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Harold Shipman, el afable

médico adicto al crimen: “Soy


un ser superior”
Los dolores aumentaron hasta tal punto que en los últimos meses apenas
podía respirar. El cáncer de pulmón se había extendido completamente y era
cuestión de días que la señora Brittan falleciese. Para paliar aquel tormento,
un doctor acudía diariamente a administrarle pequeñas dosis de morfina.
Parecía que solo dicha medicación podía aliviarla. En la puerta del
dormitorio, Harold observaba aquella escena con terror.

Tras la muerte de su madre, el muchacho acabó obsesionado con el óbito, las


drogas y el crimen. Algo en él cambió después de ver tanto sufrimiento y
agonía. De hecho, años más tarde, Harold Shipman se licenció
como médico y, durante veinticinco años, jugó a ser Dios matando a más de
doscientos pacientes. El ‘Doctor Muerte’ se veía a sí mismo como “un ser
superior” capaz de decidir quién vivía y quién no. Aquel era su tétrico juego.

La agonía
Nacido el 14 de enero de 1946 en el condado de Bestwood en Notthingham
(Inglaterra), Harold Frederik Shipman se crió en una familia metodista,
devota y humilde junto a otros tres hermanos. Su padre, conductor de
camiones, se pasaba el día en la carretera mientras su madre cuidaba de los
pequeños, así que su vínculo con la matriarca siempre fue mucho más
especial. Cuando la mujer enfermó de cáncer de pulmón fue el
adolescente quien la atendió. A sus diecisiete años no estaba dispuesto a
perder a una de las personas más importantes de su vida.

Sin embargo, el tumor tenía otros planes y, al final, la madre murió tras una
dolorosa agonía. Tenía 43 años. En cuanto a Harold, le quedó un recuerdo
grabado a fuego en su memoria: el médico administrándole morfina.
Aquello fue el inicio de su trayectoria criminal y del modus operandi en sus
asesinatos.

Los siguientes dos años, Harold trató de sobrellevar la pérdida de su madre


con el deporte –fue capitán del equipo de atletismo de su instituto-, pero
también con drogas. Estas siempre fueron un grave problema para el
joven. Su comportamiento era inestable y cambiante. Mientras que
algunos compañeros lo veían como un chico afable, atento y buen estudiante,
otros lo describían como un ser agresivo y violento. El cóctel diario de
fármacos y sustancias estupefacientes no beneficiaban en nada a su
depresión.

En 1965 decidió estudiar en la Universidad de Medicina de Leeds y allí


conoció a la que sería su mujer, Primrose Oxtoby. Durante el primer año de
carrera, ella se quedó embarazada y decidieron casarse. El matrimonio tuvo
cuatro hijos y Harold terminó su licenciatura en 1970.

Durante su residencia en el Pontefract General Infirmary consiguió el


beneplácito tanto de colegas de profesión como de pacientes, todo lo
contrario a cómo se mostraba en el hogar familiar. Allí desarrollaba un
carácter agrio e iracundo. Pero cuando traspasaba el umbral del hospital,
Harold era otra persona, tal y como le ocurrió durante su época de estudiante.

Siempre disponible, competente y muy trabajador, el doctor Shipman era


muy querido por sus enfermos que llegaban a verlo incluso como un amigo
por su trato cordial y cercano. Las mujeres de mediana edad y las
ancianas eran su público fiel y lo describían cariñosamente como el médico
de la tímida sonrisa. Nadie sospechaba que tras su semblante bonachón se
escondía un asesino en serie en potencia.

Durante el tiempo que formó parte de los servicios de Medicina Interna,


Pediatría, Ginecología y Obstetricia del Pontefract General, Harold tuvo
acceso libre a la morfina (este medicamento se administraba a las
parturientas para aliviarles el dolor durante el alumbramiento) y su adicción
fue in crecendo.

En 1974 compaginaba el trabajo en Pontefract con el de médico de familia


asociado en Todmorde (Lancashire). Fue por esta época cuando tuvo su
primer conflicto judicial. Lo pillaron extendiendo recetas falsas de
morfina a nombre de pacientes para después utilizarla para consumo
propio. Le impusieron una multa de 600 libras esterlinas (unos 680 euros).

Los detestados
Un año más tarde, fue arrestado por falsificar documentos para obtener
meperidina, un narcótico analgésico que se utiliza para aliviar dolores de
intensidad media o alta. El tribunal lo condenó a rehabilitarse en un centro
especializado y, tras recuperarse, comenzó a trabajar en varios hospitales.
Uno de ellos, el Centro Médico de Hyde, cerca de Manchester.

A partir de 1975, Harold comenzó a matar. Su primera víctima


demostrada fue Eva Lyons y, desde ese instante, los asesinatos se fueron
sucediendo de forma paulatina, no quería levantar sospechas. Siempre seguía
el mismo modus operandi: elegía a enfermos que le caían
mal (normalmente mujeres mayores de 75 años) sin importarle el grado de
dolencia (leve, crónica o terminal), para después, acudir a sus domicilios y
administrarles una potente dosis de morfina. Las visitas se producían cuando
el paciente estaba solo en casa, así no dejaba testigos.

Una vez que les inyectaba la dosis letal, se marchaba y cuando lo avisaban
de la muerte del enfermo, extendía un certificado de defunción alegando
causas naturales. En el caso de que la familia optase por la incineración (la
mayoría así lo decidía), un segundo médico examinaba el cadáver para
ratificar la veracidad de las causas.
Sin embargo, la mayoría de veces el facultativo en cuestión se limitaba
a confirmar el certificado de Shipman sin realizar ningún proceso de
estudio. Una negligencia que permitió al denominado ‘Doctor Muerte’
campar a sus anchas durante cerca de veinticinco años.

Los asesinatos sistemáticos comenzaron cuando Harold abrió su propio


consultorio en 1992. Durante cinco años atendió a más de 3.000
pacientes y más de un diez por ciento murió en extrañas circunstancias.
Tanto es así que en una misma manzana llegó a asesinar a siete víctimas
distintas.

“Mi madre tenía fe total en él y eso es lo más doloroso para mí: puedo verla
sonriéndole mientras él le ponía aquella inyección letal; ella creía que era
para curarla”, declaró Chris Bird, directivo del Manchester City, cuya madre
de 60 años murió por una sobredosis de morfina que le inyectó Shipman. La
causa que alegó en el certificado de defunción fue un paro cardíaco.

Harold actuaba con total impunidad contraviniendo continuamente las


normas. Una de ellas consistía en informar al forense si un paciente moría
24 horas después de su ingreso hospitalario, pero el doctor hacía oídos
sordos y jamás informaba. Según un informe oficial, Shipman asesinó a 37
enfermos en 1997 y, en 25 años, certificó la muerte de 521 personas.

Una de sus colegas, Linda Reynolds de la Brooke Surgery, fue de las


primeras en sospechar del doctor ante el elevado índice de mortalidad
que había. Incluso lo puso en manos de la Policía, pero la investigación no
llegó a nada por falta de pruebas. Mientras tanto Shipman seguía asesinando
y hasta lucrándose de dichas muertes con regalos que les pedía. Fue la
avaricia lo que al final rompió el saco y lo que llevó a la detención del
‘Doctor Muerte’.
La herencia
Todo ocurrió el 24 de junio
de 1998 cuando Kathleen
Grundy, de 81 años y
exalcaldesa de Hyde,
murió en su
domicilio después de la
visita de Shipman. La hija de la víctima y heredera legítima, Angela
Woodruff, acudió al notario para levantar el testamento y se encontró con la
última voluntad de su madre. La anciana antes de morir no solo desheredó a
su vástago sino que dejó todo su dinero, 386.000 libras (cerca de 440.000
euros), a su médico.

La joven denunció al doctor Shipman alegando que tenía motivos


económicos para asesinar a su madre. El comisario Bernard Postles reabrió la
investigación, se exhumó y se analizó el cadáver de Grundy y se hallaron
rastros de morfina. A partir de aquí, se desenterraron doce cuerpos más que
previamente habían pasado por Shipman y, al comparar los análisis, se
confirmó que todos coincidían en las dosis de morfina.

La Policía le detuvo el 7 de septiembre de 1998 y en sus primeras


declaraciones ante los agentes, Shipman aseguró que “yo puedo curar o
puedo matar. Soy un médico y en mis manos está el poder de la vida y la
muerte. No soy un instrumento de Dios; cuando estoy con un paciente, yo
soy Dios. Soy un ser superior”.

Durante la investigación del caso, las autoridades descubrieron un patrón


común hasta en quince casos: sobredosis de morfina. Con estos datos,
comenzó el juicio contra Harold Shipman de la mano del juez Forbes. Era el
5 de octubre de 1999 y el procesado tenía que responder por las muertes de
Marie West, Irene Turner, Lizzie Adams, Jean Lilley, Ivy Lomas, Jermaine
Ankrah, Muriel Grimshaw, Marie Quinn, Kathleen Wagstaff, Bianka
Pomfret, Naomi Nuttall, Pamela Hillier, Maureen Ward, Winifred Mellor,
Joan Melia y Kathleen Grundy. Todas ellas acaecidas entre 1995 y 1997.

Durante la vista judicial, los psiquiatras que analizaron a Shipman elaboraron


sendos informes donde detallaban los rasgos psicopáticos de su personalidad:
“Mataba, y después se comportaba de muy variadas formas y ofrecía
múltiples explicaciones de lo que
había pasado. La manera de matar
de Shipman, incluso ante los
familiares, y cómo salía sin
sospechas sería calificado de
invención si apareciera en una
obra de ficción”.

Además, ratificaron que el médico era completamente consciente de sus


actos, que era inhumano y que la dolorosa muerte de su madre fue el resorte
que lo llevó a controlar la vida y la muerte de quienes le rodeaban. Algo que
distaba mucho de la opinión de su mujer: “Mi marido no es un monstruo.
Es un hombre cerrado, es verdad, pero conmigo ha sido siempre un
hombre normal”.

El 31 de enero de 2000, el jurado encontró culpable de asesinato a Harold


Shipman y el juez lo condenó a quince cadenas perpetuas consecutivas y
recomendó que nunca fuese liberado. “Usted ha cometido horrendos
crímenes. Asesinó a cada una de sus pacientes con una calculada y helada
perversión de su capacidad médica. Usted era, antes que nada, el médico
de estas personas”, dijo el juez Forbes. Durante la lectura del veredicto, el
doctor se mantuvo sonriente y tranquilo, siempre negó las imputaciones.
Entre el público se encontraban su esposa y sus cuatro hijos.
Ante la sospecha de que Shipman no hubiese matado a tan solo quince
personas, se abrió otra investigación judicial conducida por la magistrada
del Tribunal Supremo Janet Smith.

Investigando a un asesino en serie


La jueza valiéndose de informes
policiales y médicos y de testimonios
de familiares de las víctimas, examinó
un total de 888 muertes de pacientes
de Shipman. “Nadie que lea el
informe de la investigación puede
evitar quedar anonadado por la
enormidad de los crímenes
cometidos por Shipman y, como yo, por la simpatía hacia sus víctimas y los
familiares. Es un completo y meticuloso recuento de la criminalidad de
Shipman, cuyo grado no creo sea posible en otro hombre”, explicó Smith.

La investigación contra Shipman concluyó el 19 de julio de 2002 y señaló al


‘Doctor Muerte’ como uno de los mayores asesinos en serie de la historia
al matar con morfina a al menos 215 pacientes desde 1975, aunque la cifra
podría alcanzar los 260.

Este descubrimiento llegó a poner en entredicho el buen funcionamiento del


sistema sanitario británico. Con casi 300 muertos, la negligencia era más que
evidente. “Ha sido un trágico fallo en los sistemas lo que ha permitido que
los crímenes de Shipman permanecieran ocultos muchos años; traicionó la
confianza de la gente y también a la profesión a la que tan mal sirvió”,
declaró John Chisholm, de la Asociación Británica de Médicos.

No pasó ni un año desde las últimas averiguaciones criminales sobre


Shipman y el médico apareció muerto en su celda de la prisión de
Wakefield. Se había quitado la vida ahorcándose con las sábanas de su
cama. Era el 13 de enero de 2004 y tenía 57 años.

Su muerte causó un gran revuelo en el país, pero no tanto por el suicidio de


Shipman sino por la compensación económica que recibió su viuda por parte
del gobierno. La mujer percibió 100.000 libras (unos 150.000 euros),
libres de impuestos, y una pensión vitalicia de 10.000 libras (unos 15.000
euros) al año. Como dato curioso: si el asesino hubiese fallecido a los 60 en
vez de a los 57 años, su mujer tan solo habría obtenido 5.000 libras (unos
7.500 euros) anuales.

Aquella impunidad “horrible e
inexplicable” que caracterizaba al
‘Doctor Muerte’ llevó a muchos, sobre
todo a expertos como la magistrada
Smith, a pensar que Shipman en
realidad era “adicto a matar”. La
morfina al igual que el acto de
asesinar se habían convertido en su máxima adicción.

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