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La agonía
Nacido el 14 de enero de 1946 en el condado de Bestwood en Notthingham
(Inglaterra), Harold Frederik Shipman se crió en una familia metodista,
devota y humilde junto a otros tres hermanos. Su padre, conductor de
camiones, se pasaba el día en la carretera mientras su madre cuidaba de los
pequeños, así que su vínculo con la matriarca siempre fue mucho más
especial. Cuando la mujer enfermó de cáncer de pulmón fue el
adolescente quien la atendió. A sus diecisiete años no estaba dispuesto a
perder a una de las personas más importantes de su vida.
Sin embargo, el tumor tenía otros planes y, al final, la madre murió tras una
dolorosa agonía. Tenía 43 años. En cuanto a Harold, le quedó un recuerdo
grabado a fuego en su memoria: el médico administrándole morfina.
Aquello fue el inicio de su trayectoria criminal y del modus operandi en sus
asesinatos.
Los detestados
Un año más tarde, fue arrestado por falsificar documentos para obtener
meperidina, un narcótico analgésico que se utiliza para aliviar dolores de
intensidad media o alta. El tribunal lo condenó a rehabilitarse en un centro
especializado y, tras recuperarse, comenzó a trabajar en varios hospitales.
Uno de ellos, el Centro Médico de Hyde, cerca de Manchester.
Una vez que les inyectaba la dosis letal, se marchaba y cuando lo avisaban
de la muerte del enfermo, extendía un certificado de defunción alegando
causas naturales. En el caso de que la familia optase por la incineración (la
mayoría así lo decidía), un segundo médico examinaba el cadáver para
ratificar la veracidad de las causas.
Sin embargo, la mayoría de veces el facultativo en cuestión se limitaba
a confirmar el certificado de Shipman sin realizar ningún proceso de
estudio. Una negligencia que permitió al denominado ‘Doctor Muerte’
campar a sus anchas durante cerca de veinticinco años.
“Mi madre tenía fe total en él y eso es lo más doloroso para mí: puedo verla
sonriéndole mientras él le ponía aquella inyección letal; ella creía que era
para curarla”, declaró Chris Bird, directivo del Manchester City, cuya madre
de 60 años murió por una sobredosis de morfina que le inyectó Shipman. La
causa que alegó en el certificado de defunción fue un paro cardíaco.
Aquella impunidad “horrible e
inexplicable” que caracterizaba al
‘Doctor Muerte’ llevó a muchos, sobre
todo a expertos como la magistrada
Smith, a pensar que Shipman en
realidad era “adicto a matar”. La
morfina al igual que el acto de
asesinar se habían convertido en su máxima adicción.