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Clérigos

En este trabajo se aborda a un sector del clero novohispano generalmente


desapercibido: el de aquéllos dedicados a administrar sacramentos en lenguas
indígenas. Figuras secundarias en la jerarquía de la Iglesia, generalmente
subordinadas a los curas titulares, sin embargo, sus tareas parroquiales fueron
de primer orden. Los clérigos lenguas fueron los avocados a comunicarse con
los indios, garantizaron la posesión de las parroquias en el clero secular y
ayudaron a preparar el camino para la secularización de las doctrinas. La
importancia religiosa y política que llegó a adquirir ese sector de la clerecía
fue tal que, hacia la primera mitad del siglo XVIII, más del 50 por ciento de los
clérigos del arzobispado tenía conocimiento de al menos una o varias lenguas
nativas. En contraste, su situación material no era la mejor: carecían de
patrimonio propio, con una formación académica básica, ocupados todo el
año en recorrer los pueblos más recónditos, y alejados de la posibilidad de
seguir estudiando, difícilmente podían hacer las relaciones y los méritos
suficientes para ascender a la titularidad de los curatos, y mucho menos a
alguna prebenda.
La responsabilidad civil de la diócesis por los actos de sus clérigos ha cobrado especial relevancia los
últimos años con los casos de abusos sexuales sobre menores denunciados en Estados Unidos. El
autor plantea el problema y presenta el marco jurídico general canónico y estatal del derecho de
daños. Se detiene en la regulación canónica del delito de abusos sexuales sobre menores y considera
que la diócesis puede ser declarada responsable civil subsidiario por el delito de un clérigo a ella
incardinado, si lo perpetró prevaliéndose de su condición de tal y si se demuestra su culpabilidad in
eligendo y/o in vigilando. En cuanto al análisis del Derecho estatal, se centra en el ordenamiento
español, cuyas soluciones son semejantes a las de los demás países de su entorno cultural y
geográfico. Considera fundamental, antes de aplicar las normas estatales, captar la peculiar relación
jurídica entre la diócesis y sus clérigos, que no es laboral. Presta una peculiar atención a la
jurisprudencia más reciente, no sólo de los delitos sexuales cometidos por clérigos sobre menores,
sino también en general, lo que le permite señalar que en la mayoría de los casos no hay declaración
de responsabilidad civil subsidiaria y para ello se exige culpa in eligendo y/o in vigilando.

Alta edad media


Alrededor del 1000 a. C., un grupo de tribus no civilizadas -formadas por hombres altos, de tez clara
y que eran cazadores salvajes- vivía al norte y al sur de la entrada del mar Báltico, regiones que hoy
constituyen Dinamarca, el sur de Suecia, Noruega y el norte de Alemania. Nadie sabe de dónde
provenían.
Su lengua era diferente de las lenguas habladas al este y al sur, razón por la cual agrupamos juntas a
esas tribus. Muchos siglos más tarde, los romanos encontraron una tribu que descendía de esas
tribus primitivas (y que aún era bastante primitiva). Los miembros de esa tribu se llamaban a sí
mismos con un nombre que a los romanos les sonaba como germani. Posteriormente, los romanos
aplicaron ese nombre a todas las tribus que hablaban la lengua de los Germani, por lo cual las
llamamos tribus germánicas.

Entre sus descendientes actuales, se cuentan los alemanes. Pero los alemanes se llaman a sí mismos
«Deutsch» (de una antigua palabra que quizá significaba «gente») y a su nación «Deutschland». Las
tribus germánicas eran algunas de las que los libros de historia a menudo llaman «bárbaras». Para
los civilizados griegos y romanos del sur, todo el que no hablase griego o latín era considerado un
bárbaro, es decir, les parecía que emitían sonidos ininteligibles, tales como «bar-bar-bar». Esa
palabra, pues, no tenía necesariamente un carácter insultante. Después de todo, los habitantes de
Siria, Babilonia y Egipto también eran bárbaros en ese sentido, y eran tan cultos y sabios como los
griegos y los romanos, y lo eran desde hacía más tiempo.

Los germanos eran bárbaros en este sentido, pero también eran incivilizados. En siglos posteriores,
contribuyeron a destruir partes del Imperio Romano, y su falta de aprecio por la cultura y el saber
dio a la palabra «bárbaro» su significado actual: persona sin educación e incivilizada. La única
importancia de las tribus germánicas para el resto del mundo en esa época primitiva residía en el
hecho accidental de que a lo largo de las costas meridionales del mar Báltico, unos sesenta millones
de años antes, habían existido enormes bosques de pinos. Esos bosques murieron mucho antes de
que el hombre apareciese en la Tierra y esa variedad de pino se ha extinguido, pero mientras los
árboles vivieron produjeron enormes cantidades de resina.

Trozos endurecidos de esa antigua resina pueden encontrarse en el suelo y son arrojados desde el
mar por las tormentas. Es una sustancia transparente, de colores que van del amarillo al naranja y el
marrón rojizo, de bello aspecto y suficientemente blanda como para poder darle hermosas formas.
Ese material (ahora llamado ámbar) era muy valorado como ornamento. El ámbar pasaba de mano
en mano, yen la Europa del Sur, gente mucho más avanzada que los habitantes de los bosques
septentrionales dio con algunas muestras de él y quiso tener más. Surgió una ruta comercial del
ámbar, y los productos de la Europa meridional, cambiados por ámbar, llegaron al norte.
Probablemente como resultado del comercio del ámbar, en un principio los germanos tuvieron un
oscuro conocimiento de que en alguna parte del lejano sur había regiones ricas. El conocimiento del
norte bárbaro era igualmente oscuro para el sur civilizado. Hacia el 350 a. C., el explorador griego
Piteas de Massilia (la moderna Marsella) se aventuró por el Atlántico y exploró las costas
noroccidentales de Europa.

Llevó de vuelta mucha información interesante para el público lector de libros, que entonces, como
siempre, sólo era una pequeña parte de la población. Pero pronto iba a llegar el tiempo en que el
conocimiento de los germanos se impondría al hombre medio de un modo mucho más directo. En
los siglos primitivos, las tribus germánicas no practicaban la agricultura, sino que vivían de la caza y
la cría de ganado. Los bosques septentrionales no podían sustentar a mucha gente que viviera de
este modo, y hasta cuando la población era muy escasa, según patrones modernos, esas tierras
estaban ya superpobladas. Las tribus luchaban unas contra otras por la tierra necesaria para
sustentar a la población en crecimiento, y una de las partes, naturalmente, perdía. Los perdedores
vagabundeaban en busca de mejores pastos y mayor caza, y así hubo un lento desplazamiento de
tribus germánicas fuera de sus hogares originarios. Gradualmente, los germanos se dirigieron al sur y
al este, a lo largo de la costa del mar Negro.
Por el 100 a. C., habían llegado al río Rin en el oeste y ocupado la mayor parte de lo que es hoy
Alemania. A su paso, empujaron o absorbieron a un grupo de pueblos que antaño habían dominado
vastos tramos de Europa septentrional y occidental, y que hablaban un grupo de lenguas
emparentadas entre sí llamadas célticas. Al oeste del Rin, por ejemplo, estaban las tribus celtas que
habitaban una región llamada Gallia por los romanos y Galia por nosotros. A medida que los
germanos se desplazaban al oeste y al sur, deben de haber oído hablar cada vez más de las ricas y
maravillosas tierras del sur. Por el 150 a. C., la gran civilización de los griegos estaba en decadencia,
pero Italia estaba aumentando rápidamente en poder y riqueza. La ciudad de Roma, en Italia central,
estaba imponiendo afanosamente su dominación sobre toda la región mediterránea*.

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