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GÉNESIS

I. UN ENTRAMADO DE CUESTIONES Y DE TEMAS. 

Con la palabra hebrea Beresit —"in principio"—, con que se abre este


libro, los hebreos titulan el primer rollo del Pentateuco y de la Biblia,
volumen que nosotros, siguiendo la versión griega de los Setenta,
llamamos Génesis (= Gén). "Principio" de la Biblia, "principio" del ser
mismo en la creación, "principio" de aquella cadena ininterrumpida de
sucesos y palabras que designamos como "historia de la salvación",
"principio" del diálogo entre Dios y el hombre", "principio" que tendrá su
reedición decisiva y definitiva en el "in principio erat Verbum" del
prólogo de Juan.

El entramado de cuestiones literarias, históricas, exegéticas, teológicas y


hermenéuticas que este libro encierra es tan complicado que nos obliga
a hacer del mismo sólo una presentación esquemática, a ofrecer
únicamente una visión panorámica del conjunto. Esta mirada sintética
podrá ampliarse a través de una secuencia múltiple de voces, como las
que encierra este mismo Diccionario. Así, el motivo de la creación afecta
a la interpretación bíblica del / cosmos, a la presencia de los / animales
y del / hombre, al / trabajo y a la / vida, a la noción de / tiempo y de
espacio, a la concepción "estética" y optimista de lo creado [/ Belleza],
al universalismo adámico, a la / corporeidad, a la bipolaridad sexual [/
Mujer], a la teología del / matrimonio y a todas las cuestiones
antropológicas derivadas, entre las cuales brilla como fundamental la de
la libertad [l Liberación/libertad]. En efecto, es central en las primeras
páginas la reflexión sobre el l mal y sobre el / pecado (Gén 3), que se
relaciona con el juicio divino (diluvio) [/ Agua] y con la / muerte.

También plantea problemas el uso abundante por parte de las


tradiciones bíblicas de / mitos pertenecientes a la "Media luna fértil" y la
respectiva operación de "desmitización" que hay que realizar sobre ellos.
Es entonces fundamental la definición del marco cultural [/ Cultura/
Aculturación] del antiguo Oriente en el que se coloca el Gén. Además, la
teología de la / palabra de Dios se abre con la celebración de su eficacia
creativa; pero desemboca en su actuación histórica en la / alianza y en
la / elección, pasando a través de la mediación de las teofanías y de la
angelología [/ Angeles/ Demonios]. La visión patriarcal de Dios presenta
aspectos originales y problemáticos, mientras que la salvación que el
Señor ofrece provoca la reacción de la / fe, de la / justicia, de la
circuncisión en / Abrahán, elementos todos ellos de gran importancia en
la / teología bíblica y en la teología simpliciter.

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Son inmensas las cuestiones estrictamente literarias e históricas: las
tradiciones del / Pentateuco y su génesis, los géneros literarios [/
Exégesis], las sagas, la aplicación sistemática del simbolismo [/
Símbolo], los análisis comparados, la historicidad de las tradiciones
patriarcales, la autonomía del relato de José. En otro terreno, no se
puede prescindir de la / hermenéutica cristiana y eclesial del Gén; no es
posible ignorar las relecturas mesiánicas de ciertos pasajes; no es lícito
excluir los debates sobre las relaciones entre la ciencia y la fe, entre la
antropología teológica y la filosófica.

En cierto sentido podemos decir que la exposición de esta voz requiere


una visión indirecta de más de la mitad de las voces que componen este
Diccionario. Así pues, elegiremos coherentemente el único camino
practicable: el sincrónico, esencial, sintético, más evocador que analítico.

II. DOS PANELES DE UN DÍPTICO. La estructura fundamental de Gén se


apoya sustancialmente en dos paneles (desiguales) de un mismo díptico.
El primero comprende los once primeros capítulos y tiene por
protagonista a ha Adam, es decir, al hombre; en hebreo esta palabra
lleva el artículo, y, dada la incapacidad congénita para la abstracción
típica de la psicolingüística semita, es equivalente a nuestro término
"humanidad", esto es, el hombre-Adán de todos los tiempos y de todas
las regiones de nuestro planeta. El segundo panel, que domina los
capítulos 12-50, tiene por sujeto a Abrahán y a su descendencia: el
horizonte se estrecha, el objetivo selecciona de entre toda la humanidad
al pueblo de Israel y su primer artículo de fe (cf Dt 26,5-9; Jos 24,1ss),
es decir, la vocacón y el don de la fe a los patriarcas, raíz de la cual se
fue desarrollando el árbol del pueblo elegido y de la historia de la
salvación.

A llenar de color y de datos estos dos cuadros han colaborado muchas


voces y muchas manos. En efecto, estas narraciones o reflexiones
simbólicas cristalizaron en el texto definitivo de Gén (que hay que situar
a mediados del siglo v a.C.), sólo después de haber sido largamente
anunciadas en las tradiciones orales y parcialmente redactadas, ya que,
según los procedimientos mnemotécnicos característicos del pueblo
semita, la transmisión de recuerdos se hacía a través de la voz, la
memoria y los primeros escritos, siempre con una tasa muy alta de
fidelidad, pero también con ciertas actualizaciones respecto a las nuevas
exigencias de las comunidades dentro de las cuales se transmitían esos
datos. Así, en las aldeas, en las asambleas litúrgicas, en la enseñanza de
los padres a sus hijos (Sal 78,3ss), en la catequesis, los instantes
iniciales o primeros pasos de Israel y las antiguas reflexiones sobre la

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situación del hombre se reproponían al conocimiento y a la meditación
de las nuevas generaciones.

Estas corrientes vivas de palabras, de imágenes y de acontecimientos se


transformaban como en ríos de un recorrido preciso y definitivo: eran las
llamadas "tradiciones", que los autores catalogarán siglos más tarde
convencionalmente apelando a los términos con que se designa en ellas
a Dios. Se habla así de la tradición yahvista (J: siglo x a.C.), debido al
uso inicial y frecuente del tetragrama sagrado e impronunciable Yhwh, y
de latradición elohísta (E: siglos Ixvul a.C.), por el nombre divino
común Elohim con que se designaba a la divinidad en el mundo oriental.
Una primera fusión y reelaboración de estas dos tradiciones, realizada en
torno al año 700 a.C., habría dado origen a una tradición mixta
llamada yehovista (yahvista-elohísta). A ella se añadirá, en el destierro
de Babilonia (siglo vi a.C.), una nueva tradición más "técnica", más
precisa y más hierática, que surgió en los ambientes sacerdotales y que
por eso se designa convencionalmente como tradición
sacerdotal, indicada de ordinario con la sigla P (del alemán
"Priesterkodex" = Código sacerdotal). (Para todas estas tradiciones, /
Pentateuco II-V.)

Estos ríos literarios, que en su interior revelan corrientes autónomas y


preexistentes —con la diversidad de sus aportaciones, de sus tonos, de
sus planteamientos teológicos y de sus colores literarios—, convergen en
un delta grandioso, nuestro Gén, que, a pesar de estar redactado ahora
como un volumen unitario, sigue revelando en su interior esta
confluencia.

1. EL PANEL DE "HA-'ADAM". Podemos iniciar ahora un examen más


detallado, aunque siempre sumario, de los dos paneles mencionados,
procurando intuir sus líneas fundamentales, muchas veces heterogéneas
precisamente por las diversas tradiciones que acabamos de identificar.

a) Las áreas literarias. El primer panel, que tiene por protagonista al


hombre en sentido amplio, y no sólo al hebreo, está construido a través
de dos formas literarias: la genealogía y la narración, debidas a dos
tradiciones: la yahvista y la sacerdotal (en esta primera parte está
ausente la E). He aquí el esquema de este primer cuadro del Gén:

YAHVISTA    
2,4b-3,24  narración de la creación y del pecado-castigo
4,1-2 genealogía Adán-Eva/ Caín-Abel

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4,3-16  narración de un delito-castigo (Caín-Abel)
4,17-26 genealogía Caín-Lamec/Adán-Enós
6-8 (trozos)  narración de un delito-castigo (el diluvio)
9,18-19  genealogía de Noé
9,20-27 narración de un delito-castigo (los hijos de Noé)
10 (trozos)  genealogía (tabla de los pueblos)
11,1-9 narración de un delito-castigo (torre de Babel)
   
SACERDOTAL  
1,1-2,4a narración de la creación
5  genealogía de Adán a Noé
6-9 (trozos) narración (diluvio y nueva creación)
genealogía de Noé (6,9-10)
10 (trozos)  genealogía (tabla de los pueblos) 
11,10-26 genealogía de Sem a Abrahán
   

b) Delito y castigo. En la tradición J prevalecen las narraciones, mientras


que en la P prevalecen las genealogías. Estas últimas son un modo
característico de hacer historia propio de las tribus nómadas sobre la
base de la descendencia de un antepasado ideal. Naturalmente, al
tratarse de la genealogía de la humanidad entera, el antepasado no
puede menos de llamarse Adán, "hombre" por excelencia. Este
procedimiento es también un intento de describir y explicar los orígenes,
y por tanto el sentido de una realidad: es lo que técnicamente se
llama etiología, es decir, "búsqueda de las causas", vuelta a la raíz de
las cosas para captar su significado profundo y misterioso. Las
narraciones de la tradición J, por el contrario, están distribuidas en
escenas, dominadas todas ellas por un esquema ideológico y narrativo
de base: el binomio delito-castigo.

Fundamental es sin duda la gran escena de apertura, que se ha hecho


célebre con la definición de "historia del pecado original" (cc. 2-3). Dios
trazó en su creación un proyecto de armonía. Un proyecto en cuya
realización Dios habría querido comprometer a Adán, es decir, al hombre
que hay en todos nosotros, en nuestros padres y en nuestros hijos, en el
primer hombre y en el último que vea la luz en nuestro planeta. El
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proyecto divino buscaba la armonía entre el hombre y el mundo (los
animales "nombrados" por Adán son el signo del trabajo, de la ciencia,
de la civilización, del cosmos que el hombre desarrolla y controla);
quería la armonía entre el hombre y su semejante, encarnada en la
relación ejemplar del amor matrimonial, visto como prototipo de toda
relación humana; quería la armonía entre el hombre y Dios, que "a la
brisa del atardecer" entraba en el "jardín" de la tierra a dialogar como un
soberano oriental con su criatura más alta y más querida. Como es
obvio, aunque el esquema cosmológico y antropológico empleado por la
Biblia es el de la obra, es decir, el esquema fixista y monogenista, esto
no significa que dicho esquema sea el objeto de la enseñanza bíblica.

Pero al cuadro de luz del capítulo 2 se opone el cuadro tenebroso del


capítulo 3: el hombre quiere prescindir del proyecto que Dios le ha
propuesto, quiere realizar un proyecto alternativo. Se trata precisamente
del proyecto que se definirá como el pecado original, el pecado radical,
enquistado en la realidad de cada ser humano. Se rompen las armonías
precedentes: el hombre, apoderándose por su cuenta del fruto del "árbol
del conocimiento del bien y del mal", es decir (por encima del símbolo),
optando por otro orden moral conquistado por sí mismo, se aliena en un
trabajo ingrato y en causa de explotación de los demás, considera a la
mujer exclusivamente como objeto de placer y es alejado del "jardín" del
diálogo con su Dios, al que ahora siente lejano y hostil.

También es significativa la historia tribal de Abel y Caín (4,3-16), historia


de una relación entre dos tipos de cultura (agrícola y pastoril), rota por
la violencia. Caín es el símbolo de las rupturas sociales y del odio que de
ello se deriva. Las relaciones entre los hombres son siempre relaciones
de fraternidad, por lo cual todo homicidio es muerte de un hermano.

También es muy fina la escena de la torre de Babel (11,1-9):


aquel ziqqurat babilonio es el símbolo de la superpotencia político-
religiosa, que ambiciona la sumisión de toda la tierra bajo la sombra de
su imperialismo, llegando a desafiar al mismo Dios. Pero Dios está en
contra del hegemonismo, y lo castiga con una atomización que no es
sólo étnico-política y cultural, sino que tiene repercusiones negativas en
la imposibilidad de la colaboración internacional.

Hay que señalar además que las dos tradiciones J y P, en su reflexión


más bien pesimista (sobre todo la J) sobre la relación hombre-creación,
hombre-hombre, hombre-Dios, sobre las tensiones sociales, sobre las
grandes catástrofes naturales (el diluvio), sobre las relaciones
internacionales, utilizan materiales mitológicos, es decir, reflexiones
simbólicas desarrolladas en el ámbito de la "Media luna fértil". Pero estos

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materiales son purificados y leídos a la luz de la revelación bíblica
general. Recordemos, por ejemplo, las célebres narraciones del diluvio
presentes en las epopeyas mesopotámicas de Gilgames, de Ziusudra y
de Atrahasis, sometidas por la Biblia a reinterpretaciones teológicas (cf
el c. 9). La categoría interpretativa más destacada es sin duda la de
la bendición-maldición. El hombre por sí solo está bajo el signo del
pecado y de la maldición (3,14.17; 4,11; 5,29; 8,21; 9,25-26). Pero
esta trama del mal es borrada por la gracia divina, que anula la
maldición con la bendición de Abrahán, el justo llamado por Dios.
Efectivamente, en la narración J de la vocación de este patriarca (12,1-
4) se repite por cinco veces la raíz hebrea brk, que significa "bendecir":
es la gracia que se derrama y que da origen al hombre nuevo, al Adán
según justicia, al Abrahán "nuestro padre en la fe" (Rom 4).

Hemos llegado así al segundo panel del díptico de Gén.

2. EL PANEL DE ABRAHÁN. El comienzo de la aventura de / Abrahán, que


suele situarse hacia el 1800 a.C., se describe en el versículo 12. El
esquema es "militar", hecho de órdenes-ejecuciones: "El Señor dijo a
Abrán: `Sal de tu tierra...', Abrán partió, como le había dicho el Señor"
(vv. 1.4). El movimiento es rígido yacuciante; la iniciativa parte de Dios,
representado como un general que da sus órdenes y espera que se
ejecuten rápidamente. Abrán es como un soldado, como un servidor fiel
de la palabra divina. La fe es un riesgo que hay que correr con decisión.
La tradición E, que ahora entra en escena (15,1-6), subraya en
particular este aspecto de riesgo y de oscuridad que encierra la fe. La
promesa de un futuro encarnado en un hijo parece un sueño, algo así
como la proyección de unos deseos irrealizables. La realidad es muy
negra: Abrahán es anciano, Sara estéril; el heredero habrá de ser un
extraño, Eliecer de Damasco, el administrador de Abrahán. Pero he aquí
que Dios hace brillar un atisbo de esperanza con el gesto simbólico
ofrecido por una noche de ansias y de dudas: "Levanta tus ojos al cielo y
cuenta, si puedes, las estrellas: así será tu descendencia" (15,5).
Abrahán responde con fe pura: "Creyó al Señor, y el Señor le consideró
un hombre justo" (15,6).

Sin embargo, la oscuridad prosigue y es atestiguada por la "risa" del


patriarca (17,17) y la de Sara (18,12-15), una "risa" que es signo de
incredulidad, de crisis de fe. Pero al final, viva y definitiva, se percibe la
"risa" de Dios encarnada en Isaac, el hijo esperado, cuya etimología
significa "Yhwh ha reído". Pero la prueba definitiva de la fe está en el
célebre capítulo 22 (E), definido por Kierkegaard como el paradigma de
todo itinerario de fe. Es un recorrido oscuro y laborioso, acompañado tan
sólo por aquella orden implacable: "Toma ahora a tu hijo, al que tanto

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amas, Isaac; vete al país de Moria, y ofrécemelo allí en holocausto en un
monte que yo te indicaré" (22,2). Luego el silencio, silencio de Dios,
silencio de Abrahán, silencio del hijo, que sólo una vez, con ingenuidad
desgarradora, comienza un diálogo fuertemente marcado por el
contraste afectivo: "Dijo a su padre: `¡Padre!' El respondió: `¿Qué
quieres, hijo mío?' ... `¿Dónde está el cordero para el holocausto?' ...
`Dios proveerá, hijo mío"' (vv. 7-8). La fe se ve aquí reducida a su
estado más puro, sin apoyos humanos. Como hijo, Isaac tenía que morir
para que Abrahán renunciase a su paternidad y no tuviera ni siquiera
este apoyo humano para creer, sino sólo el de la palabra de Dios. Por
esto la palabra de Dios le pone por delante la destrucción de su
paternidad. Y de este modo Abrahán, después de la prueba, recibe a
Isaac no ya como hijo, sino como la promesa de Dios.

a) Alianza, promesa, juramento. La experiencia del encuentro entre Dios


y Abrahán se describe en la Biblia mediante una categoría: la de
la berit, que puede traducirse en nuestra lengua por "alianza",
"juramento", "compromiso", "promesa". Aunque no haya que excluir
cierta dimensión de reciprocidad o de bilateralidad, el símbolo supone
ante todo y sobre todo la primacía de Dios como protagonista de la
alianza. Es significativa la escena pintoresca de loss animales
descuartizados presente en Gén 15,7ss (J): los animales divididos por el
medio son un antiguo signo de automaldición, en el caso de violación de
las cláusulas de un pacto. Pues bien, en esta escena la que asume el
compromiso de modo formal y decisivo es la "llama" ardiente, símbolo
de Dios: es él, más aún que el hombre, el que es siempre fiel a la
promesa de la salvación. La alianza está representada de una forma
exquisita por P en Gén 17, donde se repite 14 veces (símbolo numérico
de la plenitud) la palabra berft y donde al hombre se le exige un signo
como respuesta: el de la circuncisión [/ Alianza II, 1].

Otra descripción ejemplar del encuentro entre Dios y el hombre debe


buscarse en el famoso relato de la lucha nocturna de Jacob con el ser
misterioso a orillas del río Yaboc (Gén 32,25-31 J). Jacob se había
encontrado ya con Dios en Betel en la visión de la escala (Gén 28,10-22
J + P), símbolo de movimiento hacia Dios, evocado plásticamente por la
escala del ziqqurat babilónico, que conducía a la cumbre piramidal del
"santísimo", el templete sagrado. Pues bien, a orillas del Yaboc se abre
para Jacob una gran "agonía-lucha". El hombre parece vencer; pero en
realidad sale cojeando de la lucha con Dios, que es el verdadero
vencedor definitivo. En efecto, Jacob se ve obligado a revelar su nombre,
es decir —según la concepción oriental—, a entregar en manos de su
antagonista toda su personalidad; más aún, se le cambia el nombre par
el de Israel, indicando así una transformación radical de su función y de

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su destino. Por el contrario, el misterioso luchador esconde su identidad;
sigue siendo el trascendente por excelencia. Pero sólo a través de esta
agonía nace el hombre nuevo, el que arrebata a Dios la bendición. Surge
entonces la aurora de una nueva era: "Salió el sol cuando Jacob pasó
por Penuel" (v. 32); es el comienzo de la historia de la salvación para
Israel y para la humanidad.

b) Tres líneas estructurales. La historia patriarcal, que se desarrolla


desde el capítulo 12 hasta el final del Gén, está sostenida por unas
cuantas líneas estructurales que no son solamente las líneas teológicas
de la relación Dios-hombre (alianza, promesa, bendición, descendencia,
tierra, etcétera).

Se entrevé en primer lugar una línea biográfica. Vincula en la unidad de


una saga tres ciclos narrativos dedicados a otras tantas generaciones de
un mismo clan familiar: Abrahán-Isaac, Jacob-Esaú, José. El tercer
eslabón, como veremos [/ infra, III], tiene su autonomía particular. Esta
línea supone además otras implicaciones de orden sociológico; en efecto,
se trata de la historia de una emigración en una época de inestabilidad
cultural y étnica, cuyo fondo está documentado por los archivos de las
ciudades-Estado de tránsito (Mari, Nuzu, Ebla, etc.). Y sobre este gran
fresco del tablero político internacional domina la acostumbrada tensión
producida por el bipolarismo de las dos superpotencias: la asirio-
babilonia al oriente y la egipcia al occidente.

Dentro de Gén 12-50 corre además una línea narrativa. Las tradiciones


se han coordinado entre sí de una forma bastante homogénea; no
obstante, no faltan incoherencias y repeticiones (p.ej., la reedición de la
aventura en Egipto de Gén 12,10-20 J; Gén 20 E; Gén 26,1-11 J). Todo
parece dirigirse hacia la solemne escena final del capítulo 50, escena de
enlace con el segundo libro de la Biblia el Éxodo: un grandioso cortejo de
hijos, de nietos y de siervos devuelve a la tierra prometida, en el hogar
nacional de Israel, los despojos mortales de Jacob.

Hay, finalmente, una línea teológica, que es la verdadera clave de


interpretación del relato patriarcal con toda la masa de sus datos
biográficos. En esta trayectoria es donde aparece la acción de Dios y la
humanidad recibe su revelación. Deseamos aquí señalar algunas de
estas pistas teológicas diseminadas por el texto. En particular, nos
gustaría recoger todo lo que está ligado con el contenido de la
"bendición" divina, es decir, la "tierra" y la "descendencia". Son éstas
dos maneras distintas de revelarse Dios; Dios se hace presente a
nosotros con su cercanía en el espacio y en las realidades terrenas
("tierra") y con su cercanía en el tiempo, en la historia ("descendencia").

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En estas dos coordinadas es donde Israel tiene que buscar la presencia y
la acción salvífica del Dios-Emanuel.

ABRAHÁN

-12,1 "Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, y vete


al país que yo te indicaré".

-12,2 "Yo haré de ti un gran pueblo; te bendeciré y engrandeceré tu


nombre. Tú serás una bendición"

-12,3 "Yo bendeciré a los que te bendigan... Por ti


serán bendecidas todas las comunidades de la tierra".

-12,7 "Yo daré esta tierra a tu descendencia".

-13,5 "Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para


siempre".

-13,16 "Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra".

-15,5 "Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas... Así
será tu descendencia':

-15,7 "Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los caldeos para darte
esta tierra en posesión".

-15,18 "A tu descendencia doy esta tierra":

-17,2 "Yo estableceré un pacto contigo: te multiplicaré inmensamente".

-17,4 "Este es mi pacto contigo: tú llegarás a ser padre de una multitud


de pueblos".

-17,6 "Te multiplicaré inmensamente: yo haré que de ti


salgan pueblos y nazcan reyes".

-17,8 "Yo te daré a ti y a tu descendencia después de ti en posesión


perpetua la tierra en que habitas".

-18,18 "Ha de convertirse en un pueblo fuerte y en él


serán bendecidas todas las naciones de la tierra".

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-22,17s "Te colmaré de bendiciones y multiplicaré tanto
tu descendencia... Por tu descendencia serán benditas todas las
naciones de la tierra".

-24,7 "Yo daré esta tierra a tu descendencia':

-24,35 "El Señor ha colmado de bendiciones a mi amo y le


ha enriquecido mucho"

El sondeo que hemos hecho en el texto de Gén para la figura de Abrahán


podría hacerse también para Isaac y para Jacob, y encontraríamos la
misma secuencia de términos indicativos. En esta perspectiva es donde
se logra captar el mensaje de fe, de esperanza y de vida encarnado en la
variedad narrativa de Gén.

III. LA HISTORIA DE JOSÉ. La deliciosa historia de José, más que una


página histórico-teológica, debe considerarse —según lo ha sugerido G.
von Rad— como un relato sapiencial ejemplar, de contornos históricos
más bien vagos y tipificados. Tras las sagas narrativas de los capítulos
precedentes viene ahora un relato de orientación parenética, aunque no
privado de conexiones históricas sobre todo con el mundo egipcio. En
esta historia José y sus hermanos no son ya antepasados tribales, sino
individuos dotados de una compleja gama de reacciones, de cualidades y
de sentimientos.

Estamos en presencia de dos cuadros redactados por la tradición J y por


la E (la P sólo está presente marginalmente) y centrados
simultáneamente en el personaje José, uno de los dos hijos de la esposa
predilecta de Jacob, Raquel (el otro es el pequeño Benjamín). José es
presentado, después de unos episodios pintorescos, como hombre de
corte bien introducido en el mundo egipcio, capaz de pronunciar
discursos elaborados, de interpretar los sueños, de gobernar, de llevar a
cabo una magnífica política económica. Se respira en estas páginas
cierto aire de cosmopolitismo que hace pensar en la época de Salomón y
en el optimismo sapiencial de aquel período (siglo x a.C.). He aquí el
planteamiento esquemático de los dos cuadros:

YAHVISTA

1.a escena: Los sueños y la venta de José (c. 37). Es el comienzo del


drama.

2.a escena: Está dominada por dos secuencias: una en casa de Putifar y


otra en las cárceles de Egipto (c. 39).

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3.a escena: Primero y segundo encuentro de José con sus hermanos (cc.
42-45: trozos).

ELOHISTA

1.a escena: La túnica manchada de sangre y la venta de José. Es el


comienzo del drama (c. 37).

2.a escena: Está dominada por dos secuencias, en las que José


interpreta dos sueños del panadero y el copero real y dos sueños del
faraón (cc. 40-41).

3.a escena: Tres encuentros de José con sus hermanos (cc. 42; 45; 50).

En esta historia aparece un nuevo concepto típicamente sapiencial de la


presencia de Dios y de su acción en la historia. Dios no interviene con
gestos poderosos; su obrar no puede separarse de la trama normal de la
existencia y de las opciones humanas. Sólo para el que mira los
acontecimientos con fe el obrar divino es visible y descifrable. En
definitiva, su presencia reside en el corazón humano. La historia, incluso
individual, que a menudo se presenta como un amasijo de
contradicciones y de amarguras, adquiere entonces una dimensión de
esperanza y una lógica más profunda.

El libro del Gén (y por tanto la misma historia de José) se cierra con una
mirada al futuro de Israel, futuro que está trazado por el antiguo poema
que contenía las bendiciones de Jacob (c. 49), dirigidas a las doce tribus.
Casi nos parece contemplar un mapa geográfico e histórico de Palestina:
la sucesión de las tribus no es una árida enumeración notarial, sino una
secuencia de oráculos que conservan ecos históricos de la época misma
de los jueces.

Hay una bendición, la reservada a Judá, que, a pesar de la oscuridad del


texto, ha sido releída por la tradición, sobre todo cristiana, en clave
mesiánica. La exaltación de la dinastía davídica que nacerá de esta tribu
se proyecta hacia un rey ideal, "vástago legítimo que reinará como
verdadero rey, con sabiduría y ejercerá el derecho y la justicia en la
tierra" (Jer 23,5). He aquí el núcleo de la bendición pronunciada sobre
Judá: "El cetro no será arrebatado de Judá ni el bastón de mando de
entre sus pies hasta que venga aquél a quien pertenece y a quien los
pueblos obedecerán" (Gén 49,10). Jerónimo, al traducir "hasta que
venga el que ha de ser enviado" (es decir, el mesías), acomodó el texto
a la tradición mesiánica davídica [/ Mesianismo].

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Pero ese futuro que las bendiciones de Jacob, testamento paralelo al de
Moisés (Dt 33), está perfilando ahora en el horizonte de Israel tiene que
pasar una larga y amarga preparación: la que experimentará Israel bajo
la opresión de los faraones. Las últimas palabras de / Jacob-Israel se
abren entonces a la próxima tragedia que describe el libro siguiente del /
Éxodo, pero también a la esperanza de libertad y de salvación que Dios
ofrecerá continuamente a su pueblo: "Yo voy a morir, pero Dios vendrá
ciertamente en vuestra ayuda y os hará subir de esta tierra a la tierra
que él prometió a Abrahán, Isaac y Jacob" (Gén 50,24).

BIBLIOGRAFIA

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G. Ravasi

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