundo tiene su grieta. La comodidad del
movimiento inercial puede volverse empalagosa, pues, por más que seamos impulsados, la
quietud es inevitable, sobre todo después de un esfuerzo atómico. Es suficiente con ir
cansado al sillón y sentir un alfiler en la muela, comezón en la pierna, por optimismo tomar
el alfiler y marcar la basta del pantalón para rascarse, solo para darnos cuenta de que un
lado de la nariz está tapado y que también nos zumba el oído. La incomodidad nace de un
cuestionamiento causado por aquella molestia, y es inevitable preguntarse por el sentido de
la vida cuando a esta molestia se le suma la constatación de que a cada objetivo cumplido le
sucede otro por cumplir, lo cual se repite de forma interminable.
Preguntar por cuál es el sentido, y entender que la base existencial de esta pregunta tiene un
alcance político, es hacer aparecer el temblor, los escombros, los cuerpos, la incomodidad
de existir, (“El carácter destructivo no vive del sentimiento de que la vida es valiosa, sino
del sentimiento de que el suicidio no merece la pena”): Esta angustia es el camino real, hay
que despejar aquello que la mirada del movimiento inercial presenta, y sostener lo que el
temblor nos permite dilucidar.
Pisar el terreno baldío, y aguantar ahí, lejos del empujoncito, sólos con nosotros mismos;
darnos la mano, no para soportar el temblor, sino para temblar juntos. Este, me parece, es
uno de los despejes del carácter destructivo.
En El Idiota de Dostoievski, Hipólito, un enfermo de tuberculosis, estando en las últimas y
en medio de la fiesta del cumpleaños del protagonista -el príncipe Michkin-, dispuesto a
hacerse morir, obliga a todos los presentes a escuchar un discurso que había escrito, el cual,
servía como testamento de su resolución. Terminando su discurso, dice lo siguiente:

“(…) si muero, no es porque me falten energías para soportar otras tres semanas. Me siento bastante
fuerte para eso y, de querer, siempre encontraría valor en el sentimiento de la injuria que el destino
me hace al forzarme a morir tan joven… Hasta una mosca participa también en el banquete de la
vida, concurre al concierto de todas las cosas y es feliz. Sólo yo soy un paria… Pero no quiero
consolarme de esa manera. En mi acto encuentro un aspecto más seductor: al limitar mi vida a tres
semanas, la naturaleza restringe de tal modo mi esfera de acción que acaso el suicidio sea el único
acto que mi voluntad pueda presidir íntegramente, del principio al fin. Y quizá quiera aprovechar esa
última posibilidad de acción. A veces una protesta dista mucho de ser un acto minúsculo…” 1

El suicidio queda relegado a otro plano, lo importante aquí es la motivación, una voluntad,
una posibilidad de acción, que, de forma paradójica, se abre camino en cuanto la vida hace
imposible toda acción. No ceder a la negación que el mundo posa sobre la vida es lo que
Santiago López Petit llama el querer vivir, y este, en una realidad capitalista, se vuelve un
deseo imposibilitado (mas, no imposible). Así como Marx decía que no se trata de

1
El idiota, pág. 369.
interpretar al mundo, sino de transformarlo, Petit dirá: “Los filósofos no han hecho más que
interpretar el mundo de diferentes maneras, ahora se trata de inventar nuevas pasiones.” 2
Cuando hablo de suspender el mundo, esto significa dejar el movimiento inercial y
comenzar a movernos por nosotros mismos, y esto implica que el sentido (de la vida) por el
cual éramos impulsados, debe ser totalmente destruido, y su destrucción debe ser tal que ni
siquiera las ruinas del sentido permanezcan desperdigadas como migas de pan luego de su
destrucción.
Moverse sin sentido, necesariamente causa la angustia de la indeterminación en el mundo,
pero hay que permanecer en ella -no convertirla en miedo- y sostener ese temblor. El no-
sentido es el camino oculto por su contrario, es la línea fronteriza donde no llega el control,
y el tiempo del capitalismo no puede echar a andar su reloj, pues en esa línea fronteriza, en
el cruce entra la nación y otra, se dibuja una línea invisible, la cual no es sino la grieta del
mundo, el espacio donde las nuevas pasiones surgen, a pesar de estar rodeadas de las
antiguas, del sentido.
Ahora, volviendo a la suspensión del mundo, mencionaba que este mismo tenía su propia
grieta -el sentido que se volvía empalagoso- y ahora tenemos también la línea invisible,
pero aún queda por mencionar la epojé que la angustia hace posible. “La «epojé» consiste
en poner entre paréntesis la actitud natural de aceptación del mundo. Esta «epojé», este
poner entre paréntesis nuestra relación de adaptación a la realidad, la lleva a cabo el odio.
El odio (libre) dirigido contra nuestra propia vida. El rechazo total del mundo coincide con
el odio a la vida. Más concretamente: con el odio a mi propia vida.” 3 Este odio contra mi
propia vida no es producto de una depresión, (esta sería la encarnación fatal del mundo en
nuestro cuerpo), sino de un rechazo al mundo. La vida que odiamos no es la nuestra, al Yo,
sino la vida preconfigurada por el mundo, la vida que tiene sentido: Vida. Este rechazo al
mundo, que se hace latente en la angustia, fuera del sentido, es el carácter destructivo.
Si bien Benjamin dice del carácter destructivo que: “Su necesidad de aire fresco y espacio
libre es más fuerte que todo odio”, el que propongo aquí, desde Petit, es un odio de rechazo
al mundo, a los modos de vida que preconfigura y re-produce gracias al sentido, por lo que
no es un odio destructivo, una tabula rasa, un Yo contra lo Otro. “El odio libre no tiene
nada que ver con odiar al otro ni a sí mismo. Estas formas de odio no liberan ya que se
hunden en el resentimiento y el miedo.” 4 A lo que me refiero aquí es al efecto de la epojé,
de la angustia: “Porque odiar la propia vida es la única manera de poder llegar a
cambiarla.”5
¿No es este rechazo del mundo, el odio a la Vida, la angustia, sino lo que podríamos llamar
la incomodidad de existir? ¿No es esto el tedio?:
(…)

2
Petit, la movilización global. P. 12
3
Ibidem.
4
Ibidem. Pág. 13
5
Ibidem. Pág. 12.
Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,

Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,

Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes

En la jaula infame de nuestros vicios,

¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!

Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,

Haría complacido de la tierra un despojo

Y en un bostezo tragaríase el mundo:

¡Es el Tedio! — los ojos preñados de involuntario llanto,

Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,

Tú conoces, lector, este monstruo delicado,

—Hipócrita lector, —mi semejante, —¡mi hermano!6

El tedio producido por la Vida, la incomodidad de existir, es una potencia destructiva en


contra de todo lo que comporta al mundo -el sentido-, al que tanto esmeramos en perpetuar
por evitar el temblor del no-sentido; mecanismo, por cierto, del mismo mundo al que
llegamos y reproducimos, por lo que la Vida misma, los modos de Vida, se articulan
evitando aquel tedio.
El odio al otro, o, el sentido
En la novela Crimen y Castigo, también de Dostoievski, podemos encontrar el sabor del
hastío hacia la sociedad, o más bien al mundo. El problema está, en que el odio va dirigido
hacia los otros, no hacia el sentido como tal.
En Crimen y Castigo, Raskolnikof publica un artículo en el que mencionaba cómo hay
ciertas personalidades, que, si bien no tienen derecho legal, sí tienen una suerte de derecho
moral de asesinar, pues, de cierta manera, en eso se basaba el progreso de la humanidad, en
apartar a todo lo que le impida su avance. “En el resto de mi artículo, si la memoria no me
engaña, expongo la idea de que todos los legisladores y guías de la humanidad, empezando
por los más antiguos y terminando por Licurgo, Solón, Mahoma, Napoleón, etcétera; todos,
hasta los más recientes, han sido criminales, ya que al promulgar nuevas leyes violaban las
antiguas, que habían sido observadas fielmente por la sociedad y transmitidas de
generación en generación, y también porque esos hombres no retrocedieron ante los
derramamientos de sangre (de sangre inocente y a veces heroicamente derramada para
defender las antiguas leyes), por poca que fuese la utilidad que obtuvieran de ello.” 7 Y
podemos deducir, que ahí se encuentra la verdadera razón de por qué resuelve por cometer
el crimen, pues quería ser uno de esos personajes grandes, un Napoleón.

6
Extracto de Al lector de Ch. Baudelaire en Las Flores del mal. P.15.
7
Esto aparece en el Capítulo 5 de Crimen y Castigo.
En este ejemplo el hastío al mundo no es más que el propio sentido produciendo sentido.
Hay un odio a la vida, pero no es un odio libre como el que menciona Petit, es un odio
hacia los otros, no al mundo, lo que lleva a actuar bajo un sentido, y por más pervertido que
sea, es a fin de cuenta, la reproducción del movimiento inercial. Esto hace preguntarse:
¿Acaso no hay destrucción cuando la experiencia del tedio se transforma en sentido? ¿No
estamos conformando un sentido otro cuando sostenemos la angustia? La respuesta es no,
pues no se trata de cambiar uno por otro -este es el mecanismo del que se vale el mundo-, la
destrucción es la epojé, la suspensión, por lo que no hay un sentido mejor que el anterior, es
el no-sentido, el sentido destruido lo que importa, y esto no es sino el despertar de las
pasiones, el querer vivir.
Y es que ¿acaso no hay destrucción del tiempo de trabajo cuando invento nuevas pasiones y
me imagino que el delantal azul de mis colegas se transforma en seda transparente, y la
cofia que cubre sus cabezas no es sino una aureola que se posa sobre ellos para dar
testamento de la pulcritud que me dispondré a pervertir en mis pensamientos? ¿Es que no
desaparecen los cortes -pequeños pero incesantes- que me hago en las manos al tomar de
forma maquinal potes de plástico, y no me doy cuenta de las manchas de sangre, solo por
rosar los dedos blandos de mi compañera, cuya palma está intacta pero que su espalda se
retuerce cada vez que debe girarse a entregarme cajas? ¿No es esto el despertar de las
nuevas pasiones que son la base del querer vivir? ¿del odio a la Vida? ¿de la angustia?
Bibliografía:
Benjamin, W. (1931/1973). El carácter destructivo. Discursos interrumpidos I. Madrid:
Taurus
Baudelaire, Ch. Las flores del mal, poesía, piezas condenadas. Edición de E.M.S Danero.
Disponible en: Proyecto Espartaco (http://www.proyectoespartaco.dm.cl)
Dostoievski, F. El Idiota. Free Editorial.
Dostoievski, F. Crímen y Castigo. Free Editorial.
López Petit Santiago. (2009). La movilización global, Breve tratado para atacar la
realidad. Traficante de sueños. Madrid, España.

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