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LA SEMANA TRAGICA

1) ¿Que reclamaban los obreros en huelga de los Talleres metalúrgicos de Vasena?


Fundamentar
2) ¿Qué fue lo que paso a la historia como “semana Trágica? Fundamentar
3) ¿Que le significo este hecho conocido como la “Semana Trágica” al gobierno de
Yrigoyen, elegido por medio de la Ley de sufragio Universal?
4) Haga una breve reseña de los hechos que comenzaron con una huelga general los días
7 al 8 de enero, como se continúo.
5) ¿A qué acuerdo llego Yrigoyen, con los huelguistas, con su representante Elpidio
González?
6) ¿Que negocia Vasena con el gobierno nacional, en el progrom del día 11 de enero?
7) ¿Que paso los días 13y 14 con el levantamiento de la huelga de los metalúrgicos?
Fundamentar
8) ¿Como grafico a la “Semana Trágica”, Julio Godio, estudioso del tema?
9) ¿Qué significa progrom y esquiroles?, buscar google.

La Semana Trágica que dejó cientos de muertos y el primer


pogrom fuera de Europa

La huelga que terminó en


masacre
El 7 de enero de 1919, el reclamo de los trabajadores de los talleres
Vasena derivó en una represión sin precedentes, a cargo del
Ejército, la policía y grupos de ultraderecha que durante una
semana militarizaron la ciudad de Buenos Aires.

Por Juan Pablo Csipka

7 de enero de 2023 - 19:45






La Semana Trágica expresó el pavor de la derecha argentina al anarquismo.

A las cuatro de la tarde del 7 de enero de 1919, los trabajadores en


huelga de los talleres metalúrgicos Vasena marcharon a los depósitos
de la empresa, ubicados en Cochabamba y La Rioja, en el barrio
porteño de San Cristóbal. Reclamaban que la jornada laboral bajase de
once a ocho horas, un aumento en los jornales, descanso dominical y la
reincorporación de delegados echados por la empresa. El conflicto
había empezado un mes antes y la empresa de Pedro Vasena
funcionaba con rompehuelgas y trabajadores que no habían adherido.
Un grupo de huelguistas quiso frenar a unos esquiroles que iban a
entrar a trabajar. Al no lograrlo, les tiraron piedras. Entonces, efectivos
policiales que vigilaban la fábrica comenzaron a disparar a hombres,
mujeres y niños. Hubo cuatro muertos y más de treinta heridos. Los
metalúrgicos llamaron a la huelga de todo el gremio y estalló lo que
pasaría a la historia como la Semana Trágica: un conflicto social de una
magnitud sin antecedentes, que dejó cientos de muertos, el primer
pogrom fuera de Europa y la politización de los militares, encargados de
reprimir a los obreros.

Sindicalistas y anarquistas
Para el gobierno de Hipólito Yrigoyen, el primero electo por la ley de
sufragio universal, significó entrar en conflicto con las clases populares
que decía representar. También iba a mostrar las tensiones con la
inmigración, que se integraba a los criollos desde 1880, y el pavor de la
derecha argentina al anarquismo, al que presumía a las puertas de un
levantamiento de masas: la Revolución Rusa había ocurrido poco más
de un año antes.

Los interlocutores gremiales eran dos centrales obreras, escindidas de


la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). En su V Congreso,
en 1905, la FORA adhirió al anarquismo. Diez años más tarde, el IX
Congreso determinó que la central no adhería a ninguna doctrina
filosófica o política. Los anarquistas abandonaron el cónclave y así
quedaron delineados los dos grupos. La FORA del V Congreso,
anarquista, pasó a ser el núcleo intransigente por excelencia; mientras
que el gobierno radical trataría de tender puentes con los dirigentes de
la FORA del IX Congreso, liderados por Sebastián Marotta, de postura
más conciliadora.

La huelga general era un hecho la noche del 7 al 8 de enero, mientras


se velaba a los masacrados. Marotta buscaba limitar el paro a no más
de dos días y a una serie de reivindicaciones básicas, mientras los
anarquistas lanzaban una proclama encendida en su diario La Protesta,
que dirigía Diego Abad de Santillán. El 9 de enero, el paro general tuvo
un acatamiento altísimo. No hubo transporte y se bloquearon los
accesos a la fábrica Vasena. A las tres de la tarde comenzó el
multitudinario cortejo fúnebre que llevó a la Chacarita a los caídos del
día 7. Un delegado de la FORA del IX hablaba a los presentes cuando
comenzaron los disparos de policías que rodeaban el cementerio. La
Prensa contabilizó doce muertos. La Vanguardia, órgano de los
socialistas, afirmó que fueron más de cincuenta. 

Cuando llegó la noticia a los talleres, los huelguistas que rodeaban el


lugar comenzaron a disparar contra la fábrica. La policía fracasó en la
represión y al anochecer entró en escena el actor determinante del
conflicto: el Ejército. Tropas del Regimiento 3 de Infantería desalojaron
a los huelguistas. Ese mismo día, y en previsión de que la policía fuese
desbordada, Yrigoyen había nombrado como comandante militar de la
Capital al general Luis Dellepiane.
Por la noche, grupos anarquistas atacaron patrullas policiales. Los
principales hechos se dieron en la Boca. La prensa masiva habló de
cuarenta muertos en toda la jornada; La Vanguardia aseguró que
superaban el centenar y que había 400 heridos. Sí había una
coincidencia en las crónicas de los diarios: la ausencia de bajas en las
fuerzas policiales y militares.

Ciudad militarizada
Yrigoyen comisionó a uno de sus hombres de confianza, Elpidio
González, para negociar con la rama conciliadora de la FORA.
González se comprometió a que en 24 horas Vasena cedería a los
reclamos que llevaron a la huelga y a liberar a los presos. Claro que
marcó un límite: no habría indulto para Simón Radowitzky, preso desde
hacía una década por haber ultimado al jefe de policía Ramón Falcón.
La lucha por su libertad era una bandera de gran parte del movimiento
obrero y de los anarquistas. A la noche, el plenario de asociaciones
adheridas a la FORA del IX votó por continuar la huelga y se sumaron
los ferroviarios.

Al día siguiente, y ante la virulencia de las proclamas anarquistas,


Yrigoyen virtualmente militarizó Buenos Aires. Unos 30 mil soldados del
Ejército y otros 2 mil de la Marina se distribuyeron por toda la ciudad
según el plan ideado por Dellepiane. Mientras, el presidente, tironeado
por debates en el Congreso, en los que se alternaban reclamos de los
socialistas para dictar una ley que amparase a los sindicatos y
discursos de los conservadores que exigían el estado de sitio, se
entrevistaba en la Casa Rosada con Vasena, que llegó acompañado por
el embajador británico: el industrial se había asociado a capitales
ingleses. Yrigoyen le reclamó que cediera a los huelguistas, en una
jornada en la que llegaban noticias de ciudades como Rosario, Mar del
Plata y Bahía Blanca: ferroviarios, portuarios, esquiladores, entre otros,
habían paralizado sus actividades por completo. 

Para entonces, la disputa se libraba al seno del sindicalismo. La FORA


del V quería profundizar la huelga; la FORA del IX se aprestaba a
terminar el conflicto. Esa noche, Marotta anunció el fin de la huelga, con
el apoyo de distintas facciones del socialismo. Sin embargo, la magnitud
de la protesta hizo que no se acatara la resolución.

Al anochecer, grupos anarquistas atacaron sin éxito varias comisarías.


La tensión era tan grande que, cuando se sintieron disparos a metros
del Departamento Central de Policía, se repelió un ataque que no era tal
y el propio Dellepiane, que justo llegaba, fue recibido a balazos por sus
hombres y salió ileso.

Pogrom en el Once
11 de enero: Vasena negocia con el gobierno radical y la FORA del IX.
La jornada pasaba a ser de ocho horas, con aumentos del 50, 40, 30 y
20 por ciento según el jornal, más un cobro del 100 por ciento en el
jornal de domingo. Además, se reincorporaba a todos los cesados e
iban a ser liberados los detenidos, salvo Radowitzky.

La facción anarquista de la FORA desconoció el acuerdo, igual que los


metalúrgicos, que denunciaron no haber sido llamados a la negociación.
La tarde del 11 hubo choques en Constitución y Balvanera. Un grupo
intentó, sin éxito, asaltar el Palacio de Aguas Corrientes para dejar sin
suministro a la ciudad. Por la noche, se dieron choques con la policía y
un grupo formado un día antes en el Centro Naval, que respondía al
nombre de Defensores del Orden, y que pasaría a la historia como Liga
Patriótica Argentina, bajo el liderazgo de Manuel Carlés. Formada por
miembros de la clase alta porteña, horrorizada por el ascenso del
yrigoyenismo y los inmigrantes pasibles de ser expulsados por la Ley de
Residencia, la Liga inscribió su nombre en la historia del antisemitismo.
Mientras el 11 de enero las redadas terminaban con miles de detenidos,
integrantes de la Liga se dedicaron a atacar negocios de judíos.
Saqueos, incendios y palizas formaron parte del paisaje de esa noche.
Un pogrom digno de aquellos de los que habían huido muchas víctimas
de la Liga se consumó alrededor de Plaza Miserere.

Entre los detenidos de aquella noche estuvo Pinie Wald, editor del diario
socialista judío Avangard. Diez años después de los sucesos, publicó
un libro en yiddish, titulado Pesadilla, en el que relató cómo fue
torturado. Lo acusaban de querer implantar un soviet en la Argentina, al
igual que al ucraniano Sergio Suslow y otros arrestados. A ese nivel
había llegado la paranoia de la derecha. 

Los metalúrgicos levantaron la huelga el 13, y el 14 cesó el paro


general. Ese día, radicales y conservadores aprobaron el estado de sitio
en Diputados. La iniciativa naufragó a los pocos días en el Senado,
donde la bancada oficialista fue su más fervorosa impulsora. El día que
se levantó la huelga, La Vanguardia cifró los números de la represión en
700 muertos y 2 mil heridos. Para La Nación, totalizaron cien muertos y
400 heridos.

La derecha se organiza
Días más tarde, los principales bancos del país abrieron cuentas para
depositar dinero a nombre de la flamante Liga Patriótica, una iniciativa
que contó con el apoyo de la Bolsa de Comercio y la Sociedad Rural,
entre otros grupos concentrados. Julio Godio, estudioso de la Semana
Trágica, lo graficó así: “El gran capital extranjero y el nacional se
coaligaban con el fin de contrarrestar la creciente combatividad y
espíritu revolucionario de los trabajadores argentinos”. El 19 de enero
se formalizó la fundación de la Liga, bajo el lema “Patria y Orden”. Entre
apellidos como Martínez de Hoz y Nazar Anchorena figuraba el jefe de
la represión: el general Dellepiane.

Si Buenos Aires había sido epicentro de una violencia que los radicales
aún hoy relativizan, con los militares como mano de obra, se podía
replicar esa lógica en un conflicto similar a cientos de kilómetros. Fue lo
que ocurrió en Santa Cruz en 1921. El Ejército asumía funciones que
antes eran de la policía en cuanto al control social y la represión. La
fuerza se politizó y se crearon logias militares durante los años 20. El
camino quedaba tapizado hacia el primer golpe de Estado.

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