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El hogar de Sophia Peletier.

-Joven Adrien ¿Puedo hacerle una pregunta?


-Me sorprende que tenga que pedírmelo señor Blake- Responde el muchacho que
cataloga los libros en la inmensa librería. –Me extraña que en este punto siga creyendo
que tiene que pedirme permiso para preguntarme algo. ¿Cuántos años he estado
viniendo aquí, religiosamente cada tarde de viernes a ayudarle con los libros?
-Más de los que un hombre joven como tú debería de hacer en una vida- El poblado
bigote blanco del anciano dibuja un arco sonriente en su rostro. –Disculpa Adrien, es el
peso de la costumbre.
-Nada de eso señor Blake. ¿Qué quería preguntarme?
El frio de los días de invierno cobra factura en los desgastados huesos del señor Blake,
mientras sostiene un pesado libro entre las manos. Claramente su mente se encuentra
perdida en la ensoñación de algún lugar o un momento fuera de la biblioteca.
-¿Señor Blake?
-Enséñame a olvidarme de pensar…- se le escucha murmurar en voz baja mientras
acaricia la tapa del libro. De un momento a otro vuelve en sí y se da cuenta de que el
joven Adrien Turner lo observa con una mezcla de desconcierto y respeto en el rostro. –
Disculpa- Dice el señor Blake. Con la edad uno tiende a refugiarse en esos lugares que
ustedes los jóvenes tienen la virtud de no conocer. La pregunta… Si no te ofende Adrien,
es: ¿Alguna vez has estado enamorado?
Al muchacho le toma por sorpresa la pregunta del señor Blake, pero no lo demuestra. En
todos los años que lo ha conocido siempre lo consideró como una persona reservada con
quienes no trata, pero profundamente afable con aquellos que se tomaron la molestia de
conocerlo. A su avanzada edad el señor Blake demuestra una agudeza mental
impresionante y una sabiduría que solo rivaliza con la cantidad de libros que constituyen
su colección. Adrien Turner y el señor Blake han hablado de todos los temas posibles:
Geografía, Historia, Química, Biología, Astronomía y muchos otros que derivan de ellos;
pero nunca, en ningún momento, el señor Blake había hablado del amor. No hasta esa
tarde.
-¿Enamorado?
-Sí Adrien, enamorado.
-Supongo que sí, claro, sí he estado enamorado.- Dice el muchacho mientras baja las
escaleras hacia el suelo alejándose de la cima de los libreros.
-Me alegro por ti Adrien, me alegro mucho. Ven, ayúdame a levantarme. Quiero mostrarte
algo.
Al caminarlos, los pasillos de la mansión del señor Blake se vuelven evidentemente más
grandes que los de las casas en la ciudad. Incluso las pulcras esculturas y los cuadros
excepcionalmente cuidados parecen destacar más que en los propios museos que Adrien
Turner gusta visitar. ¿Cuándo fue la última vez que vio a alguien dentro de la mansión del
señor Blake? ¿Hace un mes quizás? No, ese era el cartero e iba para afuera. A decir
verdad, Adrien no recuerda haber visto a alguna persona limpiando, o cocinando o
cortando los tallos de los arbustos en el jardín. La inmensa mansión del señor Blake se
levanta sobre una colina varios kilómetros dentro de la campiña alejada de la ciudad. Hay
quien dice entre los conocidos de la familia Turner que esa mansión fue alguna vez un
castillo, y no es sorprender, porque ante su imagen, esa sería una de las conclusiones
más probables.
Después de la última puerta que el señor Blake abre, dejando atrás las luces de los
pasillos, las pinturas en las paredes y las alfombras persas; un recinto interior se extiende,
un pequeño pedazo de campo verde dentro de la mansión del señor Blake. Ante los ojos
de Adrien Turner un árbol de maple se alza desnudo de hojas, con apenas unos
pequeños retoños esperando la primavera.
-Señor Blake, si me disculpa la expresión ¿Cómo diantres metió algo así dentro de la
mansión?
El señor Blake admira con nostalgia el árbol y no puede evitar sonreír al haber logrado
compartir su existencia con alguien más. –Mira bien a tu alrededor Adrien- Responde el
señor Blake. El árbol ya estaba aquí desde mucho tiempo antes de que la primera de las
piedras de la mansión se acomodara. Aquí fue donde la conocí.
-¿A quién señor Blake?
-A la única mujer que he amado.
Adrien escucha el relato que el señor Blake empieza a contarle y de un momento a otro la
desgastada imagen del señor Blake se transforma ante sus ojos en la de un hombre de
sonrisa alegre y nariz afilada, con media década menos sobre su espalda y una vida por
delante. Las paredes de la mansión desaparecen y el árbol de maple se llena de vida, de
un verde impresionante y bajo su sombra, una mujer descansa en el verano canadiense.
-¿Sabes?- Dijo William Blake mientras se acercaba a la mujer bajo la sombra del árbol de
maple. He estado viniendo aquí durante los últimos tres meses. Te he saludado en
español, en inglés y en francés, pero nunca me has respondido ni una sola palabra. Solo
me miras. ¡Sí, así! ¡Exactamente como lo estás haciendo ahora! ¿Podrías al menos
decirme tu nombre?
Pasó otro mes antes de que la mujer le respondiera con apenas una sonrisa tímida en
una tarde poco después de haber dejado de llover. William Blake no desistía en el intento
de hacer hablar a la mujer bajo el árbol y en esa ocasión, poco después de haber dejado
de llover él se presentó con una manta para quitarle el frio, un par de panecillos recién
horneados y café para pasar el resto de la tarde. Ella le sonrió con los últimos destellos
del día, esa noche, él se enamoró.
Al cumplirse un año visitando a la mujer del árbol, las cosas no habían cambiado en
sustancia. Ella seguía sin decir una palabra, pero ahora su mirada era su nexo con
William Blake. Sus ojos se alegraban al verlo, lo escuchaban atentamente mientras
hablaba de su día y al preguntarle acerca del de ella, él sabía que si sus ojos miraban el
cielo, se trataba de un día hermoso, si miraban las flores todo había estado bien, pero si
no levantaba la mirada, era uno de esos días en los que él callaba de las historias de la
ciudad. En su lugar traía un libro lleno de palabras y leyéndoselo a la mujer de la vista
baja, pasaban el resto de la tarde.
Poco antes de cumplirse el segundo aniversario en el calendario de William Blake ocurrió
lo impensable. Esa tarde ella no subió siquiera la mirada para recibirlo y eso le preocupó.
William estaba seguro de que algo estaba peor que de costumbre, pero tratando de
mantener la calma se sentó junto a ella y siguió leyéndole el libro que habían dejado a
medias la última vez. Una corriente fría, escurridiza y atemporal nubló el cielo. Una
lágrima escurrió por el rostro de la mujer bajo el árbol de maple.
-Entonces Benvolio le dijo a Romeo: Déjate de pensar en ella- Leía William Blake
mientras el cielo pasaba del gris al oscuro. La mujer temblaba de frio quizás, o tal vez de
miedo. –Romeo respondió: Enséñame entonces a dejar de pensar.
-Sophia. Mi nombre es Sophia Peletier- Dijo por primera vez apretando fuertemente la
mano de William. No me dejes sola.
William pudo haberse levantar de un salto por la emoción de escucharla hablar, pudo
haber estallado en júbilo por oír la voz de Sophia Peletier. En su lugar envolvió la mano de
la mujer con la que aún tenía libre y se acercó a ella cortando la distancia que existía
entre los dos. La lluvia comenzó a caer y el horizonte se volvió difuso, una cortina de
gotas de agua cerró el telón de la escena bajo el árbol de maple.
-Enséñame entonces a dejar de pensar- Dijo Sophia Peletier en voz baja, tan baja como
para que William Blake no pudiera olvidarlo jamás.
Sophia Peletier… ese era su nombre. Vivía, según sus palabras, debajo de la sombra del
árbol esperando por el día en el que las estrellas en el cielo bajaran a la tierra a
encontrarse con sus reflejos en el mar. Había tenido una madre, y un padre y hermanos y
hermanas, pero hace mucho tiempo que había olvidado sus nombres. Ahora pasaba día y
noche recargada bajo la sombra del árbol esperando. Sophia Peletier. William nunca le
preguntó de dónde venía, ni a donde quería ir. Tampoco le preguntó cómo hacía para
sobrevivir, ni dónde se bañaba o limpiaba. William Blake llegaba por la tarde y se iba al
anochecer. Hasta que un día, Sophia Peletier pidió algo por primera vez.
-Quédate conmigo William, veamos las estrellas tú y yo, esta noche.- Dijo Sophia
acurrucada entre los brazos de William.
-Me quedaré si me permites hacerte una pregunta, solo con esa condición.
-Pregúntame entonces.
-Sophia Peletier ¿Sabes que te amo?
Esa noche las estrellas surcaron el cielo, y William comenzó a entender la razón de la
espera de Sophia. A la mañana siguiente decidió que nunca volvería a dejarla sola:
Construiría un hogar. Un Hogar para Sophia Peletier.
William Blake dejó la ciudad y vendió todos los bienes que tenía, a excepción de la gran
colección de libros que cargó por montones hasta el hogar de Sophia Peletier. Levantó
muros y salones, comedores y habitaciones, construyó un jardín enorme por el que los
pies de Sophia nunca caminaron. Sin embargo, ella conocía cada rincón de su hogar.
Hablaba con William durante días y noches enteros acerca de lo feliz que era a su lado.
William desayunaba, comía y cenaba sentado junto a ella bajo la sombra del árbol de
maple, y en las noches, cuando la voz de Sophia se convertía en un hilo fino de voz para
desaparecer ante el suspiro del sueño, William apagaba todas las luces de la mansión, se
marchaba a la habitación y dormía hasta el próximo día.
Una tarde, quizás cuando las estrellas estuvieron en la misma posición como el día en el
que la conoció, William Blake encontró a Sophia Peletier esperándolo de pie bajo la
sombra del árbol de maple. Él corrió hacia ella soltando las vasijas de té, sus
pensamientos y sus preocupaciones y abrazándola como no abrazaría a nadie más en la
vida, detuvo el tiempo en un instante. No pensó en besarla, tampoco en tocar su cuerpo
bajo la fina tela de su vestido. Tampoco prestó atención a su estatura. Cerró los ojos y
sintió el latir del corazón de Sophia Peletier. Su aroma, olía a verano y rocío. Escuchó su
voz hablar tan bajo, que nunca olvidó las palabras de Sophia.
-Entonces… me enseñaste a dejar de pensar-
Sophia Peletier murió en algún punto de la noche, sentada bajo la sombra de su árbol;
pero su hogar siguió con vida durante mucho, mucho tiempo más. Los salones se
iluminaron, retratos de su rostro, de su sonrisa, de su cuerpo se mudaron a las paredes.
William Blake la enterró debajo de su árbol. No llamó a ningún médico, no quiso saber
ningún diagnóstico. Lo único que siempre supo, fue que la amó, y su amor duraría hasta
el día en el que se encontrara contando la historia de Sophia Peletier al joven Adrien
Turner.
-¿Crees en lo que acabo de contarte, joven Adrien?- Pregunta el señor Blake mirando
fijamente al árbol de maple.
-Creo, señor Blake, que realmente no importa si lo que acaba de contarme es cierto o no.
Usted estuvo enamorado. De eso estoy completamente seguro.
-Eres un buen chico Adrien, un día harás muy feliz a una buena mujer.- Respondió
William Blake. –Anda, ya es tarde. Ya puedes marcharte.
-Todo un placer señor Blake. ¿Nos vemos la próxima semana?
William Blake le sonríe al joven Turner y niega con la cabeza. –No Adrien, ya no nos
veremos. Ya cumpliste con tu labor en este lugar. Anda, conoces el camino a la salida.-
Meses más tarde Adrien Turner recibió una carta informándole que el señor Blake había
muerto. En la carta se especificaba que el acreedor a sus propiedades era el hijo más
pequeño de la familia Turner. Cuando Adrien entró a la mansión vio los cuadros pintados
en las paredes y no pudo evitar darse cuenta de que todas las mujeres en ellos tenían el
mismo rostro. Visitó los salones y las habitaciones, caminó por los comedores y los
jardines. Finalmente terminó ante el árbol de maple y bajo su sombra pensó que el señor
Blake por fin había regresado al hogar de Sophia Peletier.

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