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Reporte de lectura del: Decreto sobre el ecumenismo

Por: José Guadalupe Contreras Torres | 3° de filosofía


21 de abril 2023.

Este es el séptimo de los nueve decretos, resultantes en el Concilio


Vaticano II, y fue promulgado en Roma, el 21 de noviembre de 1964 por Pablo VI.
Este decreto consta de 24 numerales, agrupados en tres breves capítulos, que
engloban la postura eclesial y conciliar de la Iglesia respecto al tema del
ecumenismo.

Al hablar en el primer capitulo sobre los principios católicos del ecumenismo


resalta la unidad y unicidad de la Iglesia que, si bien es fundada por Cristo, es
siempre asistida por el espíritu Santo que habita en los creyentes, de modo que
une siempre a los creyentes en Cristo, que es el principio de la unidad de la
Iglesia.

La Iglesia fundada por Cristo, debe cumplir lo que él quiere, es decir, que su
pueblo se desarrolle por medio de la fiel predicación del Evangelio, y la
administración de los sacramentos, y por el gobierno en el amor, efectuado todo
ello por los Apóstoles y sus sucesores, es decir, por los Obispos, obrando
conforme a las mociones del Espíritu.

La relación con los hermanos separados se basa en las disensiones


suscitadas después de la separación de comunión plena con la Iglesia católica, sin
embargo, los que ahora nacen y se nutren de la fe de Jesucristo dentro de esas
comunidades no pueden ser tenidos como responsables del pecado de la
separación, y la Iglesia católica los abraza con fraterno respeto y amor; puesto que
quienes creen en Cristo y recibieron el bautismo debidamente, quedan
constituidos en alguna comunión con la Iglesia.

El concilio, plantea ver a las iglesias separadas como un medio de


salvación, donde se busque la plenitud de la comunión. Explica que por
movimiento ecuménico se entiende el conjunto de actividades y de empresas que,
conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los
tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos,
promovidas mediante el dialogo.

Los fieles católicos han de ser, sin duda, solícitos de los hermanos
separados en la acción ecumenista, orando por ellos, hablándoles de las cosas de
la Iglesia, dando los primeros pasos hacia ellos. Pero deben considerar también
por su parte con ánimo sincero y diligente, lo que hay que renovar y corregir en la
misma familia católica, para que su vida dé más fiel y claro testimonio de la
doctrina y de las normas dadas por Cristo a través de los Apóstoles.

En el segundo capítulo, respecto a la práctica del ecumenismo, expone que


toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la
fidelidad a su vocación, por eso, sin duda, hay un movimiento que tiende hacia la
unidad, el verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior. En
efecto, los deseos de la unidad surgen y maduran de la renovación del alma, de la
abnegación de sí mismo y de la efusión generosa de la caridad y de la práctica de
la oración, buscando siempre la santidad de vida.

Para poder hablar de ecumenismo, el concilio sugiere el conocimiento


mutuo de la mentalidad de los hermanos, formación ecumenista, desde luego la
sagrada teología que debe ser expuesta con toda caridad y claridad. También, el
ecumenismo se vive desde la cooperación común con los hermanos separados.

En el capitulo tercero, se muestra dividido en dos partes, la primera hace la


consideración peculiar de las iglesias orientales, planteando las rupturas mas
sobresalientes sobre todo por la cuestión de que negaban formulas dogmáticas de
algunos concilios anteriores. En las iglesias de occidente la causa principal de las
escisiones fue la reforma.

En conclusión, el concilio invita a la acción ecuménica plena y sinceramente


católica, es decir, fiel a la verdad recibida de los Apóstoles y de los Padres y
conforme a la fe que siempre ha profesado la Iglesia católica, tendiendo
constantemente hacia la plenitud con que el Señor desea que se perfeccione su
Cuerpo en el curso del tiempo.

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