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Cierto día en enero de 1919, en el centro de Arequipa, Luis Willca llegó agitado al
consultorio del joven médico Francisco Delgado, su amigo de infancia, para pedirle
ayuda, ya que, en su pueblo, Tambo Cañahuas, la gente se estaba muriendo por
una enfermedad desconocida y no había un médico para atenderlos. Francisco,
conmovido, decidió viajar al lugar que lo cobijó en su niñez, cuando su padre, un
juez itinerante, lo dejó al cuidado de la familia de Luis, donde pasó los dos años más
felices de su vida, amando la forma de vivir de una comunidad andina, donde
siempre observó afecto y apoyo entre los comuneros, incluso aprendió quechua.
Al llegar, notó que los síntomas que tenían los comuneros eran los mismos de la
pandemia que afectaba al mundo y que había llegado a la ciudad de Arequipa, la
“Gripe Española”. Durante tres meses Francisco se dedicó a atender a los enfermos,
pero, desolado, como el paisaje del lugar, no entendía por qué, pese a sus cuidados,
seguían contagiándose. También, se dio cuenta que aún con el calor del corazón
de los comuneros, el frio del lugar seguía siendo un aliado de la mortal enfermedad
Un día en el que el frio era intenso como todos los días, en donde corre un ligero
vientecito que te hace helar los pies, sintiendo que la naturaleza te llama para
estar junto a ella. La mañana había llegado, eran las seis, los pastores sacan a
sus ovejas, blancas como la nieve y suaves como el algodón. Estaba subiendo
caminando a duras penas, cansada y agitada; mientras avanzaba, arrancaba el
ichu, el pasto, y le daba de comer al borreguito Lanitas al cual quería mucho, ¡sí!,
su pequeña y amada mascota. Sacó de su chuspita de lliclla una "esquela de la
oveja" que era una especie de collar que tenía una campanita. Se la puso a
Lanitas para que guiara a las ovejas a la cima del cerro y le dijo:
—¡Corree, ¡Lanitas, auritita vengo, Chagaypi (corre)! Lleva las ovejas. ¡Chagaypi
kashan! (allá corre), poniéndole la esquela en el cuello del borreguito dijo
Celiacha, (así le decían de cariño).
La montaña era grande y hermosa, con flores que adornaban el camino, y pasto
con ichu, yareta y la tola que hacía ver a la montaña como un paraíso que en su
cumbre te llenaba de energía. En unos minutos ya le esperaba con el rebaño en
la cima del cerro. Celiacha iba llegando poco a poco con la paja que traía ahí
Más allá había un pequeño riachuelito por su contextura y agua transparente
daba vida a las plantas y hierbas que estaban ahí. De repente apareció
Clementina, ella había tenido un horrible sueño donde las alejaban de su querida
mascota, así que, iba corriendo hacia las montañas con la esperanza de que
Lanitas estuviera ahí y al verlo exclamó:
Llegaron a casa. Su madre las esperaba con una rica comida, las niñas se
apresuraron a llevar a su corral a sus ovejas contando que no faltara ninguna,
apenas terminaron de guardar a las ovejas fueron corriendo hacia la cocina. De
repente se veía a su padre un señor alto, su cara demostraba seriedad y
sabiduría, este señor ya hablaba el castellano, pero no tan bien; y con lo poco
que sabía les había enseñado a sus hijas.
El padre había aceptado un trabajo en las chacras donde podía vivir en una
hacienda y darles una educación a sus hijas, mandarlas a la escuela; a cambio
de eso tendría que ayudar a un loncco arequipeño, quien le había ofrecido vivir
allí para que lo ayude en el trabajo de sembreo y cosecha a cambio de mandarle
al colegio a sus hijas.
—No miolvides ¡Ay duele, llakisq kashan, llakisq kashan! (me duele, me duele)
—¡Manchay sumac kay wasi! (que linda está esta casa), dijo Celiacha.
Era grande con altar tallado, puerta de madera y ventas de vidrio, el cuero de los
animales era usado como alfombra, estaba amoblado con madera que le daba
un aspecto rústico, en el centro había una cabeza de toro que daba vida y de
repente las niñas de recordaron de Lanitas haciendo que se pusieran tristes.
a buscar la calma,
Al llegar el medio día fueron a la plaza, los chiquillos corrían, se veía personas
en restaurantes, otros en patios de las casonas, ancianos en las bancas, algunos
dando consejos y otros cantando los famosos yaravíes arequipeños; después
contemplaron la Plaza de Characato, estaba hecha de sillar, en el medio había
una fuente de donde salía agua pura y limpia, las niñas corrieron junto a la fuente
y bebieron agua; el cielo azul les recordaba a su precioso campo y desde el
centro de la plaza se veía las chacras. En todo el rato, Celia y Clementina no
podían dejar de pensar en Lanitas y suspiraban a cada momento.
Ese día fueron al río, bajaron por una colina cubierta de flores, las ovejitas
jugaban junto las niñas y Lanitas. Al llegar al río las niñas jugaron como nunca
junto con su mascota. Era tanta aquella alegría, la risa y felicidad era grande,
como si aquellas niñas no estuviesen en el rio si no en el reflejo de las nubes y
el cielo, las risas eran angelicales.
—Lanitas estará con nosotras siempre, ¡los quiero! Respondió Celiacha juntando
su meñique con el de su hermana.
María José