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“EL FACTOR HUMANO EN EL MINISTERIO

DE LA PALABRA DE DIOS”

La Palabra de Dios es de vital importancia en los propósitos de Dios. Es cierto que Dios hace
muchas cosas, pero la cosa más importante que Él hace es hablar. La Palabra de Dios es Su
mayor obra; Él obra por medio de Su Palabra. Por lo tanto, si se elimina la Palabra, la obra de
Dios se detiene casi inmediatamente.

Pero, ¿cómo habla Dios? Lo hace en una forma muy peculiar – habla por medio de la boca del
hombre. Si Dios hablara directamente a las personas, no haría falta la intervención del ser
humano. Sin embargo, dado a que Dios habla por medio del hombre, el ministro de la Palabra
viene a ser una pieza clave en el accionar de Dios.

El hecho que Dios generalmente se limita a hablar por medio del hombre, indica que Él necesita
una clase muy especial de personas para ser los ministros de Su Palabra. En el Antiguo
Testamento Dios habló por medio de los profetas; en el Nuevo Testamento, habló por medio de
Cristo, y por medio de los apóstoles.

1. EL MINISTERIO DE LOS PROFETAS

En el Antiguo Testamento, Dios usó dos tipos de profetas, y habló en dos maneras diferentes por
medio de ellos.

a. Profetas ‘Mecánicos’

En algunos casos, profetas hablaron la Palabra de Dios simplemente porque esa Palabra vino
sobre ellos, tomando control de sus mentes y corazones. Un ejemplo de ellos es Balaam.
Cuando el Espíritu de Dios vino sobre él, Balaam pronunció la Palabra de Dios – hablando
palabras muy diferentes a las que solía o quería decir (Núm 23-24). En esta clase de ministerio
profético, Dios pone a un lado las emociones y los pensamientos del profeta, y simplemente habla
por medio de su boca. En el caso de Balaam, la Palabra de Dios vino a él, a pesar de su pobre
condición espiritual. Y al transmitir la Palabra de Dios, Balaam no mezcló sus ideas con las de
Dios. Dios simplemente lo usó, mecánicamente, como un canal por medio de quien hablar (como
si Balaam fuera un micrófono o un altoparlante).

Muchos de los profetas del Antiguo Testamento ministraron la Palabra de Dios en esa manera.
Dios les dio revelación, y ellos cumplieron el papel de simplemente transmitir esa revelación.
Fueron casi pasivos en el asunto. Mientras el Espíritu Santo estaba sobre ellos, Él los guardó de
cometer errores al hablar, para que pudieran transmitir correctamente la Palabra de Dios. Sin
embargo, el momento que el Espíritu Santo los dejó, ellos cesaron de hablar la Palabra de Dios, y
fueron capaces de hablar increíbles torpezas (por ejemplo, Elías, Jonás, etc.).

Pero hubo una segunda clase de profetas en el Antiguo Testamento; profetas que ministraron la
Palabra de Dios en una forma muy diferente:
b. Profetas ‘Dinámicos’

En algunos casos, Dios permitió que los profetas expresaran sus propios pensamientos e ideas; y
cuando lo hicieron, eso resultó ser Palabra de Dios. Evidentemente, para que esto se diera, ellos
tuvieron que ser hombres cuyos caracteres habían sido moldeados por Dios. Sus corazones, sus
pensamientos, sus ideas y sus criterios estaban todos subyugados al Espíritu Santo. Fue por eso
que Dios les permitió expresar sus propios pensamientos, sabiendo que ellos iban a reflejar
correctamente los pensamientos de Dios.

Un ejemplo claro de esta clase de profeta es Jeremías. El libro profético que lleva su nombre está
repleto de reflexiones personales de Jeremías. Por haber sido tratado por Dios, y quebrantado
ante Él, Dios podía confiarle esta clase de ministerio profético. Las palabras de Jeremías, aun
cuando no estaba trasmitiendo una revelación recibida directamente de Dios, resultaron ser
Palabra de Dios. Lo mismo fue cierto de personas como Moisés, David, Daniel, etc. En el caso de
ellos, el ministerio profético se asemejó al ministerio de los apóstoles en el Nuevo Testamento.

2. EL MINISTERIO DE CRISTO

Cuando Cristo vino a la tierra, la Palabra de Dios se hizo carne (Juan 1:14). Jesús ERA la
Palabra de Dios. Todo lo que dijo e hizo fue Palabra de Dios. En Su caso, el ministerio de la
Palabra fue muy diferente al ministerio que se dio por medio de los profetas. En el Antiguo
Testamento Dios simplemente usó la boca de Sus siervos. Aun Juan el Bautista era simplemente,
“una voz que clama en el desierto”.

No así con Cristo. Él fue el Verbo encarnado. Su misma Persona fue la Palabra de Dios. En el
Antiguo Testamento, la Palabra de Dios vino sobre el hombre. La Palabra y el hombre eran dos
cosas distintas; Dios simplemente usaba la VOZ humana para trasmitir Su Palabra. Pero en el
caso de Cristo, la Palabra de Dios se vistió de humanidad. La Palabra se hizo hombre – tenía
pensamientos y sentimientos humanos; pero siguió siendo la Palabra de Dios.

En la Persona de Cristo, Dios usó sentimientos y pensamientos humanos para trasmitir Su


Palabra. Este fue el ministerio de la Palabra que Dios logró efectuar por medio de Cristo.
¿Cómo fue posible eso? Simplemente porque no había nada en el elemento humano (en Cristo)
que distorsionaría la Palabra de Dios.

Aquí tenemos el gran desafío para todo predicador. Él debe procurar ser una persona en quien el
elemento humano es de tal calidad, que no afecte la transmisión de la Palabra de Dios. La
Persona de Cristo nos muestra que este tipo de ministerio de la Palabra es posible en este mundo.
En el ministerio de Cristo, no hubo solamente una voz humana, sino también pensamientos y
sentimientos humanos, que emanaban de una persona santa. En Cristo, la revelación de Dios no
se limitó a ciertas palabras humanas, sino que se halló en una Persona. Por lo tanto, cuando
Cristo hablaba, Dios hablaba.

Este es el reto para todo predicador. Debe vivir en tal manera, y gozar tal comunión íntima con
Dios, que cuando hable, lo que sale de sus labios es Palabra de Dios; y día tras día, lo que vive,
también resulta ser Palabra de Dios.
3. EL MINISTERIO DE LOS APÓSTOLES

Los apóstoles fueron formados por Cristo, y continuaron Su ministerio. Procuraron predicar la
Palabra de Dios tal como Él lo hizo. Sin embargo, hubo una diferencia grande entre ellos y
Cristo. En el caso de Cristo, primero existió la Palabra (el Logos); luego vino la ‘carne’. Es
decir, Dios le dio un cuerpo, tal que permitió la perfecta revelación de la Palabra de Dios (Heb
10:5). En el caso de los apóstoles, fue al revés. Primero existió su ‘carne’; luego vino la Palabra
de Dios. Por lo tanto, para que la revelación de la Palabra no se estropee, la ‘carne’ de los
apóstoles (es decir, su personalidad) tuvo que ser tratada – moldada, quebrantada, refaccionada.
Los pensamientos de los apóstoles, sus ideas y criterios, todos tuvieron que ser ‘trabajados’ por
Dios, antes que pudiesen ser ministros eficaces de la Palabra.

En el Antiguo Testamento, la Palabra de Dios vino a los profetas, y ellos simplemente cumplieron
el papel de trasmitir esa Palabra a otros, tal como la recibieron. Pero en el Nuevo Testamento la
cosa es diferente. Cuando los apóstoles redactaron sus cartas, no estaban respondiendo a una
revelación recibida de parte de Dios. Simplemente estaban expresando sus pensamientos, ideas y
cargas por las iglesias o por los individuos a quienes escribían. Sin embargo, en las cartas
canónicas lo que tenemos es a Dios hablando por medio de los pensamientos de los apóstoles.

Este es el resultado de la obra del Espíritu Santo en ellos. El Espíritu Santo obró en los
apóstoles, controlando y disciplinando su ‘carne’ en tal manera, que los elementos humanos en
ellos no estorbaron la comunicación de la Palabra de Dios; más bien, la facilitaron.

APLICACIÓN

Dado a que la Palabra de Dios tiene que trasmitirse por medio de seres humanos, empleando todo
el conjunto de sus pensamientos y emociones, es obvio que aquellas personas que no han sido
enseñadas y disciplinadas por Dios son inservibles para este ministerio. No solo son inservibles,
sino que son altamente peligrosas para la Iglesia y el mundo; porque si en algún momento logran
ocupar el púlpito, trasmitirán sus ideas, y no la Palabra de Dios. ¡No debemos procurar un
ministerio de la Palabra con las características del Antiguo Testamento, sino un ministerio de la
Palabra con las características del Nuevo Testamento! Es decir, no debemos contentarnos con ser
simplemente portadores de la Palabra Dios, sino reveladores de ella; es decir, debemos anhelar
que la Palabra de Dios no solo se exprese por medio de nuestros labios, sino que se manifieste por
medio de toda nuestra personalidad. Pero para ello, necesitamos que el Espíritu Santo trate con
nosotros, y moldee nuestros pensamientos, criterios y emociones (tal como el alfarero forma un
vaso que desea usar).

Dios no quiere hablar por medio de nosotros, como si fuésemos simplemente grabadoras. Él
quiere tocar nuestras vidas, cambiarnos y moldearnos, para que le sirvamos como ministros de Su
Palabra. ¡La Palabra de Dios necesita tener un sabor humano!

Ser un ministro de la Palabra requiere que seamos podados y afinados. Dios no puede usar a
aquellas personas cuyas vidas y personalidades están contaminadas con el pecado. Tampoco
puede usar a aquellas personas que nunca se han quebrantadas delante Dios; personas cuyos
pensamientos no son rectos, o cuyas vidas son indisciplinadas, o cuyos espíritus son tercos, o
cuyas emociones no han sido domadas, o que tienen alguna controversia con Dios. Aun si estas
personas recibieran Palabra de Dios, no la podrían trasmitir eficazmente, porque la Palabra estaría
bloqueada dentro de ellos. Aun si se esforzaran por predicar, la Palabra de Dios no sería eficaz en
ellos.
A la luz de lo que hemos dicho, vemos cuán grande es la responsabilidad de todos aquellos que se
dedican a predicar la Palabra de Dios. No es simplemente asunto de saber la Palabra de Dios;
hay que vivirla; es decir, hay que vivir en cierta manera – una manera congruente con esa Palabra.
¡Si el factor humano está mal, toda la Palabra estará mal! La personalidad del predicador puede
arruinar la Palabra de Dios.

El requisito fundamental en la predicación no es el conocimiento de la Palabra de Dios (por


importante que eso sea), sino la personalidad del predicador. Dicha personalidad tiene que ser
diariamente disciplinada y crucificada, para que siga siendo un instrumento por medio del cual la
Palabra de Dios se pueda manifestar libremente. Cualquier defecto en nosotros, contaminará y
estropeará la Palabra de Dios.

Por lo tanto, no cualquier persona puede ocupar el púlpito, sino solo aquellos que han sido
tratados por Dios. La mayor dificultad que confrontamos en la predicación de la Palabra no es si
el contenido es bíblico o no (por tan importante que eso sea), sino si el predicador está bien – en
su personalidad, carácter, emociones y pensamientos. El factor humano es lo más importante en
el ministerio de la Palabra.

Fuente: The Ministry of God’s Word (‘El Ministerio de la Palabra de Dios’), por Watchman Nee –
capítulo 1.

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