Parágrafos y garabatos textuales: Conclusiones sobre el desarrollo, la inteligencia y el
aprendizaje
“La inteligencia es adaptación al
medio”. (Jean Piaget) Queda por entredicho —más incluso de lo que debería y llegando a ser casi irónico—, que cuando de la naturaleza humana y por inherencia de su psique se trata, se termina uno encontrando más bien con un extenso y ridículamente complejo tejido del cual, la más certera y concisa de las investigaciones no supone más que un hilo. Y es que, me gustaría hacer un especial énfasis en la palabra “tejido” porque tantísimos son los factores, las variables y las incertidumbres entrelazándose conjuntamente entre sí, comportándose de forma interconectada a la vez que interdependiente, que lo poco que alcanzamos a percibir desde el empirismo es tan superficial que yo lo compararía sin temor a exagerar, como una cortina de seda. Claramente, la analogía de las “rutas” y “variables de percepción” colocadas como “estructuras mentales” por Piaget, describían perfectamente esa conjunción de elementos que dan como resultado a las diferentes formas de percibir la realidad. Y es que, si hablamos de una de las columnas primordiales del funcionamiento esquematizado de la mente humana, como es la inteligencia, por ende, tendremos que hablar de las formas en las que cada uno de nosotros interpreta el entorno y el ambiente para entonces tomar decisiones. La toma de decisiones rápida y concisa que posteriormente consideraremos como acertadas o erradas dependiendo del resultado esperado, será eventualmente el índice que demarque nuestra “inteligencia”. Pero, si tenemos en cuenta que la inteligencia está demarcada por los “saberes” previos o “estructuras mentales” creadas a través de la experiencia, entonces la madurez del cerebro del individuo, su capacidad para entrelazar, cohesionar e incluso recordar dichos saberes, será crucial al momento de efectuar la toma de decisiones. A esto entonces, he decidido llamarlo: Relación desarrollo-inteligencia. Ahora bien, esta relación “desarrollo-inteligencia” no es tan sencilla como parece. Porque, si bien, resultaría inaudito comparar las habilidades mentales del más común de los muchachos de preparatoria con el más común de los niños de primaria; por alguna razón, es más sencillo enseñarle un idioma a un niño pequeño que a un adolescente tardío. Y las razones saltan a la vista al pensar en: Estructuras mentales. El niño pequeño no tiene saberes previos e, irónicamente, es eso lo que le faculta el aprendizaje del idioma, porque esa es su estructura mental. Mientras que el adolescente estará, muy probablemente, concentrado en traducir y en encontrar imposibles equivalencias idiomáticas, el niño verá imágenes “ideales” en su cabeza mientras aprende a fonetizar. En este caso, la estructura mental de imagen-fonema le ofrece al niño sin siquiera saberlo la predisposición correcta, la verdad de las cosas: Las palabras escritas son solo líneas retorcidas en el papel, la palabra hablada es solo el aire perturbado por la vibración de nuestras cuerdas; lo que importa es lo que está en el mundo real, después de todo, la “fruta roja con forma de corazón” seguirá siendo una manzana. De cierta manera, el niño ya está aplicando a Platón y ni siquiera se ha dado cuenta —el adolescente, por otro lado, seguramente no sepa a qué me refiero—. Entonces, idealmente, lo que busca una persona con las suficientes capacidades perceptivas es entender ese funcionamiento estructural y amoldarlo a su aprendizaje. Es en ese sentido que vemos cómo el aprendizaje se ve profundamente afectado por el funcionamiento de las estructuras mentales correctas. Por supuesto que, cuando lo ponemos de esa forma, nos referimos al estudiante; porque cuando del maestro se trata, su papel es construir las estructuras mentales correctas en la mente de su discípulo para que este absorba de manera eficiente el conocimiento. El conocimiento se hará parte de esa estructura y, eventualmente, la inteligencia del estudiante lo llevará a tomar las decisiones correctas en el campo de labor. Voy a tomarme el atrevimiento de usar dos ejemplos que vivencié de forma MUY personal y directa. Estos últimos años he tenido la oportunidad de ponerme en el papel del estudiante y del maestro de forma tan paralela que me ha resultado imposible no aprender mientras enseño. Como estudiante de violín, dejo sobre la mesa que poseer conocimientos previos de la música teórica abre un sinfín de posibilidades en pro del entendimiento práctico e instrumental. No es lo mismo, ni un millón de años, pensar en dónde colocar mis dedos, que pensar en intervalos, así como no es lo mismo entender el sonido como un efecto en espectro, idealizado generalmente como “correcto”, más que como el efecto absoluto de una cuerda. Por otro lado, tuve la oportunidad de fungir como cajero en una pequeña temporada. Los cajeros deben aprenderse una extensa lista de códigos de tres, cuatro o seis números que al momento de ser ingresados en el sistema, estandarizan el p/kg o valor por “kilogramo”. Si de algo me convencí, es que resulta más provechoso imaginar tus dedos digitando el código mientras te imaginas el producto en tu mente porque, en general, la mente funciona en imágenes. Y la premisa es la misma: Son las estructuras mentales las que predisponen al cerebro para adquirir nuevos atajos, nuevos conocimientos o referentes cognitivos —sean abstractos o no—. Por otro lado, es la inteligencia del individuo la que, elige, formula y construye la estructura correcta para efectuar una toma de decisiones concisa. Finalmente es el desarrollo del individuo el que delimita las posibilidades, el que abarca las capacidades y el que ofrece una visión contextual de lo que se “conoce” o se “sabe”. Es, en definitiva, la mente trabajando como un telar. Elementos como hilos entretejidos: Físicamente no puedes mezclarlos, pero se entretejen y funcionan juntos, cada uno por separado.