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Tal vez todo empezó con unas lecturas adolescentes de Lobsang Rampa (yo no sabía
entonces que se trataba de un plomero irlandés)… sentía que había “algo mas” que la
versión canónica de mi católico entorno. Sin saber como encarar lo que esa pulsión me
ofrecía la idea de ser un espectador y no un actor en mi relación con “lo divino” me llevó
a considerar seriamente el convertirme en sacerdote. En esas épocas de misas de siete de
la mañana algo vislumbre: en el silencio del vasto templo vacío pude empezar a
moverme con una nueva libertad, los rayos del sol de la mañana caer por los ventanales
del elevado domo parecían llamarme…
Fueron diez años de estudio en los que me atreví a entrar en casas extrañas y considerar
otras religiones, otras formas de re-ligarse con el Uno, otras filosofías que incluso
prescindían de la idea de religión postulando que no necesitábamos re-ligarnos ya que
nunca nos habíamos separado, nunca habíamos dicho a-diós.
Y de ser espectador empecé a actuar, sin saberme el libreto, sin siquiera saber en qué
obra estaba: a sentir esferas de energía, corrientes sutiles que se escabullían entre mis
dedos cada vez que agudizaba el mirar. Sentí (e hice sentir a otros) la innegable
presencia del mundo invisible y su gratuita inmediatez, su increíble cotidianeidad
escondida del mundo por los que empecé a llamar “vendedores de salvaciones”.
Y llegó a mí el comienzo del servicio: desde aflicciones comunes del día a día hasta
temas más serios que me hicieron farfullar la palabra exorcismo por primera vez. El
camino empezaba de algún modo a perfilarse a través de la experiencia directa más allá
de los libros (mis amigos incondicionales de siempre). Y también supe de los excesos y
de la ebriedad del “poder”, que conlleva luego la pesada pena de considerarse
“especial”, “dotado”, “ungido”…
La energía paso a formar parte de mi vida mucho antes que la palabra Chi se cruzase en
mi camino…
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diez años muy interesantes durante los cuales unos extraños movimientos que realizaba
al son de música armónica me meritaron mas de un comentario burlón, cosa que no me
importaba ya que la sensación de conexión, de unidad durante esos breves instantes a-
sistémicos eran demasiados fuertes.
Pero aún me faltaba sentir lo que leía, experimentar lo que enseñaba, bajar al plano
físico-sensorial lo que eran elucubraciones mentales, realizar el descenso a la materia, la
Segunda Venida… Si bien sabía que el símbolo comúnmente llamado del Ying/Yang
realmente se llamaba Tai Chi no comprendía realmente lo que ello significaba, no lo
había vivenciado, aún… pero faltaba poco.
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El Tai Chi ha pasado a formar parte medular de mi vida, He vivenciado su infinita
gracia y he experimentado los beneficios innumeros que su practica apareja, y por
primera vez pude llevar una forma trascendental de sabiduría de un “ámbito sagrado” a
la vida diaria, imprimiéndole a esa cotidaneidad otro gusto, redescubriendo lo que
siempre tuvo de sagrado.
Creo que sería más fácil hablar de los primeros 40 años antes de que el Tai Chi se
adentrase en mi vida, o que yo me adentrase en el Tai Chi, que delimitar en palabras lo
vivido desde entonces.
Mi forma de encarar el teatro –para mencionar un área de mi vida que siempre me trajo
muchas satisfacciones- quedó dividida en un antes y un después: técnicas de Tai Chi y
Chi Kung me permitieron lograr con distintas compañías de teatro resultados que no
hubiese obtenido ni remotamente de otro modo. Como muestra sobra un botón:
utilizando técnicas de Tai Chi un alumno mío logró ingresar a una de las mas exigentes
compañías de teatro de Londres, siendo el único extranjero entre mas de 1400
postulantes en lograrlo; y para su sorpresa se encontró que el Tai Chi era materia basal
de estudio en su carrera profesional…
De la mano de mi amigo Julio Roca, a quien siempre le quedare agradecido por haberme
guiado por los armónicos senderos que se bifurcan del Tai Chi y el Chi Kung, recalé en
Patagonia, en San Martín de los Andes y el desafío de hacer “algo allí”. Y así fue como
inicié el viaje interior que me llevaba a pasar quince días por mes al sur donde daba
práctica de TC y CK a un grupo de entusiastas y consecuentes seguidores con la
antibiótica regularidad de dos prácticas por día, a las 8 de la mañana y a las 8 de la
noche. Y junto a ellos, junto al lago, al pié de la montaña, el TC creció en mi, y yo crecí
gracias al TC.
Cuando empecé a trabajar con los grupos de Patagonia le pedí a Julio lineamientos a
seguir; él me respondió: “Hacéselos fácil”. Cuán paradigmático… el I Ching, el Libro de
las Mutaciones, también puede ser conocido como el Libro de lo Fácil…
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Mi experiencia, mi vivencia, es que el TC es lo fácil; lo difícil es la vida diaria tal como la
hemos encarado al aceptar la propuesta bipolar que nos propone la tradición
occidental…
El Tai Chi me invita a dejar mas de lo superfluo de lado, a ser mas yo, a re-descubrir la
simpleza, la elegancia natural del movimiento exterior como reflejo de la armonía del
plácido fluir interior, el goce profundo que produce la embriagadora sensación de
sentirse uno con el Uno, uno con Todo.
Creo que es contraproducente cargar aún más la mente con interpretaciones occidentales
de las sutiles simbologías Chinas. Prefiero invitar a la gente a practicarlo, a vivenciarlo,
de ese modo cada uno podrá formar en su propio mallado energético una respuesta que
de seguro le va a ser mucho más provechosa que cualquier explicación que yo le pudiese
dar.