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GROPIUS
¿QUÉ ES ARQUITECTURA?
ANTOLOGÍA DE ESCRITOS
Joaquín Medina Warmburg (edición)
Presentación
Walter Gropius, arquitecto integral
Joaquín Medina Warmburg
¿Qué es arquitectura? La pregunta, planteada en la Alemania de 1919, distaba mucho de
ser sólo retórica. No lo era, desde luego, en boca de Walter Gropius, quien a sus 36 años
estaba siendo testigo del derrumbe del sistema de valores de la sociedad guillermina.
Criado en una familia de la alta burguesía berlinesa y educado en el militarismo
prusiano, Gropius retornó de la I Guerra Mundial tan condecorado como curado de
espanto. El fracaso de su corto y turbulento matrimonio con Alma Mahler contribuyó a
un panorama desolador también en lo personal. Pese a carecer de un título académico,
el amplio y merecido reconocimiento cosechado tempranamente gracias a obras como la
fábrica Fagus (1911) o la fábrica modelo de la Exposición de la Werkbund en Colonia
(1914) abrió a Gropius la puerta a la actividad docente y de paso le ofreció una oportuna
salida profesional en aquel momento de incertidumbres políticas y crisis económica. Su
concepción de la Bauhaus abarcó un proyecto educativo nacido de las urgencias de
aquel presente y a la vez una audaz proyección hacia el futuro, aventurada en la
transformación del mundo con los medios de la escuela activa y la gran arquitectura.
Pero para alcanzar aquella realidad futura, la arquitectura moderna debía trascender los
tradicionales límites disciplinares del ejercicio profesional y aspirar a constituir un arte
omnímodo de alcance total. Haciendo suyo el ideal wagneriano de la obra de arte
integral (Gesamtkunstwerk), Gropius hizo un llamamiento en 1919 a derribar los muros y
las convenciones sociales que separaban al arte de la vida.
Resulta fácil rastrear los orígenes del empeño totalizador de Gropius: se remontan a sus
comienzos como colaborador en el estudio de Peter Behrens en 1908 y al entorno de la
asociación Deutscher Werkbund, donde a partir de 1907 se dieron cita creadores,
intelectuales, empresarios y políticos comprometidos con el programa de una acción
integral que otorgara a la producción industrial alemana el valor añadido de la alta
Kultur: una cultura trascendente que dejaba atrás la mera civilización técnica para
espiritualizar el trabajo y las mercancías alemanas. El declarado imperialismo del
proyecto devino obsoleto tras la derrota de 1918. En cambio, el anhelo de integración se
transformó y continuó vigente, adaptado a las nuevas condiciones, en manos de jóvenes
creadores que —como el arquitecto Bruno Taut— habían reclamado antes de la guerra
una «dictadura de los artistas» y ahora formulaban promesas de redención colectiva
mediante un arte de alcance cósmico. Animados por la experiencia rusa, estos creadores
concibieron el Consejo de Trabajadores del Arte (Arbeitsrat für Kunst) como una suerte
de sóviet de los oficios artísticos, en el que Taut y Gropius asumieron la dirección junto
al crítico Adolf Behne. Había llegado el momento de postular el advenimiento de un
‘estado popular libre’ y de recuperar el verdadero arte: aquel que no había sufrido aún
el efecto alienante de las convenciones burguesas, la falsedad de los sucedáneos y de la
formación académica o la división del trabajo industrial. Junto a Otto Bartning, Gropius
reclamó entonces con vehemencia la vuelta a los oficios artesanales y a los talleres de
constructores medievales (Bauhütte) que habían creado las grandes catedrales góticas.
En ellas se hacía patente la síntesis alcanzada por medio de una voluntad de creación
colectiva y transcendente. El arrebato redentor patente en escritos como el manifiesto
fundacional de la Bauhaus bebía de fuentes tan diversas como la fraternidad masónica o
el socialismo del movimiento inglés Arts & Crafts. Su denominador común residía en
aquellos años —y lo seguiría haciendo en el caso de Gropius— en el valor simbólico
atribuido al «gran edificio común» como obra de arte integral y supraindividual, que
restituiría al pueblo su vida auténtica. Expresado en términos menos arcaicos: a partir
de 1919, Gropius entendió que la arquitectura podía y debía ser un arte político capaz
de transformar la sociedad.
El centenario de la Bauhaus vuelve hoy a poner en el foco de nuestro interés la figura de
su fundador y cabe preguntarse por la actualidad de las ideas de Gropius. ¿Tenemos
hoy razones más pertinentes que la efeméride para leer a Gropius? ¿Y cuál sería modo
contemporáneo de hacerlo? Si en 1919 Gropius soñó con restituir el sentido social de la
arquitectura en el contexto de un ‘estado popular libre’, hoy los populismos constituyen
la principal amenaza de las democracias liberales; si en 1919 confió en reformar la
educación artística desde la base artesanal del taller, hoy las escuelas de arquitectura y
diseño se apresuran a instalar costosos talleres de fabricación digital; si en 1919
pretendió que la clave de la creatividad se encontraba en una pureza prístina y
espontanea anterior a cualquier contaminación académica, desde hace al menos medio
siglo preferimos valorar la complejidad cultural de los edificios y artefactos de nuestro
entorno sin necesidad de ver en ella un lastre histórico ni mucho menos un
impedimento a la creación. La reducción didáctica sigue siendo un instrumento válido
para el aprendizaje, pero como concepción del mundo hace tiempo que el ideal
pedagógico de la Bauhaus ha quedado obsoleto y constituiría hoy irremediablemente
un anacronismo.
Está fuera de discusión que la aportación de Gropius a la construcción intelectual de la
modernidad fue fundamental. En sus escritos y conferencias supo plantear muchos de
los temas que, pese al profundo cambio de las condiciones y de nuestros juicios, nos
siguen ocupando. Pero en nuestra lectura no podemos hoy obviar el denso bagaje
crítico que venimos acumulando desde hace décadas. Debemos ser conscientes del
contexto en el que surgieron las ideas de Gropius y de los objetivos que persiguió con
ellas, para así poder distinguir entre su pertinencia pasada y la actual. Al preguntarnos
por su actualidad, debemos ser igualmente conscientes de las periódicas apropiaciones
del capital simbólico de la Bauhaus que —con a menudo contradictorios objetivos
políticos, culturales o comerciales— jalonaron la historia de su recepción. En definitiva,
la presente selección de escritos aspira a divulgar el ideario del fundador de la Bauhaus
sin la intención de instrumentalizar o monumentalizar su figura y su legado. En el
centenario de la legendaria escuela de entreguerras, no está de más aclarar que la
Bauhaus fue mucho más que sólo Gropius, pero también que Gropius —arquitecto
integral— quiso ser más que sólo la Bauhaus.
Colonia (Alemania), septiembre de 2018
1908
Observaciones sobre la arquitectura del castillo español de
Coca en Segovia 1
En su diario español, Gautier opina muy acertadamente que Europa acaba en los
Pirineos. Ciertamente, aún hoy se conserva en el fondo de la vida y del sentir de los
españoles un carácter moro, y los signos sensibles de su cultura pretérita muestran en
gran parte la influencia de los intrusos musulmanes, que durante casi ocho siglos
dominaron la historia del país. Los musulmanes se convirtieron en maestros de los
españoles en todas las ciencias y las artes, sentando con su inteligente educación la base
del imperio global de Carlos V, en el que no se ponía el sol. Su expulsión de la
Península Ibérica fue una alocada crueldad de la historia universal, que supuso la
decadencia para vencedores y vencidos, pues sus esencias se habían fundido ya
inseparablemente.
Los españoles, negados por sí mismos para el arte monumental, pusieron las grandes
tareas arquitectónicas –casi sin excepción– en manos del espíritu creador extranjero;
supieron trasplantar a su patria a artistas de los países vecinos. Las tendencias artísticas
medievales, provenientes de todos lados, se dieron cita aquí. Hoy encontramos obras
musulmanas, italianas, francesas, holandesas y alemanas en un variopinto desorden.
Los musulmanes conservaron frente a Occidente su vigorosa idiosincrasia. Sólo la
irresponsable indiferencia de los modernos españoles explica que, prácticamente en
general, el conocimiento de las obras musulmanas en la Península se limite a la
Alhambra. Estas obras se encuentran desperdigadas por todo el país, hasta en el norte.
Otras obras magníficas de épocas posteriores –creadas para patronos cristianos,
extraños testigos de aquella cultura híbrida europeooriental– son poco conocidas por la
historia del arte.
Una joya de este tiempo es el castillo de Coca en Castilla la Vieja, en los yermos
alrededores de Segovia. Al extranjero raramente le es dado verlo, pues el viaje resulta
bastante penoso. El tren para sólo de noche en la solitaria estación de Coca. Se camina
de madrugada por una miserable carretera con sombríos bosques de pino a ambos
lados. En un desfiladero, el camino tuerce fuertemente a la izquierda y se interrumpe
súbitamente el arbolado, abriéndose el espacio a una vista que conmociona. Un pesado
puente de piedra se recuesta sobre el cauce seco del río Voltoya. Más allá se extiende,
yermo y desarbolado, el páramo estéril hasta el horizonte suavemente ondulado. A
mano izquierda, junto al río, se elevan bruscamente del suelo las tremendas ruinas de
ladrillo del castillo de Coca: una imagen que hace estremecer, como las obras del
verdadero gran arte; la obra de un genio cuya voluntad, devenida forma, perdura,
reclamando reconocimiento imperiosamente. Aquel genio no nació de rodillas.
El cauce del Voltoya se une pocos pasos río arriba con el Eresma. Su delta constituyó
desde antiguo una posición estratégica. Aquí se situaba Cauca, la capital del pueblo
ibérico de los vacceos. Los romanos tendieron de río a río una imponente muralla, que
se mantuvo a lo largo de los siglos. Sobre su costado occidental descansa el castillo. La
planta responde a la disposición típica de un castillo cristiano medieval en Occidente. El
cuerpo central contiene el complejo residencial; en una esquina se eleva la colosal torre
de vigía. Una ancha franja de almenas recorre perimetralmente el adarve, y hacia el
exterior el foso, ancho y profundo, rodea el conjunto. Los cuerpos agregados a las torres
les otorgan una impronta centrífuga, un endemoniado impulso hacia el exterior, que
pretende amedrentar al enemigo. La fortaleza se erigió para la estirpe de los Fonseca
hacia 1400, en la época del Gótico. El desconocido maestro moro vio surgir en los
alrededores las iglesias góticas de artistas occidentales. Su genio encontró medios para
fundir en una obra los conceptos antagónicos de Oriente y Occidente.
El arte de todo el Oriente se basa en el principio de la Antigüedad; también el arte
musulmán creció sobre este suelo. Mientras que la idea de una arquitectura
delimitadora de espacios, un arte de lo cóncavo, surgió por vez primera en Occidente, la
Antigüedad evitó el efecto de espacios perimetralmente cerrados y entendió la
arquitectura desde el concepto de un arte de lo convexo, generador de cuerpos. El
empeño por alcanzar grandes efectos con pocos medios determinó una limitación de las
dimensiones, reincidiendo en su noción de la arquitectura; es decir, antepuso el efecto
de superficies enrasadas, sin sombra, en reconocimiento consciente de un hecho natural:
en el ojo humano se proyecta el mundo de los objetos como imagen plana sobre la
retina. Por tanto, de acuerdo con su naturaleza óptica, la imagen se corresponde con
una superficie plana, no con un cuerpo. Sin esfuerzo alguno, el ojo capta la extensión
bidimensional. Pero cuando el plano observado presenta protuberancias y entrantes,
surgen sombras de cuerpos tridimensionales. Comienzan así las dificultades para el ojo,
que debe suplir el sentido del tacto y recurrir a la experiencia acumulada para juzgar la
profundidad del relieve sobre la superficie, para –aprehenderla–. La dificultad crece con
la distancia del punto de vista. La arquitectura de la Antigüedad clásica respondía
conscientemente a las facultades naturales del ojo cuando ceñía la compleja aprehensión
de la tercera dimensión a la forma general del edificio y sus principales vacíos para, por
lo demás, desarrollar los efectos arquitectónicos sobre la superficie. Al ojo se le ofrecían
planos enrasados sin sombra, articulados no mediante sombras, sino por contrastes
cromáticos. Dispuestas en ángulo, varias de estas superficies rasas generaban el gran
cuerpo.
De todo esto fue consciente el constructor de Coca y se mantuvo impertérrito frente a
las nociones opuestas de los occidentales. Sin embargo, hizo suya la idea gótica de
anhelada ascensión, de sublevación contra la ley de la gravedad. Con rigurosa
consecuencia, sin dejar lugar a dudas sobre su intención, ejecutó esta idea. Las figuras
poligonales de la planta generan en alzado series de rombos verticales, cuyo ritmo
aumenta a medida que van ascendiendo. Su finalidad no es la de articular las
superficies, al modo de pilastras o resaltes, sino apuntalar la idea del impulso
ascensional en vertical, contrarrestando conscientemente la pesantez de la horizontal.
Esta impetuosa idea domina victoriosamente la obra completa y le otorga el gran estilo.
Cualquier forma parcial responde al mismo objetivo que la totalidad. Nos encontramos
únicamente ante estas dos orientaciones contrastadas: la horizontal del material
(Antigüedad) y la vertical de las formas arquitectónicas (Occidente, Gótico). Cada capa
lastra a la otra, separadas por juntas claras que casi igualan en grosor a los ladrillos. De
vez en cuando, una banda horizontal más ancha y plana de enlucido enfatiza la
impresión apaisada, la horizontal. Por contra, se evita decididamente la horizontalidad
de las sombras, consagrándolas sin excepción a la expresión de un impulso ascensional
que yergue violentamente las masas. Aun así se respeta el principio antiguo de las
superficies rasas. Debido a la planta poligonal –que provoca sombras propias y no
sombras arrojadas–, cada superficie plana muestra en la totalidad de su extensión un
tono cromático invariable. Se evitan temerosamente los huecos, pues cuestionarían la
deseada impresión de masa. Se trata nuevamente de la concepción antigua de un arte
de lo convexo, conformador de cuerpos: la idea de la pirámide egipcia y del templo
griego, que reverberan todavía en la vivienda musulmana. En el exterior, las superficies
continuas ofrecen apoyo a la mirada; en el interior, sucesiones ininterrumpidas de
aperturas hacen de guía hasta un patio central abierto. Aquí la sensación de un espacio
cerrado es imposible; se evita escrupulosamente. Cada superficie es diseccionada,
horadada, descompuesta en cuerpos de pilar y viga, enmarcando la profundidad. Las
limitadas dimensiones del patio garantizan que la mirada pueda abarcar estas
profundidades desde cualquier punto. En Coca, el anhelo de paramentos continuos se
vio reforzado por el carácter defensivo del castillo. A las escasas interrupciones no se les
otorga, decididamente, un valor arquitectónico; están dispuestas aleatoriamente. En el
interior, sólo los tristes escombros amontonados permiten intuir la riqueza de las
columnatas y de los ajimeces en otros tiempos.
La misma consecuencia en el tratamiento fundamentalmente distinto del exterior y el
interior se mantuvo en los detalles. La decoración de los frentes planos se limita a los
efectos de contraste cromático. Los ladrillos aplantillados se evitan rigurosamente. La
única variación respecto de los ladrillos rectangulares es consecuencia de su corte en
segmentos, atendiendo su uso exclusivamente a la expresión de verticalidad. Las
bandas blancas y rojas de las hiladas de ladrillos y sus juntas en aparejo irregular crean
ya de por sí un fuerte efecto ornamental. Las superficies de mayor importancia se
destacan por un aparejo reglado de tipo cambiante. Sólo unos pocos, los que la mirada
llega a alcanzar con facilidad, obtienen un delicado ornamento. (Por doquier rige la
sabia ley de la restricción en los medios.) Las zonas bajas de las garitas, en forma de
pirámides o conos invertidos, están cubiertas de un esgrafiado tricolor: negro, blanco y
rojo. Los ornamentos, puramente geométricos, se generan a partir de un patrón sin fin y
en el sentido de la Antigüedad clásica: por sustracción de pequeñas manchas oscuras en
el enlucido. Estos ornamentos envuelven la totalidad del cuerpo sin borde alguno que
lo enmarque, como si se tratara de brocado, otorgándole la apariencia de una superficie
curva o quebrada sobre la cual se desliza la mirada sin resistencia alguna.
Pese a ello, las paredes del interior estuvieron en su día recubiertas de un rico estucado
escultórico, en claro contraste con las superficies enrasadas. Los techos se disolvían en
bóvedas de mocárabes que anulaban de entrada la sensación de espacialidad cóncava.
El espíritu de la Antigüedad se salió con la suya.
La delicada suntuosidad de los aposentos se perdió casi por completo, víctima de las
guerras y de los elementos. Sólo las masas murales amontonadas resistieron todos los
violentos avatares. La yerma desolación acentúa el gesto amenazador y concede un
amplio margen a las alas de la fantasía. El forastero se aleja de este lugar
profundamente conmovido.
Navidad de 1908.
1910
Sobre la esencia de la distinta voluntad artística en Oriente y
Occidente
El concepto de ‘voluntad artística’ [Kunstwollen] fue acuñado por Alois Riegl. Riegl fue
el primero en reconocer en la obra de arte el resultado de una voluntad artística
determinada y consciente de su finalidad, que se impone en su pugna contra el uso
práctico, los materiales y la técnica. En oposición a esta idea se halla la llamada –teoría
de Gottfried Semper–, que toma la obra de arte por un producto mecánico de estos tres
factores.
La obra de arte consumada depende de la feliz conjunción y del equilibrio entre dos
extremos de la voluntad artística humana. Las corrientes artísticas históricas ponen de
manifiesto un eterno oscilar entre dos polos: el principio artístico antiguooriental y el
barrocoindogermánico. Al primero obedece el orden sencillamente diferenciado, el
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que sucede al caos; al segundo, en cambio, corresponde la diferenciación en exceso, la
que vuelve a acercarse al caos. En el centro se ubica el equilibrio óptimo, la
diferenciación suprema: la Antigüedad griega.
La profunda razón de ser de este dualismo radica en un inmemorial contraste de los
instintos raciales, en la distinta sangre. Animados por un intrínseco rechazo a lo
subjetivo en la obra de arte, los pueblos antiguoorientales destacaban intuitivamente lo
sensorialmente perceptible, mientras que los pueblos indogermánicos de Occidente
consideraban fundamental la empatía individual, la dimensión moral de la obra de arte.
Mientras estos últimos otorgan prioridad a la corporeidad tridimensional generadora
de sombras –que requiere de capacidad cognitiva subjetiva en mayor grado que el
plano–, el oriental evita la tercera dimensión precisamente en pos de mayor evidencia.
Que la comprensión de la corporeidad supone realmente un acto subjetivo
considerablemente más complejo queda probado por el proceso ópticofisiológico
(sensorial) de la visión.
En el ojo humano se proyecta el mundo de los objetos como una imagen plana sobre la
retina. Pero debido a que esta imagen plana –el tal llamado ‘campo visual’– conlleva
una representación indeterminadamente limitada, el ojo únicamente es capaz de
evaluar las dimensiones reales, pero sobre todo la profundidad y las distancias entre los
objetos, sobre la base de conclusiones comparativas; concretamente a partir de las
experiencias acumuladas por el sentido del tacto. «El sentido del tacto» –escribe Riegl–
«nos da la primera referencia fiable de la existencia de cambios en profundidad, pues la
múltiple ramificación de sus órganos permite un control simultáneo en diferentes
puntos. Pero ya la percepción de las alteraciones en profundidad sobre la superficie, y
definitivamente su cierre en la forma circular plenamente tridimensional, exigen 3
recurrir a la capacidad intelectual en mucha mayor medida que en la construcción de la
noción del plano a partir de la percepción aislada de estímulos puntuales.»
A eso se debe que la idea de una arquitectura contenedora de espacios, una estética de
lo cóncavo, surgiera en Occidente y dominase la arquitectura occidental (la concavidad
continua, la esfera inscrita del Panteón, constituye el ideal del problema espacial
occidental), mientras que el arte oriental antiguo identificaba la arquitectura con la
noción de un arte de lo convexo, creador de cuerpos (la masa plenamente corpórea de la
pirámide egipcia es una protesta formal contra el espacio vacío), que evitaba los efectos
de los espacios circunscritos y cerrados, aislados del infinito espacio cósmico. Esto no
conlleva ni mucho menos una negación de la noción de espacio, pues ésta define desde
siempre la esencia de la arquitectura, cuyos efectos rítmicos van ligados a límites
espaciales. La diferencia radica en el tipo de efecto espacial: el arquitecto occidental lo
alcanza con el vacío circunscrito, de medidas cúbicas, con el cual el individuo establece
una relación subjetiva; el oriental, mediante la delimitación parcial de un espacio ideal,
inconmensurable, que conserva su conexión con el infinito espacio exterior (la creación
de patios). Pero en su instintivo recelo del espacio, el arquitecto oriental enfatiza
siempre el cuerpo individual palpablemente impenetrable, el objeto allende su yo, y se
muestra así fiel a su noción concretamente corpórea, incluso frente a las necesidades
espaciales más prácticas, que favorecen el sentir arquitectónico de Occidente.
La ausencia de espacios aislados en el arte monumental oriental no se debe, por tanto, a
un primitivo desconocimiento técnico (existen bóvedas egipcias), sino que fue la
consecuencia necesaria de aquella consciente voluntad artística orientada a una
aprehensión sensible. Y es que la percepción visual del cuerpo material plantea menos
exigencias a la capacidad intelectual subjetiva que la de cuerpos espaciales negativos,
cuyos planos delimitadores sólo están parcialmente incluidos en el campo visual, lo que
hace necesario que la ilusión asista a la percepción sensorial (supliendo los demás
planos situados fuera del campo visual). Esta ilusión es rehuida escrupulosamente por
el sentir artístico oriental antiguo al articular los planos que delimitan el espacio interior
(patio) mediante pilares y vigas corpóreas, cuya correcta percepción visual queda
garantizada desde cualquier punto gracias a las reducidas dimensiones del espacio
(patio). Este organismo interior del edificio se mantiene oculto desde el exterior, pues
debe conservar tanto en la totalidad como en sus partes el carácter material de un
cuerpo unitario aprehensible con una mirada, delimitado por planos rasos que
despiertan la impresión de masa. Las perforaciones denotarían inmediatamente el
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muro, que surge a consecuencia del espacio vacío. De ahí que, aparte de esta gran forma
principal tridimensional, los efectos arquitectónicos tengan lugar únicamente sobre el
plano. En lugar de sombras arrojadas, los frentes se articulan mediante contrastes
cromáticos, que tienen el mismo significado ornamental que la imagen proyectada de
un plano de fachada sombrío y rugoso. Tal articulación plástica tridimensional
complicaría en cambio la aprehensión óptica de los grandes cuerpos individuales, y los
elementos plásticos de la fachada dejarían de ser ópticamente evidentes debido a la
indeterminación de los límites dimensionales de la imagen en el campo de visión, a
medida que se incrementa la distancia y disminuye la nitidez. En cambio, el efecto de
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silueta de la forma principal permanece ópticamente determinado, con independencia
de la distancia, hasta abandonar el campo visual. También las relaciones rítmicas de los
cuerpos respecto de otras edificaciones aisladas de su entorno (urbanismo) guardan
regularidad constante con independencia de la distancia del punto de vista, al igual que
los elementos arquitectónicos individuales del interior del edificio en su relación
recíproca.
De este modo, los mismos conceptos arquitectónicos son tan válidos para el ritmo negro
y blanco de un ornamento, como para el ritmo de cuerpos llenos y vacíos en un edificio.
La diferencia radica en su potencia, ya que la tridimensionalidad puede descomponerse
en infinitas proyecciones planas. (¡El modo en que dibuja [Auguste] Rodin!)
Se debe nuevamente a la naturaleza del ojo el hecho de que los recortes de campos
vacíos en el aire (imagen: encuadre, segunda dimensión), que no tienen corporeidad
convexa tridimensional, se perciban más rápida y fácilmente que aquellos cuerpos que
constituyen su encuadre, pues su apreciación requiere de la experiencia del sentido del
tacto. La profundidad ilimitada de los recortes en el aire hace que al ojo le parezcan
planos. De igual modo, de una silueta (en la arquitectura) se percibe primero la
superficie más clara, pues las proyecciones más claras de la superficie producen, debido
a la mayor intensidad lumínica, un estímulo más fuerte de la retina, que se comunica
con el cerebro. Cada superficie plana tiene su intensidad lumínica específica: el blanco
refleja, el negro absorbe. La proyección se basa, sin embargo, en la irradiación de luz.
Por tanto, un punto negro se percibe sólo gracias a la claridad de las partes
circundantes; la retina telegrafía al cerebro el hueco en el campo de proyección. En este
hecho se basa la ornamentación de la Antigüedad. Se le da prioridad a la contraforma
clara frente a la forma oscura del fondo. La solución consumada se halla en la
ponderación armónica de estos dos elementos de contraste (acción y reacción).
El mismo fenómeno condiciona la imagen de un grupo arquitectónico. El ojo percibe
como positiva la forma más clara y tan sólo como indirectamente negativa su
interrupción, a saber: las formas más oscuras de los cuerpos proyectados. Cuanto más
alejado esté el punto de vista del observador, tanto más se reducirá la importancia de la
tercera dimensión. Los cuerpos se funden en una silueta de igual tonalidad. La
disposición de los cuerpos resulta irrelevante para la silueta individual. Sólo la solución
satisfactoria de las siluetas de todos los lados incluye necesariamente también el
equilibrio armonioso en la tercera dimensión.
Programa para la constitución de una sociedad limitada para
la construcción de casas sobre una base artística unitaria 6
Idea fundamental de la empresa
La sociedad que se habría de constituir tendría como objetivo la industrialización de la
construcción de casas, a los efectos de que ésta se beneficie de las incontestables
ventajas de la producción industrial: la mejor calidad de las materias primas y del
trabajo, así como un precio asequible.
Deficiencias en la construcción actual
En las últimas décadas, por obra de los especuladores y del empresariado de la
edificación, la construcción de casas ha degenerado de tal manera –tanto en cuanto al
gusto como a la solidez– que el público padece consciente o inconscientemente bajo
estas circunstancias. Para cualquiera que haya conservado cierta sensibilidad para lo
noble, resulta insoportable la apariencia de confort, ciertamente charlatana y puramente
exterior, a la que los empresarios aspiran en sus construcciones con fines publicitarios,
pero en detrimento de la calidad de los materiales, del trabajo esmerado y de la
simplicidad. Lo sobrecargado y el falso romanticismo, en lugar de unas buenas
proporciones y la simplicidad práctica, se han convertido justamente en la tendencia de
la época.
La razón de estas deficiencias se divisa en el hecho de que el público está en cualquier
caso en desventaja, ya sea que construya con el empresario o con el arquitecto. Con
razón están mal vistos los empresarios, ya que sin escrúpulos y para ahorrar gastos
precipitan los proyectos. Al mismo tiempo, para elevar su beneficio neto, ahorran hasta
el extremo –en perjuicio del cliente– en todo lo relativo a los materiales y a los sueldos
de los trabajadores. Por el contrario, el arquitecto –que sólo dibuja planos– procura en
provecho propio elevar todo lo posible los costes de construcción, dado que sus
honorarios dependen del monto total final de la obra. En ambos casos, el perjudicado es
el propietario. Para éste, lo ideal son los artistas, que sacrifican todo a su propósito
artístico y con ello se perjudican a sí mismos económicamente.
Remedios
Estos puntos muestran con toda evidencia la situación malsana del conjunto de la
construcción actual. Justamente las empresas con mano de obra artesanal –y a éstas
pertenecen aún en parte los oficios de la construcción– ya no soportan más la
competencia de la industria. Mientras que los gastos para la invención y el diseño del
tipo ideal no desempeñan sino un papel insignificante, ya no es rentable de ningún
modo el ejemplar único, en comparación con el volumen de ventas que trae aparejada la
comercialización múltiple.
En la industria se cumple el principio de la división del trabajo, según el cual el inventor
dirige el conjunto de su energía espiritual hacia la viabilidad de la idea, de la invención,
al tiempo que el fabricante la dirige hacia la producción asequible y sólida, y el
comerciante hacia la entrega organizada de las mercancías terminadas. Sólo así –con la
ayuda de fuerzas de trabajo especializadas– se alcanza lo esencial, a saber: el hecho de
poder explotar económicamente la invención espiritual, al mismo tiempo que se
proporciona al público buena calidad en los terrenos artístico y técnico.
Para la construcción de casas es posible extraer las mismas consecuencias. En parte, ya
se ha avanzado hacia la producción industrial. Pero los tipos creados por los
empresarios por motivos puramente económicos están insuficientemente desarrollados
y son malos en su aspecto artístico y técnico; por ello son inferiores en calidad respecto
de los componentes producidos de modo artesanal. Con todo, está establecido que el
trabajo manual es demasiado caro, y por ello las empresas han intentado primero, en la
medida de lo posible, descartarlo, ya que para ellas se trata de producir de la manera
más barata. La sociedad que proponemos quiere responder a esta realidad y unificar
por medio de la idea de la industrialización el trabajo artístico del arquitecto con el
económico del empresario. Esto traería una mejora de las condiciones, y justamente en
el terreno artístico las ventajas serían espectaculares. Mientras que hasta ahora el
arquitecto empleado depende más o menos del personal cualificado, sin poder
responder personalmente por todos los detalles de sus diseños, los proyectos de esta
sociedad y sus diseños para cada uno de los componentes serán estudiados a fondo por
la dirección artística, hasta el último detalle, en un lento y cuidadoso trabajo, antes de
ser considerados aptos para la ejecución (pues ahora son relevantes esos gastos). De este
modo, el arte y la técnica serán conducidos a una feliz unificación y se ofrecerá a un
público amplio la posibilidad de llegar a poseer un arte de calidad y verdaderamente
maduro y unas mercancías sólidas y nobles.
La unidad artística como condición previa para el ‘estilo’
Si la elaboración cuidadosa de los detalles beneficia ya a la casa individual, este
principio se basa, sin embargo, en una reflexión cultural más profunda, a saber: la
noción del –estilo de la época–.
La hoy habitual construcción de residencias unifamiliares, que aspira expresamente al
ejemplar único –es decir, a lo contrario que la industria moderna–, no conseguirá hacer
mediante este procedimiento anticuado (basado en la idea de la producción artesanal)
una construcción de viviendas característica de su época, a no ser que reconsidere la
idea moderna de la industria. Por afán de singularidad y diferenciación respecto del
vecino, se renuncia a la uniformidad estilística y se busca siempre lo nuevo, en lugar del
modelo probado. El ejemplo de todos los estilos muestra que éstos siempre parten de
una misma base formal y que se dan variaciones sólo en el caso particular.
No cabe esperar una convención –en el mejor sentido de la palabra–lograda a partir de
la acentuación de la individualidad de cada caso particular, sino justamente a través de
una conjunción, a través de las repeticiones rítmicas, alcanzada mediante la unidad de
formas recurrentes una vez dadas por buenas. Después de un triste interregno, también
nuestra época vuelve a buscar un estilo propio que honre las tradiciones y se enfrente al
falso romanticismo. Objetividad y solidez vuelven a ganar terreno.
La necesidad de una convención se puede justificar también de manera práctica. Una
planta individual empeora si se desvía de los atributos dados por buenos, que han
surgido en respuesta a las exigencias de una época y en cuyo desarrollo han trabajado
varias generaciones. Lo que vale para la planta, vale igualmente para la totalidad de la
casa. Periodos culturales anteriores profesaban un gran respeto a la tradición. La casa
holandesa de ladrillo cocido, el edificio urbano de viviendas del siglo XVIII en Francia,
y la casa Biedermeier (hacia 1800) se reprodujeron en serie hasta en la misma forma. En
Inglaterra, este afán por la igualdad convencional, sin duda apoyada además en una
voluntad de organización, produjo las casas adosadas. Alineadas unas con otras en
secuencia ininterrumpida a lo largo de partes enteras de la ciudad –parecidas como un
huevo a otro–, ofrecían un gran ahorro económico y tuvieron como consecuencia –no
intencionada– la unidad artística.
La libertad individual
Hacer arte no era la prioridad de los constructores de casas ingleses. Y la búsqueda
parcial y sin reserva de los prosaicos intereses económicos tuvo como consecuencia la
aburrida monotonía de la apariencia exterior.
Pero nuestra sociedad quiere no sólo proporcionar a los interesados casas asequibles,
sólidas y prácticas –lo que garantiza el buen gusto–, sino también considerar por
separado los deseos individuales, sin quebrantar el principio de la unidad sobre una
base industrial.
LA REALIZACIÓN PRÁCTICA DE LA IDEA
I. Uso de los mismos componentes y materiales en todas las
casas
La idea de la industrialización de la construcción de casas llega a su culminación allí
donde los componentes individuales se repiten en todos los diseños elaborados por esta
sociedad, lo que hace posible una producción en serie que promete el abaratamiento a la
vez que la rentabilidad. A fin de cuentas, sólo mediante el principio de una producción
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en serie pueden obtenerse buenas productos. Con el modo antiguo de ejecutar las
construcciones, encontrar trabajadores manuales competentes y de confianza era más o
menos una cuestión de suerte. Por el contrario, los productos fabriles para el consumo
masivo ofrecen la garantía de la homogeneidad. La producción fabril podrá extenderse
a casi todos los aspectos de la construcción de viviendas:
Construcción y estructura: Equipamiento y acabados:
Escaleras Muebles
Pasamanos Entablado
Ventanas Cielorrasos de estuco
Puertas Pisos
Cornisamentos Empapelado
Portales Herrajes
Miradores Linóleo
Balcones Lincrusta
Porches Accesorios de iluminación
Buhardillas Telas
Rejas Cerámica
Platería
De acuerdo con la tendencia de la época –que desplaza cada vez más a la artesanía–
cabe esperar unas simplificaciones industriales mucho más amplias, que nos parecen
todavía, provisionalmente, utopías. En América, Edison ya construye casas enteras –con
paredes, techos, escaleras, cañerías, etcétera– en hormigón armado, que vierte en
encofrados de hierro variables, con lo que logra prescindir también de maestros
constructores y carpinteros.
Tamaños normalizados
Para todos los componentes esenciales se establecen ahora en primer lugar las
dimensiones convenientes en cuanto al tamaño, y estas medidas normalizadas
constituyen entonces la base para el diseño, que deben conservarse también para
nuevos proyectos. Sólo así puede garantizarse la entrega al por mayor y evitarse la
fabricación a medida de suplementos y reparaciones.
Variabilidad: series de modelos seleccionables
Para cada objeto se ofrece una selección de proyectos de diferente ejecución y precio,
pero del mismo tamaño. Todas las cuestiones relativas a la forma exterior, al color, a los
materiales y al equipamiento interior se establecen y catalogan en variantes. Todas las
piezas encajan sin excepción, ya que se producen mecánicamente a partir de una misma
medida normalizada y resultan intercambiables si se desea.
También el equipamiento interior –al que se da forma mediante dibujos para todas las
partes de la casa– será abastecido de inmediato con los correspondientes materiales,
como cielorrasos de estuco, pisos de piedra y madera, entablados, etcétera.
El conjunto de los bienes muebles destinados al equipamiento interior promete sobre
todo un mercado significativo, ya que se puede transformar rápidamente de acuerdo
con la experiencia y se vende con facilidad. Muebles, accesorios de iluminación,
alfombras, telas de todo tipo, lienzos, cerámica, platería, etcétera se ejecutan en formas
probadas, según diseños de distinto tipo, y se suministran rápidamente y a bajo costo.
En respuesta a la demanda, se disponen y se presupuestan las instalaciones técnicas y
sanitarias, como las cañerías de agua fría y caliente, los aparatos para el baño,
ventilaciones y dispositivos eléctricos de iluminación y cocina. Los colores y la
composición de los materiales están regulados por tablas puestas a disposición del
cliente.
Adaptación individual
El propietario puede entonces componer la propia casa a su gusto, a partir de esta
abundancia de materiales y de formas variables. Primero elige entre los tipos de
vivienda. Sin embargo, el tipo individual –tal como se especificará más adelante– es en
sí mismo variable. En el proyecto, la misma planta está disponible bien con un piso
superior en construcción de muros o únicamente con una cubierta acondicionada como
ático, con una superficie de cocina más grande o más modesta, y entre los detalles de los
componentes se ofrece una amplia selección. Incluso la elección de los materiales se deja
al arbitrio del propietario; según se prefiera un acabado de piedra enlucida, ladrillo
visto o piedra labrada, cubierta de pizarra o de tejas.
Justamente gracias a esta instalación de partes intercambiables, esta sociedad responde
a los deseos del público –que quiere configurar su hogar individualmente– y le concede
la alegría de la elección propia y de la participación personal, sin perder la unidad
artística. Cada casa adquiere una impronta propia por medio de la variación de forma,
material y color.
Fabricantes
A partir de acuerdos contractuales, todos los objetos y componentes serán producidos
(y en caso de ser posible, almacenados) por empresas especiales que se consideren
apropiadas para satisfacer las demandas de esta sociedad. En el caso de un encargo,
puede contarse de inmediato con el total de los componentes –catalogados
ordenadamente mediante numeración–, que sólo precisan ser montados a pie de obra
conforme a los planos igualmente existentes.
Otros mercados
Los componentes aislados y, sobre todo, los artículos para el equipamiento interior
pueden venderse también a interesados y empresarios ajenos a la sociedad. La sociedad
participa –a comisión– en los beneficios de estas ventas, ya que ha suministrado los
diseños. Posiblemente esta medida eleve significativamente el volumen de ventas. Tan
pronto como se acredite la facturación, los contratos con las empresas podrán
renegociarse de modo cada vez más provechoso, en línea con el crecimiento de la
sociedad.
II. Explotación múltiple de los planos acabados
Se ha tomado como referencia lo mejor del rico material de experiencias acumuladas
durante años y del estudio de los modos tradicionales de construcción de todos los
países cultos del mundo [Kulturländer]. Se ponderó además su valor para las
circunstancias de nuestra época y nuestro clima. Tras este estudio de las antiguas
tradiciones, probadas y aún vivas, comenzó una intensa tarea de diseño, cuyo resultado
es –después de múltiples ensayos– una serie de proyectos para viviendas de diferentes
categorías. Estos proyectos comprenden la suma de todas las experiencias prácticas,
técnicas y artísticas, y parecen adecuados para establecerse como norma ejemplar de
una ejecución múltiple, naturalmente con variaciones.
Se dispondrá de estos proyectos en el momento de inaugurarse la sociedad: acabados,
revisados hasta el detalle y listos para su ejecución. Los arduos trabajos preliminares y
la creación espiritual que informaron estos diseños, así como las ideas prácticas y
técnicas que hallaron acogida en ellos repercutirán en múltiples beneficios por la vía de
la venta en grandes cantidades, como ocurre con otros tipos industrializados. Al mismo
tiempo, su valor real beneficiará por primera vez no sólo a algunos individuos aislados,
sino a mucha gente. Más aún, la venta masiva ofrece la posibilidad de vender el objeto
singular relativamente barato y, a pesar de ello, satisfacer al comprador con una
ejecución muy esmerada.
La idea rectora de la empresa será buscar el confort de las casas no en una sobrecargada
y falsa suntuosidad, sino sobre todo en una clara configuración espacial; luego también
en la composición y selección de materiales probados y técnicas fiables. Aquí debe
ofrecerse excelencia, incluso cumpliendo garantías de varios años, puesto que esta
sociedad confía en poder basar y conservar su renombre especialmente por esta vía.
Todos los tipos de casa (que varían en tamaño y distribución, al tiempo que son también
variables en sí, de acuerdo con el modo descrito, según los deseos individuales del
propietario), junto con todos los planos constructivos, detalles y listados de vigas y
maderas están disponibles, listos, pues, para una ejecución inmediata.
Mercado ilimitado
El conjunto de los planos que contienen los proyectos de casas y sus componentes está
protegido como propiedad intelectual de la sociedad. Además, un plagio no podría
ocasionar daños porque el bajo coste, la solidez y el renombre conceden una ventaja
difícil de superar.
Las distintas clases de tipos de casas
Para poder satisfacer las cambiantes demandas del público, la sociedad ha preparado
proyectos de casas aisladas de diversa clase y tamaño –desde la simple casa obrera
hasta la casa señorial unifamiliar–, que se proponen de acuerdo con las necesidades
existentes en cada caso. La preferencia por la casa unifamiliar aislada no merece mayor
explicación, puesto que el deseo de poseer una propiedad pertenece al sentir de todo
hombre. Cuán fuerte es el afán de poseer un terreno propio entre el común del pueblo
se demuestra, por ejemplo, en las colonias hortícolas de las grandes ciudades.
Casas obreras
La gran industria moderna ha reconocido hace tiempo la relevancia del problema de la
vivienda para la población obrera. Por medio de una enérgica intervención,
principalmente de empresas privadas, están surgiendo en todas partes –también en
Alemania– colonias obreras, cuyo número y desarrollo deberá experimentar, con toda
probabilidad, un enorme crecimiento en los próximos años. En la preparación de sus
proyectos, esta sociedad ha aprovechado las experiencias acumuladas durante décadas
en las casas obreras inglesas, americanas y alemanas; y en virtud de sus fundamentos
industriales, ha generado la posibilidad de construir diversos tipos de casas obreras,
sólidas y de buen gusto artístico, con un mínimo dispendio de dinero y tiempo. Las
ventajas que resultan de estos fundamentos industriales se expresan con especial
claridad en la construcción de estas casas obreras, puesto que en la mayoría de los casos
el cliente industrial o agrícola no construirá una sola casa, sino un bloque completo. Sin
más, ahora está claro que, cuanto más elevada sea la cifra de las casas construidas
simultáneamente –y con ello, en especial, la repetición en cada casa de los mismos
componentes–, cada vez más asequibles se vuelven los precios de construcción, que,
divididos entre muchas obras que se realizan a la vez –frente al objeto único–, se
reducen los costes de dirección de obra y demás gastos. Dado que el factor económico
del bajo coste desempeña naturalmente el papel principal en la construcción de tales
colonias obreras, ya sólo por este hecho nuestra sociedad aventajará a los hasta hoy
habituales modos constructivos individuales, dependientes de la artesanía.
Casas unifamiliares aisladas: clientes
El segundo grupo de proyectos lo integran las casas unifamiliares. Para los acaudalados
habitantes de las grandes ciudades –fabricantes, médicos, comerciantes, etcétera, cuyo
afán está dirigido a la posesión de una casa propia, y que pueden reunir un capital de
unos 25.000 a 50.000 marcos, o más, para una casa– no hay, salvo en Inglaterra, ninguna
posibilidad de conseguir por esta suma una casa propia que tenga una ejecución tan
sólida como la que ofrece el piso de alquiler de una gran urbe, con su correspondiente
espacio y confort. Estos clientes deben conformarse con un piso en un edificio de
viviendas, defectuoso en cuanto a la higiene y a la estética, que les ofrece el especulador
inmobiliario, o bien con casas particulares pequeñas y primitivas que carecen de la
espaciosidad de las viviendas de alquiler en la gran ciudad.
Confort de la distribución
Por medio del empleo repetido de los mismos planos y de la producción industrial de
numerosos componentes, esta sociedad está ahora en condiciones de complacer a este
amplio público y de construir para él –por un capital que corresponde al alquiler hasta
ahora desembolsado en el edificio de viviendas– una casa propia, sólida y elaborada
artísticamente, y que, conforme a las demandas, comprende entre seis y doce, o más,
habitaciones, todas las cuales ofrecen las comodidades del confort moderno de la gran
ciudad.
En cuanto al deseo de hacer casas suburbanas aisladas para el público al que le falta el
capital, o bien le resulta imposible, por cualquier motivo, alojarse de manera fija, esta
sociedad sale a su encuentro con una serie de proyectos de grandes residencias
pareadas e individuales de varios pisos, que albergan, mediante el pago de un alquiler,
dos o más arrendatarios. Se conjugan así las grandes ventajas de la casa aislada con las
del edificio de viviendas de la gran ciudad, sólo que justamente el alquiler sustituye a la
posesión individual. La atención se centra especialmente en hacer viable una separación
lo más completa posible de los inquilinos entre sí.
El propietario
Los destinatarios de estas casas no son pues sólo los inquilinos, sino también gente para
la cual una casa como ésta, en la periferia próxima de la ciudad, promete significar una
ventajosa inversión de capital. Y es que, gracias al principio que impulsa a esta Sociedad
–es decir, industrializar la construcción de casas–, estas casas resultan asequibles, de
modo que garantizan un alquiler moderado y tienen además las mencionadas ventajas
de una gran solidez y un equipamiento confortable.
Instalaciones centrales
Para los tipos más grandes de estas casas puede alcanzarse, llegado el caso y
dependiendo de las circunstancias locales, una simplificación del funcionamiento en
términos económicos por medio de la centralización.
Jardines
Ya que el jardín de una casa tiene siempre un efecto atrayente sobre el público urbano
que anhela la naturaleza, esta sociedad tiene la intención de hacerse cargo también del
acondicionamiento de un jardín correspondiente a cada una de sus casas. A
consecuencia de las diversas condiciones del terreno, existe una manifiesta
individualidad en cada caso, lo que excluye una repetición en serie conforme a un único
plano. Con todo, esta medida parece muy importante por motivos de orden
propagandístico. De cualquier manera, podrían establecerse también formas y
principios singulares de acuerdo con los cuales, llegado el caso, el arquitecto paisajista
de la sociedad, contratado especialmente para esto, podría elaborar un plano del jardín
apropiado para la casa y el terreno en cuestión.
III. Urbanización unitaria de determinados terrenos
Mediante la venta de estas casas individuales, la sociedad obtendría un beneficio
suficiente. Sería también deseable –tanto en el sentido de las exigencias del paisaje
urbano, como, por otra parte, para el incremento de los ingresos por beneficio neto–
disponer de terrenos más bien grandes y de una pieza, para parcelar y urbanizar de
manera unitaria (por cuenta ajena, desde un punto de vista unificado).
Casas suburbanas
En la urbanización de terrenos que están más allá del área municipal de la ciudad (para
cuya ubicación deberán ser decisivas las posibilidades de comunicación), se trataría de
la repetición múltiple de casas en serie, unifamiliares o plurifamiliares, aisladas o
adosadas de tipo semejante a las inglesas, pero con todas las ventajas de la solidez, del
gusto y del confort, cuyo cumplimiento ha asumido como tarea propia esta Sociedad.
De esta manera, se hará especial hincapié en el diseño artístico, la belleza y la intimidad
de los patios (algo que se ha perdido por completo en nuestra época, pero que aún
persiste en los países del sur) y asimismo en el diseño de las esquinas y el centro de los
edificios, como también, por último, en los jardines circundantes.
Casa de alquiler en la ciudad
El mismo principio de yuxtaposición de las casas unas con otras formando tramos
completos de calles también puede aplicarse al edifico urbano de viviendas de alquiler.
En los últimos tiempos, este caso ha pasado a constituir –en la planta y en el alzado con
la recurrente figura de sus miradores pareados– casi por sí mismo un tipo, aunque no
óptimo. Pero las formas idénticas se revisten con una subjetiva mezcolanza de estuco y
mala ornamentación, en lugar de sacar la consecuencia lógica y aspirar conscientemente
a una completa igualdad, algo que ha de traer enormes ventajas económicas. El precio
de semejantes casas adosadas, construidas en serie, por supuesto que ha de ser
significativamente más barato que el de una casa aislada, ya que los costes de
producción son considerablemente más bajos gracias a la construcción simultánea en un
mismo lugar y al suministro de los mismos materiales y componentes.
Centralización
Llegado el caso, para los tipos más grandes de estas casas de alquiler habría que volver
a pensar en una simplificación del funcionamiento en términos económicos mediante la
centralización.
El promotor
Variabilidad
En respuesta a consideraciones de índole tanto estética como práctica, al acometer la
construcción de nuevos bloques colindantes se partirá cada vez de nuevos tipos de casa.
Pero también cada tipo de planta individual permite innumerables combinaciones de
las partes entre sí, de manera que no ha de temerse la monotonía propia de las casas
adosadas, tal como se aprecia en los barrios periféricos ingleses.
Preparación de los terrenos
Ya antes de la construcción de las casas se habilita el terreno para el cultivo. También se
disponen los jardines y los cercados, y sólo se deja libre el solar para las casas. Por
medio de un cultivo temprano de árboles y una diestra agrupación, se procura un
conjunto lo más aislado posible de los jardines individuales respecto de los vecinos. Así,
aun antes de la construcción de las casas, el público se verá atraído por la belleza de los
jardines y de todo el conjunto unitario, y en igual medida crecerá la rentabilidad de los
terrenos.
LA VENTA
I. Principios comerciales
Lo anterior ha servido para describir la mercancía. Ahora bien, la venta está pensada de
la siguiente manera: para proteger desde el principio a una empresa frente a la
competencia, es importante formular rigurosos principios comerciales –reglamentarios
para la venta de las mercancías– y superar a las otras empresas competidoras en
ventajas para la clientela. Semejantes ventajas significativas se infieren
espontáneamente de la idea de la empresa en cuestión.
Bajo coste
Mediante la producción fabril en serie y el consumo a gran escala de las mercancías,
esta sociedad está en posición favorable para entregar su mercancía a un precio tan
barato, pese a realizar el trabajo más serio y al empleo de material de primera calidad.
La mercancía de la competencia, hecha a mano en ejemplares únicos, no consigue estar
a su altura ni en calidad ni en precio.
Precio fijo
Además, el mayor problema para los propietarios ha sido hasta ahora que no era
posible fijar exactamente y de una sola vez la suma estipulada para la construcción, ni
establecer por adelantado los honorarios para el proyecto. Es sabido que los
propietarios cuentan desde el principio con un incremento de al menos un 20 %
respecto del presupuesto, y que incluso este recargo tácitamente aceptado se rebasa con
mucha frecuencia. Por sí sola, esta precaria situación aleja a numerosos clientes de la
construcción de viviendas. Esta sociedad está ahora en condiciones de estipular
previamente, con absoluta seguridad, la suma total para la construcción de cada una de
sus casas. Esto es así porque la experiencia derivada de las edificaciones ya construidas
ofrece la garantía de que no se olvidará ninguna partida del presupuesto; y además,
porque el total de los componentes pueden remitirse desde el depósito a la obra a
precios fijos, y el precio del modelo singular de los componentes que elige el cliente
puede contabilizarse de inmediato en el impreso de presupuesto para el
correspondiente proyecto. Los precios fluctuantes de los fletes de las compañías
transportadoras, los salarios y las materias primas se insertan en las partidas del
presupuesto, conforme a los precios del día de la región correspondiente. La sociedad
garantiza de todas maneras que respetará el presupuesto.
Sin pérdida de tiempo ni intereses
La otra situación precaria, igualmente penosa, que es la pérdida de tiempo e intereses
surgida a causa de la elaboración de los planos, las contrataciones, etcétera, se evita
asimismo gracias a la constitución de la Sociedad. Puesto que existen todos los planos
de construcción y su aprobación municipal, y además todos los componentes pueden
entregarse de inmediato, en caso de un encargo, la sociedad está en condiciones de
cumplimentar los pedidos con mínimas fuerzas de trabajo y a una velocidad sin igual,
y, por tanto, de prevenir sobre todo la pérdida de tiempo y de intereses.
II. Organización
Estos fundamentos comerciales marcan la tendencia de la empresa, cuya organización
interna está pensada de la siguiente manera:
Dirección general
La dirección general de la empresa entera está en las manos de un directorio que se
compone de la dirección artística y de la dirección técnicocomercial.
Departamento artístico
La tarea del departamento artístico consiste en la preparación de todos los diseños de
los tipos y de sus partes, así como la realización de planes de urbanización y la
elaboración de proyectos para las zonas de jardines. Además, se determinan los
materiales de construcción y las construcciones técnicas.
Departamento técnicocomercial
Talleres: taller de diseño
Despacho comercial
Los planos acabados se entregan luego a la oficina central, que por su parte se ocupa de
la venta. En este despacho principal se encuentra también el lugar central para el
conjunto de la correspondencia y la contabilidad, así como la oficina de redacción
publicitaria.
Filiales de comercialización
Almacén de muestras
Además de un extenso catálogo y material de ilustración, en todos los despachos existe
un almacén de muestras para la exhibición de los correspondientes materiales y
componentes de construcción.
Propaganda
Asimismo, la organización interna del funcionamiento de los negocios está respaldada
por una publicidad bien meditada, de cuyas intervenciones efectivas depende, sobre
todo al comienzo mismo de la empresa, el número de encargos necesario para el éxito
pecuniario. Aquí también han de hallar su expresión característica los propósitos
artísticos de la sociedad.
Folletos
Se imprimen en grandes tiradas folletos de tenor artístico que contienen los diversos
tipos de casa, con buenas ilustraciones y las explicaciones correspondientes, así como
indicación de las ventajas que ofrecen al comprador.
Artículos y panfletos
En forma de panfletos especiales o artículos en importantes periódicos y órganos de
prensa –de la pluma de conocidos economistas y escritores–, se procura una primera
difusión escrita de la idea de la empresa entre el gran público.
Conferencias
Deben hacerse también conferencias públicas con diapositivas.
Exposiciones
Carteles
También se diseñan, en el propio taller de diseño y de modo artísticamente distinguido,
carteles que anuncian la exposición y que son capaces de transmitir de inmediato el
carácter de la empresa.
Como se ha dicho, la correcta gestión de la propaganda es muy importante para la
empresa. Ya que los gastos, en oposición a las demás empresas de construcción, apenas
se alteran con el aumento de las ventas, cada nuevo encargo que esté por encima de la
cobertura de los costes ha de considerarse casi como beneficio neto.
1913
Evolución de la arquitectura industrial moderna 8
El antiguo artesano reunía en una sola persona tres ámbitos de trabajo: los del técnico,
el comerciante y el artista. Mientras la colaboración del artista se consideró superflua, el
producto mecánico debió seguir siendo un sustituto de menor valor del producto
artesanal. Pero muy paulatinamente se van reconociendo en los círculos comerciales los
nuevos valores que el trabajo espiritual del artista aporta a la industria. Se intenta, pues,
garantizar de entrada, en un mejor conocimiento, la calidad artística del producto
mecánico e involucrar al artista ya en la invención de la forma que ha de reproducirse.
A partir de esto se forma una comunidad de trabajo entre el artista, el comerciante y el
técnico que, organizada conforme al espíritu de la época, quizá pueda hallarse en
condiciones de sustituir a la larga todos los factores del antiguo trabajo individual, que
se ha perdido. Y es que el artista posee la capacidad de insuflar alma al producto
muerto de la máquina; su fuerza creadora continúa viviendo en él como fermento vivo.
Su colaboración no es un lujo ni un añadido bienintencionado, sino que ha de devenir
un componente imprescindible en la obra total de la industria moderna. Aún se tiende a
subestimar el valor de la fuerza artística, cuya manifestación material no es reconocible
de inmediato por el fabricante, la mayoría de las veces inexperto en cuestiones estéticas.
No basta con contratar a delineantes de adornos, que a cambio de un reducido salario
deben producir ‘arte’ durante siete u ocho horas diarias, para plasmar sus diseños más
o menos insulsos en miles de ejemplares y diseminarlos a lo largo y ancho del mundo.
No se obtienen tan fácilmente diseños de madurez artística. Así como la invención
técnica y la dirección comercial reclaman cabezas independientes, la invención de
nuevas formas de expresión dotadas de alma demanda la fuerza del artista, la
personalidad artística. Justamente las ideas más geniales son lo suficientemente buenas
y valiosas como para beneficiar, por medio de la reproducción industrial, no sólo al
individuo aislado, sino al gran público. Se ha revelado ya en la práctica que es corto de
miras que el fabricante crea poder ahorrar en los gastos destinados al artista. Las
grandes empresas líderes han demostrado –y esto es decisivo– que a la larga rinde sus
frutos si, además de la perfección técnica y de la conveniencia del precio, velan también
por el valor artístico de sus productos y propagan con ellos el gusto y el decoro entre la
multitud; cosechan con ello no sólo prestigio al fomentar la cultura, sino ganancia
pecuniaria, lo que en la vida comercial es casi siempre sinónimo.
Pero tan pronto como un fabricante industrial haya reconocido las ventajas que puede
aportarle la prestación del artista en un correcto aprovechamiento, tomará en
consideración, por consiguiente, esta experiencia para todo el ámbito de su actividad
profesional y querrá transmitirla desde el producto –que constituye de por sí el núcleo
del interés de su profesión– también al lugar del trabajo. Antes, la fábrica significaba
sólo un mal necesario. Uno se conformaba con edificios de una desconsolada sordidez.
Con el creciente estado de prosperidad fueron aumentando las pretensiones. Primero se
ocuparon de una mejor iluminación, calefacción y ventilación; aquí y allá se llamó
también, más adelante, a un maestro de obras que, equivocadamente en la mayoría de
los casos, cubrió las formas desnudas del edificio funcional con adornos impropios
añadidos a posteriori. Lamentablemente, este proceder sigue siendo popular hoy en día.
Los puntos de conflicto no resueltos se disimulan al exterior y el carácter del edificio
queda velado con una máscara sentimental, tomada en préstamo de estilos pretéritos,
que no tiene nada en común con la esencia austera de una fábrica. La dignidad de la
empresa padece bajo semejante mascarada. Tampoco ha de hallarse una solución para
las dificultades por medio de este truco barato. En lugar de la formulación exterior, es
necesaria una comprensión intrínseca del nuevo problema arquitectónico: el espíritu en
lugar de la fórmula, una meditación artística desde el principio acerca de la forma
fundamental y no un adornar a posteriori. El artista debe ser consultado justamente
desde la primera concepción de la obra. Sólo entonces es capaz de plasmar de manera
comprensiva las instrucciones del cliente relativas a la organización, de hacer inteligible
el sentido del proceso de fabricación y de expresar dignamente el valor intrínseco de la
disposición y del método de trabajo. El punto clave de su trabajo espiritual consiste en
la diestra distribución de la planta, en las proporciones de las masas constructivas y no
–como algunos todavía piensan– en el añadido de accesorios ornamentales. La
concisión de nuestra vida técnica y económica, el aprovechamiento del material, de los
recursos pecuniarios, de la mano de obra y del tiempo ya no se corresponden con
cualquier forma estilística prestada del Rococó o del Renacimiento; pues utilizada sin
sentido, la forma, en sí quizá noble, deviene una expresión sentimental. Los nuevos
tiempos demandan un sentido propio. La forma acuñada con exactitud y libre de toda
arbitrariedad, los contrastes claros, el orden de los miembros, la alineación de partes
iguales y la unidad de forma y color devendrán, en correspondencia con la energía y la
economía de nuestra vida pública, el repertorio del arquitecto moderno.
Esto son sólo indicaciones. Una vez en manos de un arquitecto de talento, se unificarán
en una totalidad arquitectónica de fuerza artística. El carácter completamente nuevo de
los edificios industriales debe estimular justamente la fantasía viva del artista, puesto
que ninguna forma tradicional le inhibe. Pero cuanto más independientemente pueda
desplegarse la originalidad del lenguaje formal, tanta mayor fuerza propagandística
poseerá el edificio para su empresa y más apoyará los objetivos publicitarios del
empresario. Un ropaje respetable permite deducir el carácter de la empresa entera.
Seguramente, la atención del público quedará cautivada de manera más intensa por la
belleza artística del edificio fabril, por la pregnancia de su original silueta, que por los
carteles de propaganda y los letreros de la empresa, que en importuno amontonamiento
sólo han de embotar aún más el ojo aburrido. Por el contrario, la fuerza viva de la idea
artística jamás pierde su efectividad.
Una fábrica surgida de esta manera –del trabajo conjunto del cliente, el arquitecto y el
constructor– poseerá ventajas que deberán trasladarse al organismo de la empresa en su
conjunto. Una disposición interior clara –que además resulte inteligible de manera
sinóptica hacia el exterior– puede facilitar mucho el proceso de fabricación. Pero
tampoco es indiferente desde el punto de vista social el hecho de que el trabajador fabril
moderno realice su trabajo en cuarteles industriales feos y yermos, o en espacios con
buenas proporciones. Ese obrero trabajará más alegremente en la creación conjunta de
grandes valores comunes cuando su lugar de trabajo, configurado por el artista,
responda al sentimiento de belleza innato en cada uno y actúe vivificando la monotonía
del trabajo mecánico. Así, con una satisfacción creciente, irán en aumento el espíritu del
trabajo y el rendimiento productivo de la empresa.
En algunos casos aislados, desde hace poco encontramos empresarios que con generosa
previsión recurren desde el principio al arquitecto con formación artística, también para
la construcción de sus edificios industriales. Y ahora parece que de su amplitud de
miras surgen valores de inconfundible trascendencia para aquellas empresas
industriales que toman la delantera. Su prestigio crece velozmente tan pronto como los
círculos de los ilustrados – por completo ajenos a la vida comercial– toman conciencia
de su actividad, que persigue también fines ideales, más allá de la satisfacción material
de la multitud. El primer y mayor paso en esta dirección lo dio la Allgemeine
ElektricitätsGesellschaft (Aeg, ‘Compañía general de Electricidad’), de Berlín, cuando
llamó a Peter Behrens como asesor artístico para todo el ámbito de su actividad
industrial. Gracias a esta feliz conjunción de una organización de altos vuelos y una
gran capacidad artística, en media década se crearon obras que hasta el momento son
quizá los testimonios más contundentes y puros de un nuevo pensamiento
arquitectónico europeo. Estas obras dan cuenta de la capacidad de transmutación de
valores y de la reconfiguración de pensamientos, distintos o totalmente nuevos,
relativos a la vida de nuestra época. Con los medios sencillos de la tectónica elemental
surgieron edificios de auténtico gesto clásico, que dominan soberanamente su entorno.
Con ellos la Aeg erigió para sí misma monumentos dotados de fuerza y nobleza, ante
los cuales ya nadie pasa de largo impasible. Su hacer fue ejemplar para toda la industria
y los sucesores no se hicieron esperar. Con un creciente interés, cada vez es más
frecuente que el arquitecto adecuado se encuentre con su cliente industrial. Los nuevos
edificios fabriles –por nombrar sólo algunos ejemplos: la fábrica de café Kaffee
HandelsA.G., en Bremen (obra de H. Wagner); la fábrica de linóleo Anker, en
Delmenhorst (obra de Stoffregen); la fábrica química en Luban, Posen (obra de Hans
Poelzig) y algunos otros– permiten reconocer un sentir arquitectónico unitario, que por
fin inventa el traje natural para las ágiles formas de vida de la época y deshecha
severamente, como débiles falsedades, los restos románticos de las formas
arquitectónicas.
En comparación con el resto de los países de Europa, Alemania parece llevar ventaja en
el campo de la construcción artística de fábricas. Pero en la tierra madre de la industria,
en América, se han erigido grandes edificios cuya desconocida majestuosidad supera a
las mejores construcciones alemanas de esta clase. Los silos de cereales de Canadá y
Suramérica, los silos de carbón de las grandes líneas de ferrocarril y las más modernas
naves industriales de los trusts norteamericanos resisten casi la comparación con los
edificios del antiguo Egipto en cuanto a su impacto monumental. Estas construcciones
poseen una figura de tal determinación que al observador le resulta
inconfundiblemente comprensible, con toda intensidad, el sentido de la carcasa. La
naturalidad de estos edificios no se debe, pues, a la superioridad material de sus
grandes dimensiones; con seguridad no ha de buscarse en esto el fundamento de su
efecto monumental. Antes bien, parece haberse conservado entre sus constructores un
sentido natural para la gran forma: concisa, autónoma, sana y pura. Pero en esto hay un
valioso mensaje para nosotros: el de perder para siempre el respeto a los anhelos
históricos y las demás objeciones de tipo intelectual que enturbian nuestro moderno
hacer artístico europeo y obstaculizan el candor del arte.
1914
Al arte de las pasadas décadas le faltaba un foco moral y, por tanto, la condición vital
para un desarrollo fecundo. En aquella época de preparación exclusivamente material,
no había ningún ideal espiritual de validez lo suficientemente general como para que el
artista creador pudiese obtener, más allá de nociones egocéntricas, un presupuesto
ampliamente comprensible. En todos los campos de la vida espiritual las opiniones
estaban divididas, y el arte –que siempre quiere representar los fenómenos espirituales
de su época– era el fiel reflejo de esta intrínseca dispersión. El problema fundamental de
la forma devino un concepto desconocido. El craso materialismo encontró su plena
correspondencia en la sobrevaloración de la finalidad práctica y del material en la obra
de arte. Por la cáscara se olvidaba el núcleo. Aunque también hoy prevalezca aún una
concepción material de la vida, son innegables los inicios de una fuerte y unitaria
voluntad de cultura. En la medida en que las ideas de la época trascienden la
materialidad, empieza a resurgir también en el arte el anhelo de una forma unitaria, de
un estilo. Los hombres vuelven a comprender que la voluntad formal constituye
siempre el elemento determinante del valor en la obra de arte. Mientras los conceptos
espirituales de la época sean todavía inciertos y oscilantes, carentes de un firme objetivo
unitario, al arte también le faltará la posibilidad de desarrollar un estilo, es decir, de
integrar la voluntad creadora [Gestaltungswille] de muchos en una sola idea. En nuestros
días, tales ideas comunes de relevancia mundial comienzan lentamente a liberarse del
caos de las nociones individualistas. En las inmensas tareas de nuestra época,
consistentes en solucionar la organización de la totalidad de las comunicaciones –el
completo trabajo material y espiritual de los hombres–, se encarna una formidable
voluntad social. La solución de esta tarea mundial constituye cada vez más el centro
ético del presente y de este modo el arte vuelve a tener una materia espiritual para la
representación simbólica en sus obras.
Si ahora la voluntad creadora comienza a actuar precisamente donde las ideas de esta
época se condensan en conceptos comúnmente comprensibles, es lógico que el arte
moderno se dedique preferentemente a aquellas tareas que, dada su propia esencia,
están estrechamente conectadas con esas ideas y que se plantean a partir de sus
demandas más modernas. Los primeros rastros evidentes de un florecimiento suelen
manifestarse en las obras de arquitectura. Y es que el arte del arquitecto tiende
igualmente un puente hacia la vida práctica; debe acometer sus demandas espirituales y
materiales antes de poder transmutarlas en forma rítmica. Pero el fundamento de
nuestra época lo determinan el comercio, la técnica y las comunicaciones. De ahí que las
modernas tareas de construir estaciones de tren, fábricas y vehículos cautiven al
verdadero creador de formas –el que no es un mero decorador– con mayor intensidad
que los problemas arquitectónicos tradicionales, ya que justamente en el núcleo de estas
nuevas tareas su fantasía puede desplegarse de un modo más autónomo. Precisamente
se trata de crear para estos edificios del presente –que han de servir a las
comunicaciones, a la industria y al comercio– formas de expresión definitivas (tipos
formales) a partir de las nuevas premisas técnicas y espaciales. Por un lado, la técnica,
con sus modernos materiales e ideas constructivas, permite un dominio cada vez más
audaz de las leyes de la estática; y por otra parte, el moderno problema de la circulación
constituye un factor completamente nuevo, que determina esencialmente la forma del
organismo espacial. La más precisa solicitación de los materiales, el más ajustado
aprovechamiento del espacio y el tiempo han pasado a convertirse en premisas
fundamentales para la creación formal por parte del arquitecto moderno; si éste se
percata de su necesidad, se tornan para él una experiencia interior, llevándole no sólo a
buscar por doquier su sentido, sino a impregnar con él sus formas, con un énfasis
poético que hará patente para cualquier observador la idea fundamental del conjunto.
El efecto estético de una forma artística se fundamenta precisamente en esta fuerza de
conformación estilística por medio de la capacidad representativa, y no –como ha de
reiterarse– en la belleza natural de lo material. En el juicio estético de las nuevas
manifestaciones formales que han surgido bajo la influencia de las comunicaciones y de
la industria se ha pretendido suscitar la fe en un estilo de la utilidad y de los materiales.
Pero las leyes de los materiales y de la construcción no deben mezclarse con las del arte.
Si bien la coincidencia de la forma técnica con la forma artística, de la estabilidad calculada
con la representada, constituyen la última perfección de cada obra arquitectónica –así
como cada pensamiento y creación del hombre aspiran a confluir nuevamente en un
último objetivo final–, únicamente un enorme acto de voluntad puede llevarlas a una
congruencia armónica. El cálculo mental aritmético de la estabilidad de un material se
distingue fundamentalmente de la armonía geométrica de los componentes, que se
experimenta instintivamente; la forma constructiva, separada de la forma artística. Al
comparar diversos materiales de distinta estabilidad en cuanto a sus funciones técnicas
y estéticas, se aprecia que el cumplimiento de las exigencias del cálculo no implica
simultáneamente el de las exigencias estéticas. Una viga ancha de madera, soportada
por dos barras delgadas de hierro, satisface las exigencias de la estática, pero el ojo
estéticamente sensible se ofende por la desproporción de los miembros portantes y
soportados, puesto que la propiedad estable del material es invisible, mientras que la
proporción armónica puede aprehenderse sólo en la apreciación sensible de una imagen
óptica plana. Una solución a este dilema únicamente es concebible mediante una
conciliación, un equilibrio entre el cálculo del ingeniero y la forma arquitectónica, un –ir
de la mano– del conocimiento analítico y de la configuración sintética. Entre las
innumerables posibilidades hay que encontrar la que satisfaga en igual medida el
sentimiento del artista y el saber del técnico. Solamente de esta unión surge la forma
orgánica.
El objetivo de la arquitectura seguirá siendo siempre la formación de cuerpos y
espacios. Esto no lo cambiarán técnica ni teoría alguna. La corporeidad puede
alcanzarse con cualquier tipo de elemento material y el genio artístico encuentra los
medios y las vías para despertar también con materiales insustanciales, como el vidrio y
el hierro, la sensación de recogimiento espacial y de impenetrabilidad corpórea. Es
innegable que este impulso creador empieza a actuar en nuestros días con frescura
original justamente en el desarrollo de formas industriales. En la construcción de
puentes y buques de hierro, de vehículos y máquinas, se persigue nuevamente con
todos los medios la forma compacta. La preferencia por vigas metálicas de superficie
continua en las construcciones de hierro – en lugar de las antiguas armaduras en
celosía–, la alargada forma de torpedo de los automóviles y la envolvente de las
máquinas modernas demuestran ostensiblemente cuán importante ha comenzado a ser
la cuestión de la forma en la actividad industrial. Todos los detalles insignificantes se
subordinan a una forma representativa, grande y sencilla, que en cuanto haya
encontrado su configuración definitiva conducirá inexorablemente a la expresión
simbólica del sentido intrínseco de las edificaciones modernas. Los mejores ejemplos
modernos –como los que se han recogidos en este libro– llevan ya, en sus
planteamientos arquitectónicos, el inconfundible sello de su misión vital. El tema del
movimiento –el motivo decisivo de nuestra época– se muestra en múltiples formas al
ojo observador. Así como las construcciones ligadas a las comunicaciones expresan su
deber de acoger y ordenar la circulación en una carcasa articulada rítmicamente y
fácilmente abarcable con la vista –de modo que no deje ninguna duda sobre su
finalidad–, los medios de transporte terrestres, acuáticos y aéreos (el automóvil y el
ferrocarril, el paquebote y el velero, el dirigible y el avión) se han transformado
literalmente en símbolos de la velocidad. Su clara manifestación formal, que se capta
con una sola mirada, impide vislumbrar la complicación del organismo técnico. La
forma técnica y la forma artística se han fundido en una unidad orgánica.
Así pues, a partir de estas obras de la industria y de la técnica deberá iniciarse una
nueva evolución de la forma. Pero a medida que las corrientes espirituales de la época
vayan ensanchando su propio lecho –arrastrando todo obstáculo en su cauce natural–,
también la expresión en imágenes de las manifestaciones de nuestra vida común deberá
ganar en unidad. De tal modo se habría encontrado la vía hacia un nuevo estilo que
finalmente llegaría hasta las últimas ramificaciones de la creación artística humana.
Pero sólo si los hombres participasen de nuevo de la gran dicha de una nueva fe,
también el arte podría volver a cumplir nuevamente su objetivo supremo e inventar,
tras las formas ásperas de los inicios, la alegre forma decorativa en que se expresa el
refinamiento interior.
1919
¿Qué es arquitectura? 10
¿Qué es arquitectura? ¡Pues la expresión cristalina de los pensamientos más nobles del
hombre, su fervor, su humanidad, su fe, su religión! ¡Eso fue antaño! ¿Pero quién entre
los que vivimos en nuestro tiempo, maldito a causa de las finalidades prácticas,
comprende aún su esencia omnímoda y espiritualizadora? ¡Y atravesamos nuestras
calles y ciudades y no gemimos de vergüenza ante tales desiertos de fealdad! Seamos,
en cualquier caso, conscientes: estas imitaciones grises, vacías e insulsas en las que
vivimos y trabajamos aparecerán más tarde ante el mundo como vergonzante
testimonio del desmoronamiento intelectual de nuestra generación, que ha olvidado el
único gran arte: edificar. No nos envanezcamos, en nuestro engreimiento europeo, de
que los miserables actos arquitectónicos de nuestra época puedan modificar este cuadro
desolador. Todas nuestras obras son sólo fragmentos, creaciones nacidas de la finalidad
práctica y la necesidad que no calman el anhelo de un mundo de la belleza radicalmente
nuevo, de un renacimiento de aquella unidad espiritual que se manifestó en las
maravillosas realizaciones de las catedrales góticas. Ya no sentimos esa unidad. Pero
aún nos queda un consuelo: la idea, la elaboración de un pensamiento arquitectónico
candente, audaz y avanzado que colmará una época más afortunada, ciertamente por
venir. ¡Artistas, derribemos de una vez los muros que alzó entre las ‘artes’ nuestra
deformadora cultura escolar, para volver a ser todos constructores! Anhelemos,
concibamos, creemos conjuntamente el nuevo pensamiento arquitectónico. Pintores y
escultores, derribad las barreras que os separan de la arquitectura y construid con
nosotros, luchad con nosotros para conseguir el objetivo final del arte: la concepción
creadora de la catedral del futuro, que volverá a abarcarlo todo en una sola entidad:
arquitectura, escultura y pintura.
Pero las ideas mueren al transigir en compromisos. Por ello debemos establecer una
clara separación entre el sueño y la realidad, entre anhelos cósmicos y trabajo cotidiano.
¡Arquitectos, escultores, pintores, debemos todos volver al artesanado! Pues no existe
un ‘arte como profesión. Los artistas son artesanos en el sentido más primigenio de la
palabra y sólo en raros momentos de estado de gracia, ajenos a su propia voluntad,
puede florecer el arte inconscientemente en la obra salida de sus manos. Pintores y
escultores, retornad también al artesanado, destruid los marcos del arte de salón que
encierran vuestros cuadros, entrad en los edificios, bendecidlos con quimeras
cromáticas, cincelad ideas sobre los muros desnudos y construid en la fantasía,
despreocupados de los problemas técnicos. La gracia de la fantasía es más importante
que toda la técnica, que siempre cede a la voluntad creadora [Gestaltungswille] de los
hombres. En efecto, hoy aún no hay arquitectos. Somos sólo anticipadores de aquéllos
que un día volverán a merecer el nombre de arquitectos, pues ‘arquitecto’ significa
‘Señor del Arte, que convertirá desiertos en jardines y erigirá maravillas que llegarán al
cielo’.
1919
El objetivo de la Logia de Constructores 11
Una gran arquitectura omnímoda sólo es posible si su época ha alcanzado previamente
la unidad espiritual; además, requiere una estrecha relación con su entorno [Umwelt] y
con el hombre vivo. Se ha de configurar armónicamente al hombre antes de que el artista
le pueda elaborar un bello atuendo. Una vez que las ideas y las formas de vida de la
casta intelectual se han fundido hasta componer una unidad reconocible, pasan a
constituir la base espiritual para el artista creador. El espíritu clarividente de éste
selecciona de entre todos los fenómenos espirituales aquéllos más recurrentes y los
configura rítmicamente. El artista creador necesita un dogma comprensible para todos,
con el cual dirigirse a todos; cuando se ve obligado a extraer exclusivamente de su
propio Yo aislado el bagaje metafísico que requiere su vocabulario artístico, queda
abocado a un retraimiento solitario y, en suma, no obtiene resonancia.
Únicamente mediante una estrecha colaboración y compenetración del conjunto de las
diversas ramas del arte se puede alcanzar una orquestación polifónica, la única
merecedora de ser calificada como arte. Ars una, species mille. Al arquitecto le ha
correspondido de siempre el papel de director en esta orquesta. Arquitecto ( ἀρχιτέκτων),
es decir, señor del arte. Sólo él mismo puede elevarse a esta condición de señor del arte,
su primer servidor, guardián sobrehumano y organizador del conjunto de su vida
integral. El arquitecto de antaño no era ya el hombre creativo universal y el poderoso
maestro en el conjunto de las disciplinas artísticas, como lo había sido su antecesor
medieval; dejó de estar asentado en el presente. Edificar pasó de arte de la creación
omnímoda a mera carrera universitaria. El arquitecto perdió el vínculo natural con sus
Hermanos, los pintores y los escultores, y en consecuencia también su distinguido cargo
de Venerable Maestro en la casa del arte.
En el estado popular [Volksstaat] habrá de restablecerse el reconocimiento público de
alto cargo del arquitecto. Él mismo lo forzará mediante aquella elevada humanidad que
está por encima de las contingencias cotidianas, así como gracias a su ferviente interés
por la obra común. En cuanto el espíritu del arquitecto se ocupe de los problemas de
pintores y escultores tan apasionadamente como de los propios de la arquitectura,
también las pinturas y las esculturas se impregnarán nuevamente de espíritu
arquitectónico. Hay que redimir a las ‘artes’ de su ensimismamiento autocomplaciente
para convertirlas de nuevo en irrenunciables elementos constitutivos de la gran
arquitectura. Del mismo modo que las catedrales góticas surgieron del contacto
personal entre artistas de diferente grado en los talleres de constructores medievales, el
artista de la nueva era debe prepararnos para la futura catedral de la libertad en nuevas
comunidades de vida y de trabajo. ¡Fundemos tales comunidades!
¿Por qué medios pueden los artistas trabajar en favor de una unificación? Mediante la
asociación de artistas afines sobre una base amistosa; mediante una comunidad franca
no sólo en el sentido artístico, sino también en el humano; mediante la ayuda recíproca en
todos los aspectos; mediante una abierta y mutua sinceridad en relación con las
condiciones de vida interiores y exteriores, así como mediante la discreción. La cohesión
inquebrantable depende del grado de confianza que se establece entre las personas.
Pero la confianza se gana gracias a la discreción. Sólo quien sabe callar es apto como
compañero en el trabajo y en la vida, y sólo él es capaz de proteger a la comunidad
frente a intrusos indeseados. Pero para cuidarnos de estos últimos necesitamos
símbolos. Pretendemos desarrollar en el centro de nuestro gremio un rito alegre y
natural que arroje un brillo festivo sobre nuestro círculo. Somos artistas plásticos,
creadores al servicio de la mirada, luchamos en pos de la manifestación tangible de
nuestras ideas. Intentaremos volver a erigir alegorías de nuestra vida productiva, pero
no con esqueletos, calaveras o crucifijos –ese eterno sufrimiento de la Iglesia Católica–,
sino con signos resplandecientes, dorados y multicolores de una jovial alegría de vivir.
El hombre alcanza su máxima humanidad en el juego, donde se encuentra con los
demás. Hagamos que nuestro objetivo consista en revelar el carácter lúdico de una
actividad seria. Cada uno de nosotros debe contribuir con profunda intensidad y
confianza a la tarea emprendida. Debemos tener fe en esta obra, de modo que nuestra
voluntad común añada un bloque extrañamente labrado al edificio de la nueva época.
Cuidémonos de cualquier efecto dirigido al exterior. Busquemos tan sólo una fuerte
cohesión espiritual interior. Es así como con el tiempo nuestra obra irradiará por sí sola
hacia fuera. Sólo desde el retraimiento sereno podremos detener el efecto desintegrador
de la gran ciudad para generar aquella comunidad concentrada y la fértil esfera de
continua estimulación espiritual que todos anhelamos. [Hagamos que nuestro gremio
sea una protesta contra la burguesa obstinación del corazón, contra su sentimentalismo
y la falsedad de su vida. Y sobre todo, procuremos nosotros mismos cuidarnos
recíprocamente de vivir en la apatía.]
El trabajo de nuestro gremio abarcará todo el ámbito del gran arte. Aspiramos a
convertirnos en un centro de la vida artística moderna. Queremos dedicar
conjuntamente toda nuestra fuerza como seres humanos y como artistas a la
preparación del gran edificio del futuro, que algún día llegará. Por supuesto que para
ello no bastan sólo las conversaciones sobre estética. Cada uno de nosotros deberá
contribuir con sus conocimientos mediante conferencias preparatorias, así como
poniendo sobre la mesa sus nuevas experiencias e invenciones. Leeremos
conjuntamente libros antiguos y nuevos, de contenido filosófico y técnico, sobre todas
aquellas cuestiones que nos orienten hacia el objetivo único: sobre geometría, astrología,
los sistemas y el saber secreto del taller de constructores (Vitruvio, [Sebastiano] Serlio,
[Charles] D’Aviler, [JacquesFrançois] Blondel, y los más recientes [Hendrik Petrus]
Berlage, [Mathieu] Lauweriks, [Georg] Dehio), pero también los problemas de pintores
y escultores. Tampoco dejaremos de lado la poesía y la música. Presentaremos y
comentaremos los propios trabajos en el seno de nuestro círculo. Pero sobre todo,
acometeremos tareas definidas por nosotros mismos, que trasciendan la utilidad de la
vida cotidiana. Las primeras serían:
1. Diseño de un rito para nuestras reuniones nocturnas.
2. Diseño de las vestimentas de culto que llevaremos.
3. Diseño de objetos alegóricos, como candelabros y utensilios de arquitecto,
entre otros.
4. Diseño de un edificio como sede del Círculo de Constructores [Haus der
Baurunde]
Cada uno de nosotros debería dedicarse de inmediato a estos diseños y perfeccionarlos
paulatinamente hasta que dispongamos de los medios para realizar la propuesta más
madura en su condición de símbolo visible de nuestra comunidad espiritual, lo cual
será sometido a votación entre nosotros. Todos aquellos a quienes queramos acoger en
nuestro seno –también pintores, escultores, músicos y poetas–, participarán en esta casa
de culto con obras concebidas expresamente para esta obra. Puede leerse en el Wilhelm
Meister: «Los artistas plásticos deben morar como los reyes y los dioses, ¿cómo si no
iban a decorar y edificar para reyes y dioses? Después de todo, deben elevarse sobre la
comunidad de modo que la totalidad del pueblo se sienta ennoblecido por sus obras.»
Imagino esta casa de culto de la siguiente manera: toda la planta y el alzado surgen
completamente a partir del círculo como símbolo de la unidad, la eternidad, la
perfección; una gran sala central de planta heptagonal, con una cúpula de vidrio azul
oscuro; sobre ésta, estrellas doradas y un enorme sol dorado en el cénit de la bóveda; de
noche, la cúpula resplandece hacia el interior gracias a unos focos ocultos; pavimento
color sangre; los muros bajos son de madera dorada, cubierta de signos multicolores
(pentagramas, triángulos, círculos, imágenes de animales y alegorías) de pequeño
formato y versos bellamente escritos en letras negras; figuras alegóricas de tamaño
natural soportan los siete nervios de la bóveda: el amor, la belleza, la fe, la esperanza, la
fuerza y la sabiduría; no hay ventanas, la única luz natural penetra desde lo alto través
de la cúpula de vidrio; un órgano montado en una de las paredes; frente a él, junto a un
pilar, una mesa en forma de altar sobre la cual se colocan un candelabro de siete brazos
y otros utensilios simbólicos. El centro lo ocupan una gran mesa circular de madera
dorada y veinte asientos de cuero negro. Dos pequeñas antesalas de planta cuadrada
sirven de acceso. Las paredes y los techos están cubiertos de pinturas abstractas con
figuras geométricas y rítmicas en colores chillones.
1919
Manifiesto y programa de la Bauhaus Estatal de Weimar 12
¡El fin último de toda actividad artística es el edificio! Adornarlo fue en el pasado la tarea
más ilustre de las artes visuales, que eran integrantes indisolubles de la gran
arquitectura. En la actualidad, estas artes se encuentran en un estado de aislamiento
autocomplaciente, del que solamente quedarán redimidas mediante una colaboración
consciente de todos los que actúan en este campo. Arquitectos, pintores y escultores han
de aprender nuevamente a conocer y a comprender la compleja articulación del edificio,
en su totalidad y en sus partes, con lo cual podrán volver a conferir a sus obras aquel
espíritu arquitectónico que han perdido con el arte de salón.
Las antiguas escuelas de arte no fueron capaces de alcanzar esta unidad; ¿¡cómo
podrían haberlo hecho, si el arte no se puede enseñar!? Esas escuelas deben volver a
fundirse con el taller. Este mundo de delineantes de adornos y de decoradores –que
solamente son capaces de dibujar y de pintar– ha de volver a ser por fin un mundo de
gente que construye. Cuando el joven que siente dentro de sí el amor por las
actividades artísticas inicia su carrera, como antaño, aprendiendo un oficio artesano,
entonces el ‘artista’ improductivo ya no se verá condenado en el futuro a practicar un
arte imperfecto, porque sus habilidades pueden aprovecharse en el campo del
artesanado, en el que podrá realizar unas obras excelentes.
¡Arquitectos, escultores, pintores, todos debemos volver al artesanado! Pues no existe un ‘arte
como profesión’. No existe ninguna diferencia esencial entre el artista y el artesano. El
artista es una potenciación del artesano. La gracia del cielo –en los raros momentos de
iluminación que trascienden la voluntad del artista– hace que el arte florezca
inconscientemente en la obra salida de sus manos. Pero lo que es esencial para todo artista
es la base artesanal. Ahí está la fuente originaria de la configuración creativa.
¡Así pues, constituyamos un nuevo gremio de artesanos, pero sin la presunción divisora
de clases, que quiso erigir un muro arrogante entre artesanos y artistas! Anhelemos,
concibamos, creemos conjuntamente la nueva arquitectura del futuro, en la que todo
estará en una entidad: arquitectura y escultura y pintura, que millares de manos de
artesanos elevarán hacia el cielo como símbolo cristalino de una nueva fe que está
surgiendo.
Programa de la Bauhaus Estatal de Weimar
La Bauhaus Estatal de Weimar ha surgido por la unificación del antiguo Instituto Superior de
Bellas Artes del Gran Ducado de Sajonia y la antigua Escuela de Artes Aplicadas del Gran
Ducado de Sajonia, con la agregación de una sección de arquitectura.
Objetivos de la Bauhaus
La Bauhaus tiene como objetivo la reunión de todo el quehacer artístico y la reunificación
de todas las disciplinas del taller artístico (escultura, pintura, artes aplicadas y artesanía) en
una nueva arquitectura, de modo que sean elementos indisociables. El fin último,
aunque remoto, de la Bauhaus es la obra de arte unitaria (el gran edificio), en la que no hay
límite entre arte monumental y decorativo.
La Bauhaus preparará a arquitectos, pintores y escultores de todos los grados y según
sus respectivas capacidades para que lleguen a ser artesanos competentes o creadores
artísticos independientes, y establecerá una comunidad de trabajo de artistas artesanos
líderes y aún en formación, quienes sabrán configurar edificios en su totalidad
(estructura, cerramientos y tabiquería, ornamentación y equipamiento), unitariamente y
a partir de un espíritu del mismo tenor.
Máximas de la Bauhaus
El arte se origina por encima de todos los métodos. En sí mismo no se puede enseñar, a
menos que lo sea por medio del ejemplo; en cambio, sí es posible enseñar la artesanía.
Arquitectos, pintores y escultores son artesanos en el sentido primordial de la palabra.
Por ello, como fundamento irrenunciable para todo quehacer artístico, se exigirá a todos
los estudiantes una sólida preparación artesana que podrán adquirir en talleres y en lugares
de experimentación y de trabajo. Los talleres propios de la Bauhaus se irán
construyendo gradualmente; por el momento, se empezará por suscribir contratos de
aprendiz con talleres externos.
La escuela está al servicio del taller, y un día la primera se fundirá con el segundo. Por
ello, en la Bauhaus no habrá profesores y alumnos, sino maestros, oficiales y aprendices.
El tipo de enseñanza deriva de la naturaleza misma del taller:
Diseño orgánico desarrollado a partir de la capacidad artesana. Renuncia a toda
rigidez; preferencia por lo creativo; libertad individual, pero estudio riguroso.
Pruebas gremiales para maestros y oficiales, ante el consejo de maestros de la
Bauhaus, o ante maestros externos.
Cooperación de los estudiantes en los trabajos de los maestros. Aceptación de
encargos, también para los estudiantes.
Elaboración en común de proyectos utópicos de edificios, extensos y ambiciosos
en su finalidad: casas del pueblo y templos, orientados hacia el futuro. Cooperación de
todos los maestros y estudiantes (arquitectos, pintores y escultores) en los proyectos,
con el objetivo de alcanzar una gradual armonía de todos los miembros y partes que
constituyen el edificio.
Establecimiento de relaciones amistosas entre maestros y estudiantes fuera del
trabajo: teatro, conferencias, poesía, música y bailes de disfraces. Creación, en estas
reuniones, de un ceremonial festivo.
Extensión de la enseñanza
La enseñanza en la Bauhaus comprende todas las disciplinas prácticas y científicas de la
creación artística.
a. Arquitectura
b. Pintura
c. Escultura
… que incluyen todos los campos artesanales auxiliares.
Los estudiantes serán formados tanto en el campo del artesanado (1) como en el del
dibujo y la pintura (2), así como en el teóricocientífico (3).
1. La formación artesanal –ya sea en talleres propios que se irán integrando
gradualmente, o bien en talleres externos mediante contratos de aprendizaje– se
extiende a:
a. escultores, canteros, estucadores, tallistas, ceramistas y escultores en yeso;
b. herreros, cerrajeros, fundidores y torneadores;
c. carpinteros;
d. pintores decoradores, pintores sobre vidrio, mosaiquistas y esmaltadores;
e. grabadores, xilógrafos, litógrafos, impresores artísticos y cinceladores;
f. tejedores.
La formación artesanal es la base de la enseñanza en la Bauhaus. Todo estudiante debe aprender
un oficio.
1. La formación en el campo del dibujo y de la pintura se extiende a:
a. dibujo a mano alzada, de memoria y de imaginación;
b. dibujo y pintura del natural de cabezas, desnudos y animales;
d. composición;
e. ejecución de pinturas murales, cuadros en tabla y retablos;
f. diseño de ornamentos;
g. diseño de caracteres tipográficos;
h. dibujo técnico y proyecciones;
i. proyectos de arquitectura de exteriores, de jardines y de interiores;
j. diseño de muebles y objetos de uso.
1. La formación teóricocientífica se extiende a:
a. historia del arte, no en el sentido de una historia de los estilos, sino en el
de un conocimiento vivo de modos y técnicas de trabajar históricos;
b. ciencia de los materiales;
c. anatomía, sobre modelos vivos;
d. teoría física y química de los colores;
e. procedimientos racionales de pintura;
g. conferencias de interés general relativas a todos los campos del arte y de la
ciencia.
División de la enseñanza
La formación se divide en tres cursos:
I. Curso de aprendices
II. Curso de oficiales
III. Curso de jóvenes maestros
La organización práctica de la enseñanza dentro del cuadro del programa general y del
plan de trabajo que se ha de presentar cada semestre se deja al arbitrio de cada maestro.
Para conseguir que el estudiante pueda recibir una formación técnica y artística lo más
amplia y variada posible, el plan de trabajo se reparte en horas de enseñanza fijadas de
tal manera que cada futuro arquitecto, pintor o escultor pueda participar también en
parte de los otros cursos.
Admisión
Dentro de los límites del espacio disponible, sin distinción de edad o género, se admiten
todas las personas no inhabilitadas y cuya preparación cultural sea considerada
suficiente por el consejo de maestros de la Bauhaus. La tasa escolar es de 180 marcos
anuales (con el aumento de los beneficios de la Bauhaus, esta tasa está destinada a
desaparecer). Existe además una tasa de admisión de 20 marcos, que se paga una sola
vez. Los extranjeros deberán pagar el doble de este importe. Las solicitudes se han de
dirigir a la secretaría de la Bauhaus Estatal de Weimar.
Abril de 1919.
La Direccción de la
Bauhaus Estatal de Weimar
Walter Gropius
1919
Señoras y señores, tengo el honor de tratar ante ustedes las cuestiones cuya solución
será decisiva para nuestro futuro desarrollo cultural en las áreas de la industria y del
comercio. Permítanme por lo pronto exponer una retrospectiva general, antes de entrar
en el análisis práctico acerca de qué vías parecen hoy adecuadas para tender los puentes
necesarios entre el arte, la industria y la artesanía, a efectos de lograr su
interpenetración y fecundación recíprocas.
Cuando un hombre ha de superar una dura enfermedad, por medio del dolor y la
necesidad alcanza una comprensión superior de un estadio moral más elevado. En tal
situación se encuentra actualmente Alemania. A quienes lo comprenden, el fracaso les
ha conducido a dejar de buscar con lupa entre sus vecinos a los culpables de los
acontecimientos y a comenzar por lo que a ellos mismo les compete. Esta conciencia de
una razón implacable consigo misma, que busca siempre la responsabilidad en el
propio yo, es una buena y fructífera disposición del ánimo, de cuya atmósfera puede
brotar el tallo de una nueva organización productiva.
Es cierto que hemos trabajado mucho en Alemania después de la guerra, quizá más que
el resto del mundo, pero nuestro trabajo se ha orientado en su mayor parte hacia fines
no esenciales: se ha orientado a hacer dinero, al enriquecimiento material de la vida, en
lugar de hacerlo al enriquecimiento espiritual. No ha sido por afán malicioso; es que no
hemos sabido hacerlo mejor. Pero así desaprendió el alemán lo mejor que hay en él, la
profundidad espiritual, y se convirtió en un hombre de mundo y businessman muy
superficial, pero sin tener el talento de ese hombre de mundo, como lo poseen los
ingleses. Probablemente nadie puede hoy señalar con seguridad la causa de esta
generalizada pérdida de nivel que, desde luego, no sólo se da entre nosotros, sino que
se percibe en mayor o menor grado en todo el mundo civilizado. Todo ello responde a
las vicisitudes de nuestro tiempo. Con la muerte paulatina de las ideas religiosas se
descompuso también el fundamento moral de la comunidad. Pero en igual medida se
redujo la fuerza de configuración, la fuerza constructiva y creadora de forma que posee
el pueblo trabajador. En cambio, en todas las clases y los estamentos sociales aumentó
poderosamente el espíritu comercial y, por último, en parte degeneró en una
crematística usuraria que puso en riesgo el verdadero y sólido espíritu del comerciante.
Cada vez se fueron embotando más el sentimiento de responsabilidad del individuo y
el amor por su propia obra. La viva singularidad personal se perdió en el laberinto de
organizaciones muertas que han crecido hasta lo grotesco. En lugar de los sentimientos
de belleza y ternura –que se fueron hundiendo–, surgió aquella fatal devoción por el
poder y lo material, que nos ha de conducir del abismo espiritual al económico. Pues
también las cosas espirituales se volvieron materiales. Se confundió la acumulación de
saber con la educación cultural y el verdadero cultivo de la sensibilidad perdió valor.
Sobre todo se inflamó sin límites, con el fárrago del saber y la erudición académica, la
más peligrosa enfermedad de Europa: la arrogancia. Hoy debería asaltarnos el vértigo
en momentos de clarividencia, al ver cómo toca fondo nuestro pseudocristianismo
europeo. Con altanería, con gestos irreverentes de supremacía, el europeo se arroga
actualmente un juicio fatuo acerca de todas las cuestiones del mundo presentes y
pasadas. ¿Mas dónde se encuentran todavía, en nuestra propia existencia civilizada,
esas robustas formas de vida culturales que nos den el derecho a medir el mundo
solamente con nuestra propia vara? ¿Qué valores culturales quedan de toda nuestra
deshilachada ‘educación cultural’, de nuestra europeidad carente de forma, frente a la
imagen de la vida tan extremadamente rica en costumbres y símbolos de, por ejemplo,
un simple indio o chino? Debemos confesar que nuestra facultad conceptual europea y
nuestra sensibilidad embotada por el intelectualismo ya no alcanzan para sentir con la
profundidad espiritual de un creyente asiático. Aquella falta de humildad humana
–«cómo hemos adelantado de forma tan magnífica»– impidió precisamente el
conocimiento claro, y nos hizo divisar el fin último de la cultura, equívocamente, en los
miles de cosas útiles y confortables de la vida exterior, en el aumento de nuestro
bienestar, de nuestra técnica, de nuestro comercio. Nos dominaba la cantidad y
languidecía la calidad, obra tan sólo del espíritu más refinado, profundo y artístico del
hombre. Querría describir con la palabra ‘crematística’ todas las cualidades, tomadas en
conjunto, que impidieron alcanzar el sentido de la calidad y la sensibilidad verdaderas.
No obstante, me cuido de caer en una interpretación equivocada, según la cual se
estaría pronunciando un reproche contra la respetable condición del comerciante. En
cambio, querría que esta palabra, ‘crematística’, se entendiese en el mismo sentido en el
que hablamos de los hombres, sin el valor intrínseco de cualquier estamento, como
‘almas crematísticas’. Sin embargo, todos los pueblos civilizados carecen hoy de esta
riqueza interior. Por ello, bajo el dominio de esta crematística, no pudo surgir en Europa
cultura alguna; por el contrario, fueron consecuencia suya los poderes que quiebran la
forma: la guerra y la revolución. La superación de esta crematística –no por parte de un
estamento, sino por parte del pueblo entero– es condición necesaria para la nueva
constitución cultural. En su libro El espíritu del pueblo chino y la salida de la guerra
(publicado en Alemania en 1916), un sabio contemporáneo, el estadista y erudito chino
Ku Hungming, expresó esta idea de la siguiente manera:
La gente dice que el enemigo y el peligro del mundo de hoy es el militarismo
alemán; yo, sin embargo, digo que es el egoísmo y la pusilanimidad existentes en todos
nosotros, que unidos unos con otros nos arrojamos al comercialismo. Este espíritu del
comercialismo imperante en todos los países, especialmente en Gran Bretaña y los
Estados Unidos, y no el militarismo prusiano, es el verdadero y mayor enemigo del
mundo actual. Pues el comercialismo, esta combinación de egoísmo y pusilanimidad,
creó en Gran Bretaña la religión del culto a la plebe, que en Alemania devino la causa de
la religión del culto al poder, del militarismo alemán que en última instancia condujo a
esta guerra. De manera que el comercialismo, y no el militarismo, es la fuente y el
origen de esta guerra. Entonces, si queremos ayudar, en primer lugar debemos todos
superar en nosotros mismos esta combinación de egoísmo y pusilanimidad: el espíritu
del comercialismo. En una palabra, debemos pensar en la justicia y no en el beneficio.
La superación de este comercialismo, o crematística, requiere de nosotros nada menos
que una transmutación del hombre entero, una nueva perspectiva del mundo,
modificada desde sus cimientos, desde el corazón. Para eso hace falta un tiempo
considerable. Pero la mentalidad de nuestro pueblo ya está convulsionada por la
desgracia sufrida. Ante el fiasco de la vida antigua, el pueblo ha llegado a un punto de
extrema sensibilidad que le aportará –quizá más rápidamente que a los demás pueblos
de Europa– una predisposición en favor del nuevo espíritu. Y es que la guerra, el
hambre y la pestilencia han relajado entre nosotros la rigidez, han despabilado a los
cómodos y a los desidiosos no pensantes, y han vuelto a hacer que se emocionen los
corazones adormecidos e indolentes. Debido al dolor aprendimos un nuevo sentir.
Ahora la sensibilidad es la fuente de inspiración, de la invención, de la fuerza creativa
de la configuración; en síntesis: del deseo de edificar y dar forma, en el más amplio
sentido de la palabra. Pero este anhelo de edificar y de configurar es por naturaleza el
polo opuesto de la crematística; debemos cuidarlo con amor, tanto en el comerciante
como en el artista, así como en el pueblo entero.
Con esto llego por fin al tema más acotado de nuestra velada: la generación de la forma
en la artesanía y la industria. Debí anticipar lo anterior, digamos que como premisa
moral, para poder hacerme entender en lo sucesivo y para conferir vigor a la
reivindicación de que finalmente debamos hacer un trabajo completo. El tema objetivo
del cual tratamos no es nuevo. Cómo alcanzar una unidad entre artistas y artesanos
(entre los cuales incluyo de entrada a los productores industriales) es una pregunta que
ha agitado los ánimos durante décadas. Poderosas personalidades (como [John] Ruskin
y William Morris en Inglaterra, [Henry] Van de Velde, Peter Behrens y algunos más
entre nosotros, y sobre todo también la vasta asociación Deutscher Werkbund) habían
enarbolado la bandera del ennoblecimiento de los productos artesanales e industriales.
Pero la crematística europea ha impedido hasta ahora lograr un éxito rotundo. Hoy esta
cuestión vuelve a ser un tema candente. Sin embargo, ahora conocemos mejor que antes
al enemigo, y por las condiciones de la época tenemos conciencia –cada uno consigo
mismo– de la necesidad de elevar la calidad. Pero antes de comenzar un nuevo trabajo
deben volver a establecerse claramente los objetivos. Con frecuencia esta claridad deja
aún mucho que desear. Incluso hoy, en medio del caos, cuando comenzamos a
reflexionar sobre nosotros mismos, se suele decir que debemos trabajar para salir de la
miseria a la que nos ha arrojado la guerra infortunada. Pero hemos de proclamar sobre
todo que es preciso realizar de inmediato un buen trabajo. Buen trabajo, esto es: cada
pedacito de materia prima que poseemos en nuestra tierra o que importamos del
exterior a cambio de nuestras últimas piezas de oro debe ser varias veces incrementado
en su valor por medio del trabajo altamente cualificado de la artesanía o de la industria y,
sobre todo, por medio de la inimitable propiedad de la forma. Entonces ha de procurarse
compensar de nuevo, poco a poco, gracias a un incremento en la calidad del producto
terminado para la exportación, el perjuicio que supone la importación en masa de
materias primas, que es consecuencia de nuestro menguado poder adquisitivo. Los
medios que parecen apropiados para alcanzar este fin son los siguientes:
2. Instrucción intensiva de los fabricantes y del público en general en contra
de los artículos sucedáneos y de baja calidad. En consecuencia, despertar de una nueva
conciencia del trabajo.
Sólo podremos producir a gran escala ese anhelado artículo de excelente calidad
cuando hayamos orientado nuestras necesidades personales hacia la calidad.
Próximamente, la imperante escasez de materias primas conllevará por sí misma esta
deseable consecuencia. Puesto que el poco material disponible deviene tan preciado
para el artesano y para el fabricante, e incluso para el público, será tratado con más
amor que antes, cuando nadábamos en la abundancia. A pesar de los francos empeños
anteriores a la guerra –ya mencionados– por elevar la solidez del gusto, el volumen de
ventas de los artículos baratos creció en Alemania de manera inconmensurable, de tal
modo que el odio a los productos alemanes de baja calidad se mantiene todavía en el
mercado mundial. La ganancia fácil debida a la expansión de los mercados en el
extranjero nos sustrajo la profundización y el ennoblecimiento del trabajo y ralentizó la
influencia de una minoría más escrupulosa. Pero hoy las circunstancias han cambiado
radicalmente. En todas partes la necesidad nos obligará a elevar la calidad en la
artesanía y en la industria, siempre que se mantenga viva. Sin duda, nuestros
adversarios sabrán obstaculizar la exportación de los productos de consumo masivo.
Una competencia con el extranjero sólo es concebible con una mercancía que, gracias a
una calidad técnica sin precedentes y una ingeniosa configuración formal igualmente
inimitable, sea, a causa de ello, codiciada y carezca de competidores. Pero para poder
exportar tal mercancía debemos también orientar nuestras propias necesidades hacia ella,
puesto que sería una imposibilidad para la cultura que un solo país exporte mercancías
de alta calidad y satisfaga su propia demanda con artículos baratos y sucedáneos. Sin
embargo, aquí se encontrarán los mayores obstáculos, ya que en Alemania el gusto del
público apenas está educado y al principio también la depauperación impedirá a los
individuos satisfacer su incipiente anhelo de tener un entorno más bello, que aumentará
en proporción inversa a su empobrecimiento. Tal desarrollo anhelado, nacido de la
necesidad y la conciencia interior, fructificará tan pronto como se lo desee en común;
debe llegar o, de otro modo, nos quedaríamos sin cartas para la cultura del futuro.
Artistas, artesanos, fabricantes y el público en general deben tenderse las manos unos a
otros; el individuo debe estar listo para superar con paciencia los eventuales fracasos
iniciales y para hacer aquí o allá un sacrificio, cuya recompensa no se expresa
inmediatamente en números. Pero primero, mediante una creciente toma de conciencia,
debe eliminarse la desconfianza entre los grupos de profesionales que quieren
compenetrarse. Así como el fabricante menosprecia a menudo al artista, éste debe
cuidarse de ver una oposición exagerada entre la artesanía y la industria. La industria
seguirá siendo imprescindible en el futuro, aunque quizá lo sea de otra manera.
Debemos ocuparnos con ahínco de las propiedades mecánicas generadoras de la forma.
La mácula del sucedáneo debe desaparecer de los productos de la máquina justamente
gracias a la participación del artista. Ya mucho antes de la guerra, en todo el ámbito del
comercio y de la industria, junto a las anteriores exigencias de perfección técnica y
económica había surgido un anhelo de belleza de la forma exterior. Aparentemente, ya
no bastaba la mejora sólo material de los productos para imponerse a la competencia
internacional. El objeto, ya con la misma excelencia técnica en todas partes, hubo de
impregnarse de Idea espiritual, de Forma, para asegurarse la preferencia entre la
variedad de productos de igual clase. Cada vez más, y en la medida de lo posible, el
fabricante buscó dotar a los productos de su máquina de las nobles propiedades de los
productos artesanales, además de las ventajas de su producción mecánica. Todas estas
consideraciones se hicieron más bien pensando en la economía, más que por su propia
virtud interior, y por ello no llegamos al destino. Ahora esto debería cambiar por la
fuerza de la necesidad en la que nos encontramos. El fabricante ya no considerará hoy el
trabajo del artista como un lujo. El comerciante y el técnico buscarán la comunidad de
trabajos con el artista, pues el artista posee la capacidad de insuflar alma al producto
muerto de la máquina; en éste pervive así la fuerza creadora de aquél. La colaboración
del artista no es un lujo ni un añadido bienintencionado, sino que ha de devenir un
componente imprescindible de nuestro producto. Aún nos sentimos levemente
inclinados a subestimar el valor de la fuerza artística, cuya manifestación material no es
reconocible de inmediato por los fabricantes, en su mayoría inexpertos en cuestiones
estéticas. No basta con contratar a delineantes de adornos que, a cambio de un reducido
salario, de forma independiente y casi siempre sin educación suficiente, deben producir
‘arte’ entre siete y ocho horas diarias, para plasmar en miles de ejemplares sus diseños
más o menos insulsos y diseminarlos a lo largo y ancho del mundo. No se obtienen tan
fácilmente diseños de madurez artística. Así como la invención técnica y la dirección
comercial reclaman cabezas independientes, la invención de nuevas formas de
expresión dotadas de alma demanda la fuerza del artista, personalidad artística. Pero
¿cuál es la situación en la que nos encontramos hoy? No tenemos todavía ningún
espíritu constructivo, ninguna forma propia y válida, conforme a nuestro
desgarramiento espiritual; en consecuencia, nos nutrimos aún de viejos estilos, que
estropeamos en incontables remedos mejorados. Ante esta situación, no pueden
brindarnos consuelo los grandes logros de algunos individuos. [Lectura de una oferta.]
Asimismo, las mejores y más ponderadas ideas formales acordes a nuestra época
apenas cumplen los requisitos de calidad para ser reproducidas por la artesanía y la
industria, y vale la pena que beneficien no sólo al individuo, sino al gran público. Se ha
revelado ya en la práctica que es corto de miras que el fabricante crea que se puede
ahorrar en los gastos para el artista. Las grandes empresas líderes han demostrado –y
esto es decisivo– que a la larga este gasto rinde sus frutos si, además de la perfección
técnica y de la conveniencia del precio, los artistas velan también por el valor artístico
de sus productos y propagan con ello gusto en el pueblo; cosechan con ello no sólo
prestigio al fomentar la cultura, sino también, después de valientes sacrificios, ganancia
pecuniaria, lo que en la vida comercial es casi siempre sinónimo. Desde luego, en estas
cuestiones la perspectiva de una ganancia más elevada nunca debe ser decisiva, sino
sólo su necesidad interna: un creciente deseo de construir, no el afán de lucro. Con la
progresiva profundización interior en la totalidad volverán a elevarse por sí mismos en
cada individuo el sentimiento de responsabilidad y el anhelo de belleza. El individuo
vil será despreciado a la vista del ejemplo moral de un vecino más sabio. Y de este
modo surge finalmente un boicot moral de hombre a hombre, cuya efectividad no
puede reemplazar ninguna organización, por ingeniosa que sea. Sólo en segunda línea
habría que ponderar gestiones prácticas para las organizaciones ya existentes, como la
asociación Deutscher Werkbund y la Entwurfsund Modellmesse: por ejemplo, la
confección de una lista negra para poner en el banquillo a las empresas que atenten
contra la comunidad por su falta de escrúpulos.
Llego ahora al tercer y último punto de los requisitos: la formación básica del artista
plástico en cuestiones de artesanía.
Arte, artesanía e industria, en principio afines en cuanto a su esencia, se encuentran aún
hoy estrictamente separados, como si entre ellos se elevaran muros. De aquí que la
artesanía y la industria necesiten el influjo fresco de la fuerza artística configuradora,
que tiene la facultad de articular la forma entumecida y crear lo nuevo vivamente. En
cambio, el artista carece del fundamento artesanal, el único que asegura su dominio
sobre la configuración de la materia. En épocas culturales de plenitud en la historia, las
fronteras entre el arte y la artesanía se desdibujaron tanto que en verdad cada artesano
era un artista y cada artista un artesano. El pueblo entero edificaba, configuraba, y ésa era
la actividad más distinguida; en cambio, la actividad comercial era subalterna. Así eran
las cosas en Alemania, por ejemplo, en la mejor época del Gótico. Las maravillas de las
iglesias góticas –que hoy nos parecen fabulosas– fueron edificadas por el conjunto del
pueblo, por grandes comunidades de trabajo que reunían artesanos de todos los grados
en los llamados obradores. Allí cada uno era artista y artesano. Debemos volver a
trabajar con este objetivo. Artista y artesano – incluyo a los obreros industriales en todas
estas consideraciones fundamentales– son la misma cosa: van juntos. Tampoco hay –co
mo creíamos hasta ahora– ‘artes aplicadas’ o ‘artes y oficios’ como un género en sí.
«Que una obra artesanal se ejecute como pura destreza o, en un grado creciente, de
manera inventiva y creativa, depende de la personalidad del artesano. Ésta es una
aptitud natural y no puede enseñarse. Una sólida capacidad artesanal sí puede
enseñarse y es el fundamento indispensable para toda actividad de creación»
(Bartning). Pero si debe admitirse que no existe una diferencia esencial entre el artista y
el artesano, que el artista es pues solamente una potenciación del artesano, de ello
resulta entonces la exigencia de que en el futuro todos los arquitectos, escultores,
pintores, delineantes de adornos y profesionales de las artes aplicadas deberán
aprender un oficio artesanal de manera obligatoria. Ocupa vivamente a las autoridades
y al círculo de la comunidad artística la cuestión de la unificación de las escuelas de
arte, en cuyos planes no se hace hincapié en lo escolar, sino en un mero funcionamiento
como taller, por ejemplo, en forma de manufactura estatal. La juventud reivindica esta
transformación con vehemencia. Y de hecho, con todo lo que aquí he intentado hacerles
comprender se muestra lo mucho que esta candente cuestión concierne a la totalidad
del pueblo. Cuanto más intensiva sea la exigencia dirigida al Estado desde todos los
círculos, mucho antes se dará cumplimiento a aquello por lo que luchamos. Nosotros
mismos no podremos ya consumar el cambio fundamental, pero sí podrá hacerlo la
juventud. Ella es portadora del nuevo ethos del trabajo que conducirá al espíritu
constructivo. De modo que el Estado –y también nosotros somos parte del Estado– no
debería vacilar en lanzarse plenamente decidido a la resolución de este importante
problema y en reformar las escuelas de arte para convertirlas en talleres de aprendizaje.
Se ha expresado el temor de que, debido a la competencia derivada de la constitución
de talleres estatales, se pueda menoscabar la labor de las industrias privadas; pero tal
peligro de competencia no podría surgir nunca. El fin de semejantes talleres se orienta
más bien en la dirección opuesta. Quieren ayudar a la totalidad de la artesanía y de la
industria, no ponerle obstáculos. Quieren alcanzar un sustrato común sobre el cual la
nueva generación de artesanos y de obreros industriales reciba una formación
profesional más elevada. Recurriendo a reconocidas personalidades como docentes y
mediante la formación de una comunidad de trabajo y de aprendizaje, estos talleres
quieren crear una atmósfera espiritual que tenga un efecto expansivo allende las
fronteras y que sea conocida por su influencia en el espíritu. Pero, ante todo, también
quieren crear modelos, cuyas especiales virtudes en cuanto al trabajo y a la forma
consigan hacer afluir hacia nuestro país encargos del exterior que favorezcan a la
nutrida totalidad de la artesanía y de la industria. Sin embargo, no debemos dejar
transcurrir el tiempo hasta que, después de años, estos talleres estatales estén listos, sino
fomentar de inmediato el intercambio recíproco entre las empresas de la praxis y los
actuales institutos de arte. Y esto podría hacerse, por ejemplo, de la siguiente manera:
las empresas privadas existentes (de carpinteros, cerrajeros, pintores, etcétera) –que
gozan de una buena reputación por los méritos de su labor– deberán declararse
dispuestas, en función de contratos docentes establecidos con escuelas de artes, a
impartir a sus alumnos cursos de formación artesanal no demasiado breves, que habrán
de orientarse hacia el lado puramente técnicoartesanal y al funcionamiento práctico.
Por supuesto que tal formación no puede ser un sustituto perfectamente válido de un
periodo de aprendizaje regulado, sino tan sólo una medida transitoria hasta la
transformación de las escuelas estatales en talleres, en los que se cursará posteriormente
una sólida formación artesanal. A la inversa, los maestros artesanos y los fabricantes
habrán de fomentar una cooperación continua con las actuales escuelas de artes –son
relevantes, ante todo, las escuelas de artes y oficios–, enviando desde sus empresas a
personas maduras en lo artesanal, pero casi siempre ignorantes de las posibilidades de
desarrollo de la forma. Estos oficiales traerán consigo a la escuela, desde su propio
taller, el material de trabajo, en forma de encargos concretos de los que se estén
ocupando en ese momento las empresas, bien sean encargos de diseño para productos
nuevos o para otros necesitados de mejora. El oficial elabora la forma gráficamente
hasta el último detalle en el taller de diseño de la escuela y, bajo instrucción, retorna
para la ejecución –en caso de ser necesario– al taller de su maestro. De la misma
manera, los maestros de la escuela visitan personalmente los talleres y las fábricas,
siguen de cerca y con cuidado la ejecución de los diseños y se instruyen de continuo en
las singularidades específicas de las ramas técnicas correspondientes: sus máquinas y
herramientas, y los materiales a emplear. Los maestros estimulan nuevos ensayos
técnicos y están en contacto permanente con el director de la empresa. Los costes que
ello supone para éste se reducen a los exiguos honorarios docentes para la formación de
los oficiales que envía; a cambio de ello, se ve inmediatamente en la exclusiva posesión de
diseños plenamente válidos, justo los que necesita para sus talleres. Las objeciones de
orden técnico, comercial y formal se rebaten por medio de una estrecha cooperación del
productor y del diseñador durante la elaboración del diseño y antes de su ejecución. De
este modo, el diseño no corre el riesgo de ser descartado por inapropiado, puesto que el
comerciante y el técnico han cooperado en su desarrollo y por ello tienen el mayor
interés en que se ejecute del mejor modo imaginable, para asegurar una buena venta del
artículo. No paso por alto que, en este momento de depresión económica, esta exigencia
resulta difícil de cumplir para los fabricantes. Pero con coraje y buena voluntad
llegaremos paso a paso hasta la meta. Los numerosos talentos artísticos medios –que
con frecuencia poseen una pericia asombrosa para la actividad artesanal– podrán
contribuir de esta manera a la necesaria actividad laboral del pueblo y no quedar
condenados, como hasta ahora, a un infructuoso ejercicio artístico. A los pocos artistas
potentes y libres, el fundamento artesanal sobre el que se apoyan –que tiende un puente
hacia el pueblo activo– les proporcionará la anhelada comunidad de la que hoy carecen
en su ilimitado aislamiento, pues no tienen el respaldo del pueblo.
Nadamos en el caos y no tenemos ningún punto común de anclaje espiritual, ninguna
religión viva; y en consecuencia, tampoco arte alguno. ¡Por el amor de Dios! Dejemos ya
de confundir, por vanidosos, el arte con las simples cosas de la vida cotidiana y del uso
práctico. Éstas no tienen hoy nada que ver con él. El arte es sagrado, poco frecuente, no
tiene propósito práctico, anda allá lejos, por los caminos más solitarios, y sólo nace y se
comprende en el éxtasis más elevado. El lema profano ‘arte con un fin práctico’ –con el
cual quisimos alzarnos– causó grandes males. ¡Pero observemos la torre de una catedral
gótica! ¿No está completamente desprovista de finalidad? Quizá soporta campanas;
pero para ser el soporte de éstas no hacen falta los miles y miles de figuras, pináculos y
florones de piedra. Una torre como ésa –cuando surgió– era, pues, la pura expresión de
un movimiento del alma, de un anhelo religioso existente en el pueblo entero, que se
manifestaba en esta obra sin finalidad alguna, consagrada a la belleza. En nuestra época
de desgarro ya no conocemos este sentimiento intenso, común, mientras que el arte
elevado sólo es cultivado y conocido por hombres aislados y apenas comprendidos. Por
tanto, cuando se trata de objetos de uso diario –que deben ser simples, orientados a un
fin práctico y dotados de buena forma– haríamos bien en no hablar en absoluto de arte,
sino reservar esta palabra –antes de que volvamos a poseer una unidad espiritual– para
las pocas grandes obras que, liberadas de la finalidad práctica, tienen una existencia
independiente de lo cotidiano y del gusto. Seamos muy cuidadosos en el juicio contra
estas obras; nunca serán comprendidas por el hombre medio coetáneo a ellas. La
arrogancia de nuestra época trae consigo justamente que la obra del artista se juzgue de
modo superficial. A cada rama profesional se le atribuye un conocimiento
especializado; sobre arte habla casi cualquier persona, incluso cuando no tiene el más
mínimo conocimiento especializado, y olvida el interminablemente largo camino de
esfuerzos intelectuales y formales que ha de recorrer un verdadero artista antes de
lograr su obra, que anticipa lo que está por venir y que por supuesto espanta al ojo
inexperto. Esta arrogancia es, por una parte, el resultado de la mezcla del gran arte con
los objetos de uso diario, que, en principio, cada uno está en su derecho de juzgar. Pero
el enriquecimiento cualitativo de la forma y del adorno no puede de ninguna manera
venir desde abajo, sino sólo desde arriba; tampoco se deja organizar. Hemos cometido
errores. Antes de la guerra quisimos poner el carro delante del caballo y, mediante
organizaciones, de atrás adelante, generalizar el arte. Creamos entonces ‘artísticamente’
ceniceros y jarras de cerveza, y de esa manera quisimos elevarnos poco a poco desde la
más pequeña obra de arte hasta la más grande, el gran edificio, ese fin último de toda
actividad creadora. Y todo mediante una organización fríamente calculada. Ésta fue la
desmesura por la que nos fuimos a pique. Y ahora, a la inversa, habremos de esperar
hasta que se consolide una gran idea espiritual que finalmente, quizás en un tiempo no
demasiado lejano, vuelva a encontrar su emblema en la gran obra de arte del pueblo,
una catedral del futuro; y que después esta obra irradie su luz incluso sobre las cosas
más pequeñas de la vida diaria, sin nuestra intervención consciente: es decir, el proceso
inverso al habido hasta ahora. Es obvio que no seremos nosotros los que vivamos esto;
con todo, somos ciertamente los predecesores y las primeras herramientas de esa idea
del mundo, nueva y común, que nacerá en la revolución mundial de estos años.
1923
Idea y constitución de la Bauhaus Estatal 14
Comienza a reconocerse la idea del mundo actual, pero su figura es aún confusa y poco
clara. La vieja imagen dualista del mundo, la del yo en oposición al universo, se
desvanece; en su lugar surge la noción de una nueva unidad del mundo, que entraña el
absoluto equilibrio de todas las tensiones de oposición. Este conocimiento de la unidad
de todas las cosas y los fenómenos –que comienza a despuntar– aporta a todo trabajo de
creación un sentido común, que está profundamente enraizado en nosotros mismos.
Ninguna cosa es ya en sí. Cada creación se convierte en la alegoría de un pensamiento
que –desde nosotros– insta a la configuración; cada trabajo se torna la manifestación de
nuestra esencia interior. Sólo un trabajo semejante conserva un sentido espiritual. El
trabajo mecanizado no tiene vida; es el quehacer de la máquina muerta. Pero mientras
la economía y las máquinas continúen siendo fines en sí mismas en lugar de medios que
liberen progresivamente las fuerzas espirituales del peso del trabajo mecanizado, el
individuo aislado seguirá privado de libertad y la sociedad seguirá careciendo de un
orden. La solución no depende de las mejoras de las condiciones de vida exteriores, sino
de que el individuo aislado modifique su actitud interior respecto de la obra. De ahí que
la voluntad de conversión al nuevo espíritu sea de una importancia decisiva para la
nueva tarea constituyente.
El sentimiento del mundo de cada época cristaliza claramente en sus edificios, ya que
sus logros –espirituales y materiales a la vez– encuentran en ellos una expresión visible
y son signos certeros de su unidad o disgregación. Un espíritu constructivo vivo –que se
enraíza en la vida entera del pueblo– abarca todos los ámbitos de la creación humana,
todas las ‘artes’ y técnicas. De ser un arte omnicomprensivo, edificar ha degenerado en
una disciplina académica. En su confusión ilimitada, es un reflejo del viejo mundo
disgregado; en esto, se perdió el lazo de unión entre todos los que participan en la obra.
Muy lentamente se están formando los nuevos elementos constituyentes. La idea toma
la delantera, y a ella le sigue paulatinamente el desarrollo de la forma arquitectónica,
que está sujeta al enorme dispendio de medios técnicos y materiales, así como al influjo
de unas nuevas espiritualidades en la conciencia del creador, resultado de largas
elucubraciones. El arte de edificar depende de la posibilidad de colaboración por parte
de una multiplicidad de creadores, ya que sus obras simbolizan el espíritu del conjunto,
en mayor medida que la obra aislada individual –y en oposición a ella– o que la obra
como signo de tipo coral. Ocuparse del arte de edificar y de sus diversos campos de
creación es, pues, un asunto vital para el pueblo entero. No se trata de un lujo. La
extendida opinión que considera el arte como un lujo es la consecuencia nociva del
espíritu del pasado, que aislaba los fenómenos (l’art pour l’art) y les sustraía con ello la
vida común. El nuevo espíritu constructivo requiere desde la base nuevos requisitos
para el trabajo creador. La ‘academia’ es la herramienta de este espíritu del pasado; trajo
el desangramiento del conjunto de la vida laboral –industria y artesanado– del hombre
artístico, y esto condujo a su completo ensimismamiento. En épocas de plenitud, por el
contrario, el conjunto de la vida laboral del pueblo –en lo relativo a la creación– fue
fecundado por el hombre artístico: porque estaba allí en su medio; porque desde abajo,
en la actividad obrera (como cualquier otro trabajador del pueblo), se había adueñado
de los mismos fundamentos de la capacidad y el conocimiento laborales; porque no se
cometió la fatal y petulante equivocación de promover por vía estatal la idea de que la
del artista es una profesión que puede aprenderse. ¡El arte no puede aprenderse! Que
un trabajo de creación se ejecute mediante pura destreza o de modo creativo depende
del talento personal. Éste no puede aprenderse ni enseñarse; sí puede adquirirse, en
cambio, una habilidad manual y un conocimiento básico como requisito fundamental
para todo trabajo de creación, ya sea para las tareas de un simple trabajador como para
las del artista genial.
Por el contrario, la educación de las academias tuvo como consecuencia el desarrollo de
un amplio proletariado del arte, abandonado sin refugio a la miseria social. Arrullado
en un sueño de genialidad, fue criado para la vanagloria del artista (para la ‘profesión’
de arquitecto, pintor, escultor o dibujante), sin que se le hubiese dotado de las
herramientas propias de una verdadera formación, las únicas capaces de ponerlo sobre
sus propios pies en la batalla social por la existencia y de volverlo independiente en su
voluntad artística. Su aptitud abarcaba sólo el campo del dibujo y la pintura,
desvinculada de la realidad de la materia, de la técnica, de la economía. Y ello le
abocaba a la especulación estética, puesto que no existía una afinidad real con la vida en
su conjunto. El error pedagógico fundamental de la academia fue centrarse en el genio
extraordinario, en lugar de hacerlo en el promedio. Con todo, se formaba únicamente en
dibujo y pintura a un sinnúmero de pequeños talentos, de los cuales apenas uno entre
miles devino un verdadero arquitecto o pintor. La gran masa de estos académicos
formados parcialmente y con falsas expectativas se vio condenada al ejercicio de un arte
infecundo, sin recursos para la lucha por la vida, y pasó a formar parte de los zánganos
sociales, en lugar de ser útil para la vida laboral del pueblo gracias a una educación
adecuada.
Con el desarrollo de las academias se atrofió el verdadero arte popular, que latía en el
conjunto de la vida del pueblo, y quedó aquel arte de salón desligado de la vida que, en
el siglo XIX, ya sólo conocía el cuadro aislado, sin relación con una mayor unidad
arquitectónica. Pero ya en la segunda mitad del siglo XIX arrancó un movimiento de
protesta contra los efectos devastadores de las academias. [John] Ruskin y [William]
Morris en Inglaterra, [Henry] Van de Velde en Bélgica, [Joseph] Olbrich, [Peter] Behrens
(Colonia de Artistas de Darmstadt) y otros en Alemania, y por último la asociación
Deutscher Werkbund: todos buscaron y encontraron conscientemente nuevas vías hacia
la reunificación del mundo laboral con los artistas creadores. En Alemania surgieron las
Escuelas de Artes Aplicadas, que debían gestar para la industria y el artesanado una
nueva generación de talentos artísticos con formación previa en un oficio. Pero el
academicismo había arraigado profundamente; la formación artesana seguía siendo
diletante, primaba aún el ‘diseño’ dibujado y pintado. El intento no tuvo todavía
suficiente amplitud y profundidad como para reconducir decisivamente la antigua
concepción, apartada de la vida, de l’art pour l’art.
Por otro lado, también la artesanía –y sobre todo la industria–comenzó a involucrar al
artista. Además de las antiguas exigencias de perfección técnica y económica, surgió un
anhelo de belleza formal exterior de los productos, que el técnico no era capaz de
brindarles en la práctica. Se compraba el ‘diseño artístico’. Pero esta contribución en
papel continuó siendo un medio inútil, puesto que el artista permanecía demasiado
ajeno al mundo, insuficientemente instruido –técnica y artesanalmente– como para
hacer sintonizar sus ideas formales con el proceso práctico de la producción. Mientras
tanto, al comerciante y al técnico les faltaba esa comprensión previsora de la anhelada
unidad de forma, técnica y economía en todos los productos, una cualidad que sólo se
alcanza mediante un trabajo comunitario, cuidadosamente preparado, con el artista
responsable de la forma, esto es, en el objeto mismo y su producción.
Todo trabajo de creación plástica quiere configurar el espacio. Si cada obra parcial debe
guardar relación con una unidad mayor –y éste debe ser el fin de la nueva voluntad
constructiva–, los medios reales y espirituales para la configuración espacial deben ser
del conocimiento y dominio de todos aquellos que se reúnan en pos de la obra común.
En este punto reina una gran confusión de conceptos. ¿Qué es el espacio? ¿Cómo
podemos aprehenderlo y configurarlo?
Los elementos primarios del espacio son el número y el movimiento. Sólo por medio del
número, el hombre diferencia las cosas; con él comprende y ordena el mundo material.
Sólo por la divisibilidad se desprende cada cosa [Ding] de la materia originaria y
adquiere forma propia. Los cuerpos no viven por sí mismos, sino por medio de sus
ideas, cuya única finalidad es sostenerlos y afianzarlos. La fuerza que llamamos
movimiento ordena los números. Ambos (número y movimiento) son una
representación de nuestro cerebro finito, que no es capaz de concebir lo infinito.
Probablemente experimentemos el espacio infinito gracias a nuestra pertenencia al
universo, pero sólo podemos configurar el espacio con medios finitos. Percibimos el
espacio con todo nuestro yo indivisible –a la vez con alma, entendimiento y cuerpo– y
en consecuencia lo configuramos con todos nuestros órganos corporales.
Por medio de su intuición, por medio de la fuerza metafísica que extrae del universo, el
hombre inventa el espacio inmaterial de la apariencia y de la contemplación interior, de
las visiones y las ideas; siente la coherencia de los medios a través de los cuales se
manifiesta (color, formas, sonidos) y con ellos hace sensibles leyes, medidas y números.
Pero este espacio de la contemplación insta a la realización en el mundo material; con
espíritu –y artesanía– queda subyugada la materia. El cerebro inventa el espacio
matemático por la fuerza del entendimiento, por medio del cálculo y la medición;
mediante las leyes de la matemática, la óptica y la astronomía, crea un medio para
imaginar y representar el espacio material de la realidad, valiéndose del dibujo.
La mano capta el espacio táctil, material, del mundo real, que yace fuera de nosotros; lo
edifica en la realidad de acuerdo con las leyes de la materia y de la mecánica, y mide y
pondera la sustancia material que lo determina, y su consistencia, así como sus
propiedades mecánicas y constructivas. Lo domina por medio del poder de la artesanía,
con ayuda de las herramientas y de las máquinas.
A comienzos de 1919, quien suscribe se hizo cargo de la dirección del Instituto Superior
de Bellas Artes del Gran Ducado de Sajonia y la Escuela de Artes Aplicadas del Gran
Ducado de Sajonia, y unificó ambas instituciones bajo el nuevo nombre de Bauhaus
Estatal. El ámbito de trabajo especulativo de una academia, unido con el trabajo
artesanal de una escuela de artes y oficios, debía constituir el marco para un nuevo
proyecto educativo omnicomprensivo destinado a quienes tengan dotes para el arte. El
axioma bajo el cual se comenzó a trabajar decía: «La Bauhaus tiene como objetivo la
reunión de todo el quehacer artístico y la reunificación de todas las disciplinas del taller
artístico en una nueva arquitectura, de modo que sean elementos indisociables. El fin
último, aunque remoto, de la Bauhaus es la obra de arte unitaria (el gran edificio), en la que
no hay límite entre arte monumental y decorativo.»
El pensamiento dominante en la Bauhaus es, pues, la idea de una nueva unidad, la
reunión de las muchas ‘artes’, ‘tendencias’ y fenómenos en un todo indivisible, que esté
anclado en el hombre mismo y que cobre sentido y significado en su vida.
El rendimiento del hombre depende del correcto equilibrio del trabajo de todos los
órganos creadores. No es suficiente instruir a éste o a aquél, sino que todos a la vez
necesitan una formación exhaustiva. De esto se desprenden el tipo y el alcance de la
enseñanza de la Bauhaus, que comprende el ámbito artesanal y el científico de la
creación artística.
La enseñanza está integrada por:
1. Instrucción artesanal en taller de oficios
I. Piedra ∙ II. Madera ∙ III. Metal ∙ IV. Arcilla ∙ V. Vidrio ∙ VI. Color ∙ VII. Tejidos
Campos de enseñanza complementarios:
a. Conocimiento de materiales y herramientas
2. Teoría de la forma
I. Observación
1. Estudio del natural
2. Enseñanza de los materiales
II. Representación
1. Enseñanza de las proyecciones
2. Enseñanza de las construcciones
3. Dibujo técnico y construcción de maquetas para todas las creaciones espaciales
III. Configuración
1. Teoría del espacio
2. Teoría del color
3. Teoría de la composición
Campos de enseñanza complementarios:
Conferencias acerca de todos los campos del arte y de la ciencia del pasado y del
presente.
El plan de estudios comprende tres etapas (véase el diagrama):
1. Enseñanza preliminar
Duración: medio año. Teoría elemental de la forma en relación con ejercicios relativos al
material en el taller especial destinado a la enseñanza preliminar.
Resultado: ingreso a un taller de oficio para aprendices.
2. Instrucción artesanal
Se desarrolla en uno de los talleres de oficios para aprendices –previa firma de un
contrato oficial de aprendiz–; la complementaria Teoría de la Forma.
Duración: 3 años.
3. Enseñanza de la construcción arquitectónica
Participación práctica en un edificio (en obras vinculadas al ejercicio de la profesión) y
formación libre en construcción (en el campo de experimentación de la Bauhaus) para
oficiales especialmente capaces. Duración: según el rendimiento y las circunstancias. La
obra y el campo de experimentación, en intercambio recíproco, dan continuidad a la
Instrucción artesanal y a la Teoría de la forma.
Resultado: título de maestro otorgado por la Cámara de Artesanos y, llegado el caso,
por la Bauhaus.
A lo largo de toda la formación se imparte, partiendo de los principios básicos de la
unidad de sonido, color y forma, una doctrina práctica de la armonización, con el fin de
lograr un equilibrio de las propiedades físicas y psíquicas del individuo. (Véase el
ensayo de Gertrud Grunow, página 20.)
La enseñanza preliminar
Los candidatos a recibir su formación en la Bauhaus son seleccionados en función de los
trabajos propios presentados y de acuerdo con su aparente talento artesanal y formal.
La selección corre a cargo de los maestros, es subjetiva y está, por tanto, sujeta a errores,
puesto que no hay ningún sistema antropométrico que determine de antemano, con
seguridad, la capacidad y la posibilidad de desarrollo del individuo vivo y mutable. No
obstante, ya la limitación en cuanto a espacio y medios de trabajo hace necesaria la
selección.
Los candidatos seleccionados ingresan primero en un Curso Preliminar, que dura medio
año y comprende, ya desde sus comienzos, toda la variedad de la futura enseñanza
principal. Se desarrollan inseparablemente, uno con otro y uno al lado de otro, el trabajo
artesanal y el formal, con el fin de liberar en el alumno las fuerzas creativas, de hacerle
captar la naturaleza material y conocer las leyes fundamentales de la creación artística.
Se evita conscientemente todo enfoque vinculado a cualquier movimiento estilístico.
Observación y representación –con el objetivo de reconocer la identidad ideal de la
forma y su contenido– limitan el ámbito de trabajo del Curso Preliminar. La tarea más
necesaria es la expresión de la individualidad, su liberación de las convenciones
muertas en favor de vivencias y conocimientos personales que ofrece la conciencia,
cuyos límites, en cuanto a su fuerza de creación, vienen dados por la naturaleza. Por
esto, el trabajo colectivo aún no es esencial durante el Curso Preliminar. En él se atiende
a la observación subjetiva tanto como a la objetiva, a la investigación de la regularidad
abstracta tanto como a la interpretación del objeto. Para ello, la propia pedagogía puede
resultar estimulante en grado sumo.
Deben alcanzarse, ante todo, el reconocimiento y la correcta evaluación de los medios
de expresión individuales. Las posibilidades creadoras de las distintas individualidades
están limitadas de manera diversa. A una primera corresponde el ritmo como medio de
expresión primordial;
a una segunda, el claroscuro;
a una tercera, el color;
a una cuarta, la materia;
a una quinta, el sonido;
a una sexta, la proporción;
a una séptima, el espacio material o abstracto;
a una octava, la relación de una cosa a otra,
o de ambas respecto de la tercera o la cuarta.
Durante el Curso Preliminar, todos los trabajos surgen bajo la influencia pedagógica;
como mucho, poseen una cualidad artística en la medida en que cada expresión
primordial y regular de una individualidad es el fundamento para esa peculiar
condición del acto creativo que recibe el nombre de ‘arte’.
Tras las experiencias docentes acumuladas en los primeros años se pone en práctica el
Curso Preliminar de acuerdo con el siguiente plan de trabajo [véase la tabla superior]:
Instrucción artesanal y Teoría de la forma
La mejor enseñanza es la formación al libre criterio del maestro, tal como existía en
siglos anteriores, que no conocían la educación artística ni artesanal propia de las
escuelas. Los viejos maestros poseían una capacidad en igual medida artesanal y formal.
Sin embargo, después de la funesta separación de los dotados para la creación con
respecto a la vida laboral del pueblo, nuestra época ya no conoce semejante maestro
creador de la práctica. Por esta razón, la formación libre a cargo del maestro es hoy
imposible de llevar a cabo. Nos queda solamente el camino de la síntesis, esto es, de la
influencia simultánea sobre el aprendiz desde dos lados: del lado artesanal, por medio
de eminentes maestros artesanos; del lado formal, a través de personalidades artísticas.
Como resultado de esta doble educación, la futura generación de los dotados para la
creación alcanzará una nueva unidad en su actividad, y se convertirán gradualmente en
partícipes indispensables de la vida laboral del pueblo. Por eso la Bauhaus ha fijado el
principio: «Cada aprendiz y oficial aprende a la vez con dos maestros, a saber: un
maestro artesano y un maestro de la Teoría de la Forma. Ambos mantienen un estrecho
vínculo pedagógico.»
«La Instrucción Artesanal y la Teoría de la Forma forman la base: ningún aprendiz u
oficial puede quedar dispensado de una o de la otra.»
La Instrucción Artesanal constituye el más importante requisito para un realizar trabajo
colectivo en la edificación; lucha conscientemente contra el diletantismo de las artes
aplicadas de las últimas generaciones. Por eso, cada aprendiz está obligado, por mor de
un contrato oficial con la Cámara de Artesanos, a llevar a cabo su formación dentro de
un plazo fijado por la ley. La Instrucción Artesanal sirve exclusivamente para el
adiestramiento de la mano y el desarrollo de la capacidad técnica; es un medio, no un
fin en sí mismo. Su objetivo es la versatilidad en la formación profesional y no el
ensimismamiento artesanal.
La Bauhaus acepta la máquina como el medio más moderno de la creación y busca
entenderse con ella. Pero no tendría sentido enviar a la industria al aprendiz dotado
para la creación sin una preparación artesanal, confiando en restablecer así la relación
con el mundo laboral; el aprendiz se asfixiaría con el espíritu del trabajo, material y
parcial, imperante actualmente en las fábricas. Por el contrario, el trabajo artesanal
responde en toda su dimensión a la actitud espiritual del aprendiz, y por eso es el mejor
medio para su instrucción profesional, puesto que pone todo el proceso de trabajo en
una mano, por oposición al trabajo fabril, cuya diferencia esencial con respecto al trabajo
manual no ha de buscarse en el perfeccionamiento técnico de la máquina frente a la
herramienta manual, más primitiva, sino en la división del trabajo, frente a la unidad del
trabajo que caracteriza el proceso artesanal. Para el desarrollo de la economía, la
división del trabajo no puede desecharse, como no puede prescindirse de la máquina. Si
a consecuencia de su propagación se perdiese la unidad del trabajo del pueblo, la
semilla del mal sólo podría encontrarse en la falsa actitud espiritual de la época,
demasiado orientada a lo material; se encontraría en la precaria relación del individuo
respecto de la totalidad; no se encontraría en la máquina misma, sino en la división del
trabajo que resulta objetivamente de ella.
La Bauhaus no quiere ser, pues, una escuela de artesanos, sino que busca
conscientemente el vínculo con la industria; puesto que la artesanía del pasado ya no
existe. Es propio del espíritu humano perfeccionar y depurar cada vez más la
herramienta de trabajo, a los efectos de mecanizar el trabajo material y exonerar más y
más al espiritual. Por consiguiente, un retorno consciente al antiguo artesanado sería un
error atávico. El artesanado y la industria de hoy en día se encuentran en constante
acercamiento, y deben compenetrarse paulatinamente para lograr una nueva unidad
productiva que vuelva a ofrecer a cada individuo el sentido del trabajo cooperativo en
el todo y, con ello, la voluntad espontánea de participar en él. Éste es un requisito
absolutamente necesario para el trabajo conjunto de constitución. En esta unidad
productiva, el artesanado del futuro será un campo de experimentación para la
industria; el trabajo especulativo del artesanado proporcionará normas para la ejecución
práctica, esto es, para la producción en la producción industrial.
Tras una Instrucción Artesanal básica de tres años, el aprendiz realiza su pieza de
titulación como oficial ante maestros artesanos de formación libre y adquiere de este
modo su título público de formación profesional práctica. Cada oficial de la Bauhaus
que esté en posesión del título público puede presentarse (tan pronto como se crea
capacitado para ello) a la ‘Prueba de oficiales de la Bauhaus’, cuyas exigencias
sobrepasan ampliamente a las del artesanado de formación libre, sobre todo en relación
con la propia capacidad artística.
La Bauhaus trabaja con la conciencia de ayudar a preparar un nuevo ordenamiento de
los medios de expresión y configuración, sin los cuales el fin principal de su trabajo
sería inalcanzable. Porque el trabajo común de muchos no puede conseguirse solamente
por medio de la capacidad y el talento de personalidades singulares. La unidad de una
obra que se alcanza cuando el proyecto de un individuo es ejecutado por un sinfín de
ayudantes sólo puede ser superficialmente unitaria. Por el contrario, el trabajo de cada
uno en la obra común debe seguir siendo su propia producción independiente. Y la
unidad de la obra integral sólo puede alcanzarse mediante la recurrencia regular del
tema formal, mediante la repetición de una unidad básica y la proporción entre en todas
sus partes. Por ello, todo partícipe de la obra ha de comprender el sentido y el origen
del tema contrapuntístico.
Formas y colores adquieren su significado en la obra a través de la relación con nuestra
esencia humana interior; aislados, o en relación las unas con los otros, son los medios de
expresión de diferentes sentimientos y movimientos. No subsisten, pues, por sí mismos.
El rojo, por ejemplo, despierta en nosotros sensaciones diferentes de las que provocan el
azul o el amarillo; las formas redondeadas nos interpelan de manera distinta que las
puntiagudas o las dentadas. Estos elementos básicos son los sonidos a partir de los
cuales se constituye la gramática de la creación: sus reglas del ritmo, de la proporción,
del claroscuro, del equilibrio, del espacio lleno y vacío. Sonidos y gramática pueden
aprenderse, pero lo más importante (la vida orgánica de la obra creada) deriva de la
originaria fuerza creadora del individuo, que busca y alcanza, de acuerdo con la propia
ley interior, sus propios medios de composición.
Los ejercicios prácticos de la Teoría de la Forma se basan, pues, en la observación, esto es,
en un estudio básicamente imitativo de la naturaleza, así como en la configuración del
trabajo productivo en ejercicios propios de orden compositivo. El tipo de estas dos
actividades de trabajo es, en esencia, fundamentalmente distinto. La academia
confundió los límites de sus dominios y condujo al fatal error de identificar los
conceptos de arte y naturaleza; sin embargo, estos conceptos son fundamentalmente
opuestos. Lo artificial aspira a superar lo natural para resolver la oposición en una
nueva unidad; este proceso se efectúa en la lucha del espíritu con el mundo material. El
espíritu crea para sí una nueva vitalidad, que es distinta a la de la naturaleza.
Entre los ejercicios prácticos de la Teoría de la Forma se cuentan también los medios de
representación. Cada concepción espacial puede representarse con la ayuda del dibujo o
de la maqueta. El conocimiento exacto de la enseñanza de las proyecciones y de la
enseñanza de las construcciones es necesario, tanto para el espacio físico como para el
abstracto, para plasmar claramente en el dibujo, una creación espacial de acuerdo con
sus medidas y en todas sus partes. La enseñanza del dibujo técnico evita conscientemente
la antigua y académica representación gráfica de la perspectiva con punto de fuga, dado
que constituye una distorsión óptica y echa a perder la concepción pura. Además del
dibujo geométrico, en la Bauhaus se ha desarrollado una nueva representación espacial
que unifica en un solo dibujo la impresión visual de un espacio con el dibujo geométrico
a escala, de manera que evita las desventajas de su efecto antisensorial sin desmerecer la
ventaja de la inmediata mensurabilidad de las dimensiones.
Cada una de estas ramas de trabajo de la Teoría de la Forma sigue estando en estrecha
relación con el trabajo práctico artesanal, que la protege de la aberración de lo
académico.
La Enseñanza de la construcción arquitectónica
Sólo el oficial preparado mediante la Instrucción Artesanal y la Teoría de la Forma ha
madurado mental y manualmente para acceder al trabajo cooperativo en la edificación.
Este oficial trae consigo las condiciones previas necesarias para que en la obra surja un
nuevo espíritu constructivo.
La última y más importante etapa de formación en la Bauhaus consiste en la Enseñanza
de la Construcción Arquitectónica, cuyo fin es el trabajo en y para el edificio, en el
campo de experimentación y en la obra. En el campo de experimentación se admiten
sólo a los oficiales con más talento (ningún aprendiz), que están capacitados
creativamente para investigar problemas artesanales y formales, así como para
desarrollarlos. Estos oficiales tienen acceso al taller de diseño que está vinculado al
campo de la experimentación, y también a todos los talleres de la Bauhaus, para que
puedan habituarse a realizar otros trabajos artesanales. En cuanto a los encargos
existentes para el trabajo cooperativo artesanal y formal, se recurre a estos oficiales para
tareas prácticas constructivas (a pie de obra), con el fin de que conozcan en la práctica el
funcionamiento conjunto de todos los oficios artesanos en la edificación, y para que al
mismo tiempo encuentren la posibilidad económica de ganarse su sustento. Hasta que
la Bauhaus no instituya sus propios cursos teóricos complementarios en materia de
ingenierías técnicas (enseñanza de la construcción en hierro y hormigón, estática,
mecánica, física, técnica industrial, calefacción, instalaciones, química técnica, etcétera),
es deseable que, temporalmente y siguiendo el consejo de sus maestros, quienes estén
particularmente dotados para la arquitectura completen sus conocimientos en
universidades politécnicas y escuelas de oficios de la construcción.
Con el propósito de lograr una educación integral y promover el estímulo mutuo, es
fundamental que los oficiales con formación profesional trabajen también en talleres
externos del artesanado y de la industria (trabajo con máquinas).
La condición más importante para alcanzar una cooperación fecunda en el edificio es
una comprensión clara de la esencia del nuevo pensamiento arquitectónico. En las últimas
generaciones, el arte de construir sucumbió a una concepción débil, sentimental,
estéticodecorativa, que fundaba su propósito en el empleo formalista de motivos,
ornamentos y molduras que recubrían los volúmenes del edificio. El edificio se
convirtió en un soporte de formas decorativas exteriores, muertas, en lugar de ser un
organismo vivo. En este declive se perdió la relación natural con el progreso de la
técnica, con los nuevos materiales y las nuevas construcciones. El arquitecto quedó
atrapado en un esteticismo académico, cansado y preso de las convenciones, y se le
escapó de las manos la configuración de las ciudades. Rechazamos este modo de
edificar. Queremos crear el cuerpo arquitectónico orgánico, desnudo y resplandeciente
a partir de su ley interior; sin caer en la falsedad ni en el juego ingenuo; queremos una
arquitectura que reafirme nuestro mundo de máquinas, cables y vehículos de alta
velocidad; que ilustre su sentido y propósito funcionalmente, a partir de sí mismo,
mediante la tensión de las masas arquitectónicas entre sí, despojándose de todo lo
superfluo que oculta la figura integral del edificio. Con la progresiva solidez y
hermeticidad de los materiales de construcción modernos (hierro, hormigón y vidrio) y
la creciente osadía de las nuevas construcciones suspendidas, se transforma la sensación
de gravedad que determinaba decisivamente las antiguas formas arquitectónicas.
Comienza a desarrollarse una nueva estática de las horizontales, que aspira a
compensar la gravedad. La simetría de los elementos arquitectónicos, su imagen
especular respecto de un eje central, desaparece como consecuencia lógica de la nueva
doctrina del equilibrio, que transforma la repetición sin vida de las partes
correspondientes en un equilibrio no simétrico pero rítmico. El nuevo espíritu
constructivo significa: superación de la inercia, equilibrio de los contrarios.
Pero también la construcción de viviendas, a pesar de la carencia residencial de nuestra
época, se ha quedado atascada en cuestiones relativas al ahorro y al uso de materiales
baratos para soluciones constructivas miméticas. En ninguna parte se trató el problema
constructivo como tal en su dimensión fundamental. Por ello, la Bauhaus se ha
propuesto la tarea de crear un centro de experimentación que, en conexión con el
trabajo del técnico, del comerciante y del artista, aspira a reunir todos los avances de la
economía, de la técnica y de la forma para aplicarlos la construcción de vivienda. El fin
de este trabajo radica en hacer realidad la exigencia de la mayor tipificación posible y la
mayor variabilidad posible del edificio de viviendas. La solución del problema más
importante ha de buscarse en la tipificación de los componentes y en su montaje conjunto
en diferentes conjuntos de viviendas. Esto es: crear a gran escala, a partir de nuevos
requerimientos técnicos y espaciales, un kit de construcción mediante el cual se puedan
ensamblar distintas máquinas de habitar, de acuerdo con el número de habitantes y sus
necesidades.
Esta labor tiene como objetivo el desarrollo artístico y técnico de la época. Un objeto que
la industria quiere multiplicar es el resultado formal de innumerables ensayos –en los
que deben tomar parte, en igual medida, el comerciante, el técnico y el artista– de un
sistemático trabajo preliminar, antes de que se halle su tipo formal, la norma.
Análogamente, la tarea universal de industrializar la producción de elementos
tipificados sólo puede hacerse realidad mediante una pródiga combinación del mundo
industrial, económico y artístico. Aquí radicaría la verdadera previsión y austeridad, y
no en la creación mimética de soluciones constructivas con materiales baratos.
La vinculación de semejantes organismos constructivos con la industria y la economía,
su exactitud y su estricto aprovechamiento del espacio y los materiales determinarán
también en última instancia la forma de la mayor unidad arquitectónica: la ciudad.
Todo el que edifica debe comprender el sentido de la ciudad para contribuir a su
devenir, y debe reconocer los factores determinantes para la formación de su forma: la
simplicidad en lo múltiple, la limitación de las formas básicas típicas, su serialidad y
repetición, la articulación de todas las unidades arquitectónicas de acuerdo con las
funciones de los volúmenes del edificio, de las calles y de los medios de transporte.
La Constitución de la Enseñanza de la Bauhaus culmina, pues, en la demanda de una
gran tarea integral que concibe el proceso de creación como un todo indivisible. Quien
esté dotado para la creación ha de recuperar la sensación de la correspondencia entre la
forma y la producción. El placer de construir en el más amplio sentido de la palabra ha
de desbancar el trabajo de diseño sobre papel. El edificio aúna en la obra común a todos
los creadores, desde el simple artesano y trabajador hasta el artista extraordinario. Por
consiguiente, el fundamento de la instrucción común debe ser tan amplio que, por
encima de él, cada individuo con talento encuentre su camino. El trabajo experimental,
la especulación, es de tanta importancia para el trabajo conjunto como la realización
práctica, la producción. Dado que de entrada no es posible establecer un método con
validez general para la constatación del talento, el individuo debe hallar por su cuenta,
en el curso de su desarrollo, el campo de trabajo apropiado para sí mismo en el marco
de la comunidad. La mayoría se convierte en soporte de la producción; una minoría, la
de los extraordinariamente dotados, no se dejan imponer límite alguno. Después de
haber recorrido el curso de Instrucción Artesanal y de Teoría de la Forma, los alumnos
están listos para abordar el trabajo libre, experimental y especulativo, que siempre
vuelve a fecundar el trabajo colectivo y crea valores que apuntan hacia el futuro. De la
pintura moderna –que rompió sus antiguas fronteras– emanaron innumerables
impulsos que, todavía no utilizados, aguardan a ser aplicados por el mundo laboral.
Pero en cuanto los futuros artífices de semejantes valores creativos vuelvan a surgir de
la propia vida laboral, ellos mismos encontrarán los medios para realizarse en ese
mundo y prepararán el camino para ello; pondrán la máquina al servicio de su idea; y la
industria buscará y sabrá aprovechar su formación universal.
El escenario
En su condición de unidad coral, la obra escénica está emparentada interiormente con la
obra de arquitectura. Ambas se nutren recíprocamente. Del mismo modo que en el
edificio cada uno de los componentes renuncia a su individualidad en favor de una más
elevada vitalidad de la obra en su conjunto, la obra teatral reúne igualmente, en función
de esa misma ley superior, una multiplicidad de problemas artísticos en una nueva
unidad mayor.
En su fundamento primordial, el escenario procede de un anhelo metafísico; sirve, pues,
para hacer patente una idea suprasensible. La fuerza de su efecto sobre el espectador y
el oyente depende entonces del éxito de una realización ostensible de la idea en el
espacio óptico y acústico perceptible.
La Bauhaus trabaja en el desarrollo de este escenario. Una purificación y renovación del
escenario actual –que al parecer ha perdido las más profundas relaciones con el mundo
de la sensibilidad humana–, sólo puede ser llevada a cabo por quienes –libres de
intereses personales y de los impedimentos del teatro comercial, y partiendo de un
punto focal común que vuelva a unir todo– elaboren con devoción una clarificación
elemental del problema total del escenario con todas sus repercusiones prácticas y
teóricas.
Este conocimiento dicta al escenario de la Bauhaus su programa de trabajo: el punto de
partida del trabajo escénico consiste en una nueva y clara concepción del enrevesado
problema integral del escenario y su derivación a partir del fundamento primordial que
lo origina. Se examinarán los problemas singulares del espacio, del cuerpo, del
movimiento, de la forma, de la luz, del color y del sonido. Se creará el movimiento del
cuerpo orgánico y mecánico, el sonido del habla y el musical. Se construirán el espacio y
la figura del escenario. El empleo consciente de las leyes de la mecánica, la óptica y la
acústica es decisivo para la configuración escénica buscada.
El escenario de la Bauhaus aspira a encontrar nuevas vías para estimular ese anhelo
metafísico y a la vez ser capaz de saciarlo. Por medio de su trabajo creador, la Bauhaus
desea ofrecer, en lugar de placeres meramente estéticos, una alegría originaria que se
reciba a través de todos los sentidos.
Cocina y colonia de la Bauhaus
A la larga, el trabajo comunitario no puede prosperar si los simples requerimientos
vitales de los miembros de la comunidad no van hallando satisfacción gradualmente.
Por este motivo se fundaron la cocina y la colonia de la Bauhaus. Ambas sirven a los
propósitos de utilidad pública de la Bauhaus.
La colonia de la Bauhaus ha surgido igualmente de la necesidad; se encuentra aún en
sus inicios. Es un terreno con huerta y jardín, arrendado por el Estado, que se cultiva
por cuenta propia. Este terreno abastece la cocina de la Bauhaus con verduras y frutas, y
reduce la dependencia de los aumentos de precios del mercado.
Un organismo que ha de prosperar sobre nuevas bases para la vida puede atrofiarse
fácilmente si la tarea no se acomete a fondo, considerando en la práctica el conjunto de
las condiciones ambientales. A pesar de todas las dificultades para la realización
práctica, la base sobre la que se funda el trabajo de la Bauhaus no puede ser
suficientemente amplia, y sus fines tuvieron que plantearse a largo plazo para evitar las
medias tintas. La responsabilidad de la Bauhaus consiste en educar a personas que
conozcan el mundo en el que viven y que, a partir de la conexión entre sus
conocimientos y su capacidad adquirida, inventen y creen formas tipo que simbolicen
este mundo. Por este motivo ha de expandirse por todos lados el campo de la formación
profesional hasta ámbitos emparentados, para que la repercusión de los nuevos ensayos
pueda ponerse a prueba de manera completamente consecuente. La formación
temprana de los niños es de vital importancia, puesto que ha de comenzarse por los
más jóvenes, no formados. Los nuevos tipos de escuela, organizados en torno al trabajo
artesanal (escuelas Montessori, ‘escuelas de trabajo’), ofrecen una buena preparación
para un trabajo constituyente –de amplias miras, tal como pretende la Bauhaus–, puesto
que desarrollan conscientemente la totalidad del organismo humano, mientras que las
escuelas antiguas han destruido la armonía del individuo debido a su trabajo
exclusivamente mental. La Bauhaus ha establecido una conexión con los nuevos
experimentos en el ámbito escolar.
Los polifacéticos pensamientos y problemas que se han desarrollado a partir de la idea
fundamental de la Bauhaus se han puesto a prueba en su núcleo básico en el transcurso
de los primeros cuatro años de trabajo constituyente, a pesar de todas las adversidades
exteriores de la época; su fuerza generadora y su efecto purificador para el conjunto de
la vida han quedado plenamente demostrados.
1925
Arquitectura internacional
Las obras reproducidas –tras una cuidadosa selección– tienen, además de sus
singularidades individuales y nacionales, rasgos comunes y concordantes en todos los
países. Este parentesco –que cualquier lego en la materia puede apreciar– es un signo
que apunta al futuro, precursor de una voluntad creadora general de condición
fundamentalmente nueva, que cuenta con representantes en todos los países cultos del
planeta.
En el pasado inmediato, el arte de construir sucumbió a una concepción sentimental,
estéticodecorativa, que fundaba su propósito en el empleo formalista de motivos,
ornamentos y molduras –mayoritariamente de culturas pretéritas– que recubrían los
volúmenes del edificio, sin una necesaria relación intrínseca. El edificio se convirtió en
un soporte de formas decorativas exteriores, muertas, en lugar de ser un organismo
vivo. En este declive se perdió la relación natural con el progreso de la técnica, con los
nuevos materiales y las nuevas construcciones. El arquitecto, artista sin dominio de las
posibilidades técnicas, quedó atrapado en un esteticismo académico, cansado y preso de
las convenciones, y se le escapó de las manos el diseño de los edificios y de las ciudades.
Este devenir formalista, reflejado en la rápida sucesión de ‘ismos’ de las décadas
pasadas, parece haber llegado a su fin. Una nueva y esencial idea arquitectónica se
expande simultáneamente en todos los países cultos. Se extiende la conciencia de una
viva voluntad creadora que, enraizada en la totalidad de la sociedad y en la vida,
engloba todos los ámbitos de la creación humana en una finalidad unitaria, que adopta
el edificio como principio y fin. Como consecuencia de esta transformación y
profundización del espíritu y de sus nuevos recursos técnicos, surge una forma
arquitectónica transmutada. Esta forma no se justifica por sí sola, sino que surge de la
esencia de la obra, de la función que debe cumplir. La pasada época del formalismo
invertía ese principio natural por el cual la esencia de una obra determina su técnica y
ésta, a su vez, su forma; olvidaba lo esencial y lo causal, centrada como estaba en la
superficialidad formal y en los medios para su representación. Pero el nuevo espíritu
creador –que lentamente comienza a imponerse– vuelve sobre el porqué de las cosas:
para diseñar un objeto –ya sea un mueble o una casa– de tal manera que funcione
correctamente –un envase, una silla, una casa– se explora previamente su esencia. La
investigación acerca de la esencia de un edificio remite tanto a los límites de la
mecánica, la estática, la óptica y la acústica, como a las leyes de la proporción. La
proporción atañe al mundo espiritual, mientras que el material y la construcción son sus
soportes. La proporción, ligada a la función de cada cosa, da testimonio de su esencia y
la pone en tensión, otorgándole una vida espiritual propia más allá del mero valor
utilitario. De entre una variedad de posibles soluciones equivalentes en lo económico –
puesto que no hay una única solución para cada tarea arquitectónica– y dentro de los
límites que le impone su época, el individuo creador selecciona la que le resulta
apropiada, según su gusto personal. En consecuencia, la obra de arte lleva la impronta
de su creador. Sin embargo, es un error deducir de ello la necesidad de acentuar lo
individual a cualquier precio. Por el contrario, la voluntad de crear una imagen unitaria
del mundo que caracterice a nuestro tiempo presupone el afán de liberar los valores
espirituales de su limitación individual para elevarlos a una validez objetiva. Así, la
unidad de las formas exteriores que conducen a la cultura sobrevendrá por sí sola. En la
arquitectura moderna puede reconocerse claramente la objetivación de lo personal y lo
nacional. Una uniformidad de cuño arquitectónico moderno, condicionada por el tráfico
y la técnica mundiales, se va abriendo paso en todos los países cultos, superando las
fronteras naturales a las que siguen ligados los pueblos y los individuos. La
arquitectura es siempre nacional, también siempre individual, pero de los tres círculos
concéntricos (individuo ∙ pueblo ∙ humanidad), el último y más amplio abarca los dos
anteriores. De ahí el título:
¡ARQUITECTURA INTERNACIONAL!
Contemplando las ilustraciones de este libro, se aprecia que el sucinto aprovechamiento
del tiempo, del espacio, de los materiales y del dinero en la industria y la economía
determina decisivamente la forma de todos los modernos organismos arquitectónicos:
formas precisas, la simplicidad en lo múltiple, la articulación de todas las unidades
arquitectónicas de acuerdo con las funciones de los volúmenes del edificio, de las calles
y de los medios de transporte, limitación a formas tipo elementales y su serialidad y
repetición. Se percibe una nueva voluntad creadora de las obras de nuestro entorno a
partir de su ley interior, sin caer en la falsedad ni en el juego ingenuo, y la intención de
ilustrar su sentido y propósito funcionalmente, a partir de sí mismas, mediante la
tensión de las masas arquitectónicas entre sí, despojándose de todo lo superfluo que
oculta su figura integral. Los arquitectos de este libro reafirman el mundo
contemporáneo de las máquinas y los vehículos, y su velocidad; anhelan medios
formales cada vez más osados para superar la gravedad terrestre por medio de la
suspensión, en efecto y en apariencia.
Prólogo a la segunda edición
Desde la aparición de la primera edición, la arquitectura moderna de los diversos países
cultos se ha desarrollado de manera sorpresivamente rápida, de acuerdo con las líneas
trazadas en este libro.
Lo que entonces apenas se intuía es hoy una realidad claramente definida: tal como se
manifiesta en innumerables publicaciones de los países germánicos, eslavos y latinos, la
forma de la arquitectura moderna es coincidente en sus rasgos principales. Mientras
que el Gótico, el Barroco y el Renacimiento tuvieron en su día validez intereuropea, el
nuevo espíritu constructivo de nuestra época técnica comienza a conquistar todo el
mundo civilizado de la mano de los osados logros de la técnica internacional. El
creciente interés del gran público por la evolución de la nueva forma arquitectónica
demuestra claramente el sentido de la nueva arquitectura: configuración de procesos
vitales.
Dessau, julio de 1927.
1925
Fundamentos de la Nueva Arquitectura 16
En una hilera de casas rurales con techo de paja se apreciará la horizontalidad como
idea dominante, siempre que estén pareadas, y pese a las cubiertas a dos aguas. Cuando
su hastial da a la calle, es la vertical la que quiere dominar; por supuesto, sin lograrlo.
La desagradable apariencia de las casas suburbanas inglesas radica también en esto.
Probablemente la solución más feliz a este problema la ofrezca el hastial escalonado del
norte de Alemania. En cambio, resulta totalmente equivocado tratar de alcanzar un
equilibro por medio de ornamentos, como a menudo sucede en las grandes ciudades.
Estos adornos, con préstamos de todos los estilos posibles, es siempre un síntoma de
que el arquitecto no analizó adecuadamente el problema ni fue capaz de conferir a su
obra una forma básica y armónica apreciable a primera vista.
El mal se halla en la formación del arquitecto, que se vio saturado de conocimientos en
Historia del Arte y Estética, con lo cual devino demasiado académico y demasiado poco
artesano. Pero la estética no tiene nada que ver con el arte; y tampoco el conocimiento
científico de los estilos del pasado. El simple dibujo conduce sólo al conocimiento del
espacio calculado, no al dominio del espacio material, cuya estática es totalmente
distinta. Antiguamente, el arquitecto sólo indicaba las directrices generales de la
construcción y delegaba la ejecución de las partes en sus colaboradores: cada uno
trabajaba independientemente, pero en el marco de un todo. Aún hoy nos asombramos
ante el rigor con el que el ornato plástico de las catedrales góticas se integra a la
arquitectura, pese a que los dibujos para hacerlo no proviniesen del arquitecto. A
menudo, los templos de la India están sobrecargados de relieves hasta llegar a cubrir en
ocasiones el completo frente de acceso. Pese a ello, este adorno dispuesto en franjas no
perjudica en lo más mínimo el carácter plano de la obra, que se yergue hasta una altura
considerable. El efecto plano –al que nosotros casi hemos renunciado– caracterizaba ya
a los pilonos egipcios; fue una cualidad buscada también preferentemente en la
arquitectura profana del Islam. Conocemos la torre de un palacio selyúcida que
únicamente cuenta con un par de diminutas ventanas en lo alto; por lo demás, es un
muro totalmente liso. La ausencia de toda ornamentación refuerza aquí la poderosa
impresión: desde lo alto arrojaban a las mujeres adúlteras. Un efecto similar provoca el
castillo de Coca, en España, aunque éste cuenta con almenas en las que se repite la
articulación del conjunto a una escala reducida; también se trata de un logrado
equilibrio entre los principios de verticalidad y de horizontalidad, entre lo plano y lo
corpóreo.
Es un gran salto –aunque sólo en el tiempo, no en el criterio artístico–el que separa estas
obras de los silos ciclópeos, como los creados en los últimos años en Norteamérica y en
Argentina. Aunque al tratarse de obras utilitarias lo primero que nos hable en ellos sea
el espíritu del ingeniero, estos silos significan, no obstante, algo más que la mera
satisfacción de las funciones: el efecto plano resulta sobrecogedor, ya que la austera
articulación no genera contrastes de luz y sombra; y en el parentesco de formas que
niegan la habitabilidad del edificio puede percibirse algo del poder brutal del
capitalismo que los ha creado. Pero no en todos. Hay algunos en los que la instalación
del elevador de carga se ha marcado mediante pequeñas torrecillas con cubierta; y en
los que también los dispositivos de descarga resultan fácilmente reconocibles. Otros, en
cambio, parecen haber sido abandonados junto a la orilla como una montaña inaccesible
y enigmática, que apenas revela su sentido al especialista. En ellos se aprecia la
oposición entre la horizontal y la vertical, pero no equilibrada de cualquier manera, sino
meramente dominada por el efecto de la masa. También se aprecia en ellos la técnica.
Resulta evidente sin más, pero se tiene la sensación de que se basta por sí misma y no
de que haya sido instrumentalizada por un arquitecto en una obra, como se aprecia, por
ejemplo, en la famosa fábrica de turbinas de Peter Behrens. También los silos erigidos
en Alemania denotan, incluso con todo su utilitarismo, cierta cohesión que es ajena a los
de ultramar.
Otra creación de la técnica norteamericana es el rascacielos, posible en lo constructivo
gracias al hormigón armado [sic], y en lo económico debido al precio de los solares en
esas grandes ciudades. Las imágenes de la isla de Manhattan a vista de pájaro muestran
claramente cómo estos monstruos crecieron realmente debido a la falta de espacio en
este centro del tráfico mundial. Se aprecia toda la ribera ocupada por muelles para la
llegada y la salida de mercancías y personas, y se comprende la necesidad que tienen
los organizadores de esta afluencia de crear espacio en ese mismo lugar. Donde no se
dan estas premisas –como es el caso entre nosotros, donde ni los negocios son tantos ni
el espacio tan reducido– el rascacielos supone un lujo innecesario. Solamente puede ser
bello en la medida en que sea objetivo. Esto significa mostrar abiertamente su carácter
comercial mediante la renuncia a las formas decorativas. Muchos cumplen también con
esta exigencia. Pero, como es sabido, los sobrios norteamericanos poseen un
romanticismo latente que irrumpe gustoso en lugares inoportunos, de modo que hay
también una multitud de rascacielos con un pedacito de Gótico o Renacimiento pegado
arriba o abajo, y que por ello resultan ridículos, como el negro que complementa el
taparrabos con puños de camisa. De este modo, el logro técnico queda devaluado.
Tal atraso fue superado en Alemania principalmente gracias al trabajo de la asociación
Deutscher Werkbund. Las fábricas y los comercios ya no se engalanan con Historia del
Arte; son la finalidad y el material los que determinan su forma. Sin embargo –como ya
se comentó–, la construcción de viviendas no ha alcanzado todavía este grado de
madurez. En especial, las casas pequeñas no han aprovechado plenamente los recursos
que ofrece la técnica. Al margen de la aplicación de una normativa, la Bauhaus busca
subsanar esta deficiencia también por otras vías. Se ha edificado una casa experimental
que debe servir como modelo de casa unifamiliar aislada con jardín, y se ha previsto un
equipamiento interior que contempla todos los requerimientos relativos a la utilidad, la
economía y el cuidado de la salud.
La planta es un cuadrado que encierra otro cuadrado más pequeño. Éste conforma la
sala de estar central y es de mayor altura que los espacios contiguos que lo rodean: una
modificación de la forma cúbica, opuesta al atrio romano, que en su origen servía de
chimenea, como revela su nombre (ater = negro). La agrupación de cuartos para fines
específicos en torno a un punto central permite una conexión más directa: se prescinde
del pasillo. En la cocina hay armarios, una mesa, fogones y todas las demás cosas,
colocadas unas junto a otras en el orden en que se usan, con lo que se evita todo paso
innecesario. El cuarto de los niños cuenta con paredes lavables, en las que los pequeños
puedan realizar sus primeros ejercicios pictóricos; las cajoneras pueden utilizarse como
asientos; la ventana con batiente central giratoria tiene vidrios resistentes. Los enseres
domésticos carecen de aristas y tienen las formas más sencillas, que expresan su
función. En general, primó la intención de reducir rigurosamente el número de
muebles.
El material empleado para esta casa experimental es el hormigón armado, que permite
la utilización de una cubierta plana también en nuestro clima. Este material hace posible
además la construcción de voladizos para proteger del sol y de la lluvia, que están
unidos al muro únicamente por un lado. Para que cualquier otro material cumpla esta
misma función haría falta también un soporte por el lado opuesto, y como mínimo dos
vigas. Ya se han construido verandas cubiertas mediante tales forjados en voladizo, de 8
a 12 metros. Esto provoca una impresión algo inquietante a ojos de quien interpreta el
hormigón como una piedra. Pero la seguridad es, de hecho, total. También cuando para
cubrir grandes naves se utilizan nervios de hormigón armado en sustitución del simple
acero –como se ha hecho recientemente en los grandes almacenes–, el lego difícilmente
puede evitar la sensación de que se está jugando con fuego. La costumbre hará que
pronto desaparezca este rechazo. Hace ya tiempo que las estaciones de ferrocarril,
construidas en acero y vidrio, dejaron de percibirse como soluciones arriesgadas.
Es notable cómo al mismo tiempo, con el avance de la técnica, se ha depurado también
la expresión de la función. La primera locomotora era todavía una criatura
completamente desmañada que parecía un horno de hierro sobre ruedas que servía
como medio de transporte. En correspondencia, alcanzaba escasa velocidad. Las
mejoras en este sentido conllevaron por sí solas una extensión horizontal de la caldera
de vapor, que finalmente, sin embargo, volvió a reducirse para evitar pérdidas de calor:
así, en la locomotora de un tren expreso vemos ahora un enorme cuerpo oblongo en
cuya punta se ubica sólo un dispositivo diminuto para la salida de los gases de escape.
Del mismo modo se produjo el desarrollo del automóvil: en un principio no era más
que un carruaje sin lanza, con el motor situado bajo el asiento del cochero, pero luego,
con el incremento de la fuerza motriz, se convirtió en una muestra expresiva de la
función de salvar los obstáculos del tiempo y el espacio. La forma alargada no sólo es
funcional, sino también simbólica.
Considerando todo esto, nuestra intención no sólo no puede, sino que no debe consistir
en restablecer el artesanado en su antigua condición, pues resulta imposible. No se
puede frenar el ímpetu de la industria, por el mero hecho de que sus métodos forman
ya parte del artesanado. Éste se vale también de la máquina y de la división del trabajo.
La diferencia entre las herramientas del artesanado y de la industria consiste sólo en el
grado de su aplicación. La diferencia fundamental entre ambas radica en que el
artesano conoce aún la unidad del trabajo, aunque tampoco él la ponga en práctica,
mientras que el trabajador industrial ha perdido completamente este conocimiento.
Todavía no hemos dado con los medios que permitan devolver al trabajador industrial
la comprensión del proceso productivo integral, clave para el goce del trabajo e
indispensable para la culminación de toda pieza. La necesidad de lograr todo esto, en
interés del éxito del trabajo, es algo que ya se ha constatado, y se han realizado intentos
de satisfacer tal necesidad. A los trabajadores de grandes talleres metalúrgicos se les
mostró en películas el proceso completo de fabricación de algunos productos. Hasta los
más expertos maestros de taller se quedaban asombrados al verlo por primera vez. Por
supuesto que las películas son una herramienta sustitutiva. Debe procurarse no sólo
transmitir al trabajador este conocimiento, sino también permitirle que lo experimente,
lo que convertirá en valiosos colaboradores de la industria también a quienes no
lograrían ser artesanos independientes. De esta forma se pretende crear un nuevo tipo
de trabajador manual que esté en contacto con los dos ámbitos. Para la industria, el
artesanado del futuro desempeñará el papel de un laboratorio experimental; por ello
debemos tratar de hacer que trascienda lo tradicional. En cuanto se haya conseguido
esto, cada cual encontrará con certeza su lugar dentro del ámbito de la industria. El
comercial se ocupará de la cuestión económica, el técnico de una correcta construcción y
el artista de obtener la mejor forma.
Afrontamos la tarea de adaptarnos a nuestro tiempo. Al igual que nos vestimos con
prendas de hoy, también debemos crear un entorno de objetos que pertenezcan a
nuestro tiempo. La tipificación de elementos constructivos aspira a fabricar máquinas
de habitar, gracias a las cuales quede asegurado un completo aprovechamiento de las
posibilidades de la técnica. La enseñanza de la Bauhaus se esfuerza en formar personas
dispuestas a acometer con energía y capacidad la solución de esta gran tarea.
1926
Nos hemos ido acostumbrando gradualmente al hecho de que el creador artístico vaya a
la escuela del inventor y constructor técnico. El movimiento antidecorativo –que se
abrió camino como una bendición de la época– irrumpió en los talleres industriales y
prestó atención a los procesos de trabajo en la fabricación de productos funcionales. La
campaña en contra de la concepción formalista está en marcha desde hace veinte años,
pero ¡qué escasos son aún los logros de los pioneros de este movimiento! Precisamente,
las ideas unívocas y evidentes necesitan más tiempo para su realización. Esto se debe a
su origen radical, es decir raigal, que las hace válidas no sólo en un ámbito restringido,
rápidamente asimilable, sino para la vida en su conjunto.
Con todos los métodos de análisis anatómico y de concepción sintética e integral, una
generación entera de artistas se ha lanzado con ímpetu a resolver el problema de la
creación desde su misma raíz y en todas sus modalidades, y a concienciar a la masa
sorda e indiferente acerca de las conclusiones de sus investigaciones. A saber: que el
problema de la creación artística no es una cuestión de lujo espiritual, sino parte integral
de la vida misma. De modo que ese problema se puede resolver sólo teniendo en cuenta
las propiedades fisiológicas, elementales, del hombre y de la naturaleza que lo rodea, y
no tiene absolutamente nada que ver con factores restrictivos de origen material,
nacionales, o estéticoformalistas. La revolución del espíritu artístico nos trajo el
conocimiento elemental; la revolución de la técnica, la herramienta para la nueva creación.
Hoy en día, todos los esfuerzos van dirigidos hacia la interpenetración de dos círculos
espirituales: por un lado, hacia la liberación del hombre creador de su neurasténico
retraimiento ultraterreno, gracias a su relación con las saludables realidades del mundo
fabril; y por otro lado, hacia la relajación y la expansión del espíritu rígido, estrecho,
orientado casi solamente hacia lo material, de sus líderes económicos.
En virtud de su espíritu más integral, el artista debe conservar la delantera que había
tomado en este debate espiritual. Sólo el contacto permanente con los procesos de la
producción, en su más amplio sentido, le proporcionará una visión global de todo el
conjunto de la configuración. De aquí proviene su interés por el proceso de formación
de productos técnicos y por la evolución orgánica de sus métodos de fabricación. El
artista ha reconocido las premisas que comparten su propio ámbito de creación y el del
ingeniero: cada cosa está determinada por su esencia. Para configurarla de tal modo que
funcione correctamente, debe investigarse cuál es su esencia, pues debe satisfacer
perfectamente su finalidad, esto es, cumplir en la práctica sus funciones, ser duradera y
barata, y tener una buena forma. Para satisfacer estos requisitos debe lograrse ‘el mayor
efecto con la menor cantidad de recursos’. Al resolver preguntas y cuestiones de orden
material, nuestra época, dominada por la técnica, ha tomado rápidamente conciencia de
esta antigua ley, que rige la obra del técnico. La eficacia se impone más lentamente en
los asuntos espirituales, puesto que requiere más conocimiento y mayor disciplina
intelectual que la economía en sentido material. Aquí se encuentra el punto crucial entre
civilización y cultura. Este punto ilustra la diferencia esencial entre, por un lado, el
producto de la técnica y la economía material (el sobrio trabajo de la mente calculadora)
y, por otro, la ‘obra de arte’ (producto de la pasión). El primero es la suma objetiva del
trabajo de incontables individuos; la segunda va más allá y es un resultado único, un
microcosmos subjetivo cerrado sobre sí mismo, cuya aceptación en el mundo crece con
el prestigio de su creador.
La obra de arte es siempre también un producto de la técnica. ¿Qué atrae al creador
artístico hacia el perfecto producto racional de la técnica? ¡Los recursos creativos! Pues su
veracidad interior, la ajustada y austera aplicación de todas sus partes en un organismo
de acuerdo con la función, y el audaz aprovechamiento de los nuevos métodos y
materiales: todos ellos son también presupuestos lógicos para la creación artística. La
‘obra de arte’ debe funcionar tanto espiritual como materialmente, al igual que el
producto del ingeniero; por ejemplo, como un avión, cuya finalidad inexorable es volar.
En este sentido, el que crea artísticamente puede ver en el avión un ejemplo y,
profundizando en su proceso de gestación, obtener valiosos estímulos para su propia
obra.
1926
El gran kit de construcción 18
La ‘racionalización en la construcción’ se ha convertido hoy en la consigna que está en
boca de todos, pero todavía nos encontramos en las etapas iniciales de su aplicación.
Los pioneros entre los arquitectos modernos han roto completamente con la antigua
concepción decorativa de su profesión y han comprendido que sólo en el más estrecho
contacto con los avances de la técnica y de la economía pueden dar a las ciudades y
viviendas la configuración veraz, eficiente y digna de nuestro tiempo. Sin tener en
cuenta que de ese modo de pensar surgen formas a menudo inusuales y sorprendentes
que se apartan de la tradición, esos arquitectos intentan resolver en sus aspectos
técnicos, económicos y artísticos –de raíz y de modo sistemático– la importante cuestión
de la vivienda y el urbanismo modernos.
La vivienda humana es un asunto de necesidad masiva. En Alemania el 85 por ciento de
las viviendas son pequeñas. A sus habitantes hoy ya no se les ocurre hacerse el calzado
a medida, sino que adquieren productos de stock que satisfacen la mayoría de las
necesidades individuales gracias a unos métodos de fabricación ya perfeccionados.
Estoy convencido de que la próxima generación encargará también su vivienda en un
almacén. El modo en que aún hoy construimos ciudades y edificios es casi idéntico al de
la Edad Media, en contraposición a la producción de los innumerables objetos de uso
cotidiano que actualmente nos suministra la industria mecanizada, mejores y más
baratos que los de la producción manual de antaño. Es absurdo el temor a que el
artesanado quede menoscabado como consecuencia del acercamiento de la construcción
a la industria, puesto que, en primer lugar, un proceso tan natural de desarrollo se
realizará paulatinamente, y además siempre habrá tres grupos de artesanos
indispensables para la economía: el artesano excelso (para los objetos de lujo y alta
calidad), el artesano industrial y el artesano reparador. La demanda económica más
elemental consiste en satisfacer nuestras necesidades del modo más eficiente, es decir,
con el menor gasto de dinero, salario y material, mediante una creciente racionalización
organizativa. ¡Este impulso conduce a la máquina, a la industria!
La tarea del ingeniero
Desarrollo de nuevos materiales de construcción, mediante un tratamiento especial de
materias primas fáciles de obtener y económicas, con objeto de reducir espacio, masa y,
con ello, las cargas, y aumentar en cambio la estabilidad. Desarrollo de nuevos sistemas
constructivos con el fin de lograr un montaje rápido con independencia del clima y las
estaciones. Desarrollo de soluciones constructivas singulares para el perfeccionamiento
de las instalaciones, así como también de las carpinterías y de los enseres domésticos.
La tarea del técnico comercial
Equipamiento eficiente de talleres de producción industrial para fabricar elementos
constructivos tipificados y estandarizados. Reducción de los precios mediante la
producción continua y la expansión del mercado. Acceso a créditos baratos para la
construcción.
El trabajo conjunto de estos tres grupos profesionales en el sentido aquí señalado traerá
consigo, a corto plazo, una notable disminución de los precios y, con ello, creará
hogares que no sólo satisfarán razonablemente las demandas de una vivienda sana y
humanamente digna, sino que, sobre todo, se adecuarán a la capacidad económica de
cada familia. El sector de la construcción, moderno y racionalizado, aprovechará todo lo
que las industrias ya han llevado a cabo en gran parte de sus empresas: la eliminación
de costosos tiempos muertos mediante una ingeniosa economía en el uso del tiempo de
trabajo y los materiales.
Una exhaustiva racionalización de la construcción de casas y del urbanismo tiene por
objetivos:
1. Una generosa política urbanística a largo plazo.
2. Una diferenciación metódica de las vías principales para tráfico rodado y
las calles residenciales (consecuencia: mejora de las condiciones de tráfico y reducción
de los costes de urbanización, canalización y suministro de agua).
5. Determinación de las plantas que resulten social y económicamente más
favorables.
6. Tipificación y estandarización de casas enteras o de sus componentes.
7. Empleo de nuevos materiales y técnicas que permitan ahorrar espacio y
materiales.
9. Racionalidad empresarial en la obra. Montaje en cadena conforme a un
plan de trabajo preliminar. Empleo de grandes y pequeños dispositivos de
racionalización. Establecimiento de diversos turnos de trabajo para el pleno
aprovechamiento de la luz natural. Resultado: disminución de los plazos de las obras,
ahorro de intereses y jornales.
10. Realización de planos de ejecución racionales, elaborados hasta el último
detalle antes del comienzo de las obras, como planos de montaje para máquinas, y
empleo a gran escala de piezas seriadas ya probadas.
11. Eliminación de las numerosas sorpresas e inevitables contingencias de los
antiguos métodos de construcción: piezas de montaje que no se ajustan debido a
medidas imprecisas de los muros o por influencia de la humedad de obra; jornales
imprevistos; pérdida de tiempo y de intereses por retrasos en el secado; así como las
consecuencias de la casi siempre precipitada planificación del proyecto de casa ‘a
medida’. En lugar de eso, independencia de las estaciones y del clima, eliminación de la
humedad de obra, ajuste perfecto de las piezas de fabricación mecánica, precio fijo y
plazos de obra breves, determinables y garantizados.
12. Combinación de la mayor variabilidad posible con la mayor tipificación
posible, al no ser tipificada la casa completa, sino sólo sus partes, a partir de las cuales
pueden componerse diversas unidades de edificios.
13. Políticas de financiación a largo plazo por parte de los inversores de la
construcción, que eviten el incremento de los intereses de los capitales debido a
intermediarios improductivos.
La suposición de que una industrialización de la construcción anularía al individuo y
afearía la forma arquitectónica es, desde luego, errónea; ha surgido a raíz de
aplicaciones mal entendidas y esquemáticas de tipos que aún tenían un carácter
subjetivo, o ha sido fruto de intereses marginales de grupos aislados. Porque el tipo no
constituye una traba para el desarrollo cultural, sino más bien una de sus premisas. El
tipo encierra en sí mismo la selección de lo mejor y separa lo elemental,
supraindividual, de lo subjetivo. El cuento del individuo anulado por la tipificación y la
normalización se desvanece si miramos atrás en la historia. El tipo siempre fue un signo
de orden moral y social. La recurrencia de partes iguales aporta orden y sosiego, como
la uniformidad de nuestra vestimenta. La competencia natural de los distintos tipos
entre sí deja margen suficiente para que se plasme la singularidad del individuo y de la
nación. La unificación de los elementos constructivos tendrá como consecuencia
beneficiosa que nuestras nuevas viviendas y ciudades volverán a exhibir un carácter
común. No habrá de temerse la monotonía –como, por ejemplo, la de los barrios
suburbanos ingleses– siempre que se cumpla el requisito de tipificar solamente los
elementos constructivos, mientras que los volúmenes conformados a partir de ellos
puedan variar según las preferencias individuales. El tipo no es una invención de la
época actual; desde siempre fue símbolo de un elevado nivel cultural. Mediante una
sabia restricción en el número de tipos para todas las cosas de uso cotidiano, se
incrementa su calidad y se reduce su precio, con lo cual se eleva necesariamente todo el
nivel social. Si mediante la aplicación de estos principios se lograse que la mayoría del
pueblo tuviese acceso a viviendas mejores y más económicas, se habría resuelto una de
las más importantes cuestiones básicas de la política económica.
La vivienda de stock, lista y equipada, se convertirá en breve en un producto básico de
la industria. La ejecución del vasto problema exige, desde luego, un proceder decidido y
conjunto de los organismos estatales y municipales, de los especialistas y de los legos.
Las grandes organizaciones de clientes, estados, municipios y las grandes industrias
tienen la obligación de financiar los ensayos necesarios que deben preceder a la
producción de casas: los terrenos para la experimentación, adquiridos con recursos
públicos, son un requisito urgente. Al igual que la industria somete cada objeto que
reproduce a innumerables ensayos previos y sistemáticos antes de dar con su ‘tipo’ –en
el cual participan de igual modo empresarios, técnicos y artistas–, así también la
producción de elementos constructivos tipificados requiere una labor experimental y
sistemática en una magna conjunción de fuerzas económicas, industriales y artísticas.
¿Dónde están los terrenos experimentales alemanes que remedien el inmenso derroche
de recursos, tiempo y trabajo, y que a la vez ayuden a crear el gran kit de construcción
con el cual deben surgir las casas que todo trabajador pueda pagar? ¡Actuemos
rápidamente! ¡La idea de industrializar la construcción de casas se ha puesto en marcha
y es imparable, puesto que está basada en las necesidades de la época! La velocidad del
desarrollo no depende tanto del dinero existente como de la decisión con la que se
afronta el cambio y del planteamiento claro del problema. En la guerra surgieron miles
de kilómetros de trincheras porque eran necesarias. ¡Nadie cuestionó su rentabilidad!
¿Es la protección de la familia y de la salud del pueblo menos importante?
1928
El desarrollo actual del sector de la construcción no debe suscitar duda alguna acerca de
que en este ramo de la economía, hasta ahora reservado casi exclusivamente al
artesanado, operan fuerzas dirigidas a introducir métodos de producción industrial y
fabril. Es del todo comprensible que los círculos del artesanado, así como gran parte de
los arquitectos, se muestren contrarios a la progresiva influencia de estos nuevos
métodos, ya que temen una reducción de su propio campo laboral a consecuencia de
esta reorganización de la economía. Es hora de aclarar si la oposición a este movimiento
de industrialización tiene sentido y es razonable y si puede conducir a alguna meta; o si
más bien la corriente del desarrollo económico y técnico avanzará en perjuicio de los
opositores. El proceso de reorganización en el sector de la construcción está
completamente vinculado al que ya se ha efectuado en otros numerosos campos de la
producción humana, a partir de la introducción de las fuerzas mecánicas y sus refinadas
herramientas, las máquinas. Ninguna mente que piense de modo objetivo en términos
económicos volvería hoy a cometer un error como el del conocido crítico inglés John
Ruskin, que hizo llevar sus productos artesanales a Londres en un carruaje, por un
camino que corría paralelo a las vías del tren, como protesta contra la máquina.
El hecho económico más elemental consiste en satisfacer nuestras necesidades del modo
más eficiente, es decir, con el menor gasto de dinero, trabajo y material, gracias a un
nivel de organización en constante aumento. Este impulso condujo a la máquina, a la
división del trabajo y a la racionalización, conceptos imprescindibles para nuestra
economía y que para la construcción tienen la misma importancia que para cualquier
otra rama de la actividad humana. Que aún no dominemos este nuevo recurso y que a
causa de ello el individuo se sienta amenazado no constituye una objeción válida en
contra de su necesidad. Pero cuanto más nos impulse la razón a mecanizar nuestro
trabajo, tanto más necesarios serán el cuidado y el cultivo de la creatividad en cada
individuo, porque toda mecanización puede tener en último término un único sentido:
liberar a los hombres del trabajo material para satisfacer sus necesidades vitales, de
modo que el espíritu y la mano queden disponibles para realizar tareas más elevadas. Si
la mecanización fuese un fin en sí misma, se echaría a perder lo más importante: la
naturaleza humana viva y plena, el individuo y lo indivisible, hasta devenir una
fracción de naturaleza. Aquí hunde sus raíces la lucha entre la antigua cultura artesanal
y la nueva cultura de la máquina. Es imprescindible que la nueva era desarrolle, a partir
de lo artesanal y lo mecánico, una nueva obra orgánica. ¿Dónde radica lo que separa
ambas culturas? No en la herramienta –porque la máquina es sólo una potenciación
gradual de las antiguas herramientas artesanales–, sino en la unidad de trabajo, en el
primer caso, y en la división de trabajo, en el segundo. Por tanto, el artesano actual
tampoco orienta su lucha contra de la máquina –cuyo sentido y valor reconoce–, sino
que le mueve el temor a perder su independencia. El artesano, genuino transmisor de la
cultura medieval, era técnico, artista y comerciante en una misma persona; el proceso de
la obra recaía, de principio a fin, en una sola mano; por su parte, el trabajador industrial
habitual hoy en día –sin apenas influencia personal sobre el desarrollo técnico, formal y
económico del producto– sólo está obligado a hacerse cargo de una pequeña parte de la
totalidad del proceso de fabricación. La racionalidad de esta división del trabajo
amenaza la existencia independiente de la vocación artesanal plena. El fruto de esta
vocación se ve superado paulatinamente por los productos de la industria, más baratos
y a menudo también de mejor calidad. El artesano se verá desplazado por motivos
económicos hasta convertirse en trabajador industrial; o bien su taller se convertirá en
una tienda: de artesano pasará a comerciante. Esta reducción forzosa de la iniciativa
personal, a consecuencia de la fragmentación de los procesos de trabajo y de la
mecanización técnica, es la amenaza cultural provocada por el actual modelo
económico. La economía se vuelve un fin en sí misma y el hombre se atrofia en ella.
Pero las dotes naturales son dispares y la tarea más ardua dentro de esta organización
integral del trabajo colectivo del futuro consiste en resolver la correcta gradación de las
energías creativas: la distribución de los individuos, por un lado, en el trabajo teórico
preliminar (laboratorio, desarrollo de modelos y organización del trabajo) y, por otro,
en la ejecución del trabajo fabril (obtención de material, transporte, cadena de
producción, etcétera). Cuanto mayor sea el número de individuos pródigos e
independientes con vocación para la formación polifacética, que sean capaces de hacer
una contribución a la colectividad y de incorporarse al organismo económico, tanto más
vivo y fuerte será éste, no al revés. En la misma medida en que la inventiva humana
aumenta con la formación, se incrementan los recursos técnicos para el rendimiento del
trabajo mecánico y crece el número de trabajadores teóricos e independientes. Cuando,
a la inversa, el artesano actual corre el riesgo de derivar hacia el trabajo mecánico,
carente de vida, la culpa de ello la tiene la formación parcial y anticuada, además de su
errado ensimismamiento, contrario a la actitud colectiva con respecto al propio trabajo.
El actual método de aprendizaje artesanal es, en esencia, el mismo de la Edad Media,
pero sin su riqueza, exhaustividad y universalidad, ya que se aferró rígidamente a lo
antiguo y no tuvo en cuenta las rápidas transformaciones habidas en los enfoques
intelectuales y técnicos. En la economía actual, ¿qué artesano está aún en condiciones de
desarrollar de manera independiente sus productos en todos los aspectos técnicos y
formales según su lógica interna, considerando todos los métodos de fabricación
moderna? También aquí se consumó la división del trabajo. El espíritu inspirador quedó
separado del espíritu práctico; el artesano ya no perseveró en su propio problema, sino
que se convirtió en el brazo ejecutor de los pensamientos platónicos de otros, de
arquitectos y dibujantes. La pasada ‘época de las artes aplicadas’ no conllevó un
liderazgo capaz de guiar el nuevo mundo laboral ni supo establecer un vínculo entre el
artesanado y la industria. Los líderes de este periodo de desarrollo no lograron irrumpir
decididamente en el mundo del trabajo; si bien hicieron suya la noción de calidad, este
concepto seguía estando relacionado con la decoración exterior. También hoy el gremio
de los arquitectos sigue adoleciendo de un excesivo interés en lo estéticodecorativo. El
poder y la relevancia de los arquitectos en los próximos tiempos dependerá de su
capacidad de adecuación intelectual, de su vigor para responder a los mayores retos con
el sentido técnicoeconómico de nuestro tiempo, es decir, entendiendo la tarea de
edificar como una configuración de procesos vitales. A partir de esta concepción, el
arquitecto podrá ganar terreno y no perderlo, pese a la aplicación de los métodos
industriales; deberá convencer a la opinión pública de que nunca podrá ser reemplazado
por el ingeniero, porque la esencia de su profesión no es la de un técnico, sino la de un
organizador capaz de integrar, de aunar en una mente todos los problemas científicos,
sociales, técnicos, económicos y creativos propios de la edificación, y de fundirlos
metódicamente en una obra unitaria, compartiendo esta tarea con numerosos
especialistas y trabajadores. ¿Acaso no resultaría contradictorio con el sentido de su
profesión, que el arquitecto moderno, con falsos escrúpulos, hiciera caso omiso de los
enormes logros de nuestra época: las nuevas máquinas, materiales, sistemas
constructivos, métodos fabriles e industriales? ¡El arquitecto debe erigirse en el factor
imprescindible en este cambiante mundo de la edificación! Resulta peligroso cerrar los
ojos ante la lucha entre los intelectuales y los grupos de poder. ¿Quieren artesanos y
arquitectos mantenerse al margen, cuando en la actualidad hay importantes grupos
(como el gremio del acero) que han decidido hacer causa común en el terreno
económico, proporcionando al país miles de viviendas con estructura de acero mediante
métodos de producción completamente distintos? Aquí no hay protesta alguna que
valga, sino tan sólo la previsión, la capacidad y la participación activa en el complejo
económico de la producción de viviendas. Evidentemente, la industria no
desaprovechará la enorme coyuntura que favorece la construcción de viviendas en
nuestro país. Pero nosotros, los arquitectos, debemos formular los problemas en virtud de
nuestra visión de conjunto de las numerosas ramas de la capacidad industrial y
científica que comprende la construcción y que, por tanto, influyen decisivamente en la
evolución de la nueva arquitectura. Sin duda, no se trata de que el arquitecto se aleje del
artesanado y se vuelva únicamente hacia la industria; es decir, lo uno o lo otro. Por el
contrario, los arquitectos se enfrentan a la importante tarea de tender los puentes que
faltan entre el artesanado de la construcción y la industria de la construcción, lo cual
implica orientarse a partir de ahora también hacia la industria, enriquecer y fortalecer el
artesanado y la formación de sus nuevas generaciones desde el conocimiento de las
ventajas económicas y de los métodos industriales. ¡La unidad, la condición
comunitaria de las tareas, es prioritaria; no así el interés de grupos económicos aislados!
¡La visión de futuro de los organizadores líderes debe aunar las diversas energías
industriales y artesanales en la tarea integral del edificio!
Pueden distinguirse tres métodos diferentes para la producción de edificaciones:
La industria –en lo que atañe propiamente al volumen de la casa– puede ocuparse sólo
del tercer método de producción de casas, el que más se desvía del método habitual
hasta ahora, ya que depende de materiales como el acero, el hierro, el hormigón ligero,
el corcho, etcétera, que ahorran espacio y peso, y por tanto también masas y cargas.
Sin embargo, en este ámbito la práctica ha demostrado que la técnica y la industria aún
deben resolver numerosos problemas de índole material y constructiva antes de que la
casa de montaje industrial esté en condiciones de ofrecer la necesaria garantía de
durabilidad, más allá de sus ventajas de rápida disponibilidad a un precio accesible y
fijo dentro de un plazo predeterminado. La técnica desconoce aún en parte las tareas
que le corresponde asumir en el ámbito de la construcción de casas, ya que este campo
es todavía nuevo para ella y casi siempre se abordó desde el enfoque de la
particularidad técnica del problema. ¿Quién sino el arquitecto sería el responsable de
revelar estas deficiencias y de formular claramente las exigencias a la industria? Para el
trabajo de dirección de los arquitectos, algunas de las carencias particularmente
notables dentro del inventario de sus medios técnicos son, por ejemplo:
1. Material ligero de construcción
El procedimiento de incrementar el volumen de una materia prima de fácil obtención
(cemento, arena, escoria o pizarra) mediante el agregado de productos químicos o de
metales –de modo que se genere un material de construcción de grandes células con
poros encapsulados, que combine la baja conductividad térmica con la capacidad de
regulación de la humedad, y que ahorre simultáneamente peso y masa– puede tener
éxito conforme a los ensayos prácticos realizados hasta el momento, siempre que la
industria sea capaz de mejorar las especificaciones requeridas. A partir de este material
se podrán almacenar entonces grandes kits constructivos en stock.
2. Paneles ligeros de construcción
No hay paneles que se puedan adquirir ya terminados y que sean absolutamente fiables
para el revestimiento interior y exterior de las casas. Tales paneles deben ser ligeros,
térmica y acústicamente aislantes, planos e indeformables; deben poder clavarse y
suministrarse en grandes planchas de la altura de un piso. Para su empleo como piel
exterior, deberán además repeler adecuadamente el agua.
Debido a la racionalización de la necesidad de espacio habitable, la evolución de la
planta de la vivienda ha generado una gran demanda de tabiques interiores móviles,
que hagan posible una disposición espacial flexible dentro de la estructura fija, metálica
o de hormigón, cuando así lo exija la función residencial cambiante en el tiempo. La
colonia de la asociación Deutscher Werkbund muestra abundantes propuestas de este
tipo que ofrecen ya ejemplos importantes e interesantes en la organización de las
plantas. Pero aún falta encontrar la solución técnica viable en relación con los materiales
y la construcción de estos tabiques ligeros. Se debe exigir: variabilidad sencilla en pocos
pasos y aislamiento termoacústico entre espacios contiguos –tal como lo ofrecía el
antiguo tabique macizo–, además de protección visual.
4. Ventanas metálicas normalizadas
La nueva vivienda es más exigente en cuanto al tamaño de las ventanas. Sus funciones
(iluminación, ventilación y vistas) deben considerarse por separado, según cada caso.
La ventana ideal de fabricación industrial debería ser laminada y punzonada en metal
ligero de alta calidad (por ejemplo, duraluminio) o de chapa plegada, para poder
aumentar así la resistencia y calidad con el mayor ahorro de material y volumen. Los
requisitos exigibles son: gran variedad de medidas, mediante la yuxtaposición de una
unidad básica acertadamente seleccionada; cierre hermético de las carpinterías;
protección contra la oxidación sin necesidad de pintura; fácil limpieza; fácil apertura y
cierre, evitando en lo posible dejar hacia fuera o hacia dentro la hoja abierta (ventana
corredera de desplazamiento lateral o vertical); doble vidrio, a ser posible en un solo
bastidor, fácil montaje en la masa del edificio. Las ventanas de madera o metálicas
existentes hoy en día cumplen tan sólo una parte de estas condiciones.
5. Revestimiento continuo del volumen exterior
La piel exterior continua es la protección apropiada frente a las inclemencias del tiempo
y la entrada de insectos. El revoco exterior utilizado hasta el momento para satisfacer
tales fines no es lo suficientemente duradero en su capa superficial, por lo que encima
de él o en su lugar debería aplicarse una capa protectora resistente, de tipo esmalte, que,
en lo posible, se proyecte mecánicamente sobre el volumen exterior una vez terminado
y alcance un estado físico que impida el agrietamiento por efecto de las inclemencias del
tiempo. Aún no existe un material de tales características. Tampoco las denominadas
pinturas resistentes a la intemperie responden a ellas.
6. Calorímetro
El suministro de calefacción a distritos y barrios enteros de la ciudad desde centrales
térmicas –análogo a la red de distribución eléctrica, y que supone un ahorro de material
y trabajo– está fracasando por el momento debido a la falta de un simple calorímetro
adecuado para poder establecer por separado el consumo de calor en cada vivienda. Las
soluciones aplicadas hasta ahora resultan inviables por ser demasiado complicadas y
antieconómicas.
7. Ventilación mecánica de los espacios habitables
La exigencia económica de conseguir espacios de dimensiones lo más reducidas posible
en la vivienda popular exige un aumento del suministro de aire fresco. La ventilación
natural por medio de las ventanas no es suficiente, porque en los meses calurosos del
año no se produce la renovación del aire cuando no corre el viento; en invierno, por el
contrario, se pierde mucho calor. Carecemos de una ventilación mecánica sencilla que
introduzca aire fresco en los espacios habitables, que además debe calentarse en
invierno.
En todos los casos, a estos requisitos técnicos se suma la mayor eficiencia económica
alcanzada –gracias a la amplia introducción de normas–, en comparación con los gastos
hasta hoy habituales para los mismos fines.
Los cambios provocados por las nuevas técnicas son tan imponentes que habría que
retroceder mil años para encontrar una transformación del desarrollo técnico
comparable a la que nos han ofrecido las dos últimas generaciones. Apenas estamos
comenzando a ordenar el formidable material disponible, y tomando en consideración
sus nuevas posibilidades. Se necesitará aún del trabajo de una generación antes de que
se complete la transformación del sector de la construcción, antes de que los elementos
de la nueva arquitectura se conviertan en artículos estándar racionalizados en grado
sumo, perfeccionados y universales, y antes de que pueda superarse la natural inercia
del hombre frente a las nuevas formas resultantes.
La misión de nuestros arquitectos consiste en conservar en sus manos la dirección de este enorme
proceso de transformación.
1929
Los fundamentos sociológicos de la vivienda mínima (para la
población industrial urbana) 20
El conjunto del trabajo realizado en el sector de la construcción de viviendas durante los
años de posguerra muestra que el desarrollo de la vivienda mínima ha llegado a un
punto muerto, como resultado, evidente, de que no se prestó suficiente atención a las
profundas modificaciones en la estructura social de los pueblos, que reclaman fijar
nuevos objetivos para la forma y el tamaño de las unidades de vivienda requeridas. La
constatación de estas modificaciones en la sociedad humana debe ser el punto de
partida del trabajo de este congreso. La comprensión del desarrollo reglado de los
procesos vitales del hombre (biológicos y sociológicos) debe conducir a precisar la tarea.
Únicamente a partir de esta base se deduce la segunda parte del trabajo: un programa
práctico para la realización de la vivienda mínima.
La historia sociológica es la historia de la progresiva diferenciación del género humano
desde el estado salvaje hasta la civilización, pasando por la época de la barbarie. El
difunto sociólogo alemán [Franz] MüllerLyer –cuyos resultados científicos se toman
aquí como referencia– distingue cuatro grandes épocas del Derecho en la sociedad
humana:
1. la época de las relaciones de parentesco, con el Derecho del clan;
2. la época familiar, con el Derecho de familia;
3. la época individual, con el Derecho del individuo;
4. la futura época cooperativa, con el Derecho cooperativo.
En esta sucesión se verifica el desarrollo por fases del progresivo perfeccionamiento
social. La consideración detallada de este desarrollo por fases es útil para el trabajo del
congreso, porque su regularidad conforme a ciertas leyes aclara que determinados
fenómenos de la sociedad actual, vistos por muchos como una decadencia regresiva,
representan más bien –desde el punto de vista de su desarrollo histórico– un progreso
de la sociedad que se va diferenciando.
En la época primitiva, el individuo constituye solamente un miembro de la sociedad; su
actuación es puramente social. Aún no se ha despertado el individuo.
Al imperio de la violencia del estado bélico le sigue el imperio del dinero del estado
industrial. En ambas formas estatales gobierna la clase de los propietarios; la masa se
empobrece. El estado industrial, fruto del creciente conocimiento científico, desarrolla
formas de producción más avanzadas. Mediante el dominio de la naturaleza surge la
posibilidad de construir para todos una vida en la cultura. El individualismo egoísta es
sustituido por el individualismo social. El individuo consumado deviene el fin último
del estado; la constitución de la sociedad es el medio para alcanzar ese fin.
Entonces, más allá del concepto del clan y de la familia patriarcal se eleva la idea de un
individuo autónomo y, finalmente, de una futura confederación de todos los
individuos, supraindividual y cooperativa.
La familia patriarcal mostraba aún el poder ilimitado del cabeza de familia. La mujer
vivía en una estrecha subordinación espiritual; los niños, y también los adultos, estaban
sometidos a la voluntad del cabeza de familia, a quien debían absoluta obediencia.
Allegados y siervos –más tarde los peones agrícolas, oficiales y aprendices– eran
miembros de la familia extendida. La familia era un microcosmos cerrado, la unidad de
producción y consumo en el estado.
En el siglo XVIII comenzó el éxodo de los siervos desde la gran economía del feudo
hacia las ciudades libres. Aumentó el número de familias nucleares, con su estructura
de derecho parental.
Poco a poco, con la creciente concepción jurídica del individuo, la familia cede su
función al estado. Con ello cae lentamente la anterior preeminencia sociológica de la
familia en el marco de la sociedad.
La invención de la máquina conduce a la socialización del trabajo. Ahora la producción
de bienes ya no responde a la necesidad individual, sino que se produce para el
intercambio dentro de la colectividad. Una tras otra, se van separando de la familia
partes de la producción doméstica que se transfieren a la producción social. La unidad
menor ‘familia’ pierde por ello el carácter de una cooperativa productiva autónoma.
En analogía con los fenómenos del resto del mundo biótico, con la creciente
diferenciación del individuo disminuye la natalidad. De hecho, esto es así en todos los
países civilizados. A causa de reflexiones predominantemente económicas, la voluntad
del individuo –dotado de los medios aportados por los avances científicos– lleva a la
regulación consciente de la natalidad. En el curso de una generación arraiga en los
países civilizados el sistema de familia con dos hijos.
en el año 1900: 35,6 cada 1.000 habitantes
en el año 1927: 18,4 cada 1.000 habitantes
es decir, apenas la mitad. Sin embargo, aún subsiste un excedente de nacimientos de 6,4
por mil.
Mientras que en la familia patriarcal los hijos continuaban con el oficio del padre, ahora
se extiende el descaste, y los estamentos profesionales ocupan el lugar de los
estamentos determinados por nacimiento, lo cual conduce al abandono temprano de la
casa paterna. Con el incremento de los medios de transporte aumenta la libertad de
circulación del individuo. Gracias a ello se flexibilizan los lazos de la familia, reducida
en sus miembros constituyentes.
La relación patriarcal entre el cabeza de familia y los oficiales, peones y aprendices es
sustituida por una relación jurídica monetaria.
La economía pecuniaria sustituye a la economía natural.
El que antes era esclavo deviene sirviente libre; sin embargo, con la progresiva
socialización del trabajo, este estamento decrece gradualmente y se desprende del yugo
familiar, para intercambiar en la industria libertad personal y autonomía.
Hoy, la demanda de sirvientes en la mayoría de los países europeos dobla ya la oferta.
En los Estados Unidos, la falta de sirvientes ya da como resultado el traslado de familias
a hoteles, una organización doméstica de grandes dimensiones, en la que se centraliza
económicamente el trabajo de servicio para la familia nuclear.
La vivienda exigua pierde su idoneidad también para la interacción social. El estímulo
espiritual se busca fuera de la familia. Se multiplican rápidamente las tabernas y los
clubes para hombres y mujeres.
El desarrollo muestra, pues, un constante progreso de la socialización de las antiguas
funciones de la familia –relativas a la autoridad, la educación y la economía doméstica–,
y con ello se vislumbran los primeros comienzos de una época cooperativa, que algún
día podría relevar a la época del derecho individual.
Pero en la actualidad hay aún otro fenómeno de decisiva importancia para la estructura
de la familia. Así como la época familiar fue iniciada por el devenir consciente del
hombre, la época individual se caracteriza por el despertar de la mujer y de su creciente
autonomía. Desaparece la servidumbre de la mujer respecto del hombre; la ley de la
sociedad va concediendo gradualmente a la mujer los mismos derechos que al hombre.
Con la disminución de numerosos quehaceres domésticos –que la familia ha traspasado
a la producción social– se reduce la esfera de competencia de la mujer; así, procura
satisfacer su natural anhelo de actividad también fuera de la familia: se incorpora a la
vida económicamente activa. La economía, establecida sobre una base
fundamentalmente nueva por obra de la máquina, muestra a la mujer la falta de
racionalidad de sus pequeñas labores domésticas.
La comprensión de los puntos débiles de la economía doméstica individual suscita la
reflexión en torno a unas nuevas formas de organización doméstica de grandes
dimensiones, que asuman mejor y de forma económicamente más eficiente, gracias a la
centralización, parte de las tareas de la mujer relativas a la economía doméstica, unas
tareas que ella sola no podría llevar a cabo ni siquiera empleando todas sus fuerzas. La
creciente escasez de sirvientes promueve estos deseos. En la dura lucha por su
existencia y la de los miembros de su familia, la mujer busca vías para ganar tiempo
para sí misma y para sus hijos, para participar en la vida económicamente activa y para
liberarse de la dependencia respecto del hombre. El motivo principal de este proceso no
parece, pues, encontrarse solamente en el apuro económico de la población urbana, sino
en un impulso interno que está relacionado con la emancipación espiritual y económica
de la mujer como compañera del hombre en igualdad de condiciones.
El matrimonio, fundamento de la familia, experimenta modificaciones radicales a causa
de la progresiva autonomía de la mujer; poco a poco, pasa de ser una institución
obligatoria, sancionada por el Estado y por la Iglesia, a convertirse en una unión libre
entre dos personas espiritual y económicamente autónomas. En términos económicos, a
la familia sólo le queda entonces la función de procreación y selección biológica. Cuanto
más fuertemente organizado está el lazo social, tanto menor es la eficacia que le queda
al lazo familiar. A la moral familiar le sigue la moral individual, con los comienzos de
un pensamiento colectivo.
Divorcios
1900 09.000
1927 36.449
Nacimientos extramatrimoniales
1900 08,7 %
1926 12,6 %
Además, según datos aportados por los médicos, se incrementan enormemente los
abortos, difíciles de computar en las estadísticas.
Hogares individuales
1871 06,16 %
1910 07,25 %
1927 10,10 %
Estados Unidos 1 : 4
Bélgica 1 : 3
Inglaterra y Suecia 2 : 5
Alemania y Suiza 1 : 2
Según los datos de la Oficina de Estadísticas del Estado Prusiano, en Berlín en 1925:
de 5 mujeres mayores de 20 años, sólo 3 están casadas;
de 5 mujeres casadas,
1 es económicamente activa;
de 5 mujeres solteras, 4 son económicamente activas;
Existencia total de viviendas pequeñas en Alemania (1 a 3 habitaciones):
1927 sólo 46 %
Las autoridades competentes en la dotación de viviendas están obligadas en primer
lugar a observar la dirección del desarrollo sociológico general, porque la mayor
dificultad de su tarea consiste precisamente en estimar correctamente y en términos
numéricos el grado de desarrollo de estos procesos generales dentro de su población.
Sólo entonces estarán en condiciones de diferenciar cuantitativamente las necesidades
de vivienda, tanto las antiguas, familiares –allí donde aún persisten– como las más
modernas, de acento individual, así como de proporcionar a ambos grupos las
viviendas adecuadas. Casi todos los países siguen organizando aún su política de
construcción estatal de viviendas en gran medida según la antigua forma de vida
familiar, que hoy ya no es suficiente por sí sola para comprender las necesidades reales.
Más bien la concentración de una serie de viviendas en la organización doméstica de
grandes dimensiones parece haberse vuelto necesaria para aliviar de manera práctica la
vida laboral de la mujer económicamente activa y conservarla así para el matrimonio y
la procreación.
Para poder encontrar lo óptimo en materia de vivienda, un bien necesario para la vida,
así como el precio mínimo para su producción, deben aclararse primero los hechos
sociológicos, puesto que, como consecuencia del cambio de los fundamentos, el
programa de la vivienda mínima no puede resolverse de por sí reduciendo solamente el
número de habitaciones y la superficie de uso de la vivienda corriente, más grande.
Antes bien, su solución requiere un nuevo cuño en virtud del conocimiento de las
demandas mínimas naturales y sociohistóricas, que el velo de las petulantes
pretensiones históricas tradicionales no debe ofuscar. El congreso deberá intentar
formular en común el estándar para todos los países participantes, tanto como sea
posible en el marco de las diferencias puramente geográficas y climáticas, lo que
responde a la próxima equiparación de las necesidades de la vida por obra del tráfico y
de la economía mundiales.
La cuestión del mínimo en materia de vivienda atañe al mínimo elemental de espacio,
aire, luz y calor que el hombre necesita para no experimentar impedimento alguno, a
causa de la vivienda, en el desarrollo pleno de sus funciones vitales. O sea, un minimum
vivendi en lugar de un modus non moriendi. El mínimo en sí mismo varía según las
condiciones locales, urbanas o rurales, el paisaje y el clima; el mismo volumen de aire
de la vivienda significa algo distinto en una estrecha calle metropolitana que en un
barrio suburbano de baja densidad. [Wilhelm] Von Drigalski, Paul Vogler y otros
higienistas comprueban que, desde el punto de vista biológico, dadas las mejores
condiciones posibles de ventilación y soleamiento, el hombre necesita sólo una reducida
cantidad de espacio habitable, sobre todo si éste se organiza de modo funcionalmente
adecuado. La comparación de un conocido arquitecto entre una maleta cuidadosamente
compartimentada y un cajón ofrece una imagen ilustrativa de la superioridad de una
vivienda moderna pequeña y bien organizada frente a una vivienda anticuada.
Pero si proporcionar luz, sol, aire y calor es culturalmente más importante y –siempre
que los precios del suelo sean normales– también más económico que aumentar el
espacio, el imperativo es: agrandar las ventanas, minimizar los espacios, ahorrar en
alimentación antes que en calor. Así como antes se sobreestimaba el valor de las calorías
frente al de las vitaminas en perjuicio de la alimentación, hoy muchos se equivocan al
ver en el aumento del espacio habitable la salvación para la vivienda.
Conforme a la más pronunciada acentuación de la vida individual dentro de la sociedad
–algo que traerá la época futura– y a las legítimas demandas del individuo de apartarse
temporalmente del mundo social, la exigencia fundamental e ideal deberá en adelante
formularse de la siguiente manera: ¡a cada persona adulta, su habitación propia, aunque
sea pequeña! La vivienda mínima resultante de estas premisas fundamentales
representaría su mínimo objetivo, fundado en su sentido y propósito: la vivienda
estándar.
Las causas biológicas para la determinación del tamaño de la vivienda mínima son
también decisivas para su disposición urbanística. ¡Un máximo de luz, sol y aire para
todas las viviendas! Ante la diversidad en cuanto a la calidad del aire y la intensidad de
la luz debe intentarse establecer un límite mínimo, numéricamente comprobable, a
partir del cual pueda calcularse la cantidad de luz y de aire necesaria para cada lugar.
Las prescripciones generales que hoy existen para determinar esas cantidades, sin
considerar las diferencias, carecen de valor en muchos casos. La garantía de luz y aire
para las viviendas es, sin duda, el objetivo fundamental de toda regulación urbanística.
Todas las ordenanzas de la edificación han superado a las precedentes en cuanto a la
disminución de la densidad de población y la consiguiente mejora de las condiciones de
luz y de aire. Pero los medios anteriores para la disminución de la densidad de
población emanaban aún de la idea de la familia estable de fuertes vínculos. La solución
ideal se consideraba únicamente la edificación baja, la casa unifamiliar con jardín, y a
consecuencia de haberse fijado este objetivo se combatía la densidad de población de las
ciudades por medio de una limitación de la altura de los edificios. Tal como nos enseña
la sociología, en la actualidad este objetivo ya no es suficiente, puesto que satisface sólo
una parte de las necesidades del pueblo, no las necesidades de la población industrial, a
las que se refieren especialmente las investigaciones de este congreso. La estructura
interna de la familia industrial se aleja de la casa unifamiliar y tiende hacia el gran
edificio en altura y, finalmente, hacia la organización doméstica de grandes
dimensiones. La saludable tendencia fundamental de disminuir cada vez más la
densidad de población en las ciudades no se ve de ningún modo entorpecida por este
nuevo modo de habitar, puesto que la densidad de población de un barrio puede
regularse, sin limitar la altura de los edificios, fijando una relación cuantitativa entre la
superficie habitable o el volumen edificado, por un lado, y el terreno edificable, por
otro. Con esto se habría allanado el camino para el desarrollo en vertical del gran
edificio de muchos pisos. Mientras que la casa unifamiliar responde a las necesidades
de unas clases sociales distintas, más pudientes, que no deben considerarse aquí, el gran
bloque en altura responde a las necesidades sociológicas de la actual población
industrial, con su sintomática emancipación creciente del individuo y la temprana
liberación de los hijos respecto de la familia. Por cierto, el gran edificio de muchos pisos
ofrece importantes ventajas de tipo cultural frente al gran edificio con un número
reducido de pisos. De la comparación entre alternativas de edificación con bloques
lineales en dirección nortesur y alturas de 2 a 10 pisos se desprenden las siguientes
reglas:
pisos camas
02 1.008
03 1.213
04 1.325
05 1.449
06 1.523
10 1.697
2. Dado un mismo ángulo de incidencia de la luz, con la distribución del
mismo número de camas (superficie de 15 m2 por cama) en bloques lineales de edificios
con número de pisos variable, el tamaño del terreno edificable que ha de emplearse
disminuye a medida que el número de pisos aumenta:
pisos % del terreno edificable
02 100
03 080
04 075
05 068,5
06 066,6
10 060
3. Dado un terreno edificable de igual tamaño y el mismo número de camas,
pero variando el número de pisos, el ángulo de incidencia de la luz se reduce a medida
que aumenta el número de pisos, es decir, que el soleamiento de la fachada se vuelve
más favorable:
pisos ángulo de incidencia de la luz
02 30º 00’
03 23º 50’
04 21º 20’
05 20º 10’
06 19º 20’
10 17º 50’
Estos resultados –que siguen ciertas reglas– aseguran al gran edificio de muchos pisos
la ventaja, tan importante desde el punto de vista biológico, de un soleamiento y una
iluminación más abundantes, mayor distancia con respecto a los edificios vecinos y la
posibilidad de disponer entre los bloques de extensos parques y superficies de juego
contiguos. Parece, pues, necesario desarrollar técnicamente el gran edificio de muchos
pisos bien organizado y profundizar progresivamente en la idea de la organización
doméstica de grandes dimensiones, a saber, la concentración y especialización del
trabajo doméstico de la familia nuclear. Pero entonces este gran bloque en altura no
constituye un mal necesario de una regresiva época decadente, sino una verdadera
unidad residencial futura –determinada biológicamente– para la población industrial
urbana.
No está demostrado biológicamente que el instinto natural del hombre lo ate al suelo,
como objetan los partidarios unilaterales de la edificación baja, en contra de la idea de la
torre de viviendas.
La población industrial urbana moderna proviene directamente de la población rural;
mantiene sus demandas vitales primitivas, con frecuencia incluso en forma reducida, en
lugar de aspirar a las que corresponden a su nueva forma de vida. El intento de reducir
sus necesidades residenciales a la antigua forma de vida resulta retrógrado e
incompatible con el sentido integral de una nueva forma de vida.
Las experiencias anteriores en distintos países muestran que hay una brecha entre los
costes de producción de las viviendas y los ingresos medios de las familias, de modo
que no puede satisfacerse la demanda de alojamiento de las masas en el marco de la
economía libre. Por tanto, aquí también comienza el estado a relevar al sustentador de
la familia de una parte de su responsabilidad paterna, y a equilibrar gradualmente,
gracias a subsidios y otras medidas, el encarecimiento excesivo que resulta de las tasas
de interés vigentes. Está claro que la edificación de viviendas más baratas ofrece un
atractivo demasiado reducido para la tendencia natural de la industria y de los bancos a
alcanzar el mayor beneficio propio posible a partir de la producción y los movimientos
financieros. Puesto que la técnica trabaja en el marco de la industria y de los bancos –y
por ello debe aprovechar primordialmente, para la rentabilidad de la economía privada,
cualquier abaratamiento a su alcance–, podrá suministrar viviendas más baratas y más
diferenciadas en cuanto el estado haya reforzado el interés de la economía privada en la
producción de viviendas mediante el incremento de los subsidios asistenciales. Por
consiguiente, para la realización de la vivienda mínima con alquiler asequible debe
exigirse al estado:
1. que impida la dilapidación de fondos públicos para viviendas demasiado
grandes y que, por el contrario, facilite la recaudación de fondos para la edificación de
viviendas mínimas, para las cuales ha de estipularse un límite máximo de tamaño;
2. que reduzca los costes de urbanización para la vivienda mínima;
La encuesta del congreso constata unos ingresos medios anuales de 2.000 a 3.000 marcos
por familia para los países occidentales, de 1.000 a 1.500 marcos para los países del este.
En promedio, se considera como un alquiler asumible la cuarta parte de los ingresos.
Deberá investigarse si el programa que se ha de formular puede cumplirse en el marco
de los alquileres realmente existentes.
Sin embargo, las bajísimas exigencias de los que hoy buscan vivienda, consecuencia de
su empobrecimiento, no deben servir de base para formular el programa de vivienda
mínima de este congreso, si se pretende alcanzar un resultado absoluto fundamentado
en datos biológicos. Sería igualmente falso, por tanto, hacer depender el programa de
los ingresos de la familia promedio, tal cual es actualmente. Antes bien, la exigencia
mínima de toda persona económicamente activa debe ser el estándar formulado
correctamente, a saber: la ‘ración de vivienda’. A partir de ahí, es asunto de la economía
encontrar el camino para procurar esta ‘ración de vivienda’ a cada persona
económicamente activa.
1930
¿Edificación baja, mediana o alta? 21
Mi ponencia del año pasado acerca de los fundamentos sociológicos para las viviendas
mínimas urbanas deducía, a partir de la estructura interna de la actual familia de
trabajadores industriales y de la progresiva socialización de las antiguas funciones
familiares (relativas a la autoridad, la educación y la economía doméstica), la necesidad
de establecer, en bloques de viviendas en altura, grandes organizaciones domésticas
para la población industrial urbana. El año pasado, el congreso decidió aplazar hasta el
año siguiente el tratamiento más minucioso de esta cuestión crucial, puesto que ya se
adentra en el campo urbanístico. En el orden del día de la edición de este año se ha
incluido el muy controvertido tema ‘Edificación baja, mediana y alta’, es decir, la
pregunta ¿qué alturas de edificación son racionales en la disposición urbanística de las
viviendas populares? Para aclarar el planteamiento de esta cuestión, parece oportuno
circunscribir primero, con mayor precisión, el concepto ‘racional’. Corresponde al
congreso oponerse de manera rotunda a esa concepción ampliamente extendida que
identifica lo racional con lo económico. Racional significa literalmente ‘conforme a la
razón’, de modo que en nuestro caso también comprende, junto a las exigencias
económicas, sobre todo las psicológicas y sociales. Las premisas sociales de una política
de vivienda saludable son indudablemente más importantes para la vida que las
económicas, puesto que la economía en su sentido pleno es sólo un medio para alcanzar
un fin, no un fin en sí mismo. Toda racionalización tiene sentido solamente si tiene por
resultado enriquecer la vida, o sea, traducido al lenguaje de la economía, si conserva ese
‘bien’ precioso que constituyen las energías del pueblo.
La siguiente frase, extraída de las Directivas alemanas para la construcción de viviendas del
año 1929, da cuenta de la concepción válida hoy en día acerca de cuál es la altura de los
edificios que se considera conveniente en la edificación de viviendas urbanas:
Las viviendas deben disponerse en edificios que cumplan con las normas
higiénicas actuales, y en especial deben garantizar una iluminación y ventilación
suficientes. La mejor respuesta a estas exigencias es la edificación baja en sentido amplio. Hay
que aspirar a la casa unifamiliar con jardín. Si las condiciones del lugar exigen un edificio
más alto, debe limitarse a un máximo de tres alturas en ciudades medianas y a un máximo
de cuatro alturas en ciudades mayores. Sólo puede excederse este límite en ciertos casos
puntuales, excepcionales, de grandes ciudades, aunque incluso en ese caso debe
buscarse la reducción de las alturas mediante una recalificación por zonas,
especialmente en los distritos suburbanos.
La tendencia observada aquí –que debería ser análoga a la concepción mayoritaria en
otros países, aunque sea menos acentuada– surge en primer lugar a partir de la
saludable exigencia fundamental de reducir la densidad de población en las ciudades, que ha
aumentado demasiado, principalmente como consecuencia de la especulación del suelo.
Es competencia del estado, en beneficio del interés general, subsanar los daños
resultantes del hecho funesto de que el suelo y su propiedad estén supeditados a la
coyuntura económica.
Premisas
Las opiniones acerca de la forma ideal de habitar se oponen diametralmente; en sus
raíces, corresponden a la vieja antítesis de campo y ciudad. El hombre necesita
contrastes para estimularse y distenderse; los deseos del urbanita de marchar al campo,
y del campesino de marchar a la ciudad, son de naturaleza elemental, y en ambos casos
se trata constantemente de satisfacerlos. El desarrollo progresivo resuelve las
oposiciones más extremas, lleva al campo conquistas de la ciudad y devuelve a la
ciudad encantos de la naturaleza. Cuanto menos se satisfaga una parte de esta
necesidad bilateral –y este estado de insatisfacción, más o menos acentuado, existe
especialmente en la gran ciudad–, tanto más intensamente se dirimirá la contienda en
beneficio de factores de equilibrio, como el de la casa con jardín. La lucha por la forma
de habitar es, pues, en su núcleo, de origen psicológico y, por tanto, se encuentra
sometida a alocadas recaídas y psicosis, como las que vivimos en la batalla apasionada
contra los ‘cuarteles de alquiler’ [Mietskasernen].
La particularidad de los asentamientos metropolitanos de muchos trabajadores en torno
a un reducido centro urbano exige trayectos cortos, o sea, aprovechamiento de la
edificación en vertical para acortar las distancias horizontales. La forma de la
edificación baja se opone a esta tendencia fundamental de la ciudad. Es tarea del
urbanista no sólo mejorar los medios de transporte, sino ante todo reducirlos. Los
habitantes de Los Ángeles –la mayor ciudad del mundo en cuanto a extensión
superficial, compuesta casi exclusivamente por edificación baja– pasan gran parte del
día en medios de transporte en su trayecto de ida y vuelta a su puesto de trabajo o la
plaza comercial. Para superar las distancias que recorren a diario, deben sacrificar
considerablemente más tiempo y dinero que nuestra población económicamente activa,
cuyo trayecto promedio hasta el trabajo es ya bastante largo. El profesor [Ernst]
Friedberger, director del Instituto de Investigación en Higiene e Inmunología Kaiser
Wilhelm en BerlínDahlem, calcula un promedio de 41,60 marcos (o del 139 % de un
alquiler estándar anterior a la guerra) para gastos de transporte de una familia berlinesa
de cuatro miembros activos, que se ve obligada a vivir en la periferia y a trabajar en la
ciudad. En 25 años, con sólo el 3,3 % de capitalización, estos costes de transporte
ascienden a 19.000 marcos, lo que corresponde al doble del valor de producción de una
vivienda popular. Además, suponiendo un promedio de sólo media hora de viaje desde
y hacia el lugar de trabajo, calcula para los 2,2 millones de trabajadores en Berlín una
pérdida anual de 37.500.000 días de trabajo de 8 horas, o de 2 años de trabajo de cada
persona económicamente activa dentro de una vida laboral promedio de 30 años. Si se
calculasen para Los Ángeles, estas cifras serían aún más abultadas.
Para el promedio de la población desprovista de recursos, vivir en la periferia es, pues,
antieconómico. Cito las conclusiones obtenidas por Friedberger en sus investigaciones:
Así, el único modo de construcción adecuado para la gran ciudad resulta ser la
edificación alta con la mayor cantidad posible de zonas verdes a su alrededor. Los
defectos del modo de edificación, pero, sobre todas las cosas, el uso del suelo en la
época del crecimiento de nuestras metrópolis tienen la culpa de que la única forma de
edificación apropiada para la gran ciudad haya caído en descrédito. Así, como reacción
natural contra el cuartel de alquiler –inadecuado y con razón aborrecible desde el punto
de vista de su ejecución y su uso (pero no como tipo residencial)– se hizo valer el deseo
del alojamiento individual, o sea, el atractivo de desplazarse hacia la periferia de la gran
ciudad tanto como sea posible. En esto, un criterio sentimental de fuerte impronta
romántica tiene más peso que las consideraciones racionales. Pero no se puede practicar
una política de vivienda sentimental en contra de las férreas leyes de la economía. Y las
exageradas pretensiones higiénicas –que impiden que lo alcanzable en la economía
beneficie al mayor número posible de conciudadanos– perjudican directamente al conjunto
del pueblo.
El ideal de la casa unifamiliar sustituye demasiado fácilmente las consideraciones
económicas�
Esta opinión de Friedberger tiene aún más peso al provenir de un higienista responsable.
Los adversarios de la vivienda urbana de alquiler atribuyen el descenso de la natalidad
y la propagación de enfermedades al hacinamiento de la vida en las grandes ciudades:
una argumentación que parece sin duda plausible. Pero, extrañamente, algunos hechos
importantes la contradicen. Mientras que, según el Anuario estadístico del Reich Alemán,
en el año 1928 hubo en todo el país 18,6 nacimientos cada 1.000 habitantes, y en el
conjunto de todas las grandes ciudades sólo 13,6, la cifra de nacimientos para la zona
industrial del oeste, de muy alta densidad de población (Essen, Bochum, Dortmund,
Gelsenkirchen, Duisburg, Hamborn, Oberhausen, MönchenGladbach) se eleva en
promedio a 20 cada 1.000, o sea, por encima del promedio general del país. [Wilhelm]
Von Drigalski, consejero de Sanidad de la ciudad de Berlín, y [Peter] Krautwig,
higienista en Colonia, demuestran que la propagación de enfermedades contagiosas no
tiene ninguna relación con el hacinamiento y el reducido tamaño de las viviendas, sino
más bien con la escasa iluminación y ventilación de las viviendas de mala calidad, que
además están ocupadas por los estratos de la población económicamente más débiles y
peor alimentados.
Si podemos fiarnos de estas declaraciones, el gran bloque en altura sería una forma
residencial inobjetable desde el punto de vista de la salud, naturalmente suponiendo
que existan buenas condiciones de iluminación y ventilación. Ambas formas residencia
les –baja y alta, que difieren en cuanto a su esencia– no son en sí mismas ni buenas ni
malas, sino que sus diferentes propiedades implican diferentes aplicaciones.
Comparemos.
Comparación entre la casa baja y el bloque en altura
El habitante de la casa unifamiliar disfruta de las ventajas de una mayor tranquilidad y
de la inmediata cercanía a la tierra en barrios poco poblados; a cambio, tiene las
siguientes desventajas: trayectos de acceso más largos, pérdida de tiempo libre en
medios de transporte sobrecargados y con el riesgo de contagios, largos recorridos de
los niños para ir a la escuela y dificultades para hacer las compras. Por el contrario, el
habitante del gran bloque en altura –que gana tiempo libre gracias a recorridos
horizontales más cortos– asume la pérdida de la salida directa desde la vivienda al
exterior y se ve obligado a utilizar escaleras o ascensores. La casa unifamiliar con jardín
resulta apropiada para las familias de las clases acomodadas con residencia
permanente, que no dependen del cambio del lugar de trabajo o de residencia. En
cambio, la vivienda de alquiler del gran bloque en altura sirve para la gran masa de
trabajadores que circulan libremente. La casa unifamiliar, por su precio y sus
características, no satisface las exigencias de este estrato más amplio de usuarios de
vivienda. Pero lo que impide su expansión exclusiva no son, de ninguna manera, los
perjuicios de la economía capitalista, sino la estructura de la ciudad. El concejal de
urbanismo de Berlín, Martin Wagner, un apasionado partidario de la edificación baja,
considera demostrado que la casa unifamiliar no es en absoluto rentable como vivienda
mínima, sino sólo como vivienda familiar más grande; más aún, demuestra que los
costes de urbanización y la proporción de terreno ocupado son más elevados que los de
una vivienda del mismo tamaño en un bloque en altura. Esto es incontestable, y por ello
la casa unifamiliar se reserva para una clase económicamente más elevada que el
pueblo llano. Sin embargo, ya que sin duda esta forma residencial comporta para
algunos estratos de la población valores fundamentales para la vida familiar,
especialmente para los niños, el estado debe favorecer su edificación planificada allí
donde exista la necesidad de casas unifamiliares, aunque las dificultades económicas
sean mayores que en el caso del gran bloque en altura. En la elección de la forma
residencial debe quedar bien claro que no sólo hay que tener en cuenta los costes de
producción, sino también el gasto de mantenimiento, expresado en tiempo y dinero.
Este último es mayor en la casa unifamiliar, sobre todo si se incluyen los costes de
transporte. Pero, fundamentalmente, a la familia con pocos recursos le falta el tiempo
necesario para cuidar una casa y un jardín, a fin de que no se deterioren. La doctora
Lüders, diputada parlamentaria y con mucha experiencia en materia de vivienda
urbana, escribe lo siguiente sobre el mantenimiento de la casa unifamiliar:
La gran mayoría (de las familias), cuyos ingresos totales oscilan entre 150 y 200
marcos mensuales, y para las que cada céntimo gastado en transporte tiene importancia,
¿puede permitirse una casa unifamiliar? A primera vista, creemos que no. Para ellas, los
ingresos, el lugar de trabajo y las condiciones de transporte son de importancia decisiva.
¡Y no olvidemos la considerable carga adicional que supone para el ama de casa el
mantenimiento de una casa unifamiliar! Y que tampoco el comprador olvide hacer por
anticipado las cuentas precisas sobre los costes secundarios: reparaciones,
abastecimiento de agua y saneamiento, recogida de basuras, deshollinador o limpieza
de calles. Si el jardín tiene el tamaño necesario para ser una fuente de ingresos, o al
menos una ayuda económica palpable, tendrá que haber una persona que se dedique
principalmente a atenderlo. Sólo unos cuantos pensarán por anticipado, por ejemplo,
que deben barrer las calles y retirar la nieve y el hielo de las aceras � o que si salen los
padres, los niños quedarán completamente solos en casa y, al no escucharlos, ningún
vecino podrá acudir rápidamente en su ayuda, como suele ser habitual.
No cabe duda de que, junto con la casa unifamiliar, la gran ciudad no debe prescindir
del gran bloque en altura. Éste debería ser ponderado, también en la forma de la
edificación alta, en todos sus requisitos, en todas sus posibilidades.
Es innegable la necesidad de organizar las tareas domésticas con el fin de aliviar al ama
de casa de la familia popular urbana media, sobrecargada de trabajo, a fin de procurarle
tiempo libre para sí misma y sus hijos, y para que participe en la vida económicamente
activa. Además, la mujer moderna –en vías de emancipación no sólo por necesidad, sino
por un impulso interior– aspira a compartir el peso del conjunto del trabajo, y por ello
trata de aligerar las tareas domésticas. Esta posibilidad la ofrece una vivienda de un
bloque residencial en mayor medida que una casa unifamiliar, especialmente si el
primero funciona como una organización doméstica de grandes dimensiones. Una
encuesta realizada por la asociación de amas de casa alemanas aportó como resultado
que un 60 % se pronunció a favor de la vivienda en un bloque residencial. Las opiniones
de las que ejercen en la práctica como asistentes sociales en materia de vivienda
expresan que, a partir de su conocimiento de las condiciones de las familias
trabajadoras, la casa unifamiliar sólo puede tenerse en cuenta para una mínima parte de
los trabajadores: los de condición social más elevada. Por el contrario, sólo la forma
residencial del gran bloque en altura es una opción válida para el grueso de los que
disponen de escasos recursos.
Si se tienen en cuenta también los factores no económicos, la práctica en el sector de la
construcción de vivienda muestra que no puede abastecerse por la vía de la
construcción de casas unifamiliares para amplios sectores de la población trabajadora,
que en parte rechaza para sí esta forma residencial. De esto se deduce claramente que el
gran bloque moderno en altura, bien organizado, no debe considerarse un mal necesario, sino
una verdadera unidad residencial –determinada biológicamente– de nuestra época. Las
objeciones de los partidarios unilaterales de la edificación baja –que sostienen la
hipótesis, no demostrada científicamente, de que el instinto natural del hombre le ata al
suelo– se contradicen con la orientación emocional de numerosas personas que se
sienten especialmente a gusto en una vivienda más separada del suelo, ya que son
conscientes de las ventajas de una mayor tranquilidad en los pisos superiores (sin el
ruido de la calle y de los niños) y de unas vistas sin impedimentos de los espacios
verdes. Tampoco debe pasar inadvertido el cambio del sentimiento producido en la
naturaleza física del hombre moderno, fruto de la influencia de la cultura y de la
sociedad, sobre el cual se ofrecen numerosas analogías.
Altura de los edificios
¿Cuál es entonces la altura óptima del gran edificio en altura: 3, 4, 5, 10 ó 50 pisos?
Comparto el punto de vista de la doctora Lüders, según el cual no puede afirmarse, sin
caer presa de un autoengaño sentimental, que en el cuarto piso sin ascensor se tenga
una conexión más directa ‘con la naturaleza’ que en el décimo, con ascensor. Además, es
dudoso que el propietario de una villa –que sufre el ruido, el hedor y el polvo de las
vías principales de tráfico rodado– tenga una vida más tranquila y saludable que su
conciudadano, mucho más pobre, que ocupa el décimo piso de un barrio de edificios en
altura bien proyectados y bien equipados. En mi opinión, la altura óptima del edificio
de varios pisos es un problema puramente económico, cuya solución aún dista de estar
aclarada en todos los aspectos, a causa de la falta de experimentos prácticos. En su
meticuloso análisis sobre “El gran edificio en altura y la formación del centro urbano”,
[Gustav] Leo, ingeniero municipal de Hamburgo, llega a la conclusión de que la
necesidad total de superficie (o sea, también la superficie construida de las calles)
disminuye en el centro de la ciudad con el incremento de la altura de los edificios.
Asimismo, también la longitud de los trayectos y el gasto de tiempo se reducen, aunque
en menor medida, con el aumento de la altura de los edificios.
Estos análisis de Leo se refieren a los edificios comerciales del centro de la ciudad, es
decir, a una parte de la ciudad relativamente pequeña; si, por analogía, se extrapolan a
la totalidad de la ciudad, las distancias horizontales no se acortarían sólo un poco, sino
considerablemente. Pero también han de establecerse límites económicos para los
trayectos de transporte vertical. [Raymond] Unwin calcula que, para elevarse 30 pisos,
el ascensor requiere el mismo tiempo que un recorrido horizontal de 1,6 km en un tren
rápido. El escaso rendimiento de los medios de transporte vertical en comparación con
los horizontales debe tomarse en consideración a la hora de determinar la altura de los
edificios.
Leo expone sus cálculos teóricos para edificios comerciales de 7, 14, 21, 28 y 60 alturas, y
de un balance general deduce la idea de que no hay razones técnicas en materia de
transporte ni razones económicas que sugieran aumentar la altura más eficiente de 7 a
11 alturas. Esta concepción coincide aproximadamente con los resultados de otros
cálculos económicos. Por medio de cifras de la práctica empresarial, [Hermann] Distel,
de Hamburgo, trata en un gráfico la cuestión de los costes de construcción para
diferentes alturas de edificios, insuficientemente aclarada por falta de obras realizadas.
Desde los 40 marcos el metro cúbico de volumen construido para un edificio comercial
de 7 alturas, este índice alcanza un valor de 44,80 marcos para uno de 12 alturas, 63,50
marcos para uno de 26 alturas, etcétera. La curva de rentabilidad para edificios con
diferente número de plantas (entre 5 y 28) comienza con un 9,6 % de utilización de
capital, asciende hasta un máximo del 10,7 % en la planta 11 y luego va disminuyendo
según va creciendo el número de plantas, hasta volver a alcanzar 9 % en la planta 28.
[Jan] Duiker y [Jan] Wiebenga, en Ámsterdam, han analizado mediante cálculos y
dibujos la cuestión de la torre de viviendas y han establecido una comparación con
edificios de mediana altura. A pesar del abundante equipamiento con instalaciones
centralizadas, las cifras calculadas para el alquiler de las torres de viviendas se
encuentran por debajo del precio de alquiler de los edificios de viviendas normales. La
exactitud de este cálculo sólo puede comprobarse en la práctica. Deberíamos descartar
las cifras norteamericanas, ya que las condiciones que se dan allí difieren demasiado de
las europeas. Disponemos de cifras más precisas para dos torres de viviendas de 11
alturas construidas en Düsseldorf, que costaron 43,50 marcos el metro cúbico, incluidos
los ascensores. Aunque su construcción en fábrica de ladrillo es antieconómica, también
se trata de viviendas generosamente equipadas, más bien grandes. De acuerdo con mis
cálculos, en el estado actual del mercado de la construcción en Alemania, el precio del
metro cúbico para una torre de entre 10 y 12 alturas con viviendas sencillas debería
establecerse entre 37 y 39 marcos, incluidos los ascensores requeridos, precio en el que
he considerado la falta de experiencia previa en la edificación de esta forma residencial.
Una torre de acero de 10 alturas con 60 viviendas –que yo mismo he proyectado y
calculado considerando todos los costes previsibles– da por resultado un precio de
construcción de 38,80 marcos el metro cúbico. Todas las cifras mencionadas son meros
costes de construcción; no comprenden los costes del terreno ni los de urbanización.
Mediante un enfoque sistemático de la torre de viviendas en altura y la mejora de las
ordenanzas –por ejemplo, en lo tocante a ascensores e instalaciones–, a medida que
crezca el coste de la construcción con el aumento del número de plantas –especialmente
a causa del aumento correlativo en el número de ascensores requeridos–, se logrará
también disminuir los costes del terreno y de la urbanización. El límite de la rentabilidad
está en el punto en que el aumento de los costes de producción ya no compense el ahorro en los
costes del terreno y de las calles. En este punto de los cálculos ha de verse la altura óptima
de los edificios desde el punto de vista económico. ¡Es algo que depende del
correspondiente valor del suelo!
Uso del suelo
Llego a la cuestión del uso del suelo, que abordaré a partir de las condiciones que se
dan en Alemania. ¿Con qué condiciones nos encontramos?
Todas las ordenanzas de la edificación han superado a las precedentes en cuanto a la mejora
de las condiciones sanitarias preexistentes para los habitantes de zonas densamente
pobladas. Sin embargo, incluso la ordenanza más reciente lleva todavía el sello de una
lucha entre la especulación y el interés público, en lugar de contener una idea central de
interés social que parta de los fundamentos biológicos para la vivienda, señale hacia el
futuro y sea apropiada para poner en jaque sistemáticamente los intereses privados.
Tampoco las ordenanzas actuales prevén aún posibilidad alguna que sea suficiente para
llevar la naturaleza a las viviendas de los habitantes de los barrios con edificios más altos.
Es cierto que las aciagas viviendas orientadas al patio trasero, propias del periodo
Gründerzeit fueron reemplazadas por la Ordenanza Unificada de la Edificación de la
posguerra. En su lugar apareció la manzana cerrada de bloque perimetral, que es
habitual en la actualidad. Pero también esta forma de edificación posee el defecto de no
contar con suficientes posibilidades de soleamiento y ventilación, ya que la disposición
perimetral del bloque conlleva para gran parte de las viviendas una orientación
inadecuada, con habitaciones que miran irremediablemente al norte, así como
soluciones deficientes en las esquinas, que dejan en sombra las viviendas contiguas y
desatienden así importantes exigencias higiénicas. Esta Ordenanza de la Edificación
requiere una revisión, en especial la Ley de Zonificación. En el primer plano de esta
modificación de la ley estará la urbanización del terreno mediante la edificación en
bloques lineales, que es mejor en todos los sentidos y que en los últimos tiempos va
cobrando mayor protagonismo. Frente a la antigua edificación en manzana cerrada, el
bloque lineal tiene la ventaja de que las condiciones de soleamiento de todas las
viviendas pueden aprovecharse de manera igualmente favorable, la ventilación cruzada
no queda obstaculizada por bloques transversales y se suprimen las viviendas en
esquina mal ventiladas. Además, con una urbanización en bloques lineales se logra la
diferenciación metódica entre las vías principales para el tráfico rodado, las calles
residenciales y las sendas vecinales, de manera más fácil y barata que con la edificación
de las manzanas. Junto a un mejor soleamiento y una mayor tranquilidad del barrio, se
reducen los costes de urbanización, sin perjuicio de la posibilidad del aprovechamiento
del terreno. El resultado conjunto de la urbanización es entonces significativamente más
favorable, no sólo desde el punto de vista higiénico.
Estas ventajas aumentarían todavía más si mediante una nueva ley se establece la
limitación de la densidad de población en lugar de la limitación de la altura de los edificios, o sea,
si se fija una relación cuantitativa entre la superficie habitable o volumen edificado y el terreno
edificable. He realizado algunos análisis comparativos que demuestran que las
condiciones higiénicas y económicas resultan en muchos sentidos más ventajosas a medida que
aumenta el número de alturas y que, por tanto, las torres de viviendas son mejores que los
habituales edificios de 3, 4 y 5 alturas, que, entre los bloques, no gozan de bastante espacio
verde ni de distancia suficiente entre las ventanas. ¡En mis comparaciones, parto de la
base de que las dos fachadas de las filas de edificios en bloques lineales han de recibir el
21 de diciembre –posición más baja del sol– un soleamiento de al menos dos horas!
Según [Roman] Heiligenthal, el resultado de todo esto, como norma general para la
distancia entre las filas de edificios, es de una vez y media la altura del edificio para un
bloque orientado en dirección nortesur; dos veces y media para un bloque con
dirección esteoeste; y el doble para un bloque colocado en diagonal. Esta regla muestra
que las filas orientadas en dirección nortesur son las más favorables para el
aprovechamiento económico del terreno. También la gran mayoría de las plantas se
adapta mejor al doble soleamiento de las fachadas, desde el este y el oeste. A partir de
esto, he analizado comparativamente la edificación de la misma parcela de terreno con
filas de edificios de 2 a 10 alturas en dirección nortesur, y he encontrado reglas que
servirían para respaldar mi propuesta de modificar la reglamentación que limita la
densidad de población:
Urbanización por tiras: 6 comparaciones con bloques lineales de 2, 3, 4, 5, 6 y 10 alturas.
Arriba. Secciones de los casos I y II. Escala 1 : 1.000.
Caso I. Supuesto: mismo tamaño del terreno, mismo ángulo de incidencia de la luz. Resultado: el
número de camas aumenta con el número de alturas.
Caso II. Supuesto: mismo ángulo de incidencia de la luz, mismo número de camas. Resultado: el
tamaño del terreno disminuye a medida que las alturas aumentan.
Centro. Secciones del caso III. Escala 1 : 1.000.
Caso III. Supuesto: mismo tamaño del terreno, mismo número de camas. Resultado: se reduce el ángulo
de incidencia de la luz a medida que aumentan las alturas, haciendo el soleamiento más favorable.
Abajo. Plantas del caso III. Escala 1 : 2.000.
II. Dado un mismo ángulo de incidencia de la luz, con la distribución del mismo
número de camas (superficie de 15 m² por cama) en bloques lineales de edificios con
número de alturas variable, el tamaño del terreno edificable que ha de emplearse disminuye a
medida que el número de alturas aumenta.
Ventajas e inconvenientes de la torre de viviendas
Subsiste una preocupación: ¡la falta de una conexión directa entre la vivienda y la tierra!
La seguridad en el funcionamiento de los ascensores ha de incrementarse de tal manera
que también los niños puedan utilizarlos sin peligro. Y esto es una cuestión más bien
económica, no tanto técnica. Muchas veces, el rechazo al gran edificio en altura se
atribuye a las dificultades para la vigilancia de los niños. Los actuales jardines de
infancia no proporcionan todavía un remedio definitivo para este problema. Con todo,
los jardines de infancia bien organizados y mejorados en cuanto a la higiene siguen
siendo el objetivo adecuado. Sería mejor, probablemente, que éstos se colocasen dentro
de las zonas verdes situadas entre las filas de edificios, y que las guarderías para niños
más pequeños se instalasen en los jardines de las azoteas. Todavía los propios niños se
resisten a la organización en grandes grupos, pero antaño se opuso la misma resistencia
a la escuela y al hospital. Sin embargo, avanza la socialización de la familia urbana, a la
que corresponde la forma colectiva del gran edificio en altura y de la organización
doméstica de grandes dimensiones con instalaciones centrales comunes. No debe
exagerarse la necesidad de privacidad, que con frecuencia se aduce como argumento en
contra del gran edificio en altura. Esta necesidad se lograría satisfacer mejor si su
cumpliese la exigencia en la que puede englobarse: ‘a cada persona adulta, su
habitación propia, aunque sea pequeña’. Muy valorada es la ayuda recíproca entre las
familias, que naturalmente el gran edificio en altura posibilita mejor que la casa
unifamiliar. Y sólo el gran edificio en altura puede aligerar al habitante individual gran
parte de las onerosas tareas domésticas –en esfuerzo y en tiempo–, gracias a
instalaciones con organización central, igualmente significativas desde el punto de vista
económico, ya que, a fin de cuentas, permiten ahorrar tiempo y gasto material. ¿Acaso
no significa nada que el ama de casa de la familia de trabajadores industriales, hoy tan
gravemente sobrecargada, no necesite arrastrar el carbón por las escaleras para calentar
la casa y preparar el agua caliente? ¿Que la organización central se ocupe de lavar la
ropa más adecuadamente de lo que ella misma puede hacerlo? ¿Que, gracias a que en el
gran edificio en altura los costes se reparten económicamente entre gran número de
familias, estemos en condiciones de conseguir electrodomésticos como refrigeradores,
aspiradoras, ventiladores y acondicionadores de aire mecánicos, instalaciones de cocina
centrales y, por último, también, espacios comunitarios, instalaciones deportivas y
jardines de infancia? ¡Todo ello implica costes de instalaciones cuyo propósito es
convertir la ganancia de tiempo en lo que es más importante: ganancia de vida!
Resumo una vez más:
La vivienda en edificación baja con jardín ofrece mayor tranquilidad y recogimiento,
además de la posibilidad de descansar y salir al jardín propio; asimismo, facilita la
vigilancia de los niños. Como vivienda mínima no es rentable: resulta cara y requiere
más tiempo en su mantenimiento, implica largos trayectos de acceso y hace sedentarios
a sus habitantes.
El edificio de viviendas de mediana altura tiene la desventaja de contar con distancias
demasiado reducidas entre los bloques, un soleamiento más escaso, zonas verdes
demasiado pequeñas y apenas acceso directo al exterior.
Por el contrario, el bloque de viviendas de gran altura está mucho mejor ventilado y
soleado, y más separado, además de garantizar un máximo de zonas verdes, en las que
sobre todo los niños pueden dar rienda suelta sin impedimentos a su impulso de jugar y
hacer ruido. Además, esta forma residencial es económica en relación con el reparto de
gastos y con las instalaciones centrales sanitarias y de mantenimiento doméstico.
Sus ventajas son decisivas para la ciudad saludable.
Entonces:
La edificación baja no es la panacea. Su consecuencia lógica sería la disolución y la negación
de la ciudad. Nuestro objetivo es la descongestión de la ciudad, no su disolución. Se
trata de buscar el acercamiento de los polos ciudad y campo mediante el empleo de
nuestros recursos técnicos y proporcionando el máximo incremento de las zonas verdes
en todas las áreas disponibles sobre el terreno y en las azoteas, de manera que el
contacto con la vegetación sea una experiencia cotidiana y no un acontecimiento de
domingo.
La edificación baja y la alta deben desarrollarse paralelamente, en correspondencia con
la verdadera necesidad de uso. La casa baja debería hacerse, en lo posible, como
edificación de una sola altura, en las zonas periféricas de la ciudad con menor índice de
ocupación del suelo. El edificio en altura –que es racional en los términos expuestos al
principio entre 10 y 12 alturas y con equipamientos centrales y colectivos– debería
levantarse en todos los lugares donde esté demostrada su efectividad, principalmente
en las zonas con los índices más elevados de ocupación del suelo.
El edificio de viviendas de mediana altura no posee ni las ventajas de la edificación baja
ni las de la alta, frente a la cual es inferior en el aspecto social, psicológico y, en parte,
también en el económico. Su eliminación significará un progreso. Pero, en última
instancia, el desarrollo de la política y de la concepción del mundo será el factor
decisivo para la elección de la forma residencial del futuro.
1934
Balance de la Nueva Arquitectura 22
Si como arquitecto en ejercicio –cuya tarea primordial es construir– me atrevo aquí, en
el marco de la ‘Asociación de los amigos de la nueva arquitectura’, a hacer este balance
de la nueva arquitectura, es tan sólo porque desde hace veinticinco años estoy inmerso,
con mi propia obra, en las luchas culturales, experimentando todos los altibajos.
Ahora ya podemos aportar pruebas de que las manifestaciones de la nueva arquitectura
se desarrollaron, lógica e indefectiblemente, como consecuencia de las condiciones
espirituales, sociales y técnicas de la época; no emanaron de los caprichos
presuntamente modernos de unos cuantos arquitectos ávidos de novedad. Fue
necesario un cuarto de siglo de serias y profundas luchas para que surgiese la nueva
forma arquitectónica, que tan numerosas y fundamentales modificaciones exhibe en su
estructura con respecto al pasado.
Pero en esta época de agitación política en Europa, aflora con especial intensidad la
confusión de las ideas acerca de esta ‘nueva arquitectura’. Es un hecho que el propio
fenómeno formal que nosotros, los arquitectos modernos, llamamos la ‘nueva
arquitectura’ ha recibido en los distintos países calificaciones completamente
contradictorias entre sí. Por eso, para los legos no está claro que se trate siempre de la
misma cosa cuando en Alemania se habla del ‘bolchevismo arquitectónico’; en Rusia,
del ‘estilo occidental burgués’; y en Italia, del ‘estilo fascista oficial’. Así, en una carta
abierta a los prefectos de Milán, con ocasión de la Trienal celebrada en la primavera de
1933, el ministro de Cultura ensalzaba desde Roma con estas palabras la misma cosa
que en algunos círculos alemanes se describe como ‘bolchevismo’: «La llamada
‘arquitectura racionalista’ del siglo XX ya no debe combatirse, sino más bien
considerarse el estilo fascista moderno.» Mientras tanto, en Rusia se ha vuelto a las
fachadas con columnas y a los motivos clasicistas. Por así decirlo, el fascismo construye
hoy en estilo bolchevique; y el bolchevismo, en estilo fascista. Entonces, ¿quién tiene
razón? El espíritu de la ‘nueva arquitectura’, ¿es fascista o bolchevique? Plantear esta
cuestión resulta, naturalmente, engañoso, ya que en todos los países cultos –con
independencia de cuál sea el signo político en uno u otro– se ha ido produciendo
paulatinamente un avance de la arquitectura. De hecho, los mismos grados de
desarrollo de la arquitectura que el observador puede descubrir en los distintos países
dependen mucho más del estado de desarrollo espiritual y técnico del país en cuestión
que de su propia estructura política.
Querría describir la situación actual en la arquitectura moderna más o menos así: se ha
impuesto un nuevo fundamento de la arquitectura, acorde a la época de la técnica. El
formalismo de los estilos muertos ha quedado hecho pedazos. Se ha vuelto al
pensamiento, a la honestidad de la idea. La antigua indolencia del público en relación
con todas las cuestiones arquitectónicas ha sufrido una sacudida; su interés personal
por la arquitectura como una cuestión tocante a la vida cotidiana, que concierne a todos,
se ha incrementado en amplios círculos. En Europa se reconocen claramente los rasgos
de este desarrollo.
Precisamente por eso, el nuevo movimiento arquitectónico tiene que depurarse en sus
propias filas. Y los objetivos, originalmente de gran alcance, deben liberarse de su
limitación materialista y de las falsas etiquetas en las que han caído como consecuencia
de la incomprensión y la imitación. Lemas erróneamente acuñados (como la ‘nueva
objetividad’ y ‘funcional equivale a bello’) han desviado el entendimiento de la
arquitectura moderna hacia aspectos secundarios y superficiales. Esta caracterización
fundamentalmente equivocada de la ‘nueva arquitectura’ responde al desconocimiento
de las verdaderas motivaciones de sus iniciadores y al desastroso afán por lo
superficial, por confinar los fenómenos en una esfera aislada, en lugar de ampliarlos, en
lugar de vincular los contrarios, o sea, de decir ‘tanto esto como lo otro’, en lugar de ‘lo
uno o lo otro’.
El formalismo invirtió ese principio natural según el cual la esencia de la arquitectura
determina su técnica; y ésta, a su vez, su forma. El formalismo olvidó las causas y lo
esencial, y privilegió los aspectos exteriores de la forma y los medios para su
representación. En su investigación sobre la función y la esencia de la obra
arquitectónica, el arquitecto moderno ha redescubierto que las leyes de la proporción
subsisten por sí mismas frente a las exigencias reales de la mecánica, la estática, la
óptica y la acústica. Estas leyes atañen al mundo espiritual, mientras que el material y la
construcción son sus soportes, que ayudan a que se ponga de manifiesto el espíritu de
su creador. Sin embargo, es un error deducir de ello la necesidad de acentuar lo
individual a cualquier precio. Tras el desmoronamiento formalista, se perfila mucho
más claramente la voluntad de una unificación. Solamente podrá surgir una nueva
unidad a partir de la liberación de los valores espirituales de su limitación individual.
En la arquitectura moderna puede reconocerse claramente la objetivación de lo
personal. Más allá de las fronteras naturales que separan a pueblos e individuos, va
creciendo una uniformidad de cuño arquitectónico moderno, fortalecida por el tráfico y
la técnica mundiales.
Sin embargo, sería totalmente falso construir la oposición: ‘aquí, arquitectura nacional ∙
allí, arquitectura internacional’. La arquitectura es siempre nacional, también siempre
individual, pero de los tres círculos concéntricos (individuo ∙ pueblo ∙ humanidad), el
último y más amplio abarca los dos anteriores. La equiparación entre los pueblos
avanza a consecuencia del progreso técnico que acorta en la práctica el espacio y el
tiempo. No debemos temer por ello una uniformización. Épocas anteriores, por
ejemplo, la del Gótico, tampoco se preocuparon por la posibilidad de que la amplia
expansión de su estilo arquitectónico perjudicase la idiosincrasia nacional. Y por dar un
ejemplo actual: si se exhibiesen en este lado de la sala mis propios trabajos, y en el otro,
los de Le Corbusier, una persona receptiva y sin prejuicios que no conociese los
nombres, podría distinguir de inmediato entre el arquitecto latino y el germano. Nadie
puede desprenderse de su naturaleza innata, aun cuando así lo quiera. ¡El ejemplo ruso
muestra las consecuencias de una evolución formal apartada de la práctica, que no
deriva orgánicamente de las condiciones reales! Allí, después de la Revolución y sin
tomar en consideración los condicionantes climáticos y técnicos del país, la joven
generación de arquitectos se pasaba la vida haciendo proyectos sobre el papel, que –
aunque con frecuencia eran pioneros y revelaban un gran talento– surgían sin el control
de la práctica. Así, poco tiempo después, sus colegas veteranos –que habían probado su
eficacia profesional, volvieron a tomar las riendas. La traslación superficial de una idea
que no se había concebido para sus propios fines no podía surtir efecto allí. No obstante,
creo que la ‘nueva arquitectura’ volverá también a la Urss, pero de una manera
autónoma, más consolidada en relación con las condiciones locales. Afirmo que
cualquier arquitecto que aborde los problemas de su país de un modo honesto y
exhaustivo, procurando resolverlos sin hacer concesiones, conforme a los hechos
sociales, técnicos y climáticos, realizará una obra que mostrará sin duda los rasgos
distintivos del pueblo al cual pertenece. Difuso es sólo el semblante de los epígonos e
imitadores, que distorsionan la impresión general e inhiben el desarrollo. Ellos son,
junto a los estrechos de miras, quienes falsifican las auténticas características de la
‘nueva arquitectura’.
Permítanme ahora, a modo de ejemplo de este devenir, decir algo muy personal sobre
mi propia actividad y la de la Bauhaus, la escuela que fundé inmediatamente después
de la guerra.
Mucho antes de la guerra, siendo discípulo de Peter Behrens, me enfrenté por primera
vez al planteamiento sistemático de cuestiones arquitectónicas. En mi contribución a la
importante obra de Behrens y a partir de numerosas conversaciones que mantuve con él
y con el círculo de la asociación Deutscher Werkbund, se formó mi propia concepción
de la arquitectura. Es cierto que mis primeros trabajos surgieron de manera
inconsciente, pero en ellos ya se hallaban las características fundamentales de mis obras
posteriores. Con todo, la reflexión teórica propia, la exposición consciente y responsable
de una idea para abrir un camino con unos conocimientos propios, prendió en mí
inmediatamente después de la experiencia de la guerra, que durante cuatro años me
mantuvo alejado de mi trabajo, como a muchos otros. Tras la brutal interrupción del
trabajo, surgió en todo hombre consciente la necesidad de cambiar. Cada uno ansiaba,
desde su ámbito particular, poder superar la nefasta disociación entre la realidad y el
espíritu.
Poco antes de la fundación de la Bauhaus, siendo director del Consejo de Trabajadores
del Arte, en la introducción a una ‘Exposición de arquitectos desconocidos’ organizada
por nosotros, escribí: «la fantasía es más importante que toda la técnica, que siempre
cede a la voluntad creadora [Gestaltungswille] de los hombres.» Ciertamente, esto no
suena a estilo funcional. La fantasía fue determinante para todo mi trabajo posterior.
Gracias a mis estudios, descubrí que en todas las épocas el componente mágico
irracional de la naturaleza humana había influido decisivamente en el componente
técnicomaterial, y que sólo el equilibrio de ambos factores, siempre interdependientes,
puede llevar a resultados armoniosos. No ocurre así, en cambio, cuando el predominio
exagerado de uno de ellos (por ejemplo, del factor técnico, algo que actualmente se
reprocha a la ‘nueva arquitectura’) va en detrimento del otro. Puedo ilustrar mejor lo
que quiero decir con un contraejemplo. También algunas veces, en la historia de la
humanidad, el componente mágicoirracional ha subyugado de tal modo a la razón, a la
técnica, que, por ejemplo, los chinos reservaron durante siglos las laderas orientadas al
sur para colocar las tumbas de sus antepasados, y destinaban al cultivo sólo las que
daban al norte.
En respuesta a mi manifiesto de constitución de la Bauhaus –que respondía a la idea de
la relación de esos dos componentes de la actividad humana– acudieron muchos
jóvenes de talento, para entregarse a la ambiciosa tarea social de la Bauhaus, en tiempos
de grandes privaciones económicas y fuertes ataques por parte de un entorno a menudo
falto de comprensión. Paulatinamente, la Bauhaus fue encontrando su camino,
sobreponiéndose a sus propios errores y siempre plena de vitalidad. En su lucha contra
la concepción formalista vigente, poco a poco consumó su propia depuración. Con
todos los métodos de interpretación conceptual y de comprensión sintética, la Bauhaus
se aplicó a llegar al origen del problema de la creación artística y a concienciar a todo el
mundo acerca de los resultados de sus investigaciones, a saber: ¡que la creación artística
no es una cuestión de lujo espiritual o material, sino parte integral de la vida misma!
Más aún: que la revolución del espíritu artístico aportó conocimientos elementales para
una nueva creación, del mismo modo que la revolución técnica aportó las herramientas
para su realización. Todos los esfuerzos se dirigieron hacia la interpenetración de
ambos círculos espirituales, hacia la liberación del hombre creador de su aislamiento
con respecto al mundo, mediante su conexión con el mundo real del trabajo y, al mismo
tiempo, hacia la relajación y la expansión del espíritu rígido y estrecho de la economía,
casi exclusivamente orientada a lo material. Este pensamiento de la unidad de todas las
tareas de creación en relación con la vida misma dominó el trabajo en la Bauhaus, en
contraposición a l’art pour l’art, así como a su más peligrosa causa: ‘la economía como
fin en sí misma’. Esta orientación del esfuerzo fue en los inicios más decisiva que sus
primeros productos.
De su apasionada participación en esta disputa intelectual viene el vivo interés de la
Bauhaus por el diseño industrial de productos técnicos y por el desarrollo orgánico de
sus métodos de producción. Esto condujo al equívoco de considerarla una apoteosis del
racionalismo. Pero lo que verdaderamente buscaba eran las premisas comunes y las
diferencias de los dominios de creación dentro de los campos artísticos y técnicos. Sus
trabajos surgieron bajo el axioma: «Cada cosa está determinada por su esencia. Para
diseñarla de modo que funcione correctamente, debe ser explorada su esencia, pues
debe servir perfectamente a su fin, es decir, cumplir de modo práctico sus funciones, ser
duradera, económica y bella.»
La eficacia se impone más lentamente en los asuntos espirituales, puesto que requiere
más conocimiento y mayor disciplina intelectual que la economía en sentido material.
¡Aquí se encuentra el punto crucial entre civilización y cultura! Este punto ilustra la
diferencia esencial entre, por un lado, el producto de la técnica y la economía material
(el sobrio trabajo de la mente calculadora) y, por otro, la ‘obra de arte’ (producto de la
pasión). La obra de arte es siempre, también, un producto de la técnica, pero al mismo
tiempo tiene que cumplir objetivos espirituales, cuya expresión tangible sólo se logra
con los medios de la fantasía y la pasión.
Aquí aparece el otro gran problema en el horizonte de la Bauhaus: ¿qué es el espacio?,
¿con qué medios se configura? [László] MoholyNagy, mi amigo y colega en la
Bauhaus, dedicó un excelente capítulo de su libro Von Material zu Architektur (‘De
material a arquitectura’) a la definición del espacio. Les presento a continuación algunos
fragmentos:
En términos generales, la persona ‘formada’ no cuenta en la actualidad con una
conciencia ni con una sensibilidad lo suficientemente certera como para apreciar una
obra arquitectónica en cuanto configuración espacial. Quizá pueda determinar su
antigüedad, pero no puede percibir lo que en ella hay de esencial. Escapan a su
percepción el verdadero efecto de la configuración espacial, el indescriptible equilibrio
de tensiones interrelacionadas y el flujo de energías espaciales que se compenetran.
Lamentablemente, esto también ocurre entre los arquitectos, quienes, como
consecuencia de una educación desastrosa, buscan la esencia de la arquitectura donde
no corresponde. Así, pudo suceder que algunos arquitectos ‘modernos’ adoptasen tan
sólo los elementos de estilo de la arquitectura verdaderamente revolucionaria, como,
por ejemplo, la mal comprendida forma ‘cúbica’ de la masa maclada exterior. A esto
hay que añadir que el punto de partida de dichos arquitectos es una yuxtaposición de
espacios interiores, mediante la cual podrán llegar a una especie de solución funcional,
pero nunca podrán concebir a la arquitectura como una relación espacial que puede ser
experimentada. La arquitectura debe concebirse en relación con el conjunto de sus
partes funcionales, como un todo. Sin esto, cada edificio es solamente un
amontonamiento de cuerpos huecos, que pueden llegar a ser técnicamente adecuados
para la construcción, pero que nunca podrán constituir una configuración espacial ni
suscitar, por consiguiente, la vivencia sublimada del espacio.
La reconquista del espacio abstracto partió de aquellos pintores modernos propensos a
la reflexión crítica, razón por la cual fueron indispensables para la constitución de la
nueva enseñanza de la Bauhaus. En el cuadro, la casa, el artefacto y sobre el escenario se
exploraron y desarrollaron las relaciones espaciales, de las que se incorporó a la
enseñanza lo objetivamente comprobable.
A pesar de la diversidad de las individualidades que colaboraban, la apariencia formal
unitaria de los trabajos resultantes se debió al valor objetivo de esta enseñanza de la
Bauhaus y fue el fruto de la orientación espiritual de la escuela desarrollada
conjuntamente, que superó por fin la creación entendida obligatoriamente como una
noción formal estéticoestilística en el antiguo sentido de las ‘artes aplicadas’.
Pero al mismo tiempo se acometió la lucha contra los perpetradores de imitaciones y de
malas interpretaciones, quienes entonces pretendían identificar el ‘estilo Bauhaus’ en
todos los edificios y objetos que prescindían de la decoración, y con ello amenazaban
trivializar el bien fundado sentido del trabajo de la Bauhaus, al creer que se trataba de
una moda. ¡El objetivo de la Bauhaus no es un ‘estilo’, ni un sistema, dogma o canon, ni
una receta, ni una moda! ¡Nuestro objetivo se mantuvo vivo porque no dependía de la
forma, sino que buscaba detrás de la forma mutable el fluir de la vida misma!
Poco antes del giro político habido en Alemania, estaba ocupado en la escritura de un
libro titulado Contra el estilo Bauhaus, con la intención de salvaguardar la pureza y la
precisión del movimiento de la Bauhaus frente a las necedades de la moda. Para
entonces, las puertas de la Bauhaus ya se habían cerrado, pero la idea a la que ha
contribuido no depende actualmente de ella ni de las otras fuentes de las que ha bebido
el nuevo movimiento arquitectónico. Estoy convencido de que ningún arquitecto vivo
puede ya pasar por alto los conocimientos que los pioneros del nuevo movimiento
arquitectónico acumularon en los distintos países. Las diversas interpretaciones del
concepto de ‘tradición’ –de las cuales tanto se habla– no constituyen, en todo caso, una
diferencia esencial. En este contexto, debería interesarnos una frase que el profesor
Krencker –para satisfacer a las dos tendencias arquitectónicas entonces en pugna–
pronunció en enero de este año en la Escuela Técnica de Berlín, con ocasión de la
inauguración oficial de la exposición de arquitectura italiana fascista:
La síntesis de ambas tendencias es ya un hecho, para las personas inteligentes.
Los unos se asemejan al vapor que propulsa una máquina; son el elemento creativo, la
fuerza motriz. Los otros pueden compararse a los ‘frenos’: nada heroicos, pero muy
necesarios, tal como lo ha expresado recientemente Theodor Fischer.
Aquí se pone de manifiesto la diferencia existente en la lucha cultural entre esas dos
tendencias, pero también se resalta la línea creativa de la ‘nueva arquitectura’, cuyos
líderes [Führer] –y esto es lo esencial– se enfrentaron al caos formalista de hace veinte
años para introducir el concepto de ‘función’ en lugar de la mezcolanza de motivos
estéticos. Para sus nuevas concepciones, mediante una investigación exhaustiva en los
campos social, técnico y artístico, esos líderes [Führer] modernos habían promulgado
leyes universales que debían poner fin a la arbitrariedad del individuo. Así pues, opino
que esta concepción fundamental no atenta en absoluto contra el concepto de tradición,
puesto que el respeto por la tradición no significa un disfrute fácil de lo placentero o lo
cómodo, un entretenimiento estético formalista con las formas artísticas del pasado,
sino que siempre fue y sigue siendo una lucha en favor de lo esencial, o sea, de lo que se
esconde detrás de la materia y de la técnica, y que, con su ayuda, trata continuamente de
alcanzar una expresión visible.
Pero son justamente éstos los ‘frenos’ naturales que derivan de la inercia del corazón
humano y ralentizan el ritmo de un nuevo movimiento, y que quizá provoquen el
efecto saludable de fortalecerlo, para que pueda consolidarse frente a lo que se le
oponga.
¿En qué punto del combate nos encontramos y cuál ha sido la contribución de los
diferentes países? Comienzo con los inicios en la época anterior a la guerra.
En las siguientes imágenes he intentado colocar uno junto a otro –cada cual
representado por una obra– a los artífices decisivos de la ‘nueva arquitectura’ hasta
1914: [Hendrik Petrus] Berlage, [Peter] Behrens, [Walter] Gropius, [Hans] Poelzig,
[Adolf] Loos, [Auguste] Perret, [Louis] Sullivan, [Antonio] Sant’Elia. Es algo así como
un sucinto balance de la preguerra. Para hacer la selección no fue determinante, en
primer lugar, la belleza de los edificios, sino su valor como aportación autónoma,
creativa, gracias al cual influyó de manera esencial en el movimiento arquitectónico.
Con una única excepción, se trata de edificios construidos –cosa que me parece
importante– y no de proyectos que se quedaron sobre el papel.
Como no tengo fama de chovinista, con más razón puedo expresar claramente que,
según mis constataciones, Alemania ha tenido el papel principal en el desarrollo de la
‘nueva arquitectura’. Mucho antes de la guerra existía en Alemania el movimiento de la
asociación Deutscher Werkbund. Una figura como la de Peter Behrens no era entonces
un fenómeno extraño, aislado, sino que contaba con el sólido respaldo de dicha
asociación. Ése fue el semillero de la renovación. Recuerdo claramente la exposición de
la Deutscher Werkbund celebrada en 1914 y el apasionado debate que tuvo lugar en su
asamblea anual, a la cual acudieron también muchos arquitectos extranjeros. En los
años 1913 y 1914 aparecieron además los famosos anuarios de la asociación. Gracias a
mi colaboración activa en esas publicaciones –que exigieron hacer un inventario de lo
realizado–, adquirí una primera visión integral de la situación. Por esos años se
construyeron además mis primeros edificios: la fábrica Fagus y la de la citada
exposición de la Werkbund en Colonia.
En Austria, con el cambio de siglo, Otto Wagner construyó en Viena el edificio de la
Caja Postal de Ahorros. En él se atrevió a exponer otra vez superficies
desornamentadas, sin decoraciones ni molduras tradicionales. Apenas podemos
imaginar hoy la magnitud de la revolución que provocó ese paso. Al mismo tiempo, en
Viena, Adolf Loos escribía ensayos y libros fundamentales. Además, construyó frente al
Palacio Imperial de Viena ese edificio comercial de la Michaelerplatz que tanto inflamó
los ánimos de los vieneses, habituados a las formas barrocas.
En 1913 comenzó en Italia el Futurismo. A este movimiento perteneció Sant’Elia, que
lamentablemente murió en la guerra. Con ocasión de la exposición Trienal de Milán que
se celebró el año pasado, [Filippo Tommaso] Marinetti lo homenajeó como uno de los
creadores decisivos de la ‘nueva arquitectura’. Aunque en 1913 Sant’Elia redactó textos
sorprendentes acerca de la arquitectura del futuro, lo cierto es que nunca llegó a hacer
realidad sus ideas, que se quedaron para siempre en fase de proyecto, como es el caso
de su torre en una calle con cuatro niveles.
En esa época, Holanda se encontraba aún rezagada desde el punto de vista del
desarrollo de la ‘nueva arquitectura’. Sobre los fundamentos de una concepción
antroposófica del mundo, los arquitectos [Henrik Petrus] Berlage, [Karel] De Bazel y
[Mathieu] Lauweriks, habían recuperado la enseñanza de los sistemas en la
arquitectura. Al mismo tiempo –tal como lo hicieron sus precursores ingleses, [John]
Ruskin y [William] Morris–, tuvieron una fecunda influencia en la artesanía. Hasta la
época de posguerra predominó una línea romántica mística. Hacia 1917, unos años
después de la exposición de la Werkbund de 1914, se constituyó el movimiento De Stijl,
cuya dirección asumieron [Theo] Van Doesburg y [J. J. P.] Oud. Hasta 1914, los edificios
arquitectónicamente más avanzados eran unas oficinas de Berlage y los conjuntos de
viviendas de [Michel] De Klerk.
En los Estados Unidos, la irrupción de la nueva técnica comenzó ya en los años 1880. Ya
en 1883, [John Wellborn] Root levantó en Chicago un rascacielos de ladrillo. Hacia el
cambio de siglo, Sullivan, el muy poco conocido maestro de Frank Lloyd Wright,
construyó edificios que hicieron época y formuló por escrito algunos principios
fundamentales para la arquitectura, que contenían in nuce nuestra doctrina funcional.
Form should follow function: ‘la forma debería resultar de la función’. En cuanto a sus
ideas, Sullivan era más moderno –en el sentido actual de la palabra– que Wright, quien
más tarde fue un gran estímulo para los arquitectos europeos, desde el punto de vista
espacial y constructivo. Sin embargo, en especial después de la guerra, Wright
manifestó su oposición al movimiento europeo de la ‘nueva arquitectura’ en ensayos y
conferencias de fuerte acento romántico. Hoy en día, los norteamericanos cuentan con la
técnica constructiva más avanzada del mundo. He estudiado este aspecto de manera
minuciosa y exhaustiva. Pero a pesar de Sullivan y de Wright, a pesar de disponer de la
técnica y de la organización más sofisticadas, en los Estados Unidos el desarrollo
artístico se ha quedado atascado. Es cierto que aún no se dan allí las premisas
espirituales del conjunto de la población, que es condición necesaria para ello.
[Imágenes: comparación con las obras más tempranas de Gropius (1913), Mies van der
Rohe (1914), Le Corbusier (1916) y Oud (1917).]
Con esto se han esbozado las líneas de evolución más importantes de la época de
preguerra. Luego vino la guerra; y cuando acabó, el nuevo movimiento arquitectónico
se desplegó simultáneamente en distintos centros. Éste alcanzó en Alemania su
desarrollo más orgánico y constante porque todos sus líderes eran miembros de la
asociación Deutscher Werkbund y pronto influyeron en amplios círculos de
simpatizantes. Luego, en 1919, se fundó la Bauhaus, e inmediatamente después la
puesta en práctica de las colonias de viviendas, con su fuerte impacto social. Menciono
además la exposición de la Werkbund en Stuttgart [1927]; las colonias de Fránkfurt,
Dessau, Karlsruhe y Berlín; así como las muestras de la Werkbund en Barcelona (Mies
van der Rohe [1929]) y en París (Gropius [1931]). El movimiento continuaría también,
indefectiblemente, en la nueva Alemania. (Imágenes: Mies, Taut, Haesler, Scharoun y
Wittwer; nombrar a Bartning y Häring.)
En 1917 comenzó en Holanda el movimiento De Stijl. Con él aparecen los edificios de
Oud, [Gerrit] Rietveld y [Han] Van Loghem, entre otros. Al mismo tiempo, Ámsterdam
construye sus extensos barrios (contrapunto estilístico entre una casa frente a un canal y
un bloque de viviendas de De Klerk). De Stijl tuvo un intenso impacto propagandístico,
pero acentuó exageradamente sus tendencias formalistas y fue el aliciente para que se
pusieran de moda las formas arquitectónicas cúbicas. Hoy en día, la concepción
constructiva empieza a desplazar lentamente a las tendencias románticas
pretendidamente modernas. (Imágenes: Doesburg, Oud, Stam, Van der Vlugt &
Brinkman.)
Más o menos en la misma época de De Stijl, comenzaron a surtir efecto en Francia los
escritos y los edificios de Le Corbusier, originario del oeste de Suiza. En 1916, Le
Corbusier recurría todavía a elementos como perfiles y pilastras; luego comenzó a
publicar la revista L’Esprit Nouveau y fue desarrollando progresivamente una obra
arquitectónica y literaria de un alcance asombroso, que causó una profunda impresión
en las nuevas generaciones de los distintos países. Pero, a diferencia de Alemania –
donde se había establecido todo un círculo de vida comunitaria en la Bauhaus y su
entorno–, en Francia el movimiento siguió siendo un asunto individual o personal de
unos pocos. La sociedad permaneció indiferente y no extrajo las consecuencias
necesarias para la formación de una nueva escuela. La acusación –aventurada por
algunos– de que Le Corbusier es un nihilista subversivo, pobre de espíritu y ávido de
mofarse de la tradición, resulta ridícula. El suyo es un espíritu audaz de elevada fuerza
creativa, poética; un estímulo de vasto alcance para todo el campo de la arquitectura.
(Imágenes: Le Corbusier, Perret, Freyssinet.)
Después de la guerra, en Suiza –de la cual también proviene Le Corbusier– surgieron
toda una serie de arquitectos capaces, como Hans Schmidt y los jóvenes [Werner] Moser
y [Rudolf] Steiger, quienes –junto con el historiador [Sigfried] Giedion, pródigo en
iniciativas– influyeron decisivamente en el movimiento, especialmente en lo referido a
colonias y cuestiones urbanísticas. (Neubühl. Imágenes: Artaria y Schmidt.)
En el norte, [Sven] Markelius y [Uno] Åhrén en Suecia, y [Alvar] Aalto en Finlandia
construyeron edificios espléndidos. Para estos países, la exposición de arquitectura de
Estocolmo de 1930 representó un importante éxito de la ‘nueva arquitectura’.
(Imágenes: Markelius, Aalto.)
La aportación de Inglaterra se encuentra principalmente en el ámbito de las colonias de
viviendas y el urbanismo. [Raymond] Unwin y las ciudades jardín inglesas influyeron
en todo el movimiento europeo de colonias de viviendas sociales. Sólo recientemente se
ha podido constatar allí una renovación de las formas arquitectónicas. (Imagen: Daily
Express.)
Grupos jóvenes y entusiastas han confluido en Checoslovaquia, en Polonia (en torno a
la pareja [Szymon] Syrkus y su esposa), en España (alrededor de [José Luis] Sert) y en
Hungría. (Imágenes: Honzik, Breuer�)
En Japón existe un grupo de trabajo muy activo en Osaka. Allí, la penetración de la
‘nueva arquitectura’ también se ve en los edificios de la Administración Pública.
En los Estados Unidos trabajan en la línea del movimiento arquitectónico europeo dos
inmigrantes, dos arquitectos de poderosa iniciativa: el austríaco [Richard] Neutra y el
danés [Knud] LönbergHolm. Los jóvenes norteamericanos –algunos de los cuales
estudiaron en los últimos años en la Bauhaus en Dessau– comienzan ahora también,
lentamente, a encontrar los componentes formales propios. La construcción de
viviendas sociales –que hasta hace pocos años no existía en ese país– también se ha
puesto en marcha con el apoyo de las autoridades. (Imágenes: Neutra, Ford.)
El fenómeno del trabajo colectivo en equipo –que ya he recalcado con entusiasmo– se ha
convertido en una característica especial del desarrollo más reciente de la ‘nueva
arquitectura’. En Suiza, España, Italia, Hungría, Japón, Holanda y Polonia han surgido
de manera espontánea –como sucedió en la Bauhaus– equipos de jóvenes arquitectos
que desarrollan conjuntamente sus trabajos teóricos y prácticos. En mi opinión, estos
equipos de trabajo son especialmente fructíferos y acordes a la época, sobre todo
cuando se incluye a ingenieros y economistas. Si están dirigidos por la persona que
posea las mejores cualidades integradoras, desde un punto de vista humano y objetivo,
estos equipos garantizan la exhaustividad y versatilidad de las obras que producen, ya
que cada cual enriquece a los demás. Sin embargo, estos grupos sólo pueden surgir
libremente a partir de la camaradería, y no es posible organizarlos mediante la coerción.
Imagen. Trabajo preliminar de investigación científicosocial acerca de la vivienda para
el mínimo de subsistencia. Un pequeño extracto de la fundamentación gráfica,
comprensible para todos, de la forma que propuse para tales viviendas.
La estructura de la familia, en tanto que unidad vital asociada a la vivienda mínima, se
ha modificado con el paso del tiempo. La antigua familia patriarcal era una cooperativa
de producción autónoma. En su círculo reducido tenían lugar la producción y el
consumo de bienes, el cuidado de los ancianos y de los enfermos, y la educación. Sólo
muy paulatinamente fueron transfiriéndose al estado, una tras otra, las obligaciones de
la familia: escuelas, hospitales, residencias de ancianos y guarderías. La creciente
diversificación laboral socializó el trabajo en las oficinas y en las fábricas. Aumentó la
libertad de circulación debida al cambio del puesto de trabajo. La mujer se emancipó y
comenzó a participar en la vida económicamente activa. Las funciones de las carcasas
habitables para la familia actual, reducida y modificada, cambian debido a su carácter.
Se reduce el tamaño de la vivienda; se incrementan los medios mecánicos de ayuda a la
economía doméstica.
Estas modificaciones en el desarrollo histórico se produjeron con total independencia de
las cambiantes estructuras políticas de los pueblos; actualmente no hay pueblo
civilizado al que no se apliquen, en mayor o menor medida, estas determinaciones. Para
proyectar un tipo de vivienda correcto, el arquitecto debe conocer estos fundamentos;
aquí expongo solamente, a modo de ejemplo, un único factor.
Imágenes. Las mayores dificultades que afrontó la ‘nueva arquitectura’ han de buscarse
en la exigencia, propia de los nuevos arquitectos, de trasladar también a la construcción
de viviendas el principio de la fabricación en serie. Yo mismo planteé esta exigencia en
escritos y conferencias desde el año 1910. Los adversarios de esta idea temen que el
resultado de esa transformación sea la monotonía de la forma y la decadencia de la
artesanía. Pero lo que principalmente se opone a una difusión más rápida de esta idea
son los intereses de los grandes grupos económicos existentes. La monotonía de la
forma se superaría enseguida, siempre que se fabrique en serie no la totalidad de la
casa, sino los elementos constructivos a partir de los cuales puedan componerse los
conjuntos de diversas casas en respuesta a necesidades individuales. El fin sería
entonces ‘el gran kit de construcción’. La segunda objeción (que la artesanía sucumbiría
como consecuencia de la fabricación en serie) puede rebatirse con el ejemplo evidente
de los japoneses, quienes durante siglos desarrollaron unas casas estándar de la más
alta calidad, realizadas exclusivamente de modo artesanal. Pero en una civilización
articulada como la nuestra, la transformación de la industria de la construcción supone
un proceso tan largo y enrevesado, y la responsabilidad sobre este complejo sector clave
es tan grande que hará falta aún otra generación para que la fabricación mecanizada de
casas sea considerada en general un beneficio colectivo. De los numerosos intentos
prácticos de fabricación de casas, querría presentar el que en mi opinión más se acerca
de momento al objetivo. Un gran taller de metalurgia berlinés –que disponía de una
patente para el aislamiento de paredes– fabricó en cadena casas de cobre de acuerdo
con un proyecto y unos detalles constructivos elaborados por mí. Estas casas tienen
como característica distintiva una capacidad de aislamiento muy elevada en las
paredes, que además tienen un peso reducido. Tal como se muestra en la siguiente
imagen, una casa de 4 habitaciones con todo colocado y rematado (paredes y techos,
ventanas y puertas) y con las instalaciones eléctricas empotradas puede transportarse
en un camión con remolque desde la fábrica hasta el solar. Dado que el peso de la pared
totalmente acabada, con su revestimiento exterior e interior, es de tan sólo 15 kg / m2,
pero ofrece la capacidad de aislamiento térmico de un muro de ladrillo de 140
centímetros de grosor, pueden fabricarse en cadena porciones de pared de hasta 6
metros de largo y un piso de altura, que luego se despachan, y para cuya carga y
descarga basta la fuerza de 4 hombres, al igual que para su montaje en la obra. No
puedo extenderme aquí acerca de los numerosos detalles técnicos del encuentro de las
paredes, etcétera. Antes de la fabricación en serie tuve que llevar a cabo investigaciones
y ensayos sumamente meticulosos, además de superar pruebas oficiales relativas a los
distintos aspectos. Querría destacar un solo punto: el particular aislamiento de la pared,
que ilustra de modo muy especial la revolución que las nuevas posibilidades técnicas
han introducido en el método de fabricación de casas. El revestimiento exterior de la
pared consiste en planchas de cobre de 0,5 milímetros de espesor, onduladas para ganar
rigidez, que se fijan firmemente al esqueleto por medio de un engatillado con
tapajuntas. El revestimiento interior consiste en planchas de aluminio ondulado, o bien
–como puede observarse en la segunda imagen– en planchas de Eternit de 5 milímetros
de espesor. El elevado aislamiento térmico de la pared se basa, por una parte, en la
disposición de sucesivas cámaras de aire casi herméticas y por otra, en el efecto de
reflexión térmica de las delgadas láminas de aluminio que componen dichas cámaras de
aire, protegidas por capas de cartón bituminoso. Desde hace años, este procedimiento se
viene probando con el mayor éxito en la construcción de barcos de guerra y en vagones
frigoríficos. Minuciosos experimentos que he realizado en el laboratorio han
demostrado que, incluso con altas temperaturas interiores y muy bajas temperaturas
exteriores, no se produce agua por condensación dentro de la cámara de aire.
Esto es tan sólo un ejemplo del enorme alcance de la tarea que los arquitectos tenemos
por delante: hacer realidad las nuevas ideas arquitectónicas en sus aspectos técnicos y
organizativos.
Imagen. Adquirimos conciencia del fenómeno del espacio, en primera instancia, por la
luz. Sin luz, el espacio es un medio neutro sin vida. Actualmente, en términos
espaciales, este conocimiento nos ha llevado a construir con luz, a organizarla de
manera consciente. La ventana –reguladora de la luz natural, que debe llenar el espacio
construido con masas cúbicas de luz– ha adaptado su forma conforme al dictado de los
nuevos conocimientos técnicos. Me refiero a la ventana corrida, una característica
principal de la forma arquitectónica moderna y una consecuencia lógica de los nuevos
métodos constructivos, una vez que el antiguo muro de piedra delegara sus funciones,
por un lado, en el esqueleto de hierro o de hormigón y, por otro, en el cerramiento. La
ventana corrida permite una iluminación natural más homogénea del espacio y un
aumento de la cantidad de luz, en comparación con la misma superficie de ventana en su
antiguo formato vertical. Me interesa el problema de cómo aprovechar de manera
planificada los efectos de la luz natural para la configuración de nuestros espacios
interiores. En el periodo oscuro del año necesitamos mucha luz y mucho calor en los
espacios cerrados. En el verano tenemos la necesidad de atenuar el exceso de luz y de
refrescarnos. A esto se añaden las fluctuaciones de la luz al amanecer y en el crepúsculo.
La práctica demuestra que actualmente, en espacios con grandes superficies vidriadas,
existen menos dificultades para controlar la calefacción que para atenuar los efectos del
sol en el verano. En el periodo oscuro del año, sobre todo en los países septentrionales,
necesitamos contar con grandes ventanales. En el verano, en cambio, necesitamos
dispositivos de oscurecimiento que regulen la entrada de luz de acuerdo con nuestras
necesidades: ya no nos basta la cortina convencional. Estoy buscando una posibilidad
de dosificación precisa de las fuentes de luz naturales que no suponga una pérdida del
efecto benéfico de los rayos de sol en el espacio. La pared posterior de la sala de reunión
para una torre de viviendas –exhibida en París en 1930, en la Exposición de la
asociación Deutscher Werkbund de la que fui comisario– se resolvió íntegramente con
superficies de vidrio. En los días nublados, toda esta superficie de vidrio se aprovecha
para que entre la luz. El exceso de luz exterior se atenúa mediante un sistema de
persianas enrollables y de pantallas correderas de materiales traslúcidos con distintas
tonalidades. De esta manera, no sólo puede regularse de forma precisa la cantidad de
luz natural, sino que también puede modificarse el carácter cromático del espacio,
según el gusto de los ocupantes, por medio de diversos filtros de color (las citadas
pantallas coloreadas). Así pues, ya no estamos ligados a la coloración fija del
empapelado, sino que el color de la pared puede modificarse por completo, para
obtener, por ejemplo, tonos claros y neutros, especialmente idóneos para el invierno.
Gracias a este sistema, la ventana se comporta como si fuese un diafragma, por medio
del cual la luz puede encenderse y apagarse, y también pueden aplicársele filtros de
distintos colores. De este modo llegaremos a poder regular a voluntad la luz natural, tal
como lo hacemos con la luz artificial.
A continuación les presento éstos y otros trabajos personales, ya que me siento en la
obligación de rendir cuentas ante ustedes de las exigencias y críticas que he expuesto en
mi conferencia. (12 imágenes de trabajo personal.)
Biografía
Walter Gropius (18831969)
1883
El 18 de mayo nace en Berlín Walter Gropius, tercero de los cuatro hijos del arquitecto y
consejero municipal de obras públicas Walther Gropius y su esposa Manon, hija del
político prusiano Georg Scharnweber. La familia pertenece a la alta burguesía ilustrada
y cuenta ya con una notable tradición de reconocidos arquitectos, entre los cuales
destaca el clasicista Martin Gropius (18241880), tíoabuelo de Walter Gropius.
1903
Inicia sus estudios de arquitectura en la Escuela Técnica de Múnich.
190405
Tras un único semestre, interrumpe sus estudios para recibir un año de formación
militar voluntaria en el 15° Regimiento de los Húsares de Wandsbeck (Hamburgo).
19061907
Retoma la carrera de arquitectura, esta vez en la Real Universidad Politécnica de Berlín
Charlottenburgo, pero tras cuatro semestres la abandona definitivamente sin titulación
tras fracasar en asignaturas centrales como el dibujo. Sin embargo, realiza ya primeros
edificios rurales e industriales para parientes y conocidos en Pomerania.
19071908
De septiembre a abril viaja por España en compañía de Helmuth Grisebach, amigo de la
infancia e igualmente arquitecto en ciernes. En su viaje visitan el castillo de Coca, al que
Gropius le dedica sus primeros escritos. Comienza a estudiar intensamente las
cerámicas vidriadas, llegando a trabajar en una fábrica de azulejos en Sevilla. A raíz de
esta actividad conoce a Karl Ernst Osthaus de Hagen, quien se convierte en su mentor.
19081910
Por recomendación de Osthaus, entra a trabajar en el estudio del pintor, diseñador y
arquitecto de formación autodidacta Peter Behrens como director de proyectos como la
casa Kuno en Hagen. Adolf Meyer y Ludwig Mies van der Rohe figuran entre sus
compañeros. A finales de 1908 viaja a Inglaterra en compañía de Behrens.
1910
1911
Entre sus primeros encargos figura el de una fachada de vidrio para la fábrica de
hormas de zapatos Fagus, en Alfeld an der Leine, declarada Patrimonio de la
Humanidad por la UNESCO en 2011. La fábrica y el apoyo de Osthaus instalan a
Gropius en la cúpula de la asociación Deutscher Werkbund, que reúne a destacados
artistas, arquitectos, intelectuales, empresarios y políticos comprometidos con una
nueva cultura industrial alemana.
19121914
Nuevamente por mediación de Osthaus, se convierte en responsable de los anuarios de
la Werkbund, que en sus ediciones de 1913 y 1914 incluyen dos textos fundamentales de
Gropius sobre la moderna arquitectura industrial. A este tema le dedica una exposición
de casos ejemplares, incluida una serie de silos norteamericanos y argentinos, que se
muestra también en 1914 en la fábrica modelo de la Werkbund, realizada por Gropius
junto a Adolf Meyer para la feria de la asociación en Colonia. La exposición se clausura
prematuramente tras el estallido de la I Guerra Mundial.
1915
Contrae matrimonio con Alma Mahler, fruto del cual nace al año siguiente Alma Manon
Gropius (19161935). Participa en la guerra como oficial en diferentes divisiones de
infantería en Francia y Bélgica, resultando herido en un ataque de artillería. Recibe
diversas condecoraciones, incluida la Cruz de Hierro de Primera Categoría en 1918.
Desde Bélgica intercambia primeras ideas pedagógicas con el artista y arquitecto belga
Henry van de Velde, quien le propone como su sucesor en la dirección de la Escuela de
Artes y Oficios en Weimar.
1918
En el contexto revolucionario de posguerra funda y dirige junto a Bruno Taut y Adolf
Behne el Consejo de Trabajadores del Arte, donde Otto Bartning desarrolla planes para
la reforma de la educación artística sobre una base artesanal.
1919
Tras largas negociaciones con el Gobierno de Turingia, se inaugura en abril la Bauhaus
Estatal de Weimar (Staatliches Bauhaus Weimar) bajo la dirección de Gropius y
siguiendo sus conceptos pedagógicos centrados en la formación artesanal.
1920
Divorcio de Alma Mahler Gropius. Retoma su oficina de arquitectura en colaboración
con Adolf Meyer: juntos realizan proyectos como la Sommerfeld en Berlín (192021).
1923
Contrae matrimonio con la periodista Ilse Frank (18971983) –en adelante Ise Gropius–,
a quien había conocido ese mismo año en Hannover. La Semana de la Bauhaus hace
balance de los primeros años de andadura de la escuela con una exposición y un libro
con el fundamental texto de Gropius “Idea y constitución de la Bauhaus Estatal”.
19251926
1927
Participa con dos casas unifamiliares en la exposición “Die Wohnung” de la asociación
Deutscher Werkbund, ambas realizadas en la Colonia Am Weissenhof de Stuttgart.
1928
A comienzos de febrero dimite del cargo de director de la Bauhaus para concentrarse en
el ejercicio profesional en su nuevo ‘taller de arquitectura’ berlinés, el Bauatelier
Gropius. Propone a Hannes Mayer como su sucesor en Dessau. Visita por primera vez
los EE. UU. en un viaje de vacaciones y estudios.
1929
Forma parte del gremio de expertos que asesora a la RFG, Sociedad de Investigaciones
del Reich para la Economía en la Construcción y la Vivienda. En octubre participa en el
II Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM), celebrado en Fráncfort,
donde pronuncia una conferencia sobre “Los fundamentos sociológicos de la vivienda
mínima (para la población industrial urbana)”.
1930
1931
Tras haber conocido a la intelectual argentina Victoria Ocampo en Berlín un año antes,
publica artículos en el primer y tercer número de la revista Sur (Buenos Aires, 1931).
Franz Möller, un colaborador del Bauatelier Gropius en Berlín, se traslada en plena
crisis económica a la capital argentina e instala el Estudio GropiusMoller. Con la ayuda
de Ocampo y la embajada alemana logra captar primeros encargos. Varios de ellos,
como el de una ciudad balnearia en Chapadmalal (1932), son desarrollados desde
Berlín, donde escasea el trabajo.
1932
Viaja a Barcelona para participar en la reunión preparatoria del IV CIAM y pronuncia
conferencias. El Bauatelier Gropius proyecta una caseta de vacaciones y fin de semana
prefabricada por encargo del empresario barcelonés Alberto Rosa.
1934
1935
Fallece en Viena su hija Manon Gropius a la edad de 19 años. Publica en Londres el
libro The New Architecture and the Bauhaus.
1936
Tras el fallecimiento de la hermana de Ise, adoptan a su hija Beate (llamada Ati, 1926
2014).
1937
El 17 de marzo llega a los Estados Unidos de América para instalarse como profesor de
arquitectura de la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts. Desde su
nueva posición organiza la emigración a los EE. UU. de sus allegados de la Bauhaus,
como Lázló MoholyNagy, Herbert Bayer o Marcel Breuer. Con Breuer inicia una
colaboración profesional, fruto de la cual es la Casa Gropius en Lincoln (1938).
1938
19411942
Tras dar por finalizada su colaboración con Breuer, funda junto a Konrad Wachsmann
la General Panel Corporation para poner finalmente en práctica su idea de una sociedad
dedicada a la prefabricación industrial de casas, que son comercializadas como
Packaged House System. La empresa fracasa económicamente.
1944
Obtiene la nacionalidad estadounidense. Inicia una intensa labor como asesor externo
de estudios norteamericanos.
1945
Publica en Chicago el libro Rebuilding Our Communities.
1946
Crea en Cambridge el estudio The Architects Collaborative (TAC), centrado en el team
work y los procesos discursivos de diseño. Gropius fue socio hasta su fallecimiento,
realizando proyectos en varios continentes.
1947
Viaja a Alemania por encargo del gobierno militar de los EE. UU.
1948
Asume la dirección de los CIAM hasta 1950, así como de la Comisión III – ‘Reforma de
la enseñanza’ hasta 1953.
1949
Viaja a Cuba para pronunciar conferencias en la Escuela de Arquitectura y el Colegio de
Arquitectos de La Habana.
1952
En junio dimite del cargo de director del Departamento de Arquitectura de la GSD de
Harvard. Propone con éxito a José Luis Sert como su sucesor. En octubre viaja a Ciudad
de México para participar en el Congreso Panamericano de Arquitectos. Publica en
Nueva York el libro Architecture and Design in the Age of Science.
1953
A invitación de Paul Linder, un antiguo alumno de la Bauhaus en Weimar, viaja a Lima,
donde pronuncia conferencias, es declarado huésped ilustre de la Municipalidad y
recibe el título de profesor honorario por la Universidad Nacional de Ingenieros.
1954
Llegando desde Lima, inaugura en enero una exposición sobre su obra –con catálogo de
Sigfried Giedion– en el marco de la Bienal de Arquitectura de São Paulo, que le
galardona con el Gran Premio. Ese mismo año viaja a Japón, donde visita la Villa
Katsura en Kioto, a la que le dedicará en 1960 el libro Katsura: Tradition and Creation in
Japanese Architecture. En Nueva York publica el libro The Scope of Total Architecture
(Alcances de la arquitectura integral en su edición argentina de 1956).
1955
Pronuncia el discurso inaugural de la nueva sede de la Hochschule für Gestaltung de
Ulm, proyectado por Max Bill, antiguo alumno de la Bauhaus.
1961
Su último viaje a España le lleva a Ibiza, donde establece contacto con el pintor y
arquitecto Erwin Broner.
1968
Publica en Nueva York el libro Apollo in the Democracy: The Cultural Obligation of the
Architect. En diciembre viaja por primera y única vez a Argentina para colaborar a
iniciativa de Amancio Williams en el proyecto para la nueva Embajada de la República
Federal de Alemania en Buenos Aires, donde vuelve a encontrarse con Victoria
Ocampo.
1969
En mayo acude a la inauguración en Stuttgart de la gran exposición conmemorativa del
cincuentenario de la creación de la Bauhaus. Dos meses más tarde, el 5 de julio, fallece
en Boston a la edad de 86 años.
1. Versión original
“Betrachtungen über die Architektur des spanischen Castells Coca bei Segovia”,
manuscrito fechado en la navidad de 1908; se conserva en el Gropius Archive de la
Houghton Library, Harvard University; existe otra versión, probablemente anterior
pero sin fecha, conservada en el Bauhaus Archiv, Berlín.
1. Versión original
“Über das Wesen des unterschiedlichen Kunstwollens im Orient und im Okzident”,
manuscrito inédito fechado en 1910, Bauhaus Archiv, Berlín.
2. Entiéndanse ambas cosas en sentido amplio, no como categorías históricoestilísticas.
3. O acaso del espacio vacío, habría que añadir (a modo de incremento).
4. Por tanto: exterior de planos reales, cuerpos reales; interior de planos ideales,
cuerpos espaciales ideales.
1. Versión original
“Programm zur Gründung einer Allgemeinen Hausbaugesellschaft auf künstlerisch
einheitlicher Grundlage m.b.H.”, escrito mecanográfico de 28 hojas, fechado en marzo
de 1910, presentado a Emil Rathenau en abril de 1910, Bauhaus Archiv, Berlín.
2. Ejemplo: para una casa se estima una media de 20 puertas de igual tamaño. Con una
venta anual de 30 casas, habrían de poder despacharse 600 puertas de igual tamaño,
sin tener en cuenta la eventual comercialización a empresas externas.
1. Versión original
“Die Entwicklung moderner Industriebaukunst”, en Die Kunst in Industrie und
Handel, Jahrbuch des Deutschen Werkbundes (Jena: Eugen Diederichs Verlag, 1913),
páginas 1722.
1. Versión original
“Der stilbildende Wert industrieller Bauformen”, en Der Verkehr, Jahrbuch des
Deutschen Werkbundes (Jena: Eugen Diederichs Verlag, 1914), páginas 2932.
1. Versión original
“Was ist Baukunst?”, incluido junto a textos de Bruno Taut y de Adolf Behne en un
panfleto publicado con motivo de la Exposición de Arquitectos Desconocidos del
Consejo de Trabajadores del Arte, celebrada en Berlín en abril de 1919; publicado
asimismo en la revista Weimarer Blätter (Weimar), 1919, número 9, página 220.
1. Versión original
“Das Ziel der Bauloge”, escrito mecanográfico, Bauhaus Archiv, Berlín.
1. Versión original
Manifest und Programm des Staatlichen Bauhauses in Weimar, panfletos publicados
en Weimar en abril de 1919.
1. Versión original
“Die Überwindung des europäischen Krämertums: Voraussetzung für eine Kultur”,
escrito mecanográfico de una conferencia pronunciada en 1919, 17 hojas, Bauhaus
Archiv, Berlín.
1. Versión original
“Idee und Aufbau des Staatlichen Bauhauses” , en Staatliches Bauhaus Weimar 1919
1923 (Múnich y Weimar: Bauhausverlag, 1923), páginas 718.
1 Versión original
Internationale Architektur, ‚Bauhausbücher‘, volumen 1 (Múnich: Albert Langen,
1925).
2. Para dirigirse al público en general, el editor se ha limitado a reproducir imágenes
de exteriores. Las plantas tipo y los espacios interiores se mostrarán en un próximo
volumen.
1. Versión original
“Grundlagen für Neues Bauen”, Österreichs Bau und Werkkunst (Viena), 19251926,
número 1, páginas 134147.
1. Versión original
“Wo berühren sich die Schaffensgebiete des Technikers und Künstlers?”, Die Form
(Berlín), 19251926, número 6, páginas 117122.
1. Versión original
“Der große Baukasten”, Das neue Frankfurt (Fránkfurt del Meno), 1926, número 2,
páginas 2530.
1. Versión original
“Der Architekt als Organisator der modernen Bauwirtschaft und seine Forderungen an
die Industrie”, en Fritz Block (edición), Probleme des Bauens (Potsdam: Müller &
Kiepenheuer, 1928), páginas 202214.
1. Versión original
“Die soziologischen Grundlagen der Minimalwohnung (für die städtische
Industriebevölkerung)”, conferencia leída en el II Ciam, celebrado en Fránkfurt a
finales de octubre de 1929. Publicado en: Die Wohnung für das Existenzminimum
(Fránkfurt: Englert & Schlosser, 1930), páginas 1727.
1. Versión original
“Flach, Mittel oder Hochbau?”, conferencia pronunciada en el III Ciam, celebrado en
Bruselas en noviembre de 1930. Publicada originalmente en: Rationelle
Bebauungsweisen (Fránkfurt: Englert & Schlosser, 1931), páginas 2647.
1. Versión original
“Bilanz des Neuen Bauens”, manuscrito de una conferencia pronunciada en Budapest
el 5 de febrero de 1934, y más tarde en Praga y Zúrich, Bauhaus Archiv. Publicado en
Technische Rundschau (Berna), 30 de noviembre de 1934, páginas 13 y 2628.