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Terminaba abril de 1974. El editorial del primer número de El Peronista, la revista que había
reemplazado a El Descamisado tras su clausura la semana anterior, decía: “Sabemos bien que
existen proyectos contrapuestos entre nosotros y la burocracia. Pero mucho más que eso nos
interesa que el pueblo demuestre lo que piensa de todo este proceso y que allí, en la plaza,
frente a Perón y Perón frente al pueblo, se pongan las cosas en claro”.
Esa revista de tirada masiva era la voz de la organización Montoneros, por ese entonces el eje
de la izquierda peronista.
Se acercaba la convocatoria del Día de los Trabajadores y Juan Domingo Perón iba a
hablar desde el histórico balcón que fue testigo del surgimiento del peronismo. Habían
pasado casi 19 años desde el derrocamiento.
-Pero el problema, General, son los infiltrados que hay en el gobierno popular, que dificultan
ese reencuentro –dijo Horacio Mendizábal, uno de los líderes montoneros, en la reunión en la
que Perón llamó a todos los sectores juveniles para tratar de evitar conflictos el 1° de mayo.
Perón lo miró en silencio, ceñudo. Mendizábal se refirió, tras cartón, a los lineamientos que les
había dado a todos los presentes el coronel retirado Vicente Damasco, que ya había
organizado -con éxito- los actos de asunción de Perón el 12 de octubre de 1973. Damasco les
había pedido a todos que fueran sin banderas propias, que todos llevaran la celeste y
blanca.
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La palabra de Perón
Juan Domingo Perón y Rodolfo Galimberti, a quien el general desplazó de la titularidad de la JP porque
este había hecho referencia a la necesidad de armar “milicias populares”.
Mendizábal estaba incómodo. Él mismo había estado en Roma, en noviembre de 1972, para
dar el apoyo de Montoneros al primer viaje del líder. Pero este era el Perón que gobernaba y
tomaba las decisiones, ya no era el exiliado que hacía convivir a todos los sectores.
A la salida del encuentro con Perón, Mendizábal hacía las primeras declaraciones de prensa de
su vida:
-El encuentro fue auspicioso. Aunque hay diferencias, se han establecido bases para
resolverlas, para llegar a una reconciliación.
El coronel Damasco se había llevado una sensación distinta seguramente. Había intentado,
sin éxito, que Rodolfo Galimberti y Alberto Brito Lima se dieran la mano. No lo consiguió.
La Tendencia
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Cerca del Congreso, a la altura del Hospital de Clínicas, estaban las nutridas columnas de
la Juventud Universitaria Peronista (JUP), que encararon por Diagonal Norte hacia la Plaza
de Mayo. No bien llegaron, los agentes les indicaron que debían quitarse los brazaletes
identificatorios.
-Si nos sacamos los brazaletes nadie va a saber a quién hacerle caso si se arma
quilombo –dijo un militante con tono didáctico.
-Dale, sigan, pero no armen ustedes el quilombo –le contestó otro didáctico policía.
Todas las columnas de “la tendencia” tenían como epicentro el cruce de las avenidas Belgrano
y 9 de Julio para avanzar por la Diagonal Sur aunque algunos ingresaban por la Norte. Tenían
que situarse en el ala norte de la Plaza, del lado que da para la Catedral y el Banco
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"¡¿Qué pasa, qué pasa/ qué pasa General/ que está lleno de gorilas/ el gobierno popular?!", gritaban los
Montoneros desde la Plaza.
La retirada
Los dirigentes del sector combativo no sabían qué hacer frente a la encerrona que se
planteaba. Sus propias agrupaciones se estaban retirando. Tenían walkies talkies y trataron de
evitar una estampida, pedían a sus enlaces que retuvieran a la gente.
Uno de los que intentaba calmar los ánimos era Paco Urondo, cuadro dirigente de las FAR y
luego de Montoneros. Pero en ese momento no había jerarquía que valiera. La avenida
Diagonal Norte empezó a registrar el camino de vuelta anticipado de miles y miles de militantes
de la izquierda peronista.
Perón, mampara mediante, vio por primera vez en su vida cómo tanta gente le daba la
espalda. Gente que había gritado “la vida por Perón”. Muchos de quienes habían dicho eso
efectivamente habían muerto por Perón. Por impotencia, por astucia, por omnipotencia, por una
combinación de factores, a solo dos meses de su muerte, el General dijo:
-¡Compañeros! Tras ese agradecimiento y esa gratitud puedo asegurarles que los días
venideros serían para la reconstrucción nacional y la liberación de la Nación y el pueblo
argentinos. Repito, compañeros, que será para la reconstrucción del país, y en esa tarea está
empeñado a fondo el gobierno. Será también para la liberación, no solamente del colonialismo
que viene azotando a la República a través de tantos años, sino también de estos infiltrados
que trabajan de adentro, y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan desde
afuera, sin contar que la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del dinero extranjero.
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Una publicación con los disturbios del 1 de Mayo cuando Perón echó a los Montoneros de la Plaza.
En medio del caos, con grupos de la derecha que le pusieron leña y palos a las palabras del
líder, Perón seguía hablando desde su balcón:
-Finalmente, compañeros, deseo que continúen con nuestros artistas que también son hombres
de trabajo; que los escuchen y los sigan con alegría, con esa alegría de la que nos hablaba Eva
Perón, a través del apotegma de que en este país los niños han de aprender a reír desde su
infancia.
Editoriales por izquierda y por derecha
Esa noche, en distintos lugares, muchos tuvieron la sensación de que habían participado de
uno de esos cortes que la historia recuerda muchos años. En su siguiente edición, El
Peronista resumía la lectura montonera: “A cada párrafo la fractura se agudizó, algo que
nunca conoció el peronismo en sus 30 años de historia. Increíble desencuentro entre el
pueblo y su líder, esta vez cara a cara, sin chivos emisarios de por medio, sin cercos ni
bujerías. Y tampoco fue la automarginación de grupos esclarecidos: más del 60 por ciento de
los concurrentes le dio la espalda al General. La plaza casi vacía ya no fue insinuar un
descontento sino la afirmación de un desacuerdo, de un rechazo; con dolor, con bronca y
tristeza, pero con decisión. Y ese hecho, guste o no, es lamentablemente el suceso
trascendente de la jornada. Más allá de que el General se haya jugado por la burocracia
sindical, como lo venía haciendo cada vez con más energía en los últimos meses. Perón
perdió la calma, llamó a la represión, a la guerra interna (...) Pero no nos engañemos: una
cosa es que los trabajadores en su gran mayoría se hayan ido al no ser escuchados y muy otra
es que le regalemos el peronismo a los burócratas que quieren desnaturalizarlo. Porque la
esencia revolucionaria del peronismo es el pueblo movilizado y participando en las decisiones
de su gobierno y de su Movimiento. Y nosotros seguimos reafirmando que por eso somos
peronistas.”
Del otro lado de la Plaza, el editorial de la revista de ultraderecha El Caudiillo, planteaba: “El
Pueblo Peronista se calentó las manos en las hogueras encendidas con las banderas de
los ‘montos’. Mejor signo de la reacción popular imposible. Ahora, ¿quién va a discutir con el
General? ¿Quién tiene la verdad y quién tiene al Pueblo: Perón o Firmenich? Frente a esta
alternativa volvemos a enunciar otro precepto justicialista: ‘Los que sean de Perón que se
vengan al montón’. La Argentina Potencia está en marcha. La Revolución Justicialista sin
enemigos poderosos en lo interno –porque a los imperialistas podemos correrlos como en
Obligado-. Tenemos todo un pueblo leal a Perón, que cree fanáticamente en Perón, que
obedece ciegamente a Perón y que combate ardorosamente por Perón cuando así lo exige el
Caudillo. Así es compañeros que lo dicho en el primer número es una verdad ‘grande como una
casa’: ¡La Tendencia se acabó; el que manda es Perón! Porque es así y porque Perón
manda”.
Las aguas dentro del peronismo habían quedado definitivamente divididas.
Fuente: https://www.infobae.com/sociedad/2021/05/01/esos-estupidos-que-gritan-la-furia-de-peron-el-dia-
que-echo-a-los-imberbes-montoneros-de-la-plaza/