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Ghoul – o la ignorancia del género.

Durante los últimos meses del largo invierno, encontrar comida había sido el último de los
problemas a los que se enfrentaba La Anciana, si es que alguien alguna vez la llamó así. La
guerra dejaba despojos en las carreteras, en los senderos, en el bosque; a veces incluso,
esperaba inmóvil a que alguien o algo llegara a tomarla. Flechas, hierro, cuero, bajo las capas
de nieve y escarcha la comida igual se conservaba. Los despojos de la guerra a La Anciana no le
resultaban ajenos… Reyes iban y reyes venían.

Si el cobre, el hierro o el oro pudieran darle a La Anciana lo que necesita, ella no los apartaría
de los despojos de la guerra; pues ella sabe que las piedras y metales hacen mal a la hora de
roer y triturar y desgarrar.

Fue un día, que después fue una semana y lo que al principio era miedo, terminó
convirtiéndose en horror, cuando los años del largo invierno llegaron a su fin. La anciana
caminaba por sus bosques y los ojos que antes la ignoraban, ahora la seguían sin ventisca que
la ocultara. Las guerras terminaron y no había más despojos en las carreteras, o en los
senderos o en los bosques. El sol traía el hambre; el sol traía la vida, el sol invitaba al sueño.

En la oscuridad de una cueva, cerca de un terreno que cuando las maquinas volaran sería un
cementerio, la anciana espera, y está hambrienta. Roe los huesos, sueña con el invierno y vive
escuchando el mundo sobre su cabeza. Cuando las campanas de la batalla canten nuevamente,
y el invierno cubra el sol y los reyes y reinas vengan; será el tiempo de La Anciana y del fin del
hambre.

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