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Diplomatura

en
Acompañante
Terapéutico
Trabajo Práctico Grupal
-Módulo IV-
Carolina Suarez
Jorge Córdoba

scarosuarez@gmail.com
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jorge5691@gmail.com
2612598829
GRUPO CONGRESO ACOMPAÑANTE TERAPÉUTICO -MÓDULO IV-
Carolina Suarez/Jorge Córdoba

TRABAJO PRÁCTICO

Luego de haber realizado el recorrido de contenidos a lo largo del cursado de la diplomatura, le


proponemos como Trabajo Práctico Final realizar un escrito en el que se repasen los temas centrales
de la Diplomatura, con observaciones y aportes personales y subjetivos. Podrá utilizar gráficos,
cuadros e imágenes. La producción final construida podrá ser libre en cantidad de páginas pero se
deberá regir por un título escogido por el alumno.

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Criterios de evaluación:

 Manejo de la bibliografía
 Manejo de vocabulario específico
 Coherencia y cohesión textual.
 Bibliografía utilizada ( indispensable citarla al final del trabajo)
 Capacidad de Interpretación y reflexión crítica.

 Criterios Formales de presentación :


1. Carátula:

 Título
 Autor/a (Apellido y Nombre, DNI., Dirección Postal, Tel. Mail).
2. Formato del texto:

 Letra: Times New Roman


 Tamaño: 12
 Interlineado: Sencillo
 Texto: Justificado
 Títulos: Mayúscula Negrita
 Subtítulos: Minúscula Negrita

* Se recomienda, para la elaboración del Práctico, el uso de internet, de bibliografía adicional y visita a
bibliotecas en las cuales acceder a mayor material que posibilite el aumento de los recursos de
conocimiento.

** Recuerde siempre guardar los archivos como compatibilidad (1997-2003) para evitar problemas a la
hora de la recepción.

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EL ACOMPAÑANTE TERAPÉUTICO,
COMO PUENTE
HACIA UNA IDENTIDAD RECUPERADA
U n buen equipo de salud interdisciplinario planteará un tratamiento sobre el concepto
de salud acordado en la Carta Magna de la OMS (1946), que la define como el estado
de completo bienestar físico, mental y social; y no solo como la ausencia de enfermedad.
Se podría decir entonces, que la ruptura en el equilibrio de alguno de estos aspectos
provocaría enfermedad.

El acompañante terapéutico como


buen dispositivo dentro del equipo
deberá tratar de mantener el
equilibrio soma (lo físico), psique
(lo psicológico) y ethos (lo social)
para centrarse en la perspectiva del
modelo de atención enfocado en la
persona y considerar los principios
que rigen la intervención social. De
acuerdo a las definiciones vistas a
lo largo de esta diplomatura, su
función será, como lo aborda Rossi
(2005), la de desempeñarse como
apoyo en el proceso de externación
y en la tarea de restaurar la
articulación con su ámbito social
que se vio deteriorada y anclar un
nuevo punto de referencia a manera de puente hacia todos esos lugares de los que el
paciente se siente excluido, más allá de la patología o parámetro de enfermedad que este
curse.

Coincidimos con Pulice (2011) en la crítica que postula frente la sexta función general
del AT establecida por Kuras y Resniky en cuanto a que este no debería representar al
terapeuta en su función. Según la teoría de Liberman, existen diferentes tipologías o
estructuras nosológicas: esquizoidía, ciclotimia, organoneurosis, personalidades
psicopáticas, neurosis obsesiva, histeria de angustia de carácter fóbico e histeria de
conversión de carácter histérico, que configuran el rol del terapeuta en la relación
trasnferencial con el paciente.

Teniendo en cuenta las estructuras nosológicas descriptas previamente, el paciente,


inmerso en alguna de ellas, le dará al terapeuta el rol de: anacoreta, solucionador de
problemas, de alimento, de ejemplo de manipulador, como un ser muy liberal, un
sistematizador de creencias y rituales, como alguien que le proporcionará medios para
vencer sus miedos o el de quien le ayudará a perfeccionar técnicas de autopromoción.
Entonces, y tal lo explica Pulicer, la delimitación terapeuta/AT es primordial en el
momento en que la transferencia –desde el punto de vista psicoanalítico– tiene lugar. De
no estar claros dichos límites se pueden suscitar equívocos que entorpecerán el
tratamiento previsto por el equipo de salud.

Así, el AT, catalizador también de las relaciones familiares, se consolidará entonces en


un puente necesario entre el paciente y su red social; construyéndose en la sombra, según
Mauer y Resniky (2004), en ese Yo-auxiliar del paciente que le permitirá reestructurar su
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personalidad alrededor de un eje organizador. Será modelo de identificación muy


marcado en el cual el vínculo que establecerán ambos actores de esta relación (AT y
paciente) generará una vivencia trasnferencial que requerirá una evolución y supervisión
periódica.

La nueva mirada objetiva del mundo proporcionada por ese Yo-auxiliar, provocaría en el
paciente ya fortalecido la recuperación (parcial o total) de las habilidades de
autodeterminación consideradas por parte de la OMS como uno de los principales
elementos innegociables del ser humano que orientan la reestructuración de la
personalidad.

RECUPERAR LA AUTONOMÍA

Los objetivos que se plantean ante un posible tratamiento surgen de la valoración de los
profesionales, pero tal lo cita Pulice (2011), en ocasiones, estos son formulados por la
misma familia que en su lógica ignorancia entienden como prueba de recuperación la
funcionalidad del paciente: que pueda trabajar, que se bañe, que coma o que pueda
estudiar. Si bien tales objetivos darían resultados en una de las múltiples aristas de la
reinserción del paciente al medio al cual pertenece, se le dificultaría al equipo poner en
valor el resto de las variables que conforman el equilibrio soma, psique y ethos. De algún
modo, en esta confrontación de objetivos el dispositivo sí produciría efectos, pero tales
efectos serán muy diferentes dependiendo de cómo estén orientados.

Entendemos que en la búsqueda de satisfacer las necesidades planteadas tanto por la


familia como por el equipo tratante es primordial tomar como eje vertebrador la
dimensión subjetiva del concepto de calidad de vida definido por la OMS como “la
percepción que un individuo tiene de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura
y del sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos, sus expectativas,
sus normas, sus inquietudes. Se trata de un concepto muy amplio que está influido de
modo complejo por la salud física del sujeto, su estado psicológico, su nivel de
independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los elementos esenciales
de su entorno”.

Rafael Martínez de Carnero García, en su documento Autonomía, autodeterminación y


Discapacidad, aclara que autonomía es una “capacidad para”, es un poseer un conjunto
de habilidades, o aprendizajes o repertorio conductual que engrosen esa disposición para
poder controlar, afrontar y tomar por iniciativa propia nuestra acción. Del mismo modo
es una capacidad que se configura en torno a uno mismo y a su situación sobre un
contexto de actuación.

Para lograr el nivel adecuado de autonomía se deberá tener en cuenta las dimensiones
propuestas por Schalock constatadas en diversos estudios transculturales en el campo de
la salud mental, la educación, la discapacidad, la salud y las personas mayores (Schalock
y Verdugo, 2002): el bienestar emocional, las relaciones interpersonales, el bienestar
material, el desarrollo personal, el bienestar físico, la autodeterminación, la inclusión
social y los derechos.

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EL SENTIDO DE LA AUTODETERMINACIÓN

Si bien los conceptos de autonomía y autodeterminación no son sinónimos, el primero es


componente de la autodeterminación. Wehmeyer (1996) se refiere a la autodeterminación
como a actuar como el principal agente causal de su vida y hacer elecciones y tomar
decisiones respecto a la calidad de vida propia sin influencias o interferencias externas
innecesarias. En el 2006 amplía este concepto y agrega que las conductas
autodeterminadas se refieren a acciones volitivas que capacitan al individuo para actuar
como el agente causal primario de su propia vida y para mantener o mejorar su calidad
de vida.

Para lograr autodeterminación, se requerirá de tres componentes esenciales:

Contexto generador de oportunidades

Habilidades de autorregulación

Autoconciencia y autoconocimiento

Al considerar un contexto generador de oportunidades el AT intentará desarrollar


las competencias necesarias para que el paciente logre un sentimiento de ser el agente
causal de su propia acción.

La habilidad autorregulatoria se da cuando la persona genera por sí misma una


autoevalución, automonitorización y autorefuerzo de su acción sobre el entorno.

En cuanto a la autoconciencia y el autoconocimiento será el AT uno de los


dispositivos responsables para favorecer y motivar a las personas tratadas.

Resulta entonces claro que la autodeterminación se trata de una cuestión de libertad, de


derechos, de ética (Graves, 2001) y que, según la declaración de Seatle (2000), es un
derecho de nacimiento que el gobierno ha de apoyar, no una mercancía a prestar por los
servicios.

DISCAPACIDAD

Debora Diniz, Lívia Barbosa y Wederson Rufino dos Santos (2007) en su documento
Discapacidad, derechos humanos y justicia, traducen a la discapacidad como la opresión
al cuerpo con deficiencias: el concepto del cuerpo con discapacidad o persona con
discapacidad deben ser entendidos en términos políticos y ya no estrictamente biomédicos.

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La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de la Organización


de las Naciones Unidas menciona la participación como parámetro para la formulación
de políticas y acciones dirigidas a esa población, definiendo a las personas con
discapacidad como “aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o
sensoriales a largo plazo que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su
participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás”
(ONU, 2006ª, artículo 1º).

Es de la interacción entre el cuerpo con deficiencias y las barreras sociales que se restringe
la participación plena y efectiva de las personas. El concepto de discapacidad, según la
Convención, no debe ignorar las deficiencias y sus expresiones, pero no se resume a su
catalogación. Tal redefinición de discapacidad es una combinación entre una matriz
biomédica, que cataloga las deficiencias, y una matriz de derechos humanos, que
denuncia la opresión.

El modelo biomédico de la discapacidad sostiene que hay una relación de causalidad y


dependencia entre la deficiencia física y las desventajas sociales vivenciadas por las
personas con discapacidad.

Los conceptos anteriormente formulados por la ONU, puestos en tela de juicio por
Foucault (2004) sirvieron de prueba que la desventaja, según dice Diniz (2009) no es
inherente a los contornos del cuerpo, sino al resultado de los valores, actitudes y prácticas
que discriminan el cuerpo con deficiencia.

Estas conclusiones pusieron al descubierto que


discapacidad y deficiencia física no es lo mismo, ya
que la discapacidad se entiende como una
manifestación de la diversidad humana, es decir, que
la opresión real no es atributo del cuerpo, sino de
sociedades que discriminan; por otro lado, las
deficiencias físicas es una manera de entender
desventajas naturales. El cuerpo con deficiencias se
debe someter a la metamorfosis para la normalidad,
sea por la rehabilitación, por la genética o por las
prácticas educacionales. Tal sigue afirmando Diniz,
el desafío estará en rechazar la descripción de un
cuerpo con deficiencias como anormal. La
anormalidad es un juicio estético y, por lo tanto, un
valor moral sobre los estilos de vida, no el resultado
de un catálogo universal y absoluto sobre los cuerpos.

Es por ello que con el modelo social, la discapacidad pasó a ser comprendida como una
experiencia de desigualdad compartida por personas con diferentes tipos de deficiencias.
Kittay (1998) postuló que era preciso desafiar la cultura de la normalidad. La CIF
redefinió la discapacidad como un concepto que abarca las deficiencias, limitaciones de
actividades o restricciones de participación.

Las deficiencias como expresión de la diversidad humana obligan al continuo


reconocimiento, tal lo hizo la Convención de los Derechos de las Personas con
Discapacidad, como un tema de justicia, derechos humanos y promoción de la igualdad.
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Entendemos que frente a lo expuesto la ejecución de los tratamientos dispuestos por los
equipos interdisciplinarios no será suficiente si el Estado no logra establecer políticas
claras, más que de normalización de la persona con discapacidad.

ADICCIONES

Si bien entre los criterios compartidos por los distintos gobiernos y Estados Nacionales,
se destaca la focalización de la prevención y el tratamiento en grupos de mayor
vulnerabilidad social, la progresiva municipalización de la prevención, la creación de
sistemas de información respecto del consumo, producción y tráfico y una legislación que
permita mayor eficacia de las acciones de control sobre la oferta de drogas y delitos
conexos, prevalece el paradigma abstencionista:

Prohibición Penalización

Estigmatización

Según Corda, Galante, Rosi, el paradigma representa importantes contradicciones en su


aplicación, dado que la principal respuesta es penal, y sus principales destinatarios, los
usuarios de estupefacientes. A partir de la idea de que toda conducta vinculada a estas
sustancias que no tuviera “fines médicos o científicos” debería ser considerada ilícita, no
solo se hizo un mayor esfuerzo en desarrollar respuestas destinadas al control de la
producción y tráfico, sino que se incluyó en ellas al usuario de estupefacientes como parte
integrante de ese complejo. Así, quedan definidos en la ubicua condición de
“delincuentes-enfermos”, y se generan representaciones como contagiosos, viciosos,
peligrosos en múltiples dimensiones autodestructivos, inestables, incapaces de cuidar de
sí mismos o de otros, que condicionan respuestas estatales coercitivas como la ley penal
o la internación y los tratamientos obligatorios. Boiero (2016), en Adicciones, retoma a
Lacan y expone que no sería disparatado ubicar la droga como el bien del sujeto, en el
sentido que Lacan le da a este término: lo que lo orienta en su relación con la realidad,
que está sometida o condicionada por el principio del placer, es decir, “con placer
hacemos realidad”.

Se debe tener una mayor precisión de la racionalidad vigente en torno a la cuestión de las
drogas, dice Tokatlian y condice con Boiero: cualquier alternativa no prohibicionista debe
ser ética y socialmente muy consistente, porque se está ante un fenómeno en el cual ni los
mejores argumentos económicos, políticos, médicos o sociológicos han generado un

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cambio significativo en el debate hasta el momento. En


consecuencia, el primer gran debate es descifrar y
precisar las características del prohibicionismo actual.

Tenemos la clara convicción de que el trabajo del AT


para con estas problemáticas deberá superar en primera
instancia la barrera social de la estigmatización para
servir, una vez más, como modelo de identificación, ya
no tanto para el paciente, sino para el medio en el que
este esté inserto. La tarea del AT deberá, entonces, estar
atravesada por la certeza de que “Si hay ceniza, hay
lugar. Hay uno. (Boiero, 2016)”.

GERONTOLOGÍA

En concordancia con los lineamientos del modelo


de la génesis social y de la atención enfocada en la
persona, el Estado será clave en promover las
políticas que fortalezcan y promulguen una
sociedad inclusiva que comprenda que todas las
personas tenemos igual dignidad. Los consensos
sociales, los derechos recogidos en la legislación
vigente, y los límites desde donde cada individuo
conforma su propia concepción de dignidad,
delimitan dicho concepto.

Muchos son los términos que designan a esta etapa


de la vida humana. Según Iacub (2016)
definiciones tales como anciano, viejo, tercera
edad, adultos mayores, jubilados, senil, son
conceptos que funcionan en lo cotidiano como
eufemismos que limitan la carga negativa de los
términos tradicionales que aluden a la vejez. Por ejemplo, la palabra “viejo” en nuestra
comunidad lingüística es la más interiorizada socialmente, aun cuando produce un alto
nivel de rechazo, así como “tercera edad” está más asociado a las políticas sociales.

Sin duda cada sociedad constituye su propia concepción acerca de este concepto. En este
entramado el adulto mayor enmarca su identidad que va a funcionar como una interfase
para sí como para el otro, ya que permite activar ambos aspectos en un solo movimiento
simultáneo.

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En forma paralela, el incremento de la edad se va asociando a la enfermedad. La


asociación entre vejez y enfermedad y la demanda de curación del envejecimiento
promovieron que se pensara en la senectud como un momento donde el sujeto debería
dedicarse a cuidar la salud. Este objetivo resultó empobrecedor a nivel individual, ya que
limita el proyecto vital a una práctica de cuidados físicos.

En este contexto tan complejo resulta necesario el cuidado del adulto mayor enfocado
profundamente a su persona y dignidad como ser humano; ya que son más vulnerables a
recibir un trato que no respete su dignidad. Es por ello que el terapeuta debe proporcionar
un clima de actitudes psicológicas favorables, tales como:

El principio de no maleficencia obliga a los profesionales de los servicios


gerontológicos a no hacer daño (físico, psicológico o social) a la persona mayor
ni a sus familiares, así como a realizar buenas prácticas en la intervención. En la
práctica profesional diaria esto se traduce en la obligación de realizar aquellas
intervenciones que están indicadas, por suponer beneficios para las personas, y
evitar las que están contraindicadas por generar daño o riesgos de lesión para estas.

El principio de justicia obliga moralmente a los profesionales de los recursos de


atención a personas mayores a no discriminar a ninguna persona por razones
sociales y a distribuir los recursos de forma equitativa entre las personas de similar
necesidad.

El principio de autonomía dicta a los profesionales de los centros de atención


social a promover y respetar las decisiones de las personas usuarias. Ello implica
reconocer el derecho de las personas mayores a tener y expresar sus propias
opiniones, así como a identificar y llevar a cabo intervenciones basadas en sus
valores, creencias y proyectos de vida.

El principio de beneficencia insta a los profesionales de los recursos de atención


a personas mayores a hacer el bien a estas. Esto se traduce en procurar el mayor
beneficio para la persona partiendo del concepto subjetivo del bien de la propia
persona mayor, y si este es desconocido, de la mayor calidad de vida objetiva
esperable.

Pontalis (2016) dice: “La vida es inquieta, el suelo tiembla bajo nuestros pasos” y es en
esta toma consciente de la impermanencia en donde Erikson (2000) sostiene que “La
sabiduría conseguida en la vida tardía consiste en la habilidad para mantener una narrativa
coherente del curso de la vida, en el cual el pasado recordado, el presente experimentado
y el anticipado futuro sean entendidos como problemas a ser revisados más que como
resultados a ser asumidos”. Es decir, la sabiduría implica un saber cierto sobre la
incompletud del ser, pero que a la vez posibilita rearticular un relato que sostiene el deseo
de vivir, una posición de desapego por la vida misma frente a la propia muerte.

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A MODO DE CIERRE

De acuerdo al corpus teórico visto en la diplomatura, consideramos que el accionar del


AT debe centrarse en paliar el sufrimiento del Otro siempre en franca concordancia con
las decisiones del equipo multidisciplinario de salud. Freud (1981) entendía al desamparo
como uno de los ejes del futuro psiquismo del ser humano. Es decir: el AT ha de
delimitarse en relación a una estrategia terapéutica dirigida a una persona en particular
con todos los aspectos singulares que esta conlleva, evitando caer en generalizaciones y
estereotipos. En su actuar como dispositivo esencial en esta tarea, el AT contribuye a
reconstruir al Yo-silenciado –muchas veces debido a las mismas limitaciones de los
programas de salud– del sujeto, a reforzar su identidad y renovar el bienestar psíquico,
emocional, físico y social.

Es crucial, entonces, que este dispositivo enmarque su tarea dentro de los lineamientos de
la ética para evitar la homogenización de las singularidades de cada uno de los sujetos en
tratamiento; homogenización que lleva a estandarizar patologías y tratamientos y que
refuerza las faltas que comete la sociedad en desaparecer y convertir a nuestros pacientes
en meros objetos de cuidado o en seres excluidos, ya sea por su condición de
discapacitados, adictos o por encontrarse dentro de la franja etaria ilógicamente más
excluida: la ancianidad.

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Bibliografía

Apuntes de la Diplomatura en Acompañante Terapéutico. Módulo I-II y III.

Boiero, L. (2016). Adicciones. Buenos Aires. Paidós.

Foucault (2008). El nacimiento de la Clínica. Buenos Aires. Siglo XXI.

Iacub, R. (2016). Identidad y Envejecimiento. Buenos Aires. Paidós.

Pontalis, J. (2016). Al margen de las noches. Buenos Aires. Paidós.

Erikson, E. (2000). El ciclo vital completado. Barcelona: Paidós.

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