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LA VIDA DE CRISTO EN

NOSOTROS, UNA CATEQUESIS


SOBRE LOS SACRAMENTOS
Presentación

Atendiendo quizá de manera limitada, a la necesidad presentada por el Concilio Vaticano II


de renovar la pastoral de los sacramentos y facilitar una participación: plena, consciente y
activa. El presente documento pretende ser una guía sencilla para una mayor comprensión
de la riqueza que se nos comunica atreves de los sacramentos que nos dan la vida del mismo
Cristo que por su bondad ha elegido el modo concreto de manifestar su gracia atreves de los
sacramentos.

Lenin Castillo, estudiante de la materia pastoral de los sacramentos.

Ibarra, 26 de junio de 2023


SACRAMENTO DEL BAUTISMO

“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he
mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo”
(Mt 28, 18-20)
«Considera dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la
muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: Él padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres
salvado»
(San Ambrosio, De sacramentis 2, 2, 6)
Dialoguemos
Guía:
▪ ¿Qué impresión dan la imagen de San Juan bautizando y el agua cayendo sobre el
cuerpo de Cristo?
▪ ¿La vestidura blanca en las manos del ángel podría significar algo?

Lectura bíblica
Guía: Escuchemos con atención las palabras del libro de los hechos de los apóstoles.

Lector:
Ustedes ya saben lo que ha sucedido en todo el país judío, comenzando por Galilea, después
del bautismo que predicó Juan. Jesús de Nazaret fue consagrado por Dios, que le dio Espíritu
Santo y poder. Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos
por el diablo.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en la misma Jerusalén.
Al final lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que
se dejara ver, no por todo el pueblo, sino por los testigos que Dios había escogido de
antemano, por nosotros, que comimos y bebimos con él después de que resucitó de entre los
muertos.
Él nos ordenó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido Juez de vivos
y muertos. A Él se refieren todos los profetas al decir que quien cree en él recibe por su
Nombre el perdón de los pecados.»

Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo bajó sobre todos los que escuchaban
la Palabra. Y los creyentes de origen judío, que habían venido con Pedro, quedaron atónitos:
«¡Cómo! ¡Dios regala y derrama el Espíritu Santo también sobre los que no son judíos!»

Y así era, pues les oían hablar en lenguas y alabar a Dios. Entonces Pedro dijo: «¿Podemos
acaso negarles el agua y no bautizar a quienes han recibido el Espíritu Santo como
nosotros?». Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo.

Lector: Palabra de Dios


Todos: Te alabamos Señor

Reflexión
Guía: El bautismo permite a Cristo vivir en nosotros y a nosotros vivir unidos a él, para
colaborar en la Iglesia, cada uno según su condición, en la transformación del mundo.
Recibido solo una vez, el lavacro bautismal ilumina toda nuestra vida, guiando nuestros
pasos hacia la Jerusalén del Cielo. Hay un antes y un después del bautismo. El Sacramento
supone un camino de fe, que llamamos catecumenado, evidente cuando es un adulto quien
pide el bautismo. Pero incluso los niños, desde la antigüedad, son bautizados en la fe de sus
padres (véase Rito del Bautismo de los Niños, Introducción, 2). Y sobre esto quisiera deciros
algo. Algunos piensan: pero ¿por qué bautizar a un niño que no entiende? Esperemos a que
crezca, a que entienda y sea él mismo el que pida el bautismo. Pero esto significa no tener
confianza en el Espíritu Santo, porque cuando bautizamos a un niño, en ese niño entra el
Espíritu Santo y el Espíritu Santo hace que crezcan en ese niño, desde pequeño, virtudes
cristianas que florecerán después. Siempre hay que dar a todos esta oportunidad, a todos los
niños, la de tener dentro al Espíritu Santo que los guíe durante la vida. ¡No os olvidéis de
bautizar a los niños! Nadie merece el Bautismo, que es siempre un don gratuito para todos,
adultos y recién nacidos. Pero como sucede con una semilla llena de vida, este regalo arraiga
y da fruto en una tierra alimentada por la fe. Las promesas bautismales que renovamos cada
año en la Vigilia Pascual deben ser reavivadas todos los días para que el Bautismo
"cristifique": no hay que tener miedo de esta palabra: el bautismo nos “cristifica”, quien ha
recibido el bautismo y es “cristificado” se asemeja a Cristo, se transforma en Cristo y se hace
de verdad otro Cristo.

(Catequesis del Papa Francisco sobre el bautismo como fundamento de la vida cristiana11 de
abril de 2018)

Meditemos y dialoguemos
▪ ¿Que nos permite el sacramento del bautismo?
▪ ¿Cómo nos transforma el sacramento del bautismo?
▪ ¿Cómo puedo vivir los compromisos bautismales que asumí el día de mi bautismo y
renuevo en la celebración de la vigilia pascual?

Para recordar

1. El bautismo es la puerta de la fe y de la vida cristiana; aplica los frutos de la


redención de cristo a quien lo recibe.
2. El bautismo es el sacramento de la regeneración, por el que somos incorporados a
Cristo y nacemos a la vida de la gracia.
3. Este sacramento fue instituido por Cristo el día de la resurrección, al decir a los
apóstoles: “vayan y enseñen a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
4. El bautismo imprime carácter, por el que los fieles quedan incorporados a Cristo y
su iglesia, que es su cuerpo místico.

Oración final
Oh Dios de bondad, nos llamas por nuestro nombre y nos das vida. Por el bautismo nos
envías a proclamar la Buena Nueva. Bendice y fortalece a todos los hombres y mujeres, laicos
y ordenados, quienes sirven en la Iglesia. Por Cristo nuestro Señor.
Amen.
SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

“ Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del


Padre, el Espíritu de verdad, el que procede del Padre, él dará
testimonio de mí. Y también vosotros daréis testimonio, porque
habéis estado conmigo desde el principio ”
(Hch 15,26-27)
“La fe en Cristo consolida todas estas cosas. Pues El mismo
Cristo, por medio del Espíritu Santo, nos llama de esta manera:
Venid, hijos, escuchadme, os enseñaré el temor del Señor”
(Clemente-Romano-san, Carta a los Corintios XX,1)
Dialoguemos
Guía:
▪ ¿Qué importancia tendría la presencia de María en medio de la comunidad
apostólica el día de pentecostés?
▪ ¿Recibir el don él del Espíritu santo crees que fue de trascendental importancia para
los apóstoles?

Lectura bíblica
Guía: Escuchemos con atención las palabras del libro de los hechos de los apóstoles.

Y cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un lugar; y de repente, vino del
cielo un estruendo como de un aviento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde
estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentaron
sobre cada uno de ellos. Y todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en
otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos,
varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la
multitud; y estaban confusos, porque cada uno los oía hablar en su propia alengua.
Lector: Palabra de Dios
Todos: Te alabamos Señor

Reflexión
Guía: El término «Confirmación» nos recuerda luego que este sacramento aporta un
crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; conduce a su
realización nuestro vínculo con la Iglesia; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo
para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos
nunca de su cruz (cf. Catecismo de la Iglesia católica , n. 1303).

Por esto es importante estar atentos para que nuestros niños, nuestros muchachos, reciban
este sacramento. Todos nosotros estamos atentos de que sean bautizados y esto es bueno, pero
tal vez no estamos muy atentos a que reciban la Confirmación. De este modo quedarán a
mitad de camino y no recibirán el Espíritu Santo, que es tan importante en la vida cristiana,
porque nos da la fuerza para seguir adelante. Pensemos un poco, cada u no de nosotros:
¿tenemos de verdad la preocupación de que nuestros niños, nuestros chavales reciban la
Confirmación? Esto es importante, es importante. Y si vosotros, en vuestra casa, tenéis niños,
muchachos, que aún no la han recibido y tienen la edad para recibirla, haced todo lo posible
para que lleven a término su iniciación cristiana y reciban la fuerza del Espíritu Santo. ¡Es
importante!
La Confirmación, como cada sacramento, no es obra de los hombres, sino de Dios, quien se
ocupa de nuestra vida para modelarnos a imagen de su Hijo, para hacernos capaces de amar
como Él. Lo hace infundiendo en nosotros su Espíritu Santo, cuya acción impregna a toda la
persona y toda la vida, como se trasluce de los siete dones que la Tradición, a la luz de la
Sagrada Escritura, siempre ha evidenciado. Estos siete dones: no quiero preguntaros si os
recordáis de los siete dones. Tal vez todos los sabéis... Pero los digo en vuestro nombre.
¿Cuáles son estos dones? Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor
de Dios. Y estos dones nos han sido dados precisamente con el Espíritu Santo en el
sacramento de la Confirmación. A estos dones quiero dedicar las catequesis que seguirán
luego de los sacramentos.
Cuando acogemos el Espíritu Santo en nuestro corazón y lo dejamos obrar, Cristo mismo se
hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida; a través de nosotros, será Él, Cristo
mismo, quien reza, perdona, infunde esperanza y consuelo, sirve a los hermanos, se hace
cercano a los necesitados y a los últimos, crea comunión, siembra paz. Pensad cuán
importante es esto: por medio del Espíritu Santo, Cristo mismo viene a hacer todo esto entre
nosotros y por nosotros. Por ello es importante que los niños y los muchachos reciban el
sacramento de la Confirmación.
Queridos hermanos y hermanas, recordemos que hemos recibido la Confirmación. ¡Todos
nosotros! Recordémoslo ante todo para dar gracias al Señor por este don, y, luego, para
pedirle que nos ayude a vivir como cristianos auténticos, a caminar siempre con alegría
conforme al Espíritu Santo que se nos ha dado.

Meditemos y dialoguemos
▪ ¿Cómo podemos dejar actuar al espíritu santo de forma más ficas?
▪ ¿Quién se ocupa de nuestra vida para modelarnos a imagen de su Hijo, para
hacernos capaces de amar como Él?
▪ ¿Qué implica vivir como un apóstol de Cristo?
Para recordar

1. La confirmación es el sacramento instituido por Cristo, por el que se nos aumenta


la gracia del Espíritu Santo para fortalecernos en la fe y hacernos soldados y
apóstoles de Cristo.
2. La iniciación cristiana tiene lugar por tres sacramentos diferentes: renacemos a la
vida de la gracia por el bautismo; somos fortalecidos por la confirmación; y somos
alimentados con el cuerpo de Cristo en la Eucaristía.
3. En la confirmación, Cristo nos da la plenitud del don del Espíritu Santo, para que
podamos confesar con firmeza la fe, luchar con fortaleza por nuestra santificación
y colaborar con audacia en la santificación del mundo.

Oración final
Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia, extendida por todas las
naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de
realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que obraste en los comienzos de
la predicación evangélica.
Amen.
SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

“El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio
gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por
ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera,
después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva
Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban,
háganlo en memoria mía”

(1Cor 11, 23-25)


“Llamase a sí mismo Pan de vida (Jn 6,48) porque sustenta nuestra vida, tanto la presente
como la futura por lo cual añadió El que coma de este pan vivirá para siempre. Y pan llama
aquí, o bien a los dogmas saludables y a la fe en El, o bien su propio cuerpo. Pues ambas
cosas fortalecen al alma.”
(San juan Crisostomo ,ibid 51)
Dialoguemos
Guía:
▪ ¿Qué elementos podemos resaltar de la pintura que observamos?
▪ ¿La imagen de Cristo distribuyendo la eucaristía con sus propias manos significa
algo?

Lectura bíblica
Guía: Escuchemos con atención las palabras del evangelio según San Mateo

Lector: Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus
discípulos, diciendo: «Tomen y coman; esto es mi cuerpo.» Después tomó una copa, dio
gracias y se la pasó diciendo: «Beban todos de ella: esto es mi sangre, la sangre de la Alianza,
que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de sus pecados. Y les digo que
desde ahora no volveré a beber del zumo de cepas, hasta el día en que lo beba nuevo con
ustedes en el Reino de mi Padre.»

(Mt 26, 26-29)


Lector: Palabra de Dios
Todos: Te alabamos Señor

Reflexión

Guía: La eucaristía nos lleva siempre al vértice de las acciones de salvación de Dios: el Señor
Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte sobre vosotros toda la misericordia y su amor,
como hizo en la cruz, para renovar nuestro corazón, nuestra existen cia y nuestro modo de
relacionarnos con Él y con los hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra
redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual
«Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (Cost. Dogm. Lumen gentium, 3).

Cada celebración de la eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. Participar
en la misa, en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados
por su luz, calentados por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos
hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso
de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros
con Él para hacer la Pascua. En la misa se hace Pascua. Nosotros, en la misa, estamos con Jesús,
muerto y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la misa nos unimos a Él. Es más,
Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con Cristo —dice san
Pablo— y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo
en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2, 19-20). Así pensaba Pablo.

Su sangre, de hecho, nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos libera no solo del
dominio de la muerte física, sino de la muerte espiritual que es el mal, el pecado, que nos toma
cada vez que caemos víctimas del pecado nuestro o de los demás. Y entonces nuestra vida se
contamina, pierde belleza, pierde significado, se marchita.

Cristo, en cambio, nos devuelve la vida; Cristo es la plenitud de la vida, y cuando afrontó la muerte
la derrota para siempre: «Resucitando destruyó la muerte y nos dio vida nueva». (Oración
eucarística IV). La Pascua de Cristo es la victoria definitiva sobre la muerte, porque Él trasformó
su muerte en un supremo acto de amor. ¡Murió por amor! Y en la eucaristía, Él quiere
comunicarnos su amor pascual, victorioso. Si lo recibimos con fe, también nosotros podemos amar
verdaderamente a Dios y al prójimo, podemos amar como Él nos ha amado, dando la vida.

Si el amor de Cristo está en mí, puedo darme plenamente al otro, en la certeza interior de que si
incluso el otro me hiriera, yo no moriría; de otro modo, debería defenderme. Los mártires dieron
la vida precisamente por esta certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte. Solo si
experimentamos este poder de Cristo, el poder de su amor, somos verdaderamente libres de darnos
sin miedo. Esto es la misa: entrar en esta pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús; cuando
vamos a misa es si como fuéramos al calvario, lo mismo.

(Papa francisco, Audiencia general miércoles 22 de noviembre de 2017)


Meditemos y dialoguemos
▪ ¿Qué obtenemos atreves del sacramento de la eucaristía cada vez que lo cómenos?
▪ ¿Por qué llamamos a la eucaristía el pan de vida?
▪ ¿Por qué la comunión del cuerpo de Cristo incrementa la comunión de la Iglesia?

Para recordar

1.Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para
siempre [...] El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna [...] permanece en
mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
2.La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación
realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por
la acción litúrgica.
3.Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el ministerio
de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente
presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.

Oración final
Oh, Santísimo Jesús, que aquí eres verdaderamente Dios escondido; concededme desear
ardientemente, buscar prudentemente, conocer verdaderamente y cumplir perfectamente
en alabanza, y gloria de vuestro nombre todo lo que te agrada.

Amen.
SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero


convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano
tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha
sido hallado”

(Lucas 15, 11-32)


“Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su
Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el
mundo entero la gracia del arrepentimiento”

(San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 7, 4)


Dialoguemos
Guía:
▪ ¿Qué elementos podemos resaltar de la pintura que observamos?
▪ ¿La pintura del regreso de hijo prodigo, te despierta algún tipo de sentimiento?

Lectura bíblica
Guía: Escuchemos con atención las palabras del evangelio según San Juan

Lector: Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de
alegría cuando vieron al Señor Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el
Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y
añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los
perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.

(Jn 20,21-23)
Lector: Palabra de Dios
Todos: Te alabamos Señor

Reflexión

Guía: El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación brota directamente del misterio


pascual. En efecto, la misma tarde de la Pascua el Señor se aparece a los discípulos,
encerrados en el cenáculo, y, tras dirigirles el saludo «Paz a vosotros», sopló sobre ellos y
dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados»
(Jn 20, 21-23). Este pasaje nos descubre la dinámica más profunda contenida en este
sacramento. Ante todo, el hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que
podamos darnos nosotros mismos. Yo no puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se
pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es fruto de
nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo, que nos llena de la
purificación de misericordia y de gracia que brota incesantemente del corazón abierto de
par en par de Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos
dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar
verdaderamente en la paz. Y esto lo hemos sentido todos en el corazón cuando vamos a
confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza; y cuando recibimos el perdón de
Jesús estamos en paz, con esa paz del alma tan bella que sólo Jesús puede dar, sólo Él.
En la celebración de este sacramento, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino a toda la
comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha
conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que le alienta y le acompaña en el
camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Uno puede decir: yo me confieso
sólo con Dios. Sí, tú puedes decir a Dios «perdóname», y decir tus pecados, pero nuestros
pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Por ello es necesario pedir
perdón a la Iglesia, a los hermanos, en la persona del sacerdote. «Pero padre, yo me
avergüenzo...». Incluso la vergüenza es buena, es salud tener un poco de vergüenza, porque
avergonzarse es saludable. Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que
es un «sinvergüenza». Pero incluso la vergüenza hace bien, porque nos hace humildes, y el
sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios perdona.
También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano
y decir al sacerdote estas cosas, que tanto pesan a mi corazón. Y uno siente que se desahoga
ante Dios, con la Iglesia, con el hermano. No tener miedo de la Confesión.
Queridos amigos, celebrar el sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un
abrazo caluroso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos la hermosa,
hermosa parábola del hijo que se marchó de su casa con el dinero de la herencia; gastó todo
el dinero, y luego, cuando ya no tenía nada, decidió volver a casa, no como hijo, sino como
siervo. Tenía tanta culpa y tanta vergüenza en su corazón. La sorpresa fue que cuando
comenzó a hablar, a pedir perdón, el padre no le dejó hablar, le abrazó, le besó e hizo fiesta.
Pero yo os digo: cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta. Sigamos
adelante por este camino. Que Dios os bendiga.

(Papa francisco, Audiencia general, Plaza de san pedro, miércoles 19 de febrero de 2014 )
Meditemos y dialoguemos
▪ ¿Las veces que he acudido al sacramento de la reconciliación siento la cariad de Dios
en mí?
▪ ¿he sentido vergüenza de participar del sacramento de la reconciliación?
▪ ¿La en que ocasiones he experimentado la misericordia de Dios?

Para recordar

1.El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un
sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia
o de la reconciliación.

2.Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son:


— la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;
— la reconciliación con la Iglesia;
— la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
— la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado;
— la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
— el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.

Oración final
Señor Dios, Padre eterno y omnipotente, reconocemos y confesamos delante de tu santa
Majestad que somos pobres pecadores, nacidos en la iniquidad, inclinados al mal e incapaces
por nosotros mismos de practicar el bien. Confesamos haber quebrantado diariamente y de
distintas maneras tus santos mandamientos, y, merecer así, por tu justa sentencia, la
condenación y la muerte.
Amen.
SACRAMENTO DE LA UNCION DE LOS ENFERMOS

“¿Hay alguno enfermo? Que llame a los ancianos de la Iglesia,


que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La
oración hecha con fe salvará al que no puede levantarse; el Señor
hará que se levante; y si ha cometido pecados, se le perdonarán”

(St 5,14-15)
«Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un
sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por Marcos
(cf Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del
Señor»
(Concilio de Trento: DS 1695, cf St 5, 14-15).

Dialoguemos
Guía:
▪ ¿La imagen del apóstol Santiago inclinado ante el moribundo que nos recuerda?
▪ ¿Eres capaz de verte a ti mismo en la figura del moribundo de esta pintura?

Lectura bíblica
Guía: Escuchemos con atención las palabras del evangelio según San Mateo
Lector:
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre. Le tocó
la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo. Al atardecer, le llevaron muchos
endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban
enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: Él tomó
nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.
(Mt 8,14-17)
Lector: Palabra del Señor
Todos: Gloria a ti Señor Jesùs

Reflexión
Guía: Hoy quisiera hablaros del sacramento de la Unción de los enfermos, que nos permite tocar con la
mano la compasión de Dios por el hombre. Antiguamente se le llamaba «Extrema unción», porque se
entendía como un consuelo espiritual en la inminencia de la muerte. Hablar, en cambio, de «Unción de los
enfermos» nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el
horizonte de la misericordia de Dios.

Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que trasluce en la Unción de los
enfermos: es la parábola del «buen samaritano», en el Evangelio de Lucas (10, 30-35). Cada vez que
celebramos ese sacramento, el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se hace cercano a quien sufre y está
gravemente enfermo, o es anciano. Dice la parábola que el buen samaritano se hace cargo del hombre que
sufre, derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en el que bendice el obispo cada
año, en la misa crismal del Jueves Santo, precisamente en vista de la Unción de los enfermos. El vino, en
cambio, es signo del amor y de la gracia de Cristo que brotan del don de su vida por nosotros y se expresan
en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia. Por último, se confía a la persona que sufre a un
hotelero, a fin de que pueda seguir cuidando de ella, sin preocuparse por los gastos. Bien, ¿quién es este
hotelero? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, somos nosotros, a quienes el Señor Jesús, cada día, confía a
quienes tienen aflicciones, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre ellos,
sin medida, toda su misericordia y la salvación.

Este mandato se recalca de manera explícita y precisa en la Carta de Santiago, donde se dice: «¿Está enfermo
alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que recen por él y lo unjan con el óleo en el nombre
del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo restablecerá; y si hubiera cometido algún
pecado, le será perdonado» (5, 14-15). Se trata, por lo tanto, de una praxis ya en uso en el tiempo de los
Apóstoles. Jesús, en efecto, enseñó a sus discípulos a tener su misma predilección por los enfermos y por
quienes sufren y les transmitió la capacidad y la tarea de seguir dispensando en su nombre y según su
corazón alivio y paz, a través de la gracia especial de ese sacramento. Esto, sin embargo, no nos debe hacer
caer en la búsqueda obsesiva del milagro o en la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la
curación. Sino que es la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo y también a l anciano, porque cada
anciano, cada persona de más de 65 años, puede recibir este sacramento, mediante el cual es Jesús mismo
quien se acerca a nosotros.

Pero cuando hay un enfermo muchas veces se piensa: «llamemos al sacerdote para que venga». «No, despu és
trae mala suerte, no le llamemos», o bien «luego se asusta el enfermo». ¿Por qué se piensa esto? Porque existe
un poco la idea de que después del sacerdote llega el servicio fúnebre. Y esto no es verdad. El sacerdote viene
para ayudar al enfermo o al anciano; por ello es tan importante la visita de los sacerdotes a los enfermos. Es
necesario llamar al sacerdote junto al enfermo y decir: «vaya, le dé la unción, bendígale». Es Jesús mismo
quien llega para aliviar al enfermo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarle; también para
perdonarle los pecados. Y esto es hermoso. No hay que pensar que esto es un tabú, porque es siempre
hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad no estamos solos: el sacerdote y quienes
están presentes durante la Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comunidad cristiana
que, como un único cuerpo nos reúne alrededor de quien sufre y de los familiares, alimentando en ellos la
fe y la esperanza, y sosteniéndolos con la oración y el calor fraterno. Pero el consuelo más grande deriva del
hecho de que quien se hace presente en el sacramento es el Señor Jesús mismo, que nos toma de la mano,
nos acaricia como hacía con los enfermos y nos recuerda que le pertenecemos y que nada —ni siquiera el
mal y la muerte— podrá jamás separarnos de Él. ¿Tenemos esta costumbre de llamar al sacerdote para que
venga a nuestros enfermos —no digo enfermos de gripe, de tres-cuatro días, sino cuando es una enfermedad
seria— y también a nuestros ancianos, y les dé este sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para
seguir adelante? ¡Hagámoslo!

(Papa francisco, Audiencia general, Plaza de san pedro, miércoles 26 de febrero de 2014)

Meditemos y dialoguemos
▪ ¿Qué significado tiene el aceite que bendice el obispo el jueves santo?
▪ ¿Por qué es importante promover la recepción de este sacramento?
▪ Como En todo sacramento, Cristo de hace presente: ¿Como participamos con
muestra enfermedad de los padecimientos de Cristo en la cruz?
Para recordar

1.El sacramento de la Unción de los enfermos tiene por fin conferir una gracia especial
al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad grave o
de vejez.
2. efectos:
— la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;
— el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la
enfermedad o de la vejez;
— el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de
la penitencia;
— el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual ;
— la preparación para el paso a la vida eterna.

Oración final
Te rogamos, Redentor nuestro, que, por la gracia del Espíritu Santo, cures el dolor de estos
enfermos, sanes sus heridas, perdones sus pecados, ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo
y de su alma, y les devuelvas la salud espiritual y corporal, para que, restablecidos por tu
misericordia, se incorporen de nuevo a los quehaceres de su vida.
Amen.
SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

"Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la


Iglesia [...]Gran misterio es éste, lo digo con respecto a
Cristo y la Iglesia"

(Ef 5,25-32)
“El matrimonio es un trabajo de todos los días, se puede decir que artesanal, un trabajo de
orfebrería porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a la mujer y la mujer tiene
la tarea de hacer más hombre al marido”
Papa francisco
Lectura bíblica
Guía: Escuchemos con atención las palabras del libro del Genesis

Lector:
Dijo Yahvé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él
para que lo ayude.» Entonces Yahvé Dios formó de la tierra a todos los animales del campo
y todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para que les pusiera nombre. Y el nombre
de todo ser viviente había de ser el que el hombre le había dado. El hombre puso nombre a
todos los animales, a las aves del cielo y a las fieras salvajes. Pero no se encontró a ninguno
que fuera a su altura y lo ayudara. Entonces Yahvé hizo caer en un profundo sueño al
hombre y éste se durmió. Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne. De la
costilla que Yahvé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre.
Entonces el hombre exclamó: «Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será
llamada varona porque del varón ha sido tomada.» Por eso el hombre deja a su padre y a su
madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne. Los dos estaban desnudos,
hombre y mujer, pero no sentían vergüenza.
(Gn 2, 18-25)
Lector: Palabra de Dios
Todos: Te alabamos Señor

Reflexión
Guía: Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se
«refleja» en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la
imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es comunión: las tres Personas del Padre,
Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el
misterio del matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia. La Biblia usa una expresión fuerte
y dice «una sola carne», tan íntima es la unión entre el hombre y la mujer en el matrimonio. Y es
precisamente este el misterio del matrimonio: el amor de Dios que se refleja en la pareja que decide vivir
juntos. Por esto el hombre deja su casa, la casa de sus padres y va a vivir con su mujer y se une tan
fuertemente a ella que los dos se convierten —dice la Biblia— en una sola carne.

San Pablo, en la Carta a los Efesios, pone de relieve que en los esposos cristianos se refleja un misterio grande:
la relación instaurada por Cristo con la Iglesia, una relación nupcial (cf. Ef 5, 21-33). La Iglesia es la esposa
de Cristo. Esta es la relación. Esto significa que el matrimonio responde a una vocación específica y debe
considerarse como una consagración (cf. Gaudium et spes, 48; Familiaris consortio, 56). Es una
consagración: el hombre y la mujer son consagrados en su amor. Los esposos, en efecto, en virtud del
sacramento, son investidos de una auténtica misión, para que puedan hacer visible, a partir de las cosas
sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, que sigue entregando la vida por ella, en la
fidelidad y en el servicio.

Es verdaderamente un designio estupendo lo que es connatural en el sacramento del matrimonio. Y se


realiza en la sencillez y también en la fragilidad de la condición humana. Sabemos bien cuántas dificultades
y pruebas tiene la vida de dos esposos... Lo importante es mantener viva la relación con Dios, que es el
fundamento del vínculo conyugal. Y la relación auténtica es siempre con el Señor. Cuando la familia reza,
el vínculo se mantiene. Cuando el esposo reza por la esposa y la esposa reza por el esposo, ese vínculo llega
a ser fuerte; uno reza por el otro. Es verdad que en la vida matrimonial hay muchas dificultades, muchas;
que el trabajo, que el dinero no es suficiente, que los niños tienen problemas. Muchas dificultades. Y muchas
veces el marido y la mujer llegan a estar un poco nerviosos y riñen entre ellos. Pelean, es así, siempre se
pelea en el matrimonio, algunas veces vuelan los platos. Pero no debemos ponernos tristes por esto, la
condición humana es así. Y el secreto es que el amor es más fuerte que el momento en que se riñe, por ello
aconsejo siempre a los esposos: no terminar la jornada en la que habéis peleado sin hacer las paces. ¡Siempre!
Y para hacer las paces no es necesario llamar a las Naciones Unidas a que vengan a casa a hacer las paces.
Es suficiente un pequeño gesto, una caricia, y adiós. Y ¡hasta mañana! Y mañana se comienza otra vez. Esta
es la vida, llevarla adelante así, llevarla adelante con el valor de querer vivirla juntos. Y esto es grande, es
hermoso. La vida matrimonial es algo hermoso y debemos custodiarla siempre, custodiar a los hijos. Otras
veces he dicho en esta plaza una cosa que ayuda mucho en la vida matrimonial. Son tres palabras que se
deben decir siempre, tres palabras que deben estar en la casa: permiso, gracias y perdón. Las tres palabras
mágicas. Permiso: para no ser entrometido en la vida del cónyuge. Permiso, ¿qué te parece? Permiso,
¿puedo? Gracias: dar las gracias al cónyuge; gracias por lo que has hecho por mí, gracias por esto. Esa
belleza de dar las gracias. Y como todos nosotros nos equivocamos, esa otra palabra que es un poco difícil
de pronunciar, pero que es necesario decirla: Perdona . Permiso, gracias y perdón. Con estas tres palabras,
con la oración del esposo por la esposa y viceversa, con hacer las paces siempre antes de qu e termine la
jornada, el matrimonio irá adelante. Las tres palabras mágicas, la oración y hacer las paces siempre. Que el
Señor os bendiga y rezad por mí.

(Papa Francisco, Audiencia general, Plaza de san pedro, miércoles 2 de abril de 2014)

Meditemos y dialoguemos
▪ ¿Cómo se edifican mutuamente hombre y mujer en el sacramento del matrimonio?
▪ ¿Hemos tenido experiencia de conocer un matrimonio salido que sea imagen del
amor del mismo Cristo?
Para recordar

1.El sacramento del Matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos
la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento
perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los
santifica en el camino de la vida eterna (cf. Concilio de Trento: DS 1799).
2. La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esenciales al
matrimonio. La poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio; el divorcio
separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la fecundidad priva la vida conyugal de su
"don más excelente", el hijo (GS 50,1).

Oración final
Señor, Padre santo, Dios omnipotente y eterno, te damos gracias y bendecimos tu santo
Nombre: tú has creado al hombre y a la mujer para que el uno sea para el otro ayuda y
apoyo. Acuérdate hoy de nosotros. Protégenos y concédenos que nuestro amor sea entrega y
don, a imagen de Cristo y de la Iglesia. Ilumínanos y fortalécenos en la tarea de la formación
de nuestros hijos, para que sean auténticos cristianos y constructores esforzados de la ciudad
terrena. Haz que vivamos juntos largo tiempo, en alegría y paz, para que nuestros corazones
puedan elevar siempre hacia ti, por medio de tu Hijo en el Espíritu Santo, la alabanza y la
acción de gracias.
Amen.
SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

“Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para


venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios
se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él
mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los
que son tentados”

(Hb 2,17-18)
“El matrimonio es un trabajo de todos los días, se puede decir que artesanal, un trabajo de
orfebrería porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a la mujer y la mujer tiene
la tarea de hacer más hombre al marido”
Papa francisco
Lectura bíblica
Guía: Escuchemos con atención las palabras del evangelio según San Marcos

Lector:
Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que
estuvieran con él, y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar los demonios. Instituyó
a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano
de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés,
Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas
Iscariote, el mismo que le entregó.

(Marcos 3,13-15)
Lector: Palabra del Señor
Todos: Gloria a ti Señor Jesús

Reflexión
Guía: El Orden, constituido por los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es
el sacramento que habilita para el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los
Apóstoles, de apacentar su rebaño, con el poder de su Espíritu y según su corazón. Apacentar
el rebaño de Jesús no con el poder de la fuerza humana o con el propio poder, sino con el
poder del Espíritu y según su corazón, el corazón de Jesús que es un corazón de amor. El
sacerdote, el obispo, el diácono debe apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hace
con amor no sirve. Y en ese sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para este
servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu
Santo en nombre de Dios y con amor.

Un primer aspecto. Aquellos que son ordenados son puestos al frente de la comunidad. Están
«al frente» sí, pero para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo
demostró y enseñó a los discípulos con estas palabras: «Sabéis que los jefes de los pueblos los
tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande
entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que
sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a
dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 25-28 / Mc 10, 42-45). Un obispo que no está
al servicio de la comunidad no hace bien; un sacerdote, un presbítero que no está al servicio
de su comunidad no hace bien, se equivoca.
Otra característica que deriva siempre de esta unión sacramental con Cristo es el amor
apasionado por la Iglesia. Pensemos en ese pasaje de la Carta a los Efesios donde san Pablo
dice que Cristo «amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla,
purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha
ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (5, 25-27). En virtud del Orden el
ministro se entrega por entero a la propia comunidad y la ama con todo el corazón: es su
familia. El obispo, el sacerdote aman a la Iglesia en la propia comunidad, la aman
fuertemente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá san Pablo del matrimonio:
el esposo ama a su esposa como Cristo ama a la Iglesia. Es un misterio grande de amor: el
ministerio sacerdotal y el del matrimonio, dos sacramentos que son el camino por el cual las
personas van habitualmente al Señor.
Un último aspecto. El apóstol Pablo recomienda al discípulo Timoteo que no descuide, es
más, que reavive siempre el don que está en él. El don que le fue dado por la imposición de
las manos (cf. 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6). Cuando no se alimenta el ministerio, el ministerio del
obispo, el ministerio del sacerdote, con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios y con
la celebración cotidiana de la Eucaristía, y también con una frecuentación al Sacramento de
la Penitencia, se termina inevitablemente por perder de vista el sentido auténtico del propio
servicio y la alegría que deriva de una profunda comunión con Jesús.
El obispo que no reza, el obispo que no escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los
días, que no se confiesa regularmente, y el sacerdote mismo que no hace estas cosas, a la
larga pierde la unión con Jesús y se convierte en una mediocridad que no hace bien a la
Iglesia. Por ello debemos ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra
de Dios, que es el alimento cotidiano, a celebrar cada día la Eucaristía y a confesarse
habitualmente. Esto es muy importante porque concierne precisamente a la santificación de
los obispos y los sacerdotes.
(Papa Francisco, Audiencia general, Plaza de san pedro, miércoles 26 de marzo de 2014 )

Meditemos y dialoguemos
▪ ¿A quiénes confiere el sacramento del orden la Iglesia?
▪ ¿Qué servicio presta el sacerdote a la comunidad cristiana?
Para recordar

1.El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque
confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su
servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus
liturgicum) y por el gobierno pastoral (munus regendi).

2.El sacramento del Orden es conferido por la imposición de las manos seguida de una
oración consecratoria solemne que pide a Dios para el ordenando las gracias del Espíritu
Santo requeridas para su ministerio. La ordenación imprime un carácter sacramental
indeleble.

3.La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones (viri) bautizados, cuyas
aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente reconocidas. A la autoridad
de la Iglesia corresponde la responsabilidad y el derecho de llamar a uno a recibir la
ordenación.
1.

Oración final
Padre Nuestro, te damos gracias por llamar a hombres y mujeres a servir en el Reino de tu
Hijo como sacerdotes, diáconos y personas consagradas. Manda tu Santo Espíritu para
ayudar a que otros respondan con generosidad y valentía a tu llamado.
Amen

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