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UNA PERSPECTIVA PERSONAL DEL TAI CHI

por ALBERT CANIL

Tal vez todo empezó con unas lecturas adolescentes de Lobsang Rampa (yo no sabía
entonces que se trataba de un plomero irlandés)… sentía que había “algo mas” que la
versión canónica de mi católico entorno. Sin saber como encarar lo que esa pulsión me
ofrecía la idea de ser un espectador y no un actor en mi relación con “lo divino” me llevó
a considerar seriamente el convertirme en sacerdote. En esas épocas de misas de siete de
la mañana algo vislumbre: en el silencio del vasto templo vacío pude empezar a
moverme con una nueva libertad, los rayos del sol de la mañana caer por los ventanales
del elevado domo parecían llamarme…

Mi propósito de convertirme en seminarista fue segado cuando quise obtener respuestas


a interrogantes que me surgían y se me ordenó obedecer en silencio, ser un buen
soldado, acatar órdenes… Mi espíritu estaba demasiado inquieto para tanta sumisión y
decidí cortar amarras y arriesgarme en el océano de la duda, dejando detrás de mí el
puerto seguro de la religión establecida que todo me lo resolvía, pidiendo sólo a cambio
de mi sumisión y voluntad.

Fueron diez años de estudio en los que me atreví a entrar en casas extrañas y considerar
otras religiones, otras formas de re-ligarse con el Uno, otras filosofías que incluso
prescindían de la idea de religión postulando que no necesitábamos re-ligarnos ya que
nunca nos habíamos separado, nunca habíamos dicho a-diós.

Y de ser espectador empecé a actuar, sin saberme el libreto, sin siquiera saber en qué
obra estaba: a sentir esferas de energía, corrientes sutiles que se escabullían entre mis
dedos cada vez que agudizaba el mirar. Sentí (e hice sentir a otros) la innegable
presencia del mundo invisible y su gratuita inmediatez, su increíble cotidianeidad
escondida del mundo por los que empecé a llamar “vendedores de salvaciones”.

Y llegó a mí el comienzo del servicio: desde aflicciones comunes del día a día hasta
temas más serios que me hicieron farfullar la palabra exorcismo por primera vez. El
camino empezaba de algún modo a perfilarse a través de la experiencia directa más allá
de los libros (mis amigos incondicionales de siempre). Y también supe de los excesos y
de la ebriedad del “poder”, que conlleva luego la pesada pena de considerarse
“especial”, “dotado”, “ungido”…

La energía paso a formar parte de mi vida mucho antes que la palabra Chi se cruzase en
mi camino…

Y así fue como cercano a cumplir 33 años me encontré participando de meditaciones


activas del incipiente grupo de Saint Germain en Argentina y que me leyesen por
teléfono parte de un manuscrito que un chileno estaba considerando publicar: Ami, el
niño de las estrellas.

Mas y más energías, y de la “Técnica de Guante” de Silva de mi adolescencia a la


imposición de manos con energía cuyo origen y manejo real desconocía; de los secretos
impuestos por la Meditación Trascendental al compartir dudas y desconciertos… fueron

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diez años muy interesantes durante los cuales unos extraños movimientos que realizaba
al son de música armónica me meritaron mas de un comentario burlón, cosa que no me
importaba ya que la sensación de conexión, de unidad durante esos breves instantes a-
sistémicos eran demasiados fuertes.

La década de los 40 me encontraron haciendo malabares con tres esferas: mi experiencia


como docente, mi trabajo en el mundo del teatro y las inquietudes del espíritu con su
llamada imparable. En el aula trataba con mis alumnos temas que se alejaban
profundamente del temario de la planificación oficial a la vez que buceábamos en los
confines del alma humana (aunque no todo era solemnidad, como cuando hacíamos
volar una silla con su ocupante aferrado como podía, o jugábamos con los imanes de las
manos). En el teatro, con el movimiento y el espacio dentro del espacio y el embriagante
placer físico de sentir más allá de los límites de los confines del propio cuerpo supe
percibir una realidad más rica, mas profunda, mas real… mas esa realidad se me
esfumaba al salir de escena. Las lecturas seguían, y cada camino que se bifurcaba
llevaba a la inexorable bifurcación siguiente…

Terapia de regresión: de paciente a desautorizado conductor, meditaciones guiadas y


charlas impromptu sobre temas que empezaban a aparecer por todos lados,
llamándonos a todos a buscar respuestas por nuestros propios medios, soltando la
sotana negra que nos supo cobijar, como un telón negro que cubría la vastedad del
mundo.

Y así fue como el I Ching reapareció en mi horizonte de la inesperada mano de mi


psiquiatra después de una ausencia de casi 17 años. Y el I Ching fue el primer portal
formal que atravesé para asomarme al mundo de lo Oriental que asistemáticamente me
había fascinado durante tantos años. Esos años de ausencia me permitieron abordar la
consulta del I Ching y su filosofía desde una perspectiva más madura, más amplia.
Pronto me encontré realizando lecturas para los demás, maravillado por cuán
simplemente se podían presentar los intrincados postulados de la física quántica.

Pero aún me faltaba sentir lo que leía, experimentar lo que enseñaba, bajar al plano
físico-sensorial lo que eran elucubraciones mentales, realizar el descenso a la materia, la
Segunda Venida… Si bien sabía que el símbolo comúnmente llamado del Ying/Yang
realmente se llamaba Tai Chi no comprendía realmente lo que ello significaba, no lo
había vivenciado, aún… pero faltaba poco.

Llegaron a mi vida nuevos guías de la mano de pérdidas profundas, dolores agónicos,


puntos de quiebre. Finalmente recibí una providencial llamada telefónica
proponiéndome ir a una practica gratuita para probar si me gustaba lo que en la
Asociación Italiana de Socorros Mutuos de Belgrano se ofrecía. Así fue como me
encontré un martes de estío con un barbado de blanco a quien reconocí en mi tuétano
como un antiguo compañero de ruta (y para su asombro se lo hice saber en vez de
saludarle con el proverbial “Hola… Mucho gusto..”), me encontré con quien me
desafiase a través de estos años –una y otra vez- a ser yo mismo y quien es hoy mi
entrañable amigo: Julio Roca.

De esto han pasado siete años. Un septenio.

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El Tai Chi ha pasado a formar parte medular de mi vida, He vivenciado su infinita
gracia y he experimentado los beneficios innumeros que su practica apareja, y por
primera vez pude llevar una forma trascendental de sabiduría de un “ámbito sagrado” a
la vida diaria, imprimiéndole a esa cotidaneidad otro gusto, redescubriendo lo que
siempre tuvo de sagrado.

Creo que sería más fácil hablar de los primeros 40 años antes de que el Tai Chi se
adentrase en mi vida, o que yo me adentrase en el Tai Chi, que delimitar en palabras lo
vivido desde entonces.

Mi forma de encarar el teatro –para mencionar un área de mi vida que siempre me trajo
muchas satisfacciones- quedó dividida en un antes y un después: técnicas de Tai Chi y
Chi Kung me permitieron lograr con distintas compañías de teatro resultados que no
hubiese obtenido ni remotamente de otro modo. Como muestra sobra un botón:
utilizando técnicas de Tai Chi un alumno mío logró ingresar a una de las mas exigentes
compañías de teatro de Londres, siendo el único extranjero entre mas de 1400
postulantes en lograrlo; y para su sorpresa se encontró que el Tai Chi era materia basal
de estudio en su carrera profesional…

La práctica intensiva: con tres prácticas semanales dictadas con el apoyo de la


Asociación Italiana de Socorros Mutuos de Belgrano, mas dos prácticas guiadas
independientes adicionales, mas la investigación práctica que de esas técnicas realizaba
con mis grupos de teatro siete días a la semana eran una mezcla muy poderosa que
produjo un elixir que pronto excedió los confines del alambique personal para empezar
a propagarse a los demás.

De la mano de mi amigo Julio Roca, a quien siempre le quedare agradecido por haberme
guiado por los armónicos senderos que se bifurcan del Tai Chi y el Chi Kung, recalé en
Patagonia, en San Martín de los Andes y el desafío de hacer “algo allí”. Y así fue como
inicié el viaje interior que me llevaba a pasar quince días por mes al sur donde daba
práctica de TC y CK a un grupo de entusiastas y consecuentes seguidores con la
antibiótica regularidad de dos prácticas por día, a las 8 de la mañana y a las 8 de la
noche. Y junto a ellos, junto al lago, al pié de la montaña, el TC creció en mi, y yo crecí
gracias al TC.

En Buenos Aires tuve un grupo en Acassuso, un desprendimiento de mis grupos de


teatro y también empecé a dar prácticas en Nuñez, pero tal vez el más grande desafío
fue cuando Julio me preguntó si me animaba a hacerme cargo del grupo estable de
Belgrano R (del que sigo formando parte) los días que él no podía dar la práctica. Y así
fue como me encontré guiando a mis propios compañeros entendiendo en lo más
profundo de mi ser lo maravilloso que es practicar juntos sin la división arbitraria que
presuponen los rótulos de “clase” y “maestro”.

Cuando empecé a trabajar con los grupos de Patagonia le pedí a Julio lineamientos a
seguir; él me respondió: “Hacéselos fácil”. Cuán paradigmático… el I Ching, el Libro de
las Mutaciones, también puede ser conocido como el Libro de lo Fácil…

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Mi experiencia, mi vivencia, es que el TC es lo fácil; lo difícil es la vida diaria tal como la
hemos encarado al aceptar la propuesta bipolar que nos propone la tradición
occidental…

La búsqueda personal sigue.

El Tai Chi me invita a dejar mas de lo superfluo de lado, a ser mas yo, a re-descubrir la
simpleza, la elegancia natural del movimiento exterior como reflejo de la armonía del
plácido fluir interior, el goce profundo que produce la embriagadora sensación de
sentirse uno con el Uno, uno con Todo.

Prefiero no hablar del Tai Chi.

Creo que es contraproducente cargar aún más la mente con interpretaciones occidentales
de las sutiles simbologías Chinas. Prefiero invitar a la gente a practicarlo, a vivenciarlo,
de ese modo cada uno podrá formar en su propio mallado energético una respuesta que
de seguro le va a ser mucho más provechosa que cualquier explicación que yo le pudiese
dar.

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