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EL ICHURI Y LA WIK’UÑA

Cierto día en enero de 1919, en el centro de Arequipa, Luis Willca llegó agitado al
consultorio del joven médico Francisco Delgado, su amigo de infancia, para pedirle
ayuda, ya que, en su pueblo, Tambo Cañahuas, la gente se estaba muriendo por
una enfermedad desconocida y no había un médico para atenderlos. Francisco,
conmovido, decidió viajar al lugar que lo cobijó en su niñez, cuando su padre, un
juez itinerante, lo dejó al cuidado de la familia de Luis, donde pasó los dos años más
felices de su vida, amando la forma de vivir de una comunidad andina, donde
siempre observó afecto y apoyo entre los comuneros, incluso aprendió quechua.

Francisco, respetuoso por convicción, comunicó a su madrastra Grimanesa Latorre


su decisión de viajar, a sabiendas que se iba a oponer, porque ella detestaba todo
lo relacionado con el mundo andino, más aún, el hecho de que haya convivido entre
comuneros, lo que fue la causa de los constantes maltratos de ésta, porque no
entendía como aquél podía querer tanto “las cosas de indios”.

Al llegar, notó que los síntomas que tenían los comuneros eran los mismos de la
pandemia que afectaba al mundo y que había llegado a la ciudad de Arequipa, la
“Gripe Española”. Durante tres meses Francisco se dedicó a atender a los enfermos,
pero, desolado, como el paisaje del lugar, no entendía por qué, pese a sus cuidados,
seguían contagiándose. También, se dio cuenta que aún con el calor del corazón
de los comuneros, el frio del lugar seguía siendo un aliado de la mortal enfermedad

Un día, mientras observaba a un grupo de vicuñas que se alimentaba de ichu en la


pampa, vio extrañado que una se alejaba, por lo que decidió seguirla y al llegar a
un arroyo en la Quebrada Jatum Huayco, la vicuña volteó y le preguntó - ¿Por qué
me sigues? – y Francisco replicó – Wik’uñacha (vicuñita) ¿Por qué te alejas y te
expones al peligro? – y la wik’uña (vicuña) le respondió - Es que estoy onqosqa
(enferma) y no quiero hacer daño a los demás, ya que si nos reunimos sanos y
enfermos, todos podemos morir, por eso debo aislarme. Tú, joven ichuri (médico)
debes entender que todo cuanto existe en este mundo, guarda un equilibrio creado
por Wiracocha (Dios creador) y este se ha roto lo cual amenaza a tu gente, porque
ustedes están destruyendo la Kay Pacha (esta tierra) con sus guerras y su
devastación, por lo que están afectando el ciclo sagrado de la vida, lo que ha
enfermado al Inti (sol), y ahora ustedes, con su luz herida y sin protección, están en
peligro porque se les ha impuesto un castigo invisible. Dicho esto, la wik’uña se alejó
de Francisco, dejándolo pensativo y después que regresó al pueblo, puso en
práctica lo que le había dicho aquella. Aisló a los enfermos y vio que los contagios
disminuían y al cabo de un mes la comunidad estuvo libre de la enfermedad, por lo
que, al ver este resultado, decidió regresar a la ciudad para compartir la enseñanza
de la Wik’uña.

Cuando llegó, encontró a la ciudad enfrentando la enfermedad. Hasta ese momento


la única recomendación que había era tener una buena higiene y alimentación
adecuada. Luego, se dirigió a su casa a decirle a Grimanesa que suspenda sus
tertulias semanales porque se exponía al peligro, a lo que ella respondió - ¡Nunca
haré caso a consejos de indios! Sin importarle esta respuesta, decidido, busca
conversar con su profesor el médico Carlos Ricketts que pertenecía a la Junta
Departamental de Sanidad, para sugerirle lo que había aprendido en Tambo
Cañahuas sobre evitar las reuniones y aislar a los enfermos.

El 15 de julio la Junta Departamental de Sanidad acordó cerrar temporalmente todos


los lugares de encuentro. La medida rigió hasta el 4 de agosto y fue acatada de
manera rigurosa, salvo por la terca y orgullosa Grimanesa quien continuó con sus
reuniones. El 12 de agosto la gripe declinó en la ciudad, contando entre las víctimas
a la madrastra de Francisco, quien en su agonía dijo: “¡Pobre de mí, por no escuchar
el consejo del Ande, hoy me toca morir!”.

“Nunca desprecies al Ande o lo que de él se desprende


porque de sus criaturas más sencillas siempre se aprende”

Urpicha Yana Ñawi


KUYAKUYKIM (Te quiero)

En la provincia de Caylloma, departamento de Arequipa, se ubica un campo junto


al río.

—¡Ay, ay! ¡Virgencita de Chapi, khuyapayaway noqata! (tenme compasión).

Un día en el que el frio era intenso como todos los días, en donde corre un ligero
vientecito que te hace helar los pies, sintiendo que la naturaleza te llama para
estar junto a ella. La mañana había llegado, eran las seis, los pastores sacan a
sus ovejas, blancas como la nieve y suaves como el algodón. Estaba subiendo
caminando a duras penas, cansada y agitada; mientras avanzaba, arrancaba el
ichu, el pasto, y le daba de comer al borreguito Lanitas al cual quería mucho, ¡sí!,
su pequeña y amada mascota. Sacó de su chuspita de lliclla una "esquela de la
oveja" que era una especie de collar que tenía una campanita. Se la puso a
Lanitas para que guiara a las ovejas a la cima del cerro y le dijo:

—¡Corree, ¡Lanitas, auritita vengo, Chagaypi (corre)! Lleva las ovejas. ¡Chagaypi
kashan! (allá corre), poniéndole la esquela en el cuello del borreguito dijo
Celiacha, (así le decían de cariño).

La montaña era grande y hermosa, con flores que adornaban el camino, y pasto
con ichu, yareta y la tola que hacía ver a la montaña como un paraíso que en su
cumbre te llenaba de energía. En unos minutos ya le esperaba con el rebaño en
la cima del cerro. Celiacha iba llegando poco a poco con la paja que traía ahí
Más allá había un pequeño riachuelito por su contextura y agua transparente
daba vida a las plantas y hierbas que estaban ahí. De repente apareció
Clementina, ella había tenido un horrible sueño donde las alejaban de su querida
mascota, así que, iba corriendo hacia las montañas con la esperanza de que
Lanitas estuviera ahí y al verlo exclamó:

—¡Lanitas! Sus lágrimas de felicidad caían por sus mejillas rojas.


Inmediatamente revolcaron a la mascota en el pasto y empezaron a jugar y con
las demás ovejas hasta ya no poder.

—Mikhunayashasunkicho? (¿tienes hambre?) preguntó Clementina.


—Are, ¡mikhuy! (sí, comida) respondió Celiacha. A la vista de la respuesta,
Clementina se desamarró la lliclla que llevaba en la espalda para sacar su
fiambre donde había un pequeño platito de barro que contenía queso, chuño,
papas y habas. Celiacha dijo:

—Makinakhepta naqch’ikusun mikhurancheqpaq (Hay que lavarnos las manos


para comer) Así lo hicieron y comieron como si no hubiesen comido en días.

Al terminar volvieron a jugar. Las horas se volvieron minutos y los minutos


segundos, sin darse cuenta notaron que ya era de regresar a casa. Las niñas
contemplaron por un rato tan bello paisaje.

Llegaron a casa. Su madre las esperaba con una rica comida, las niñas se
apresuraron a llevar a su corral a sus ovejas contando que no faltara ninguna,
apenas terminaron de guardar a las ovejas fueron corriendo hacia la cocina. De
repente se veía a su padre un señor alto, su cara demostraba seriedad y
sabiduría, este señor ya hablaba el castellano, pero no tan bien; y con lo poco
que sabía les había enseñado a sus hijas.

—Celiacha, Clementina a la ciudad iremos na, ¡paqarin! (mañana)

—Tata, siempre escuchado: ciudad tiene de güeno, pero también de malo.


Respondió Celiacha.

—Tata, ¿venimos con Lanitas?, preguntó Clementina.

—No llevamos ovejas, ¡manan!, exclamó el padre.

El padre había aceptado un trabajo en las chacras donde podía vivir en una
hacienda y darles una educación a sus hijas, mandarlas a la escuela; a cambio
de eso tendría que ayudar a un loncco arequipeño, quien le había ofrecido vivir
allí para que lo ayude en el trabajo de sembreo y cosecha a cambio de mandarle
al colegio a sus hijas.

—¡Manan tata, sin Lanitas, no vengo! Exclamó Celiacha a la vez llorando.

—¡Calla, paqarin, paqarin! (mañana, mañana)


Las niñas salieron corriendo hacia el corral sin escuchar a su padre, los padres
quedaron tristes, pero no cambiarían de opinión. Celiacha y Clementina llorando
en el corral, abrazaron y acariciaron a todas las ovejas y abrazaron a Lanitas del
cuello con mucho amor y ternura. El borreguito sentía la tristeza de sus amas y
lloró junto a ellas. Las niñas se lamentaban pensando cuando volverían a ver a
Lanitas.

—No miolvides ¡Ay duele, llakisq kashan, llakisq kashan! (me duele, me duele)

—Manchakuni. (tengo miedo) Quédate aquí en mi corazón, ¿prometes Lanitas?


¡Habla ya Lanitas, apura, habla!, decía con tanto dolor Celiacha. Ellas decían
muchas palabras con dolor, sentían que el borreguito las escuchaba y entre más
palabras de lamento se quedaron dormidas en el corral.

En la madrugada su padre las despertó llevándolas donde su madre, ella las


arregló con sus mejores ropajes: les puso una blusa blanca con encajes y finos
bordados en el cuello y en los puños; su curpiño que era un chaleco bordado
completamente, de color rojo, verde y azul, tenía figuras de flora y fauna típico
de Caylloma y una faja gruesa sostenía la pollera larga y roja, éste iba de la
cintura hasta la mitad y luego seguía un bordado artístico que llegaba hasta los
pies. Mientras la madre alistaba a Clementina tarareando la música del Wititi y
su padre estaba conversando con el camionero, Celiacha aprovechó en ir al
corral a buscar a Lanitas, empezó a ponerle la estela, el rebete, pitas de colores
y un mantón de lliclla de acuerdo a su tamaño, lo vistió como si fuera a ir a un
concurso.

En la distracción de su padre con el chofer, ella metió al borreguito al camión a


lo que su padre se da cuenta y lo bajó a pesar de que Celiacha trataba de
impedirlo llorando. Luego la madre subió a las niñas a la parte trasera del camión,
partió y las niñas gritaban desde atrás a través de un pequeño agujero.

Pasaron las horas y llegaron a Arequipa donde estaría el colegio, empezaron a


calmarse viendo el paisaje tan hermoso. Ya estaban por la entrada donde se
veían hartas chacras a punto de ser cultivadas y algunas tierras que las estaban
trabajando.
Se bajaron y su padre se acercó donde un señor que tenía un sombrero ancho
grande una camisa doblada hasta los codos, un pantalón hasta las rodillas y
unas ojotas y en sus manos se visualizaba los años que había trabajado en la
chacra, este hombre era Don Máximo, que tenía un castellano con acento
melodioso.

—¡Buenos días, Manuel, sírvase un vaso de chicha, pero no te vas a tonccorear


(emborrachar), cuidáu!, dijo ese hombre.

—Aqhata ukyaykusun. (tomaremos chicha) Dijo Manuel en voz baja.

Al entrar a la casa vieron que estaba en medio de dos chacras.

—¡Manchay sumac kay wasi! (que linda está esta casa), dijo Celiacha.

Era grande con altar tallado, puerta de madera y ventas de vidrio, el cuero de los
animales era usado como alfombra, estaba amoblado con madera que le daba
un aspecto rústico, en el centro había una cabeza de toro que daba vida y de
repente las niñas de recordaron de Lanitas haciendo que se pusieran tristes.

Más allá se escuchaba una dulce melodía.

“Quisiera irme lejos,

a buscar la calma,

que mi corazón reclama…”

Autor. Pacheco, Rebeca. [ccolca] Amargura –yaraví (2011)


Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=FOGOS47Cz2w

Al llegar el medio día fueron a la plaza, los chiquillos corrían, se veía personas
en restaurantes, otros en patios de las casonas, ancianos en las bancas, algunos
dando consejos y otros cantando los famosos yaravíes arequipeños; después
contemplaron la Plaza de Characato, estaba hecha de sillar, en el medio había
una fuente de donde salía agua pura y limpia, las niñas corrieron junto a la fuente
y bebieron agua; el cielo azul les recordaba a su precioso campo y desde el
centro de la plaza se veía las chacras. En todo el rato, Celia y Clementina no
podían dejar de pensar en Lanitas y suspiraban a cada momento.

Una semana después, en la madrugada, la paja se movía con la briza y las


semillas que volaban le daba una aspecto suave y tranquilo al lugar, todos se
alistaban para ir a la escuela, llegó el gran día para Celiacha y Clementina y las
madres haciendo el desayuno, hombres y niños se arreglaban y la familia de
Celia y Clementina no era la excepción. Después se dirigían hacia el colegio,
algunos con más prisa que otros. Celia y Clementina vivieron así toda la etapa
escolar aprendiendo a hablar en castellano, a leer y a escribir, sumar y restar,
entre muchas otras cosas y también crecían rápido hasta que llegó diciembre y
la familia tenía que regresar donde la naturaleza. La despedida fue triste, las
personas prometían volverse a ver el próximo año.

Regresaron a Caylloma y al llegar a la choza buscaron a Lanitas y cuando lo


vieron no lo reconocieron, ¡no podía ser el mismo Lanitas!, estaba más robusto,
grande y tenía más lana. Estas hermanitas lo abrazaron y entonces Celiacha
dijo:

—Buen hombre, gracias por cuidar de mi borreguito.

—Yuyankichu sutiyta? (¿Recuerdas mi nombre?), dijo Clementina creyendo que


escuchó al borreguito decir sí.

Ese día fueron al río, bajaron por una colina cubierta de flores, las ovejitas
jugaban junto las niñas y Lanitas. Al llegar al río las niñas jugaron como nunca
junto con su mascota. Era tanta aquella alegría, la risa y felicidad era grande,
como si aquellas niñas no estuviesen en el rio si no en el reflejo de las nubes y
el cielo, las risas eran angelicales.

—Te quiero mucha hermanita, y a ti Lanitas. Dijo alegremente Clementina.

—Lanitas estará con nosotras siempre, ¡los quiero! Respondió Celiacha juntando
su meñique con el de su hermana.

María José

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