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CUENTOS DE TERROR DE TACNA.

Pronto entrará en circulación nuestro


amado pancito, nos ha dejado sin fuerzas, pero seguimos, en homenaje
a nuestra amada tierra ROJA Y BLANCA, difundimos un relato.

"El laberinto del cementerio”


Apenas nació, falleció su papá. Vivió con su mamá, en una casa
cercana al cementerio. Vendía agua, pintaba lápidas, arreglaba tumbas,
con ese dinero mantenía a su guagua.
El niño no tenía miedo a los muertos, a sus cinco años de edad. De
pronto, su mamá comenzó a adelgazar, estaba muy flaquita. El niño le
dijo:
-Mamá descansa, recupera tu salud, yo saldré a trabajar.
Los médicos le habían detectado una enfermedad incurable, pero ella
no quería que su hijo supiese algo. Al día siguiente, el niño vendía
agüita en el camposanto. Con lo que ganaba, alimentaba a su
madrecita. A las pocas semanas, los que trabajaban en el cementerio
supieron su situación dolorosa. A pesar de trabajar sin descansar, la
enfermedad ganaba espacio y su mamá pesaba treinta y tres kilos.
Para el niño, su madre era el oxígeno, el agua, la vida. Un día, el oxígeno
se evaporó, el agua y la vida se secaron definitivamente. El juez ordenó
que su cadáver sea llevado a la morgue. Al regresar a su casita, a las
seis de la tarde, no estaba su madrecita. Sus vecinos le dijeron que le
habían llevado al hospital, que luego iba a regresar.
El niño no durmió. Al día siguiente pidió a sus vecinos que le lleven
donde su mamá, sus vecinos se retiraban con la cabeza gacha. Buscó a
sus compañeros de trabajo, tampoco pudieron ayudarlo. La gente
humanitaria comprendió que avisarle sobre el deceso de su madre,
sería la muerte definitiva del menor. Por ello, enterraron en la fosa
común a la mamá del niño, en horas de la noche.
El niño no quería comer, tenía fiebre, quería ver a su madrecita. Los
médicos decidieron sedarlo, mientras se buscaba una solución
salomónica. Después de una semana, tuvo un sueño. Soñó con su
madrecita, ella le dijo que estaba bien, que descansaba al lado de Dios,
y que jamás lo abandonaría.
Cuando dejaron de sedarlo, el pequeño conversó con la junta de
médicos. El niño relató el sueño que había tenido. Al día siguiente le
dieron de alta del hospital. Regresó a su casa, sacó una lampa y sus
baldecitos, y se dirigió al cementerio. Comenzó a excavar en la fosa
común, su corazón le indicaba que estaba allí. Después de un mes de
búsqueda, se dio por vencido.
Una anciana le había dicho que su mamá estaba enterrada en un nicho,
en la zona histórica. El niño pensó: -no puede vivir una persona que no
tenga agua. Decidió construir unos canales chiquitos, por toda la zona
histórica del cementerio general de Tacna.
A oscuras, cada día excavaba y colocaba piedras de cantería para
asegurar el canal. En un mes de intenso trabajo nocturno, unió el canal
con el pozo de agua existente en la zona de tierra (frente a la capilla de
la niña María Hernández).
Suavemente avanzaba el pequeño río, irrigando la zona histórica. Pero
se dio cuenta que el agua no llegaba a los cuarteles, a los nichos que
estaban en la zona elevada. Con lo que ganaba, vendiendo agüita,
compró millares de sorbetes transparentes. Comenzó a unir los
sorbetes, conectó el pequeño canal con cada uno de los nichos. Sus
débiles ojos, poco a poco comenzaron a hundirse, ya casi no
descansaba.
Las madres del ayer se reunieron de urgencia y acordaron ayudar al
niño. En la madrugada, ellas unían, conectaban el canal con cada
tumba, con los sorbetes. Al poco tiempo, el cementerio recobró su
vigor, su alegría, se llenó de plantitas.
Una mañana, se encontró al niño sonriente, inerte. Arriba, derramaban
lágrimas las avecillas; abajo, las lagartijas se vestían de luto. Todas las
habitaciones del campo santo se humedecieron.
Visitante, si caminas por la zona histórica del cementerio, ingresarás al
laberinto que conduce al amor. (Reymundo Hualpa Condori, 2013).

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