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TOMO V - N .

" 26 EJEMPLAR: a PESETAS I ABRIL I 9 3 3

Accion # r

Española REVISTA QUINCENAL


Director: E L C O N D E DE SANTIDÁÑEZ DEt RíO

ü l IV centenario de las Relecciones


de V i t o r i a

II Y ÚLTIMO

ill. E L RENACIMIENTO DE LA ESCUELA CLÁSICA ESPA53OLA

Inspiradas todas las Relecciones de Vitoria en un fondo teo-


g co, y situadas en el plano de casos de conciencia, un grupo
^e ellas tienen, además del carácter teológico, un sentido filosó-
gorí ^° *^"^° ^'^^ ^^^^^ ^° revisten jurídico. A esta última cate-
t o a corresponden, aparte las dos relativas a las conquistas ame-
^^anas y al derecho de guerra, antes mencionadas, las de Matri-
^ o . Potestate Ecclesiae, Potestate Civili y Potestate Concilii.
¿^2 uj '"^'^^^critos de los discípulos, redactados en la cátedra
nes T iA^^' ^^'^^^^^^ ^^ base para las ediciones de la Releccio-
cieron ° ^^^^; Publicada la primera en Lyon, en 1557, apare-
AmbereT \ ^ ^ ° ^ ? ^^g^» XVI, ediciones en Ingolstadt, Salamanca,
rliir + 1 ,^^^cia, todas en latín, continuando la serie de ellas
también en T " " ^ ^ " ^ ^ ^ " ^ ^" ^ ' P ^ ° ^ ^ ^^ ^^ extranjero.
en en e mismo idioma. Modernamente han salido a la luz
eaiciones en español, de D. Jaime Torrubiano y del marqués de
Uiivart; en francés, de Vanderpol. v de Le Für y Chklaver, y
n inglés, de la «Carnegie Institution. (1917) - q u e contiene las
114 ACCIÓN BSPAfiOLA

Relecciones De Indis y De jure belli— y de Brown Scott, como


apéndice a su obra relativa a Vitoria, recientemente publicada (1).
Las ediciones totales o parciales de las Relecciones Teológicas
ascienden a una treintena. Su reiteración cronológica, su reite-
ración geográfica y su variedad de lenguas, acredita la impor-
tancia que, histórica e internacionalmente, les ha sido asignada.
E l renacimiento de los estudios de nuestros pensadores clá-
sicos del siglo X V I , cuenta con no pocos eruditos y divulgadores
en nuestra patria y fuera de ella. Ya en 1876, el profesor De
Giorgi, en un libro consagrado a Alberico Gentili, sostenía que
Vitoria, anterior a Grocio, es «el verdadero padre del Derecho
internacional». Escritor tan poco sospechoso de parcialidad para
con el dominico español, pero de tan contrastada probidad cien-
tífica como Ernesto N y s , afirmaba en su obra «I^es Origines du
Droit International» : «Es un español quien lo define : Francis-
co de Vitoria», con «visión clara y distinta de la interdependen-
cia de los Estados, de sus derechos y de sus deberes recíprocos».
E l gran Menéndez y Pelayo, el historiador Hinojosa, el ju-
rista Fernández Prida, el filósofo Bonilla San Martín, el teólo-
go P . Getino y otros tratadistas y escritores, investigaron y ex-
pusieron distintas facetas de la obra magistral de Vitoria.
Sentíase la necesidad de coordinar los esfuerzos individuales
y dispersos, en una obra colectiva que agrupase a los cultivado-
res de los estudios internacionalistas clásicos. A este fin, surgió
la idea de crear una Asociación que tuviese por título el nom-
bre del insigne profesor salmantino, y cuya finalidad fuese afir-
m a r la existencia de una escuela jurídica española, iniciadora del
Derecho internacional, en la que colaborasen españoles, portu-
gueses y americanos, para investigar las fuentes y difundir las
doctrinas de aquellos grandes pensadores de nuestra raza ; ideas
que pueden encontrarse más ampliamente expuestas, en el Acta
Fundacional de la Asociación (1).

(1) James Brown Scott; The Spanish Origin of International Law. Francisco
de Vitoria and his Law of Nations. Washington, 1932.
(1) He aquí los principales fragmentos del Acta de Fundación :
fEl día 14 de julio de 1926, se reúnen en Madrid los abajo firmantes,
respondiendo a una invitación de los señores José de Yanguas, Benja-
mín Fernández y Medina y Eduardo Callejo, para examinar un pro-
EX IV CKNTENARIO DK LAS REFECCIONES DE VITORIA 115

Aprobados los Estatutos, quedó constituida la nueva Asocia-


ción, siendo sus miembros fundadores Fr. Luis G. Alonso Ge-
tino, Rafael Altamira, Camilo Barcia, Eduardo Callejo, Laurea-

yecto de fundación de una Asociación de carácter científico, presenta-


do por los invitantes. Expusieron los iniciadores :
•I." Que el objeto principal de la Asociación, es afirmar la exis-
encia de una escuela jurídica española de Derecho internacional, de
una tradición que ha hecho decir a muchos escritores, que fueron los
«spanoles, no sólo los predecesores de Grocio, sino los primeros en di-
tundir y sostener doctrinas a que Grocio dio, sin duda, un desenvolvi-
miento más amplio y metódico, pero que son y deben ser consideradas
las más altas y más fuertes inspiraciones de esa raina del Derecho.
»2^° Que si al mismo tiempo una Asociación en la que colaboren
fispanples, portugueses y americanos (integrando espiritualmente Jql
mundo hispano con sus gloriosas inspiraciones, sus altos conceptos de
a justicia y de los derechos humanos) publican los tratados y leccio-
nes que demuestren brillantemente lo que fué y lo que expresó el pen-
samiento de nuestra raza en el pasado; si en las Universidades y en las
escuelas, si en revistas y anuarios nuestros, repetimos y comentamos
con nuestro criterio, a la luz de aquellas enseñanzas admirables de los
maestros de la raza, principios que son y deben ser nuestro guía en
la vida internacional, podemos esperar un resultado digno de los que
crearon el más grande patrimonio intelectual de nuestros pueblos.
iS." Que la Asociación tomaría el nombre de Francisco de Vitoria,
considerando que es el maestro que mejor puede encarnar el pensamien-
to y el carácter de los maestros de la raza. Empezaría por publicar sus
obras en forma que alcanzaran la mayor difusión y el Inás fácil cono-
cimiento en todos los países. Al mismo tiempo, se ocuparía en reunir
y publicar todos los tratados jurídicos, teológicos, filosóficos y polí-
t "K^'í ^"tores españoles, portugueses y americanos, que hayan con-
ibuído a la formación del Derechp internacional o defendido princi-
pios de justicia para las relaciones entre los pueblos...
p . ' ° .2^*^ todo programa de la Asociación, debería tener esta misma
lo8*h "h*^' ^^ ™^s™^ finalidad : honrar a los grandes pensadores, a
demos^ ejemplares, por sus ideas y su carácter, de nuestra raza;
^ ^. 1^ nuestra tradición jurídica, política y educadora, no inferior
nosotro*^""** ^ ^° ^ucho superior a casi todas; fortificar la ie en
ción V ™*^™°^' y preparar a las nuevas generaciones con esa tradi-
a la et '^"^ J°® Principios y conciencia más vigorosos, para colaborar
de f r *" ^ * ^^^ ningún país ni ningún hombre deben sustraerse,
o mar una humanidad mejor en la paz y en el respeto a todos los

» reunidos, conformes con este programa, examinaron y discu-


tieron el^ proyecto de Estatutos, que quedó redactado.» («Anuario de la
Asociación Francisco de Vitoria. Vol. I, 1927-28. Madrid.)
116 ACCIÓN ESPAÑOLA

no Díez-Canseco, Benjamín Fernández y Medina, Joaquín Fer-


nández Prida, Manuel González-Hontoria, el marqués de Olivart,
Antonio Sánohez de Bustamante y José de Yanguas. La sola
enunciación de estos nombres, prueba que desde el primer mo-
mento se estableció una espontánea y objetiva colaboración en-
tre hombres representativos de variadas y contrapuestas ideolo-
gías, coincidentes en admirar y servir el elevado espíritu de jus-
ticia que simboliza el nombre glorioso de Francisco de Vitoria.
Esta misma amplitud de criterio, ha perseverado en el espíritu
y en el gobierno de la Asociación (1). Mi sucesor en la presiden-
cia de la misma, D. Aniceto Sela, y otros profesores de análoga
significación ideológica, conviven dentro de la Asociación con re-
ligiosos dominicos, jesuítas y agustinos, y con catedráticos y es-
critores del campo católico. Ejemplo singular de recíproca tole-
rancia en una empresa española.
La Asociación, que, estatutariamente, no puede exceder de
limitado número, se vio sucesivamente fortalecida por el ingre-
so de calificados juristas y teólogos españoles, portugueses y
americanos, que aseguran la extensión del empeño a la totali-
dad de la familia que es la raza, y de una selecta representación
de la nueva juventud estudiosa, que garantiza su porvenir.
Vino a servir los fines perseguidos, la creación en la Uni-
versidad de Salamanca, de la Cátedra «Francisco de Vitoria»,
para que en ella fuesen explicados «cursillos y conferencias so-
bre temas de Derecho internacional, inspirados en las doctrinas
de Vitoria y de los grandes juristas y teólogos de la raza que
siguieron su escuela». El Real decreto de creación de 7 de marzo
de 1927, iba refrendado por el entonces Ministro de Instrucción
pública señor Callejo, quien confirió a la Asociación la adminis-
tración de los fondos asignados por dicho Ministerio para do-
tación de la Cátedra, la designación de conferenciantes y la for-
mación del programa de los cursos, debiendo ponerse de acuerdo

(1) El actual Consejo directivo, está constituido en la siguiente


forma: D. Aniceto Sela, presidente; D. Antonio Goicoechea, primer
vicepresidente ; D. Felipe Clemente de Diego, segundo vicepresidente;
Fr. Luis G. Alonso Getino, bibliotecario; D. Antonio Royo Villanova,
tesorero; D. José Gascón y Marín, D. Eloy Bullón y D. Emilio de
Palacios, vocales; D. Román Riaza, secretarip general.
EL IV CENTENARIO DE I,AS RBIvBCCIONBS DE VITORIA 117

con la Universidad de Salamanca, para fijar la fecha de éstos.


Por la Cátedra de Francisco de Vitoria, han desfilado, en su-
cesiv^ cursos, los conferenciantes Brown Scott, P. Getino, Bar-
"j'- ' ' ^^^^^^' ^«ato, Fernández Prida, P. Beltrán de He-
redia, Sánchez Mata, Rodríguez Aniceto, Trías de Bes, Yanguas,
borres López, Recasens Siches, Fernández y Medina, P. Letu-
" a Frutos Valiente, Riaza, Redslob (profesor de la Universi-
o^a de Estrasburgo), Bullón, Raventós, P. Menéndez Raigada,
Maldonado, García Gallo y Sánchez Gallego. Los dos primeros
cursos fueron consagrados a la exposición analítica de las Re-
ecciones sobre los indios y la guerra. Las conferencias poste-
lores han versado acerca de temas alusivos a doctrinas de nues-
tros clásicos.
^ Apenas comenzada su actividad, la Asociación emprendió la
ardua tarea de depurar, traducir y publicar las obras de Vitoria
y los autores de la escuela española, y los estudios relativos a
la personalidad y a la obra de los mismos (1).
En sus proyectos, figura la publicación del tratado De Le-
gtous ac Deo Legislatore, de la otra gran figura que con Vitoria
comparte los fulgores de astros de primera magnitud de la es-
cuela española: el jesuíta Francisco Suárez. Así también las
mas de Alejandro VI sobre el reparto de América, según los
textos originales ; el tratado De ¡ustiiia et Jure, de Domingo de
DTB ^' ^ ^ ^^^^ ^^ Officiis bellicis, de Baltasar de Ayala ; el
eí/o, de Domingo Báñez ; el Coniroversiarum Illustrium,
¿ azquez de Menchaca; el De juxto Imperio Lusitanorum, de
^ r a in de Freitas, y el tratado De Justitia, del propio Vitoria,
de d ° ^ ^*^*^"^utra en un códice de Salamanca, así como otros
iversos autores, entre ellos Azpilcueta y Covarrubias.
^ -asociación ha podido ir realizando el plan de sus publi-

tino sobre ^V^trT^'^^""^^ internacionales pertenecen la obra del P. Ge-


cipes» de T ^ T' ^* ^^*^^^ ' ^^ tratado tDe la Confederación de Ptin-
d a ; el «.De ir^G ''^^ '^^ Segovia, con prólogo del Sr. Fernández Pri-
de Valdor 'J*"* y de su justicia e injusticia», de Francisco Arias
comenzado 1 ^''^^^*?° Por I>. Benjamín Fernández y Medina, y ha
lógicas ' ' h ^ **°Pr€si6n de una edición crítica de las Relecciones Teo-
i. ' * * ^^ «diciones publicadas y de los mejores manuscri-
^A^^ ^ ^ J ^ f T ^ " ' ^"^''^ ^stos, merecen especial mención los archi-
vados en Madnd, Lisboa, Falencia. Viena, Granada y Valencia.
118 ACCIÓN ESPAÑOLA

caciones y de su Anuario —en el que se recogen las manifesta-


ciones de su actividad científica y, en modo singular, las confe-
rencias de la Cátedra Francisco de Vitoria—, merced a renova-
das subvenciones que se le han venido concediendo por la Junta
de Relaciones Culturales, fundada en 1926 en el Ministerio de
Estado.
Recientemente, la Asociación ha constituido, con el Instituto
de Derecho comparado hispano-portugués-americano, la Asocia-
ción española de Derecho internacional y el Seminario de Es-
tudios internacionales, una Federación de Asociaciones españolas
de Estudios internacionales, para el establecimiento en local co-
mún de una Biblioteca y la mejor realización de los fines comunes.

IV. E L HOMENAJE INTERNACIONAL A VITORIA V A LA ESCUELA


ESPAÑOLA

La Universidad de Salamanca realizó un acto de justicia, con-


cediendo la investidura de Doctores honoris causa, al profesor
norteamericano Sr. Brown Scott y al diplomático y jurista uru-
guayo Sr. Fernández y Medina.
El Sr. Fernández y Medina ha tenido una intervención per-
sonalísima y eficaz en la organización y en las actividades de la
Asociación Francisco de Vitoria, en cuyo Consejo directivo no
dejó de trabajar como un español más, durante su larga estan-
cia en Madrid. A él se debe en gran parte el plan de publica-
ciones, y el cuidado del Anuario en los primeros volúmenes apa-
recidos. Ha puesto siempre al servicio de esta obra el mayor
entusiasmo; y es que veía en Vitoria al hombre representativo,
no ya del saber de un pueblo, sino de la civilización de una raza.
En cuanto al Sr. Brown Scott, con perseverancia anglosajo-
na, viene reivindicando para Vitoria la parternidad del Derecho
internacional. Pruébanlo, su discurso de apertura de la reunión
celebrada por el Instituto de Derecho internacional en Lausana
(1927) y el pronunciado en Nueva York, dos años más tarde,
ante la misma Corporación científica —el más alto exponente de
esta especialidad en el mundo— proponiendo que, en 1932, y
con ocasión de celebrarse el IV Centenario de las Relecciones, se
rindiera un homenaje internacional a los maestros de la escuela
BJ< IV CENTENARIO DB LAS RBLBCCIONBS D8 VITORIA 119

española. Anticipo elocuente de este homenaje, es el libro de


Brown Scott, antes aludido.
Encontró favorable acogida en el Instituto la invitación que
los miembros españoles le dirigimos en Nueva York, para que
la reunión de 1932, tuviese lugar en España, y pudiera cele-
rarse asi el homenaje proyectado en el propio solar del maes-
ro salmantino. Razones de oportunidad política, determinaron
cgo el aplazamiento de esta reunión para circunstancias más
propicias ; y el Instituto se reunió el año 1932 en Oslo.
Por iniciativa del Sr. Brown Scott, había sido planeada en
Cambridge, el año 1931, la creación de una Asociación interna-
cional de Vitoria y Suárez. En la reunión de Oslo, los Estatú-
es fueron aprobados, y la nueva Asociación quedó definitiva-
mente constituida, asignándole como fin «alentar el estudio cien-
tinco de las doctrinas de los teólogos españoles iniciadores del
i>erecho internacional moderno, de los orígenes históricos de este
ereoho, y, en general, de los progresos del pensamiento huma-
no en las relaciones entre los pueblos» (art. 1." de los Estatu-
a s ) . La presidencia de esta Asociación fué atribuida al jurista
Sr. Politis, Ministro de Grecia en París. Sus miembros funda-
dores, pertenecen todos ellos al Instituto de Derecho internacio-
nal, y representan los más importantes sistemas jurídicos del
W^ u l ^ ° ^ ^^^ profesores y tratadistas siguientes : el alemán
aüberg; el austríaco Verdross ; los belgas Nerinex, el vizxon-
e Poullet y Carlos y Fernando de Visscher ; los franceses Au-
^inet, P. de la Briére, Gidel, I ^ Für, Lapradelle y Montluc;
T) ^t^'^^^^^'^icanos Alvarez (chileno). De la Barra (mejica-
(veie f ° * (guatemalteco), Maurtua (peruano) y Planas Suárez
2^ °^!? ^°^°'^ •' ^í holandés Kosters ; los ingleses Brierly, Higgins,
^^ac air y Willianms ; los italianos Diena y Salvioli; los nor-
americanos Brown vScott y Marshall Brown"; el suizo Max Hu-
r, y los españoles Barcia, Fernández Prida, Sela, Trías de
Bes y Yanguas Messia.

onocida en Oslo la correspondencia de la nueva Asocia-


ción internacional, con la Asociación Francisco de Vitoria, consti-
tuida en España. Y el profesor de la Sorbona, Sr. de Lapradelle,
anunció el propósito de organizar una sección francesa, bajo el
mismo título.
120 ACCIÓNBSPAÑOLA

El Instituto de Derecho internacional y la Asociación inter-


nacional de Vitoria y Suárez, se reunirán el año 1934 en Madrid,
y rendirán en esa ocasión el proyectado homenaje a Vitoria y a
la escuela española.

Dije antes que el libro del Sr. Brown Scott, sobre las doctri-
nas de Vitoria constituye un anticipo del homenaje internacional
De la exactitud de esta aseveración, habla la obra toda del pro-
fesor de Washington, y, singularmente, el pasaje en que compara
las Relecciones Teológicas con el tratado De Jure belli ac PacL;,
del jurisconsulto holandés Grocio, considerado indiscutiblemente
hasta reciente fecha como el padre del Derecho internacional mo-
derno :
«Vitoria dibuja —como diría un arquitecto— el templo de la
Justicia internacional, al que Grocio había de agregar los detalles
del dibujo acabado.» Y continúa : «De este breve e imperfecto
sumario de los principios expresados o innatos en la ley de las
Naciones de Vitoria, vemos que es en parte la ley actual de las
Naciones, y en parte no pequeña, la ley futura de las Naciones.
Francisco de Vitoria, profesor de Prima de Teología en la Uni-
versidad de Salamanca, no fué solamente el fundador de la ley
de las Naciones, sino el profeta del más moderno Derecho inter-
nacional.*
El tratadista anglosajón y protestante, termina con esta frase
escueta pero expresiva : «Vitoria, el español, nació en 1483. Cien
años más tarde, Hugo Grocio nacía en Delft» (1).

ENVIÓ:

A los españoles que conservan viva su fe en nuestra civiliza-


ción genuina, de honra raíz católica, universal y perenne : sír-
vaos de aliento el contemplar cómo la aristocracia mundial del

(1) James Brown Scott, obra citada, págs. 284 y 285.


FX, IV CENTENARIO DB I,AS RBtECCIONES JJR VITORIA 121

saber, de las más varias patrias, ideologías y religiones, retorna


a la doctrina de aquel humilde fraile que, a la luz de la Teología,
acertó en Salamanca, hace cuatro siglos, a definir lo que todavía
1 uye un ideal no logrado de justicia y de paz, en la vida de
relación de los pueblos y de los hombres.
caso es aleccionador para los que anhelan que nuestro pue-
ncuentre su espíritu en un pasado que no morirá nunca; y
P a aquellos otros que, imaginándose progresivos y modernos,
quisieran arrasar hasta el último vestigio de civilización católica
en España.

JOSÉ DE YANGUAS
Hacia u n a España corporativa

III

EL RÉGIMEN SINDICAL

A ley Chapelier de 1791 pone de manifiesto el verdadero


L objetivo que perseguían las revoluciones liberales. Cerrar al
pueblo todo camino de resistencia legal frente a la explo-
tación abusiva ; hacerle esclavo de las oligarquías y convertirle
a la vez en víctima callada de todos los experimentos ; he ahí los
obscuros designios que latían bajo falsas apariencias redentoras.
Los preceptos de aquella disposición revolucionaria sintetizan la
política antisocial del nuevo Estado y su individualismo furioso.
El artículo 1." establece que, «siendo una de las bases fundamen-
tales de la Constitución francesa la destrucción de todas aquellas
corporaciones que reunían en su seno a los ciudadanos de la misma
clase y profesión, queda prohibido su restablecimiento bajo cual-
quier pretexto y forma». Redondeando tales conceptos, estipula
el artículo 2.°: «Los ciudadanos de igual clase o profesión, los
patronos, los que poseen tienda abierta, los obreros y compañe-
ros de un arte cualquiera no podrán, aun hallándose reunidos,
nombrar presidentes, secretarios o síndicos, ni poseer registros,
adoptar acuerdos y establecer reglamentos sobre sus pretendidoí>
intereses comunes». De un golpe quedaban suprimidos todos los
medios de defensa que poseían los elementos productores y conver-
tido en delito el derecho de asociarse para fines tan lícitos como
son la dignificación del trabajo y el honor profesional.
HACIA UNA ESPAÑA CORPORATIVA 123

Los postulados esenciales de la ley Chapelier fueron muy


pronto de aplicación generalizada, y excepto en Alemania y Aus-
tria, donde persistió la organización corporativa, inspiraron más
o menos directamente a todos los legisladores europeos. Su adop-
ción entrañó mayor injusticia, cuanto las nuevas formas en que
se organizaba el capital daban a éste una fuerza decisiva y un
poder incontrastable. En efecto, las empresas individuales venían
siendo substituidas desde la segunda mitad del siglo XVIII por
la sociedad anónima, rompiéndose así la relación directa estable-
cida tradicionalmente entre el obrero y su patrono. El gerente o
encargado que sustituyó a este último, todo lo subordinaba al
afán de proporcionar nuevos ingresos a los capitalistas, hacién-
doles percibir un mayor beneficio, en tanto reducía el coste del
producto, para hacer frente a la competencia desencadenada sin
freno ni medida. Estas dos finalidades conjuntas sólo pueden
lograrse empeorando la calidad del objeto fabricado y otorgando
nna insuficiente retribución a la mano de obra. Ambas cosas
fueron practicables sin dificultad, porque el Estado renunciaba
al ejercicio de la reglamentación industrial que arrebató a los
gremios, y, por otra parte, dejaba al obrero sin elementos ade-
cuados de protección. La desigualdad de trato llegaba hasta el
punto de conferir al patrono un verdadero estado de privilegio
y determinar que su palabra haría fe ante los tribunales en liti-
gios derivados del contrato de trabajo, castigando con penas de
Pnvación de libertad al obrero que rompiese dicho contrato, mien-
as el patrono sólo incurría en multa cuando cometía la misma
falta.
indefensión obrera creada por esta política antisocial, hizo
^ ^ * régimen capitalista — instaurado al unísono de los acon-
cimientos revolucionarios de 1789, si bien sus orígenes econó-
bienT d ° *^^ mediados del siglo XVIII — engendrase un am-
e e malestar y desesperación, gracias al cual se hizo posible
ismo, con sus lógicas derivaciones. Los atropellos y abu-
^ ^ ^ cometidos sin interrupción, exacerbaron la cólera popular,
eron nacer el odio entre las clases y forjaron prevenciones,
que, envenenadas luego por falsos apóstoles, habría de ser difícil
borrar definitivamente. La situación empeoró con las primeras
Huelgas, organizadas burlando las leves, que prohibían el derecho
124 ACCIÓN «SPAÑOI,A

de coligación. Estos paros revestían forma esporádica y turbu-


lenta, reuniendo a los obreros de determinadas explotaciones en
protesta airada contra los bajos salarios y las jornadas agotado-
ras. Es lógico que se produjeran por instigación de determinados
cabecillas o promotores, quienes, para lograr tales finalidades,
improvisaron organizaciones rudimentarias de carácter secreto.
La trascendencia de estos actos de rebeldía fué considerable,
pues hicieron comprender a los trabajadores que para defender
su derecho necesitaban someterse a una disciplina capaz de con-
trarrestar la doble hostilidad del Estado y las empresas. Por otra
parte, la conducta de la= Gobiernos liberales, siempre refractarios
a reconocer el dereoho de asociación profesional, hizo cundir la
idea en los ámbitos obreros de que así como la burguesía conquistó
por medio de la revolución el Poder y los privilegios, otra revo-
lución proletaria, utilizando la misma violencia, podría ser igual-
mente beneficiosa para los trabajadores manuales, atribuyéndose
la riqueza acumulada por sus actuales dominadores. El virus de
las turbulencias sociales se fraguaba en la conciencia del pro-
letariado, para acabar trastornando todos los vínculos que unían
las clases entre sí, hasta convertir la historia contemporánea en
un permanente flujo y reflujo de oleadas invasoras, cada vez más
bárbaras e impetuosas.
Los mitos de la burguesía liberal declinaban rápidamente,
poniendo al descubierto su red de engaños y vanas lucubracio-
nes. Las fuerzas secretas e irresponsables que urdieron toda la
intriga revolucionaria de 1789, no satisfechas con las devastaciones
logradas, empezaban a inclinarse en favor de la pequeña burguesía
democrática, para tener siempre un pie sobre los temporales due-
ños del Estado, y esto explica los movimientos subversivos de
1848. No había de tardar mucho, sin que esas mismas potestades
ocultas pasasen al otro lado de la barricada, soliviantando los odios
esparcidos ya en las masas proletarias, a fin de atraerlas hacia
sus destructores proyectos. Tal aspiración fué lograda con el con-
curso de las doctrinas socialistas, arraigadas fácilmente por la
sucesión ininterrumpida de las crisis económicas, cuyo cortejo de
miseria y privaciones agravaban y ponían más de relieve las di-
ferencias de situación entre ricos y pobres, oponiendo al capita-
lismo floreciente una extensa zona de pauperismo.
HACU UNA B&PASA CORPORATIVA 125

Los precursores del movimiento socialista moderno siguen en


cierto modo las huellas de los antiguos ideólogos que, como Tomás
Moro {Utopia. 1516), Campanella (Ciudad del Sol. 1623) y Ha-
rrington (Oceana. 1656), intentaron trazar, al estilo de Platón, el
cuadro deslumbrante de otras tantas Repúblicas imaginarias.
Saint Simón (1760-1825) afirma la preeminencia de la economía
o re la política. Su fórmula : «a cada uno según su capacidad ;
cada capacidad según sus obras», resume el pensamiento de
este reformador atrevido que en el sistema social vigente advirtió
siempre una continua explotación del hombre por el hombre, sin
otra ley que la conveniencia particular. El criterio que siempre
mantuvo, favorable a la socialización de todas las formas de tra-
bajo, fué exaltado hasta el infinito por sus discípulos Bazard y
Enfantm, llegando este último a constituir en el barrio de Me-
nilmontant, de París, un monasterio donde se aplicaban las doc-
trinas del maestro, que fué disuelto por las autoridades.
El inglés Roberto Owen (1771-1858) convierte la cooperación
en eje de la vida social, mostrándose francamente adverso al sis-
tema capitalista y a la propiedad privada, cuyos nocivos efectos
pretende contrarrestar con la aplicación de un sistema comunista
que ensayó sin resultado en Escocia y América del Norte. Fou-
rner (1772-1837), continuando la trayectoria saint-simoniana,
exalta el valor de la asociación, que estima tapaz de producir la
°iayor felicidad posible a los hombres ; pero las asociaciones, si
han de ser eficaces, deben constituirse a base de temperamentos
armónicos, y establece como tipo ideal la falange, compuesta de
1.620 personas, o sea un representante de cada sexo entre los 810
caracteres clasificados por él como básicos. Cada falansterio debía
poseer una explotación en común, federándose con sus similares
para estructurar en conjunto la sociedad ideal. Cabet (1788-1850)
cierra el ciclo del socialismo utópico, describiendo el régimen de
la ciudad comunista denominada Icaria, donde las libertades in-
dividuales han sido substituidas por una dictadura popular de tipo
despótico, la cual distribuye a cada ciudadano, según sus necesi-
dades, los elementos precisos para la vida, exigiéndole en cambio
una suma de traibajo que ha de rendir obligatoriamente.
Durante el espacio que media entre las revoluciones liberales
de 1830 y las democráticas de 1848, el sentido de clase fué arrai-
126 ACCIÓN KSPASOLA

gando cada vez más entre los obreros, y las primeras fuerzas
políticas favorables a sus reivindicaciones se dibujan en el hori-
zonte. Al compás de estas realidades, el socialismo desciende de
los campos especulativos, para adoptar actitudes más combativas
y eficientes. Luis Blanc (1813-1882), en su libro La reorganiza-
ción del trabajo, propugna por la estatificación de las industrias
privadas, formando con ellas talleres nacionales confiados a la co-
operación de obreros e ingenieros, quienes debían distribuir los
productos en tres partes : una, en forma de participación directa,
que beneficiaría a sus miembros según su capacidad ; otra, para
la acción social, y otra, para mejora de material, útiles y fondo
de reserva. Tal sistema, ensayado durante las jornadas revolucio-
narias de Í848, fracasó estrepitosamente, y el blanquismo, con sus
inclinaciones democráticas, fué cediendo paso a las teorías ultra-
individualistas de Proudhon (1809-1865), padre del anarquismo
contemporáneo, por su enemiga contra las formas de gobierno,
cualquiera que éstas fuesen. Ante los afanes socializadores, cuya
persistencia sólo podía engendrar un Estado absorbente y tiránico,
Proudhon se mostró favorable a la descentralización máxima, de-
clarándose igualmente enemigo del comunismo que de la propie-
dad particular ilimitada. Su ideal era que la sociedad humana se
organizase en cooperativas de producción y consumo, ensambladas
armónicamente por medio de Bancos populares, al objeto de atri-
buir todo el beneficio al trabajo, reconocido como única y verda-
dera fuente de riqueza. El cam.ino que aconsejó seguir a los obre-
ros, para el logro de tales aspiraciones, consistía en la práctica
de la sindicación, oponiendo al despotismo del Estado, el frente
único de las clases trabajadoras.
Todas estas doctrinas crearon un ambiente propicio para que
el proletariado europeo sintiese el estado de inferioridad en que
vivía, preparándose a luchar en defensa de sus intereses privativos.
Si durante la reacción que sucedió a las revoluciones de 1848 pudo
decir un publicista francés (Luis Reybaud) que el socialismo había
muerto, no más allá de 1860 demostró la realidad todo lo con-
trario. Del socialismo utópico e idealista ciertamente cabía afir-
mar la desaparición, pues tan sólo algunos novelistas contempo-
ráneos habían de rememorar sus disquisiciones especulativas, em-
pujados por un designio más o menos literario ; pero tal desapari-
HACIA UNA ESPAÑA CORPORATIVA 127

ción se realizó en beneficio del socialismo de Estado, cuyas varia-


das facetas adquirieron bien pronto ímpetus arroUadores. Dentro
de ellas, la que tuvo más amplia resonancia fué la representada
por Karl Marx (1818-1883), si bien su compatriota A. Lassalle
logró de momento, por el incansable despliegue de actividades
e iniciativas, una popularidad y eficacia superiores. El Manifiesto
comunista de Marx y Engels, aparecido en 1848, fué un esbozo
sintético, y asequible al gran público, de la nueva doctrina. En
el se repudian por primera vez las divagaciones teóricas, expre-
sando que sólo un sistema científico, basado en la observación de
los hechos y sus leyes, permite apreciar las condiciones en que
ha de desarrollarse la sociedad futura. El Manifiesto proclama
también el materialismo histórico y la lucha de clases, exponiendo
a creencia en que las inevitables crisis económicas, provocadas por
el desequilibrio entre la producción y el consumo, junto con el
progresivo aumento del proletariado que resulta de la concentra-
ción industrial, darán a este último un franco predominio, ter-
minando por apoderarse de los instrumentos de producción (tie-
rras, capitales, máquinas, etc.) y conseguir el establecimiento del
comunismo. Si, como dice el Manifiesto, la burguesía engendra
sus propios enterradores (refiriéndose al proceso que acabamos
exponer), no por ello deja de recordar a los obreros la con-
veniencia de prevenir los acontecimientos, organizándose en par-
ido de clase y desoyendo vanos escrúpulos nacionales. «Proleta-
rios de todos los países, unios» : tal es la fórmula que cierra este
documento, cuya trascendencia fué nula o insignificante en la
«poca de su publicación.
Las teorías económicas y sociales de Marx se desarrollan am-
conT*°*^ «" su obra El Capital, a la que dedicó muchos años de
tod ^°"°^ esfuerzos, alcanzándole la muerte sin terminarla del
lum* ^ ^^^^'^ *^° sólo había visto la luz pública el primer vo-
j • °^^^s completó el ingente trabajo, cuya repercusión había
^°^°^^^ ^^ " ^ inmediato porvenir. Esta nueva obra
sirve t K"T ^^ concepción del materialismo histórico que
, . ° ^ ^*se al Manifiesto, atribuyendo a los factores
económicos un natv-i A^ • • , \ -^ o i
c - i'<ipei decisivo en la formación de la conciencia
sepó^^M ^^'^^^^'^iones en que aquéllos se producen determinan,
^ JViarx, los principios de la evolución histórica, de manera
128 ACCIÓN R S P A A O L A

que si el molino de brazo produce la sociedad feudal, la máquina


de vapor crea también la sociedad moderna con el capitalismo
industrial. El fenómeno que provoca la transformación de las ins-
tituciones y late en el fondo de las más dramáticas contiendas
— plebeyos contra patricios, siervos contra señores, burgueses
contra nobles—, es la lucha de clases, elevada a la condición de
fundamento básico y trama que justifica todas las revoluciones.
El actual período encarna la pugna entre capital y trabajo, com-
bate de proletarios contra capitalistas, que terminará con la vic-
toria de los primeros y tendrá, como último resultado, la des-
aparición de las clases, pues por ella podrán hacerse efectivas la
obligación del trabajo y la libertad de educación. Estas conclu-
siones se engarzan con el supuesto principio de la plus-valía,
esgrimido por Marx con la pretensión de demostrar que el salario
entraña siempre un beneficio ilícito para el patrono. Basándose
en el falso razonamiento que el valor de los objetos se gradúa por
la cantidad de trabajo en ellos acumulada, le es fácil derivar
como consecuencia que toda la utilidad debe pertenecer al obrero ;
ahora bien, como el jornal es siempre inferior a esa utilidad, las
horas de trabajo que exceden a las que exige el rendimiento que
aquél supone, son aprovechadas por el capitalista para incremen-
tar sus beneficios, y de ahí deduce el interés con que pretende di-
latar la jornada, reducir los salarios, forzar la producción y uti-
lizar la mano de obra más barata —mujeres y niños—, medios
por los cuales consigue acrecentar esa cantidad de trabajo que
se apropia indebidamente.
La considerable influencia ejercida por el marxismo no se debe
tanto a la fuerza de sus doctrinas, llenas de gravísimos errores,
como k la situación creada por la política liberal, que, como hemos
expuesto, fué origen de desigualdades profundas entre las clases
sociales y amparó con su inercia el ejercicio desenfrenado de la
usura. Según afirmaba La Tour du Pin, liberalismo y socialismo
son dos (hermanos enemigos, procedentes del mismo tronco mate-
rialista ; la única diferencia estriba en que, así como el primero
ensalza el culto del oro, el segundo practica la religión del vien-
tre. Pero no es preciso acudir al testimonio de los adversarios
para graduar el valor de las nuevas ideas ; basta saber que, apenas
fueron expuestas, sus propios adeptos tuvieron que reconocer den-
HACIA UNA eSPAÑA CORPOKATIVA 129

tro de ellas un sinfín de inexactitudes, y, por si fuera poco, in-


duso apreciaron flagrantes contradicciones entre el primer volu-
^riT r AT ^^''"'' aparecido, como ya hemos hecho notar, en
viaa de Marx, y los últimos publicados. Eduardo Berstein, en la
oora Vte Voraussetzungen des Sozialismus, realiza la crítica más
acerada que es posible contra las tendencias y falsas previsiones de
su maestro, sobre todo en lo relativo a la llamada ley de concen-
tración industrial, que en ningún caso podía convenir a la agri-
cultura. Igual equivocación descubre en el supuesto marxista de
que la riqueza acabará siendo poseída por unos pocos, quimera
desvanecida hasta ahora, incluso en la órbita industrial, pues la
di^ent d /^^ sociedades anónimas hace participar en los ren-
rentistar grandes empresas a una multitud de pequeños

dada<r °*"i ^^^^^' ^^^ fórmulas menos violentas de Lassalle, fun-


^h^rn^"" 1^ cooperativas de producción y el colaboracionismo
^ ^ r n a m e n t a l . no quedaron exentas de resonancia, a pesar de su
creadT ^"""^l,^- ^^ «Asociación general de obreros alemanes»,
viso ^ ^ ^° ^^^^' ^"^'^y^ "O poco en el tono sensato y pre-
emntv.''''" "^T ^^ "^""^"«^^ germánico ha sabido llevar a cabo sus
^ p r e s a s . Seguramente por esta razón se engendraron en Ale-
el ' ! . ' ^ ^ ; ° ^ " ^ ° t e s reformistas, cuya templanza fué dominando
cían ; T .P^f ^^^^"'>íi«s e inútiles violencias que tanto sedu-
tración t J ^ ' T / ^ ^"^ P^^'^^ ^^*í"°«- ^^^e criterio de infil-
c i l i a d o r . r / I . ' ^^ ^d^Ptación a los procedimientos con-
la nota L ^ f obediencia al Poder establecido, que también son
Predominr !f^ ^^ laborismo, y las trade-unions británicas.
(1870.1924^ ^'"^ A f''*^ ^° ^^ ^^"^^ socialista, desde que Lenín
«rupos m á s ' r ! L T / ^ ° ; T ' ' ' ' ' ' " ' ° ' ^g^P^^do en torno suyo a los
esta imnorL? ^^^ P^''*^^^- ^^ reformismo marxista. con
naron el sindi T""'^'' ^ ^^ P^'^'^^ ^^ ^''^"''^ ^"^ ^^ ^« ^^«^O"
un disfraz con ef^^ ''^''''^^"«"^"o y el anarquismo, pasó a ser
vida al demo-libe ^r^ ^^^ adalides creen haber infundido nueva
con toda claridad r^^"""* expirante. Carios Maurras lo percibió
nombre convenía ZT *^ ^^° ^^^' *'"^°^'' afirmaba que si algún
de social-demócratas ad t ^ ^ ^ ^ ^°^ P^'"*'^"^ socialistas, era el
fflas de organización e c o S l - ^ ' ' ^°' ^^«°^^°««' P " « sus progra-
y filosófico de la democ^oT'"^ "^ subordinan al ideario religioso
cmocracia, aun cuando nada haya tan opuesto
130 ACCIÓN KSPASOLA

a un sistema socialista puro como los elementos de democratis-


mo. Todas estas realidades se refuerzan con las justas apreciacio-
nes del P. Valere Fallón {Principes d'Economie Socialé), cuando
afirma que el socialismo, al llegar el año 1929, se hallaba en idén-
tico caso que el liberalismo en 1890, por cuanto el apogeo del error
señala la iniciación de su propia decadencia.
La repercusión de las doctrinas socialistas llegó hasta las masas
a través de deformaciones profundas ; pero sus postulados bási-
cos : lucha de clases, socialización de la riqueza, conquista del
Poder, prendieroii con facilidad en la conciencia de los trabaja-
dores, que se sentían insatisfechos y faltos de toda protección. La
tendencia hacia la libertad sindical se hizo más irresistible al empuje
de las propagandas disolventes, realizadas con método e inten-
sidad desacostumbrados. Inglaterra, en 1821, dio el ejemplo de
rectificar el camino emprendido, abrogando las leyes prohibitivas
del derecho de asociación, y paulatinamente la política antisindi-
cal fué declinando en todas partes. El Estado tuvo que renunciar
a otra pretendida conquista de la revoluvión de 1789, tras haber
producido estragos considerables.
Es un capítulo interesante de la historia moderna del derecho,
tanto en los países latinos, dentro de los cuales en este aspecto
hay que contar a Inglaterra, como en los germánicos, el que se
refiere al proceso seguido por las asociaciones profesionales dentro
del Estado liberal. Sin serles reconocida nunca una personalidad
jurídica completa, como la que desde un principio fué otorgada
al individuo y a las sociedades mercantiles, los sindicatos, en el
lapso que media desde la supresión de los órganos corporativos
a fines del siglo XVIII y la época presente, han pasado, de hallar-
se prohibidos bajo amenaza penal, hasta servir de base a institu-
ciones de derecho público, como las Corporaciones de trabajo 3'
otros organismos de conciliación y arbitraje. La tendencia a aso-
ciarse para los fines colectivos y de utilidad común, es de tal modo
inherente a la naturaleza humana, que desarraigarla resultó em-
presa del todo estéril. En la misma Francia hubo que buscar
medios indirectos a fin de satisfacer estos elementales impulsos,
para lo cual se tomaron prestadas las formas de la sociedad civil
y más adelante de las sociedades mercantiles, enmascarando así
los propósitos que la ley condenaba. Tales medios se adaptaban
con dificultad a la estructura de los sindicatos, pues era imposible
HACU UNA ESPAÑA CORPORATIVA 131

t a n l ^ ' e ^ ^ r í ' ' " ^ ' ' ^ ' * ^ " ' ^ " ° ^ ' ^ ^^^^ ^" ^ ^ ^^^ el legislador
deck Rn? "" ^^^"^ P ^ " '•^^°^''^^ ^"^^ problema. La ley Wal-
^1920 T ' ' ' ^^'^° ' ° ° ' "^^^^fi'^^^^ P°^ ^^ d^l 12 de mar.o
nales fr ' ^ ^ ' ^ ° '^^ ^^"^ •'""'^^'^^ ^ ^^« asociaciones profesio-
es írancesas, siendo el modelo en que se inspiraron casi tcdos
áiJr.- ° ° ' - -^'^ ' ° ^ " " ° " admitida por la primera de estas
recon rru^"^"^*^"" ''''^ ^"P^"^ ^ ' compromiso, pues si bien
oce Ja libertad sindical, no proporciona los medios suficientes
para que las entidades creadas a su amparo puedan vivir con
maependencia y plena autoridad. El restringido alcance de sus
nciones; la obligada subordinación de la vida colectiva al in-
lít^r '^""^^ ^^ ^°^ asociados, mácula propia del régimen po-
o^ci° ""'^7*^ ' ^" ^°*^^ divorcio con las más altas necesidades del
J lo; todo se confabula para dar al sindicato un carácter agre-
hZ V " ' " " ' ^ ^ ^ " ' - ^' ""^'^^^ ^^^ 1^ l^y d^l 25 de marzo de 1919
cZ°A /T^""' ^ ^ ' ' ^ ° ' ^''''^''°' ^ ^^' convenciones que estable-
an desde hacia tiempo los sindicatos patronales y obreros, v que,
c ? a 7 ^ ^ " r ? o T '" '^'^'^'^ " ^" '^^""^'^ ^' ^^ gobernantes, la
]\L A ™^"° ^^ ^^^ ampliaba las atribuciones de aqué-
os, determinándose más acusadamente los contornos de su per-
sonalidad colectiva ; pero aun así no bastaban a borrar el es-
ago producido por el sistema liberal, con más de medio siglo
cabt ? " ""'""^^ ^ '^''^^ ^^ " " =íg^° ^^ persecución impla-
«^o^ a las asociaciones profesionales.
mania ^^"^''f'' "^^^ ^^S^"^^'^ ^^g^l d« dichas asociaciones en Alc-
tos dét°° ^ "^^^ ^^''^''^^- caracteres aparentemente muy distin-
idéntico*^T-°^ ^^ "^*^™° fenómeno de inadaptación al ambiente e
perdura ^"° ^" ^"^ resultados. Las corporaciones medievales
a causa T i T ^^^™^"^^ ^^^^^ ^^ ^^^i^^o tercio del pasado siglo,
gran indust • ^^''^°^^°' ^^^^^ entonces relativamente escaso, de la
extinguidlV^l' ^' ^" ^^^^^^^^' ^"" ^°y "<' están completamente
tuvo su má -^^^^ ^^^ movimiento revolucionario de 1848, que
citado hace 1 ^ ° ! ^f^^"" ^" ^^ manifiesto de Marx y Engels,
tivo continuó vi^ent. ^ ! ^^^^ manteniendo el régimen corpora-
protestataría si ^ ^^"^'^ ^^^"'^ contenido la avalancha
coper ht p«n,v/^^ ^^ anquilosadas normas hubiesen sabido re-

Hci6„ de las C o í l a d < ^ J V , 7 ° '"^ T ™""=°"'' í "^ '" »'»•


i^uidLiones, el termino de sus monopolios y privi-
32 ACCIÓNESPAÑOLA

legios para todos los Estados de la Confederación del Norte. Este


Código, que después fué elevado a ley del Imperio, proclamaba
en su artículo 151 la libertad sindical para los miembros de las
asociaciones libres de los oficios y de la pequeña industria (frei-
sunnugen), que en realidad son una minoría en el país. El texto
básico del derecho de asociación alemán radica en la ley del 19 de
abril de 1906, confirmada por el artículo 124 de la Constitución
de Weimar (1919), donde, sin excepción, se otorga esa facultad a
los ciudadanos. Las asociaciones vienen obligadas por virtud de él
a registrar los estatutos cuando persiguen fines políticos, y su
capacidad jurídica se halla regulada por el Código civil, quien
subordina el reconocimiento de la misma al carácter de las socie-
dades y a su inscripción en el Registro. Tales medidas implican
una continua y severa fiscalización, para no dejar burlada la res-
ponsabilidad civil ante posibles daños ocasionados a terceros, sien-
do tan meticulosa dicha tutela que, antes de soportarla, las aso-
ciaciones profesionales alemanas renunciaron a tener personalidad
jurídica. La solución continuó siendo insuficiente, aun promul-
gada la ley del 23 de diciembre de 1926, pues si bien reconoce a
los sindicatos la facultad de actuar en juicios derivados de los con-
tratos colectivos e individuales de trabajo, sigue sin otorgarles
autoridad bastante para que, elevándose sobre los intereses par-
ticularistas, logren convertirse en elementos ordenadores de la
producción.
Si los Sindicatos profesionales adoptaron en gran mayoría el
principio marxista de la ludha de clases, encaminando su acción
al asedio del Poder, debe achacarse sobre todo a la inexistencia
de una ordenación social de carácter público, como en otro tiempo
lo fueron los gremios. Las dos legislaciones típicas que acabamos
de reseñar descubren hasta qué punto fueron los Gobiernos a re-
molque de las circunstancias, siempre desbordados por la presión
exterior. En estas condiciones, la formación de los sindicatos se
realizó sin norma fija, aun cuando siempre bajo la influencia del
socialismo. Sólo años más tarde, ante la importancia de la obra
destructora que se consumaba, desplegaron sus fecundas iniciati-
vas los primeros portaestandartes del movimiento social católico:
Monseñor Ketteler, en Alemania ; el barón Vogelsang, en Austria,
y el marqués de La Tour du Pin, en Francia, cuyo programa
organicista sirve de base a la reacción corporativa del tiempo
HACIA UNA B S P A S A CORPORATIVA 133

presente. E n 1891 la encíclica Rerum Novarum, verdadero monu-


mento de ciencia social y síntesis de las más generosas concep-
ciones en favor de los trabajadores, dio la norma a las actuaciones
luturas, surgiendo, como consecuencia de ella, los sindicatos ca-
tólicos, que tomaron gran incremento en Alemania, Bélgica, Ho-
landa y Austria (1).
ha. aparición del sindicalismo revolucionario, en cuyo origen
desempeñó un papel importantísimo Fernando Pelloutier, señala
el definitivo desbordamiento del socialismo reformista. E l nuevo
grupo poseía especial aptitud para captar a los obreros, convir-
tiéndolos en masa de choque, porque sus rasgos distintivos son el
apoliticismo y la inclinación antidemocrática. S u ideario, desd**
este último punto de vista, se adapta más a las realidades moder-
nas que el de los socialistas, y sus conclusiones todas, por el
simplismo de que se hallan revestidas, adquieren valor de mitos
cuando se proyectan en el intelecto de las muchedumbres fácil a la
sugestión. Jorge Sorel agrandó considerablemente la base doctrinal
y filosófica de este movimiento. Ante la inmersión de los sindicatos
en la ciénaga del partidismo demo-liberal. Sorel reaccionó lanzando
la más acerba crítica contra el pseudo-socialismo marxista, que ser-
vía de comodín a los aspirantes a diputados y ministros del Estado
burgués. «Para los obreros, la revolución no es la victoria de un
partido, sino la emancipación de los productores, independientes
de toda tutela política», decía en L^avenir socialiste des Syndicats,
y añadía también en la misma obra : «El gobierno por el con-
junto de los ciudadanos ha sido siempre una ficción, pero esta
ficción era la última palabra de la ciencia democrática, aun cuando
nunca se ha tratado de demostrar la chocante paradoja segfm la
cual el voto de una mayoría caótica es capaz de producir le que
Rousseau llama voluntad general que no puede errar.» Sorel le-
vanta, como arma decisiva para llegar a la nueva organización
del Estado, basada en los grupos libres de trabajadores, la huelga
general y la acción directa ; en una palabra : la violencia. E l
sindicalismo-revolucionario, ni aun fortalecido con estas nuevas
armas, ha podido permanecer libre de oscilaciones contradictorias.
Unas veces ha sido arrastrado por el anarquismo, con muchas de

(1) En otro artículo al tratar de las nuevas corrientes corporativas


expondremos la doctrina social católica con mayor amplitud.
134 ACCIÓN ESPAÑOLA

cuyas teorías coincide ; otras, ha dado lugar a movimientos de


tipo eminentemente nacional. Más adelante veremos que no son
pocos los elementos sorelianos absorbidos por el fascismo (1).

EDUARDO ATTNÓS
(Contintíará.)

(1) En el próximo artículo continúa la exposición del régimen sin-


dical con el estudio científico de las organizaciones patronales y obreras
y su influjo en el contrato de trabajo.
Ascética y Picaresca

I I Y ÚLTIMO

n. MATERIA NOVELÍSTICA.

Las novelas picarescas forman un ciclo épico, que abarca diver-


sos sectores sociales, cuyos estados, tipos y caracteres someten
a ruda crítica. Los escritores contribuyeron deliberadamente a
la corrección del ciclo novelístico, escogiendo su materia con cla-
ra conciencia de lo que estaba hecho y de lo que restaba por
nacer. O continúan o desarrollan la tarea de su predecesor.
¿ Hay enlace entre El Lazarillo y Guzmán de A Ifarache ?
Creemos que no.
Mateo Alemán se inspiró verosímilmente en las novelas di-
dácticas de Raimundo Lull, relación que no se le fué por alto a
Menéndez Pelayo, aunque concediendo a la obra del novelista se-
villano intención moral infinitamente inferior a la del beato ma-
llorquín. El punto de enlace entre uno y otro resulta ahora más
estrecho y evidente, considerando el Guzmán de Alfarache enro-
lado en la campaña reformadora de la España seiscentista. La
novela de Alemán es de una amplitud casi enciclopédica. La so-
ciedad^ de su tiempo se abre como un abanico desde el ojo avizor
del Picaro. La vida corruptora de los opulentos mercaderes ex-
tranjeros injertos en el vecindario sevillano; las raterías de ven-
tas y mesones, y las sisas de los cocineros de casa grande ; el pi-
llaje de la gente de tropa, los ardides y trucos de la mendicidad
parasitaria, el regodeo dé los palacios de Cardenales y Embaja-
dores, las estratagemas de jugadores y estafadores trashumantes,
los vicios y corruptelas de la grey universitaria, los horrores de
136 ACCIÓN KSPAfiOLA

cárceles y galeras, y como leit motiv, la falsía de las mujeres,


los engaños del matrimonio y la mentira del amor.
Por este mar de escollos y bajíos conduce su barco Mateo
Alemán, y desde la gavia del vigía va atalayando peligros y ad-
virtiendo escarmientos. ¿Qué había quedado fuera de su órbita
para que otro novelista pudiera aprovecharlo? Algo había que-
dado : la vida del caballero pobre, que tiene que aceptar un pues-
to en la servidumbre de alguna persona pudiente. Este fué el
tema que se propuso desarrollar Vicente Espinel.
Marcos de Obregón desciende de conquistadores, pero de su
padre no recibe más herencia que la bendición y una espada. El
escuderaje le abre sus tristes puertas, y el novelista se dispone a
desplegar la paciente carrera de un hombre bien nacido y caballe-
roso, a través de vicisitudes y colocaciones enojosas.
Y, efectivamente, en el primer o primeros capítulos de su
obra, Obregón aparece como un viejo honrado, que entra al ser-
vicio de un médico de buena clientela en Madrid, y lleno de doc-
trina moral y de experiencias humanas, se empeña en estorbar
y estorba el adulterio de su señora, doña Mergelina.
Es evidente que Obregón nos hubiera sido un magnífico guía
en la vida de la clase media de la Corte, si cuando el médico y
su mujer levantan el campo de Madrid se hubiera acomodado en
su oficio escuderil con otros amos del mismo rango. El libro hu-
biera sido una galería de cuadros de costumbres enhilados por el
personaje central, no picaro, pero sí descubridor y víctima de pi-
cardías. Pero malhadadamente Obregón tropieza con un ermita-
ño y empieza a contarle su vida juvenil ; la vida que no podía
ser de un escudero, sino la de un estudiante, un soldado y un
viajero, etc. El escudero quedó completamente olvidado.
Busquemos ahora lo picaresco en este relato incidental, que
se fia convertido en lo principal del libro. La vida estudiantil de
Salamanca está vista históricamente. Vierte sus recuerdos perso-
nales. Hasta el Dr. Medina, cuya terapéutica desobedece tan sór-
didamente, es un ser real ; yo lo he identificado en investigacio-
nes del archivo universitario. Real es también el pupilaje de
Calves, y real es todo lo que allí se cuenta, sin pizca de inspira-
ción novelesca. Los estudiantes sufren su hambre y su sarna
como buenos muchachos. La picaresca no se ve por ninguna
parte.
ASCÉTICA Y PICARESCA 137

La vida del soldado es de lo más ñoño que darse puede. Obre-


gón se coloca de un golpe en alférez, y ni robó gallinas, ni jugó
en garitos, ni saqueó mesones, ni capeó en esquinas, ni hizo nada
picaresco.
Entre su vida de soldado en Bilbao y su segunda campaña de
Italia hay dos períodos interesantes. Uno escuderil, o, propia-
mente, de gentilhombre ; Obregón sirve en Valladolid al conde
de Lemus ; no al mecenas de Cervantes, como se ha dicho, sino
al padre del que después fué mecenas. Algo vemos allí de la
vida de la casa condal : algo de lo que pasaba de escaleras aba-
jo. Todo pueril, anedóctico y sin intención. La estancia de Obre-
gón en Sevilla cae de lleno en la picaresca. Rinconete y Cor-
tadillo habían salido a luz en 1613; el libro de Espinel, en
1618. La visión cervantesca de Sevilla influyó en Espinel. Por
esta sola vez en su vida Obregón va a vivir días de intensa di-
námica entre matones profesionales, vagabundos, mujerzuelas^ cor-
chetes y todas las figuras de la brivia sevillana del siglo XVIL
Y paremos de contar. Lo picaresco no sale más, si no es que
miremos con buenos ojos el episodio de la cárcel de Genova ; y
lo escuderil tampoco. Desde que Obregón se embarca para Italia,
su vida es un mosaico de lugares comunes de la literatura con-
temporánea, extraños a la novela picaresca. El naufragio y cau-
tiverio en Argel es una sombra del cuento del cautivo del Qui-
jote. Los encuentros y lances con gitanos ya eran paso hecho, como
dina un gracioso de comedia calderoniana. El tropiezo con los
bandoleros y su posterior secuestro por los salteadores de la Sau-
^ a tienen idénticos antecedentes. Hasta el nombre del jefezuelo,
Roque Amador, es homónimo del Roque Guinart, de Cervantes.
No sé por qué el señor Amezúa lo ha tomado tan en serio. Pe-
Uicer no creo que dio en el hito cuando dijo que Espinel se ha-
bía propuesto competir con el Príncipe de los Ingenios ; pero no
anduvo descaminado en notar relaciones de hecho entre ambos
novelistas.
Los episodios de Obregón en Italia son aburguesados o som-
bríamente melodramáticos, como el caso daT camino de Venecia :
unos y otros ajenos a la índole de la picaresca.
El cuentecito de la toma de Mastrique es una facecia de al-
guna floresta de chistes, traída por los cabellos, pues Obregón
'38 ACCIÓNESPAfíOLA

no había pensado en salir de España cuando Mastrique fué toma-


da por última vez.
Todos los viajes maravillosos del Dr. Sagredo por el Sur de
América son la instantánea del ambiente popular al tiempo que
Espinel escribía su libro, entre 1616 y 1618. No hay que buscar-
les la fuente en Pigafetta y demás primitivos cronistas del viaje
de Magallanes, sino en las relaciones de la expedición realizada
por orden de Felipe III, que dio por resultado el descubrimiento
del estrecho de San Vicente.
Este es Marcos de Ohregón : un libro truncado, puesto en des-
acuerdo con su mismo título.
Desgraciadamente Espinel sufrió una desviación en su cami-
no, embarulló el plan que se había formado, y desde que el es-
cudero empieza a contar su vida juvenil al ermitaño, el relato
se convierte en una serie de repeticiones del libro de Alemán ;
otra vez los estudiantes, los soldados, los maleantes, las ventas
y los palacios, con algún añadido de tópicos novelescos, por toda
novedad, como el cautiverio en Argel y la liberación mediante la
doncellita moza enamorada del cautivo. La obra de Espinel carece
de unidad, y en gran parte, de novedad también. Es una obra
lamentablemente malograda.
Quedaba casi virgen el campo de la pobreza vergonzante, de
los arribismos nobiliarios, de las ejecutorias heredadas, sin dine-
ro. Este campo vino a cultivarlo Quevedo con su Vida del gran
Tacaño. «Tacaño», en la acepción arcaica de tracista o de tra-
pisondista, para arbitrarse medios de vivir en plan de cabr.Uero,
sin serlo.
Quevedo acudió a recoger el tema que Espinel había desflo-
rado, del caballero pobre ; pero Quevedo no podía ver el asunto,
sino como él veía todas las cosas : en deformación caricaturesca.
Don Pablos ya no es caballero alto ni bajo; es un pobre diablo
metido a caballero, que tiene que mentir, garbear y cometer toda
clase de bajezas, para mantener su falsa posición.
La novela picaresca ha cambiado completamente de plano en
manos de Quevedo. Aquel hidalgo miserable del Lazarillo era muy
miserable, pero muy hidalgo. Antes moriría que picarear. Aquí
en Quevedo las cosas pasan muy de otro modo. Son picaros des-
vergonzados, que han dejado la esportilla, para meterse a caba-
lleros.
ASCÉTICA Y PICARESCA J39

Tipos sociales condenados al trabajo forzado del fingimiento,


lo mismo que el buscón Don Pablos, son el Bachiller Trapaza,
de Castillo Solórzano, y El Caballero Puntual, de Salas Barbadi-
11o, en el que la caricatura caballeresca penetra en los dominios
de la comedia de figurón. Las invenciones para seguir viviendo
en el equívoco se agudizan, se alambican más cada vez y agotan
el tema hasta lo inverosímil.
Para renovar la materia picaresca hubo que recurrir a dos ,
procedimientos. Uno, retintar con más vigor algunos trozos de
la línea dibujada por Alemán. Esto hizo Cervantes en Rinconete
y Cortadilla. Reduce su radio de observación a una sola ciudad,
Sevilla, y concentra su atención en un punto, la organización del
hampa. El Estado de Ponipodio, funcionando dentro del Estado
de Felipe II es una de las adquisiciones más preciosas que enri-
quecieron la materia novelística del mundo picaresco.
Surge aquí una dificultad puesta por Américo Castro, quien
mega a este libro de Cervantes el carácter de novela picaresca. '
Lo esencial de este género, viene a decir, no consiste en tratar
de picaros, sino en la visión de la vida y del mundo, obtenida por
los OJOS de los picaros, y en la consecuencia emotiva de pesimis-
mo o de sarcasmo que de tal visión se desprende. No estamos de
acuerdo.
Tratar de picaros y tener una visión del mundo de los picaros
creo que es lo mismo. El tipo «picaro» es un bacilo que hay que
cultivarlo en su caldo apropiado. No hay medio viable de presentar
en escena un picaro, y hacerle seguir la trayectoria lógica de su
psicología, de sus hábitos, de sus necesidades, sin hundirse «ipso
acto» en la vida del picaro y estar viendo el mundo por sus ojos,
c Qué clase de novela, o más bien, qué monstruosidad sería aqué-
yue nos presentara entes y tipos, sin darnos simultáneamente
a visión de su mundo, o lo que es lo mismo, sin hacernos ver ^.a
imagen de la vida, tal como se proyecta en la retina característica
de tal clase de gente ?
Avancemos otro paso. Una cosa es ver y otra cosa es aprobar.
Dice Castro, hablando de Cervantes : «¿Cómo pensar ni un mo-
mento que él piudiera instalarse en la pupila de uno de aquellos
seres, dispuesto a suscribir sus pobres juicios y a plegarse al ras-
trero caminar de su espíritu?»
Y pregunto y o : ¿ Dónde est& la novela picaresca, en la que
140 ACCIÓN K S P A R 0 I , A

su autor se ha instalado en la pupila del protagonista para sus-


cribir sus pobres juicios? En ninguna parte. La ideología de los»
picaros está en abierta oposición con su práctica. Para sanear
esta contradicción, tan dañina al efecto estético de la obra, sus
autores se han agarrado de común acuerdo a un resorte salvador.
Los picaros escriben sus biografías cuando llegan a viejos, cuan-
do los años les han mostrado los engaños del vicio y hasta les
han hecho experimentar sus tristes consecuencias : así Gitzmán,
así Obregón, los dos que emiten más juicios. Alonso, mozo de
muchos amos, habla ya hecho ermitaño. El gran Tacaño escribe
cuando los muchos pasos por el mundo han labrado en su áni-
mo esta sentencia con que cierra su libro : «Nunca mejora su es-
tado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres.»
En este punto podemos llegar a esta conclusión, contraria a la
de Castro. Tanto más un libro picaresco implica un sentido apro-
batido de la vida que presenta, cuanto el autor se cuida menos de
ir sembrando conceptos doctrinales entre los actos reales de sus
protagonistas. Se me podrá reargüir que sin expresar su pensa-
miento el autor puede manejar sus criaturas de modo que la
reprobación de sus actos surja espontánea. Claro que s í ; pero
Rinconete y Cortadillo no es precisamente un drama de tesis.
Cervantes toma los datos de la realidad, y los respeta con un
exagerado naturalismo. Después los baña en la emoción pláci-
da y regocijante que en su espíritu producía el espectáculo de la
comedia humana. Por último, los sometía a una fórmula de com-
posición, a una combinación de planos y volúmenes que constitu-
ye el último secreto de su arte. Este es el proceso de la técnica
cervantina.
jf El otro procedimiento de los novelistas picarescos fué entre-
gar los papeles de protagonistas en manos de mujeres. Justina,
la Niña de los emhustes, La Garduña de Se^ñlla, Elena, hija de
Celestina, Las Arpias de Madrid y El casamiento engañoso, sus-
tituyen a los Guzmanes, Obregones, Pablos y Trapazas. Pero
en realidad este procedimiento se reducía al primero. Estas fé-
minas no eran creaciones, sino epígonos desarrollados de aque-
llas damas que estafaron y burlaron a Alfarache en Toledo y en
Milán, y en Venecia a Obregón.
Todas ellas son timadoras de oficio, y rinden culto a Mercu-
rio, con absoluta despreocupación de Cupido y de su liviana ma-
ASCÉTICA y PICAílKSCA 141

dre. El amor ao les sirve sino de careta para castrar las bolsas de
sus incautos enamorados. Toda una casuística de estafas se en-
cierra en estos libros, que muy bien pueden formar la biblia de
Caco.

III. VALORACIÓN DEL GÉNERO PICARESCO

Hasta ahora, como no se había visto claro el concepto de no-


vela picaresca, no se había encontrado la categoría estética en que
habíamos de colocar esta producción literaria, ni, por consecuen-
cia, sabíamos a qué misterioso impulso habían obedecido aque-
llos escritores, para juntar en una misma obra la predicación, el
constante sermoneo de tono moralizador y el cuadro realista de
gustos soeces y acaso pecaminosos. Una monstruosa amalgama
de elementos inconexos se presentaban al examen crítico, sugi-
riendo las más fantásticas y desconcertantes impresiones.
Ahora creo que se ve clara y patente cuál es la medula de la
novela picaresca; buscar la moralización interior del hombre,
con absoluto menosprecio de las formas externas. Se ha dicho que
«el arte trágico francés es el arte de no abandonarse, antes bien,
de buscar siempre para el gesto y el verbo la norma mejor que
deba regularlos». El arte picaresco español opone a este ideal
etico social el ideal ascético cristiano. Y la ascética tiene mucho
monacal, mucho de absentismo social. Los procedimientos de
este arte tienden a provocar una reacción de reforma interna, sin
preocuparse poco ni mucho del decoro del gesto ; porque el gesto
o tiene más sentido que el de cubrir nuestro decoro ante la so-
ciedad, y ya la Picaresca ha empezado por hacernos despreciable
la sociedad.
JNo quiero ocultar que hay en el genio español una tendencia
naturalismo; pero antes de aparecer el arte de la picaresca,
naturalismo se ofreció juntamente con otros materiales re-
nacentistas, a labrar el pedestal para la exaltación del goce hu-
mano y de la alegría del vivir. Todo lo contrario en la novela
picaresca, el naturalismo sirve a un ideal español también.
Este ideal era precisamente el renunciamiento de la vida,
posición contraria a la del mundo poseído por el demonio del Re-
nacimiento ; posición ascética, que ha de ver el mundo por su lado
más feo y aborrecible, y ha de convertir la sociedad humana en
142 ACCIÓN 8SPAÑOLA

un hospital de deformidades morales, siempre provocantes a la


corrección del espectador.
Conforme a esta doctrina, hay que demoler aquel otro tópico
literario de que el Lazarillo es objetivista y los otros libros mora-
lizantes. Así es, visto por encima y superficialmente. Guzmán y
Obregón sermonean ; pero sus sermones son semilla totalmente
distinta de su narración. Esta, en cambio, es por completo desin-
teresada, fiel y hasta inocentona. Pero Lazarillo es uno de los li-
bros más intencionados del siglo XVL Aquello no es pintura, es
sátira corrosiva. A Lázaro no le hace falta predicar, porque su
estilo oratorio es el mismo de San Francisco, cuando salía en si-
lencio por la ciudad y después de unas vueltecitas aquel con-
tinente hombre de Dios, decía al fraile que le acompañaba : «Ya
hemos predicado.» Los otros autores, muy de otro modo pintan
una vida escandalosamente regocijada y anárquica, y como quie-
nes sienten remordimientos interiores o miedos exteriores, yuxta-
ponen la inmoralidad y la moralización, tan pegadiza ésta y mal
ensamblada que casi está convidando al lector a que salte los pá-
rrafos. No creo que es otro el canon a que se atuvo Mateo Ale-
mán para la introducción de sus sermones.
Todos los libros picarescos son claros en su intención, en su
técnica y en sus autores (a excepción de Justina, que es un ejer-
cicio retórico de un fraile). Pero Lazarillo es un problema de pun-
ta a cabo. Obra de ariete religioso-político-social, fué debida a
un erasmista de los que vinieron a España con Carlos V ; obra
nutrida del mismo espíritu que las del llamado Villalón ; sátira de
la austeridad castellana, por alguien que echaba mucho de me-
nos las ollas de Egipto: la abundancia burguesa y la conciencia
ancha de Flandes y de Alemania.
Y, según todo esto, ¿cómo resolver el problema de mayor o
menor objetividad de este género literario?
¿Es realista esta forma de arte, o es idealista? Lo uno y lo
otro. Realismo e idealismo, ambas cosas en grado eminente, y
ambas en yuxtaposición inmediata, al mismo tiempo que refrac-
taria. La norma ética y la infracción moral en constante alter-
nancia, sin un momento de transacción ni de armisticio.
La sociedad española que se descubre en la literatura picares-
ca es una sociedad de perversión moral; pero se descubre, bien
entendido, por la pupila del moralista. La sociedad española del
ASCáTICA Y PICARESCA 143

seiscientos no era peor que la de hoy, porque la humanidad, en


general, nunca es mejor ni peor ; permanece la misma. La civi-
lización es un progreso de formas, una ganancia en modales. El
fondo de aberraciones, de flaquezas y de maldades no sufre dis-
minucion. La humanidad no gana en virtud, gana solamente en
Hipocresía. Pero existe una norma de vida, traída al mundo por
el cristianismo, que no se satisface de exterioridades, sino que
penetra en el corazón del hombre, y examina hasta sus ríñones,
en frase bíblica, e impone a las más recónditas fibras de su ser
Ja ley de la justificación y del perfeccionamiento. Con esta nor-
ma por escalpelo se disecciona la vida española en la literatura pi-
caresca, y claro es, el resultado es un contraste explosivo. Y en
esta valiente detonación de claro-obscuro, consiste el mérito de la
novela que estudiamos. El negro lo emplean todos los pintores ;
la luz es el alma de todos los cuadros ; pero entonces el negro
pone en juego todo su valor cromático, cuando el pincel de Reem-
brand coloca en inmediata transición la luz y las tinieblas, la som-
bra y el rompiente luminoso que parece dar paso a otro mundo
niás bello y mejor.

MIGUEL I I E R R E R O - G A R C I A
a concepción económica
del fascismo

E trata de una nueva orientación de la vida y de la ciencia


S económica, estimulada por el movimiento fascista, la co-
rriente sindical y la organización corporativa, las tenden-
cias del socialismo nacionalista y las ideas de la dirección inte-
gralista en el Derecho. Los nuevos estudios económicos no están
aun sistematizados ; se encuentran en un período de orientación
y de organización, por parte de sus cultivadores, mientras que las
autoridades críticas de la Economía muestran cierta resistencia
a aceptar la denominación de «economía corporativista» que ha
proclamado la nueva escuela. Tal actitud crítica no es de ex-
trañar porque surge siempre que aparece una nueva dirección
científica, en cualquier orden que sea ; además, es deseable que
así suceda porque la crítica puede contribuir a la corrección y
depuración de los conceptos. Recuérdese la oposición que levan-
tó el socialismo cuando emprendía la sistematización económica de
su doctrina.
La crítica científica expuesta por algunos polemistas ajenos
al fascismo, considera que no hay sino una ciencia económica y
que la economía corporativa no encierra teoremas científicos, sino
que está constituida por un conjunto de prácticas encaminadas a
la realización de aspiraciones políticas. «La Economía racional
y la política económica son conocimientos y entran en el campo
de la pura actividad espiritual. El fascismo es acción y entra en
el campo de la actividad práctica», dice Tonelli (Crítica fascista,
15 de octubre de 1928, pág. 389). Se establece una distinción.
LA CONCEPCIÓN ECONÓMICA DEL FASCISMO 145

pues, entre lo que se considera ciencia pura y lo que se estima


mero programa político.
Pero los mismos que establecen esta distinción suelen tomar
como ciencia económica pura la que está construida sobre la hi-
pótesis liberal y su experiencia histórica, o lo que es lo mismo :
un sistema fundado sobre la base de un programa filosófico-polí-
tico y sus resultados de realización histórica. Así se desenvolvió
la fisiocracia, así el individualismo económico y así se intenta des-
arrollar la economía socialista. La ciencia económica se nos pre-
senta como producto, en gran parte, de una ideología fiilosófico-
politica y de su rendimiento histórico. Las direcciones que pre-
tenden ser hijas de racionalismo puro, no escapan a las influen-
cias políticas e históricas. ¿ Qué otra cosa es, si no, la teoría eco-
nómica fundada sobre el homo oeconomicus 7 La era liberal le
sirve de sustancia histórica y de inspiración teórica también. El
hombre que se tenía presente para averiguar sus móviles econó-
micos, estaba sacado de la sociedad en que se vivía, era un hombre
histórico, y por lo tanto, con una mentalidad que respondía a la es-
piritualidad colectiva y dominante, no era el hombre natural sin in-
flujos de ninguna especie. Sólo en el meollo de Rousseau podía
cocerse la imagen convencional de un hombre natural que en rea-
lidad no era sino abstracción filosófica y arbitraria de un pen-
sador. Ni se apeló, tampoco, para formular los principios de una
economía racional, al ejemplo de una vida económica de proce-
sos puramente naturales, porque... tal vida no existe. Toda la
vida está influida por ideas y sentimientos que influyen en la sa-
tisfacción de las necesidades y en sus modificaciones. ¿Y los pue-
blos de naturaleza—como llama la sociología a los salvajes y a los
bárbaros—no tienen una vida económica natural?, se nos dirá por
algunos. Si la tuvieran, de poco nos serviría el ejemplo de los
mismos para construir una ciencia válida para los civilizados.
Además, no encontraríamos en ellos un proceso económico puro
porque hasta los salvajes están influidos por representaciones psí-
quicas diversas que intervienen en su vida material, tatuando su
piel, a despecho del dolor, o no acostándose, a pesar de la nece-
sidad de dormir, sólo por conservar sus fantásticos peinados.
Tanto el punto de partida del individualismo como del socialis-
mo no representan sino abstracciones de dos ideologías que influ-
yen históricamente. Y es cuestionable la existencia del individuo
1^6 ACCIÓN tSPAÑOIrA

independiente del medio social y del Estado como entidad jurídi-


ca sólo y abstracción antitética del individuo.
Puede haber, pues, una economía corporativa en el sentido, no
de una construcción racional científica pura, a semejanza de las
Matemáticas, sino como sistema de valores racionales que toman
su apoyo en la realidad nacional. Es un realismo, un agregado
histórico racionalizado conforme a un valor político. Toma como
base la realidad llamada «Nación» (no la abstracción «individuo»,
como lo hacen los liberales o la abstracción «Estado», como lo ha-
cen los socialistas).
La economía no se da como un orden independiente de bases
filosóficas, éticas, jurídicas, psicológicas e históricas ; está influi-
da por factores no económicos. Los clásicos de la Economía, creían
en tal independencia y separación del orden económico respecto
de los demás, pero la experiencia histórica demuestra que no se
ha dado un proceso económico puro, ni aun en las agrupaciones
humanas más elementales. Este es el gran mérito de Schmoller :
Saber demostrado que la vida económica va unida a la vida polí-
tica. Y los mismos individualistas, mantenedores de la concep-
ción pura, no se percatan de que la era liberal, en la que se
formó el sistema económico llamado científico, no fué una época
histórica de vida económica pura, sino influida por un derecho
inspirado en ideas liberales.
La vida económica está influida por valores sociales (que no
son realidades físicas, sino ideas con autoridad suficiente para
dirigir la acción). Tales valores pueden tener más o menos efi-
ciencia, son más o menos realizables en el mundo económico, pero
su influjo es indiscutible. En este sentido hay que comprender
el pensamiento de Stuart Mili cuando dice, después de enumerar
las reglas de la distribución de la riqueza, que esas pueden cam-
biar según se modifiquen los sentimientos y las ideas entre los
hombres.
El carácter distintivo de la economía corporativa es, según
sus definidores italianos influidos por el fascismo, que mantiene
la iniciativa privada (a diferencia del socialismo), pero la orienta
hacia fines públicos (a diferencia del individualismo) a los que
debe servir. Transforma el móvil de la iniciativa y de la gestión
^G. Arias, La economía nacionale corporativa. Roma, 1929, pá-
t/L CONCEPCIÓN ECONÓMICA DEL FASCISMO W

gina 28). No es importante el sujeto que hace la elección, sino el


móvil de la elección u origen de la actividad económica.
El individualismo reconoce como único móvil de la actividad
económica, el egoísmo; lo exalta y hace de él el punto de partida
de su sistema económico racional, y el socialismo (que está im-
buido de muchas representaciones liberales, aunque se revuelva
contra su programa social) reconoce también el egoísmo como
único móvil; pero, para evitar sus efectos perniciosos, priva al
individuo de toda iniciativa económica y atribuye al Estado la
facultad de elección. A diferencia de esto, «el fundamento de la
economía corporativa es siempre la iniciativa individual, pero
confortada por la conciencia corporativa. La economía corpora-
tiva es la negación de la premisa hedonista, común al liberalismo
y al socialismo», dice Arias. (Ob. cit., págs. 156-157).
No obstante, esta fundamentación no es lo suficientemente
rigurosa y científica ; egoísmo y altruismo son ideas de cierta
vaguedad, y, en último término, el interés estatal en que se in-
tenta fundar el corporativismo, según algunos, no es más que
egcásmo estatal, o socialismo.
Hasta aquí continúa la vaguedad en la definición de la eco-
nomía corporativa. El punto de vista que se considera más afor-
tunado, aunque no decisivo, es el de Arrigo Serpieri, el cual dice
que el fascismo niega el individualismo y sus pretendidos dere-
chos naturales, incluso el de la propiedad ; sólo reconoce el in-
terés social que históricamente se concreta hoy en el de la Na-
ción, que hay que considerarlo superior al del individuo, porque
SI no resultaría imposible toda idea de deber, de sacrificio y de
subordinación, e imposible, también, la coexistencia social y, por
consigmente, el poder ser hombre, porque el hombre, o vive en
sociedad o de lo contrario no puede existir. «No se trata de reco-
nocer un interés social que exista fuera de nosotros, que absorba
o mortifique nuestra personalidad individual : se trata de reco-
nocer nuestras mismas necesidades individuales. En nuestro mis-
mo espíritu humano está el momento individual, pero también
en él está, conjuntamente, el momento social del grupo al cual
pertenecemos. Basta con replegarse en nuestro interior para sen-
tirle vibrar en el propio espíritu; quien no lo sienta, no es hom-
bre, porque el hombre o es hombre o no puede ser hombre. Pero el
régimen fascista — que pone el interés de la Nación como límite
148 ACCIÓNBSPAÑOI,A

y norma de toda actividad individual — no desconoce el interés


individual como instrumento de aquél; lo reconoce en el campo
de la producción y como instrumento, el más eficaz, del interés
de la Nación. Por esto, si por una parte niega el liberalismo
individualista, por otra niega el socialismo, por cuanto éste, al
sustraer los instrumentos de producción al particular, mata su
iniciativa en una mortífera producción de Estado.» (Ob. cit.,
páginas 58-59).
Así queda establecida la identidad del individuo cou el Es-
tado, concepción que se refleja claramente en la afirmación de que
la propiedad privada de la tierra tiene carácter «exclusivamente
social». ¿Cuál es el significado de esta identidad? Un ejemplo
puede explicarlo. La transformación territorial, ¿quién ha de
realizarla, el individuo o el Estado? Esta antítesis la supera el
Estado fascista corporativo contestando que puede realizarla el
individuo o el Estado, por cuanto el régimen corporativo «no
admite intereses singulares que no se coordinen y subordinen a
los intereses de la Nación.» (Ob. cit., pág. 135).
Aunque el nuevo principio no parece suficiente para ser un
fundamento sistemático de la ciencia económica, representa, sin
embargo, un progreso, por cuanto tiende a superar la antítesis
entre el individuo y el Estado. Ocurre lo mismo en tal antítesis
que con la pretendida antítesis entre autoridad y libertad. Yo
creo que tales oposiciones son más bien efecto de los distingos
nominalistas y de la adjudicación convencional de rangos de ca-
tegorías racionales a lo que no los tienen. En efecto: no se puede
hablar de individuo y de Estado en términos absolutos y opues-
tos, porque el individuo no puede identificarse como tal sino
físicamente, y el Estado no tiene existencia física ; el Estado es
una unidad espiritual, integrada por el espíritu colectivo, y los
individuos tienen su vida espiritual personal como parte del es-
píritu colectivo. No tiene el individuo vida espiritual totalmente
independiente de la comunidad en que vive, y prueba de ello es
que, aislándolo por completo, parece perder su alma. El náufrago
solitario en una isla desierta, pierde hasta la facultad de hablar,
y privado del contacto espiritual con la comunidad, cae en el
embrutecimiento y en la vida puramente animal. Dada esta par-
ticipación del individuo en el espíritu colectivo, se explica el que
la inmensa mayoría de los individuos respondan al espíritu Ha-
LA CONCEPCIÓN ECONÓMICA DEL FASCISMO 149

« e SU época», y que sólo las personalidades geniales v


^n^ri'''"^'" ""^ ''^^'^" P™P^° ^"^ ^°^ '^^«^^^ " ° P^^den al-
men« ' f ^^^ «conocemos al hombre histórico, es decir, al que
mind I "^^ discurre la comunidad social en una época deter-
confor^ ^""^ " ° ^^ hombre natural, el que habría de producirse
orme a su espiritualidad propia y humana sin influjo social
e histórico alguno.
se ^ ° , J^^^^^^^'^' P"^de haber millones de individuos físicamente
separables, como masa social, pudiendo estimarse como unidades
aritméticas; pero espiritualmente, y a pesar de la conciencia
propia y del libre albedrío, hay esferas de espiritualidad cokc-
va en las que quedan fundidos los espíritus individuales. De-
1 ° fi?"x°° ^^ ^^'° ^° ''^'•^''^'' ^^^ confesiones religiosas, las escue-
as íilosóficas, los círculos de opinión, etc. Cuando una sociedad
umana se encuentra en su fase elemental, el alma de sus indi-
viduos apenas se diferencia y todos responden a una caracterís-
tica unitaria, simple y homogénea; cuando progresa, la diferen-
ciación se incrementa, pero no borra el espíritu colectivo, que
sigue estrechando en su seno a los individuos. El espíritu nacio-
nal, el alma patriótica es una prueba de ello. Y bien pudiera
ecirse, gráficamente, que en las sociedades humanas, por nume-
rosas que sean, pueden quedar reducidas, espiritualmente, a un
« acroantropo», a un «gran hombre», o a varios «macroantro-
vive' ^ 7 1°° ^ ^ ° atomismo psicológico. La psiquis individual
en el hombre, pero teñida del color del grupo social,
del inTi ^^^^^^'^^ ^^ P""^° de partida, o sea de la identificación
vism I ]^° '^'^^ ^^ Estado, según la concepción del corporati-
anima t^"^*^' ^^ consecuencia es clara : si en el individuo se
jj^^ . ^uterés social y a ese interés se subordina; si el mo-
. , ^° ^se régimen convive con la iniciativa individual,
lis ^ ^^*° ^^ " ° socialismo? No será ese mal llamado «socia-
xista», que reduce el socialismo a una organización de
técnica de t)rfvln/>«."' / • , . . .
• rl i'^"succión económica en la que no existe iniciativa
-, ., ^' ^^° ^^ será ese socialismo de fuente prístina que de-
nio, para siempre, Jonciéres al decir: «No queremos sacrificar
a i^sonahdad al socialismo, ni tampoco éste a la personalidad.»
_Ue esta manera, creo yo, que la vaguedad que se atribuye
« . ^ • S ' ^ ? desaparece y se concreta en un principio básico GUS-
^Ptible de grandes desarrollos orgánicos dentro del más perfecto
150 ACCIÓN KSPAfiOCA

sentido realista y sin extravíos de carácter romántico idealista o


de normativismo abstractos. No hay que olvidar que la economía
corporativista no es un programa profusamente detallado o ra-
cionalizado, a semejanza de los sitemas abstractos, ni una estruc-
turación plagada de soportes técnicos, sino una orientación, una
idea que, una vez enfocada, se desenvuelve conforme las exigen-
cias y consejos de la realidad indican las adaptaciones. Y en
este sentido se explica claramente el significado de la afirmación
fascista exaltando la acción. Ello no encierra pobreza alguna,
como no la encierran tampoco por ser breves orientaciones eco-
nómicas tan trascendentales como han sido las individualistas y
capitalistas, a las que, si muchos inconvenientes hay que atri-
buirles, se les deben, sin embargo, grandes progresos.

VICENTE G A Y
Breve historia de Cataluña
republicana

E N el horizonte, una teoría de naves imaginarias, al viento las


velas ondulantes y flexibles como alas de gaviota. Era el
sueño de Lincoln. Se hacía un claro en la bruma de inquie-
tudes tremendas, y veía diáfana la apoteosis de aquellos barcos a
manera de heraldos pregoneros de sus victorias. Bondad y volun-
tad —signos definidores del carácter del decimosexto presidente
de la República de los Estados Unidos— tenían su himno gran-
dioso en la íntima visión augural de la cabalgata sobre el Océano.
"or la voluntad de su patriotismo podía sostener AbraJiam
Ivincoln una guerra civil que le llevaba, en la turbulencia de las
pasiones, hacia la impopularidad. Por ser bueno, bellamente bue-
^o, resbalaban sobre él, sin herirle, sin rozarle apenas, los odios
y las ingratitudes. Veía, y en los espejos de sus pupilas se metían
^ u y adentro —.hasta el corazón—, los barcos de timón firme.
Símbolo y ejemplo. Lincoln también sería timonel de brazo rí-
gido e incansable que llevara la nave del país al puerto en peli-
gro : la unidad nacional. Fe en el destino; seguridad en el pro-
pósito ; la meta fué suya.
Un día, aureolado ya por la gloria popular de salvador de la
patria grande, Lincoln, acompañado de su esposa y de dos amigos,
asistía en el Teatro Ford, de Washington, a la representación del
drama «Our american cousin».
Era el aniversario del ataque al fuerte Sumter, primera 'jorna-
152 ACCIÓN KSPAfiOLA

da de la guerra de Sucesión que durante cuatro años interminables


ensangrentara la tierra fecunda de los Estados de la Unión. Lin-
coln había logrado, con su tenaz patriotismo, terminar la guerra
civil. El pueblo, puesto en pie, tributó al presidente de la Repúbli-
ca, al aparecer en su palco, una calurosa ovación desde todas las lo-
calidades de la sala.-.Luego, siguió la representación.
Olvidado por unos momentos de las serias y trascendentales ta-
reas de la gobernación del país, Lincoln era no más que un aten-
to espectador de la fábula escénica.
De pronto, sonó una detonación. Y Lincoln dobló el cuerpo, he-
rido mortalmente por el balazo que a sus espaldas le disparara el
actor Wilkes Booth, fanático sudista que creía así vengar la pre-
tensa sujeción de su pueblo.
Era el 14 de abril de 1865. Fecha singular. Exactamente sesen-
ta y seis años después de aquel asesinato, trágica coronación de una
existencia puesta al máximo servicio de la unidad de la patria, al
otro lado del Atlántico —en España— se proclamaba la segunda
República, y se iniciaba con ello una campaña de disgregación na-
cional.
La coincidencia es conmovedora.

* * *

Era algo muy hondo y muy grave lo que hizo a Bossuet empezar
su obra más famosa con estas palabras dirigidas al Delfín de
Francia : nAunque la historia fuese inútil a los demás hombres,
habría que hacerla leer a las príncipes. No hay mejor medio de
descubrirles lo que pueden las pasiones y los intereses, los tiem-
pos y las coyunturas, los consejos buenos y malos.i>
El ex coronel D. Francisco Maciá, presidente de la Generali-
dad de Cataluña y presidente efímero de la efímera República libre
del Estado Catalán en 1931, ha incurrido en el mismo error que
debe imputarse a los monárquicos actuantes en los últimos tiem-
pos de la Monarquía española : la indiferencia ante las realidades
de la Historia.
El señor Maciá, aspirante a príncipe sin corona, no ha leí-
do, según parece, a Bossuet. Tampoco ha leído a Maquiavelo,
ni a San Agustín, ni siquiera a Hegel, tan traído y llevado hoy
BRBVB HISTORIA DE CATALUÑA REPUBLICANA 153

por la intelectualidad zurda. La cultura de orígenes y ejemplos


del señor Maciá es precaria, y él también quiere hacer a su modo,
bien que el resultado sea modestísimo, una particular y exclusi-
va filosofía de la historia. Pero le falta la preparación y ense-
ñanza histórica precisas para ese juego tornadizo y difícil, pro-
penso a todas las roturas, de la defensa y sostenimiento de los
Estados, incluso de los Estadillos. Nunca Plutarco, ciertamente,
hubiese hallado motivo de detener sus miradas en el anciano ex
coronel catalán ; pero Malaparte podría escribir sobre sus aven-
turas un sabroso capítulo de fracaso insurreccional.
Estimaba Vico, de acuerdo con la tesis de la armonía pre-
establecida, de Leibnitz, que en la historia de los pueblos hay,
de origen divino, una concordancia entre la autoridad y la ra-
zón, que se compenetran e identifican en los períodos de feliz
ascensión y que, cuando se separan, cuando pierden su sincro-
nismo y engranaje, precipitan la decadencia y conducen a la
ruina.^El señor Maciá se debate en el divorcio de la autoridad y
la razón. Ha olvidado ésta y aquélla le olvida a él. Incertidum-
bre y vacío.
Don Francisco Maciá, el aAvi», ha modificado, de acuerdo
con sus apetencias de Poder, la frase que Borgo atribuyó a Lo-
renzo Ricci, el décimooctavo general de la Compañía de Jesús :
•^ean contó son, o no seam. El señor Maciá prefiere decir : ^Sean
^mo yo quiero que sean, o no sean». Pero para decir tales cosas
y que^ser César, hay que ser Cromwell, hay que ser Napoleón,
enor Maciá no es más que un caso senil de delirio de gran-
jj, . • cualquier manualito de psiquiatría se consigna el diag-
"=o y el tratamiento correspondientes,
bol ^? señor Maciá —^y le tomamos en este caso como sím-
de f f ^ patológico de la Esquerra— una evidente confusión
• j . ' *1^^ ^o le es privativa, antes bien constituye influen-
^j e ajenos procedimientos equivocados. Confunde el Estado con
g en, y ataca a aquél cuando pretende combatir a éste, y
viceversa, sin pensar A», „« • j j
' i"-"í>cir en consecuencias que redundan en su propia
anulación. ^
Ha confundido también sus propias inclinaciones con las del
pueblo catalán. Como a todos los recién elevados, le envanece la
adulación que juzga fórmula sinceramente admirativa. Desde su
automóvil puede contemplar, en los puestos de periódicos de las
154 A C C I Ó N « S P A fi O L A

Ramblas, su efigie-multiplicada en fotografías que amarillean por


invendidas, lucien<3o al pie de muchas de ellas el rótulo halagador
que le define como «Primer President de la República Catalana».
Ve también periodiquitos con títulos explosivos : «Nosaltres sois!»,
para los que se solicita su colaboración... Mas, el automóvil sigue
su marcha, y D. Francisco Maciá no oye las conversaciones de las
plazas, de los cafés, de los comercios... No se entera de la his-
toria antigua ni tampoco de la contemporánea. Es muy cómodo y
democrático eso de despreciar la calle después de elevarse precisa-
mente a costa de la ignorancia y de la insensatez callejeras.

* m t¡

Tan sólo en la Generalidad, el español se siente un poco ex-


tranjero en Cataluña. Y esto en el Salón de San Jorge, sobre cuya
puerta luce una inscripción : «Pax domini nobiscum sit»...
La Generalidad es el verdadero reducto separatista de Cata-
luña. El cambio de nombre no ha prosperado en la denominación
popular; para la gente, el «Palau de la Generalitat» sigue siendo
el Palacio de la Diputación. Allí está, a la izquierda de la gran
escalinata, el despacho del Honorable Francesc Maciá ; allí está,
a la derecha, el Salón de San Jorge, decorado en 1927 con fres-
cos evocadores de la historia de Cataluña, firmados por Mongrell,
Utrillo, Vidal Quadras, Mestres, Xiró, Barrau, Triado, Carlos
Vázquez... Toda una teoría de motivos prácticos y religiosos, gi-
gantescos sobre las puertas de los despachos ministeriales del
grotesco Govern de Catalunya. Los rótulos, naturalmente, en ca-
talán : Hisenda, Sanitat, Cultura, Justicia i Dret, Acció Social,
Industria, Governació...
Se juega de continuo, hipócritamente, al truco del iberismo
como aglutinante de los pueblos de la península. El señor Maciá
y sus corifeos repiten, acentuando su pronunciación catalana, la
palabra comprensión. Quieren que España les comprenda, y no
se cuidan de comprender ellos no sólo a España entera, sino a la
misma Cataluña. Y en el nombre de una pretendida y misteriosa
libertad de la que se declaran hijos predilectos, se entregan a to-
dos los sectarismos y a todas las maniobras separatistas.
El primer cuidado del señor Maciá el día 14 de abril de 1931
BREVE HISTORIA DK CATALUÑA REPUBIJCANA 155

fué declarar la REPÚBLICA INDEPENDIENTE DEL ESTA-


DO CATALÁN, PROPICIA A LLEGAR A LA FUSIÓN
CON LAS DEMÁS REPÚBLICAS IBÉRICAS. Esta es la ver-
dad incontestable de los hechos, aunque luego el antiguo diputa-
do por Borjas Blancas, hábil casuista, soslaye la realidad y la
envuelva en sutil camouflage de su conveniencia. No en balde fué
-Koger de Lauria, catalán de adopción, el primer navegante que
supo catnouflar sus barcos.
La trascendencia de las elecciones es extraordinaria en estas
ñoras españolas. Los convencionales de hoy —convencionales de
J.'Onvencion y de todos los convencionalismos— han olvidado
las palabras de Danton cuando, en las jornadas de 1793, los
jacobinos denunciaron los manejos, no ya separatistas, sino sim-
plemente federalistas, de los diputados por la Gironda. El gran
revolucionario alzóse entonces en santa indignación patriótica. Vi-
brante su corpulencia, agitada su melena de león, lanzó la crude-
za de unas frases contundentes :
_' *^ dice —^hubo de tronitar— que hay aquí hombres que
quieren dividir a Francia... Dictemos pena de muerte contra el
que profese esas ideas, y que una ley proclame la unidad de la
República.
Y encendida por el fuego de las palabras dantonianas, la Con-
vención declaró que la naciente República francesa era una e in-
msible. Claro es que en la Convención había una mayoría inte-
ligente.
¡Cataluña hermana de España! ¿Cómo podría serlo si es Es-
Pafia misma?

« * *

km t ^ 1^09, desde su escaño del Congreso encaróse un par-


en no con los representantes catalanistas y les preguntó:
^ ] -^-f ^ iputados de la nación o sois embajadores de Ca-

A lo que respondieron los aludidos sencillamente :


—Somos diputados de la nación, y no otra cosa.
I Embajadores de Cataluña!
¿Qué significaba aquello? Hubo cierta conmoción en la Cá-
mara ; hubo risas y hasta frases solemnes.
156 ACCIÓN ESPAÑOLA

¿Evocaba la interrogación algún hecho concreto, o era sólo


una sutileza parlamentaria? La contestación está en la Historia.
Por ejemplo, la Biblioteca Nacional posee en su sección de ma-
nuscritos uno de precioso interés cuyo enunciado reza así :
tRelación de la embajada y solemne recibimiento que se hizo
en la villa de Madrid a Pablo de Altarriba, conceller en cap y em-
bajador de la muy insigne, rica y leal ciudad de Barcelona, en la
Corte del invictísimo Rey y Señor nuestro don Felipe IV.t
Y en la relación se alude, sin lugar a dudas, a la dignidad di-
plomática ostentada por Pablo de Altarriba, perteneciente a ran-
cia familia barcelonesa, en nombre de ia República catalana.
Porque, hace tres siglos, Cataluña fué independiente en ré-
gimen republicano. República fugaz y de dolorosas consecuencias.
Para buscar sus orígenes y desarrollo no debemos acudir a los
historiadores españoles en general, ni siquiera concretamente a
los catalanes, sino a un italiano, Lucca Assarino, que en «La Ri-
voluzione di Catalogna» hace el relato contemporáneo de la Re-
pública proclamada en la Generalidad de Barcelona.
En tiempos del cuarto Felipe, regíase Cataluña por un Go-
bierno propio: la Diputación o Generalitat de Catalunya, que
presidía el canónigo Pablo Claris. La Generalidad estaba forma-
da por los cuatro brazos tradicionales : el eclesiástico, el de la no-
bleza, el militar y el del pueblo, representando a este último los
síndicos de ciudades y villas.
Cuidábase la Generalidad del cumplimiento escrupuloso de las
leyes y usos de la tierra, de mantener el orden público, de defen-
der sus costas y fronteras, de percibir los derechos de aduanas y
de fiscalía y de recibir de los representantes del Poder central, en
primer término el monarca heredero de la unión nacional felizmente
lograda en 1474 por los Reyes Católicos, el juramento solemne de
observar y hacer cumplir al pie de la letra las constituciones, li-
bertades y usos del país, respetando, entre otras cosas, la exclusi-
va administración de sus bienes y la particular jurisdicción cri-
minal y civil.
Hablan hoy constantemente los líderes de la independencia
catalana de la esclavitud que su pueblo ha sufrido durante si-
glos. Ello es rigurosamente exacto; los catalanes sufrieron du-
rante mucho tiempo un régimen agobiador de tiranía, de despo-
tismo. El tirano, el déspota era —¡ sorprendente realidad histó-
BRBVE HISTORIA DB CATALUÑA RBPUBUCANA 157-

ncal— el antiguo gobierno de la Generalidad. Gobierno tan


amante defensor de sus subditos, que se satisfacía condenando
al modestísimo pago de seis onzas al que asesinaba a un cata-
lán. Gobierno que hacía arrastrar o colgar, según los casos, en
fallo rapidísimo, a quien se retrasaba en el pago del spoli, de la
mtestia o de la exorquia. Gobierno bajo el cual Cataluña mar-
chaba de mal en peor.
-c/ el siglo XV, el pueblo catalán, incapaz de seguir consin-
tiendo las despóticas actuaciones de la Generalidad, se alzó con-
ra ella, y fué repelido en sangrienta y cruel represalia por la
fuerza armada del gobierno dominador. La Generalidad, nomi-
nal defensora acérrima de las libertades catalanas, declaró ene-
miga de estas libertades a la Reina Doña María de Aragón, que
habla dado su apoyo al pueblo de Cataluña en el levantamiento.
Y aún fué más lejos la Generalidad : se separó de la Corona de
Aragón y proclamó conde de Barcelona a Enrique IV de Casti-
lla y luego, apartándose de éste, al condestable de Portugal, Don
Pedro.
_ En octubre de 1472, Cataluña cedió a los insistentes requeri-
mientos del Rey de Aragón, Don Juan II. En la capitulación de
edralbes, se preocupó la Generalidad de asegurar el respeto, que
exigía a todos y ella sólo dejaba de cumplir, a los usos tradicio-
_ es. Fero su máximo interés estuvo en determinar con todo
gor y exactitud la serie prolija de censos y rentas que el pue-
lare^^*^^^'^ ^^^^'^^ ^^ P^?^^ ^ «" Gobierno, más apto para exigir
gueza que para juzgar la calidad de los sacrificios que esa lar-
gueza llevaba aparejada.
Pre¿nta^°^^^^^^" ^^ Cataluña por los que se arrogaban su re-
toña d &^ ^^^^^^ hubo de concluir precisamente cuando la Co-
baio el . ^^" ^ "°ió a la de Castilla. O sea cuando se logró,
nacional''T^^° deslumbrador de Fernando e Isabel, la unidad
pretenda d ^^ ^'^^'^^'i española magnífica e indiscutible, aunque
fr>ll«fr> entirla con divertidísimos cubileteos un lamentable
firmrdo'coMlf-^•'*^'' ' ° ' ' '^ *^^"^° ^ ' «¡Catalunya Uiure!., y
A iQ<íl Quiciales R. D., se publicó en Barcelona en mayo
de UóL para regocijo de cuantos tienen la más mínima noción de
la Historia de España.

* * *
1^ ACCIÓN SSPAfiO&A

Pesaban muoho en el ánimo de Felipe IV los consejos, no


siempre cuerdos, del conde-duque de Olivares, ambicioso y lleno
de la epilepsia del Poder.
Ante los deseos del valido, claramente expresos unas veces o
siquiera insinuados otras, cedía la débil voluntad del Monarca, y
fué así como prescindió de la observancia estricta de sus juramen-
tos y quiso restar a Cataluña las contraproducentes libertades res-
petadas y guardadas por los soberanos anteriores.
La Generalidad y el Consejo de Ciento enviaron a Madrid de-
legado tras delegado en solicitud de atención. Influido por el
conde-duque, el Rey desoyó las peticiones, eludió todo apoyo a la
voz catalana y aun designó virrey de Cataluña a Dalmacio de
Queralt, hechura y sombra del valido y animado de propósitos del
todo opuestos a las tradiciones catalanas, antes bien, lleno de afa-
nes de renovación en el arte de la política.
Tirantes cada día más las relaciones entre Barcelona y la Cor-
te, inicióse el fuego. A principios de diciembre de 1640, el ejér-
cito real invadió el territorio de Cataluña a las órdenes del mar-
qués de Los Vélez.
Momentos de suprema inquietud. La Generalidad no dispo-
nía de fuerzas organizadas capaces de resistir y menos vencer a
las tropas de Felipe IV. Por otra parte, los entusiasmos del pue-
blo por la causa de sus presuntas libertades, amenazando ruina,
no eran tan encendidos que le moviesen a la acción colectiva.
En la sesión celebrada en la Generalidad el día 16 de enero de
1641, Claris pronunció un discurso sensacional, comunicando a
los representantes de los cuatro Brazos catalanes que Luis XIII
había enviado a su embajador monsieur Du Plessis-Besan9on para
tratar de la constitución de Cataluña en República bajo la protec-
ción del monarca francés.
Dolorido el elemento oficial catalán por la conducta de Feli-
pe rV, inclináronse prontamente, con trascendental ligereza, a
aceptar la o£erta de Luis XIII. El Consejo de Ciento secundó el
acuerdo de la Generalidad, y el alba siguiente —17 de enero—
alumbró la primera República catalana.
Pero la situación hízose pronto gravísima. La aventura cabal-
gó velozmente a lomos de la insensatez. El régimen naciente tro-
pezó desde su comienzo con serias dificultades de toda índole,
destacando las de los desórdenes económico v militar.
BRRVE HISTORIA DE CATALUÑA RBPüBI,ICANA 15»

Si Cataluña era floreciente pedazo de España, aislada se mo-


ría. No era sólo la alarma cundida entre los numerosos elementos
catalanes contrarios al separatismo, sino también la escasez de
capacidad firme en los elementos básicos de todo Estado para su
lógico desarrollo. Los números hablaban con tal elocuencia que
los liberadores de Cataluña, equivocados pero honestos, hubie-
ron de ren(|irse a la suprema verdad.
El canónigo Claris, presidente de la joven República, apreció
en toda su magnitud lo insostenible del edificio levantado con
harta rapidez y endebles cimientos. El 23 del mismo mes de ene-
ro expuso a los Brazos de la Generalidad la conveniencia ur-
gente de proclamar conde de Barcelona al rey de Francia, pre-
via la condición de que reconociese en su integridad las famosas
libertades catalanas. Aprobóse la propuesta, y tres días después
Cataluña, auxiliada eficazmente por las tropas francesas, derrotó
por completo al ejército del marqués de Los Vélez en la batalla de
Montjuich.
Así nació y murió la primera República catalana independien-
te, que duró ocho días. Maquiavelo lo ha dicho: aLos Estados
que se organizan rápidamente, como todas las cosas de la natu-
raleza que nacen y crecen de pronto, arraigan y se consolidan
apenas hasta que sopla el primer viento contrario.»

* * *

Durante once años, la Casa de Francia, con Luis XIII prime-


ro y luego con Luis XIV, reinó en Cataluña. Y la lucha separa-
tista terminó cuando, asediada Barcelona por las tropas de don
Juan de Austria, pactóse en octubre de 1652 una capitulación en
la que Felipe IV se comprometió a respetar de manera terminan-
te los privilegios y las Constituciones de Cataluña, y ésta, a con-
secuencia de la Paz de los Pirineos, volvió a integrar la unidad
española, aun cuando perdió, por tener que cederlas a Francia,
las comarcas del Rosellón, Confluent y Vallespir y parte de Cer-
deña.
He aquí como la primera andanza separatista de Cataluña
tuvo dolorosas consecuencias para todos : para España y para
Cataluña njisma, heridas ambas en su tierra cercenada y en sus
hombres sacrificados al plomo de la guerra.
10 ACCIÓN BSPAfíOtA

Transcurrieron años de paz y bienestar en las relaciones de


Cataluña con el resto de España. España era única, sin distincio-
nes ni reservas. Habían de pasar siglos enteros hasta que Rovira
y Virgili escribiera, refiriéndose a las querellas de los nobles ca-
talanes con los aragoneses como iniciación del secular desacuerdo
entre Cataluña y Castilla, que itnosotros (los catalanes, naturalmen-
te, según el autor de la insidiosa «Historia deis moviments na-
cionalistes») entendemos por Castilla todas las tierras peninsula-
res de habla castellanas.
Pero solventado en guerra fratricida el testamento de Carlos II,
acordes españoles y franceses para defender a Felipe de Anjou
contra la candidatura del archiduque de Austria, Cataluña se
entristeció por el reparto de las posesiones españolas que signi-
ficaba el tratado de Utrecht, y se alzó en armas frente al primer
Rey español de la Casa de Borbón, trabándose sangrientas luchas
que terminaron —no podía ser de otro modo— con la toma de
Barcelona por los ejércitos leales. El 11 de septiembre de 1714 ca-
yeron las murallas de la ciudad condal.
Se había debilitado considerablemente el sentimiento catala-
nista. El mismo Rovira y Virgili hubo de reconocerlo al decir :
nCuando en 1640 Pablo Claris levantaba en arm,as a los catalanes
contra el Rey Felipe IV y se separaba Cataluña de la Corona es-
pañola para darse al Rey de Francia, las columnas de la nación
catalana estaban agrietadas, y lo estaban más aún cuando en 1714
Barcelona hacia el último esfuerzo insensato y heroico para sus-
traerse a la venganza del primer Rey Borbón.v
Las columnas del catalanismo acabaron de abrirse y se vinie-
ron a tierra cuando Felipe V, en virtud del decreto llamado de
Nueva Planta, derogó los fueros tradicionales y los privilegios y
cambió el régimen administrativo de Cataluña, sustituyendo la
Generalidad por la Real Audiencia.
El exceso de centralismo en la política, no era, en puridad,
conveniente a la región catalana. Pero fuéralo o no, es lo cierto
que durante más de un siglo, hasta que Pí y Margall envenenó a
unos cuantos ingenuos con sus lecciones de federalismo, Cataluña
no pensó para nada en repetir sus pasadas aventuras antiespa-
ñolas.
La corriente espafiolista habíase de tal modo infiltrado en la
vida y las costumbres de Cataluña, que apenas si alguien, por lo
BRBVE HISTORIA DE CATALUÑA REPUBLICANA 161

menos en las ciudades y villas de mayor importancia, dejaba de


hablar y escribir en castellano. Prat de la Riba hubo de lamen-
tarse por ello amargamente : «No existía ax'in —escribió el líder
separatista— conciencia de una diferenciación fundamental; las
diferencias son detalles, son excepciones o privilegios más o me-
nos disculpados o excusados. Nuestros clásicos, son los clásicos
castellanos ; la lengua castellana es nuestra lengua ; nuestra his-
toria es la Historia de España ; los reyes castellanos son nues-
tros Reyes ; Covadonga, el primer grito de nuestra reconquista ;
los grandes hombres y las grandes ohras de la civilización caste-
llana, son nuestros grandes hombres y nuestras grandes obras.
El catalán o lemosín, lengua materna unas veces, dialecto otras,
no es ya casi nada ; y el derecho civil catalán, derecho foral o
municipal, se desnaturaliza por la ley hipotecaria, sin levantar
protestas, como no las había levantado antes el primer intento
de codificación.D
Y eso ocurría porque había triunfado, desde siglos antes, el
lazo sacrosanto de la unidad española, hecha sobre la unidad de
la religión. Pues sólo por ésta, como ha dicho Menéndez y Pela-
yo, «adquiere un pueblo vida propia y conciencia de su vida uná-
nime ; sólo en ella se legitiman y arraigan sus instituciones ; sólo
por ella corre la savia de la vida hasta las últimas ramas del tron-
co sociah.
Es curioso anotar que este concepto del glorioso historiador de
nuestra cultura sobre la religión como aglutinante de la unidad
nacional, forma, junto con las teorías acerca de las formas de go-
bierno de Campanella y de Comte, la génesis de las doctrinas que
propugna Charles Maurras, el padre del antiliberalismo de nues-
tra época.

CARLOS FERNANDEZ CUENCA


{Continuará.)
FUERZAS QUE ES PRECISO REGLAMENTAR

La multitud y la opinión pública

XV Y ULTIMO

V.—FUNCIÓN soaju. DEL NÚMERO

La función social del número no es obrar, ni mandar, ni diri-


gir ; pero sí sancionar, reglamentar, inspirar. Es toda espiritual.
Cuando se pretende otorgar al número el oficio de administrar, de
gobernar e incluso de enseñar, sólo es para suscitar, con la peor
tiranía, una funesta confusión.
Edmond Burke lo había visto bien cuando escribió : «El can-
ciller de Francia, en la apertura de los Estatutos generales, excla-
mó con un tono de retórica oratoria que todas las ocupaciones eran
honorables ; si quiso decir simplemente que ningún oficio honesto
es deshonroso, no afirmó nada que no fuese cierto. Pero, cuando
decimos que una cosa es ihonorable, damos a entender, implícita-
mente, que es digna de alguna distinción. Sin embargo, el oficio
de peluquero y el de vendedor de cirios —por no ¡hablar de otras
muchas ocupaciones más serviles— no pueden ser para nadie un
título de honor. Sin duda, los que ejercen estas profesiones no de-
ben sufrir que el Estado les oprima, pero son ellos quienes opri-
men al Estado, cuando se les permite, sea individual, sea colec-
tivamente, gobernarle. Llamándoles al poder, os imagináis comba-
tir un prejuicio; pero es contra la naturaleza contra la que os po-
néis en guerra.»
Con el sufragio universal, con el sistema representativo, cada
ciudadano es una parcela del soberano, y una parcela estéril, pero
I,A MULTITUD Y LA OPINIÓN PÚBLICA 163

igual. He aquí lo absurdo de la igualdad. Esta es la peste que


mata a la sociedad francesa.
Es, esencialmente, una regresión, puesto que todo progreso ma-
teria] consiste en una creciente división del trabajo. El régimen de
castas fijaba al menos la organización adquirida. La democracia
revolucionaria, retrograda, nos hace volver al caos social primi-
tivo.
Lo menos que se puede decir de ella es que rebaja, pues sola-
mente nivela por debajo de lo más bajo. El socialismo es el partido
del estómago, como decía uno de sus jefes, Jules Guesdex, y sólo
puede ser eso. Pues los hombres solamente son iguales en sus fun-
ciones fisiológicas.
Cuando basta aprovecharse de los poderes usurpados de admi-
nistración y de dirección para llevar galones, hacer piruetas, char-
lar, prevaricar, digerir y gozar, un bruto tendrá tantas tragaderas
como cualquiera, o más. Y las cosas van así, trampeando, por la
impulsión dada. Pero llegan las horas trágicas en las que la mis-
ma existencia de la nación está en peligro, en que hay que recu-
rrir a todas las fuerzas sociales, y entonces se siente la gran des-
gracia de vivir en la confusión igualitaria, en el desorden.
Exasperando el individualismo por su propio fuego, el sufragio
universal provoca la insurrección de todos los intereses particula-
^ s del momento contra el interés general continuo. Es contra edu-
cador. Es antisocial, puesto que «la sociabilidad consiste más en
a continuidad sucesiva que en la solidaridad del momento».
El hombre es el hombre. Su egoismo es la condición de su
existencia y por consiguiente de su desarrollo. No hay que poner-
e nunca en situación de sacrificar constantemente su personalidad
a lo sociable.

VI.—EL ÓRGANO DE LA DEMOGRACIX VIVA

Habrá que desconfiar hasta de los mejores sentimientos. «No


hay nada tan fácil de fingiV como los sentimientos —dice Comte—
cuando los principios y la conducta no los garantizan... Los me-
jores impulsos son habitualmente insuficientes para dirigir la
conducta privada o pública, cuando se la deja desprovista de
las convicciones destinadas a prevenir o corregir esas desvia-
ciones.»
164 ACCIÓN BSPA.ÑOLA

En la medida en que lo espiritual se muestra insuficiente, hace


falta la sujeción material, es decir, un gobierno. Y que pueda de-
cir al pueblo ;

«Yo amo a mi dueño lo bastante para exponerme sin cuidado,


hasta osai' servirle, al peligro de su odio.»

Se comprende que semejante órgano no podría depender de lo


que debe contener. El número es tan incapaz de discernir y de de-
signar los gobernantes, como de mantener ningím gobierno. Es,
pues, la barbarie y lo anárquico. El sufragio universal, el gobierno
de cada uno, o de todos por todos, es exactamente la negación de
todo gobierno, o sea la anarquía.
Es por la opinión pública por quien el número puede obrar.
La opinión pública no tiene que gobernar. Si está bien adverti-
da, guiada, organizada, solamente ejerce su poder moral para el
orden. Es enérgicamente educadora, civilizadora.
Cuando los jefes son independientes de los caprichos, de Ins co-
dicias de cada uno, solamente sus actos son juzgados, y lo son
evidentemente desde el punto de vista general. En los teatros po-
pulares, siempre se silba a los malvados, mientras aclaman a los
nobles hasta los golfos más crapulosos.
Aquí interviene la cualidad. No gana el número mayor. Cada
uno obtiene la influencia social, consultiva al menos, en relación
con su abnegación y sus competencias.
He aquí la democracia viva. Como no es más que una innoble
mixtificación en lo temporal, se realiza magníficamente en lo mo-
ral. Y ahí solamente

VIL—LA INCAPAZ PEDANTOCRACIA

i Pero cuáles serán los guías y los maestros de esta opinión pú-
blica?
No lo serán, de fijo, los explotadores que por todas partes ha-
ce surgir la demo-plutocracia. No lo serán, tampoco, aunque otra
cosa pensara Renán, nuestros pedantócratas.
La ciencia, lo que ordinariamente se entiende por ciencia, ni
es ni puede ser una doctrina. Es un procedimiento.
Es el sable de José Prudhomme que puede atacar a las iusti-
LA MDLTITüD Y LA OPINIÓN PÚBLICA 165

tuciones, y si es preciso, defenderlas, ha ciencia no puede aspirar


a la síntesis.
La síntesis objetiva es una quimera.
«Los medios del espíritu humano, ha dicho Comte, son demasia-
do débiles y demasiado complicado el universo, para que tal per-
leccion científica esté nunca a nuestro alcance».
Como asegura M. Boutroux, la ciencia puede multiplicar la bar-
barie. Así, por ejemplo, en ese sabio especialista, añade, «[quf
desproporción entre su ciencia y el grado de su educación! ¡ Qu4
vulgaridad 'de gustos, de sentimientos, de lenguaje! ¡ Qué brutali-
dad de procedimientos!
La ausencia de carácter es frecuente. Así, en un tipo señalada
por Taine, el célebre químico Fourcroy, diputado, más tarde con-
sejero de Estado y ministro de Instrucción pública.
En los Jacobinos, el 18 brumario del año II, se le acusa de ha-
blar demasiado poco en la Convención, y él responde : «Después
de veinte años de trabajos, he llegado, ejerciendo la medicina, a
poder dar de comer al sans-culotte de mi padre y a las sans-culottea
de mis hermanas... En cuanto al reproche que un miembro me ha
hecho de dedicar la mayor parte de mi tiempo a las ciencias... s61o
tres veces se me ha visto en el liceo de las Cortes, y esto con la In-
tención de sans-culotizarlov. Este eminente químico no fué más fir-
nie, por otra parte, ante el favor de Napoleón que ante la guilloti-
na del Terror.
Antes de la guerra, varios escándalos habían puesto bastante en
evidencia la insuficiencia moral de los sabios, y hemos podido ver
la vileza de las Academias científicas cuando se trató de tachar de
las listas de sus miembros a los correspondientes alemanes, no
decidiéndose a hacerlo sin pesar, y por mayoría, parcialmente, tor-
tuosamente. Era que estaban allí en juego, intereses y vanidades.
Y lo mismo la inmensa tontería que acusan en un universitario.
M. Henri Hauser, estas líneas : «Hace algunos años, uno de los
más altos, de los más nobles espíritus de nuestra Universidad de-
claraba ante mí que se sentía más cerca de los intelectuales alema-
nes que encontraba en los congresos que del hombre de la ccule
francés».
Es para sentir cierta inquietud respecto a los otros menos «al-
tos» y menos «nobles».
166 ACCIÓN E S P A R O L A

La inteligencia está en proporción. Un especialista no es más


que un jornalero de laboratorio o de biblioteca. Lo más corriente es
que fuera de su profesión sea un sandio. Y lo es tanto más cuanto
más lo ha realzado la ingenuidad de la gente, que siempre se satis-
face encontrando un objeto de veneración. El pedante aparece como
un taumaturgo. El dinero, los cargos, los ¡honores, la fama, van
hacia él desde todas partes. Y se imagina que es él quien ha llega-
go a ellos. Nadie aventaja su enfatuada tontería más que el literato.
Así lo vemos, a propósito de todo y sin venir a cuento, perorar,
dar doctoralmente su opinión en aquellas cuestiones que son más
ajenas a su juicio, desprovisto de esa visión de conjunto que es «la
base principal de toda aptitud política».
No le atraen, tampoco, más que los descubrimientos sensacio-
nales. En vez de perseguir el principal objeto de las ciencias que
es sustituir la constancia a la variedad, estableciendo relaciones su-
ficientes, acumula materiales sin pensar en clasificarlos ni en coor-
dinarlos. Pero, como ha hecho observar Comte, «toda inclinación
habitual a complicar las explicaciones constituye realmente una
t='ndencia a la locura, introduciendo un exceso de subjetividad. Per
eso conocemos eminentes economistas que son bolcheviques e ilus-
tres fisiólogos que son espiritistas.
Como nuestros intelectuales de todas las categorías no tienen
base ninguna, como el interés del uno no es el del otro, y como las
pasiones andan libres, llegan a separarse, a enfrentarse, aún en
ocasiones en que no se trate más que de cosas del oficio. En la Aca-
demia de Ciencias hay una derecha, un centro y una izquierda, co-
mo en la Cámara. Hay una química radical y una física reacciona-
ria, una matemática teológica y una biología descreída.

VIII.—iNSUnOENCIA DE IX COACaÓN

El manifiesto de los 93 intelectuales alemanes nos ha conmovido


más de lo que hubiera sido preciso. Si han probado ser mejores
alemanes que pontífices del género humano ha sido porque saben
muy bien que nadie les ha encomendado tan alta función espiritual,
y porque son, sencillamente, buenos alemanes, hasta los pacifistas
Farster, ético superabundante, y el químico IWilhelm Ostwald,
igualmente galardonado con el premio Nobel, y además, inventor
LA MULTITUD Y LA OPIN.IÓN PÚBLICA 167

de Ciertos comprimidos incendiarios. Su fraseología humanitaria


no era más que un artículo de exportación.
Como alemanes han defendido a su manera su patria. ¿En
nombre de qué se podía pretender que la sacrificasen, y por qué?
Su honor profesional no está comprometido más que en el ejerci-
cio de su propia ocupación, su moral no las disciplina más que al
servicio de la sociedad de que forman parte. No olvidemos que el
estado de guerra rompe todo lazo social entre los beligerantes.
Las civilizaciones no se explican sino es por las religiones, ^ero
para el sociólogo, la eficacia social de las religiones sólo se explica
por la opinión pública que han sabido formar, enseñar, dirigir. Las
religiones proclaman a Dios, pero como se imponen, es, ante todo,
realizando la Humanidad. No olvidemos que se desnaturalizan cuan-
do consienten en ser un instrumento de gobierno, es decir de coac-
ción. Su tarea es persuadir, y, por lo tanto, reducir la parte de
coacción material.
Bonaparte no era más que un jacobino materialista, y nada
hay más groseramente falso, nada más mortificante para los ver-
daderos creyentes que la baja idea que él se había formado del
catolicismo y de todas las religiones : «Por mi parte, no veo el
misterio de la encarnación, sino el misterio del orden social; !a
religión pone en el cielo una esperanza de igualdad que impide que
el pobre degüelle al rico». Y por si fuera poco: «La sociedad no
puede existir sin la desigualdad de las fortunas, y la desigualdad
de las fortunas sin la religión. Cuando un hombre muere de ham-
bre al lado de otro ahito, se necesita una autoridad que le digí :
Dios lo quiere así; es preciso que en el mundo haya pobres y ri-
cos ; pero después, y para toda la eternidad, ya se hará el repar-
to de otra manera».
Si para impedir que los pobres degollasen a los ricos y a los
poderosos, no hubiera habido más que la esperanza del paraíso y
el temor al infierno, la Humanidad jamás se hubiera elevado por
encima de su salvajismo. Bonaparte olvidaba que dos grandes civi-
lizaciones la de la India y la de la China han podido florecer sin
concebir otro paraíso que la memoria de la posterioridad la una,
que la nada, la otra.
En Europa, las sanciones místicas nunca han sido más qu«*
loa reflejos y el complemento de las sanciones penales, las cuaks
168 ACCIÓN BSPASOLA

eran útiles, sobre todo para las naturalezas vulgares cuya influen-
cia social positiva es casi nula en las épocas orgánicas. Las san-
ciones personales jamás han sido suficientes. Cuando había opo-
sición entre ellas y la opinión o la costumbre, ellas eran las que
se quebraban. En uno de sus más bellos impulsos cordiales, Santa
Teresa llega a aceptar el infierno para ella, con tal de evitárselo
a los pecadores. Aún en la edad media persiste ese duelo. Se acep-
taba la condena para granjearse la opinión pública.

IX.—POTENCIA DE LX OPINIÓN PUBLICA

Así pues, si no hubiera mas que la fuerza armada, la prisión


y la guillotina, nada se sostendría. No es porque sean insensibles
a la opinión pública por lo que los malhechores obligan a la so-
ciedad a ejercer una violenta coerción, sino porque son impoten-
tes para refrenar sus impulsos. Pero la necesidad de simpatía es
tal que estos hombres al margen de la ley se hacen hábitos y cos-
tumbres especiales. Lo que les da audacia para desafiar al senti-
miento público y sus consecuencias es la aprobación de los suyos.
Se preocupan de ella hasta en el cadalso. Imaginad, en la escoria
humana, la peor abyección ; siempre hallaréis esto que es, sen-
cillamente, vanidad, por extraviada y grotesca que sea. Esta es la
razón de que sea tan peligrosa la publicidad de las acciones y de
los procesos criminales, las ejecuciones públicas y la promiscuidad
en las cárceles y en los presidios. Lo que se ha llamado contagio
criminal no es más que esto. La moda que las mujeres —tan in-
clinadas por naturaleza a la insubordinación— sufren y siguen con
una docilidad que ningún martirio, ninguna privación, ninguna
extravagancia hacen flaquear, es otro ejemplo bien típico de la
potencia de este deseo de aprobación.
La importancia de la opinión pública que tan bien han mos-
trado un economista psicólogo como Adam Smith y un filósofo
sociólogos como Augusto Comte es tal y tan brillante que un so-
cialista marxista como Aquiles Loria ha debido reconocerlo así:
«Romagnosi insiste en la eficacia que tienen la buena reputación
y las sanciones del hombre como medio para prevenir los desór-
denes sociales... Estas sanciones no son posibles más que cuando
estas clases son bastante instruidas y bastante civilizadas para ser
I.A MULTITUD Y LA OPINIÓN PÚBLICA 169

susceptibles de una influencia moral; por el contrario, con los


trabajadores más groseros y más embrutecidos es necesario re-
currir a una sanción material. Así, en Venecia, «los labriegos
cumplen sus obligaciones firmemente convencidos de que deben
ceder a la fuerza» (Morpurgo)... «La opinión pública, gracias a
una serie de procedimientos psicológicos y de ideas rectamente
inspiradas, llega a hacer deshonrosa toda acción que atente a la
propiedad, y, por este medio, impide al hombre realizarla. A la
clase trabajadora la opinión pública impone el acatamiento a la
dominación del capital ; se dirige a su inteligencia, pero para fal-
sear su juicio, para inducirlo a acciones y a sumisiones que le hace
deseables, aureolándolas con la aprobación de las personas bien
nacidas, aunque, de hecho, estén en oposición con su interés real ;
al mismo tiempo prescribe a la clase capitalista restringir sus
usurpaciones en los límites que no comprometan la suerte de la
propiedad».
Sufrimos toda esta formidable potencia sin darnos cuenta de
ella. La moda tiránica, grotesca, ruinosa, es un ejemplo de ello.
Otro es la peligrosa «solidaridad proletaria», manejada por la
baja demagogia, para las huelgas.
La busca del oro no hubiera sido tan fructuosa si hubiera sido
decretada. La opinión ptública ha sido_ la mejor defensa contra el
emboscamiento.
Para no hablar de todo lo que nuestros soldados han realizado
por sentimiento social, recordemos el alistamiento voluntario en
Inglaterra y la parte tomada en él por la mujeres. Los jóvenes
que no sentaban plaza de soldado ya no se atrevían a presentarse
en público.
Estudiando Las Comunidades aldeanas en el Este y en el
Oeste, H. Sumner Maine ha dicho : «Desde el punto de vista jurí-
dico no existe en una aldea india ni derecho ni deber. La vícti-
nia de un perjuicio no se queja de un daño individual, sino del des-
orden producido por él en la minúscula sociedad. Además, el
derecho consuetudinario no prevé sanciones. En el inconcebible
caso de desobediencia a la decisión del Consejo del poblado, el úni-
co castigo, o el único castigo cierto, parece ser únicamente la des-
aprobación general».
170 ACCIÓiN ESPAÑOLA

X.—REANIMAR ZÍ ESPIKITU SOCIAL

Todo nuestro viejo dereclio consuetudinario descansaba tam-


bién en un fundamento espiritual. Los legistas han materializa-
do lo social. Y, materializándolo, lo han atrofiado, desnaturali-
zado.
Para que la costumbre se implantara se necesitaba tiempo.
Es la opinión de los antepasados y la de la posteridad. Las insti-
tuciones sólo se fundaban en lo positivo.
El sentimiento social está de tal modo obnubilado en nuestra
anarquía que no se concibe para ninguna cuestión otra solución
que la legislativa o la de la fuerza bruta. Es una estupidez, cuan-
do no es calamidad.
Porque he indicado en mis diversas publicaciones las únicas
soluciones reales a los principales problemas políticos y sociales
que se plantean en estos tiempos algunos publicistas que ignoran
las más elementales nociones de sociología, me han dirigido el
reproche de que critico todo y no resuelvo nada.
Este menosprecio de lo espiritual, esta superstición materia-
lista para los mágicos resultados de la legislación, este someti-
miento ciego al automatismo, a la fuerza material, constituyen
uno de los aspectos más inquietantes de nuestra descomposición
social.
La legiferomanía carece de base. Sólo comprende la cantidad,
lo inorgánico. Lo arbitrario de los partidos, los apetitos de las
gentes, las divagaciones de la metafísica revolucionaria bastan
para darles libre curso. No se concibe el porvenir renegando del
pasado. Ya vemos adonde nos ha conducido esto.
La civilización occidental va a desmoronarse si no reanima-
mos el espíritu social.

X I . — L A S FtttDZAS SOaALES D I S O P U N A D A S POR LAS niERZAS


MORALES

El dinero debe ser contenido, la masa necesita ser iluminada


y guiada. Estas fuerzas sociales serán perturbadoras en tanto
que no estén disciplinadas. Y sólo podrá serlo eficazmente por la
regeneración de las opiniones y de las costumbres.
LA ISüíTlTVV Y LA OPINIÓN PÚBLICA 171

Al revés que el dinero, la masa nunca es espontáneamente in-


moral, antisocial, ni indisciplinada. aQuien ha visto a las multi-
tudes en un peligro que las amenace o las conmueva, hace obser-
var M. Paul Lacombe, (siempre que este peligro sea claro y no
demasiado urgente : inundación, incendio, etc....), ha observado
que instintivamente buscan un individuo que los guíe y los man-
de ; aspiran a la subordinación y es un instinto muy razonable,
porque sin esta subordinación no hay acción concertada».
En la vida privada, con la familia desorganizada, la coqueta,
la comedianta y la suripanta han adquirido la influencia que te-
nían antes en el hogar la mujer y madre. Igualmente, en
la vida pública, con la sociedad acéfala, sin doctrina, con la prensa
prostituida, los picaros y los charlatanes han ocupado el lugar
de los verdaderos jefes espirituales.
Toda fuerza tiende a obrar. No hay que destruir la de la
masa ni la del dinero; lo que hay que hacer es ponerlas en su
sitio.
No es por medio del sufragio y en una ficticia soberanía polí-
tica como la masa debe intervenir; es, dice Comte, «ase-
gurando al último ciudadano una influencia social no imperati-
va, sino consultiva, siempre proporcionada a su celo y a su mé-
rito».
No ha de ser cada cuatro años y en los días de elección cuan-
do la masa exprese sus deseos o sus aversiones; sino en todos
los momentos y en todas las cosas, por la acción y la reacción
de sus ideas, de sus sentimientos y de su conducta habitual,
por la aprobación y la reprobación, d desprecio o Ja admiración,
hasta por la protesta o la aclamación.
Así es —A. Comte lo dice— como el proletariado tiene una
aptitud natural para convertirse en el auxiliar indispensable de
un poder espiritual por su triple oficio social de apreciación, de
consejo y hasta de preparación. La potencia dd número será tan-
to mayor, más eficaz, más difícil de desviar, cuanto más uni-
fique las almas y entrelace los corazones un conjunto de creen-
cias fijas.
«Tras el establecimiento de una doctrina general, añade Com-
te, la principal condición para constituir el imperio de la opinión
pública consiste en la existencia de un medio social adecuado
l'^2 ACCIÓN ESPAÑOLA

para hacgr prevalecer habituallmente los principios fundamenta-


les... Es preciso no contar con que las convicciones dispensen
jamás de esta enérgica asistencia. La razón está lejos de tal
autoridad directa en nuestra imperfecta constitución. Ni aún el
sentimiento social, a pesar de su eficacia muy superior, podría
bastar habitualmente para dirigir de un modo adecuado la vida
activa, si lia opinión pública no viniese de continuo a fortificar
las buenas inclinaciones individuales. El difícil triunfo de la so-
ciabilidad sobre la personalidad no sólo exige la intervención con-
tinua de verdaderos principios generales, capaces de disipar toda
incertidumbre en cuanto a la conducta propia y a cada caso; re-
clama también la reacción permanente de todas sobre cada uno,
sea para comprimir los impulsos egoístas, sea para estimular los
afectos y las simpatías. Sin esta universal cooperación, el senti-
miento y la razón aparecerían siempre como insuficientes, por
la tendencia de nuestra pobre naturaleza a hacer prevalecer los
instintos personales.»
El espíritu público debe ser el gran regulador. La teoría
positiva determina los tres elementos de él, llamados a elaborar
la opinión pública: 1.°, la doctrina; 2,°, la energía; 3.°, el ór-
gano.
Augusto Comte hace observar que, sin el proletario, la opi-
nión pública carecería de energía; sin el filósofo, de consisten-
cia, y sin la mujer, de pureza y de amor. «Si la constitución
doméstica, añade, se reduce a sistematizar la influencia de la
mujer sobre el hombre, igualmente se puede decir que la cons-
titución política consiste ante todo en regular la acción del po-
der intelectual sobre la potencia material».
El sentimiento y la inteligencia deben cooperar en la direc-
ción de la actividad.
Aportando el precioso concurso de su energía al pensamien-
to, es como la masa puede y debe participar en un poder que
se ejerce principalmente en su favor.
La democracia sólo puede ser moral; ni se realizará ni vi-
virá más que por la opinión pública organizada, la reacción de
todos sobre cada uno, por la cual todo ciudadano obtendrá la
parte de influencia constante y efectiva que le han de conferir
normalmente sus aptitudes y su abnegación.
LA MULTITUD Y LA OPINIÓN PÚBLICA 173

XII.—CONCLUSIÓN

Nos es, pues, preciso renunciar, y definitivamente, a nuestros


más caros errores, liquidando los partidos —^todos los partidos
sin excepción— que los explotan.
Su vocabullario no tiene significación positiva. Sólo hay un
deseo social: el orden. Sólo hay una aspiración : el progreso j ¿;'
No hay libertad, prosperidad, concordia, progreso, más que en
el orden. Si para mantenerlo ha sido preciso, a veces, el despo-
tismo, sólo ha sido temporalmente, porque el orden es educador.
La anarquía, por el contrarío, es tiránica, frenética, por momen-
tos lo es más; y llega hasta la subversión total de la sociedad
entera.
Augusto Comte, el inmortal fundador de la sociología, ha
determinado las condiciones estáticas y cinemáticas, a las que
no pueden substraerse los Estados sin desmoronarse. Basta re-
cordarlas.
—La política ya no debe ser elocuencia e intriga, sino un
arte guiado por una ciencia, la sociología; la administración y
el gobierno una colocación o un derecho de todo el mundo a par-
ticipar de ellas, sino una función y un deber para quien asume
la carga que representan. Ciencia de las más arduas, arte de
los más difíciles, y que jamás serán accesibles a más que a los
que, teniendo vocación se hayan preparado cuidadosamente
para ello.
—El sufragio universal es una mixtificación tan opresora como
anárquica.
Los deseos no son opiniones. Los deseos de los más, aún
formulados en leyes, en nada modifican el curso natural de los
fenómenos sociales.
—^La representación de los intereses particulares —por per-
fecta que se la suponga— no puede constituir el órgano esencial
del interés público: un gobierno.
—Una dirección única, no puede proceder de varios jefes; me-
nos aún de una asamblea deliberante. La decisión proviene siem-
pre de una cabeza.
—^El origen y la distribución de los poderes sociales impor-
^^* ACCIÓtl KSPAftOLA

tan mucho menos que Ja regulación de estos poderes y la seguri-


dad de su útil ejercicio.
—Las cuestiones personales carecen de importancia. No hay
funcionario perfecto. Sólo hay instituciones que favorecen lo peor,
empeorándolo, o que son propicios a lo mejor, mejorándolo.
—No puede subsistir sociedad sin gobierno. Lo mejor es io
que mejor desempeña su función. Cuanto más compleja es ésta,
más rigurosamente se imponen las condiciones de independen-
cia, de unidad y de continuidad.
—Continuidad para prever, unidad para decidir y proveer,
independencia para retener, propulsar y contener. Y, por lo tanto,
para la temporal monocracia ; pero contenida, estimulada, acon-
sejada, sancionada, regulada, en fin, por una potente democra-
cia espiritual.

GEORGES D E H E R M E
LAS IDEAS y LOS HECHOS

Actualidad española

L A campaña contra el fascismo, reunió a las fuerzas izquierdis-


tas que estaban disgregadas. Coincidieron en las asambleas
celebradas para organizar la ofensiva, desde los comunistas
basta los radicales, pasando por los socialistas y los grupos anár-
quicos. Un mismo deseo de exterminio de los brotes fascistas, los
aglutinaba. Y no porque estuviera organizada y en marcha la nueva
fuerza política, ya que nada concreto y estructurado se ha visto, sino
más bien por el deseo de neutralizar por el terror desde sus comien-
zos un estado esipritual que cada día es más definido y más amplio.
A esto viene a quedar reducido el fascismo por ahora, y ya es bas-
tante. El miedo de los que decretan la pena de muerte para el fas-
cismo, está inspirado en el convencimiento de que hay latente en
España un anhelo propicio para levantar en muy poco tiempo una
leva de gentes hostiles a la situación marxista imperante.
Por eso el cuidado con que se amordaza el más leve intento «ie
protesta; por eso los hierros y las argollas, la persecución y las
multas ; el situarlo desde antes de su nacimiento «fuera de la ley»
y el comprometer a los obreros gráficos de la U. G. T. con la pro-
hibición de que compongan ningún periódico fascista.
Ese mismo temor ha motivado la reunión de los megaterios de
la pluma y de la tribuna ; fosilizados en sus viejas ideas de un li-
beralismo corrompido, que ya hemos visto como administran a
capricho según las conveniencias y las oportunidades de la hora.
En nombre de la libertad han condenado al fascismo. Pero no han
^^^ ACCIÓNESPAÑOLA

condenado al comunismo, ni al socialismo, ni a las teorías absor-


cionistas y dictatoriales de la revolución roja, para no entorpecer
el oflirt» que de antaño sostienen con las ideas disolventes y con la
barbarie. En nombre de una libertad averiada que no puede le-
vantar la cabeza sin enrojecer de rubor, al observar la seria de
atropellos cometidos en su nombre.
El fascismo ha servido ya de magnífico pretexto para nuevas
asonadas. Catervas de mozalbetes asalariados, recorrieron las calles
vociferando. En Chamartín asaltaron una escuela católica; en
San Sebastián, impidieron una conferencia de D. Antonio Goicoe-
chea, se tirotearon con la fuerza pública y ocasionaron desmanas :
en Bilbao consiguieron que el gobernador, buen escudero de los so-
cialistas, suspendiera otra conferencia de D. Pedro Sáinz Rodrí-
guez. Resulta fascismo todo lo que no les agrada y conviene : hasta
ese guardia de asalto que perseguido por las turbas tiene que refu-
giarse en el Cuartel de la Guardia civil de Chamartín.
Y entretanto, los socialistas, que son los más atemorizados por
el fantasma del fascio, afianzan las grapas que les unen al poder,
y declaran que adictadura por dictadura, prefieren la de ellos». Una
dictadura que han montado utilizando la palanqueta del Gobierno,
Porque ellos no pueden decir como en los ejemplos del extranjero,
exceptuada Rusia, que hayan llegado al Poder alzados por un olea-
je nacional que les elevaba a las cumbres ddl dominio para sacar del
caos a un país que se hundía. No han tenido la arrogancia y la ga-
llardía del fascismo o del hitlerismo que l?.icieron el calvario de su
marcha hacia el Capitolio dejándolo sembrado de víctimas sacrifica-
das en holocausto a la patria. Los socialistas en España llegaron
al poder en calidad de convidados de honor, después de haber par-
ticipado en la Dictadura de Primo de Rivera, y acabaron siendo lo'S
amos. Con 30.000 afiliados en todo el país, consiguieron 110 puestos
en el Parlamento, y de hecho la mayoría, y aún les sobraron actas
para regalarlas a sus protegidos.
Disponen del Gobierno y del Parlamento; administran el pre-
supuesto, declaran la guerra del hambre a los obreros que no es-
tán afiliados a sus organismos, se imponen a los gobernadores, y,
como ejemplo que compendia y resume su política, en el Ayunta-
miento de Madrid se descubre que un concejal y portero honora-
rio, Muiño, sin escrúpulo por las leyes, sin respeto para la Corpora-
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 177

ción dp Ja que forma parte ordena la ejecución de obras que impor-


tan cantidades considerables, persuadido de que su condición de so-
cialista, le concede privilegios feudales.
Dictadura por dictadura, la nuestra, dicen los socialistas. Y
poco a poco la van instaurando, para acabar en un mando despótico
y compJeto. No es prevención nuestra. «El Socialista» lo ha diclio
y repetido sin tapujos, y lo anuncia con la soberbia dd infatuado
que cree que el mundo comienza con él.
Vamos a copiar sus palabras porque merecen ser conocidas:
«Que cada uno de nosotros conozca su oficio en toda su comple-
jidad y lo estime como algo útil y precioso. Y la complejidad de
cada oficio—manuales e intelectuales—está en adquirir capacidad
y responsabilidad de gobierno. No es buen oficial quien no se sabe
seguro de gobernar, sin menoscabo, el taller, la fábrica, la explo-
tación agrícola, la minera. Y de esto es de lo que se trata: de ad-
quirir capacidad para el mando... Esto es lo que les pide el Partido
con particular interés. Cada militante con su documentación y pi-e-
paración específica, de suerte que pueda, en la coyuntura precisa,
desarrollar toda su capacidad de trabajo. Está cubierta la etapa dd
doctrinarismo. Comienza una nueva, en que la doctrina debe reci-
bir la claridad de las obras. No faltan al Partido mentes lúcidas
capaces, en cada caso, d.e facilitar rumbo y altura; pero necesita,
en cantidades abundantes, obreros desinteresados que se pongan a
trabajar a gran tren en los problemas económicos, industriales,
campesinos. Seguimos abominando, con la misma fuerza de siem-
pre, de la improvisación. Vamos buscando que el coro amplio, mag-
nífico, que es nuestro Partido, pueda, cuando le llegue su hora,
exclamar jubiloso: «¡Estamos preparados!» E iniciar, con el me-
jor ardimiento, la etapa difícil de una transformación indispen-
sable.»
Y dos fechas después escribía: «Cada día nos aproxima a un
momento particularmente grandioso: aquél en que sea dada la voz
de cambiar, de arriba abajo, la actual estructura político-económi-
ca de España. En trance semejante será preciso ensamblar de modo
perfecto la doctrina y la técnica, y, naturalmente, además de con-
tar con cabezas claras, importa disponer de ejecutores perfectos,
de obreros calificados. ¿ Dónde vamos ? Sencillamente: donde nos
lleve nuestro tiempo, ni más acá, ni más allá... Si se nos admite una
5
178 Acción SSPAfiOtA

respuesta evasiva, diremos esto: La experiencia alemana nos ha


puesto en guardia contra toda debilidad culpable».
¡ La experiencia alemana! Bizarro descubrimiento. ¿ Es que en
Alemania los socialistas se han entregado o es que han sido venci-
dos? Porque «El Socialista» quipre presentar como una debilidad
culpable, lo que ha sido una derrota total y absoluta, como la de
Inglaterra, como Ja de Austria, como la de Italia, como la de
Australia. Es la reacción de los pueblos que se resisten a morir
sacrificados a las conveniencias, a los errores y a los despotismos
de unas doctrinas que han demostrado su fracaso tantas veces
como han sido puestas a prueba. Y en España fracasan también
estrepitosamente, sin que puedan contener su caída con gestos ma-
tonescos y voces de trueno. La enemiga al marxismo es una ne-
cesidad biológica de los pueblos.
Acaso por verlo así en su fuero interno, el Sr. Besteiro en un dis-
curso pronunciado .el día 27 de marzo a la Juventud socialista, les
decía estas palabras que no concuerdan ni con el tono ni con !a in-
tención de los artículos de «El Socialista».
«La República no tolerará que el poder sea conquistado... Los
demás organismos, los organismos políticos de la nación debgn ejer-
citar su derecho dentro de la legalidad, y nosotros los socialistas
debemos dar ejemplo.
»No vamos a pasar de un extremismo cdUibofacionista a una
lucha sin cuartel CMI el Poder. Los elementos directivos deben pen-
sar que una falta cometida en las acttules circunstancias esi peligro-
sísima y que precisamente son las masas las que más sufren por
los posibles errores que se cometen. Seamos valerosos, pero tenga-
mos el valor de la prudencia y siguiendo el ejemplo que nos dio
Marx, pensemos que con arrebatos personales no se resuelve nada.
Que la pasión debe ser controlada por la voluntad y que es la inte-
ligencia la que debe indicamos la ruta hacia el triunfo.»
Así se expresó el Sr. Besteiro. Tenemos la seguridad de que no
ha convencido a los ambiciosos y violentos que sufren el vértigo de
las alturas, y creen que basta con estirar la mano para adueñarse
totalmente de los últimos resortes que necesitan, realizando sin
ripsgo e impunemente la maniobra para declarar en España la dic-
tadin-a socialista. No es suficiente compartir el poder, con privile-
gio de amos. Su voracidad les impulsa a ser los dueños absolutos.
* * *
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 179

Otra vez atracos y atentados en Barcelona, como en los años


que precedieron al golpe de Estado. Otra vez los pistoleros en ac-
ción, con más libertad que nunca para sus fechorías, y con una gran
diferencia: la de que antes, en los afíos 1922 y 23, los separatistas
catalanes tenían buen cuidado de achacar al régimen monárquico y
especiaJmente a Madrid, la culpa de lo que ocurría. El gobierno
dejaba en libertad a los facinerosos, y los catalanistas más exaspe-
rados, calumniaban diciendo que aquella fauna carcelaria que pu-
lulaba por las calles de Barcelona escandalizándolas, era una remesa
que hacían los gobiernos de Castilla envidiosos de la prosperidad
de Barcelona.
En cambio, ahora, no pueden decir esto : y menos, porque algu-
nas de las personas que más intervención tienen en la política triun-
fante en Cataluña, han mantenido relación con las bandas siniestras
que en los años citados se entregaban al asesinato y al robo, defen-
diéndolas no pocas veces ante los jupces, y consiguiendo la abso-
lución y Ja libertad.
El estado de irritabilidad en que vivía Barcelona, fué propicio
para que en él se incubara el golpe de Estado. Primo de Rivera era
«^ libertador. Así lo reconoció Barcelona. Y no lo decimos nosotros.
En este punto el testimonio de «El Socialista» es bien elocuente y
lo vamos a citar:
«De tal manera hastiaron los ánimos—decía hace pocos meses
dicho periódico, hablando de los atentados y atracos—que cuando
advino la Dictadura, Cataluña, y especialmente Barcelona, incluso
los trabajadores, aplaudieron al dictador, porque vieron en la nue-
va actuación política el medio único de verse libres de aquellos he-
chos deshonrosos.
La ciudad sintió aliviada la conciencia y pensó que aquella bar-
bane había desaparecido para siempre. Las luchas sociales oe en-
Muzaron por una táctica serena y ecuánime que permitía a los tra-
^^Tv"^ °^«Ío'"ar su condición social y económica.
Desapareció la Dictadura y la Monarquía, y pronto asomaron
los procedimientos de violencia. En Barcelona todo el mundo está
armado: los sindicalistas se entregan a toda clase de excesos.
¿Adonde conducirá a Barcelona esta situación?»
Para confirmar estos juicios con otro testimonio, recogemos de
una crónica de Barcelona que se ha publicado estos días en «F^l
Liberal» las siguientes líneas :
180 ACCIÓN ESPAÑOLA

«Durante la dictadura enmudecieron las pistolas y no hubo agi-


tador algunos que osara levantar su airada voz ante la autoridad...
Vino la República «y en Barcelona era asaltada la prisión celular
se destrozaban rejas, puertas y mobiliario y quedaban en libertad,
junto con los detenidos por delitos sociales y políticos, los hampo-
nes... Ahora de nuevo surge el pistolero con más agallas que nunca
y hace de nuevo su aparición el atracador...»
La misma indignación que ganó a los barceloneses en los años
1922 y 23, vuelven a sentir hoy. Y la expresión de ella, tuvo lugar
en el entierro de un joyero asesinado, que congregó a más de 25.000
personas, que no quisieron tolerar la presencia en la manifestación
dp unas autoridades a las que hacían responsables en buena parte
de la anarquía que hoy sojuzga a Barcelona.
La historia se repite... El año 1923, otra manifestación impo-
nente congregada en torno al féretro de un somatenista asesinado
por los pistoleros, expulsaba violentamente del duelo al entonces
gobernador de Barcelona, D. Francisco Barber. Pocos meses des-
pués, el marqués de Estella acababa de un gesto magnífico, que
merecía la aprobación de todos los españoles honrados, con una po-
lítica de claudicaciones y de cobardías, de la que era una consecuen-
cia más aquella lacra y aquél cáncer del pistolerismo, convertido
en una profesión a la que la benevolencia de los jurados había
concedido garantías de impunidad.
En adelante, los delincuentes serían juzgados en juicio sumarí-
simo. Quedaba suprimido el jurado.
Así se acabó el pistolerismo.
Algún histrión del liberalismo se rasgó las vestiduras. Pero Bar-
celona pudo vivir en paz.
* * *

Las ilusiones que se hicieron quienes esperaban unas eleccio-


nes municipales en abril, habrán quedado marchitas, al ver a lo
que se ha reducido al pomposo anuncio. A elegir los concejales
que en abril de 1931, resultaron designados por el artículo 29.
Dada la pasión con que se desarrollaron aquellas elecciones, sólo
en pueblos de menor cuantía pudo ser aplicado dicho artículo.
Como preparación adecuada, el Gobierno destituyó hace tres
meses a los concejales elegidos en la forma dicha, sustituyendo-
ACTUALIDAD BSPAÑOl,A 181

los por Comisiones gestoras dóciles a los mandatos de los gober-


nadores.
Por si esto fuese poco, el Gobierno ha manifestado que du-
rante el período electoral mantendrá vigente la ley de Defensa
de la República, que es tanto como decir que continuarán sus-
pendidas las garantías para toda propaganda que no le sea grata, y
que los adversarios de la situación siguen expuestos a los rigores
de una persecución cuyos efectos han sufrido tantos millones de
españoles.
Si por el lado gubernamental se ofrecen perspectivas tan poco
gratas, no las brindan mejores los partidos ministeriales que van
a contender, favorecidos con patentes de corso. En casi toda Es-
paña, las autoridades claudicantes han traspasado sus poderes a
los grupos facciosos que en última instancia son los que deciden
sobre si se puede o no se puede celebrar actos de propaganda.
Suspenden los mítines por la violencia y la menor reacción de-
fensiva de los elementos derechistas es aplastada con la multa y
la cárcel ; la última concesión que se les hace es que en trance
de ser exterminados por las hordas, se entreguen al sacrificio
como carneros.
Unas elecciones en estas circunstancias no las aceptan ni los
propios republicanos antiministeriales. D. Miguel Maura, que a
Su paso por el primer Gobierno de la República adquirió una
triste práctica electorera y sabe mejor que nosotros los propósitos
e intenciones de los que mandan, ha desahuciado a las próximas
elecciones. En el diagnóstico han coincidido otros jefes repu-
blicanos.
Hay, además, como se ha dicho, un serio peligro en aceptar-
las en la forma dispuesta por el Gobierno, peligro que se fun-
da en el precedente que se establece para lo futuro, desde el mo-
mento en que se admite que una consulta electoral pueda ser he-
cha, sometidas las oposiciones a unas condiciones que las colocan
en evidente inferioridad.
Algunos grupos de las derechas, cierto es que los mejor or-
ganizados, han tomado el acuerdo de acudir a las urnas. «Nos
acucia el deseo—ha dicho «El Debate» al aprobar esta decisión—
de saber cuál es el pensamiento, cuál es la voluntad de los espa-
ñoles al cabo de dos años de calamitoso desgobierno; y pues vi-
182 ACCIÓN ESPAÑOLA

vimos en régimen representativo y popular j que no se detente


la representación ni se abogue la voz del pueblo!»
Buenos deseos de difícil realización. El mismo periódico lo
advierte pocas líneas antes al decir, «no es menor nuestra segu-
ridad de que unas elecciones no ya «rabiosamente sinceras» sino
decorosamente legales tardaremos algún tiempo en conocerlas».
Pues en esta forma resultará muy difícil el que lleguemos a sa-
ber cuál es la voluntad y el pensamiento de los españoles. Confec-
cionarán mayorías como la que actualmente domina en el parla-
mento, que son el reverso de los verdaderos sentimientos nacio-
nales ; mayorías que no responden a la realidad española, porque
el mismo Indalecio Prieto, en uno de sus últimos discursos de-
claraba : «a nadie se ocultará que las derechas en España tienen
una fuerza mucho más considerable que la que hoy expresan )as
personas que las sirven de órgano en el Parlamento» ; pero que
sin embargo han imposibilitado la actuación de las minorías de
tal modo que puede decirse que los diputados católicos no han
merecido o logrado de las actuales Cortes ni un mínimo de res-
peto y reconocimiento a lo que suponían y a lo que defendían.
Cargarse de razón es un último y triste recurso para justi-
ficar que ni la razón ni el derecho han servido para nada, ante la
obstinación de los que mandan.

La decepción por la obra política de estos dos últimos años,


no es sólo de los españoles que viven en España, sino también
de los que viven lejos de su patria. En un periódico que se publi-
ca en Buenos Aires, «Correo de Galicia», que por cierto acogió
con grande entusiasmo el cambio de régimen, leemos los siguien-
tes párrafos que no necesitan que lo subrayemos con ningún co-
mentario :
«La República española que votó el pueblo el 14 de abril de
1931, en medio de un sincero y fervoroso entusiasmo, no fué esta
República socializante y atea que desde los comienzos de su actua-
ción permite y alienta a los incendiarios y promete desde las
responsabilidades del poder público, a las clases trabajadoras, un
mundo de bienandanzas imposibles de cumplir. Para ir acallan-
do las demandas de los ilusos y los exaltados, introduce la anar-
quía del agro hasta alcanzar al despojo de la propiedad indivi-
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 183

dual que, en ciertas comarcas españolas ha llegado a desconocerse


y ultrajarse. El actual sistema de gobierno ha llegado, por boca de
su propio jefe a declarar ante la asamblea parlamentaria, que des-
conoce la independencia de los jueces, los que ante todo han de
ser jueces de la República y del gobierno, colocando así la augus-
ta misión de la justicia, al servicio de los más bastardos y mez-
quinos intereses políticos.
«Los asesinatos cometidos en Casas Viejas por los sicarios del
actual gobierno, no son otra cosa que la natural consecuencia del
fanatismo sectario que los hombres del gobierno, inspirados por
la política que sigue Rusia y Méjico, han venido desarrollando en
España, tierra procer y caballeresca que ni aún en los momen-
tos más sombríos del régimen desaparecido alcanzó contornos más
trágicos y dolorosos. Y cuando se había probado en el Parla-
mento la ya indiscutible responsabilidad del gobierno en esos
luctuosos acontecimientos, el jefe de la situación apela al voto
de confianza, prometiendo que los tribunales se encargarán de es-
clarecer los hechos. Pero, ¿cuáles tribunales? ¿Qué confianza
puede inspirar una justicia clasificada como una dependencia po-
lítica del gobierno, de una justicia que se ha colocado al servicio
<Jel gobierno y no del pueblo español que la paga para salvaguar-
dia del derecho de todos los españoles? No se conoce caso de
mayor insensibilidad que el que acaba de exponer a la conside-
ración imparcial el actual gobierno fracasado moralmente ante la
opinión pública y ante la conciencia de todos los españoles ajenos
a la orgía oficial cada día más triste y más lamentable.
»Esta es la República de trabajadores de todas clases con cu-
yo régimen los trabajadores son, de continuo, escarnecidos y mal-
tratados. No. Para llegar a todo esto que estamos contemplando y
que nos separa de la comunión de los pueblos más civilizados,
no valía la pena de que la generosidad de nuestro pueblo se des-
bordase en su magnífico y prometedor entusiasmo.»
Así piensan y escriben hoy los españoles ausentes de España,
compenetrados con los intereses nacionales, desprovistos de pa-
sión, con la sinceridad que permite la perspectiva, con el dolor
sentido bajo cielos extraños al contemplar como se hunde la pa-
tria en la sima de los fracasos.

JOAQUÍN A R R A R A S
Política y Economía

Tin documento Kistórico: La Federación económica de Sevilla kabl'a al


Gobierno.—La Asamblea agraria de Madrid.—¿Fascismo tributario?
El banco de España en 1932.—El comercio exterior español en 1932.
La Generalidad catalana emite un empréstito—El dóllar.

E N la literatura político-económica de este azaroso período re-


publicano, es fácil entresacar documentos casi sensaciona-
les. Por su estilo y por su contenido. Nunca fueron tan
hondas las quejas, tan amargas las lamentaciones, tan desgarra-
doras las súplicas. Y nunca se pidió cosa más simple y más al
alcance de cualquier autoridad que se precie de serlo. Pero
creemos rebasadas esas características por el mensaje que al Go-
bierno eleva la Federación Económica de Andalucía. Su léxico
sobrio, su emocionada redacción, retratan con pinceladas goyescas
el profundísimo abismo abierto en las entrañas de la antaño prós-
pera economía sevillana por dos factores concurrentes : la inca-
pacidad del Poder, y la barbarie sindicalista.
«La situación de nuestras industrias —dice el documento-
ha llegado a tal extremo, que de no mediar el Gobierno, ampa-
rándolas con disposiciones sabias y enérgicas, forzosa-mente he-
mos de desaparecer como tales industrialesv... «La desobediencia,
el sabotaje a la producción, las amenazas a aquellos obreros que
desean cumplir sus deberes y han de doblegarse a la voluntad de
los dirigentes para no temer por su vida, son constantes». «Es-
tamos, excelentísimo señor, castigados con huelgas y boycots in-
justos, insultados diariamente en pasquines en que se nos cali-
fica de fieras y se nos amenaza en nuestras vidas y en nuestros
POLÍTICA V KCXJNOMf* 185

intereses ; nos sentimos al cabo de nuestra fuerza, y hemos de.


confesar a V. E. que no podemos resistir másv... Somos ciudada-
nos trabajadores, respetuosos y acatadores de las leyes, y que-
remos vivir como hombres que tienen tranquilas sus conciencias
y no vilipendiados como explotadores del trabajo humano y per-
seguidos como alimañas. Si por el hecho de ejercer nuestras ac-
tividades como industriales o comerciantes hemos de vernos con-
ceptuados como tales viles explotadores y así tratados, preferi-
mos abandonar nuestras fábricas y buscar otros medios de vidaD...
Y para concluir, he aquí un párrafo lapidario, impresionante
por su elocuencia espartana y concisa: ^Acudimos con el mayor
respeto a pedir al Gobierno de la Rápública que V. E. preside,'^
que ampare nuestras industrias, si las considera necesarias y úti-
les para la Patria; pero si estimase lo contrario, y entrasen en.
la categoría de aquellas que deban ser socializadas, que legish
rápidamente. En este caso, todavía el Estado podría adquirir algo
que représente para España utilidad y riqueza. Si la solución se
retrasa sólo recogerá andrajos y ruinas. Y si el Gobierno estima
que debemos continuar nuestros trabajos, porque representen be-
neficio para la Nación, será preciso que se nos trate con la con-
sideración debida a todos los ciudadanos, que se obligue a las
organizaciones extremistas al cumplimiento de las leyes, que nos-
otros acatamos, que se nos garantice la libertad de trabajo y que
se nos proteja, como españoles que somos, dignos y honrados*...
No recordamos documento a éste equivalente en valor repre-
sentativo. Cuando el historiador futuro quiera describir en bre-
ves trazos la trágica situación de la España de 1931-33, le bastará
reproducir algunos de los párrafos aquí transcritos, j Pobre el país
que se hunde en semejante descomposición! Por su intensidad, es
mayor, desde luego, que la de Italia en los meses precursores de
la marcha sobre Roma, cuando fábricas y fincas sufrían la de-
vastación de turbas informes, y que la de Alemania durante las
jornadas de Spartako, y no inferior a la de Hungría bajo el efí-
mero imperio de Bela Kun, ni a la de Rusia durante la breve
égida del ingenuo Kerensky. ¿Seremos capaces de resistirla, pri-
mero, y superarla después?
Como factor psicológico de reacción, nos falta lo que tuvieron
otros pueblos : haber luchado en la Gran Guerra. Estamos por
ello habituados a módulos de molicie y egoísmo. Y las grandes
186 ACClÓNESPAÑOI,A

reacciones nacionales exigen una previa decisión de sacrificio en


los dirigentes y en las masas. Si éstas estuviesen persuadidas de
la imposibilidad de evitar una catástrofe final, su actitud serla
muy otra : aludo, claro es, a las masas socialmente conservado-
ras. Pero la .mentalidad popular nacional se nutre en gran parte
de ingenuos y desorbitados optimismos. Nadie cree en hipótesis
tremebundas. Muchos de los que sufren ya lesión en sus intere-
ses materiales, la olvidan ante prejuicios partidistas. En fin,
abundan los que se pasan de listos, y creen que las cosas no se
ponen mal mientras sólo perjudican al vecino. Toda la vida re-
cordaré el alborozo imprudente y bastardo con que un Grande de
España aplaudía el 12 de agosto la expropiación de fincas rústi-
cas decretada contra los cómplices y simpatizantes en el movi-
mien del día 10. Al mes, justamente, ese mismo Grande de Espa-
ña, se mesaba los cabellos víctima de la misma draconiana in-
justicia que antes le pareciera graciosa...
Indudablemente, el infortunio es un gran resorte de solidari-
dad. En los pueblos avisados, ésta se provoca cuando el atrope-
llo llama a las puertas de un ciudadano cualquiera. En los pue-
blos individualistas—tal es nuestro caso—hace falta que el atro-
pello recorra villas y aldeas, como reguero de pólvora, para que
todas se percaten de su peligrosidad inminente. Como quiera, Es-
paña se halla en el segundo supuesto. Porque la tragedia econó-
mica se ceba por igual sobre el campo y la ciudad, el Norte y el
Mediodía.
Es prueba de ello, y conviene dejar aquí constancia de la efe-
mérides, la magna asamblea celebrada en el Frontón de Madrid
para hermanar los elementos agrarios con los mercantiles e in-
dustriales que se agrupan en Unión Económica. Por millares, y
en racimos, acudieron de todas partes agricultores, esto es, cul-
tivadores directos de la tierra. No terratenientes, porque esta es-
pecie toca a su ocaso, por obra y gracia de la legislación repu-
blicana, incongruente y disparatadamente antieconómica; sino
medianos y pequeños propietarios, o sea, clase media, burguesía
ínfima, cimiento primario y solidísimo de la Patria. Las de-
liberaciones fueran crispadas. No hubo necesidad de discutir. Por
cruel paradoja, los asambleístas, convencidos del error cardinal
que inspira la Reforma Agraria, no se reunían para barrer ciega-
mente contra ella, sino para pedir que se aplique en sus términos li-
POLÍTICA Y ÍCONOMÍA 187

terales. Porque la Agricultura española padece ahora un doble


mal : la promulgación de la ley—conceptuosa, obscura, inviable
y antisocial—, por una lado; y la desfiguración agravatoria de esa
ley, por otro. Lo primero desvalora la propiedad rural en un cin-
cuenta por ciento. Lo segundo perturba el trabajo agrario, destro-
za frecuentemente la obra de una o dos generaciones, aniquila la
ganadería, arrasa el arbolado, etc. Cuando se reduzca a cifras es-
cuetas la obra de destrucción realizada bajo el signo de la In-
competencia y la Anuencia ministeriales en los campos españoles,
sentirán un escalofrío de responsabilidad los mismos que ahora
fingen sordera y ceguera. El señor de los Ríos había anunciado
como inevitable un gran colapso. Acertó en su profecía, vive
Dios, y quizá se quedó corto.
Mientras tanto, los Jurados mixtos, presididos casi siempre
por socialistas militantes, que alejan de su seno la menor sombra
de imparcialidad, continúan aprobando contratos colectivos de
trabajo de tipo leonino. En una gran parte de las industrias na-
cionales, es imposible ya extremar más lias prerrogativas del
obrero. De heaho se ha llegado a un máximum de concesiones.
Ca participación en los beneficios, e incluso, la distribución total
del beneficio patronal entre los obreros, no añadiría un adarme
de bienestar a éstos, por la razón sencilla de que en muchos ca-
sos se produce con déficit. De ello son muestra la gran cantidad
de industrias y establecimientos que cierran. No tantos como pu-
diera esperarse de tan exorbitante tensión redistribuidora. Ha de
tenerse en cuenta que los estallidos finales se retrasan todo lo po-
sible. Y antes de darlos, los interesados hallan mil formas de de-
mora. Por de pronto, las letras impagadas—cuyo número, cono-
cido por el'de protestos, acrece fabulosamente—, sirven de res-
piro momentáneo a los detallistas, aunque precipiten poco a poco
a la ruina, a mayoristas y fabricantes. Uno de éstos, en gran es-
cala, confiábame sus cuitas, confirmadas por un Notario: «Clien-
tes de solvencia enorme, y hasta aquí de una pulcritud impeca-
ble, se dejan protestar ahora con la sonrisa en los labios, sin im-
portarles un ardite semejante trance, que antaño les habría con-
fundido de vergüenza»...
¡Ah!, es que la espiritualidad colectiva sufre una metamor-
fosis muy dolorosa, y no para su bien, sino, desgraciadamente,
para mal de todos. Los grandes resortes de seriedad, respeto a
188 ACCIÓN B S P A S O I A

la palabra, caballerosidad, etc., están resquebrajados por comple-


to en esta España Republicana. Aquellos colonos y aparceros de
Salamanca o la Mancha que mantenían con los propietarios relacio-
nes patriarcales de familiaridad, pleitean, discuten... y no pa-
gan ; esos comerciantes que hacía honor a la divisa mercantil
everdad sabida y buena ié guardadas, demoran, regatean, y en
definitiva, tampoco pagan. Es triste, muy triste. Pero, ¿por qué
habían de librarse del naufragio general de valores espirituale.<3,
estos de índole económica ? ¿ No vemos cómo al general más ilus-
tre, valeroso y eficaz de nuestro Ejército, se le encierra en una
prisión común con toda suerte de vejámenes y rigores ? ¿ No ve-
mos cómo la Cruz Laureada de San Fernando es motivo de sin-
gular ultraje ante los sicarios del ministro de la Gobernación?
¿No vemos, a parte de la que fué en el Ejército Oficialidad bi-
zarra e hidalga manejar la «porra» contra muohachuelos y mu-
jeres que quizá gritan lo que ellos gritaron algún día al besar
la antigua Bandera ? ¿ No vemos cómo se derriba un Monumento
de Arte y de Religión, porque así place a la fiera, para herir al
español creyente en la entraña de su fé ? ¿ No leemos en el fron-
tispicio de uno de los mejores edificios que poseían los Jesuítas,
•Colegio <3e Francisco Ferrer Guardia», para que a nadie quepa
duda de que sobre la expoliación necesitan el agravio brutal cier-
tos farsantes de la libertad ?
Todo es uno y lo mismo. Las grandes catástrofes hunden a los
pueblos en lo económico y en lo moral. Triste, muy triste, es
pasar del bienestar a la miseria. Pero lo es mucho más reducir
un pueblo de señores a manada de rufianes... Por ventura, en ac-
titudes colectivas que se dibujan cada vez con mayor recie-
dumbre, los intereses afines despiertan de su letargo y se aperci-
ben a la comandita. Este es el camino. La unión. Nos lo mostró
el adversario con pertinacia incansable. Síganlo las clases eco-
nómicamente conservadoras, y llegarán sin duda a feliz puerto.
Porque si desde la altura prosigue su acción destructora la tiranía
socialistoide, en un instante dado, los contribuyentes de todas cla-
ses tendrán que plantearse un problema fiscal, tan agudo como
delicado, pues engloba todos los demás problemas ciudadanos.
¿Es que tiene derecho a percibir tributos un Estado administra-
do y dirigido con espíritu faccioso de clase, por hombres o par-
tidos que son incapaces de proteger la riqueza gravada? La re-
POLÍTICA Y BCONOHÍ.\ 139

belión tributaria contra el establecimiento o la exageración de


impuestos, por onerosos que resulten, no puede justificarse al
menos mientras sean legítimos los Poderes que legislan. Pero la
rebelión tributaria contra un Poder desatentado, que aniquila al
contribuyente, que abandona la riqueza privada, que protege los
extremismos destructores, que fomenta el marasmo y ahuyenta
al capital, podría razonarse con textos jurídicos, políticos, mo-
rales y aun teológicos. ¡ Quién sabe si por ahí brotará ese fascis-
nio que tanto empavorece a los usufructuarios del Poder pú-
blico !...
* Hf *

El Banco de España ha celebrado su Junta general ordinaria,


aprobando la Memoria correspondiente al ejercicio de 1932. Para
proyectar más luz sobre sus cifras, nos permitimos tomar de un
meritísimo trabajo del señor Ceballos Teresí, en El Financiero,
las correspondientes al último quinquenio. (Todas ellas se refie-
ren al 31 de diciembre de cada año, y expresan millones de pe-
setas) :

1928 1920 1930 1981 1932

Oro en caja 2.448,4 2.448,4 2.423,2 2.244,3 2.244,3


ídem en el extranjero 37,3 38,2 84,3 223,1 224,5
Plata en caja 697,8 703,8 699,0 515,0 601,1
Billetes en circulación 4.397,3 4.457,7 4.766,6 4.992,8 4.883,5
Relación por 100 entre oro
en caja y billetes 55,67 54,92 50,83 44,95 46,43
Por 100 oro de obligacio-
nes a la vista 45.73 45,08 43,08 36,66 38,84
Cuentas corrientes 956,6 973,1 857,2 1.128,4 944,6
668,6 757,2 852,7 1.393,1 1.114,1
Descuentos 146,0 160,8 181,2 233,5 261,5
^"^fditos personales!!!!!! 1.238,9 .307,9 1.221,6 1.618,9 1.485,3
53,8 48,1 30,8 41,4 34,6
Créditos con garantía
Préstamos con garantía...
El análisis de estas cifras pone de relieve la gran diferencia
que^ existe entre el período 1928-30, de plena normalidad, y el
período 1931-32, de suma anomalía. El año 1932 es mejor que
el de 1931, pero mucho peor que los años del primer período. E n
1932 disminuyen las exigibilidades a la vista del Banco, bajando
109 millones los billetes, y 184 las cuentas corrientes ; y como el oro
no registra nuevas sangrías, k cobertura metálica progresa del
I*> ACCIÓN 8SPAÑOLA

44,95 al 46,43 por 100, respecto de los billetes, y del 36,66 al


38,84 por 100, respecto de billetes y cuentas. Pero todavía queda
muy lejos de los porcentajes de 1928, que fueron 55,67 y 45,73
por 100, respectivamente.
El oro, según acabamos de indicar, permanece casi inaltera-
ble : 2.244 millones en Caja, y 224 en el extranjero. Esta segun-
da cifra se integra principalmente por las partidas de oro con-
signadas al Banco de Francia en garantía del préstamo que or-
denó el señor Prieto. ¿ Puede considerarse como oro jurídicamen-
te retenido, a los efectos de la cobertura? ¿Está rescatado par-
cialmente? No nos es posible responder estas preguntas, al me-
nos a la segunda, porque ni la Memoria ni el balance arrojan
claridad sobre el particular. Algunos periódicos han recogido la
noticia de que parte del préstamo a Francia se había cancelado
merced a las compras de divisas que recientemente pudo verificar
el Centro Oficial de Contratación de la Moneda. Sería de desear
la veracidad de esa noticia, porque el préstamo es oneroso, si no
por su interés—3,50 por 100—por sus condiciones, ya que nos
obligó a desprendernos de una garantía amarilla, como si la fir-
ma del Banco emisor no bastase por sí misma. Pero si el prés-
tamo está cancelado, en todo o en parte, ¿por qué no nos reinte-
gramos del oro depositado en Mont-de-Marsan ? ¿ Acaso para no
descubrir las posiciones tácticas y luchar más eficazmente en de-
fensa de la peseta ? No nos parece suficiente este motivo. La divi-
sa española, que iha progresado con beneficiosa lentitud duran-
te las últimas semanas, tiene su mejor defensa en la crisis de
que sufren otras divisas mucho más poderosas.
La circulación de billetes señala cierta contracción en 1932.
Ascendió a 4.992,8 millones en 1931; sólo a 4.883,5 en 1932. Aún
rebasa la cifra de 1930, aunque muy poco : 117 millones. Pero
bastante las de 1928 y 1929. I^a distensión es muy leve. Si no
coincidiese con una etapa de atonía comercial e industrial, ni si-
quiera merecería el honor de ser mencionada. Pero en las circuns-
tancias de crisis que soporta nuestra Economía, nos parece ex-
cesiva. Porque en puridad, lo que paralelamente correspondía era
la reducción de la masa de billetes.
Por último, el incremento fortísimio de la Cartera comercial,
que aunque en 1932 queda algo distante de la cifra de 1931—de
3.277, baja a 2.895 millonesi— sigue muy por encima de las ci-
POLÍTICA Y ECXJNOMÍA 191

fras de 1928-30, es el mejor testimonio de la irregularidad eco-


nómica que aún padece el país. Absorben el aumento, casi por
mitad, los descuentos y las pignoraciones, y unos y otros son hi-
jos de las realizaciones de negocios, de las penurias en que se ven
muchos propietarios y comerciantes, de la previsión con que la
Banca privada procura fortalecer su encaje metálico, de la res-
tricción de créditos comerciales en muchas plazas, etc. A veces,
la inflación de la Cartera comercial de los Bancos de descuento
significa plétora. En nuestro caso, todo lo contrario. Y la prue-
ba de su anomalía es que no se refleja en la cifra de cuentas co-
rrientes, que debiera aumentar simultáneamente. Cuando los mo-
vimientos del crédito bancario son regulares, la crisis se traduce
en el descenso de las Carteras comerciales. No hace mucho es-
tudiaba este fenómeno en otras columnas y hacía notar la insig-
nificancia de los descuentos y pignoraciones que contabilizan en
fin de 1932 el Banco de Francia, la Reserva Federal, etc. Para
que el Banco de España registre tendencia opuesta es menester
que actúen causas también distintas, y existe, en efecto, una
singularísima de nuestra patria : la desconfianza.
En todo caso, el Banco de España atestigua una situación
muy sólida y ha cumplido su misión rectora del mercado nacio-
nal, durante el año 1932, con su tradicional austeridad y acierto.

* * «

Según la estadística oficial, publicada no ha mucho, los resul-


tados de nuestro comercio exterior en 1932, con relación a 1931
y 1930, fueron estos :

(Millones de pesetas oro)

i » s e íWti «»8a

Importación 2.447 1.175 974


Exportación 2.299 961 738
Comercio total.. 4.746 2.136 1.713

No hay homogeneidad entre los datos, por el distinto criterio


estimativo seguido en 1930, con relación al de 1931-32. Por eso
conviene tomar en cuenta los pesos. La importación en el trienio
192 ACCIÓN HSPAÑOLA

baja de 5,5 a 4,8 y 5,1 millones de toneladas, y la exportación,


de 9,9 a 6,6 y 5,8 millones. Comparando estas cifras con las de
cualesquiera otros países, puede asegurarse que España consti-
tuye un verdadero oasis.
La Generalidad de Cataluña se prepara a emitir un emprés-
tito de quince millones de pesetas. Hasta la fecha no se conocen
sus condiciones, pero se ha hablado de un 5,50 por 100, a la par.
Si tal consiguiese, pondría una pica en Flandes, ya que ese es el
tipo de emisión de las Obligaciones del Tesoro, reembolsables en
dos años y exentas de impuestos, ventajas que como es natural
no podrán gozar los nuevos títulos de la Generalidad.
Como quiera, esta primera operación crediticia de la Región
autónoma ha de servir de exponente en sus posibilidades, y aún
de la política especial que piensa desarrollar en la materia. Pero,
además, nos pone ante los ojos nuevamente el problema del tras-
paso de servicios... y recursos, que aún está en pie, con la agra-
vante de que, dimisionario el señor Carner, falta Ministro de Ha-
cienda que pueda velar en debida forma por la integridad de los
intereses nacionales. Claro es que del traspaso entiende una Co-
misión cuasi soberana. Pero la tutela de un Ministro, en pro-
blema tan arduo, es insustituible. Mientras el traspaso no se con-
sume, la Generalidad vive artificialmente. Y si el traspaso se
acomoda austeramente a un espíritu de estricta rigidez, dejará
sin resolver el problema financiero de la Región. Que aumenta
sus gastos propios, en la esperanza—infundada y absurda—de
poderlos costear con recursos cedidos por el Estado : cedidos ge-
nerosa, gratuitamente, y por ende, con daño del resto de la Na-
ción. Como esto no puede ser, porque lo veda él Estatuto, será
curioso ver de qué modo se arreglan los Poderes regionales para
desarrollar su programa sin estatuir un sistema de extremada
fiscalidad, que naturalmente convertiría el hecho diferencial en
circunstancia adversa y depresiva de capacidad comercial ante las
restantes Regiones.
»< * *

El dólar conserva su paridad. Sin cotizarse durante diez días,


al reaparecer estuvo a punto de sufrir naufragio. Pero cuando es-
cribo esta crónica vive en plena euforia : casi rozando su punto
de entrada de oro. La explicación es que M. Roosevelt ha con-
POLÍTICA Y ECONOMÍA 193

seguido despertar la confianza nacional con su política enérgica


y resuelta. Las leyes de plenos Poderes sirven de receta maravi-
llosa en tales menesteres. Es una contestación curiosa que nos
ofrecen las dictadas en los últimos quince años. M. Roosevelt la
ha recabado en varios momentos y para disposiciones de enorme
alcance, lográndolas con mayor o menor forcejeo. Hoy, es un
verdadero dictador sobre la Moneda, sobre el Oro, sobre los Ban-
cos, sobre el presupuesto, sobre la Agricultura—cuyos produc-
tos quiere revalorar a todo trance—y sobre la lucha contra el
paro forzoso. Quizá recabe poderes personalísimos incluso para
arreglar el problema de las Deudas de guerra : se había dicho que
propondría por de pronto una moratoria de los vencimientos de 15
de junio y 15 de diciembre, pero no parece oficial este propósito, por
lo que algunos elementos políticos franceses agitan la cuestión
sugiriendo que Francia pague el vencimiento de 15 de diciembre
ultimo que, como recuerdan los lectores, adeuda todavía.
El oro retorna a los Bancos de la Reserva Federal. Un 75 por
loo de los Bancos privados funcionan nuevamente. La circulación
fiduciaria no sufre incremento sensible. La nueva emisión auto-
rizada por 2.000 millones, sin otra cobertura que valores estata-
les, apenas se ha utilizado. Subsiste el embargo absoluto del oro
para la circulación interior, pero ya se ha consentido alguna ex-
portación para cubrir operaciones exteriores (v. gr., una de siete
millones de dólares a Italia). Los optimistas afirman que de los
40.000 millones de dólares que había en depósitos bancarios, sólo
están ya bloqueados 36.000; pero la realidad no es tan halagüe-
ña, porque no todos los Bancos reabiertos permiten el libre uso
de los saldos. Otros afirman que el bloqueo sólo afecta ya al 12
por 100 de aquella cifra, y que la pérdida definitiva se reducirá
al 2 6 3 por 100; pero esto parece también un buen deseo, mliS
que una evidente venturosa realidad. En todo caso, América ha
vencido la primera fase de su agudísima crisis. Ahora tiene que
liquidar las averías y restañar las cicatrices. Si Roosevelt hace
uso implacable de sus facultades excepcionales podrá conseguir-
lo. Y prestará al mundo un servicio señaladísimo si da el primer
paso en un sentido de «deflación» arancelaría, y de generosidad
crediticia. Para que el mundo recobre su calma es preciso borrar
muchas cosas de su pasado belicoso y desordenado...
JOSÉ CALVO SOTELO
Actualidad internacional

Un día cualquiera...

N destacamento de soldados polacos que llega a la Westerpla-


U te, en Dantzig, hace sonar el ruido de sus pisadas en el co-
razón de Alemania ; en Kehl se presenta un pelotón de po-
licías alemanes y los nervios franceses se crispan ; habla Goering en
Cassel y todas las cancillerías tienden el oído y fruncen el ceño.
Y en el altavoz de Juda ha sonado el grito de «¡atención!» que
rueda por toda Europa.
M. Painlevé ha vaticinado una trágica cosecha para esta siem-
bra de inquietudes: la guerra para el próximo verano.
Errará quizá—Dios lo quiera así—este profeta de ocasión ; pero,
por desdicha, errará en poco, porque la guerra estallará o no esta-
llará bajo el primer sol de julio, pero los cuervos pueden ir mondan-
do sus picos porque pronto tendrán su festín de carroña. Lo irre-
mediable ocurrirá un día cuaJquiera...
Y ese día los «augures de Ginebra», ¿que harán? Porque no
les será tan fácil taponarse los oídos cuando toda Europa sea una
batahola de gemidos, lamentos y detonaciones, como ahora qua el
fuego corona las líneas de trincheras en el Extremo Oriente, y que
el agua del Amazonas y la tierra del Chaco se tiñen con sangre de
colombianos y de peruanos, de bolivianos y de paraguayos.
La ineficacia de sus discusiones ya está vista. Que anteayer ne-
gasisn la razón a los japoneses, o que ayer definiesen solemnemente
que Perú había sido el agresor en esta pugna por Leticia, no ha te-
nido otra virtud que Ja de descontentar al Japón y a los peruanos;
ni es fácil que alcancen más éxito los propósitos de aplicar al Pero,
ACTUALIDAD INTKRNACIONAI, 195

sanciones que no han podido ser aplicadas al Japón. Se habla ahora


de embargo de armas y de Moqueo económico para la república
sudamericana, justamente cuando Inglaterra acaba de declarar que
renuncia al embargo de armamentos consignados al Extremo Orien-
te, porque encuentra demasiado necio ser el único país que se resta
voluntariamente un mercado lucrativo. No es de creer que prospere
contra el Perú lo fracasado ante el ]apón.
No son otra cosa que denuncia de una falta de fe en la S. D. N.,
esos hilos que pretenden tenderse de París a Moscú con la eti-
queta de convenio comercial, y el indicio de ese envío de agregados
militares franceses, junto al Ejército rojo. Queda ahora por ver có-
mo se desenvolverá la diplomacia soviética, que, si hemos de creer
ciertas informaciones, había tejido una tela de araña que se prendía
en los establecimientos de industria militar de la U. R. S. S. en
los que acaso no era la técnica lo único alemán.

* * *

Pero si todo esto son indicios leves del fracaso no ha faltado


algo que excedía la categoría de tal. Con lo que no se alude a las
palabras con que Paul Boncour ha hecho recientemente el elogio de
la diplomacia callada y discreta—contra la que tanto y con tan po-
co juicio se ha escrito—, sino a la evidente significación del viaje
de Mac Donald a Roma.
Al cabo de más de un año—lo cumplió el 2 de febrero—la Con-
ferencia del Desarme estaba justamente en el punto de donde ha-
Ha partido. Y no es que haya faltado allí el espíritu pacifista de que
hacen bandera los regímenes democráticos; en ella y alrededor de
ella hemos visto a los más calificados apologistas de la idea; y, sin
embargo, había ya quign, sin dejar de los labios las palabras pax y
desarme, empezaba a acariciar la esperanza de otra fórmula Bénés
que permitiera salvar decorosamente las apariencias, aplazando to-
da resolución.
A Ginebra fué Mac Donald con la intención de evitarlo, y el
propósito de hacer desembocar la Conferencia en una resolución
razonable y eficaz ; pero cuando expuso su plan—centón confeccio-
nado con lo mejor de los planes anteriores—y en sus labios asomó la
palabra revisión, Francia se volvió, dolorosamente sorprendida por
1^ ACCIÓN ESPAÑOLA

el tono, como si hubiese descubierto en Inglaterra un propósito de


declararse ajena a Ha responsabilidad de los tratados.
Por su parte, Italia—por boca de Mussolini—había declarado,
que aceptaba para sus efectivos guerreros «la cifra más baja. Gasta
la de un Ejército dg diez mil soldados, siempre que ninguna po-
tencia continental tuviese Ejército más numeroso».
Mac Donald siguió viaje desde Ginebra a Italia llevando la se-
guridad de que allí cuando se le hablase de paz, de tratados 7 de
desarme, se pensaba efectivamente en desarme, en tratados y tn
paz. No dejaría de hacérsele sospechoso que mientras en Ginebra
se hablaba de pacifismo, allegados de los que allí llevaban la voz,
hablaran en Francia con tonos guerreros de «una contraofensiva
de las democracias contra los fascismos»—Herriot dixit—.
Por eso el primer ministro inglés emprendió su viaje rendido ya
a la gran verdad de que no serán en modo alguno las democracias
las que aseguren la paz del mundo ; que eJ afán de pasar a manos del
vecino la «antorcha de la libertad» encendida en las suyas, les ha-
ce marchar ciegamente a la guerra bajo una bandera de paz ; en tan-
to que los regímenes fuertes, seguros de su fuerza, ni son agresivos,
ni provocadores, ni proselitistas.
La acogida cordial dispensada a Mac Donald por Mussolini fué
seguida de un proyecto presentado por el segundo, y bien acogido
por el primero, que se condensaba en d propósito de sustraer el
espinoso problema al democrático cónclave ginebrino para solucio-
narlo, sin estrepitosa publicidad, en una «Conferencia», «Directo-
rio» o «Club de los Cuatro» reservada a Alemania, Francia, Ingla-
terra e Italia.
Francia sentiría tener que acudir a una Conferencia en la que
no tuviesen asiento las potencias europeas con cuyo voto tiene la
seguridad de contar en Ginebra. Y estas, a su vez, recelan un pe-
ligro en la exclusión proyectada, y afirman—como Polonia, por
boca de su ministro de Negocios Extranjeros, Beck—que no consi-
deran obligatoria ninguna decisión tomada sin su presencia. Y así,
cuando, ya en Londres Mac Donald, hubo un intento de aplazar
la Conferencia del Desarme; las pequeñas potencias, que quisieron
ver en ello el primer acto del «Club de los Cuatro», sintieron alar-
mados más que sus sentimientos nacionales sus fervores democrá-
ticos—el sagrado derecho a votar en cosas que, a veces, no les in-
teresan—, en forma tal que la delegación británica creyó que no
ACTUALIDAD INTBRNACIONAL 197

debía persistir en su proposición de aplazamiento. Prosiguió, pues,


la Conferencia sus laboriosos trabajos, acordando tomar como base
de discusión el plan Mac Donald ; y así que esto fué heoho, se con-
cedió a sí misma un descanso hasta el 25 de abril.
No es aventurado suponer que, al fin, se reunirán «Los Cuatro»;
y encontrarán la fórmula que calme la inquietud de los demás Es-
tados. Y entonces, como cada vez que se arrincona el mohoso arti-
logio democrático, se entrará en un período dp eficacia.
La circunstancia de que hoy esté el porvenir de la paz entre las
manos de estos dos socialistas renegados—dg Mussolini lo decían
en 1917 ; a Mac Donald se lo llamaron en el reciente Congreso de
Leicester—es simbólica. Es como si la Providencia quisiera su-
brayarnos la falacia de las prédicas antimilitaristas con que nos
han atronado ios oídos los socialistas ortodoxos; en ellas no están
ni el deseo, ni la posibilidad de la paz; uno y otra están—probable-
mente vamos a verlo ahora con entera diafanidad—muy por encima
del marxismo.

Das dritte Reich.


Ivos retratos de Guillermo II salen del sueño de los desvanes
empolvados en los que ahora tocará dormir a los de Ebert. La vieja
bandera imperial se tiende al viento de frontera a frontera. Los ma-
nuales de historia vuelven a hablar <ie las glorias de Alemania. Una
corona de laurel y un ramo de rosas encendidas marcan en Post-
dam el lugar que hubieran ocupado los emperadores. Parece verse
ya claramente «el tercer imperio»—«Das dritte Reich», de que ha-
blaba hace diez años MóUer van den Bruck—.
El Canciller ha empezado a desarrollar su programa. Se esta-
blece un orden perfecto ; la justicia es inflexible—díganlo esos jó-
venes «nazis» arrojados del partido y entregados a los tribunales
por exigir dinero a un comerciante israelita—; hay ya trabajo para
noventa mil obreros, y lo habrá para más dentro de poco tiempo;
vuelve la mujer a su rango familiar, de espaldas a la lucha polí-
tica ; las condenaciones de los Obispos católicos que pesaban sobre
el nacional socialismo se levantan, y un periódico vaticanista—«La
Correspondenza»—pone su esperanza en el sólido baluarte que
contra eJ bolchevismo es la nueva Alemania.
* * •
198 ACCIÓN ESPAÑOLA

El 21 de marzo en Postdam inauguró sus trabajos el Reichstag.


.Todo en aquel acto—la fecha, el lugar, las ceremonias—tenían un
sentido claro y un fuerte valor de paradigma. En otro 21 de marzo
—sesenta y dos años hace—se reunía en Berlín, después de la vic-
toria, el Reichstag imperial convocado por el Canciller—y prín ;:-
pe desde aquella hora—Bismarck. Este otro Canciller quiere soldar
en este día, con la historia gloriosa del imperio, tras la «victoria
sobre el enemigo interior», su obra, que aspira a completar la de
Bismarck. Y lleva a Postdam, al lado de las tumbas de dos reyes
gloriosos, a los que quiere testigos y colaboradores de ella para
que con solemnidades religiosas inicien su tarea con el corazón
puesto en Dios ; el materialismo marxista ha quedado ya muy
atrás.
Dos días más tarde, en el discurso programa que pronuncia,
dice, para los que no hubieran sabido recoger esa enseñanza, cómo
tiene fe en que «el cristianismo es el fundamento inquebrantable
de la vida moral del pueblo».
Hitler obtuvo ese día del Reichstag la aprobación de una ley
concediendo al gobierno plenos poderes durante cuatro años. «Pas
dritte Reich», está en marcha.
üc ik *

Toda la tierra es hoy «muro de las lamentaciones» para los hijos


de Israel. Pero son unas lamentaciones tan subidas de punto que
suenan a ira y a injurias. Se ha desatado una feroz campaña antiale-
mana en la prensa al servicio judío, de todo el mundo. Contra eüa
tiene Hitler un no despreciable rehén: toda la inmensa población
judía que hay en Alemania. Ya se han dado cuenta de ello esas
Asociaciones que representando a 600.000 israelitas han desmentido
4as torpes falsedades esparcidas a los cuatro vientos. Quizá eilo
pretenda ser una habilidad del mejor perfil semítico. Pero el arma
del bloqueo económico contra comerciantes, médicos, abogados, y
artistas judíos, es poderosa. Veremos quién vence a quién.

Corrientes monárquicas.
El conde Guttemberg, presidente de la Liga monárquica bávara
ha hecho pública su confianza en la benevolencia de los «nazis»
para con el propósito de restauración monárquica en Baviera.
ACTUALIDAD INTERNACIONAL 19Q

«Hay
numerosos «nazis», —dijo a un periodista—incluyendo
personalidades de importancia, que pertenecen a nuestra Liga. Una
encuesta entre las autoridades «nazis» nos dio Ha convicción de que
los hombres encargados del Gobierno de Baviera no pondrán obs-
táculos en el camino del movimiento monárquico de Baviera ni
en el resto de Alemania. Alemania no podrá reponerse comple-
tamente de los efectos posteriores al crimen de la revolución de
1918 sin la restauración de la Corona. La victoria eJectoral de los
«nazis» en Baviera refleja la energía de la determinación de los bá-
varos de acabar con el bolchevismo; pero no hemos encontrado ras-
tro de oposición al Rey. E s imposible pensar que el comisario deft
Reich, general Von Epp, que fué comandante de un regimiento de
la guardia real bávara durante la gran guerra, tenga un punto de
vista distinto al de cualquiera de nosotros, monárquicos.»
Sin embargo no se ve fácilmente realizable esta restauración
aislada.
* * *
Parece que el movimiento monárquico brasileño—del que otro
día se dirá algo más por extenso—encuentra portaestandarte en el
príncipe Enrique de Orleans Braganza.
El príncipe Pedro Enrique Alfonso, tiene en la actualidad po-
co más de veintitrés años y es hijo de Luis María Felipe, que casó
con una princesa de Borbón Sicüía.
El legítimo pretendiente al trono del Brasil fué el príncipe
Pedro de Alcántara hasta el 30 de octubre de 1908 fecha en que re-
nunció a sus derechos en favor de su hermano Luis Miaría FeUpe,
El príncipe Pedro Enrique—nieto, por consiguiente, de la prin-
cesa imperial del Brasil, Isabel de Braganza—se ha dirigido, según
informes de la prensa diaria, a la Asociación Monárquica Brasile-
ña reivindicando sus derechos.

La táctica contraofensiva de DoUfus.


Han pasado los días 25 y 26 de marzo sin que se produjera el
golpe de Estado anunciado, hasta en los detalles de ejecución, en
la Cámara Austríaca. En vísperas del día 2, la otra fecha anun-
ciada como probable, tampoco parece que haya que dar la razón a
la alarma del diputado denunciante.
200 ACCIÓN ESPAÑOLA

Cierto es que el triunfo de Hitler en Alemania ha espoleado la


actividad de los «nazis» austríacos. Pabs, el jefe del partido, se per-
mitió dirigir al Canciller una carta abierta que era un reto en toda
regla j pero Dollfus se abstuvo de recogerlo; no se le ocultaba que
unas elecciones darían ahora un gran triunfo a los nacionalsocial'is-
tas a costa de la «Heimwehren», que en su mayoría apoya aún al ga-
binete. El cual, como tantos otros, después de corrompernos las ora-
ciones con la eterna cantinela de la voluntad nacional, cuando tc-
mp que ésta se haya apartado de su lado, no se resigna con su
suerte. Un cronista francés dice que el gobierno ha optado por la
«manera fuerte», giro elegante pero menos expresivo que si dijé-
ramos qug ha tomado las cosas por la tremenda. Efectivameiitc,
ante las dificultades parlamentarias con que tropezaba, ha reaccio-
nado con una afirmación de autoridad y de energía. Ha establecido
la censura, ha prohibido las manifestaciones públicas y ha implan-
tado por decreto una serie de medidas algunas de ellas de tipo de-
finidamente racista que obedecen probablemente al deseo de arran-
car una bandera al partido.
Se trata de reformar los métodos parlamentarios, de dar iil Po-
der ejecutivo más autoridad y de implantar la reforma aprobada en
1929 en lo referente a la representación corporativa.
Y no está mal el propósito; pero la cuestión sería saber si el
Canciller cuenta con fuerza material para sostenerlo. La situac;'-Ji
es bastante confusa; de un lado, porque no es posible precisar has-
ta dónde han llegado las infiltraciones «nazis» dentro dg la Heim-
wehren, y del otro, porque el problema capital en la política aus-
tríaca, después, quizá del económico, es el planteado por las dos ten-
dencias, a favor y en contra del «Ansohluss». Y en este punto se
desdibujan los perfiles de los partidos: son opuestos una parte de
los Heimwehren y los cristianos-sociales ; son favorables, con los
pangermanistas y los «nazis», los socialistas, que en otro terreno
son adversarios irreductibles de aquéllos. Es dudoso, sin embargo,
que a estas alturas, y vista la suerte que corren los socialistas ale-
manes bajo el poder de Hitler, sigan pensando lo mismo. Pero hay
aún un factor importante que tener en cuenta; y es que Italia no
quiere en modo alguno tener una frontera común con Aleman'a;
y que hará cuanto le sea posible por conservar ese amortiguador
que es Austria.
ACTOAIIDAD INTERNACIONAI, 201

Conciencia y Patria.

Porqup los estudiantes de unas Universidades inglesas han con-


testado a una pregunta que se les dirigía, que no estaban dis-
puestos a luohar por su Patria y por su Rey, han sostenido un leve
escarceo periodístico nuestro Director y D. Eugenio Ors. Ha ha-
bido opiniones encontradas; y ni será preciso decir que la adversa
a la insostenible posición de los estudiantes ingleses era la d d Con-
de de Santibáñez del Río, ni tampoco añadir que la compartíamos
sin titubeos.
Pero sí convendrá añadir algo más. Y es que la actitud de los
estudiantes ingleses tiene un próximo parentesco con la que ofrece
el movimiento de los llamados «objetantes de conciencia».
Para su causa, bien poco simpática, por cierto, también tuvo
una «Glosa» amable, blanda y un poco escurridiza el benévolo co-
mentarista con el que dieron, en «El Debate», esos estudiantes in-
gleses.
En Inglaterra parece que se produjeron Hos primeros casos all4
en los turbios días de la guerra, y de Inglaterra se importó el mal
al continente. En 1921 se fundó el «Movimiento internacional de
los que se resisten contra la guerra» ; bastarían algunos nombres
de sus miembros—^Einstein, Bertrand Russell, Sobbel...^—para
que pudiéramos formarnos una idea bastante justa de la cos.i de
que se trata. Pero junto a esos nombres, y a no pocos de pastores
protestantes, uno encuentra con asombro nombres de religiosos ca-
tólicos—jesuítas y dominicos, principalmente—; y esto puede in-
ducir a error, y de hecho, sin duda, ha inducido a más de un
joven católico, que ha tratado de llevar a la práctica la «oposi-
ción sistemática y absoluta a la guerra y por lo tanto al servicio
militar que es su preparación».
Todo ello—en donde se esconde un germen de anarquía—bien
merece una aclaración que no hizo bien en omitir d glosador.
Los nombres judíos arriba apuntados podrían decir algo; algo
más podía deducirse de ía proposición aprobada por el Convento
de la Gran Logia de Francia de 1928; pero con lo que queda su-
ficientemente aclarado el asunto es con el caso Leretour.
Era este Leretour un mozo francés que al ser llamado a filas
202 ACCIÓN ESPAÑOLA

declaró que su conciencia no le permitía tomar las armas y, por


evitarse la enojosa comparecencia ante un Consejo de Guerra, bu-
yo a Bélgica. A principios del pasado mes de enero algunos perió-
dicos franceses anunciaron con cierta complaciente expectación que
Leretour volvía a Francia y que si la autoridad militar ordenaba
su detención rehusaría todo alimento hasta qu.e el gobierno resol-
viese ponerlo en libertad. Y así fué. Pero inmediatamente la prensa
socialista y la radical iniciaron una campaña en favor de un mu-
chacho que demostraba tan aalto valor moral». Todo ello parecía
responder a una consigna; a la misma que podría creerse que obe-
decía luego su libertad; a la misma que respondió la exhibición
triunfal y la exailtación, sistemáticamente realizada, de esta defor-
midad moral que era el caso Leretour. Pero nada de esto nos inte-
resa; lo que importa es localizar el origen de aquella consigna.
Tengo a la vista el número correspondiente al 16 de enero del bole-
tín de una logia parisiense, en el que se anuncia una tTenida blan-
ca» en favor del H. Gerard Leretour. Todo queda explicado en esta
pregunta allí estampada : «Por la paz, por la fraternidad univeisal
¿ salvará la masonería a nuestro H . Leretour ?» Una vez más ju-
díos y masones van juntos en una obra claramente anárquica; ana
vez más también hay gentes de mejor fe que seso, que les ha..en
neciamente d juego.
Era preciso dgcir esto que calló el glosador.
Y aún hay que añadir unas palabras. Estas, tomadas de la
recentísima declaración del Comité archiepiscopal de la Acción
Católica, en Francia : «La Iglesia no puede aprobar en modo algu-
no las objecciones dg conciencia, ni los votos que provoquen o pro-
metan la desobediencia a las justas leyes militares».

JORGE V I G O N
Actividades culturales

C UATRO actos de interés especial para nuestra Revista, han


tenido lugar los días correspondientes a esta crónica. Por
deferencia, in honorem tanti hóspitis empezamos reseñando
la conferencia dada en Madrid por el ilustre Prof. de la Universi-
dad de Roma, Mario Chini, sobre el valor del fascismo en el orden
del Arte y de la Cultura.
Respecto de la capacidad renovadora del fascismo sería necesa-
rio, para negarla o simplemente ponerla en duda, estar privado
de todo sentido, incluso del sentido común. El fascismo no es un fe-
nómeno superficial. El fascismo no se ha detenido en la calle, ha
entrado en las casas y ha influido sobre las conciencias. El fascista
no se acuerda sino de haber sido siempre fascista, y no comprende
otras doctrinas, otras costumbres ni otros pensamientos. Lo que an-
tes tenía apariencia de verdad política, social, cultural, industructi-
ble, le parece ahora una vieja farsa, un truco ridículo olvidado para
siempre. Los sofismas que gobernaban antes su mente han sido
rechazados y han florecido en ella las verdades eternas. Algo pa-
recido a lo ocurrido con Manzoni después de la revolución francesa
cuando volvió al Catolicismo, y Manzoni es considerado hoy como
uno de los Santos padres de la nueva vida italiana. En su compa-
ración ha quedado desacreditado Carducci, de la misma manera
que en comparación con Gioberti se ha desacreditado Mazzini.
Han sido descartadas todas las ideas nacidas de la revolución fran-
cesa, del socialismo, de todas las doctrinas de ella nacidas, y de las
consecuencias políticas de ella derivadas. El fascismo se enlaza
con la más pura tradición italiana sin prescindir de ló más razona-
ble en el pensamiento que a él conviene y a toda la humanidad.
204 A C C I Ó N B S P A R O L A

Esto hace del fascismo algo profundamente italiano, no exporta-


ble, pero al mismo tiempo imitable y asimilable por los demás pue-
blos según su propia condición.
Hay obras italianas más que de ningún otro pueblo, como la
Iglesia, que representan fuerzas que deben ser utilizadas, no des-
truidas ; de ahí el respeto que el fascismo tiene al Catolicismo, re-
ligión de casi todos los italianos y realidad que fué un error no
haber considerado. La patria tiene un valor que se trató inútilmen-
te de destruir por las teorías humanitarias socialistas y socializan-
tes... y el Estado que otros someten al individuo se considera en
Italia y no puede dejar de considerarse superior al individuo. De
ahí la eticidad del fascismo como creador de disciplina, de virtudes
cívicas, del sentido de responsabilidad respecto al pasado y al
porvenir... cosas que antes hacían más reir que pensar. ¿Quien
jamás hubiera pensado en entrometerse en las intimidades del ma-
trimonio? Pues bien, el fascismo se preocupa también del núme-
ro de los hijos. ¿Quién en intervenir en el derecho de propiedad?
Pues bien, el fascismo quita las tierras incultas a aquellos que no
saben o no quieren cultivarlas y traspasa de una región a otra las
familias de los trabajadores que poco útiles o inútiles en unas co-
marcas resultan muy útiles en otras.
Más es inútil extenderse en estas y otras cosas bien conocidas
de todos, aunque no de todos apreciadas (naturalmente por aqué-
llos que no las entienden). Baste decir que para nosotros el pueblo
italiano, hecho fascista, es hoy una colmena de trabajadores dedi-
cados a una labor llena de originalidad, como era de esperarse de
un pueblo que de genial originalidad ha llenado el mundo y no
puede dejar de llenarlo en este momento histórico, pues se halla
en un feliz momento de vitalidad y creación, en las artes de la paz
y de la guerra, en la economía y el comercio, en los inventos ma-
teriales y en los descubrimientos espirituales.
Será necesario que todos más pronto o más tarde así lo reco-
nozcan, como ya lo hacen muchos que ven no solamente cambiada
a Italia, sino al mundo entero y a cuyas necesidades no hace Ita-
lia otra cosa que acomodarse, adelantándose a los demás pueblos
del mundo. ¿ Por qué insistir en el error de que las viejas formas,
los métodos viejos, las viejas instituciones, deben sobrevivir, aun-
que no se adapten a los tiempos, y arrinconar las nuevas a los pre-
sentes tiempos adecuadas ? Todo lo que hoy no es fascismo es men-
ACTIVIDADES CUtTUEALBS 205

tira y falsedad. ¿ Y cuál es, la actitud de la Italia fascista ante el


Arte ? En el Arte somos respetuosos con todas las manifestaciones,
porque procuramos asimilarnos las experiencias ajenas para nues-
tro progreso y actuación, si bien nuestro arte, a pesar de todos los
contactos, no pierde nunca nuestro sello característico y particular,
pues poseemos el sentido de nuestras particulares necesidades es-
pirituales. La antigüedad es para nosotros una gran fuente de or-
gullo y saber, pero no por eso lo estamos constantemente contem-
plando, como el budista que se pasa los días contemplando su pro-
pio ombligo.
Las generaciones nacidas de la guerra, que, cultivando sus ins-
tintos en un género de vida reducida materialmente a la vida de
cavernícolas, han simplificado sus gustos, prefieren lo sintético a
lo analítico, lo primitivo a lo refinado y no sienten el gusto de lo
relativo y superficial. Tienen necesidad de algo positivo que les
liquide el pasado y les abra las puertas del porvenir. Están domi-
nados por un ansia y se preocupan más del porvenir que del pa-
sado ; anhelan algo nuevo, algo persuasivo, algo eficaz y no se re-
signan a replegarse sobre sí mismos...
Por esto se habla de futurismo, de novecentismo. Pero el arte
de los tiempos nuevos ¿será el futurismo? ¿Será el novecentismo?
No. El fascismo se funda en una realidad humana y no sobre
una construcción cerebral; quiere que incluso en el arte no se pres-
cinda de la humanidad.
Se comprende que por humanidad entendemos no la de las no-
vejas o de los poemas o de los dramas, ya sea argumento social, po-
lítico o religioso. Por humanidad entendemos aquella realidad
propia de todos los tiempos y de todas las civilizaciones, por la
cual nos gusta en Homero, Aquiles y Andrómaca ; en Virgilio,
I>3do, y en Ariosto, Criando; en Shakespeare, Hamlet y Otslo.
Por esto el fascismo requiere que los ciudadanos de los cuales
nacen los poetas, los músicos, los pintores, los escultores y los
arquitectos, profundicen en su propia humanidad y con los medios
más idóneos, como es mediante su propia educación. Hay una gran
diferencia entre favorecer la formación de los jóvenes, que es lo
que hace el fascismo, e imponer el espíritu y modos de sus mani-
festaciones. La escuela no influye sobre el arte, ni mucho menos,
con programas intransigentes. El fascismo trata de formar los es-
píritus mediante la educación humanística.
206 ACCIÓN BSPAf5oi,A

La reforma ha dado un puesto principalísimo al latín. Como


quiere que el joven llegue al perfecto conocimiento de su len-
gua nacional a través del dialecto, así quiere que llegue al cono-
cimiento de las otras lenguas a través del latín, padre y plasmador
de las lenguas de él derivadas e influenciadas. Al presente no se
llega, si no es mediante el pasado ; la historia influye sobre la
formación de los jóvenes, así como la ciencia, especialmente la Fi-
losofía, una Filosofía que enseña a considerar el mundo con el fin
de aficionar al ciudadano a las ideas nacidas de su propia mente,
de hacerle vivir su vida, que el tiempo y las vicisitudes han hecho
triunfar en el desenvolvimiento fatal de las naciones, mejor que
ninguna otra realidad.
De la misma manera que el fascismo se preocupa de los jóve-
nes, se preocupa de los empleados, de los obreros, del pueblo todo.
Existen, para esto, lugares donde el fascista al salir de su trabajo
encuentra oportuna recreación, tales como bibliotecas, gimnasios,
teatros... ; no hay cosa más absurda que hablar con desprecio de
las paradas fascistas. Estas en la forma como se desarrollan tienen
un interés educativo nacido de la nueva conciencia y de la nueva
mentalidad italiana.
Exposiciones, congresos, centetiarios, todo sirve para mover
al pueblo italiano, haciéndole ver y conocer su Italia, para obligarlo
a guardar todo aquello que habla de su historia pasada, su presente
e indica su misión en el porvenir.
Hoy es posible que un industrial como el senador Breccani
ofrezca 5.000.000 al jefe del gobierno para comprar una miniatura,
que había sido puesta en venta en París ; que una agrupación de
ingenieros reúna inteligencia, obra, esfuerzo, dinero para inves-
tigar en el fondo de un lago donde habían quedado sumergidas na-
ves antiguas, que prueban, de una manera irrefutable, la supe-
rioridad italiana de construcción de naves en el tiempo de los ro-
manos. El «Duce» recompensa a los que dan prueba de tal civis-
mo y llama a los que han trabajado y trabajan dignamente para
que constituyan una academia nueva, la Academia de Italia que
preside el Sr. Marconni.
La Academia de Italia invitó a los sabios de todo el mundo para
que conocieran sus trabajos en la arqueología. Mientras fundan
ciudades nuevas en los lugares despoblados, renueva el terreno
sagrado que cubre los lugares donde se asentaron antiguas ciuda-
ACTIVIDADES CULTURALES 207

des. Inútil es repetir la cantidad de descubrimientos que ha hecho


la docta corporación ; basta recordar la nueva «Vía del Imperio»
que Mussolini ha dado a Roma, partiendo del Campidoglio y diri-
giéndose al monte y al mar entre magníficos monumentos antiguos
recientemente descubiertos. La nueva Italia pasa por este camino.
La inauguración tuvo lugar haciendo pasar por ella los veteranos
supervivientes de la Gran Guerra, seguidos de los nuevos reclutas
del ejército, millares de vanguardistas, balillas, jóvenes italianas,
etc.. Entre las ruinas de los foros imperiales, de los mercados y
de los teatros antiguos, a los pies del «Goloseo», bajo los arcos de
los emperadores, toda esa multitud pasaba empujada y apretada
por el pasado y el presente. ¿ Pensáis que por ella y fundada en la
tradición no vendrá para Italia una nueva poesía, un nuevo arte,
una nueva vida?

Don Luis Araujo Costa dio una conferencia brillantísima en la


Acción Cultural Valenciana, sobre el tema : «La novelística en el
pensamiento moderno».
Empezó afirmando que el novelista viene a satisfacer una ac-
piración natural del espíritu cuando, tras de tomar un tipo hu-
mano como eje de su creación, lo presenta en todos sus aspectos y
descubre todos sus matices espirituales. Esta es, según el orador,
la razón suficiente de la novela como género y como trascendencia.
Hizo luego el conferenciante un rápido estudio de la novela y
poesía mística de los antiguos, exponiendo consideraciones cer-
teras sobre la evolución del género, para llegar a la conclusión
<l«e el novelista sigue, con variantes ligeras, el ejemplo de los
poetas primitivos, refiriendo sus mejoras, sobre todo, a la realidad,
que ha sido superada en justeza de visión.
A continuación, el Sr. Araujo Costa analizó sutilmente, con
profundo sentido filosófico, el origen fundamental y psicológico
de la novela, exponiendo la labor de abstracción que ejecuta el en-
tendimiento sobre la realidad objetiva, que la fuerza del ingenio
logra realzar y depurar.
Se mostró partidario de la novela realista, por entender que
esta es la forma que más se amolda a la manifestación de arte que
significa este género. Afirmó que sin realidad no hay novela posi-
208 ACCIÓN KSPAfiOLA

ble, y que por eso la novela realista por excelencia es el oQuijote»,


la más grande expresión de perfección novelesca que registra la
historia literaria. Pero el realismo verdadero del mundo de la no-
vela es, naturalmente, el que no excluye la parte del ideal que ha
de poseer todo cerebro bien organizado.
Una forma peculiar de idealismo es lo que distingue al cuento,
que es uno de los ascendientes más claros de la novela.
Después el Sr. Araujo Costa estudió los diferentes períodos de
la elaboración de la novela, haciendo hincapié, con gran acopio de
luminosos ejemplos, en las dificultades conque tropieza el autor
de novelas, que ha de vencer con energía todos los obstáculos se-
ñalados por los preceptistas en sus divisiones del género.
Analizó los diversos tipos de personajes, que pueden pertenecer
a cualquier medio y condición social : pobres y ricos, nobles y
plebeyos. Por buen gusto y respeto a las leyes artísticas, en las
descripciones deben suprimirse todos aquellos aspectos o formas
prosaicos y vulgares, salvo en el caso de que el novelista sea a la
vez poeta de elevado numen.
Finalmente, el conferenciante expuso las cualidades sobresa-
lientes del estilo propio de la novela, y concluyó haciendo an bre-
ve y certero canto a Cervantes, a quien puso como modelo de es-
tilistas.
* * *

A modo de reacción contra aquellos «maestros y discípulos


que, renegando de todo lo español, cifraron todos sus empeños
en predicar desde la meseta y a los cuatro litorales de España una
neutralidad religiosa, una abstención política y una afasia patrió-
tica, tres cobardías diferentes en una misma traición», tiene or-
ganizado la Residencia de Estudiantes Cardenal Cisneros, un ciclo
de conferencias, acerca de la «Constitución y perfil de España».
La primera ha sido desarrollada por D. Pedro Sáinz Rodrí-
guez, disertando acerca de : «El concepto de nación y las interpre-
taciones de la Historia de España».
Realiza desde un principio la disección del concepto de «deca-
dencia» aplicado a España desde los comienzos del siglo XVI, y
por españoles precisamente, ya entre los poetas, como Quevedo, ya
entre los arbitristas que pululaban en la Corte de España.
ACTIVIDADBS CULTüRALBS 209

Este hecho de la decadencia, es innegable ; pero lo que ocurre


es que la mayoría de los intérpretes de nuestra historia lo han
achacado a motivos de orden espiritual e incluso a deficiencias inte-
lectuales y morales de los españoles. «La «intolerancia» principal-
mente lo explica todo, desde Felipe II hasta Azaña : ella ha sido
la llave maestra con que se han resuelto todos nuestros problemas
políticos.
Era la explicación más cómoda y que menos quebraderos de
cabeza ocasionaba a sus autores, pero que no explica, ni remota-
mente el fenómeno.
Los estudios más modernos, más documentados y más comple-
tos, sin abandonar del todo ciertas causas espirituales, dan prepon-
derancia a las crisis económicas por que España hubo de pasar a
poco de la conquista y colonización de América.
Ya la Edad Media predomina en España por una educación
moral y religiosa de las conciencias y por un hecho económico.
Porque en los últimos tiempos medievales no se formó entre nos-
otros aquella clase burguesa, aquel estado llano de industriales que
los tratadistas de la Economía Política llaman el «precapitalismo».
Y por eso, cuando se produjo el hecho del descubrimiento y
colonización de las Indias Occidentales, España ni poseía una gran
industria ni disponía de una producción agrícola apreciable. Se
entró de lleno en la empresa americana, y surgió el siguiente fe-
nómeno : que los españoles primero—luego toda Europa—tenían
que subvenir a las necesidades de todo un mundo nuevo... Em-
pieza una intensificación de los cultivos y se crean industrias nue-
vas. Ni más ni menos que los ocurridos durante la guerra europea.,
Apareció, como secuela natural, el «alza de precios», pues sien-
do nosotros los únicos proveedores de América, el encarecimiento
de la vida era ineludible ; lo que precisamente chocaba con una ca-
racterística típica del pueblo español y que argumenta en favor de
nuestra probable incapacidad para las grandes empresas capitalis-
tas : el no querer admitir la subida de precios. Esta, aprovechada
por un país de gran industrialismo, hubiera dado nacimiento a
una sociedad y a un tipo de riqueza capitalistas.
Pero hay otros agentes interesantísimos que intervinieron en
estos problemas. Así, por ejemplo, la clase aristocrática, que pudo
realizar en España la función social y económica que incumbía a
las burguesías extranjeras, tuvo ocupaciones muy distintas. Efec-
210 ACCIÓNBSPAfiOLA

tivamente, el segundón español es el que da, sistemáticamente, el


tipo de conquistador y colonizador de América; y nos encontra-
mos con que todos aquellos grandes hombres de iniciativas genia-
les, que han fundado ciudades, que han organizado, que han legis-
lado, que han sido padres de pueblos y naciones, pertenecen a aque-
lla clase. Ahora bien : supóngase esa incalculable cantidad de
energías metida dentro del recinto de la patria española, y pién-
sese de lo que hubieran sido capaces esos hombres...
Pues bien : esos genios de la organización de las cosas mate-
riales y de las cosas del espíritu, fueron ininterrumpidamente san-
grados del hogar patrio para ir a derramar sus actividades en em-
presas que al mismo tiempo que nos daban honra y prez eran cau-
sa de nuestra depauperación material.
La expulsión de los judíos... Una de las razones por que un hi-
dalgo español de la Edad Media creía cosa denigrante para él de-
dicarse a la especulación o a la organización financiera, era la de
que el judío era comunmente el especialista en esas lides. Y esa
idea de que eran pueblos de tipo inferior los que se dedicaban a
especular sobre la riqueza ajena, produjo un hecho mezcla de espi-
ritual y de material que culminó en la expulsión, que si tuvo la
explicación histórica de la unidad religiosa y racial, no descartó el
móvil humano. Y es que existía una sociedad esquilmada por el
préstamo judío y que veía con gusto la extirpación de esa especie
de sabandijas del seno de la patria.
Pero si nuestro concepto de la economía es distinto del euro-
peo, la idea que nos formamos de la vida lo es todavía más radi-
calmente.
El espíritu pagano del Renacimiento que en política sintetiza
en un sentido de estatolatría, y en lo moral cristaliza en el deseo de
gozar de todos los bienes de este mundo como del ideal último de
los seres humanos, está en abierta oposición con el concepto espa-
ñol, para el que la vida lo es de sufrimientos pero con una espe-
ranza y una recompensa ultraterrenas. Es decir, que España se
hace paladín de una moral pura y cristiana, frente al imperio del
materialismo.
España enemiga de la libertad cuando guerreaba contra los pro-
testantes de los Países Bajos... Precisamente los dos conceptos teo-
lógicos que luchaban bajo las banderas opuestas eran el del libre
albedrío y el de la predestinación ; y aunque parezca una herejía
ACTIVIDADES CULTUIULSS 211

para las gentes de educación liberal, los hombres que defendían


la libertad, los paladines de la libertad del alma, eran Felipe II y
el Duque de Alba; mientras que los sostenedores de la esclavitud
bajo la capa del libre examen, eran los protestantes sublevados.
•rero surgió la «leyenda negra» que no nace, como creen mu-
chos, antes de la Enciclopedia, sino con ésta. Necesitaban los ene-
luigos de la doctrina católica y de su cultura, un argumento «ad
nommem» para convencer a los predispuestos y confundir a los ad-
versarios ; necesitaban poder demostrar que los pueblos defen-
sores del catolicismo han sido unos pueblos de bárbaros : fué en-
tonces cuando se planteó la «lenyenda negra».
Porque en los Siglos de Oro se escribió contra España, fre-
cuentemente bajo el estímulo de la envidia o del despecho, una H-
era ura muy extensa que recuerda un'poco la que se arrojó contra
emania durante la guerra europea, en que, paralela a la con-
lenda sangrienta se produjo una conflagración literaria para tratar
convencer al mundo de que los alemanes eran un pueblo de
salvajes. Pero es evidente que de toda aquella literatura no queda
sino el recuerdo de la ridicula pasión que la animaba.
í la primera arma que blandieron nuestros enemigos fué la
«conspiración del silencio» a la que.tan eficazmente ayudaron nues-
tros primates del siglo XIX. Había que ahogar la historia, desco-
nocer a nuestros literatos, negar la colonización de América, por-
que si se reconocían todos los hechos esplendorosos del Siglo de
Oro, el argumento resultaba contrario, pues era decir: «Este
pueblo, mientras estuvo adscrito a la Civilización católica, mien-
*!? ^'^ denodado paladín, se elevó a la cabeza de los pueblos
T 7*'í,^ ^^ *^° ^^^ ^ " indispensable negar, ocultar, desfigurar
J^^ 7.'! P*i"a sostener que todo pueblo incorporado a la Cultura
Católica era un pueblo de bárbaros, que el Catolicismo está reñido
con la Civilización, que la Religión y la Ciencia eran incompati-
bles... Por eso la historia de España ha sido el campo de batalla de
esos conceptos capitales para la Religión y la cultura.
Por eso al hablar de europeizarnos y de civilizarnos «al compás
de los países adelantados, suena ya que no a hueco, por lo menos
a un desconocimiento total de nuestra historia y de nuestra idio-
sincrasia. Y ahora, cuando se liquida en el mundo todo el acerbo
del Renacimiento, cuando asistimos al derrumbamiento de todo un
sistema moral, político y económico, ante los conceptos de discie-
^12 ACCI<5N SSPASOLA

pancia espiritual y de inadaptación españolas es cuando nos pode-


mos preguntar si se puede llamar «decadencias el no haberse su-
mado a un sistema de civilización que muere corroído por sus pro-
pios vicios congénitos.
Por haber querido seguir «las corrientes europeas» hemos vi-
vido durante dos siglos en radical discrepancia «la nación» y «el
Estado» y hemos ensangrentado a España con guerras civiles du-
rante todo el siglo XIX. Se ha querido .construir un estado libe-
ral, materialista para una nación esencialmente espiritualista. Un
vestido que nos viene estrecho, incómodo y ridículo.
Nuestros pensadores, al analizar nuestros males, han acertado
a señalar esa discrepancia ; pero no han sido capaces, o por lo me-
nos no han tenido la valentía de decir que entre los conceptos con-
trapuestos. Nación y Estado, el Estado es el culpable y el que ha
de caer.
Pero no sólo cuando las juventudes se impregnen de un nacio-
nalismo sano, tradicionalista porque en las fuentes de la tradición
ha de beber para inspirarse. El ser nacionalista en España no es
ser particularista, sino que es poner una vez más a España al ser-
vicio de la Civilización del mundo. Por eso cuando, descorazona-
dos, estamos asistiendo al intento de estructurar o construir una
nación nueva y de buscar el patriotismo desmedulando a España
de todo el sentido de la tradición y de todo el contenido moral que
es la esencia misma de nuestra nación, nos encontramos con que
hombres de un talento inconmensurable para sus amigos a sueldo,
tienen que apelar al amor a las cosas materiales para fundar su
patriotismo.
Cuando el Sr. Azaña predica por ahí y habla de su sentido de
España y de su amor a España, y cuando quiere celebrar el pasa-
do español, tiene que aludir a las rocas del Guadarrama y a los
alcornoques de la sierra, y a las arenas del mar, y cuando más a
las ovejas merinas... porque no podrá nunca fundar el patriotismo,
que es un concepto moral, en algo humano y civilizado que no
choque con su concepto materialista de la Civilización y de la Hu-
manidad.
* *»
Al discutirse en la Academia de Jurisprudencia, bajo la pre-
sidencia de D. Antonio Goicoechea, la Memoria de D. Ramón Rato,
consumió un turno el académico profesor Sr. Fuentes Pila. La
ACTIVIDADES CUWURALES 213

importancia del tema, los puntos de vista en que el Sr. Fuentes


Pila se colocó para mejor abarcarle y la precisión y elocuencia
con que logró su propósito, pueden juzgarse con el extracto de
su conferencia, que damos seguidamente :
Comienza diciendo «que la estudiosa inquietud del Sr. Rato
había dado estado académico a la transcendental cuestión de la
crisis y transformación del Estado, actual posición del pensamien-
to jurídicopolítico, que no sólo preocupa a los estudiosos, sino que
en ansias de superación renovadora agita e inquieta a los secto-
res activos de la opinión, produciendo movimientos políticos que
con unos u otros calificativos expresan el afán y el intento de
substituir la orientación y organización del Estado demoliberal
por la unitaria, solidaria e integradora doctrina del Estado-na-
cionalista.
L,a crítica jurídica contra los vicios, equivocaciones y desvia-
ciones del Estado liberal se inició ya a fines del siglo XIX en
Francia—madre del doctrinarismo individualista—con una abun-
dante bibliografía crítica y develadora, y en ella el nombre de
monsieur Charles Benoist con sus escritos sobre «La crisis del
Estado moderno» figura en la vanguardia de los impugnadores
nacionalistas y sindicalistas, que le secundaron activamente.
Independientes, pero no ajenos a la mentalidad doctrinaria
de la acometida intelectual representada por los sectores de la
vida política, como «La Acción Francesa», la idea national de
Coradini, el integralismo o sindicalnacionalismo, el hecho colo-
sal y traumático de la gran guerra y sus fatales repercusiones,
plantearon ante la debilidad del Estado liberal problemas insu-
perables que quiso resolverlos con su inclinación a las solu-
ones socialistas, intento que los hechos dan hoy por fracasados,
pues sus postulados jurídicos resultan antinacionales por ser des-
integradores para la vida política, social y económica.
or e lo cada día más los pensadores y los genios políticos se
inclinan por las direcciones nacionales del moderno derecho pú-
blico, que frente a los principios individualistas y socialistas pro-
claman la supremacía solidaria de la nación como fuente de de-
rechos colectivos superiores y condicionantes de los individuales
(personales) y sociales (de grupo, profesión, clase, etc.).
Dice que eso y no otra cosa suponen el fascismo y el nacio-
nalsocialismo, pues por encima de sus aspectos episódicos v ad-
214 ACCIÓN ESPAÑOLA

jetivos ofrecen en sus doctrinas un fuerte y vigoroso contenido


del nuevo ideal jurídiconacionalista, interpretado con un sentido
heroico de servicio nacional. Esa tónica militar que tales movi-
mientos imprimen a la vida ciudadana y política, es fruto de la
guerra, en la que toda una juventud de la misma nación entregó
hasta el sacrificio el derecho a la vida, consideración que hace de-
ducir a los ideólogos y hombres de acción del nacionalismo que
si el derecho a la vida se entrega y renuncia por la subsistencia
de la nación, no hay razón para que los demás derechos que so-
bre él descansan no se puedan condicionar y exigir en bien de la
grandeza y prosperidad de la nación en función de verdaderos ser-
vicios nacionales.
Precisa luego el disertante las consecuencias prácticas que de
esos principios se derivan en la organización del Estado; afirma-
ción y organización del Poder ejecutivo como mando único; in-
tegración de la función legislativa por las Corporaciones y la ca-
pacidad técnica; substitución de la lucha de clases en la pro-
ducción por la colaboración y solidaridad del capital y el trabajo
bajo el control del interés nacional, etc.
Terminó su intervención el Sr. Fuentes Pila abogando en sín-
tesis por un Estado nacional antiliberal, antimarxista y antipar-
lamentario, francamente autoritario, corporativo e integral».

M. H. G.
Lecturas
De Madrid a Oviedo pasando por las Azores, por José María Pe-
mán. (Madrid, 1933.)

Pemán ha querido ofrecernos la ocasión de romper —como él


mismo dice— en una risa sonora que aihuyente de nosotros el
miedo de asomarnos a la época dura que se inicia. Y nos la brin-
cia, en este libro, en la ignorancia petulante de Alvaro Palmares,
aviador e izquierdista ; en el espíritu de sacrificio, interesado y
grotesco, de Arrese, el ex-ministro; en la frivolidad de los que
no quisieron renunciar a un día de Sierra, o no pudieron llegar
hasta Palacio sin temor de que les rayasen el coche acabadito
de pintar; o en los caminos que abren las ideas nuevas para ir
a dar—como si no hubiera habido una revolución—a celebrar una
boda, con un desayuno en Molinero.
No se si lo mejor de este libro es el diálogo del aviador y el
cabrero y aquella sutileza con que Pemán oculta en el pliegue de
una sonrisa burlona la pesadumbre de haber encontrado a su
cabrero de Castilla materialmente sepultado en tópicos literarios,
en forma tal, que por mucha que hubiera querido pulirlo y aci-
calarlo, le hubiera sido imposible sacarlo a luz sin las adheren-
cias de un número y una especie de adjetivos que hubieran per-
mitido identificarlo instantáneamente con no importa qué otro
cabrero literario y castellano.
No se si este es el mayor acierto, o si acaso está en tal o en
tal otra página ; en ésta o en aquélla en que el lápiz, querien-
do trazar una caricatura ha hecho, a lo mejor, un retrato; lo
que no impide que el retrato haga sonreir.
2l6 ACCIÓN ESPAÑOLA

Pero a veces en la flor del ingenio de Pemán hay como el


brillo fugitivo de una lágrima. Y frente al libro, la mueca del
lector es una sonrisa quebrada por un irresistible deseo de llorar;
es cuando sobre las páginas salta el recuerdo de aquellos días
malos, en los que «por haber dejado todo de ser razonable, todo
era posible».
Hay un momento en que cruzan el campo de la memoria rui-
dos y colores y un vaho pegajoso y maloliente, aglomeración de
gentes razonablemente desaseadas, vino, griterío, casticismo, es-
fuerzo increíble de afanosos destajistas del ingenio popular. Es
la revolución que pasa con aire de verbena ; y uno, como si la
viera, encaramado en un asiento giratorio del tio vivo, empieza por
reír destempladamente para acabar sintiendo unas bascas irre-
primibles, y cerrar el libro con aquella misma sensación de ma-
lestar físico, imprecisa y borrosa, con que una tarde de abril ma-
drileño se cerraron tantas puertas detrás del dolor, de la desespe-
ranza, quizá del remordimiento, de los hombres de buena volun-
tad que, en medio de aquel vértigo de locura, conservaban la
extraordinaria facultad de discurrir.

—De modo que ¿ este libro es algo así como la crónica humorís-
tica de la revolución española?
—^Algo así, aunque no exactamente eso.
—Y entonces, eso De Madrid a Oviedo pasando por las
Azores....
—^Eso se lo explica uno perfectamente en cuanto lee el libro.

Y esa sorpresa quiero reservártela, lector.


J. V. S.
En torno a una revolución, por César Silió.
Es ya numeroso el catálogo de volúmenes que se han escrito,
en menos de dos años, combatiendo la política instaurada en Es-
paña el 14 de abril de 1931. Unos provienen del propio campo
republicano, como los de Ortega y Gasset, Joaquín del Moral y
Giménez Caballero, y los más de los núcleos derechistas, ya de
filiación monárquica, ya de ese otro sector indiferente a la esen-
cial forma de Gobierno.
Entre éstos son de notar los de Alcalá Galiano y Cortés Ca-
ACClÓNgSPAÍíOIvA 217

banillas sobre la caída de Alfonso X I I I ; los que se refieren a la


gloriosa figura de Sanjurjo; Jos que impugnan la política anti-
rreligiosa del gobierno, como son el de Requejo sobre el Cardenal
Segura, el de Vegas Latapie y el P. Getino ; luego vienen los volú-
menes dedicados a defender o justificar una persona o una actua-
ción derechista perseguida con saña por el actual gobernante,
siendo de señalar el vibrante del Dr. Albiñana, «Prisionero de
la República», y el de Calvo Sotelo, hecho «en defensa propia» ;
por último aquella serie de libros referentes al desarrollo de la polí-
tica general de la República, a los que pertenecen : «Dolor de Es-
paña», del conde de la Mortera, «Trayectoria de una revollución»
de González Ruiz, «España en 1931» del conde de los Villares.
«El comunismo en España» de Karl, la novela de Ricardo León
«Bajo el yugo de los bárbaros», entre otros varios, y a los que
seguirán muchos más, ya que ahora con la suspensión de otros que-
haceres y acuciados por la herida de la injusticia, muchos cerebros
ocupan el tiempo estudiando, documentándose y reflexionando
sobre la actual situación nacional, el origen del cambio sufrido
y las consecuencias que pueden acarrear a España tal variación
de régimen. (1)
A esta última clase de libros pertenece el que D. César Silió
ha publicado recientemente sobre el panorama de la política es-
pañola contemporánea. Parte del período revolucionario de 1868
y llega a nuestros días. Se concreta su contenido a la vida
nacional diferenciándole tal limitación temática de otro volumen
también reciente, escrito por el ex ministro de la Monarquía, d
Vizconde dp Eza, sobre la agonía del comunismo; publicación
nutrida de enseñanzas y atinadas consideraciones y sobre la cual
será preciso volcar, con insistencia, el comentario.
Recorre el Sr. Silió la vida de España rápida y fugazmente
pehcularmente—desde los albores de su existencia, coincidentes
con los años del primer conato republicano, hasta la hora del
tumbo que dio el gobierno del almirante Aznar, que tras sí enroló

(1) Para nada se alude aquí a los panfletos y volúmenes de extrema


izquierda revolucionaria que se han publicado contra la actuación del
Gobierno republicano, porque ahora no nos interesan. A estas publica-
ciones habrá que enfocarlas desde distinto punto de vista, para extraer
su significado con relación al republicanismo actual.
218 ACCIÓN iSPAftOLA

hacia su destronamiento al Rey y a su suspensión en España a la


'Monarquía secular.
A pesar de su celeridad se examinan los hechos substanciales
de descomposición del régimen monárquico, a partir singularmen-
te del «98» y, con aguda rapidez espantosa, desde el año 1909,
cuando la oligarquía de los partidos turnantes, en lucha de apeti-
tos personales o facciosos y vergonzantes claudicaciones en la dig-
nidad y el prestigio del Poder, se apodera de la vida pública;
cuando se crea eJ «trust» de la prensa de izquierda para anular
la única fuerza prestigiosa gubernamental, personificada en don
Antonio Maura; cuando el asesinato de Canalejas que contribuye
a que «la familia liberal» se anarquice del todo.
Ya desde esta fecha todo paso dado por los grupos políticos
gubernamentales es tranco de tragedia y de fracaso, de espanto
y de pavor. Se concluye la «francachela» de liberales y conser\'a-
dores con el gesto de un general arriesgado, apoderándose del
Poder, con el beneplácito y el entusiasmo del país. En su actua-
ción no logra que se le sumen marcialmente las fuerzas sanas
de la vitalidad nacional. En cambio, por su blandura, deja que
le tienda la zancadilla la «vieja política», sobre todo desde que
comenzara a implantar multas gubernativas a significados des-
contentos, y convoca la Asamblea Nacional con ánimo de refor-
mar la vida constitucional.
¡ Cuántos, cuántos de los que, en las sordideces de Ja cobar-
día o desde la falsa gallardía de una tribuna popuíachera (que
pudo creerse patriótica), le combatieron, bien arrepentidos han
de estar y bien remordida su conciencia por lo que contribuyeron
a implantar! Algunos fueron los que tantas veces habían incum-
plido y vuJnerado la Constitución y no los que con menor rencor
y saña realizaban la labor corrosiva contra el intento de reformar
o sustituir un Código tan anticuado y periclitado.
Pero la sangre conspiradora (¡ sangre torera!) del «liberalo-
tismo» no podía descansar, dejar hacer, ni menos ayudar a quien
portaba intenciones de alto patriotismo. Esta actitud, reforzada
por lo que llegó después—el «memismo» de la política berengue-
rista—dio por resultado la caída del Trono y la proclamación de
la República.
La segunda parte del libro de D. César Silió trata de la labor
que hasta el momento de terminarse—allá en la suave verdura
ACCIÓN tSPAÑOLA 219

húmeda santandgrina, en septiembre de 1932—ha desarrollado el


gobierno actual. Son estas páginas más doctrinales que las dedica-
das all período del derrumbamiento monárquico. En ellas hay más
«hechos» ; en aquéllas más «comentarios».
Comenta el cambio de bandera, la quema de los conventos,
como torpezas republicanas. Manifiesta el tono socializante de la
Constitución, algunos de cuyos artículos «no han regido ni un
sólo día». Combate la política agraria y la separatista. En dife-
rentes capítulos, llenos de sustancia y reforzado su criterio con
citas de autoridades de fuste, nos habla de la trayectoria revolu-
cionaria mundial, del fracaso del liberalismo, de la derrota del
socialismo, de la equivocación del feminismo. Enfoca después
la cuestión religiosa desde el plano científico, político y educativo,
para venir a rematar d volumen con la cuestión candente de la
lucha de clases y la actuación de las maesas en la vida pública de
los Estados.
Como la República advenida a España tiene un marcado ma-
tiz socialista, de ahí que todas estas cuestiones no las puede pasar
en silencio un comentarista de derechas, de la talla del Sr. Silió,
que tanta atención prestara siempre a las cuestiones sociales y
educativas desde los diferentes sitios que le tocó actuar, como pu-
blicista, hombre de acción y político.
Provechoso sería para todo «preocupado» la lectura del libro
de D, César Silió. Amena, claramente, con sencillez y precisión
se encuentran desarrollados los problemas fundamentales de la
política, que puso en palpitación la República, y a los que an-
tes de elle sólo un reducido número de españoles prestaba
atención. Este fué el mal : el de mayor gravedad. Pero ahora,
con el despertar de tantas mentes y actividades, y con el dirigirse a
la palestra del público vivir para «poner en claro» sin fin de
turbulencias, y enderezar serie innumerable de tuertos, y sa-
nar porción de heridas cruentas, es necesario recurrir a estos
libros, como el del Sr. Silió, para adquirir datos, encontrar juicios,
reforzar o rectificar ideas a fin de salvar lo que está ruinoso,
nuestra amada España, no solamente por obra de dos años de
República, sino por decenios de conducta de políticos «monár-
quicos», que al luchar arteramente entre sí, dañaban más que
a nadie a Aquel a quien servían, o mejor, a quien fingían servir.
F . V.
220 ACCIÓN ESPASOLA

£1 Estado corporativo, por H. E. Goad. Traducción y prólogo del


Marqués de la Eliseda. (Madrid, 1933).

Poco más de ciento cincuenta páginas han bastado a H. E.


Goad para ofrecernos una cabal idea de la organización y de los
métodos del Estado italiano; un Estado que tiende a «la realiza-
ción del bien común colectivo, mediante la cooperación voluntaria
de todos los individuos» ; en el que la colaboración del capital
con el trabajo ha pasado de la categoría de bella fórmula para
convertirse en una realidad viva ; y en el que la política econó-
mico-social, tan lejos de los caminos de descristianización denun-
ciados por Berdiaeff (Cf. Le marxisme et la religión), como de
las utopías de los enemigos de la propiedad, justifica la existencia
de ésta por el cumplimiento de la función social que le compete,
al tiempo que atiende a la justa remuneración del trabajo.
En este punto conviene indicar que las normas pontificias,
tan a menudo mencionadas, como desconocidas han sido en la
realidad y descuidado su estudio profundo (1), han venido a en-
contrar acogida y desarrollo amplio en la teoría participacionista
de Rosoni y en los propósitos de instauración del accionariado
obrero.
El libro de H. E. Goad hace entrever la íntima contextura de
un Estado que es en su conjunto una organización jerar-
quizada, en la que los puestos se proveen por selección y de
arriba a abajo, y al frente de la cual destaca la figura de ese
hombre — Mussolini — que ha acertado a ser nada más, y nada
menos, que el jefe supremo een una jerarquía de patriotismo».
La idea fundamental de la organización del Estado fascista es
que el hombre moderno es ante todo un productor; el tipo de
ciudadano tal como se consideraba en los siglos XVIII y XIX, y
tal como los anacrónicos revolucionarios de ayer querían presen-
tárnoslo aún, ha quedado ya muy atrás. La política se ha con-
vertido en economía política. Y en el espíritu de las gentes halla

(1) Es justo sefialar entre las excepciones, tan escasas como merito-
rias, la obra de D. Juan Barja Quiroga tLa crisis del capitalismo y la
capitalización del trabajoi. (Madrid, 1980).
A.CCIÓN ESPAÑOLA 221

grata acogida un sentido nuevo de patriotismo, de fuerza, de dig-


nidad, con el que se va formando una nueva conciencia social.

Hablar del prólogo puesto al libro por el Marqués de la Eli-


seda sería un intento de ihacer la glosa de una glosa. El traduc-
tor y prologuista ha tomado las páginas jugosas del libro, y,
luego de exprimirlas, nos muestra, sin sorpresa, el poso que ha
quedado después de sus manipulaciones. Sin sorpresa, porque este
mismo precipitado es el que dejan hoy todos los libros de alguna
enjundia que se publican, a saber: que la causa de la crisis polí-
tica que aflige a tantas naciones no es otra que el régimen demo-
crático, liberal y parlamentario.
Pero para llegar ahí, se han cruzado antes en el pensamiento
del prologuista no pocas observaciones atinadas : ha prestado su
auxilio al autor del libro para la vivisección del pretendido sis-
tema democrático inglés «que durante un siglo extravió al mun-
do» ; ha subrayado cuidadosamente los inconvenientes de un es-
tatismo exagerado ; y, sorteando hábilmente los escollos que ofre-
cía el llevar a fondo el análisis de este o de aquel nacionalismo
en relación con la doctrina de la Iglesia, deja ahí una baliza in-
dicadora del peligro.
Conviene no dejar de decir que en nota puesta al pie de una
página del texto, reprocha el traductor a Goad la impropiedad
con que emplea, a veces, las palabras democracia y democrático,
para expresar conceptos mal avenidos con el verdadero valor de
esos vocablos. Realmente no es solamente H. E. Goad quien in-
ctUTe en el lamentable confusionismo. H. E. Goad, encarándose
con muchos de nuestros políticos, podría decirles, como a Pero
Bermúdez el Cid : a mí lo dicen — o ti dan las orejadas.

* # *

El libro de Goad no sólo tiene el valor intrínseco que apun-


tado qued? más arriba ; es una suma de valores. Al lado de aquél,
tiene, para el gran público, un valor indiciario. Porque hasta aquí
ha venido repitiéndose que toda la intelectualidad del mundo era,
íustamente por exigencia intelectual, izquierdista ; y ahora resulta
222 A C C I Ó N Í S P A S O L A

que en este Mr. Goad, que no es precisamente un desconocido en


el campo del pensamiento, ha encontrado el fascismo un apolo-
gista ardoroso. Al lector quizá le eran familiares los nombres de
Bourget, de Benoist, de Daudet, de Bainville, de Gaxotte, de
Maurras... ; pero acaso más de una vez ha quedado un poco sus-
penso cuando, tras las vidrieras de los libreros — esos libreros
españoles que han contribuido tan eficazmente a la obra revolu-
cionaria —, ha visto una profusión de portadas llamativas y de
títulos detonantes amparados por nombres que exhibían el pres-
tigio exótico de su opulencia de consonantes. Estaba haciéndose
apremiante la necesidad de traer, frente a esos libros, y al lado
de los franceses, que ya están llegando, la falange inmensa de los
italianos, que darían, juntos, una interminable lista de nombres
latinos para flanquear los de Jelusich, Stark, Kern, Wundt...
y mil más entre los germánicos. Este es el camino que ha em-
prendido el Marqués de la Eliseda al traernos el libro de Goad,
cuya traducción ha realizado tan esmeradamente ; porque tampoco
entre los ingleses está solo Goad ; los nombres de Wyndhan I^ewis,
Sir C. Petrie, Cresswell, Gordon, George, Charchill... podrían pres-
tarle el agasajo de su compañía.

* • • * *

Y un valor de oportunidad. Tal que si el Marqués de la Eli-


seda fuese otro del que es, podría sentir la tentación de creer
que la aparición de este libro que ha traducido, había determinado
el brote de ese fascismo español, que tanta animosidad guber-
namental ha concitado sobre s í ; tan de cerca ha seguido el uno
a la otra. Pero no hay que temerlo del buen juicio de quien, a
pesar de su juventud, ha puesto un acento de gravedad en esta
labor, muestra evidente de que ha sabido darse cuenta de que la
vida — estudio y acción — ofrece más amplios horizontes que los
que se descubren desde el otero del campo de golf. Una obser-
vación que, al parecer, aún no han tenido ocasión de hacer mu-
chas gentes.
Hay motivo para sospechar que lo que aquí empezaba a tomar
forma en la larva de un fascio era, antes que otra cosa, un ins-
tintivo movimiento defensivo contra la fuerza coactiva de un po-
der sin freno y sin límite. Y también para sorprenderse de que
ACCIÓNBSPASOLA 223

nadie haya advertido oportunamente la diferencia esencial entre


este momento español y aquellos en que en Italia y en Alemania
se originaron los movimientos de masas que pusieron al gobierno
en las manos de Mussolini y de Hitler; porque los que lo ejer-
cen ahora en España lo hacen con el aire del que está en el se-
creto de que libertad y democracia son palabras útiles para ma-
nejadas desde la oposición, pero conceptos insoportables cuando
se trata de ejercitar el Poder ; y con una firme resolución de
mantenerse en él. Exactamente lo contrario de lo que ocurría en-
tonces en Italia y en Alemania.
Es peligroso concentrar demasiado la atención sobre el ejem-
plo de estos dos países, olvidando precisos antecedentes que, bien
acomodados a nuestro caso, no podemos hallar más que en nuestra
propia historia. No sería discreto adentrarse en el estudio de la
organización corporativa italiana sin haber saludado los libros de
Uña, de Tramoyeres, de Sugrañes ; y estaría quizá expuesto a
tropiezos graves olvidar qué forma han revestido aquí la mayor
parte de las mudanzas políticas : y cuando se repite con tal in-
sistencia un fenómeno de esta naturaleza, fuerza es considerarlo
como típicamente nacional.
Por el momento, sin embargo, mucha gente haría mejor en
adquirir este libro que en encargarse — por ejemplo — una ca-
oiisa más o menos pintoresca. Probablemente es más útil el libro,
y desde luego su uso no pvarece expuesto a consecuencias trau-
máticas.
No es esto, ciertamente, un consejo de esquivarlas por siste-
ma ; sino que parece conveniente y útil, cuando se dan por pro-
bables, ir amparado en el convencimiento de la razón que a uno
le asiste. Y si además le acompañase la resolución — y la posi-
bilidad — de ser martillo y no yunque, la cosa estaría a punto
de ser perfecta.
J. V. S.
AVISO I M P O R T A N T E

La« oficinas de "Acción Española" han 4«e.


dado establecidas en la Glorieta de San Ber-
nardo. Z, 1.° i«iuierda-Teléfono 4l4o6

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