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Aprovechando la presencia del artista en José Ignacio y en Buenos Aires, Revista Ñ dialogó con
él sobre su vida y su obra, la de los últimos años pero también aquélla de cuando era
estudiante en la Escuela de Bellas Artes. Y una vez más, la rapidez y la racionalidad del artista
aparecen en la conversación así como en sus obras: preciso, dinámico, rápido a sus 95 años.
Como siempre.
-En realidad tengo tres hijos y si me preguntas a cuál de ellos prefiero, no podría decirlo. Por
ahí prefiero a uno por tal cosa, y a otro por otra. Pero no puedo decirlo, realmente. En todo
caso, la preferencia es idéntica para cada uno. Y en el caso de la muestra, la preferencia que
tengo respecto a las obras es, en realidad, el resultado de la actitud de experimentación.
Pueden ser obras de superficie pequeña, de pequeño formato. Luego los relieves, los
desplazamientos, las contorsiones... La sala de luz, que comprende diferentes temas; temas de
duración. La alquimia y color están hacia el final. Es una selección de acuerdo al espacio
existente aquí, en este museo; de acuerdo a los metros cuadrados de esta sala. Eso sí:
queríamos que en esta exposición que se viera un reflejo de la actitud de experimentación, a
través de una sucesión de temas diferentes.
-Si tuvieras que decirme para qué te sirvió el arte, para qué te sirvió crear a lo largo de tu
vida, ¿qué me dirías?
-Me dedico al arte porque el arte puede estar en todas partes. Nunca tuve más presunción
que querer que el arte llame siempre a experiencias. Fue así desde el comienzo, cuando
empecé con mis ensayos y pruebas, luego siguiendo por la puesta en forma. Por ejemplo, no
es lo mismo una pequeña tinta de 30 por 30 centímetros que la misma tinta hecha en un
cuadro de 2 metros por 2 metros, en relación a quien la va a mirar. Por eso, el trabajo continuo
de experimentación me ha dado satisfacciones a mí mismo. Fui encontrando cosas que a mí
me parecieron interesantes y luego, por suerte, también le parecieron interesantes a otra
gente.
-Si tuvieras que volver el tiempo atrás y detenerte en algún momento de tu producción para
poder seguir experimentando o creando desde ese punto, ¿qué parte de tu producción
sería?
- Bueno, en realidad haría lo mismo de antes. Sería lo mismo de antes.
-¿Por qué?
-Porque en general en todo lo que he hecho, hay como algo que se continúa, que no está
terminado, y que siempre puedo retomar, en cualquier momento, o combinarlo con otras
experiencias… Entonces, en la medida en que ese experimentar es abierto y que ese resultado
da posibilidades a otras experiencias, mi apreciación es que puedo tener obras parejes o
similares todos los momentos, pero he hecho cosas diferentes.
-Antes de irte a Francia, cuando eras estudiante de arte eras rebelde, activista. ¿Después en
Francia lo fuiste? ¿Seguís pensando lo mismo, a pesar de dónde te llevó la carrera? Es decir:
¿sentís que seguís teniendo una actitud de rebeldía frente a ciertas situaciones?
-Sí. La prueba es que en el catálogo del libro de esta exposición, “Quintaesencia”, hay muchos
textos de esa época y no reniego de ninguno, al contrario. Y en todas las situaciones que pude
intervenir o que me han solicitado intervenir -ya sea en Francia, con grupos de artistas o aún
en la Escuela de Bellas Artes-, he participado a diferentes niveles, con textos o con
organización. Mantuve siempre una puesta a disponibilidad de mi capacidad de dibujar o
pintar. Y todo eso persiste porque en general la situación dentro del medio artístico cultural es
la misma: antes las contradicciones eran las mismas que uno puede encontrar ahora. Las
limitaciones, subvaloraciones, y un medio artístico muy cerrado, que funciona en un circuito
cerrado entre el artista, el curador, el crítico de arte, el museo, el galerista, el coleccionista...
-En aquella época era así y ahora más aún. Aunque a veces haya asistencia masiva a las
grandes exposiciones, el público siempre es dejado de lado, porque si es un público que no
tiene dinero, entonces no interesa, ya que es el mercado el de que determina, en gran parte,
los valores “artísticos”. Un cuadro que se vende es mejor que uno que no se vende. Hay un
cuadro por el que una persona paga muchos millones, y entonces el criterio de esa persona
que ha pagado muchos millones debe ser considerado como algo “super-artístico”. Y no es
siempre el caso.
-¿Cómo te parece que vos, como artista y como persona, poder contribuir a revertir esta
situación?
-Yo sigo haciendo mi trabajo personal a medida que esos sucesos se dan. Trabajo, hago cosas,
van surgiendo exposiciones, ideas que trato de desarrollar. Pero lo que yo hice sobre todo con
el grupo (el Groupe de Recherche d'Art Visuel (GRAV), en cada momento, es señalar
posibilidades que están por fuera de nuestro alcance. Ni yo ni nuestro grupo, en su momento,
podíamos cambiar el funcionamiento del sistema del arte contemporáneo. Está por fuera de
nuestro alcance. Lo que pudimos haber hecho, lo hicimos. Y también señalamos que había
otras posibilidades y que podían ser, la mayoría de ellas, practicadas por las políticas culturales
de los diversos países y ciudades, y que debían incluir a los ciudadanos, a la gente. Políticas que
no debían ni deben copiar todo el tiempo al mercado artístico. Pero no podemos suplantarlo
tampoco. En el caso mío, no tiene ni tenía ningún interés para mí el volverme un denunciador
profesional del sistema. El sistema es muchísimo más fuerte que yo y que cualquier artista.
Pero dentro de las medidas de nuestras posibilidades, creamos situaciones, creamos pequeños
acontecimientos.
-Julio, cuando vos estaba en los años 50 en la escuela de arte, ¿tenías un activismo cercano a
qué partidos?
-¿Alguna vez pensaste como hubiera sido tu vida si te hubieras quedado a vivir en la
Argentina?
-Cuando yo llegué a Paris -y esto lo comenté con amigos que se habían quedado en Buenos
Aires-, el medio de París era más hermético, más cerrado que el de Buenos Aires. También el
medio artístico era muchísimo más retrógrado que en las escuelas de Bellas Artes que nosotros
habíamos combatido. Los salones eran muy cerrados. No podías participar de ningún salón.
Tenia que haber todo un mecanismo; y los medios para difundir pasaban por las galerías, y
todo eso. Bueno, entonces yo decía que el medio mismo al ser así, más cerrado, creaba una
exigencia mayor, y que había que poner más empeño, más trabajo, más voluntad, más
entusiasmo. Con Moyano, Sobrino, habíamos trabajado haciendo monocopias y habíamos
(rápidamente) conseguido hacer exposiciones en una galería de Buenos Aires. Podíamos,
también, optar por participar del Salón Nacional. En Buenos Aires, si llegabas a ganar algún
Salón Nacional, te daban un sueldo de por vida. Es decir que ya siendo estudiante, tenías
posibilidades.
-¿Entonces pensás que si hubieras tomado la decisión de quedarte viviendo en Buenos Aires
todo hubiera sido mejor?
-Las cosas que podría haber catalogado de negativas durante ese tiempo, luego se volvieron
positivas. Por ejemplo, cuando estaba en la Escuela de Bellas Artes tenía amigos que
conseguían trabajos de ilustradores y que ganaban un sueldo. En cambio, yo no tuve la suerte
de entrar en una editorial. Me ganaba un sueldito haciendo planitos en la municipalidad. Y
ahora me digo que si yo hubiera entrado a alguna editorial, quizás ahora estaría haciendo
ilustraciones de libros. Y a lo mejor hubiera sido un muy buen ilustrador y me hubiera quedado
haciendo tapas e ilustraciones de libros cada vez mas importantes. Y bueno, muchas cosas que
me pasaron así, después me di cuenta que eran para mejor.
-Bueno, sin dudas, fui iniciado al amor con mi mamá, porque la quería mucho y ella fue como
mi primer amor. Le pasa eso a todos los niños, probablemente; pero yo consideraba que era,
tal vez, como una actitud en mí, que ella supo desarrollarla desde el comienzo. Yo me acuerdo
muy bien: ella se divertía conmigo, y yo me divertía con ella todo el tiempo. Pero por otra
parte, el amor te da cuando es retribuido. Te da seguridad para caminar. Cuando mi mamá me
puso en una silla y me dijo “Vení, vení”, yo la miré y empecé a caminar yendo hacia ella.
Entonces el amor que me prodigaba mi mamá me ayudó.
-El amor toma forma cuando es correspondido. Recuerdo que yo era chico y estaba
enamorado de una adolescente que ni me miraba. Eso era algo totalmente improductivo.
-¿Entonces también pudiste hacer toda tu obra porque tuviste siempre una base de amor
que te rodeaba…?
-¡Claro! Desde la época de la Escuela de Bellas Artes, con la madre de mi hijos, que duró hasta
cuando ella quiso. Cuando ella ya no quiso quererme más, por todo lo que yo pude haber
hecho, entonces ya no fue suficiente. Pero quedaba y queda la relación, la simpatía… Ella (la
madre de mis chicos) vive con nosotros, en el mismo edificio, a dos pisos de distancia mío. La
saludo, discutimos un rato, o arreglamos la televisión si anda mal (risas). Pero por suerte la
vida me ha ofrecido otras fuentes de amor correspondidas. Y eso me da a mi (y yo creo que a
toda la gente), una tranquilidad, una especie de seguridad, de emotividad estable. Y eso hace
que el resto de las cosas sea mas fluida. Y sí: en la actualidad estoy muy bien, a pesar detener
100 años (risas).