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Glückliche Savannen – Friede Schecker

Indice
Introducción 7
Primer viaje a la Sierra=Tayrona 27
En un camino indígena viejo 28 – “Fiesta de Santa Carmen” en la zona de
bananos de la “United Fruit Company” 34
Del lado sur a la Sierra: Chimilas y Arhuacos
38
Por el gran pantano del corriente Magdalena 38 – En el camión por la selva
de Fundación a Valencia 40 – Rancho en el bosque trópico 41 – Sabanas
felices 44 – un pueblo moribundo 45 – el último cura de los Chimilas 46 – el
tesoro de oro de María Angola 50 – con las mulas a las montañas 52 – El
“orfanato” 58 – Una cabalgada a la Caja 61 – Un indio cuenta de la misión 65
– Mamo Adolfo 69
Sobre la cotidianidad de los Arhuacos
74
Sobre el mito de la vida familiar indígena 79 – cinco días de viaje de regreso
en caballo 91
Al reino de los muertos de los indígenas Arhuacos y Cagaba
96
Secretos, encanto y horrores de una sierra nevada tropical 96 – El valle de las
ranas negras 112 – La vieja Nabova – una leyenda del páramo 114 – El
camino de los muertos 116 – La gran soledad 120
Sobre las indígenas de la Guajira
130
Entre Rio Hacha y Valle-Dupar 138 – El árbol venenoso 140 – Los motilones 145 –
Cechvas 150 – Motilones y Arhuacos vuelven enemigos 152 – De vuelta donde los
Arhuacos 154 – Santiago el malapata 158 – Ticocoreba 160 – A Donachui 164 –
“Civilización” y alrededor del imperio Penvo 171 – Santos extraños 175 – El bosque
que se queja 181 – Utanquez 183 – Últimos restos de los Busitanas 186 – La mula
188 – Una reunión misteriosa 190 – Donde el camino de los Trapiche 193 – Una
corte real secreta 197 – En la sabana de Secra Kungi 202 – La génesis 205 – Una
génesis de los Penvos 207 – La repartición de los bienes 208 – El gran aluvión 209 –
Al reino de los templos 211 – Confesión, expiación, jurisprudencia 214 – Piedras
mágicas 216 – Fiestas y bailes en el reino de Mamo Wi 219 – En el reino de las
madres 224 – La leyenda del Lago Urwawika 225 – La montaña quemada 227 – El
tirano (una fábula indígena) 229 – El reino indocumentado 231

El último cura de los Chimilas -46 pág.


Se menciona San Sebastián a partir de la página 48.
Cuando los indígenas en su gran necesidad enviaron desde Pauruba, el hoy en dia
San Sebastián, una delegación de indígenas Arhuacos a Bogotá para pedir ayuda al
presidente en contra de sus torturadores, se subió la misión a las montañas que
declaró rigurosamente invalidas las deudas de aguardiente de los indígenas que
tenían con los creoles y esto les liberó a los que terminaron en dependencias hasta
donde se trató de deudas de alcohol las que tuvieron que pagar trabajando. Pero la
misión hizo lo mismo – si también en otra forma que los torturadores antiguos – que
todo hicieron con los indígenas, los violaron por su propios objetivos/fines.
En esta cueva que queda cerca a la choza de Ribera se encontraron en secreto
desde el tiempo de los españoles los curas y allá escondieron los pocos leales e
iniciados. Desde acá se aconteció lo humanamente posible, parar la decadencia.
Pero cada vez más desperdigaron los tribus (etnias), las conexiones se aflojaron y
se disolvieron. Por la intervención de los capuchinos se aceleró cada vez más el
colapso. Ayuda desde acá solo pudo influenciar destinos individuales.
Ribera se dio cuenta que después de su muerte todo se acabará y su talento, ver al
futuro, le dijo que con la luna en cuarto menguante desvaneciera, en la noche con la
oscuridad más grande. Luego se cerraría la apertura de la montaña para siempre
sobre los Dioses, altares y los últimos tesoros de oro y vestidos de fiesta del pueblo
muerto. Y él llamó a todos sus leales al último servicio (misa) en la noche de luna
llena en honores a la luna perfecta. A partir de esta noche el viejo cura perdió peso
sin una razón visible y solo era una sombra de su ser antiguo. Triste pero relajado
percibió su entorno las señas de su decadencia como irrevocable.
Dos días antes de luna nueva se revivió la finca cerrada. En su mayoría indígenas
viejos y venerables pero también algunos jóvenes se presentaron, solo Samuel
Ribera sabía cómo y de dónde vinieron. Intercambiando un saludo silencioso con
Samuel se retiraron en un silencio de piedras, últimos testigos de un tiempo que se
está muriendo.
El tiempo pasó tranquila y constantemente hasta la noche de luna nueva.
Aparentemente solo a los huéspedes mudos les invadió una desasosiego.
Samuel era tan débil que casi no pudo levantarse de su cama. Pero esperaba alegre
y claramente la noche.
La noche cayó, Samuel decayó visiblemente, estaba acostado en profunda agonía.
Sus mudos huéspedes estaban reunidos alrededor de él, las manos hacia el cielo
susurrando oraciones con su labios mudos.
Desde lejos sonaba un golpe sordo como de una explosión. Un sollozo y suspiro
hondo sonaba por las filas de los huéspedes. Ahora pasó: Todos los símbolos de su
cultura y de su fé estuvieron enterrados y sepultados!
Samuel dijo: “Voy” y se murió.
Los indígenas estaban lamentando fuertemente alrededor de su último cura,
simbolizando la necesidad y el dolor de un mundo, poniendo música a una tormenta
del lamento, natural y poderoso. Así llevaron a Samuel Ribera al anillo debajo de los
robles de siglos y se fueron al extranjero, para allá y para allí, como unas hormigas
que les olvidó el camino hacia su hormiguero, que saben que están perdidos.

Con las mulas a las montañas p. 52 – sobre los indígenas a partir de la


página 54
También los Indios bajaron de sus fincas al pueblo desde la noche anterior a la
fiesta. ¡Mejor que no vinieran a tales fiestas!
Vienen vestidos de sus mantas de lana colorida, sus gorros en forma de colmena
hechos de rafia de guayaba, el símbolo de su virilidad, en su cabello negro que
marca con mechas largas sus caras frescas, las mochilas coloridas colgadas en sus
hombros los que les han hecho sus mujeres. A menudo son piezas de arte que
cuestan meses de trabajo.
Con cargas de perlas de vidrio se decoraron las mujeres y sus mochilas más bonitas
cargan fijadas en su frentes. Ellos viene con flautas de Pan, con tambores, maracas,
armónicas, con bueyes que cargan sus alimentos o frutas y hierbas para
intercambiar, con caballos bonitos y muchos perros. Ellos son tan chistosos y llenos
de aguardiente, toda la noche suena su música, toda la noche se repiten estos dos
tactos:
Con esta melodía se canta todo lo que se mueve en su círculo de vista. “Me gusta
tomar guarapo, ¡amo mucho guarapo de piña!” o: “Las mujeres no me quieren, ¡así
que quiero bailar solo!”
Después de la procesión en la cual peregrinan seriamente como es su naturaleza,
se dan las manos para el “Chicote”. “Chicote” es uno de sus pocos bailes seculares
los que bailan en las fiestas eclesiásticas de los extranjeros. Es muy sencillo,
caminar por un lado y por el otro en un círculo, hombres y mujeres mixtos. En el
centro del circulo está la música. Eso recuerda como si estuvieran jugando niños en
un círculo, así están todos divertidos de una forma inocente, de todos las caras
abiertas ingenuamente.
Tchin-tchin-bum-bum – la fiesta se acabó. Al amanecer vi varios indios yendo a la
casa llorando, sin bolsos, sin gorro, sin caballito. “¡Anoche me quitaron también mi
esposa!” solloza consternadamente un indio, la cabeza todavía no tan clara de
chicha y aguardiente.
Nunca van a aprender estar a la altura de este pueblo sin raza al borde de su reino
que se compone de los elementos que describí en Camperucha, el que trae torcido,
estropeado, lleno de enfermedades a los indios las bendiciones de la civilización el
que anhela volverse rico sin escrúpulos para el cual nada es demasiado sucio si solo
genera algunos centavos.
Me despido cariñosamente de mis compatriotas. No puedo esperar conocer a los
indios en su reino. Dos hijos de los colonos me acompañan, quieren volver a ver a
su padrino R. en Pauruba (lo que los misionarios capuchinos llamaron San
Sebastian). Subimos a caballo crestas peladas, ¡nada de bosque! Solo acá y allá
unos árboles pequeños profundamente en los pliegues de las montañas de pasto
donde pasa un arroyuelo. Los dos muchachos cuentan que a los indios les gusta
prender fuego a las cuestas de pasto para que salga mejor el pasto joven para su
vaca. – Para arriba y para abajo va la cabalgada sobre cuestas sin sombra a cuales
pega el sol sin compasión, pasando por los restos de pueblito indígena que fue
destruido en los tiempos del descubrimiento. En Chinchiqua, un pequeño rio e
Aguacil hacemos una pausa. Acá para todo lo que viaja entre Pueblo Bello y
Pauruba porque es exactamente la mitad del camino y el sitio más bonito para una
pausa lo que hay. Un pedacito de bosque subtropical se consolidó por la humedad
ante el fuego. Por un camino […]
[…] Una familia Arhuaco baja con sus bueyes de la altura al valle. Todo un rebaño
de perros con pelo largo con ojos bonitos e inteligentes forma la vanguardia. Luego
sigue el indio. Sobre la ruana de lana blanca lleva cuatro mochilas con patrones
bonitos en los hombros y una cosa rara en la mano. Una mejilla parece muy
inflamada. Pero es solo una mascada de coca y el pequeño aparato en su mano es
una calabaza llena de cal de conchas de lo cual toma con un palito y se lo pone en
la boca con la coca masticada. La madre de las madre debe haber bendito
(consagrado) la coca a los indios lo que les da una perseverancia infatigable en su
caminatas largas y que mata el hambre y la sed.
Por una cuerda lleva el indio su buey cargado con bananos verdes, cebollas, maíz.
Por los lados está colgado en redes de rafia una cantidad de gallinas y encima hay
una hamaca y una cobija.
Detrás él va la india, decorada con unas libras de perlas de vidrio colorido. En su
pecho se vive y mueve. Una cabeza de un pollito se asoma por el hueco donde se
cruzan sus dos abrigos que se caen cada uno por un hombro. Por el frente tiene
colgada una cantidad de mochilas, en la más grande una carga enorme de
alimentos, en la segunda un cerdito amarrado que se asoma por arriba.
Aparentemente es el más chiquito que todavía no puede caminar muy bien porque
los tres otros cerditos andan a pasos cortos por el lado de la india; por la tercera se
mueve una cabecita café con cabello negro que está mirando vivazmente. Más
abajo están colgando las piernitas respectivas y tamborilean alegremente en la
espalda de la madre. Pero las cargas, el ponquecito, cerdito y el lactante no le
bastan a la indígena que anda en pasos pequeños rápidamente con sus pies
descalzos detrás del buey por el camino estrecho y pedregoso. Ella trabaja en una
mochila de lana y hace en color en la base blanca con mucho primor de lo que el
mito y su entorno le inspiran. Ni modelo ni papel de calcar necesita. Nacen
escorpiones cafés y verdes, la rana, el profeta del clima y de la muerte de los indios
que también indicará el último gran diluvio o el gavilán, el guardia del templo o el
arco de sol. Lineas en zigzag significan los sinuosos caminos serpentinas o cursos
de ríos, la cruz el símbolo de la génesis del mundo.
Para no tener que hacer un nudo con tanta frecuencia en el hilo lo arrolla muy
rápidamente después de cada puntada dos o tres veces por la mano y el codo. Así
camina y carga las cosas, cuida al niño y al pollito y al cerdito y mientras tanto crece
en sus manos una pequeña obra de arte. Detrás ella caminan un pequeño
muchacho y una muchacha, el muchacho con arco y flecha para tirarla a los pájaro,
la niña con un pequeño perrito en los brazos.
Con un salto se deslizaron los dos pequeños por una cuesta pastosa, muy
asustados por haberme visto. La mujer se agacha tímidamente detrás su buey y el
señor nos da las espaldas. Adicionalmente al rechazo natural contra los extranjeros
los que les causaron tantas experiencias malas, tienen miedo de mi cámara
fotográfica. Ellos saben que se les “quita con esta la cara” y creen que él que posee
su foto / imagen, tiene un gran poder mágico sobre su vida. Por eso regalé a todos
los indios con los que pude tener contacto, después del revelado de las fotos su
imagencita a lo cual reaccionaron muy satisfechos y me tenían mucha simpatía
porque “les devolví su imagen”.
Pasamos la colina más alta. Delante de nosotros se extiende una sabana bonita con
rebaños de ovejas y pequeñas chozas cubiertas con pasto. Siempre dos se
enfrentan. Como casa de setas calabazas del imperio de gnomo están sentadas allí
en lo verde, redondas, sin ventanas con una puerta hecha de un pedazo. El suelo
está hecho de piedras grandes del arroyo, en ellas reposan los muros hecho de
barro y encima un sombrerito un poco torcido y osado. En la cima domina, también
ladeado, una olla pequeña para salvar de la caída los últimas haces de pasto.
“Los progenitores lo han dicho de esta manera que el hombre viva en su casa y la
mujer en la suya porque la cercanía de la mujer debilita el poder mágico del hombre
y los demonios se imponen.” Un jardín colorido y silvestre pertenece a cada casa
rodeado por piedras apiladas que lo defienden contra los cerdos su entrada. Una
indígena coge coca. Es un acto santo. Solo la mujer puede cosechar coca, solo el
hombre puede sembrarla en el campo bendito por un cura y más tarde masticar.
“Bunkuej, la hija de la madre las madres se los trajo a los indios y les dije así
mientras su hermano les dio en la mano a los hombres el poporo que tomaran cal
con la coca.”
Varias hierbas culinarias, verduras y plantas medicinales planta la india en su jardín
cerca a la casa: Aracacha, Yuca, Lame, frijoles, cebollas, ajo y manzanilla. La madre
de las madres lo quiere de esta manera que ella cuida todas las plantas que crecen.
Así que sale en la madrugada a las plantaciones que queda muy lejos de la casa y la
huerta, con su cerdito atado y vuelve con ellos para preparar a su esposo la comida.
La coloca frente de su choza y el hombre viene de la suya para comérsela delante
de la puerta de ella. Ella está sentada con su huso en la puerta y lo observa. Luego
como también ella lo que le dejó él.

El „orfanato“
Nos acercamos al pueblo Pauruba que los misioneros españoles bautizaron San
Sebastian. El “Ophelinat”, la escuela misionera con techo de chapa ondulada, se
ubica poderosamente, ajena y oscura arriba del pueblo que está rodeado por una
muralla de piedras redondas del rio y se parece a las caras reservadas de los indios.
Hace silencio en el pueblito. Las casa están vacías. Ordenados en parejas se nos
acerca un grupo de indios en la edad de cuatro a 14 años, liderado por un hermano
capuchino. Las cabezas rapadas tienen puestos chaquetas y pantalones demasiado
estrechos y amplios, rallados de azul y blanco que parecen ajenos e impersonales.
Algo roto, algo entresacado de su conjunto, de su paisaje está en sus movimientos,
en sus ojos.
¿Qué les han hecho?, pienso yo. Y ya estamos entre ellos, saludamos al monje y
reparto el resto de la chocolatina entre los pequeños.
Uno de los más pequeños que alcé en mis brazos, no me vuelve a soltar. Él se fijó
completamente en mi cara con sus ojos tristes, con sus ojos que parecen pedir:
¡Quiero ir donde mi Mamo! Tengo que abrazarlo otra vez firmemente.
Me llegan las lágrimas, no sé por qué. Y luego seguimos cabalgando hacia arriba
donde mi paisano R. quien nos está esperando. No, ellos no son los indios que quise
visitar, ellos no son los cuales que me encontré en Aguaeil y en camino hacia el
pueblo. Mi paisano me consuela: “Ya mañana si quieren cabalgamos a la Caja muy
profundo a las valles donde tengo mis plantaciones. Allá puede visitar a los indios en
su escondites y ver cómo viven acá abajo en la zona montañosa templada. Y si
quiere conocerlos aún mejor tiene que subir los páramos donde están sus templos.
Pero hasta allá difícilmente alguien le llevará. El sello del secreto está encima de
cada montaña y cada lago y cada valle.”
Algunos colonos de Pueblo-Bello que están de visita donde mi paisano me cuentan
del Orphelinat que significa para ellos una base con sus esporádicas órdenes de
trabajo y posibilidades de ingreso. Eso es el informe de gente que no se ocupan de
los indios o muy poco excepto cuando tiene que ver con sus negocios.
“Originalmente los indios, sugerido por un medio-indio, habían deseado una escuela
misionaria. El mismo había viajado con una delegación de Arhuacos a Bogotá y
había presentado este deseo al presidente. En los primeros años los indios habían
enviado libremente sus niños. Ellos se quedaron hasta que alcanzaron la edad núbil
y habían aprendido todo.
Pero luego los indios comenzaron a quejarse de la escuela. No querían echar de
menos sus hijos que necesitaban en sus plantaciones. Empezó una presión a la cual
los indios no estaban acostumbrados. Desearon cada vez más fuertemente que la
escuela debería desaparecer y no volvieron a entregar niños. Como consecuencia
se eligió una policía entre los civilizados. Se nombró un alcalde del pueblo y se forzó
la indicación de la cantidad de niños. A cada familia se deja dos niños, los demás
van obligatoriamente al Orphelinat.
Se les quita todo de los alumnos de Orphelinat lo que está vinculado a su cultura de
indios y sus costumbres, tienen que quitarse su manta y reciben ropa de los
civilizados. También se corta el cabello a los muchachos.
Primero deben ser enseñados en la Fe católica y aprender los conocimientos
escolares usuales y finalmente en grupos un oficio que ellos eligen: carpintero,
campesino, cortador de tablas (leñador), guarnicionero, arriero, todo lo que se
necesita en la región montañosa.
Las muchachas aprenden donde las hermanas tejer, cocinar, administrar, coser.
Obviamente la misión da mucha importancia a despedir los alumnos como parejas
casadas por la Fe. Luego la misión da a la pareja cerca al Orphelinat una pequeña
cada de barro en el estilo de los civilizados o ayuda con la construcción y da la
comida durante el tiempo de la construcción. La mujer recibe los aparatos culinarios,
una vaca joven, ganado menor (aves, conejos, etc.), un lote pequeño para cultivos
que una vez fue arado y sembrado (por cierto lo que todo no le cuesta ni un centavo
a la misión). Sin embargo en la mayoría de los casos los indios dejan volver a crecer
su pelo negro que curiosamente nunca se pone gris, y vuelven a ponerse la
Cachucha. Se quitan el cristianismo con su ropa civilizado y la cambian por su manta
y todos sus accesorios que son la expresión de su fe y su tradición vieja. Mi paisano
goza una gran confianza entre los indios en comparación con los creoles que suben
para acá. Ciertamente se la ganó honradamente en los años largos de su estancia y
también a menudo fue probada. A su influencia le debo que prontamente yo también
no soy más una extranjera.
Una cabalgada a la Caja
Ahora conocí una de las lugares más fértiles y bonitos de la Sierra. Es el valle de
Caja al suroeste de San Sebastian lo que alcanzamos en cuatro horas en caballo.
Tímidamente se escondieron en las arrugas de las cordilleras “nidos de indios”
aislados, solo reconocibles por las manchas irregularmente limitadas, matizadas del
verde más clarito hasta el más oscuro: agaves, bananos, maíz, plantaciones de
coca.
Pasamos en caballo por la montaña Silihungo que tiene 2.500 metros de altura con
su pared empinada de una roca gris de la cual cae una cascada. Luego la trocha va
lentamente bajando en serpentinas a la valle, hacia abajo por partes profundas con
arroyos que están canteadas con palmeras, lianas, arbustos oliendo a heliotropo y
orquídeas, luego un poco hacia arriba por pastos de flores con árnicas, rosas de los
andes, arándanos y moras, por cuestas pastosas en las cuales de vez en cuando
brillan orquídeas de tierra en tamaño de lirios, de color dorado en la hoja de abajo y
despidiendo un olor suave. También se encuentran orquídeas de pasto de un verde
clarito y de color yema cuyos muchos flores finos se juntan creciendo en la punta del
palito a un ramo.
De vez en cuando aparece una casita de indios en el verde. Bandadas de
papagayos verdes se levantan volando de las plantaciones de maíz, llenando al aire
con sus gritos discordantes. Los espádices ya están llenos de semillas blancas y
dulces. En la sombra de los plataneros se esconden pequeños cafetos – lo más
cerca de las casitas, cuidado con un esmero especial, cubierto con hojitas de verde
primavera, el arbusto de coca.
Sigue la cabalgada por pequeños bosques. El bosque trópico habla con mil voces.
Pájaros cantadores gorjean, pájaros carpinteros martillan, papagayos gritan y algo
más lejos suenan los gritos inquietantes de los monos aulladores. Millones de
cigarras resuenan su canción de amor ensordecedor.
La tarde era magnifica con su juego maravilloso de nubes que suben que brotaron
por las cimas de las montañas como papilla que se rebasa. Pero el juego se volvió
rápidamente muy serio. Las nubes se concentraron pronto para el aguacero tan
típico para la temporada de lluvia entre las 4 a 6 y nosotros nos pudimos retirar a
tiempo en una choza de indio, antes que arrancó un “aguacero” fantástico. Es la
finca del Corregidor (eso es un indio instalado por el gobierno, que tiene que vigilar
el cumplimiento de las ordenes estatales por parte de los indios y presentar y
representar los asuntos de los indios). Apolinar es unos de los indios más
inteligentes, hijo de un viejo blanco Mamo que conoce y guarda muchos secretos de
la Sierra.
Lo interior de la choza ofrece una imagen de un verdadero encanto: Cerca del fuego
está hilando una india viejísima. Una mujer joven está manejando la olla redonda de
barro que está en tres piedras sobre el fuego y hirviendo.
Un pequeño bebe de color café, vestido con una bata hecho de cretona decorada en
color café, está tocando sus palmas, divertido por el aguacero afuera, y cada
momento no vigilado se mueve hacia afuera al canalón de un frío de miedo que está
chorreando del techo debajo lo cual se formó de inmediato lodo suave.
Perseverancia lleva a la meta. Pronto se arrastra como una rana en el lodo,
lanzando gritos de alegría en el baño que viene directamente de la Sierra – hasta
que tuerza la boca y entra llorando de manera lamentable donde la Mamo le guarda
con todo el cariño en su bolsa caliente. La madre se coloca el lazo por la frente y
mece al pequeño en su espalda hasta que se duerma caliente y agradable. Luego la
abuela lo coloca en su “cama” una piel de vaca no curtido que está cerca del fuego.
La madres coge una rama verde y con este barre la choza en honores de los
huéspedes que llegaron con la lluvia y prepara un café para nosotros.
El joven indio nos invita sentarnos cerca al fuego y nos acerca a cada uno un
taburete de leña pesada de hierro hecho de un solo pedazo y por la superficie de
asiento hay una ensenada. Es bastante cómodo.
Cuando salen de mis alforjas tesoros de todas clases que las corazones de los
indios anhelan: una cadena de vidrio, una aguja de zurcir, una pequeña navaja y
cuando la bebe que se despertó se siente como si nada en mi regazo, ya se tendió
un puente muy tímido. La vieja vuelve a coger el huso, la madre sigue
anudando/tejiendo con la nueva aguja la manualidad eterna de las mujeres
Arhuacas, la tutu, y realmente contemplo honestamente con asombro la vieja bonita
muestra de escorpión que sus dedos hábiles crean en color café y verde en la base
blanca hecha de lana color natural como si fuera magia.
Apolinar sube sus manos hacia el techo y saca de una de las tutus que están
colgadas allí un paquete envuelto en hojas de maíz. Dentro hay una decocción
espesa y viscosa de caña (panela). Me regala el paquete y luego empezamos a
charlar. ¡Tengo tantas preguntas! Escuché pedazos de cuentos sin contexto que
quiero complementarlos; vi piedras viejas de los indios sin poder interpretar las
señas y quiero saber mucho sobre las ceremonias antiguas que se celebra en
secreto y sobre las costumbre que existen paralelamente al cristianismo forzado
como los viejos nombres que todos los indios llevan al lado de su nombre español
que les dio el estado.
Las respuestas resultan muy reservadas y es mejor no seguir preguntando! – Me
ocurren los artículos en las revistas colombianas que tratan de la Sierra y sus
habitantes escrito por personas cuales como escuché solo se atrevieron ir al borde
más lejos de la Sierra y que escribieron las tonterías usuales con las cuales un cierto
tipo de escritores les gusta darse tanta importancia. Lo conté a Apolinar y cuales
rumores falsos existen sobre los indios como por el lado católico están esforzados
mostrarlos como inmorales, practicando una idolatría confusa, sucios y salvajes para
justificar todas las medidas de los creoles que en ocasiones llevan muy cerca de la
perdición. Después de esto Apolinar se apasiona. También a él le han llegado varios
de estos apuntes.
Se queja seriamente sobre la explotación y subyugación que tienen que aguantar
permanentemente los indios en pequeñas y grandes medidas por parte de los
intrusos y sobre el daño que genera el aguardiente entre ellos que los comerciantes
les ofrecen de una manera seductora y así obligan que no podrían rechazarlo para
ser engañados suciamente por los mismos cuando están borrachos. Cuenta de un
libro viejo que fue escrito por un padre en los tiempos de los primero conquistadores
que tenía un amor grande hacia los indios. En él están apuntados todos los viejos
mitos y leyendas de los indígenas de las montañas y todas las formas antiguas del
culto, de las fiestas religiosas y los ritos familiares. Los indios lo protegieron y
guardaron como un santuario en su templo principal en el límite de la nieve, muy
cerca al apartamento de Dios, hasta que a un indio “moderno”, para estar muy
seguro, le ocurrió desdichamente en el año 1916 llevarlo a la oficina del alcalde en
San Sebastian que fue nombrado por el gobierno. Allá fue robado inmediatamente
por los “civilizados” codiciosos que nunca respetaron la propiedad y los santuarios
de los indios. Con esto se les perdió a los indios un tesoro infinitamente valioso
porque ahora viven los antiguas historias, fiestas y costumbre familiares solo de
boca a boca (oralmente) y se pierden cada vez más.
Hice de tripas un corazón y salté al centro de lo que nunca habría esperado poder
atrever tan rápidamente.
“A mí me repugna mucho”, dije, “que los Civilizados que difaman su fe, usan su
inteligencia para nada más que engañarles. Estoy convencida que a Dios le gusta
más su vida pacífica y sencilla sin mentira y odio y robo que la de muchos
Civilizados y padres. ¿No quieren que alguien que ama a los indios, cuenta la
verdad sobre ustedes y sobre su miseria a los allá afuera en un libro? No será tan
gordo como el que han perdido pero será diferente que lo que se cuenta sobre
ustedes allá abajo. Pero – si no cuentan a nadie de sus costumbre bonitos e
historias, ¿cómo puedo entenderlos completamente y juzgarles correctamente?”
Un poco con miedo observé el efecto de mi confesión abierta hacia él porque podría
ser que eso era lo menos inteligente lo que pudiera haber hecho! Podría ser que
ahora ya no me enteraré de nada más acá arriba porque Apolinar era Corregidor de
los Indios y su padre uno de los Mamos más prestigiosos que dispone de mucha
sabiduría e influencia fuerte sobre los indios.
Pero Apolinar quedó abierto. Pero de nuevo se despertó la desconfianza, como los
indios no lo están acostumbrados de otra forma que se les da promesas para
sacarles su secretos y luego cuando uno alcanzó su meta egoísta nunca cumple con
lo que ha prometido. Un joven latinoamericano se había dejado enseñar durante
muchos años en el estudio de los Mamos con la promesa acabar con la misión allá
arriba y construirles una escuela como la desearon ellos. La verdadera razón por su
larga estadía allá era para espiar los últimos utensilios dorados de culto y figuras los
que los viejos, iniciados los tienen baja custodia tan estricta que los mismos indios
no saben dónde están escondidos. Muy rara vez en las fiestas muy grandes que
cada vez son menos los sacan porque se dice que tienen fuertes poderes mágicos.
– Gracias a Dios se aburrió el “estudiante de la teología india” y solo se contentó con
el desfalco del dinero que los indios le dieron para la construcción de la nueva
escuela y se lanzó luego al comercio con aguardiente que era muy lucrativo.
“¿Quieres enviarnos muy seguramente lo que escribes?” Lo prometí de nuevo y
aparentemente me creyó. Pero no pudo solo asumir la responsabilidad de lo que le
pedí y no quiso actuar sin el consentimiento y el consejo de los viejos. Revelar
ciertos secretos es allá arriba un pecado mortal. La sugestión tiene acá todavía un
efecto tan fuerte que después de tales infracciones sin violencia ninguna al pecador
toca la muerte, también cuando es desconocido. Se va consumiendo y ningún
médico podría diagnosticar una cierta enfermedad.
“¡Quiero enviarte un viejo indio sabio que sabe más que yo!” prometió Matuna. Y
luego me contó como acá arriba se civilizó y cristianizó cuando él todavía era un
muchacho pequeño.

Un indio cuenta de la misión


(Eso no contó solo un indio. Cada uno con quien hablé adjuntó un poquito. No hay
nada que me inventé yo.)
“Cuando era un niño pequeño llegaron los capuchinos acá arriba a nuestras
montañas. Caminamos hasta la capital, muchos días, pedir ayuda al presidente
porque los extranjeros nos engañaron tanto que volvimos todos pobres. Y luego nos
quitaron también nuestra libertad porque dijeron que les debimos tanto por su
aguardiente al cual nos obligaron a tomar siempre de nuevo. Nos invitaron a un
trago y al otro día nos mostraron un papel el que hubiéramos firmado – con cruces
porque no supimos ni leer ni escribir -, y por eso les tuvimos que dar una vaca por
mucho menos que normalmente nos pagaron o un cerdo o tuvimos que trabajar para
ellos por un salario bajito, lo habíamos firmado de esta manera.
Nosotros no entendimos nada de todo eso y solo sabíamos que nos engañaron pero
el Presidente no sabía nada de eso y no hubo nadie que nos ayudó. Así que algunos
de nosotros fuimos hasta Bogotá y nos miraron con curiosidad porque nuestra ropa
era diferente que la de los civilizados. Nos ayudaron con amabilidad y nos mostraron
el camino hacia el Presidente. Él escuchó todo lo que le dijimos y nos prometió
ayuda.
Nos envió los monjes a las montañas.
Nos prometieron construir una escuela y nosotros les dimos nuestra palabra enviar
nuestro hijos para que aprendieran todo lo que necesitan para defenderse en contra
de los extranjeros que los esclavizaron y les robaron; porque los indios no sabían
sus “secretos” (escribir, leer, calcular u.a.).
Y los viejos esperaban a la escuela con gran alegría y ayudaron talar árboles,
aprendieron hacer ladrillos y los cargaron – y vieron crecer a la gran casa con
asombro.
Pero pronto nuestros padres se dieron cuenta que se volvió totalmente diferente
como se nos prometieron. Los niños tuvieron que quedarse con los curas blancos
día y noche y por tanto trabajo duro no lograron estudiar nada.
Les enseñaron que somos profanos y decaídos al diablo si no creímos en el Dios
ajeno y si no nos burlamos de nuestro Dios y la madre de las madres y si no nos
ponemos la ropa de los extranjeros. Los curas cortaron a todos los muchachos el
pelo largo así que les dio mucha vergüenza volver a la casa y dejarse ver de alguno
de los suyos. Porque donde nosotros esto es el castigo más duro que tenemos
cuando a uno de nosotros el Mamo corta el pelo. Él tiene que haber cometido un
homicidio o ser un ladrón. Muchos que fueron castigados así, buscaron la muerte, se
colgaron para no tener que mostrarse entre los demás sin pelo.
Y ahora fueron deshonrados de esta manera todos los muchachos que se enviaron
a la nueva escuela. Nadie quería enviar más sus hijos a los curas blancos y nadie
quiso ayudar más en la construcción de la escuela.
Nadie quiso subir sus mejores vacas por 10 libras de sal donde los curas porque
habíamos visto muy bien en nuestra caminata que una vaca vale más.
Entonces vinieron los esbirros y sacaron los niños con la pistola en la mano de las
chozas de las madres y los encerraron. También a mí me quitaron los curas blancos
de mis padres para educarme en el monasterio como dijeron.
Allá eso fue para nosotros el infierno. No tuvimos permiso volver a ver a nuestras
madres y hermanas, sentarnos cerca del fuego caliente cuando afuera se oscurecía
y se hacía frio.
En una habitación que era vacía y sin muebles estaban colgadas muchas hamacas,
eso eran nuestras camas. Nosotros tuvimos mucho miedo de todo lo extranjero. No
estaba nadie que nos decía una palabra bonita y que nos entendía. Nosotros
anhelamos mucho nuestras chozas allá muy arriba en las montañas y los arroyos
entre las colinas.
Cuando volvimos cansados del labor al monasterio, tuvimos que aprendernos cantos
en latín y en español que no entendimos y tuvimos que rezar en la iglesia frente a
los Dioses y Diosas de los curas blancos.
Nuestras Mamos nos acompañaron cuando era un día festivo eclesiástico en
nuestras procesiones y luego corrieron rápidamente a sus chozas mágicas para
suplicar los Dioses ajenos y pusieron todas sus fuerzas en contra el poder de los
curas blancos que no nos causaran ningún daño. Y sentimos la protección de los
viejos que son fuertes.
Cuando tenía 14 años tuvo tanta añoranza de mis padres y mis hermanos que me
enfermé. Cuando en este tiempo me mandaron a tierra baja para traer con un buey
maíz, di un rodeo para visitar mi madre. Me quedé un día y cuando no pude
separarme uno segundo. Entonces vinieron los esbirros y me ataron como a un
delincuente. Ellos cabalgaron y yo tuve que ir caminando a la velocidad de ellos. En
el monasterio me pusieron mis manos y mi cabeza por la tabla que antes estaba en
el patio del monasterio y me pegaron hasta que se salió sangre. Un día tuve que
estar allá parado sin que me dieron algo de comer y a todos los demás niños
amenazaron con lo mismo si se fueran.
Cuando volví a escaparme, me cogieron unas horas del Orphelinat. Después de
severos castigos los curas me dieron a un colombiano Don José María como mozo.
Allá continuó la vida laboral dura y también el maltrato. No solo el amo y su mujer
me pegaron a menudo, también el mayordomo, un señor cruel y duro que me
castigó cuando no entendí de una e incitó los obreros colombianos hacer lo mismo
conmigo. Recibí la peor comida.
De los dos pesos (más o menos tres marcos) de salario que debería recibir
mensualmente, no vi ni un centavo, al contrario me explicó Don José-María que le
debió 60 pesos según sus apuntes y tendría que trabajar para él de por vida si sigo
así. Eso me dijo cuando se dañó un machete talando un pedazo de selva cuyo valor
me anotó con cuatro pesos mientras puede costar solo 80 centavos.
Cuando a continuación me enfermé y tuvo fiebre y estaba en mi cobertizo sin ayuda
alguna, me vio un colono alemán. Conoció mis padres y era amable frente a todos
los indios. Siempre les pagaba honradamente cuando le prestaron un servicio o les
ayudó con cosas que no pudieron. Les arregló sus rifles y sillas de montar, les curó
sus vacas cuando se enfermaron y su esposa aconsejó a las mujeres y sus hijos y
ayudó como su esposo.
El alemán me compró de José-María por 52 Pesos e hizo un contrato conmigo que
trabajaría para él por dos años por 5 pesos mensuales.
Quiso darme solo el dinero y nada más, tampoco ron; si le fuera bien y fiel me
regalaría los 52 pesos que pagó por mí. También mi madre y mi mis hermanos pudo
ir a visitar de vez en cuando. Así todo se volvió bien para mí y mi esposa y yo le
ayudamos todavía y él a nosotros.”

Mama Adolfo
Cada vez más niños se escaparon del Orphelinat porque la nostalgia volvió
demasiado grande. Y Mamo Adolfo que vivía escondido en su Rossa (¿?) en Uinaca
en las montañas entre Templado y Donachui, les escondió muy bien que los esbirros
no los pudieron encontrar. En la cima del Timicaca está su Santamaría.
(Observación: Los templos de los indios fueron llamados “Casa María” por los
primeros padres durante la conquista de Colombia para volver la madre de las
madres de los indios en la Madre María. Los indios se quedaron con la palabra
“Santamaría”.) – Acá dirigió los cuatros bailes grandes del maíz que ya no se bailan
porque Mamo Adolfo se llevó todos los vestidos que se necesita para ellos, todos las
plumas decorativas y todos los aparatos del templo que había guardado en nueve
canastas grandes, por la indignación sobre la arrogancia de los extranjeros y su
influencia funesta que empezaron de ejercer sobre los indios jóvenes y porque no
reveló a nadie donde los escondió o enterró.
Su esposa Ate y ocho muchachas del templo guardaron acá los cuatro campo
benditos de maíz en los cuales se sembraron cuatro tipos especiales de maíz para
los bailes. Ellos cosecharon y trabajaron la agave fibrosa fina Juache que solo se
utiliza para la producción de bolsos del templo y restregaron/rallaron polvo de piedra
de piedras especiales a suplicas para las fiestas grandes.
Sus hijos le ayudaron con innumerables cosas que una fiesta de indios necesita para
que sea útil para la lucha eficaz en contra de todo tipo de inclemencias del mundo de
las montañas y sus demonios que encarnan las fuerzas naturales: durante lo anudar
de los cinturones de baile, durante los trabajos de la decoración de plumas, de los
instrumentos musicales, los recipientes de barro, durante la preparación del maíz
bendito y durante la dirección de los bailes y cantos. Así vivía y trabajaba Mamo
Adolfo, el cura más importante de los Arhuacos que representaba una gran potencia
entre ellos, en su propiedad cerca de su templo en Uinaca.
Tuvo gran influencia en los indios que a menudo los reunió y enfervorizó estar firme
y leal con su propio y perseverar y aguantar la lucha pasiva contra los nuevos
torturadores los que les amenazaron desfigurar su carácter nacional y su fe.
Finalmente encontraron los esbirros la Santamaría que está casi no visible en el
pasto alto, cubierto por cuestas pastosas. Cogieron al viejo cura, lo ataron y lo
llevaron a San Sebastián a la casa del comisario. Logró huir en la noche. Lo
persiguieron y fue asesinado por una bala de un revolver en una choza cerca del
puente grande de los indios sobre el indio Donachui. El que lo hizo, era un creole de
Atanquez. Por lado de los padres se aseguró que lo que pasó, fue sin querer. El tiro
debería haber ido al aire para mostrar a los otro esbirros que lo encontraron.
Obviamente provocó la muerte del cura más apreciado y del líder más fuerte la
exasperación más grande entre los indios. Nadie creyó en un error.
Aprendieron someterse por fuera más y más a lo inevitable, el Orphelinat volvió
gracias al labor forzoso de los indios una edificación suntuosa, rodeada de rosas,
claveles, violetas y hortensias. Los indios aprendieron el idioma castellano, algo de
conocimiento escolar y rezar mucho. Construyeron campos bien limitados alrededor
del Orphelinat así que uno cuando llega allá como extranjero mira con admiración la
gran obra de civilización. Los niños de los indios aprendieron también algo de los
oficios manuales más importantes con la firmeza silenciosa quitarse todo lo
extranjero cuando los soltaron del cautiverio. Este se acaba, si se puede lograrlo por
parte de la misión, con la boda eclesiástica de los pupilos (el Orphelinat aloja bajo la
dirección de monjas también niñas, a pesar de indios Arhuacos y Guajiros también
creoles huérfanas), con la mezcla más posible de la razas o al menos diferentes
tribus para romper la solidaridad nacional la que causa tantos problemas a la misión.
De recompensa reciben luego un pedazo de campo cultivado y una choza construida
según la muestra creole con un poco de menaje.
Y luego los indios fieles se vuelven a mudar arriba a las montañas, se dejan crecer
el pelo, se ponen el viejo traje tradicional hilado a mano lo que les ordenó según su
mito Dios mismo, se limpian en su lugar de culto de sus Mamos y son otra vez indios
como los demás. No se encuentra nada en sus chozas o en la forma de su
cultivación del campo o sus otros costumbres que recuerda de su formación forzosa.
Solo en un puesto en la Sierra escondida, al borde de los páramos, detrás del
Donachui vi aplicado a la práctica lo que se aprendió en el Orphelinat. Acá vive
Duani el rey no coronado de la Sierra quien dirige los indios con su espíritu
emprendedor infatigable y su talento de organización. Su hijo más grande, uno de
los alumnos más inteligentes de la misión, aplicó allá su arte de ebanista para
construir a los indios una escuela en la cual solo indios capacitados deben enseñar a
los niños. Solo allá deben aprender lo que es necesario para vivir para enfrentarse a
todo con sabiduría e ilustración lo que quiere envenenar y minar su raza y su nación.
El que será finalmente el ganador de esta lucha tan desigual, ya está previsto. Una
trágica conmovedor está en lo inevitable. A mí siempre me pareció si tuviera que
abrazar a este pueblo extraño como una madre a su hijo ingenuo, salvarlo de estos
fauces ciegos y crueles de la civilización que tragan a todo lo peculiar para ayudarle
guardar su imagen de la vida tan harmónica, encantador y homogéneo.
Contando la historia ya se oscureció. Pasamos la noche donde Matuna en pieles de
vaca cerca del fuego. En el amanecer salimos porque el señor R. tiene que ir a su
Finca para ver si todo está en orden. Matuna nos acompaña. Debe cubrir un
almacén junto con otros indios que pertenece a mi paisano – con pasto como acá es
usual. Para esto puso la condición (pidió) una puerta principal bonita y algunos
muebles del taller del señor R. porque acá todo funciona sin efectivo. En el camino
nos cuenta Matuna la historia de la montaña de Silihungo por cuya empinada peña
escarpada pasamos el día anterior con alguna distancia.

De la cotidianidad de los Arhuacos


Hombre y mujer parecen ser inseparables allá arriba. Muy rara vez vi un matrimonio
malo. Peleas si habían, casi siempre por el aguardiente que les fue ofrecido tentador
una y otra vez por los creoles. El alcohol naturalmente lleva también a desenfrenos
que no existen en el ente de los indios por naturaleza. No escuché allá de ningún
matrimonio separado. Adulterio está bajo multa severa según la ley de ellos donde el
Mamo todavía tiene el dominio. Donde fueron instalados comisarios del gobierno y
se efectuó forzosamente la cristianización, los viejos Mamos que son conscientes de
su responsabilidad se quejan mucho del aflojado de las costumbres y la “debilitación
el poder mágico contra los espíritus malos”. “Lo malo y la enfermedad cada vez
ejercen más poder sobre nosotros porque no hay aprendices de curas (chamanes)
entre los jóvenes”, se están quejando lleno de preocupación sin poder parar la
extinción.
Los indios tienen la sabía fe curiosa: Si uno de nosotros comete un mal (se habla de
los delitos sexuales, la infracción de la ley racial no escrita que vive en cada indio,
adulterio, robo o mentira), así los demonios obtienen poder sobre todo el tribu.
Se dice – y curiosamente es a menudo correcto –, que una mujer india donde los
Arhuacos y los Penvos (Kagabas) se muere de un bastardo. (la mezcla de la raza no
pasa acá arriba nunca por el indio que aparentemente no ve una mujer de otra raza
como una. Eso ocurre a la mujer india curiosamente muy desamparada que fue
cogida por sorpresa por la falta de escrúpulos en el otro mundo de los “civilizados”).
No que su esposo la abandonaría o la mataría – si siente la profunda vergüenza por
la sangre ajena pero lleva por lo relajado y serio. Es algo enigmático en la sugestion
de la masa y en la mujer misma que la hace morir por lo extraño por lo que pasó.
Mientras el señor R. está ocupado con su plantaciones cuidadas, voy en caballo a
las pequeñas propiedades de los indios Una paz paradisíaca respiran el paisaje, el
ser humano y animal. Una seriedad curiosamente digna está sobre estos niños de la
naturaleza. No se escucha de la chozas ni un grito o una pelea tampoco una risa
traviesa o canto. Demasiado ya le ha tocado aguantar a este pueblo. Sin embargo
hay una alegría relajada en todas las cara, la convicción inquebrantable de su
primogenitura. A pesar del contacto por siglos con los extraños se quedaron
encerrados en sí mismos, “el centro del mundo”. Porque “en la Sierra de las
Tayronas empezó la génesis y las montañas de los indios sostienen el firmamento
con sus respetables cabezas nevadas”. Así cuentan los grandes Mamas y lo saben
por transmisión de los cuatro Mamas de los Mamas que quitaron el sol de Palomino
en los páramos del norte donde viven los Penvos y lo pusieron en el cielo,
extendieron la tierra fértil por las rocas y quitaron a los demonios las máscaras y les
obligaron revelar sus fórmulas de evocación para que se puede vencerlos ahora y
que dieron las leyes de cuya observación depende el poder sobre los espíritus.
Sin embargo enfermedades y tristeza encontraron su camino hacia acá arriba.
Muchos jóvenes viudas viven solas en su chocitas. El clima cambia rápidamente allá
arriba; granizadas, calor y frio, aguaceros y tormentas atracan al hombre que
siempre está corriendo por el mundo de una plantación a otra, sin zapatos, siempre
con la misma ropa no importa si está cerca al límite de nieve o abajo en el valle
caliente de la Sierra. Eso puede ser una de las causas principales de la muerte
temprana de mucho indios jóvenes.
Raro es que los indios no tienen barba y que su pelo no encanece en la vejez. – Uno
podría pensar que son mongoles con sus ojos torcidos y sus pómulos prominentes.
Sus pies pequeños que salen cuneiformemente recuerdan a los neandertales. La
mayoría de los indios tienen una estatura robusta especialmente las mujeres
fácilmente se vuelven un poco toscas.
Su idioma lleno de vocales suena como una música bonita extraña. Por todos lados
se trazan los caminos estrechos de los Arhuacos por la Sierra y también sus chozas,
preferiblemente escondidas para que los extraños no las ven. Alrededor de sus
chozas hay culturas de Maguen. Ellos producen de las fibras mochilas, sacos,
cachuchas, hamacas, cuerdas. Además cultivan papas, yuca, malanga y otros
tubérculos, maíz, mijo, caña. También cultivan café pero solo para intercambiarlo,
principalmente para sal, layas y machetes. Ellos mismos no están acostumbrados
tomar café. Desde siempre cultivan y trabajan algodón.
De los extraños tomaron la ganadería. Pequeños cerdos negros, rebaños de ovejas,
reses y caballos caminan por sus posesiones. Los animales casi no se necesitan dar
de comer porque afuera encuentran todo lo que necesitan. Sus pastos no están
limitados. Están caminando libremente por la sabana. Solo la huerta está protegida
contra ellos por muros de barro o piedras.
Algo conmovedor me llamó la atención que muestra una imagen bonita del
sentimiento maternal de la india: Para que los pollitos pequeños no sufrieran del frio
por el tiempo que se cambia cada rato, les pusieron a los que tienen pocas plumas
pequeñas chaquetas.
La mayoría de los indígenas no conocen las sillas de montar. Con una correa atan
sus cobijas hechas de lana en las espaldas de los caballos y le ponen un lazo por la
jeta cuya final cogen con la mano. Todos los indios son jinetes seguros y audaces.
El pantalón adicional a la manta de los hombre fue primero introducido por los
monjes. La aceptaron también por el clima frio que a menudo hace.
Arte verdadero de gusto nacional son las mochilas cuyos cuatro pertenecen al traje
del hombre: la primera para la coca, la segunda para el poporo, la tercer pata el
lambido que es un tabaco producido por ellos mismos de que se tuerce una cuerda y
se mastica. Debe saber como tabaco de masticar y contener casi solo nicotina. Este
es para saludar muy buenos amigos como expresión de una confianza absoluta. –
En vez del Lambido contiene la tercera mochila de muchos indios también el Ambiro
el cual tiene culturalmente el mismo significado: la caja/lata de calabazo con sirope
de tabaco al cual espesaron con panela. Algunos indios llevan con ellos también su
“papilla” de tabaco muy fuerte mezclado con panela en hojas de maíz y cuando la
necesitan forman con las puntas de los dedos bolitas. La cuarta y más grande
mochila es para el uso habitual: dinero, provisiones, etc.
El muy apropiado cargador de bebes es un tipo de bolso con dos huecos para las
piernas del niño que quedan colgados por los lados hacia afuera, un respaldo y una
tapa que cae como una prolongación del respaldo y cuando llueve o hace mucho
viento se lo paso por el niño y se fija con un cordel por la frente de la madre. Así está
el pequeño muy cómodo, totalmente protegido y seguro en la espalda de la madre la
que por los peligros que acechan en el pasto como escorpiones, serpientes y matas
venenosas no lo baja de su espalda mientras trabaja afuera.
El cinturón de las mujeres consta de un montón espeso de cordeles de color café
oscuro, el de los hombres es una banda ancha de tejido blanco que alcanza dar
varias vueltas por el cuerpo.
El arte de las mujeres de teñir lo aprendí más tarde yo misma; mi amiga india Chia
me enseñó varios raíces, cortezas, hojas y frutas que crecen en la sabana: una vaya
negra-roja que provee un verdadero rojo absolutamente muy oscuro, la raíz de la
batatilla que tiñe amarillo brillante, una mata parecida a la rubia roja cuyas hojas de
verde oscuro desarrollan un colorante azul y un árbol al cual llama Url cuyas ramas
después de dos día en agua desarrollan una lejía violetta. Corteza de Campeche,
cocinado, tiñe café y rojo clarito y las manzanitas del Rumpacho, un arbusto de
hojas gruesas en las orillas de los ríos, dan un color café-amarillo bonito.
También en la cocina de la india pude aprender algunas cosas. No es cierto que los
indios comen lombrices, orugas y cucarachas como lo dicen los creoles. Claramente
su menú se ve diferente al nuestro en el cual se encuentra incluso caracoles de
viñedo, ancas de rana, ostras y otros bichos pequeños como bocados exquisitos.
Con mucho amor prepara la india su comida la cual condimenta con varios hierbas
sabrosas de su huerta. Una selección entera de verduras se encuentran silvestres y
cultivadas en el uso de la cocina de la india: brotes suaves y hojas de retoño de
varios tipos de palmeras que recuerdan a espárragos o escorzonera, maíz verde y
maduro, varios tuberculos, cebollas, ajo, frijoles / habichuelas y un tipo de arvejas,
llamados garbanzos, mija, un cereal parecida al mijo y algunas flores.
De frutas suministra la plantación bananos que fueron introducidos a América,
lugares salvajes y plantaciones regalan a la india mangos, los aguacates muy
nutritivos, rab la manzana indígena, una fruta amarilla muy harinosa que aloja una o
varias pequeñas castaños como semillas. Tan abundante produce todo esto el suelo
fértil por debajo de los páramos que también se sacian los pequeños perros
castaños y los animales negros de bellota. En los arboles y arbustos trepa una
pasionaria / granadilla cuyas frutas aromáticas y ricas se llaman los reyes entre las
frutas de la Sierra. “Granadillos” se llaman en la lengua de los creoles. Su interior
amarillo de textura de jalea se chupa de la cascara dura.
Negro de frutas son los setos de moras y los vides del vino silvestre. Bajitas plantas
leñosas de guayaba con frutas pequeñas acidas cubren por completo las sabanas.
Tambien un tipo de nueces cosechan los indios. Mientras la mujer como guardia y
tutora de todo lo que brota, crece fue instalada en las plantaciones por la “Gran
Madre” y encomendada con todo lo que tiene que ver con esto, el hombre se
preocupa que no le hace falta a la cocina de carne. Es un tirador fijo y muy hábil
cazador que utiliza trampas y trae una caza variada a la casa desde las montañas:
corzos chiquitos, jabalíes, armadillos. Tampoco se niega a iguanas que
absolutamente tienen un sabor apetitoso aunque es inhabitual para el paladar
europeo que se encuentra entre aves y pescado. – Los grandes caracoles de buen
sabor de los paramos los indios los cocinan en la cascara, hormigas deben ser un
buen condimento para sus arepas. – De sus cazas trae el indio en ocasiones miel
silvestre y con frecuencia un pueblo entero de Bunchkui, un tipo de avispas, a cuales
se tuesta y las muela en un mortero de piedra hasta que sea solo harina fina que se
cocina con las verduras.
También el indio trae a la casa variadas de aves y animales de ríos, cangrejos y
siluros que tienen un papel importante como comida para las fiestas de templos. Los
almacenan secados.
A los indios no les gusta sacrificar a sus mascotas, solo en emergencias extremas.
Comer la carne de ciertos animales, especialmente del perro, vale donde los indios
como una barbarie enorme. Un colono (era un europeo) que se asaba a menudo un
perro gordo allá arriba, experimentó pronto que los indios dejaron de enviar sus hijos
para su ayuda a la finca porque ellos piensan que “el que come perros, ¡también
come niños!”. – Los indios comen muchas sopas las cuales toman de sus totumas
mientras las verduras y la carne las pescan con los dedos. A mi sin embargo me
ofrecieron más tarde en mis viajes hacia más arriba siempre una cuchara, tallada
muy artístico de una cascara de totuma, la cual los indios normalmente utilizan
solamente para remover y rellenar de la comida caliente.
En vez de pan los indios hornean en piedras calientes tortillas. Su maíz machacan y
descascan en morteros que miden tres cuartos de un hombre y que están esculpidos
de un tronco grueso y cauterizados con fuego. Sus demás utensilios de cocina
constan de totumas de árbol, calabazas vinateras que contienen ocho litros de agua
y más, y de cuévanos que están hechos de una pieza, de cucharas talladas en
madera o totuma y últimamente también de ollas de hierro fundido y de barro del
mercado de los creoles.
Anteriormente cocinaron los indios en ollas de piedras esculpidas muy artísticas
porque las de barro hicieron solo los curas (chamanes) poniendo rollos de barro uno
encima del otro y los juntaron a formas redondas a través de alisarlos. El torno no
conocieron. Las vasijas de barro sirvieron únicamente para fines religiosos, entre
otros para el entierro.
El regreso a la gran madre, el regreso al vientre materno simboliza esta forma de
entierro porque la jarra es donde muchos pueblos primitivos el símbolo del útero. –
En la misma postura acuclillada en la cual estuvo el niño antes del nacimiento, se
encuentra los restos de los muertos en las tumbas antiguas de los indios de la Sierra
Nevada en sus jarras.

Del mito de la vida familiar indígena

La fiesta del nombre


En la casa de mi dueño alemán encontré mi primera amiga india. Ella era la hija de
un Mamo difunto (chaman). Esporádicamente ayudaba a la ama de casa en la
cocina y le llevaba de sus productos de su huerta: ajo, cebollas y otras verduras. De
su bolso que tenía atado por su frente y colgaba por su espalda, miraba con ojos
negros un diminuto indio de color café. “¿Cuántos años tiene?” le pregunté. “Cinco
días”, me contestó después de haber repasado la cuenta con dificultad con los
dedos. Cuando me asombré que ya después de cinco días estaba tan fresca
trabajando y no en la cama, me contó la ama de casa que vivió que una indígena dio
luz en la orilla del rio a lo cual rompió el cordón umbilical con una piedra y le hizo un
nudo, puso el niño en su bolso lo que ató en su frente y caminaba tranquilamente a
la casa cómo no hubiera pasado nada especial.
Es cierto que según el antiguo rito la mujer la que dio luz tiene que quedarse en casa
por nueve días. El número nueve a la cual encontramos a menudo en el mundo de
los indios acá, es un número misterioso ordenado por Dios entre otras cosas para
lucha en contra de las fuerzas malas. Los nueve días de aislamiento significan
entonces solo un ritual. Uno cree mientras el cuerpo de la parturienta no se ha
sanado por completo, está susceptible a espíritus malos y especialmente accesible
para la basurilla (mal de ojo). En este estado incluso representa la mujer según las
creencias de los indígenas un peligro para su entorno por eso hasta el esposo y las
amigas tienen que rehuirla. (lo mismo vale para la mujer menstruante y cada
enfermo.)
Si uno traduce los terminos “espiritus malos” y “mal de ojo” a los nuestros como
peligro de contagio y efecto negativo del enfermo a entorno, como predisposición e
hipersensibilidad de influencias mentales frente a los enfermos mismos, así se
encuentra una idea profunda de lo correcto como en cada una de las sabidurías
antiguas de los indios.
Así que los enfermos se retiran consideradamente allá arriba de los sanos y están
bajo la vigilancia especial del Mama como las embarazadas, la parturienta y la
menstruante.
Por la civilización y la iglesia católica de la cual los indios no se pudieron rehuir por
completo durante los siglos de contacto con estas influencias totalmente de otra
“especie”, se aflojaron todas estas leyes las cuales siguieron estrictamente
anteriormente a pesar de la lucha fanática de los viejos. Solo lejos de los extraños,
en los páramos y donde algunos leales que mantienen una relación estrecha con los
en los páramos, todavía se los sigue ahora.
Esta relajación y paulatina disolución es una gran lástima porque todas las
sabidurías resultaron prácticas y probó su eficacia para este pueblo, vivía con
confianza y felizmente con ellas, en orden, salud y paz. La civilización no le puede
reemplazar lo perdido la que le hace ridículo la fe antigua al indio “ilustrado” en lo
cual encontró con seguridad su camino con el tacto natural de la gente unida a la
naturaleza para la vida y lo inexplicable en ella. Es inminente que echa raíces
también el mismo desorden interior, la insatisfacción y la injusticia como es más o
menos típico de nosotros la gente “moderna”.
Allá arriba siempre de nuevo se me impuso la comparación con la lucha interior de
nuestro nuevo Alemania la que nos llama lleno de conocimientos sobre la verdad a
los fuentes de antiguo carácter nacional y […] (acá sigue mucha ideología Nazi.
[…] Les contó mucho de nuestro pensamiento y nuestras luchas en una forma que
correspondió a su comprensión y gané su confianza por esta adaptación y tomarles
en serio. Pareció que eso pasa rara vez que un extraño les habló así.
Evangelina, esto es el nombre de bautizo de mi nueva amiga, me rindió el homenaje
ser la madrina de su hijito y su “comadre”. También lo pude ser porque acá arriba no
tenían el conocimiento que no soy católica. Si no mi pequeña Evangelina hubiera
sido enfrentada con consideraciones de sorpresa por la complejidad del nuevo Dios
a quien los monjes y monjas les subieron.
Entonces traje mis regalos de bautizo en forma de una paca de tejido de cretona el
que se ve lo más parecido a la tela de color natural tejida a mano de los indios y que
las mujeres utilizan como manta (mientras los hombres se ponen solo mantas de
lana hiladas y tejidas a mano por sus esposas), algunas cadenas de vidrio para el
pequeño y algunas casperas cuales los indios valoran mucho aunque siempre están
limpios pero piojosos y recogí su madre y su hijo para ir al bautizo. Me sorprendió
que no hubo gente para la celebración pero lo acepté en silencio.
Así caminamos por el pueblo, subimos la montaña a la pequeña iglesia del
Orphelinat. El cura le cogió el niño me lo dio en mis brazos. Por mi sorpresa para
este acto importante con el cual su niño debería ser bendito un pequeño cristo,
Evangelina se quedó sentada en los escalones afuera y la puerta se cerró delante
de ella. Más tarde me enteré que no fue bautizada sino bendita por el Mama.
Probablemente eso era la razón.
A propósito no conozco ningún caso acá arriba en lo cual la “conversión” hubiera
sido efectuado sin presión externa o sin coacción (privación de derechos y de
ventajas que volvieron necesarias) y por quitar los niños forzosamente de sus
familias. Por el bautizo ganan los derechos del ciudadano y la mayoría de edad en
asuntos legales a los cuales los criollos los involucran lamentablemente a los
ingenuos a menudo a través del alcohol y del engaño; los criollos les explotan acá
arriba como comerciantes y productores de aguardiente.
Así entonces se volvió con mucha prisa, con el deseo fuertemente notable de
terminar rápidamente por cantar y murmurar lo prescrito, con un poco de agua
bendito y un poco de grasa rancia de un recipiente sucio de vidrio con la cual “se
ungió” la frente, al pequeño indígena que estaba protestando mucho – que sorpresa
– en un niño cristiano que escucha al nombre María Clorinda (al menos en la vida
oficial). Luego pude devolver a mi pequeña carga que todavía estaba llorando
desgarradoramente al bolso caliente de mi nueva comadre.
Ahora pensé que se acabó la fiesta. Pero eso no era cierto para nada porque ahora
arrancó el bautizo de verdad. Dos horas lejos de San Sebastián en las montañas
queda otra finca de Evangelina. Allá vive también su hermano Bonifacius que tiene
solo un brazo. (Perdió su brazo cuando estaba prensando caña de azúcar en un
trapiche de azúcar que funcionó con bueyes e hizo un movimiento torpe.) – Hasta
allá tuve permiso acompañar a Evangelina y experimentar por la puerta abierta de la
pequeña choza indígena lo que pasaba ahora. Que tuve que estar afuera delante de
la puerta como anteriormente mi comadre, no me quitó nada de mi rara suerte, tener
el permiso estar allí.
Muchos ancianos estaban invitados que todavía conocían los viejos cantos para la
fiesta del nombre. En el patio cocinaron del festín. Luego un viejo Mama cogió al
pequeño y detrás de él se unieron los padrinos indígenas, un hombre y una mujer.
Luego siguieron los padres y luego los cantantes. La ropa era como siempre limpia y
sencilla. Con pasos lentos pasaron cuatro veces alrededor de la casa, las mujeres
caminando suave y silenciosamente, los hombres pesadamente y rítmicos. Luego
entraron a la casa. El Mama cogió un fardo de hojas de frailejón que se trae desde
los páramos cerca al límite de nieve, “dónde vive Dios”, y las prendió fuego que
según viejo costumbre para fines de culto tiene que ser “taladrado” con palitos. Con
el humo de las hojas bendice al “suro” lo que es la primera comida solida del niño
que se comparte con todos los participantes de la fiesta. Con las cenizas de la
antorcha de humo el Mama unta al niño. La aplicación de las cenizas de frailejón es
el símbolo de la limpieza absoluta que se repite en muchos actos rituales. – Una
anciana, ella debe ser la más vieja de los huéspedes, sacó a una bonita totuma
hecho a mano del Suro bendito. Contiene todo lo esencial lo que nutrirá al niño, solo
la carne faltó. Después que el Mama hizo probar al niño de todo un poco, de la sal,
de la arracacha, de la cebolla, de los frijoles, etc. la anciana se siente con una fuente
hecho de madera llena de Suro en la puerta y todos se la acercan para tomar un
poquito – primero lo más pequeños “inocentes”, de tres a cinco años, primero los
niños luego las niñas. Luego se acercan los hombres y de últimas las mujeres. Cada
uno coge un poquito con los dedos y luego intercambian entre ellos sus trozos.
Después arranca la verdadera comida a la cual pertenece también carne silvestre;
pero la comida está sin sal. En estas fiestas hace falta todo lo que los extraños
subieron lo que no pertenece a las cosas originales de los indígenas como la sal la
que comercian de los indígenas motilones en Manaure, carne de mascota al cual
comer se les enseñaron los españoles, loza de barro que también les llegó a través
de influencia ajena u otras cosas compradas. El fuego claramente no se puede
prender con fósforos sino se lo taladra con palitos según la vieja costumbre. Todo el
lujo excepto las cadenas de perlas de las mujeres es mal visto porque “Dios les
ordenó ser pobre y sencillo”.
Después de la comida el Mama bendice a los regalos simbólicos de los pequeños,
un pequeño huso, un bolso pequeño en lo cual hay una aguja de madera, cadenitas
y conchas contra los espíritus malos e influencias y deja pasar por encima el humo
del frailejón.
Si el niño que hoy recibe su nombre un muchacho, le regalan armas pequeñas, un
arco, flechas, un machete. La mama guarda estas cosas hasta la final de su vida o
las cuelgan en la Santamaría (templo de los bailes santos muy arriba en los
paramos).
Ahora el Mama habla cantando y mirando al cielo con su fino fardo de humo en la
mano el nombre del niño: “Buncuanavinguma” (quiere decir “luz del día), “vive entre
Dios!” Luego le pasa en la mano sus regalos de bautizo los cuales guarda a
continuación su mama.
El padre trae para terminar los actos solemnes el vestido en lo cual la madre dio luz.
Hasta ahora no se haber podido tocarlo. El Mama también ahúma al vestido con su
antorcha y lo suplica que de la materia de vida de la madre la que contiene no sería
afectada por magia mala y luego se lo puede lavar en un pozo bendito donde se lava
todos los vestidos de las parturientas.

La edad de la madurez
El día después de la fiesta del nombre me encontré con Matuna en el pueblo. Tuvo
asuntos oficiales pero se quedó donde la creole que vende aguardiente. Le
convenzo subir donde nosotros con la esperanza al buen “ron” (así se llama el
aguardiente hecho en esta región) al cual probó a menudo donde mi anfitrión
alemán.
Ya sabe que soy desde ayer la madrina de la pequeña María y la comadre de Chia.
“El Mama era mi padre” dice él “y tú lo debes a nuestra amistad que tuviste permiso
asistir. Cuando normalmente se junta un “civilizado” cuando estamos celebrando una
fiesta, se termina la fiesta de inmediata o se la aplaza hasta que se alejó.”
Aparentemente tiene el permiso del viejo padre hablar conmigo sobre el asunto y lo
hace abiertamente como una vez salió de su “oficio” y mi anfitrión ayuda con su
aguardiente para que la ganas de hablar no se termine mientras esté con nosotros.
Pero con buena medida porque él conoce a sus indígenas y sabe cuándo tiene
suficiente.
Me asombra la seguridad con la cual encuentra sus palabras y la educación natural
con la cual sabe hablar. “Hay muchos clanes acá en las montañas” cuenta “cada una
tiene costumbres un poco diferentes. Firmes leyes indígenas ya no hay acá, ellas se
aflojaron mucho por la Iglesia y el estado y malas costumbres frente a cuales somos
inferiores. Quiero contarte como anteriormente lo era donde nosotros por todos
lados y ahora solamente en algunas partes, en las montañas altas donde nos
molestan menos.
Cada hombre joven está obligado a prestar por unos años servicio laboral para la
comunidad antes de casarse. Tiene que construir caminos y trochas en la naturaleza
salvaje y tiene que ayudar a limpiar y a arreglar los viejos caminos. Porque
desprendimientos de tierra y aguaceros los vuelven a menudo inservibles. Los
caminos son una de nuestra principales preocupaciones acá arriba. Mañana al
amanecer puedes ver como se reúne una gran cantidad de indígenas de los
alrededores y bajo mi supervisión empiezan en grupos a arreglar los diferentes
caminos.
El servicio comunitario además consta de hacer leña (talar árboles) y traer rocas
para el mantenimiento de nuestro pueblo de reunión, de cortar al pasto y el arreglo
de los techos. Pero en todos estos trabajos ayudan también los casados, cortando al
pasto y trayendo de las montañas también las muchachas, mujeres y muchachos.”
Como símbolo que volvió hombre, el joven indio se elabora un gorro lo que es un
trabajo muy complejo y artístico y se pone pantalones desde que los padres lo
habían ordenado.
A esta edad tiene que estar especialmente a la disposición del Mama y seguir sus
instrucciones para que los demonios se mantengan lejos de él y que desarrolle sus
mejores fuerzas por el bien de él mismo y también para el tribu. La edad normal para
casarse para el hombre es más o menos 18 años.
La niña pertenece hasta la entrada a la madurez a sus padres. Le ayuda a su madre
en la choza como en la huerta y en la plantación. Cuando tiene la primera vez su
menstruación, tiene que seguir estrictamente las leyes porque en este tiempo está
especialmente puesta en peligro. Sin cambiar sus abrigos se va al Mama el que con
piedras especiales trituradas, que solamente sirven para estos fines, la invoca con
conchas y con hojas de maíz, no puede ingerir sal y tiene que respetar muchas otras
cosas, especialmente la limpieza estricta. Porque ella que está en peligro en este
tiempo con todos sus fluidos pone en peligro su entorno, animales, plantas y seres
humanos. Por los campos por los cuales camina traen fruta mala, animales pueden
tener la consunción por el descuido de la muchacha.
En estos días la muchacha come de una totuma especial y se baña en un lugar
especial.
A partir de este momento la muchacha aprende con la mujer del Mama hacer bolsos
y cinturones para los bailes de la Santamaría, mochilas tejidos con símbolos
mágicos, aprende cantos y bailes de los templos.
Pronto después de la entrada a la madurez se casa. Un matrimonio indio es un
asunto propio y muy complicado y da las miradas más interesantes en la psiquis de
los indígenas.
Alrededor de las chozas de templos y en su entorno están escondidas en los
arbustos y flores muy pequeñas chozas de pasto. Están totalmente de pasto, como
nido al revés con un pequeña puerta de bambú. Estas son las chozas de matrimonio
de los Mamas y sus novicios, también de algunos indios leales a la tradición que no
pertenecen a la casta de los “curas” (chamanes). Sirven para la primera unificación
de la pareja y luego para nada más. La primera unificación es un paso muy grande y
muy amenazado por lo sobrenatural que necesita la asistencia especial del cura.
Nueve días el Mama pasa anteriormente en la choza de boda y prepara el conjuro
con sus “secretos”. Durante el proceso ayuna. También la pareja ayuna nueve días y
no come sal. La novia es juiciosa en el trabajo y hace cosas que nos parecen
bastante raras. Mientras donde nosotros termina los últimos prendas de su ajuar, la
novia indígena está sentada en el piso y tritura piedras, nueve fardos diferentes, con
piedras especiales que las dio el chamán. Cada día hace un fardo. Luego ensarta
semillas negras en cinco hilos de algodón de colores diferentes.
Lo hace con una cara seria y lo hace con oración conmovedor y pasión. Las piedras
de amacui sirven con las fuerzas que deben emitir después de la trituración para
conjurar fuerzas malas y atar buenas que pueden ganar tanta fuerza grande el día
de matrimonio.
Al novio le regaló en el último de los nueve días durante una solemne ceremonia el
Mama el poporo tan importante y una mochila especialmente conjurada para las
hojas de coca. La novia la hizo y la decoró con muestras bonitas. El campo de coca
el Mama lo conjuró y bendijo y la novia cosechó y secó a las hojas. Es este regalo
con todas las cosas antiguas de la fe que se giran alrededor del consumo de la coca
y del cal, un tipo de consagración al hombre. El primer bocado lleno de hojas de
coca masticadas y también después del primer uso de la caja de cal, se guarda con
cuidado en una hoja de maíz y luego en la choza de baile.
Después que los novios comulgaron ampliamente y los diferentes “pecados” en
forma de diferentes tipos de piedras (el termino real del pecado se les metió en la
cabeza la iglesia y no corresponde a su sensibilidad) se enterraron en un puesto
donde Dios los quita, se hace un fuego con Gema, un tipo especial de madera. El
Mama pasa a cada uno de la pareja una antorcha de frailejón. Ellos queman las
puntas de las hojas resinosas y las intercambian. Cada uno mueve ahora su
antorcha por su cuerpo y lo envuelve en un olor rico de resina. La novia se unta su
pecho con las cenizas.
Ahora les lleva un viejo indio digno por la mano a su nido de matrimonio donde las
indígenas colocan en su cama en el piso su “fardo medicinal” de semillas negras y
piedras de amucui y un cristal clarito de la montaña, la piedra de la fertilidad. No
están mucho tiempo a solas, sin para les invoca el viejo que tiene que quedarse
cerca para espantar a los espíritus malos. Luego vuelven a la Santamaria donde
acontecen la última conjuración. Luego superaron lo malo y empiezan con su
sentimiento de seguridad y su poder sobre los espíritus de su matrimonio. Casi
nunca se separan los cónyuges. En todos los pueblos primitivos se encuentra el
miedo del poder del mal durante la desfloración por esta razón entre otras el chamán
donde los Arhuacos está obligado, efectuar esta acto. Es una obligación no un
privilegio.
Que la pareja indígena que sigue a las leyes antiguas, vive en chozas separadas, ya
me había enterado en la sabana de Pauruba. La indígena se escapa de su marido
cuando la llama, a su plantación o hacia arriba a las montañas. Él tiene que atraparla
por la fuerza. Los indígenas creen que todo eso influencia mucho el desarrollo del
niño, que volviera bonito y fuerte por eso.
Tres a nueve meses después de la boda el Mama le acoge a la pareja joven en su
formación y lo enseña la educación de sus hijos que tiene sus raíces en la mágica fe
indígena.

Un niño nace
La indígena tiene su parto al aire libre, en un lugar tranquilo, a menudo sin alguna
ayuda, acuclillada en el piso, el cuerpo apoyando en una roca o un tronco. A veces
tienen apoyo por mujeres más viejas. El cordón umbilical se lo muerde en la mayoría
de los casos y se lo hace un nudo. Luego se seca frotando el cuerpo del niño y de la
madre con hojas de una mata que debe ejercer efectos estimulantes a la piel del
niño. Luego el Mama se preocupa de la madre porque el cuerpo herido de la madre
está en un especial peligro por parte de los demonios. Con cuidado el Mama conjura
la placenta y la entierra con un leño bendito de tumba hecho de madera macana, de
la macaina.
El niño está acostado solo el primer medio día de su vida en un rincón de la choza.
Tres días la madre no puede salir de la casa y evitar comida ajena y sal. En la choza
no debe haber luz durante este tiempo.
Luego el niño conoce a su casa paterna: Después que se volvió abrir la primera vez
la puerta, la madre lo carga desnudo a todos los rincones de la casita, luego
alrededor del mismo, por la escalera a la huerta, por la plantación y deja que vea
todo lo que pertenece a su hogar. Lo hace todo con la devoción conmovedora del
pueblo indígena de la Sierra porque tiene un significado profundo para el desarrollo
del pequeño y su bienestar.
Una mulata que vive hace años en San Sebastián, me narró la valentía con la cual la
pronta mama acá arriba espera el parto que conlleva tan pocas molestias. Se va
sola a la orilla del río de Pauruba; directamente después del parto, después que
cortó con una piedra al cordón umbilical lo que cerró con nudo, baña al niño y a sí
misma en el río (cuya temperatura oscila en los horario del día entre 8 y 18 grados);
porque el baño tiene una fuerza que no solo limpia al cuerpo sino también
espiritualmente y protege de la intrusión de poderes malos. Luego cuelga al recién
nacido en el bolso por la frente y empieza de inmediato lavar su ropa. Luego se
retira en su casa para comer con “ansiedad” (hambre canina?), literalmente “miedo
de alma”, lo que está permitido.

Entierro indígena
Cuando una mañana fui al pueblo, la madre de Chía estaba acostada ante de la
puerta de su choza. Allá estaba flaca, respirando cansada y débilmente en su piel de
vaca y ni podía levantar más la mano. Chía y su hermano manco y algunos
indígenas estaban sentada en la choza, silenciosos y mudos. “¡Va a morirse!” me
dijo tristemente Chía. Un rato estaba sentada muda como ellos entre ellos. Luego fui
al pueblo y seguí por la sabana por el río hasta “templaito”, la propiedad de Matuna.
Me impresionó curiosamente, morirse solo ante de la puerta y el luto silencioso en la
choza. “¿Por qué la colocaron delante de la puerta? ¿Era porque le causa daño el
humo?” “No”, contestó Matuna. “Es nuestra fe: Cuando un indio está muriéndose, se
lo lleva delante de la puerta que le brille el sol y la luna y que Dios lo vea.
El Mama va solo a la Koncurua, se sienta en un puesto determinado que se llama
“Kaducua”, eso es “cielo y tierra se tocan”. Hasta allá va el Mama para hablar con
Dios con la ayuda de sus cantos y su Mainaca.”
“¿Koncurua es lo mismo que Santamaría?” interrumpí a Matuna. Me explica la
diferencia: “La Koncurua está abierta todos los días. Acá se acontecen consulturías,
enfermos entran, buscando al Mama, es lo que ustedes llamarían despacho o cuarto
de reunión. En la Santamaría trabajan los Mamas superiores. Acá bailan los bailes
antiguos, practican los cantos y guardan los santuarios.”
El Mainaca el que le ayuda ver si el muy enfermo va a morirse o quedarse vivo, es
de madera de palmera – macana negra. En la punta superior del palo está tallado la
cruz de la génesis, el símbolo Kacaceocucuis quien era antes que llegó la luz el
“padre de la noche”. Debajo de la cruz están grabados los caminos de los muertos y
los lagos santos.
En la punta superior, sobre la mitad, el Maincaca está envuelto holgadamente con
cordones negros en cuyas puntas colgantes hay semillas negras en hileras.
“Cancuana Ganzin” se llama la borla. Por debajo van los caminos de los vivos. Entre
ellos están tallados puntos que significan sus casas.
El Mama está en la Kaducua, planta su Mainaca delante de él en la tierra y estudia si
el enfermo se morirá o no. Cuando Dios le dice que tiene que morirse, así le prepara
el Mama para la muerte a través de la confesión. (¡precolombino!) Mueve su
antorcha de humo hecho de hojas de frailejón alrededor del moribundo y unta sus
miembros con las cenizas que depuran.
Después que se murió, el Mama prepara polvo de piedras de piedras negras de un
tipo especial y hojas de banano. (“Pedazos muy valiosos de estas piedras contienen
un metal”, explicó Matuna para explicarme mejor las piedras.)
Estos “Bojotes” o “Aburros” y todo lo que le entregó el difunto por la confesión, toma
el Mama y lo lleva a la Kaducua. Escribe signos en el piso que solo entienden los
chamanes y consigue por eso un camino seguro e indiscutido al reino de los
muertos.
Luego el Mama le prepara para el entierro. Le lava la cara y le corta una mecha del
remolino en el cogote en lo cual debe estar escondido también el símbolo de la cruz.
A la mecha guarda en la Koncurua. “¡Todos los sentidos tiene el ser humano en esta
cruz!” me aseguró Matuna.
Después del entierro estudia el Mama con sus conocimientos secretos la mecha. En
ella ve si el muerto era malo, si la familia tuvo la culpa o solo él. Si resulta que la
familia tuvo la culpa, le impone a esta una multa para el desprendimiento del muerto.
Si el difunto era malo y de buena familia, se tiene que introducir conjuraciones
especiales para que su alma suba felizmente el camino de los muertos a la
Chundua.
El entierro del indio sencillo exige ninguna otra ceremonia. Se lo coloca y entierra
con su abrigo, sus mochilas, el poporro, el ambiro, el gorro y todo lo que tenía en el
hoyo rectangular.

Cinco días cabalgando a casa


No contiene nada de indígenas sino solo los colonos alemanes y que tan difícil es
llevar su cosecha al mercado con las mulas.

Al reino de los muertos de los indígenas Arhuacos y Cagaba


¿Qué enigma encierran las cimas nevadas de la Sierra Nevada cerca de Santa
Marta que ningún ser humano los ha explorado hasta la altura más alta? Cuatro
sierras nevadas se levantan de las cordilleras. A todos se subió hasta la cima más
alta, se las exploró y se las midieron. La Sierra Nevada de los descendientes
chibcha en la parte norte de Colombia solo se sobrevoló, medido desde arriba a
través de sondeo. Hasta 5.800 metros muestran las últimas mediciones.
Cuando hace poco hice un viaje explorador por la Sierra, siempre de nuevo me di
cuenta de la timidez de los indios, llevar extraños a su reino. Lleno de secretos bien
guardados está este país indígena, por la obstinación del extraño a cual amenaza
liquidar por siglos. Escuché de creoles que viven en las partes bajas de la Sierra que
a pesar del contacto por los siglos con españoles, colombianos y mulatos, allá arriba
en los páramos el viejo sacerdocio con sus fuertes poderes sugestivos llena al
pueblo todavía tan poderosamente que la sanación, la muerte y la vida se
encuentran en una estrecha relación con este. Estos efectos se extienden a hasta
incluso no indígenas que viven allá. Eso confirma también el científico sueco
Bolinder que reportó las cosas más raras sobre lo mismo. Indios que revelaron
secretos del culto se enfermaron y se murieron. Hay regiones en la Sierra a los
cuales ningún indio me acompañó le pude prometer y ofrecer lo que quería. Así
entre Chenducua y Curiba, en el noreste cerca de la nieve. Acá hay algunos lagos
santos, “Hijas de la gran Madre, orígenes de toda la vida”. – “Si vas para allá”, me
dijeron los indios, “se levantarán tormentas furiosas. Los demonios te lanzarán
relámpagos y pegan el gran tambor. Te azotan con granizo que tiene el tamaño del
huevo de una paloma silvestre y te asfixian con viento helado. El demonio de niebla
te esconde el camino así que te caes en las lagunas!”
Sustos parecidos vigilan a la montaña Tayrona en las cuestas en el noroeste. Acá
deben estar los dorados tesoros de los templos de los Tayronas, del poderoso
pueblo de chamanes. “Todo allá es de oro, las totumas, los husos, los telares, los
morteros de maíz, las sillas. El oro trajeron de Palomino de donde uno de los cuatro
gran chamanes del tribu recogió al sol y lo puso en el cielo. Nadie puede llegar hasta
allá, los padres lo dijeron. Solo algunos Mamas (curas y chamanes) saben todavía
hoy donde queda la montaña Tayrona. Cuando uno que sabe el camino, te
acompañará hasta allá, aparecería de repente niebla gruesa y ocultará a la montaña.
Los lagos se cocinan y se levantan como árboles. Te arrastran hacia dentro. Si te
salvas de los lagos y te acercas a la montaña, se te cae otra desgracias desde la
cima. En un lugar no puedes seguir. Te paras con la boca abierta, inmovilizado, los
dedos abiertos, la mirada hacia la cima y lentamente te petrificas.”
Otros cuentan también que debajo de los velos de niebla se cambiaría el paisaje.
“Cuando se levanta la niebla, la montaña Tayrona se ha ido.”
De todo este horror se aprende sacar más contenido verdadero cuanto más uno está
allá arriba. Inconcebible enorme / poderoso es la naturaleza acá arriba, caprichosa,
violenta, tan horrible a menudo en la soledad allá arriba donde termina la vida que
uno aprende sentir / comprender el mundo mágico de los indios cuanto más uno
comparte su sencilla vida interiorizada.
Rara vez hay un paisaje que combina tan estrechamente los horrores y el encanto
como la Sierra en el mar. En un viaje de tres días se puede caminar por lo trópico
caliente y húmedo con selva con lianas, por clima moderado y por un paisaje de
paramo, el paisaje de paramo con sabanas montañosas suaves y colorido por las
flores y inquietantes rocas duras y muertas, cuatro mundos totalmente diferentes.
¡Y luego la nieve eterna!
Cuatro caminos imaginarios, simbolizando los cuatro puntos cardinales, llevan a los
cimas más altas: los caminos de los muertos. En ellos caminan los espíritus de los
muertos hacia arriba a la “Chundua” y se reúnen en un templo que debe alojar uno
de los santuarios más grandes de los tribus. Este templo el que deben haber
construido los padres antiguos, ya no está. Los padres lo mantienen escondido
porque los indios hubieran disminuido su fuerza de fe y que hubieran caído a la
influencia de los extraños. A un Mama que se murió recientemente todavía le
hubiera aparecido pero ahora está en una montaña entre cuatro cimas nevados y
ninguno de los vivos podría llegar hasta allá, ningún indio y tampoco un blanco –
“porque los padres no lo quieren”. Púas rotas de las desmoronadas rocas arcaicas
se elevan por el camino de los muertos al aire frio. “Cuando los espíritus descansan
en su excursión larga, se sientan en las púas. Si sus deslices no se los quitaron por
una confesión concienzuda y por las conjuraciones del Mama, la púa entra en su
trasero en la cual se sentaron y nunca más pueden soltarse. Ellos se unen con la
púa y vuelven piedra.”
En el octubre, noviembre cuando crece el glacial y las venas subterráneas de agua y
los canales los cuales se vaciaron durante el tiempo menos lluvioso, se llenan bajo
una fuerte presión con escombros, agua y nieve, luego los espíritus de los páramos
tienen un tiempo especialmente intranquilo. Las montañas tiemblan y desencadenan
avalanchas y desprendimiento de piedras. Se tiene que calmarlos bailando, con sus
máscaras en la cara, “con sus caras cubiertas las cuales los padres antiguos les
arrancaron en tiempos viejos cuando los vencieron / superaron que solo se puede
hablar a ellos”. Uno les habla con sus cantos los cuales tuvieron que revelar ellos
mismos a los padres antiguos cuando hicieron un gran esfuerzo / cuando los
superaron.
Un antiguo camino secreto de ofrenda/sacrificio lleva por el noroeste por la baja
región de nieve en dirección a Santa Marta. Lleva a un lago Kar (valles formados por
glaciares que se llenan después con agua y forman lagos) de 2,5 km de longitud y
alejándose de el en dirección contraria. El lago que está recostado en paredes
empinadas de roca está afectado tanto por tormentas en ciertos tiempos en su valle
de varios kilómetros abierto hacia el mar que él a cual le da en la trocha insegura en
las paredes empinadas de rocas y las escombreras glaciales, será
irremediablemente azotado hacia dentro. Con este lago hay una explicación secreta.
A ningún indio se puede mover a dar alguna información sobre este lago o solo decir
su nombre. Mayoritariamente afirman los indios no conocerlo. Entre los creoles
existe la saga que acá en los viejos tiempos – y no se sabe si hoy en día todavía en
secreto – se hacen sacrificios a la deidad más poderosa. “No se puede dejar caer
ninguna piedra al lago si no se molesta la deidad en el lago y vuelve
desmedidamente iracundo sobre la contaminación del lago a través de la mano
humana. Se levanta con sus aguas finas en forma de una serpiente despuntada y
hay un movimiento en el aire que uno ya no se puede amarrar y se cae al lago de lo
cual no hay salvación.” Esta saga sobre el lago misterioso en la cuesta noroeste de
la Sierra recuerda fuertemente de la bonita saga famosa en el mundo de los
chibchas alrededor de Bogotá, de aquella saga del chaman dorado la que causó
desde el sur, norte y oeste alrededor del año 1539 la perdición al país dorado de los
chibchas.
Todas las historias que se giran alrededor de los páramos, conectados con el
ostentoso atractivo paisajístico de la alta montaña tropical, me atrajeron cada vez
más hasta que preparé una verdadera pequeña expedición en Baranquilla.
Adicionalmente se encontraron otros ocho colonos alemanes y suizos de la zona
caliente de la Sierra. Ellos tuvieron carpas y buen equipamiento para la nieve.
Con una mula bien cargada que llevó conservas y ropa caliente, llegué al tiempo
acordado donde mi paisano R. en Pauruba donde se juntaron todos. Cada uno trajo
lo apropiado de su finca: frijoles, arroz se la sierra, maíz molido, bloques de panela,
queso duro así que los víveres alcanzaba para más que tres semanas. Un hornillo
“primus” también había y las ollas nos puso a nuestra disposición la buena ama de
casa del “Spreewald” de mi paisano. Así habría sido todo en el mejor de los órdenes
si el pueblo no hubiera sido agobiado con tantas opiniones. De pronto faltaba
también en el último momento un poco del valor cívico necesario. De pronto se
había sujetado un poco de la fe indígena en uno u otro – sea como sea excepto de
mi persona quedaron ya solo dos colonos de los altiplanos suizos en el colorido
campo de batalla de carpas, mochilas, piolets y marcos de nieve, crampones y ollas
en la cual se había vuelto la explanada del señor R.
Eso nos preocupaba poco. Antes del amanecer estaban nuestros dos indios y
cargaron sus bueyes de carga con nuestras cosas. No habíamos pedido monturas.
Solo hubieran sido un estorbo para nosotros allá arriba en las montañas
intransitables.
Con la primera raya de sol marchó nuestro pequeño grupo por el portal del pueblo
indígena hacia una mañana indescriptiblemente clara. La luna creciente dejó
suponer que estuviéramos salvados de demasiado lluvia y niebla allá arriba.
Los indios se habían comprometidos llevar nuestro equipaje hasta el pie de la
primera montaña de nieve. Seguir más no les permitió su fe.
Una buena parte del camino caminamos por el río San Sebastián hacia el occidente.
Hojitas blancas del guayabo floreciente bailaron en la brisa fresca que nos saluda
desde las montañas de nieve. En serpentinas empinadas subimos luego la cresta de
la montaña por donde Siccayuca. Bosque se extiende por debajo de nosotros y muy
pequeñas chozas de los indios están escondidos en los claros. Las sabanas de las
montañas están fumando (echando humo). Los indios volvieron a prender fuego de
nuevo a la vieja hierba para refrescar los pastos. Haciendo eso prendieron fuego las
guirnaldas tiernas del bambús enano y algunos de las valiosas palmeras de cera que
todavía se mantienen acá en algunas partes. Parecido a antorchas fantásticas suben
las llamas de sus copas y dejan gotear corrientes de cera por el tronco. Casi todas
las montañas están despobladas por la ira de ordenar de los indios que piensan en
su única vaca y no saben que dañan al clima de los amplios alrededores que tienen
una gran parte de la culpa de las sequías en las cuales el ganado más abajo está
sediento y de los aguaceros funestos que destruyen caminos, causan
desprendimientos de tierras y arrastran plantaciones. ¡Si entendieran sus Mamas
más de meteorología, sus Mamas blancos que piden muy arriba con sus bailes y
cantos en los templos con las máscaras de los demonios de lluvia y sol a los
espíritus por temporadas de lluvia y de sol!
Ya estamos a 2.500 metros, 500 metros arriba de nuestro pueblito. Quiullas silban
por nuestros lados como flechas, casi nos rozan. Se escucha silbidos en todos los
registros por sus vuelos rápidos como rayos.
Las montañas vuelven cada vez más floridas cuanto más subimos. Acá hace
húmedo. Velos de niebla pasan volando y ocultan temporalmente al sol. A menudo
se sumergen nuestros pies en suelos negros de pantano que chapotean y que está
rebosado de labiadas malvas. Violetas extrañas con tallos largos y hojas de forma
lanceta, campanas azul parecidas a genciana, tipos de lirios enanos amarillos y
azules, rosas de andes rojos oscuros a donde mira uno. Colgada sobre una piedra,
decorada con innumerables florecitas cafés doradas, el tallo de una orquídea de casi
1,75m de largo. Mis compañeros me llaman al orden, no está permitido quedarse
demasiado tiempo con todo lo pequeño porque todavía nos queda por delante una
subida pesada hasta nuestra meta de hoy. Determinan un paso fuerte y nuestros
indios ya están muy adelante con sus bueyes. Ahí se tiene que luchar por todo lo
pequeño en el camino. Tengo que ganármelo, incluso con mucho sudo en la frente,
porque va permanentemente cuesta arriba. Ya alcanzamos posiblemente los 3.000
metros. Si fuera sola, dejaría montar la carpa a la mitad del camino y caminaría
mesuradamente por las sabanas maravillosas que traen sorpresas a cada paso,
¡que son tan importantes para mí como las montañas de nieve!
Pero nuestro área de reposo en la sabana que los indios llaman Siminchiqua,
corresponde a todos los ánimos y cada uno utiliza el descanso de su manera. Los
indios hurgaron apasionadamente en sus poporos, mastican coca e ingirieron cal
con el palito de cal de los recipientes hechos de calabaza con cuello estrecho.
Atentamente limpian el palito que está mojado con saliva verde en el borde de su
poporo para volver a sumergir en el cal y llevarlo a la boca. Cuanto más espeso es la
costra amarilla-verde en el borde de su “poporo”, más valioso es. Mientas tanto
abrimos nuestras bolsas de víveres y desayunamos al lado de un arroyo. Totalmente
cerrado es el arroyo, solo reconocible por una cinta de geranios con colores de rosa
hasta un morado oscuro y cosmea amarillo que se pasa en líneas movidas por el
pasto gris-café de la sabana. Gorgojos roen en los tallos de las flores y abejorros
gordos y mariposas se dejaron inducir por el sol a subir al país de la lluvia y niebla
de su campo original de acción que queda mucho más abajo.
Tipos de enanos graciosos de árboles enanos que hubieran sido las obras maestras
para el invernadero europeo, romero, tipos de enebro y de berberís forman un
pequeño soto donde descansamos. Pronto seguimos con nuestro camino. Llegamos
a la región de los frailejones por la cual estaba buscando hace rato. Allí están
empacados calientes en una capa de algodón que brilla plateado, con grandes hojas
ovales en forma de estrellas y manojos de flores en forma de margaritas, todos
recubiertos con algodón sedoso. Son los arboles santos de los indios. En ninguna
fiesta o conjuración hace falta la antorcha olorosa hecho de hojas de frailejón. Con
su humo bendicen y limpian los recién casados sus cuerpos, por el recién nacido y la
madre la mueve el Mama para que fuerzas malas no se acercan a ambos, su humo
está alrededor de los muertos para que su espíritu encuentre el camino correcto al
reino de la Chundua y que no vuelva a la choza haciendo males a los que están
vivos. Hojas de frailejón atadas a la frente alivian el dolor de cabeza que afecta tan
frecuentemente y crudo a todos los excursionistas allá arriba en el aire escaso y
resina de frailejón sana al zumbido en los oídos y dolor de oídos. Las rosas andinas
se ahormaron gigantes. Volvieron arboles altos, crecieron achaparradas, colgados
con colas de líquenes grises. Encima se asentaron plantas parasitarias gordas y
carnosas con largas panículas de flores de un color rojo vivo. Colibrís de varios
colores están volando alrededor de ellas haciendo su típico zumbido. Al brillo de sol
parece que saltan chispas de su plumaje dorado.
Luego bajamos al valle desierto de Aduriameina. Rocas rodean la sabana y
peñascos hay por todos lados. Algunos forman por su posición y su constelación
cuevas naturales. Dentro se encuentra pasto seco y las piedras son negras de
humo. Son escondites de los indios que cazan acá arriba cuando les sorprende un
temporal.
Empezó un viento frio. Pasan volando nieblas que chorrean por el valle. Por horas
casi no vemos la mano delante de los ojos. Pero nuestros indios conocen el camino.
En los peñascos que regó una vez un glacial al valle, hay aquí y allá torrecitas
hechas de piedritas. Estos son los indicadores de camino de los indios.
A diestro y siniestro cruzan nuestro camino estrecho que muchas veces es
completamente invisible por pantanos y agua, otros caminos que abrieron animales
salvajes y caballadas. Caballos, ovejas, vacas y cerdos los conocen los Arhuacos
desde la conquista por los españoles.. Guerras, vigilancia incompleta y cercados
malos permitieron que grandes cantidades de animales se volvieron salvajes. Acá
arriba goza una libertad tranquila hasta una bala de un indo le pega o le caza un
lazo.
De repente terminan las sabanas. Estamos en el puerto de Cungucaca a la altura de
4.000 metros. Por una grieta amplia se nos abre totalmente sorprendentemente un
paisaje que nos impresiona por completo. Estamos mirando a un valle profundo que
tiene que haber sido la cama de un glacial poderoso, morrenas y rocas regadas,
valles formados por glaciales (glaciares) volvieron lagos azul oscuros, entre ellos
grupos de frailejones, flores y más flores – y detrás casi accesible centelleando en el
sol, las montañas de nieve, ¡nuestro destino!
¡Las montañas de nieve cuyas cimas todavía nadie había pisado y para su primera
ascensión el gobierno ofreció un gran premio!
Nosotros nunca hemos pensado ir más lejos sino hasta los paisajes debajo de la
nieve eterna. De un momento al otro lo aconteció: totalmente súbito se les ocurrió a
mis dos compañeros al mismo tiempo: ¡Tenemos que subir hasta arriba! Las tres
cimas de la mitad son las a las cuales todavía nadie ha subido. ¿Qué problemas
habrá subir? ¡Mucho peor que la “virgen” en la región alta en los cantones suizos de
Berna o el glaciar Aletsch no puede ser! Lo intentamos hasta la cima más alta. ¡Lo
logramos!
Eso sonaba irrevocable. Así no fue acordado. Dentro de mí subieron varias
objeciones y dudas incluso la sensación segura: ¡Algo saldrá mal! Pero tenía claro la
inutilidad de tales declaraciones. Una sombra cayó encima de mi alegría exploradora
que conoce exactamente sus límites. Acá se subió una pasión oscura, alimentado
por la lucha por la vida más fuerte. Porque mis dos compañeros de viaje llegaron
con sus familias sin capital, engañados por promesas totalmente falsas de
propagandistas de asentamientos sin escrúpulos. Acá no se trataba en primera línea
de voluntad deportiva.
Expliqué que no me pondría en su camino; si llegara a ser demasiado para mis
fuerzas me quedaría en una de nuestras carpas y les esperaría. Todavía esperaba
que cambian su plan, creí fuertemente que las circunstancias allá arriba lo resultaran
por sí solo. Porque para un plan así no estuvimos equipados. El pensamiento
devolverme con los indios no me ocurrió. Porque hasta la primera montaña de nieve
no era más que un viaje de un día y hasta allá quiso ir de todos modos. Los indios
querían esperarnos cinco días en Mamancanaca, la última morada indígena que
normalmente está deshabitada. Mientras tanto querían ir a cazar.
Bajamos al grandioso valle de alta montaña, pasando por los lagos bonitos que
brillan azul que relucen del paisaje rocoso como ojos grandes, con pestañas hechas
de una cantidad opulenta de nomeolvides con tallos largos y grandes lupinos azules
de montaña, arbustos amarillo-dorado que los indios llaman Geyhumbuci y cosmeas.
En el fondo la alta montaña, gris-café, seria, dura. La montaña más alta libre de
nieve es la montaña Kakaceoccuis, del Dios de cuatro formas, del padre de los
cuatro chamanes de tribu de los indios. Queda en el amanecer. Hacia acá dirigen los
indios su mirada cuando tienen que hablar con Dios o sus padres. (rezar y pedir
realmente solo lo conocen frente a la Madre de las madres en cuyo lago todo tiene
su origen.) Pero detrás queda la Chundua, el reino de la muerte, lo tenebroso, lo frío
que no permite más vida.
Pero todavía estamos en el reino de la vida, estamos en el paraíso de los caballos
salvajes. Los pequeños caballos cafés de purasangre, un vida majestuosa llevan acá
arriba. Sus ancestros que trajeron los extraños hasta acá, sacudieron el yugo de la
esclavitud y escaparon. Sus descendientes viven libremente en un país libre. Hace
mucho tiempo se les olvidaron todos los recuerdos a la esclavitud. Con ganas
vibrantes de vivir corren, unidos en manadas, llevado por su semental cabecilla por
el mundo montañoso salvaje y llenan la soledad respetable de las montañas con su
vida joven. Se atreven casi hasta el límite de nieve.
[…] habla de los caballos por casi una página
Intercalado en pasto de pantano queda un lago negro que los indios llaman
Unabunciameina. […]
También nosotros logramos nuestra meta del día después que subimos con muchas
palpitaciones y resollando por la morena lateral gigante que parece un terraplén de
vías férreas la que ya vimos desde Cungucaca cerrando el valle. Debe haber sido un
glaciar enorme que eligió su cauce al otro lado de nuestro terraplén de vías férreas.
Ahora vemos el valle y la otra morena lateral. En muchos meandros corre allá abajo
el río de manantial del Aracataca que los indios acá llaman Mamancana.
Y al otro lado del pequeño río están arrimadas cuatro chozas con techo de cono en
el borde de la otra morena lateral, el cielo nocturno es tan claro de las estrellas y la
luna que podemos reconocer cada detalle: un campo pequeño de papas, cercado
con piedras para que los jabalíes no pueden entrar y un cercado gigante de piedras
para guardar los animales de vez en cuando que camina acá arriba libremente que
se diferencia del salvaje sin propietario por cortes en las orejas. A dos de las chozas
falta todavía el barro. Sus paredes constan solo de un tejido en diagonal de palos de
bambú. Como jaulas raras de pájaros están allí en la penumbra hecho para algún
ser fabuloso.
El asentamiento pertenece a Duani, el gran chaman, que en Santa Marta provocó
por diez años asombro en los extraños con su medicina. Ahora se va consumiendo
hace más que un año en Donachui, un viaje de dos días al oriente de Mamancanaca
y los indios vienen desde hace meses desde muy lejos para rendir su última visita a
él. Pero se mantiene vivo resistentemente. Nadie sabe qué enfermedad lo lanzó a su
piel de vaca. De pronto lo saben los Mamas entre los cuales tiene muchos enemigos
porque es un gran reformador entre los indios.
¡Por fin fuerza! Estamos sentados con nuestros indios por el fuego caliente dentro de
unos de los casa redondas. En una caldera amplia hierve sobre tres piedras la sopa
de la noche. Lentamente se nos descongelan nuestras extremidades semi-heladas.
¡La sopa caliente es una fiesta! El hijo de Duanis que se encontró con nosotros acá
cazando ganado nos pasa pieles de vaca y de oveja de las vigas ennegrecidas por
el humo para que podamos hacer nuestro alojamiento de noche. Toda la noche los
indios mantienen el fuego. Acá arriba no puede apagarse porque defiende la entrada
contra los espíritus.
Nuestros indios están sentados callados y toman su sopa de las totumas. Mañana
nos dejarán con sus bueyes frente a la primera montaña de nieve. Pensativa mira
por el fuego en sus caras. Nada se puede ver en ellas, ni interés ni preocupación por
nosotros, ni enemistad. Parece que nosotros somos algo totalmente irreal para ellos.
Pronto están todos acostados, envueltos hasta arriba de la cabeza porque la choza
no está por completo hermética, con los pies hacia el fuego y cada uno de nosotros
tres europeos intenta dormir en el humo al cual no estamos acostumbrados. Porque
la choza no tiene ninguna ventana y la puerta está cerrada. Hay un corriente helado
por las paredes, el humo está picando pero sin embargo: estamos durmiendo. En la
duermevela veo por acá y por allá uno de los indios echando nuevos leños de
frailejón en la brasa.
Algo de confianza, algo fuerte intacto, algo tranquilizante parte de allá. Y mañana
estamos solos.
Mis dos compañeros de viaje ya son solo pedazos irreconocibles de los cuales salen
ronquidos. También yo vuelvo entre mi cobija y duermo – hasta que me levanto con
golpe: Un pequeño espíritu de la montaña me pellizcó en el dedo grande en mi
sueño. Era solo mi media que había empezado a arder en la parte del dedo grande.

28.8.1936
Escarcha se extendió por la mañana por Mamancanaca. Temblando del frío salimos
de nuestras cobijas y trotamos un rato después de habernos lavado en el rio helado.
Luego estamos bien y nos tomamos nuestro café de la mañana. Nuestros indios van
a buscar después del desayuno a los bueyes que están pastando en algún lado de
la sabana. El hijo de Duani Sebastián coge al inmenso fusil de avancarga, lo llena
con polvo, un pedazo abollado de plomo y papel periódico y sale de caza de ganado.
Más tarde le seguimos con los indios que por fin encontraron sus bueyes. Subimos
por una gigante huerta natural de hierbas medicinales que huelen sabroso para
pasar por la escombrera empinada. Nos encontramos con dos indio montados en
caballo y con lazo, fusil y perros. Las caras curtidas, duras, la postura la de reyes.
Son amos de las montañas, todo es de ellos – las ovejas, el ganado, los caballos,
los cerdos, todo lo que atrapan y domestican o sacrifican.
Ellos paran para saludar a sus hermanos del tribu. “¿A dónde van?” nos
consideraron finalmente dignos también de hablarnos. “¡Allá de dónde vienen
ustedes pero hasta algo más alto!”
Con menosprecio uno de ellos mira hacia mi abajo. “¡La voz es de una mujer pero
según la ropa pareces ser un hombre!” Y luego: “¡Sería mejor si no subieran hasta
arriba!” Se fueron cabalgando, subiendo el valle de Mamancana.
De la dirección norte suena un estampido. Subimos por dos cordilleras. En una
pequeña sabana verde está la res disparada. Un buen tiro, directamente en la frente.
Sebastian ya la está despellejando. Los dos indios le ayudan. Pronto toda la carne
está cortada en una franja única casi infinita – como eso es un misterio para mí.
Todo lo necesario se reparte por las cuatro redes hecho de rafia de guayabo y
amarrado en la silla de carga de los bueyes. Lo demás tragarán los pequeños
bonitos perros mechudos que viven en la naturaleza salvaje de las montañas y los
cóndores que están dando giros encima de nosotros.
Ya llegó la tarde. Aplazamos nuestro viaje hasta mañana. Sebastián nos pesa 40
libras de la franja de carne con la balanza de calabaza. Se envuelve la carne por
palos que se construyeron solo para este propósito. No hay moscas acá arriba. Que
se nos pudre algo de la carne en el camino no sucederá a esta altura. Solo la
debemos extender en piedras en cada descanso.

29.08.1936
Los bueyes serán estacados está noche así que no perdemos tiempo en la mañana
buscándolos. Tienen que buscarse su comida en el camino. Así que estamos al
amanecer en camino, hacia las montañas de nieve. Hay un zumbido fuerte en los
oídos y el corazón trabaja a toda. – Tranquilo, sin pausa, sin la más minima señal de
cansancio siguen nuestros indios con sus bueyes. De repente el más joven suelta la
cuerda y desliza como el diablo por un lado a una quebrada, el fusil en el brazo. Lo
vemos subiendo la escombrera al otro lado en un enredo de frailejones. ¿Qué va a
hacer? Como un gato montés pasa por los arbustos. Algo grácil, pequeño salta de la
rocalla. Un tiro, se voltea y rueda hacia abajo. Un ciervo enano, no más grande que
un corcino con una cornamenta pequeñita no más largo que un dedo. “Loche” se
llama en Colombia.
Tranquilamente recoge nuestro indio la cuerda, el pequeño ciervo en la mochila.
Seguimos como no hubiera pasado nada. Solo sus ojos están brillando.
Estamos caminando en la cresta que toca la sabana donde ayer se sacrificó la res.
Nos llega el sonido de gruñidos y graznidos malos. Cuento 17 perros de pelo largo,
su estatura y tamaño similar a nuestro Spitz (lulú) que pelean con los cóndores por
los restos de nuestra res. Los cóndores son mucho más grandes que los perros,
tienen picos brutales y garras inmensas. La envergadura de sus alas mide más o
menos dos metros y medio. Con mucho respeto admiramos los pequeños héroes de
cuatro patas que defienden a su derecho de existencia. ¡Se atreven a todo!
Especialmente en la caza por caballo prestan buenos servicios a los indios, cazan
las manadas hasta que los caballos están totalmente agotados. Vi a los pequeños
satanes atrevidamente volando entre las piernas de los caballos que cocean como
un rayo sin que les pasara algo. Siempre pasaron los cascos por sus cabezas sin
alcanzarles. Los indios cuentan que hasta los “morros”, una raza especialmente
fuerte de leones monteses que ponen acá arriba en riesgo al ganado y cuando están
con mucha hambre hasta humanos, temen a los pequeños guerreros.
Después de unas horas de marcha, la cuesta que subimos nos da libre
inesperadamente la primera montaña de nieve. Apartado que en el oriente, separado
del resto de la cordillera nevada. Es la cima de nieve más bajo.
Subimos una cresta morrena amplia que pasa por un lado de la montaña de nieve.
Las paredes descienden empinadamente al lado de nosotros a un valle profundo y
verde donde pastan caballos al pie de la montaña coronada con la nieve eterna.
Nuestra cresta parece a una amplia carretera nacional, se estrecha tan uniforme y
regularmente. Solo está regado con piedritas agudas y lleva empinadamente cuesta
arriba. – La distancia entre yo y mis compañeros se agranda. E. se voltea más a
menudo para llamarme mientras S. sigue marchando sin preocuparse con el lema
sin piedad: ¡Acá se sigue la marcha! ¡Pero no se puede más rápido aunque lo
hubiera querido! Si no mantengo el ritmo de paso y respiración que me prescribe mi
naturaleza, desgasto la doble fuerza y tengo que hacer pausa. Respirar tranquilo,
lento y rítmicamente – los demás hacen lo mismo pero nacieron en las montañas y
están entrenados. Sin embargo me parece siempre de nuevo como E. se excede
para imitar a S. Los dos son muy diferentes, S. huesudo, musculoso, según lo que
parece indestructible, de 35 años. E. tiene solamente 19 años, grácil, más alto que el
promedio, muy hábil haciendo alpinismo y con un firme sentido de equilibrio pero se
cansa más fácil. Pero su ambición deportiva no le permite admitirlo.
Antes del mediodía estamos arriba. A la izquierda de nuestra montaña de nieve se
amontona una pared de rocas con una desmoronada cresta salvajemente escabrosa
que oculta la cordillera nevada. Rocas escarpadas bloquean la vista hacia atrás. Por
arriba de nosotros y por debajo de nosotros, por todos lados rocas totalmente calvas
desgarradas por las tormentas, reventadas por los helajes. Por todos lados corren
fuentes de agua, algunos se acumulan en pequeños hoyos donde brota algo de
verde, el único consuelo en el gran desierto.
Cóndores gigantes están flotando sobre nuestras cabezas en un vuelo espléndido
en planeador, las alas anchas ampliadas fijamente con el viento ascendiente
levantándose sobre las crestas y con el viento descendiente jalados hacia abajo a
los valles. Hábilmente evitan a las ráfagas entre dos alturas, solo girando y dando la
vuelta con la cola fuerte como timón de profundidad y de mando. A ratos se puede
escucharles muy cerca sobre nuestras cabezas.
Nuestros indios descargaron a nuestras cosas en un nido de rocas sin viento. Ahora
nos dan las espaldas después de un corto saludo y están tragados en un momento
por el desierto de rocas. Estamos solos.
E. y yo recogemos manojos de hierba muerta y arbustos muertos de Ceybumbuci,
montamos una estufa de tres piedras y preparamos café. S. ya armó las carpas en
dos pisos estando uno encima del otro porque para más no hay espacio. Era un arte
fijarlas porque no hay tierra para sujetar las cuerdas. Se amarró las cuerdas de las
carpas en rocas pesadas y púas que resaltan. Cubrimos los pisos de nuestras
carpas con un colchón grueso de pasto seco. Hace calor. Luego estamos sentados
con una satisfacción total en nuestra “cocina” y estamos desayunando. Cocinamos
de verdad solo una vez al día.
Después de una siesta corta hacemos una vuelta exploradora a la cresta de la
cordillera que nos tapa con su anchura y altura la cordillera nevada. En algunos
sitios miramos hacia arriba por las paredes rocosas sin saber qué hacer; no hay
camino. Luego nos devolvemos y buscamos nuestra suerte por otro lado. Un rebaño
de ovejas salvajes se mueve arriba de nosotros en un camino arriesgado. Pequeños
arroyos de granito desmoronado vienen bajando, de vez en cuando se nos acerca
una piedra seguida por otras que llevó consigo en el camino. Pasan por la cresta.
Nos mostraron un buen camino para subir.
Arriba estamos sentados en un pequeño saliente de una roca, las piernas colgando
sobre el abismo y discutiendo la ruta. Nos dimos una pequeña idea del viaje
agotador que nos queda por delante – ¡con equipaje! Delante de nosotros quedan
las montañas de nieve con su belleza encantadora y una consecución en etapas de
lagos azules, uno fluyendo al otro, conectados por arroyos o cascadas y finalmente
lo más arriba alimentándose con agua del glaciar. Detrás de la nieve tiene que estar
Santa Marta y el mar.
Un poco después de las 5 ya desaparece el sol. Una maravilla encantadora sucede
en la pared rocosa al frente de nuestras carpas. De repente la cresta empieza a
arder en un fuego rojo subido. Como si fueran de lava liquida, así arden las raras
púas escabrosas del derrocadero. Un cielo ya casi oscuro hay detrás. Irreal de una
majestuosidad ajena es ahora el paisaje. Pero el arder de los andes no dura por
mucho. Inmediatamente siguen la oscuridad y el frio fuerte. Cada uno se come un
consomé de carne fuerte con arroz y lo tiene como un horno y un ladrillo para
calentarse los pies en la carpa.

10.08.1936
La primera noche en la carpa era casi como donde la mama. Ningún rastro de frio en
el heno caliente. El techo de mi carpa está cubierta por dentro con escarchas en
forma de flor. Y cuando abro la cremallera de la entrada y mira hacia afuera, todo
está lleno de escarchas. La charca debajo de nosotros está congelado. Pero pronto
el sol descongela todo. Estamos montados elegantemente acá arriba. Cada uno
tiene su baño con agua corriente.
Después de un desayuno corto se empaca rápidamente, para cada uno según
previsión sabia y según las experiencias que hicimos ayer. Más o menos 25 libras
para mí, más que el doble para mis compañeros – equipamiento de montañista para
la nieve, dos carpas, ropa caliente para la noche, alimentos. Solo es lo más
necesario, calculado para más o menos una semana. La carpa más grande de
nuestras tres se queda como depósito de alimentos. Ladrones no hay acá arriba,
ningún indio robaría nuestras pertinencias y los así llamados “Civilizados” no se
pierden hacia acá. Los animales pueden entrar difícilmente a nuestra carpa.
Una subida rigurosa empieza, lento con una respiración regular, sin pausas hasta el
descanso en común. ¡Nuestro equipaje pesa al menos cinco veces más en esta
altura! Como un peso enorme nos presiona hacia arriba con cada paso. Vamos
apretándonos contra las paredes de rocas con muy poco espacio para los pies,
cerca al abismo. Si esta mochila no me tirara y pusiera en peligro el equilibrio.
Finalmente lo logramos. ¡Estamos arriba! Todo lo pesado se desvaneció yendo
hacia abajo. Solo llegamos siempre de nuevo a rocas grandes que hacen necesario
desviarse del camino.

El valle de las ranas negras


Llegamos a un valle tenebroso y oscuro. Un lago negro silencioso como la muerte
queda delante de nosotros, parece helado. Sus orillas y todo el valle están cubiertos
con media bolas uniformemente formados de pasto duro y gris-verde. Un esqueleto
de caballo brilla en el desierto salvaje. Cuantos años deben haber pasado desde que
el viejo animal dejó a su manada para devolver acá sus energías de la vida a la
madre de las madres que cada vez son más débiles, aparte de los suyos, solo como
es la costumbre en su género. Las tumbas gigantes de los muertos en el lugar
salvaje de rocas, los cóndores, dando vueltas en el cielo, posiblemente ya
observaron cómo sus pasos volvieron cada vez más cansados, como tuvo que
descansar mientras pastaba hasta que recogió sus últimos esfuerzos y subió a este
lugar donde no hay nada vivo que buscar, como se extendió finalmente en el lago
oscuro y exhaló su último suspiro. Luego los cóndores y los perros salvajes tuvieron
su fiesta. De pronto se pelearon con los leones monteses por la comida.
Tenemos que saltar de colchón en colchón porque entre ellos corren miles de
arroyitos por el suave suelo negro de pantano. Ellos corren hacia la salida del valle
por donde entre rocas se filtra el azul del cielo. Por nuestros pies pululan pequeñas
ranas negras. Animales santas para los indios porque cree que los sobrenaturales
los utilizan como mensajeros. Entran a la choza para anunciar a la muerte; de miles
aparecieron, así me lo contó más tarde el hijo de Duani cuando visité a su padre y
anunciaron al Mama el diluvio. Grandes (potentes) eran los Mamas en este entonces
porque conjuraron al agua para que pare frente a las montañas santas de los indios
y tranquilizaron la ira de Dios. Las pequeñas ranas negras vuelven a ser los
mensajeros del último gran diluvio pero luego anuncian el fin del mundo porque la
fuerza de los Mamas se disminuyó desde que los curas blancos vinieron y obligaron
a los jóvenes indios asistir a su colegio y los quitan de la influencia de sus padres
sabios. Eso me contó Sebastián. – Hay mucho que ver en el valle pantanoso.
Estrellas de flores rara se hacen pasar por aquí y por allá por el pantano. Grandes
arañas caminan ágilmente por el agua.
Miro hacia mis compañeros. El valle está vacio. – Intento subir el declive empinado,
detrás de lo cual deberían estar – siempre de nuevo me obligan a regresar las lisas
paredes resbaladizas. Camino hacia la salida del valle que no queda muy lejos,
estoy metido hasta más arriba de la rodilla en el pantano, me vuelvo a sacas con
problemas: llamo – pero es en vano. Las paredes rocosas tragan a mi voz de la cual
me asusto en la soledad y el viento que pasa desde el norte por el valle, dispersa
cada sonido.
Sin aliento, siempre de nuevo hundiéndome, llego por fin a la salida del valle de
donde espero alcanzarlos o al menos poder verlos. Pero las paredes rocosas
descienden de forma empinada entre lados del valle que son escarpados e
inaccesibles en un amplio lago intercalado en rocas. Por todos lados corre agua
hacia abajo, murmura y susurra. Al lado derecho queda la Chundua con sus lagos
azules. En todas partes antes miran fijamente desde acá peñas escarpadas. ¡No hay
salida! Algo raro, totalmente extraño me apodera – me agarra con sus dedos de
arañas – de repente mi garganta está abrasada y no pude mantenerme de pie. – En
este momento alguien está llamando detrás mío. E. se devolvió y me había buscado.
Sin una palabra desciendo en una fuente – en medio de lo negro, mojado – nada me
importa – y bebo, bebo – como un pedazo de óxido de calcio! E. está profundamente
asustado que me ha tocado tanto. Luego ambos tenemos que reírnos. Lo hacemos
abundantemente. Es un placer como antes el agua. E. dice “Nosotros nos hemos
excedido un poco en estas alturas.” Eso lo era aparentemente también hace un
momento. ¡Eso no vuelve a pasar!, me lo prometo. Ahora entendí mucho de los
“espíritus de las montañas” de los indios. Casi hasta el primer lago tenemos que
devolvernos. Allá hay una trocha estrecha, mucho estiércol de oveja demuestra que
acá es el paso más cómodo. Ya no se puede ver a S. Pero allá va el arroyo montés
que vimos el día anterior de nuestro alto punto de observación. Él es nuestro
indicador de camino. Otra vez se va hacia abajo por el arroyo montés que se gira
acá hacia el oriente, hacia Donachui. También acá el valle está acolchonado con
almohadillas de pasto en forma de media luna, pantano, arroyos que murmuran,
ranas negras. Luego sube empinada y rocosamente otra vez pasto muerto, arbustos.
Allá ya están en el arroyo nuestras carpas amparadas por una roca y arbustos altos
de Geybumbuci que acá son incluso verdes y florecen. Todavía es temprano pero
los hijos experimentados de la montaña saben que a partir de las 3 se puede
esperar allá arriba con cierta regularidad tormenta, nieve, lluvia o granizo.
Acolchonamos las carpas y cocinamos el almuerzo. Cuando acabamos de comer y
haber entrado a nuestras carpas, empieza una nevada fuerte. Todo se vuelve blanco
rápidamente. Una tormenta cruda sopla desde el norte hacia nosotros pero rebota
en la pared protectora que cubre a nuestras carpas. “¡Hasta luego hasta la cena!”
Cada uno se mete en sus varias capas para la siesta.

30.08.1936
Pero cuando nos despertamos ya es mañana. ¡Así se duerme acá arriba! Estamos
cubiertos de nieve. ¡La pared de nieve nos mantuvo caliente! Por terrazas con una
amplitud de más de 30 metros que se volvieron lisos por el agua marchamos hoy.
¡Que cascada tan magnifica tiene que ser el arroyo montés durante el deshielo!
Subimos hasta su origen, un lago de un tamaño de más o menos 800 a 500 metros.

Ate Rabova – una leyenda del paramo


Mucho tiempo nos quedamos parados en la altura a la izquierda del receptáculo,
captados por tanta belleza. Cinco lagos quedan delante de nosotros, al oriente la
primera montaña nevada, separada de la Chundua por un valle glaciar amplio con la
consecución de etapas de dos lagos, al nororiente en la curva un campo nevado
gigante a lo cual sube un segundo valle con los otros dos lagos. Detrás del campo
de nieve en el norte tienen que estar escondidos las tres cimas más altas, “que
sostienen al cielo y son los pilares del mundo”. Más al occidente quedan otros dos
montañas nevadas. – Sería raro si el mundo de imaginación de los indios
profundamente interiorizado no vinculara una leyenda a este paisaje. De hecho me
contó – mucho más tarde cuando tenía la confianza y la amistad de su familia – el
hijo de Duani la historia de este receptáculo gigante, del lago de la Ate Nabova, de la
hija encantadora y bella pero maleducada de la “Gran Madre”: “Cuando el diluvio
subió hasta las montañas de la Sierra nadaba el pecado en los aguas hacia arriba
de los habitantes de las montañas y a los indios se les olvidaron las leyes de Dios.
Les llegó una mujer que era bonita y llena de poder. La llamaron Nabova (la fría).
Les trajo el caos. Hasta los Mamas sabios perdieron por ella su gran fuerza y les
confundió tanto su mente que pensaron Ate, la madre de los humanos, hubiera
bajada en la forma de Nabova. Y la siguieron a ciegas y la idolatraban y a sus
vírgenes del templo. En este momento se fueron el orden y la tranquilidad y la paz
de las montañas y siguieron a la infracción de las leyes desesperación y confusión.
Pero Dios vio la desgracia que había sembrado Nabova y la llevó y sus niñas en un
viento tormentoso, hacia arriba donde el límite de la nieve. Allá al pie del reino de los
muertos cambió las cuatro niñas en lagos glaciares. Hasta que se acabe el mundo
reciben el agua helado que se desemboca desde dos glaciares a través de ellas.
Pero Ate Nabova acumula todo el agua en su regazo y pare en una cascada
espumosa al rio Donachui. Hasta el día de hoy el gran receptáculo lleva su nombre y
¡el espíritu de Ate Nabova se siente en estas montañas! Uno debe tener cuidado,
decir algo malo sobre una mujer. Luego se enoja y castiga al cotilla. Si es una mujer
la deja caer en desdoro y si es un hombre, ¡cuidado su mujer o hija!”
Ate Nabova se respeta mucho, allá donde los indios nunca escuché ni una calumnia
sobre una mujer.
Los lagos tienen un bonito matiz único. Brillan azul oscuro del gris de su cauce
pedregoso. Pero desde cerca reflejan sus lindes que están cerca de la orilla, todos
los colores del espectro en la finura clara de joyas. Las últimas plantas leñosas de
Geybumbuci vitalizan a las rocas. Algunas pequeñas flores hacen pasar por la
fuerza entre el todavía abundante pasto, la bolsa de pastor morado y blancas
estrellas de flor sin talla. Tenemos que subir el valle glaciar noroeste. Se encuentran
en masa huellas de ovejas y durante el día cruza un jabalí nuestro camino. Recojo
una pluma de un cóndor que mide 45 centímetros. Para esta noche descansamos en
el primer lago en el valle que sube hacia Chundua. Posiblemente mide 300 por 250
metros. Durante la preparación de la comida se encendió el pasto seco que cubre
acá el piso en manojos gruesos. Rápidamente los alrededores estaban en llamas.
Casi nos hubiera costado nuestras carpas.
Hacia la noche nieve recién caída vuelve la noche de luna llena casi claro como el
día. Se regó una infinitamente misteriosa y bendita tranquilidad sobre esta soledad
en la cual casi nunca aparecen humanos. Uno se encuentra como desensortijado de
todo lo que era, como en otra planeta.
La luna pasa por las paredes de mi carpa. No es posible dormir. Silenciosamente
avanzo a hurtadillas, un poco la cuesta arriba. ¡Qué efecto tan raro hacen nuestras
carpas blancas en esta gran soledad! Voy por mi libreta y esbozo un poco nuestro
camino. Durante el día nunca hay tiempo para esto. Y utilizar velas en la paja es
peligroso.

Camino de los muertos

31.08.1936
En la madrugada nos lleva una pista de ovejas alrededor de la orilla empinada del
lago, pasando por rocas que bajaron de la montaña, escombreras y cuestas de
pasto seco. Tenemos que tener cuidado que no nos resbalemos en el lago profundo
con sus paredes empinadas. Sin estos caminos de ovejas casi no es posible pasar
por el lago. Cuando casi se perdió la pista de oveja en la grava, resbalé con cada
paso tres o cuatro metros hacia abajo, generando un granizo de piedras que cayeron
con mucho ruido al lago. Con los dedos rotos y las rodillas ensangrentadas attericé
finalmente por suerte en otro camino de ovejas un poco más abajo.
Lentamente subimos por la cuesta al lado del valle. Debajo de nosotros queda el
segundo lago de alrededor de 200 por 150 metros y delante de nosotros ya muy
cerca sobresale el límite de las nieves, cerrando en una curca amplia el valle rocoso.
Elegimos el últimos lugar que está protegido contra el viento muy cerca debajo del
glaciar de la Chundua para instalar nuestro campamento principal. En un nicho
formado por dos bloques gigantes tendemos las carpas. Una de las piedras forma
por la parte de abajo una cueva espaciosa. El pasto está bajado y hay mucho
estiércol de oveja. A menudo puede servir la cueva a los animales como refugio
cuando hace mal clima. Muy cerca pasa balando un rebaño de ovejas, animales
maravillosos con mechones gruesos. Rebaños de ovejas se encontraron con mis
compañeros de viaje hasta debajo de los glaciares más altos. Saltaron hendiduras
hasta de cinco metros. Nos encontramos también pequeños ciervos monteses de
pelo largo hasta al otro lado del límite de las nieves.
El campamento queda una hora de la nieve eterna. Por todas partes se puede ver
que la nieve baja significativamente más en otras temporadas. Así que hemos
elegido un tiempo afortunado para nuestro viaje. Cada vez vuelve más pesada la
subida. Empieza a ser una tortura. Necesitamos mucha y honda respiración. ¡Casi
se nos vuelan los pulmones! Nos sentimos flojos. Todos sufrimos por un dolor de
cabeza horrible. A pesar de haber nos engrasado preventivamente ya desde
Mamancanaca tenemos una sensible quemadura de sol. Nos vemos totalmente
desmoronados. Lavarse con agua está prohibido. Solo nos podemos empapar con
grasa. Esta cosa ya no sale del cuerpo.
Se pone mascaras blancas y gafas oscuras, la luz con sus reflejos de la nieve tortura
a los ojos. Leña ya no hay acá arriba. Por nuestro susto nos damos cuenta que
nuestra estufa no funciona. Lo intentamos con paja pero genera demasiado gas para
dar una llama que calienta. Tenemos que ver como quedar satisfecho. Comemos
carne cruda, algunos nueces y arroz sin cocinar.
Los dos suizos hacen ahora una caminata exploradora en el glaciar. Un poco antes
de su regreso me dormí delante de la carpa, medio narcotizado por la falta de
oxígeno y el sol. En este momento me despierto por los aletazos de un cóndor que
me cree aparentemente muerta o para muy indefensa. Le observo un rato con mis
ojos medio abiertos. Dando sus giros cada vez más bajo, las garras dobladas listas
para agarrarme. Sobre él planean otros dos de estos gigantes. Mi amigo allá arriba
se atrevió acercarse hasta casi cinco metros, en este momento prefiero levantarme
de repente y gritarle. Estos muchachos realmente no son inofensivos. Ha pasado
que atacaron a indios en las empinadas paredes rocosas y les hicieron caer con
aletazos. Ponen mucho en peligro los pequeños terneros y corderos. Presienten
cuando uno nace y lo asesinan de una manera cruel si pueden apropiarse de él;
primero le arrancan la lengua para que no pueda llamar a la madre y luego le
picotean los ojos así queda totalmente desamparado. Por la cuenca del ojo recibe
luego la golpe de gracia. También viejos animales enfermos no están seguros.
Después de aproximadamente cuatro horas vuelven mis dos compañeros medio
ciegos y totalmente agotados. E. una hora más tarde que S. S. ya está durmiendo
profundamente cuando también E. se arrastra hacia el campamento, apoyándose
fuertemente en su piolet. Él hace el esfuerzo preparar café con el últimos resto de
nuestro petróleo y pasto seco. “¿Todavía quiere subir?” pregunto mientras soplamos
en el humo. “Si”, es la respuesta. “Es tan cerca desde acá, un viaje de medio día,
¡no más! No dejo ir a S. solo.” “¿Pero porque ahora no volvieron juntos?” Un silencio
avergonzado. “Mire, yo me quedo porque no pienso conseguir algo por obstinación
para lo cual mis fuerzas no me dan. Usted es un ser totalmente diferente que S.
¡Deberá verlo el mismo y ya solo el sentimiento de responsabilidad por su
compañero más joven debería prohibirle comportarse de esta manera!” E. reacciona
molesto y no hablamos más del tema.

01.09.1936
Como en la próxima noche hay luz clara de la luna, los tres se deciden partir a las 3
de la noche para evitar al sol alrededor de mediodía. Las cimas se tiene que tomar,
cueste lo que cueste. Y como acá arriba no podemos cocinar y solo nos quedan muy
pocas conservas, tiene que suceder con precipitación más grande. Después de las
exploraciones – hechas en la mañana – estiman estar de vuelta a las 3.
Me quedo atrás con gran preocupación por E. quien me pareció en la tarde anterior
que está terriblemente sufriendo. Pero las cimas ya no los sueltan a los dos.
Una vez me levanto de un susto: ¡Un estruendo tronando muy cerca de mí! De la
cresta arriba de la carpa se soltó una roca y rodeó dando golpes con un sonido
sordo hacia la profundidad, seguido por un granizo de piedras pequeñas. Se acabó
el reposo nocturno. Hay mucha actividad acá arriba debajo de la agrietada cuesta
desmoronada en cuyas grietas se congela cada noche el agua y vuela cada vez un
poco más. ¡Es una locura acampar en la mitad de la escombrera de desprendimiento
diario de piedras!
Con el amanecer hago una excursión por mi propia cuenta a los glaciares. Donde
está el límite entre las montañas calvas y la nieve eterna se encuentra como en la
entrada de un país de las maravillas. Acá se amontonan paredes hasta de 15 metros
que parecen fortificar el reino de los muertos. Crecen de vieja nieve que tiene un
color café del polvo y portan una cobija sobresaliente de nieve nuevo. Junto con
calamocos gruesos como vigas hasta del delgado de un dedo forman salones
columnarios y grutas con ornamentos bizarros. Se escucha tintineando y sonando
los calamocos saltando y algo más lejos resuena y habla y susurra – dependiendo
del viento que trae el sonido – una cascada que se tira de una cueva de hielo. Las
rayas de sol se quiebran en lo interior del glaciar y permiten brillar en azul y verde
los superficies de fracturas y las grietas, los calamocos y la nieve nueva.
Un portal glaciar recibe el agua de un lago para transmitirlo debajo de su capa de
hielo al otro lado hacia abajo al mar. De una blanca cuenca ventisquero, cubierto del
brillo purpuro del sol de la mañana, corre un arroyo glaciar a lo caliente, a lo claro.
Pasa por amplias terrazas de granito, sobre musgo amarillo que parece que consta
de cabecitas de siempreviva y pequeñas blancas plantas compuestas que estimulan
las piedras húmedas hasta la nieve.
Un estallido suena desde el glaciar y causa un echo múltiple en las montañas. El
hielo glaciar allá arriba se rompió en algún lugar.
Me tomo el tiempo recoger pruebas de piedras para consultar expertos allá abajo.
Me parece que hay grandes riquezas en minerales, piedras y filones lo muestran y
charcos que están en hendiduras rocosas sin salida. Están tinturados
fantásticamente por óxidos que están flotando en opalescentes nubes verdes o
cobrizos en el agua claro. Alrededor de estos lagos enanos se establecieron todo
tipo de liquen y musgos, flores blancos salen de allí que casi recuerdan de nuestras
margaritas silvestres y pequeños colchones de bolsas de pastor en blanco y morado.
– Chundua – ¡a un reino ameno trasladó la fe de los indígenas a sus muertos!
Hacia mediodía vuelvo a nuestro campamento, ordeno las carpas, abro algunas
conservas para el regreso de mis compañeros de viaje – duermo un rato y luego hay
que esperar lo que vuelve cada vez más insoportable.
Detrás de las cimas de nieve se acumulan tormentas. Estoy acostada en el pasto y
observo un rato al fascinante juego de las nubes. Un monstruo crece del otro, una
forma devora a la otra, lo de allá arriba cada vez más parece más muecas. – Con
una tranquilidad constante los cóndores están dando sus vueltas sobre la Chundua.
¡No me puedo quedar en mi lugar! ¡Es insoportable! – La razón dice: Se
programaron mucho para el día. ¡El camino es largo! – Pero la sensación responde,
testarudo como un niño: ¡Pero querían estar de vuelta temprano por la tarde! Si les
coge la tormenta en la peña escarpada…
A las cinco de la tarde se acabó la espera. Aturdido con la cara agitada viene S.
corriendo por las rocas al campamento: “¡E. se cayó! ¡100 metros hacia abajo! ¡Está
vivo! ¡Rápido los vendajes, alcohol, cobijas!” Y ya estamos en el camino hacia él.
Sucedió más o menos dos horas lejos de las carpas en un derrocadero al cual se
puede ver muy bien sobre la superficie del glaciar la cual había pisado hoy, debajo
de la cima nevada del centro de las tres de la Chundua.
La oscuridad total que hay a partir de las cinco y media se nos impidió pasar sobre
rocas apiladas, grietas de glaciar y sobre una pared de hielo. Tuvimos que dejar a
solas nuestro compañero hasta la salida de la luna. S. se sube por la pared de hielo
que mide unos quince metros por la cuerda hacia la superficie de nieve en la cual
está E. S. me avisa que está inconsciente pero está vivo. Desde afuera solo puede
diagnosticar que nuestro compañero digno de lastima se rompió la mandíbula, la
cadera, un brazo y una pierna.

La gran soledad

02.09.1936
Subir este glaciar con sus grietas de varios metros y paredes lisos sobrepasa mis
fuerzas. Apenas son suficientes las fuerzas de S. quien las entrena desde su niñez.
Así que le ayudo, hasta donde puedo subir, llevar todo lo necesario hacia arriba.
Solo existe una posibilidad y esa es que S. se va donde su compañero accidentado
porque S. lo rechaza categóricamente tocar al infeliz con sus miembros rotos y
pasarlo por los lugares que ya son muy peligrosos para una persona sana. Quiero ir
para conseguir ayuda. Pero – ¿ya no sería muy tarde? ¿Encontraré el camino de
vuelta? No importa – no hay otro camino porque todavía está respirando nuestro
compañero. Cojo la otra carpa, una olla, un poco de arroz, carne y frutos secos y voy
bajando. Toda la pesadez corporal a estas alturas enormes ya no hay cuando uno
va bajando. Es como volaría sobre las piedras y escombros. También
desaparecieron los dolores de cabeza y de corazón y se detienen los terribles
dolores de los ojos en cuanto de la espalda a la nieve. Algo como salvación me
acomete – a pesar de todo el horror que queda detrás de mí ¡aunque lo tengo vivo
delante de mis ojos! No me reconozco – de repente me gustaría cantar – me parece
tan feliz vivir y bajar de estas montañas, cada vez más lejos de esta altura cruel que
hace de la vida una tortura que a pesar de toda su belleza está alojando la muerte.
Pero me voy para volver.
De repente me parece que por la gran paz de las montañas solas como no estuviera
sola. Algo está venteando alrededor mío que se relacionó conmigo de alguna
manera. Me quedo quieto – no se escucha ningún sonido. Rocas, arbustos de
geybumbuci, crestas con pasto seco – y debajo mío un lago callado, nada más. De
todos modos se queda una vibración silencioso que indica algo, algo que acecha,
observa, sigue. ¿O es la gran vastedad salvaje que vuelve uno hipersensible?
Piso con silenciosa intranquilidad la escombrera plana de rocas trituradas al final de
la cual era nuestro penúltimo campamento: Allá sale de su escondite, se agacha
ariscamente detrás de rocas para volver aparecer tan pronto como siga. Un ente
suave, rojo-café e hirsuto medio zorro, medio chacal mirándome con oscuros ojos
bastante vivos. La pequeña nariz respingona flexible que está doblada un poco hacia
arriba se estira hacia el viento que viene desde mi dirección. ¡Una magnifica cara
expresiva! ¡Si uno tuviera algo así en casa! ¡Pero eso sería lo mismo como uno
quisiera cazar la belleza de un caballo salvaje en su establo! ¡O trasplantar un indio
a la civilización – ¡con la cabeza tonsurada y una chaquete de rayas azules!
Parece que el pequeño siente mi afecto por él. Ya no desaparece cuando me volteo.
Cabizbaja mirando atentamente desde abajo hacia arriba pero todavía con la
disponibilidad de escapar está siguiendo mi pista, presionando su barriga muy cerca
al camino. Ni con pedazos de carne ni con llamadas se deja atraer más cerca. Está
allí, una pequeña criatura amigable que la soledad de las montañas se me juntó pero
se queda a una distancia apropiada, salvaje, arisco, extraño.
Paro no hasta nuestro segundo campamento en el rio de manantial del Donachui. La
luz de la tarde alcanza apenas para montar la carpa. Cuando preparo mi cena ya es
noche desde hace rato.
Unos veinte metros lejos del fuego desde la oscuridad están ardiendo los ojos de mi
pequeño amigo. No pierde ninguno de mis movimientos. Lo atraigo pero no se acera
más, no le importa cuántos pedazos de carne están alrededor mío. Entonces le
vierto el resto de mi comida lejos de la carpa en una piedra plana.
03.09.1936
Cuando estoy desayunando en la mañana siguiente, ya está esperándome. Hasta la
noche está conmigo como un espíritu de la guarda un momento acá, pronto allá
desapareciendo en la naturaleza.
¡Hoy tengo que alcanzar Mamancanaca cueste lo que cueste! A mediodía encontré
a duras penas nuestra carpa de reserva. Está allá casi invisible en su color de
protección. Nadie la ha tocado. Después de una pausa corta se va de paso por la
primera montaña nevada en la calle sin asfaltar, luego por la quebrada en la cual
corre un arroyito. La cuesta está muy empinada cerca al agua que es bastante
profundo y fuerte. En este momento se me cruza un jabalí el camino. No puedo
hacerle sitio. Desapareció detrás de un bloque por lo cual tengo que pasar. Mucho
tiempo me quedo indeciso. No me siento muy bien cuando finalmente sigo. Mi buen
jabalí se había acostado mientras tanto.
Cuando ya se vuelve crepuscular no sé más donde estoy. Hace rato debería haber
aparecido una pequeña plantación de papas con cercado de piedras cerca al agua –
estoy en una zanja equivocada. Entonces a la derecha o a la izquierda pasando por
una de las empinadas cuestas de pasto por el río. - ¿Cuál es la correcto? Si el rio
desemboca en el rio Mamancanaca, Mamancanaca tiene que estar a la izquierda.
Porque detrás de las chozas de los indios, el río tiene su lago de manantial sin
afluente de otros ríos. ¿Si el río ahora corre a una dirección totalmente diferente? – ¡
El paisaje acá tiene rasgos tan similares que se puede confundirlos!
Desde el amanecer no he comido nada más. La percepción de estar perdido y la
preocupación de la noche que está cayendo están colgados como plomo en mis pies
cuando subo al azar la cuesta izquierda con una elevación de 35%. 150 metros se
sube desde el río. Manos y pies están destrozados por las rocas duras. ¡Pero tengo
que alcanzar mi destino hoy! ¡Quién sabe si los indios en este momento no están
cuando llego mañana por el amanecer! ¡Para armar la carpa ya es demasiado
oscuro! ¡Allá en el valle corre un río más grande! ¡Si fuera el de Mamancanaca!
Corro lo más rápido que pueda al valle, camino por el río – allá – un muro redondo
de piedras con un campo, una cueva a dentro. ¡No es Mamancanaca! ¡De pronto
estoy en una región totalmente diferente! Hay tantos fuentes y ríos acá que no están
registrado en ningún mapa.
Me controlo con última fuerza para que no me ataque otra vez el demonio de la gran
soledad como en el valle de las ranas negras. ¡Pero esta vez me protege mi tarea!
En estos meandros corre el río por rocas grandes. Volvió una noche negra. – En
este momento se amplía el valle. Dos terraplenes formados regularmente,
construidos como por humanos se levantan por ambos lados del valle. Olor a humo
está en el aire – escucho ladridos de perros – veo un débil resplandor de fuego por
una grieta – las rodillas casi me fallaron por la excitación y la alegría: ¡Estoy en
Mamancana! ¡Y los indios siguen allá! ¡Humanos! ¡Ayuda para nuestro compañero!
¡Si arrancamos mañana, podemos estar ya en tres días arriba – a más tardar en
cuatro días!
Los perros me capturan gruñendo. Sebastián sale de la choza. Ya sabe que es uno
de nosotros porque a los indios no les gruñen.
Cinco viejos están sentados al lado del fuego sobre el cual está hirviendo la caldera
de hierro. Tienen grandes pedazos de carne en la mano y están comiendo.
Atentamente observan los perros de alguna distancia cada uno de sus movimientos
y esperan su parte de la comida.
Sebastián me pasa una piel de oveja caliente. Muerto del sueño me siento encima e
informo. Los ojos de los viejos me miran con una rara indiferencia. Y luego hablan
entre ellos en su idioma, en esta extrañeza completa enfrente de lo extraño – no se
puede leer nada bueno ni malo de sus caras. Es como no estuviera en su fuego.
De su conversación escucho siempre de nuevo la palabra española “negocio”, esta
palabra desdichada que no existe en el idioma indígena que les enseñó primero la
civilización: “¡hacer negocios!” – En este momento me coge una rabia enorme, una
rabia que al mismo tiempo es una liberación después de la fuerte tensión de los
últimos días. Les grito como nunca hubiera creído poderles gritar, a este pueblo
tranquilo que en el fondo amo tanto: “Este hombre que está allá arriba desamparado
con miembros rotos, no es mi hermano ni mi amigo, lo conozco apenas diez días y
puse en juego morirme en alguna parte de la soledad montañosa donde de prono
nadie nunca me hubiera encontrado – solo porque es un humano que necesita
urgentemente ayuda. Y ustedes están allí sentados como piedras y hablan de sus
“negocio” que de pronto salen de esto. Miren mis dedos, están sin piel por las
piedras filosas en las cuales me agarré en mi marcha forzada hacia abajo donde
ustedes y mis pies están cortados porque no me tomé el tiempo sacar de mis
zapatos las filosas esquirlas de granito de las escombreras. Y luego finalmente los
encuentro – ¿saben lo que significó eso para mí encontrar finalmente humanos?
Y ustedes están allí sentados como piedras ni me ofrecen algo de su comida y
hablan de nada más que de sus negocios!”
Esto tuvo su eco, lo veo perfectamente. Pero estoy completamente acabado.
Recojo todos mis trastos y salgo de la choza caliente a la noche fría, anudo, lo mejor
que puedo, las cuerdas de la carpa en los palos de la primera choza a medio hacer,
me quito las medias que están pegados con sangre de los pies y me pongo medias
blancas, me enrollo en mis cobijas y lloro a moco tendido. ¡Se siente bien!
Es como una lluvia tormentosa que libera la atmosfera tensionada. Dejo correr las
lágrimas como quieran sin que me de vergüenza ni frente a mí misma ni cualquier
otro. ¡Es mi buen derecho y una liberación como tal!
En este momento alguien me está llamando. Sebastián está afuera. “Vuelve con
nosotros adentro al fuego. ¡Hoy por la noche se congelará!” Pero ya no quiero
moverme de mi lugar ni ver a nadie más hoy.
Luego se va y vuelve. Tiene un recipiente hecho de calabaza en la mano con buena
sopa de carne que huele deliciosa y es caliente. “¡Tienes que comer ahora porque
pasaste un día difícil y tu camino no se acabó!” Su preocupación tranquila se siente
demasiado buena para no aceptarla. Obedientemente como con una cuchara de
calabaza mi sopa. Sebastián está al lado mío y desarrolla su punto de vista sobre
todo lo que ahora debe suceder: “Los indios que encontraste acá, son Mamas de los
templos en los páramos. Ellos esperaban la desgracia de lo que contaste porque
saben por los padres de los padres que no se puede pisar la Chundua. También
sabían por su don de ver que a tus dos compañeros les llevaron sus negocios hacia
arriba. Interpretaste mal la palabra “negocio”. Los Mamas van ahora a Donachui
donde mi papa. No te van a ayudar. Pero en San Sebastian donde está el colegio de
los curas blancos, posiblemente encuentras indios que te acompañan. Tu paisano
que tiene muchos ahijados entre los indios, te aconsejará mejor. Al menos necesitas
a seis indios que se turnan cargando y tienes que alimentarlos por diez días.
¿Pensaste en todo eso? Si quieres, te mato mañana una res y preparo la carne para
cuando vengan. Quiero prestarte mi mula para que tus pies pueden descansar.”
Ya estaba durmiendo profundamente y no sé cuánto tiempo más me hablaba ni
cuando se fue.
Antes del amanecer mi animal está ensillado delante de la carpa. Un poco antes de
medianoche me desperté por el frio intenso porque en mi carpa faltaba el piso
caliente de pasto. Pronto puse desesperadamente mi cabeza debajo de las cobijas.
Interminablemente pasaron las horas hasta el amanecer.

04.09.1936
Me caliento un poco en el fuego y tomo café caliente. Los Mama ya se han ido.
Sebastián me atiende otra vez y luego me monto.
¡Desde ahora es como todos los buenos espíritus me hubieran abandonado!
Cabalgo por el río, arriba al terraplén de morenas, al valle desgarrado con sus flores
y sus lagos y rocas regadas. Delante mío se levanta la cordillera desgarrada que
lleva a la sabana alta. Cien trochas de caballos salvajes desaparecen y aparecen
por los bordes de los pantanos. Con dificultad sube mi mula por una trocha
pedregosa – termina delante de la cresta fuertemente escabrosa sin salida al
altiplano. Cabalgo de un lado al otro, perseguido por las miradas curiosas de los
caballos salvajes. Finalmente decido devolverme y pedir ayuda Sebastián. Muy lejos
le veo en una cresta, con fusil y perros. Viene saltando hacia abajo, liviano y sin
problemas como solo se puede mover un indio de las montañas en su montañas y
me acompaña hasta el otro lado de la puerta de Cungucaca un pedazo hacia
adentro de la sabana de Aduriameyna. Me indica una montaña que queda muy muy
lejano. “Esta montaña seguirá indicándote el camino porque no puedo acompañarte
más en caso contrario vuelve demasiado tarde para sacrificar a la res. A ratos se
tiene que buscar medio día antes de que se pueda ver una res salvaje en los valles
amplios. Toma el camino más arriba de los dos que llevan alrededor de la montaña,
luego verás pronto a San Sebastián en el valle.” Le agradezco y sigo cabalgando. El
sol brilla y el camino queda despejado delante de mí. Así me va bien por tres horas.
Ya se alcanzó los campos de flores lleno de colores de Siminchiqua cuando brotan
velos de niebla por las montañas. En próximo instante todo es un mar de neblina
lleno de lluvia. Mis ojos ya solo se enfocan en el camino, ya no veo nada más del
paisaje. El gris impenetrable dura horas. Empezó una tormenta helada empujando
delante de sí mismo cada vez nuevos pedazos de neblina. Granizo de tamaño de
cerezas me golpean en la cara. Tengo que ponerme mi bufanda delante de mi nariz
y girarme en contra de la dirección de viento para poder tomar aliento. ¡Es una
verdadera lucha! Luego se rompe la cobija pesada de neblina y de nubes y el sol
brilla de nuevo sobre lupino montés, rosas de los andes y ( otras plantas (cardamine
pratensis) como no hubiera pasado nada. Debajo de mí en el valle causa estragos
una tormenta. Golpe por golpe suena el trueno hacia arriba donde estoy y centellea
el reflejo de relámpagos. Me parece el mundo puesto raramente patas arriba.
Desapareció mi montaña indicadora. En una colina empinada desaparece el
sendero. Me dejé confundir por un sendero de animales. A mi mula sensible se le
pasa la desorientación cansada de su jinete. Cada vez más fuerte tengo que pegarle
los talones en los lados. Cuesta más fuerza que si caminara. En la elevación más
alta en los alrededores busco con la vista. Muy lejos pero seguro en la dirección
equivocada hay una choza de indios en la sabana. Un gallo escarba y canta por allí.
¡Allá viven humanos a los cuales se puede preguntar por el camino! Me dirijo hacía
allá, ¡mi montura no quiere más! No está acostumbrado caminar tan sin sendero por
arbustos, pantano y ríos. Por un arroyo profundo se para. Dobla las patas delanteras
y luego las patas traseras. Lo trato con patadas después que de toda la buena
persuasión no surgió ningún efecto y latigazos con las fustas que se encuentran por
acá se perciben aparentemente como caricias – finalmente se levanta. Lo jalo, hasta
el cinturón en el agua, por el agua. Finalmente llegamos a la choza. Está vacía. La
puerta atrancada. ¡No hay nadie! Entonces seguimos subiendo la cuesta oriental.
¡Allá muy abajo en el valle, varias casitas de indios, un río más grande, un pueblo!
¡Es San Sebastián! dentro de mí doy gritos de júbilo. En serpentinas se extiende
también debajo de mi un camino, un camino hecho por humanos, marcado por
hombrecitos de piedras (pequeño torre de piedras apiladas). Primero lleva a una
dirección contraria pero puede llevar solo al pueblo, gastado como está. Respiro
profundo y de repente me siento otra vez fresco. Rápidamente va cuesta abajo.
Reconozco los arboles de rosas de los andes con su carga de parásitos en forma de
agaves; las primeras plantaciones de los indios adelanto, campos de maíz,
plantaciones de coca, pastos. Por la tarde estoy en San Sebastián. Caras curiosas
por todos lados, preguntas dónde están los demás.
No hablo con ninguno, cabalgo lo más rápido que pueda, solo paro cuando la
esposa de Sebastian pasa con sus dos hijos en el camino y le digo lo que sucedió y
que su esposo todavía está ocupado allá arriba.
Consternadamente escucha el señor R. mi informe y sale de inmediato al pueblo a
buscar indios.
¡Es horrible pensar que podemos estar como muy temprano en una semana donde
mis lamentables compañeros de viaje! ¿En qué estado los encontraremos? ¿Podría
ser que E. sigue vivo?
La señora R. se ocupa de mí con un conmovedor sentimiento maternal, me prepara
un baño caliente, trae hierbas indígenas, ungüento y vendas para sanar de mí hasta
mañana lo que más pueda cuando vuelve a comenzar el viaje de nuevo. Como a un
pájaro enfermo me da de comer con lo mejor lo que puede ofrecerme y luego hornea
y frita y empaca y se preocupa hasta muy tarde en la noche para que no nos haga
falta nada en nuestro viaje. Rompe una docena de huevos crudos que busco por
todo el pueblo, en una botella para el enfermo, consigue crema de leche y fécula de
maíz y una botella de miel silvestre.
El señor R. contrató a siete indios en el pueblo que quieren ir con nosotros. Pero no
viven en el pueblo y tienen que ir primero a su plantación para proporcionar por
cobijas calientes y algo de provisiones. Así cabalgamos delante por la mañana
porque los indios nos alcanzarán rápidamente.
Al mediodía estamos en Siminchiqua. Allá nos vuelve a coger la neblina. En seis
horas deberíamos haber llegado a Mamancanaca. Cuando después de tres horas se
rompe la niebla para dar por un momento una vista libre al paisaje, nos encontramos
donde estuvimos hace 3 horas y media. En este momento tenemos que rendirnos
para el día de hoy porque la niebla se vuelve cada vez más densa. Montamos
nuestro alojamiento para la noche con las sudaderas de nuestras monturas al lado
de una roca protegido por el viento y esperamos hasta el amanecer, intranquilos
hasta la desesperación. Por desvíos alcanzamos Mamancanaca. Tres indios
aparecieron. Por el camino a la primera montaña nevada está la res preparada,
escondida debajo de piedras, que Sebastián no pudo llevar solo a la choza. Pesa a
cada indio su parte de la carne y luego vamos a recoger la gran carpa para los indios
que nos sirvió para almacenar los alimentos. Cuando llegamos, sale S. de la carpa,
enfermo con los labios reventados, febril, desfigurado por la insolación que le
produjo el glaciar. Informa que nuestro compañero se murió a causa de sus heridas
diez horas después de me fui. Hubiera sido imposible amar la carpa en la superficie
de nieve. La tormenta la arrancó de inmediato. Luego S. puso las cobijas debajo la
carpa por encima de él y el moribundo que se murió sin recuperar la conciencia.
Tuvimos que dejarlo profundamente enterrado en la nieve, debajo de la cima central
de las tres más altas, en una media luna de halles glaciares de color verde de vidrio.
Ninguno de nuestros indios se dejó convencer subir más con nosotros. Quién sabe
si tal vez hubiera costado más víctimas de los vivos. Por eso nos despedimos en
silencio de nuestro compañero muerto desde lejos, de dónde pudimos verlo.
De vuelta donde los Arhuacos
Una imagen de actividad laboriosa ofrece el pueblo cuando llegamos. Desde lejos
podemos ver mucha gente en las colinas alrededores como fueran hormigueros
gigantes. Rápidamente saltan las mujeres y muchachas las serpentinas hacia arriba
donde en las crestas los hombres están trabajando. En otros caminos se va bajando
balanceando, totalmente escondido debajo de una carga gigante de pasto cortado.
Los fardos son mucho más grandes que las pequeñas indígenas que van bajando
deslizándose, trepando y saltando sin agarrarse por las cuestas peligrosamente
empinadas. En partes muy empinadas se hicieron unos huecos en las cuales pisan,
derecho, seguro, abrazando con ambos manos los fardos.
El corregidor llamó a la reparación del pueblo. Era urgente. Algunos techos ya se
pudrieron y están colgados desordenados, por la mitad adentro de las casas. De una
forma chistosa se crecieron allá los agaves y cactus. Más o menos treinta indígenas
están sentados en el techo de la iglesia indígena en la cual los indios civilizados
predican a si mismo su nuevo culto, mezclado con sus antiguas creencias. (La
iglesia verdadera, en la que celebran los capuchinos está arriba en el Orphelinat.) En
las manos tienen herramientas de madera dura con las cuales meten a la fuerza los
nuevos fardos de pasto debajo de los viejos o por partes renuevan al pasto por
completo. Abajo están sentados en grandes pilas de pasto que siempre se renuevan
mujeres y niños, amarrando pequeños manojos y los tiran hacia arriba donde los
hombres que los cogen.
De vez en cuando uno que otro baja por la escalera que solo consta de un palito que
está recostado contra la casa en lo cual colocaron entalladuras para los pies y
desaparecen en una de las casas para tomar a escondidas del aguardiente
prohibido que no se puede durante las horas de trabajo. Le multan si le pillan. Sin
embargo todos están tan llamativamente alegres, hablan y se ríen y cantan que
normalmente ocurre raras veces entre los indios tan dignos – y el más alegre es mi
amigo Matuna, el comisario.
Cuando el sol indica una hora antes del mediodía, todos bajan y van a la gran casa
de reuniones en el centro del pueblo para comer. Encima de una gran cobija de lana
en el centro del cuarto está todo regado lo que los indios trajeron de sus
plantaciones. Naw, la manzana harinosa indígena con pequeñas pepas de castaños,
bananos verdes cocinados, Perico, Yuca, Cebollas. Todos los indios están sentados
alrededor de la cobija y están comiendo.
El señor R. necesita carne. A las tres de la mañana a la luz de las estrellas, subimos
a la sabana desde Mamon donde tiene que exigir un cerdo gordo de un indio.
Andamos a tientas por la sabana de Santa Fé por el Cerro Figueroa donde la fe
indígena aloja sus demonios de la lluvia. En su cima se decide sobre lluvia y sequía.
Incontables fajitas de hojas de maíz con piedras de lluvia y tales que llaman a la
sequía, los indios enterraron en sus cuestas durante los siglos.
Saltando de piedra en piedra, a ratos pisando al lado, atravesamos el río helado que
por partes es desagradablemente muy profundo y luego subimos a las montañas. Se
despega oscuramente del cielo crepuscular la “cima del oso hormiguero” de 2.500
metros de altura, el Cerro Chuchu. Pronto amanece el sol e ilumina la grieta
misteriosa que ya tantos “civilizados” ávidos de oro buscaron en vano – detrás de la
cual descansan en alguna parte en el derrocadero empinado los “monecos de oro”,
los símbolos de la madre de las madres y del primer hombre. Debe ser renunciado a
los civilizados alcanzarlos nunca. Una tormenta que saldría de la montaña, les
empujaría por la roca o les mataría. Los Mamas viejos cuentan de un santuario
importante que había estado acá antes de la llegada de los extranjeros.
Enfrente del Cerro Chuchu están las chozas del viejo chaman Frain Perez y de su
hijo. El señor R. me dijo que guardaría muchos secretos y parecía ser el guardia del
Cerro Chuchu. Acá se debe sacrificar al cerdo. Rápidamente camina la joven mujer
con su lactante en la espalda al granja vecina para que le presten una gran olla.
Luego busca por toda la sabana por el cerdo que por algún lado desentierra
tubérculos y raíces no sabiendo nada de su pronto fin. Finalmente lo encontraron y
lo atraen con un recipiente grande hecho de tortuga lleno de comida. Con cuidado la
inda le pasa un lazo por el cuello y lo amarra en un poste.
Mientras todos están ocupados miro alrededor de la choza. Adicional a las típicas
herramientas de los indios, jarras de calabazas, abanicos para atizar al fuego,
ruecas etc. me llaman la atención unas pequeñas bolsas que están escondidas en el
rincón más oscuro. Ya su formato indica a algo especial. Seguramente pertenece al
viejito. Una contiene semillas rojas y negras, fajas de hojas de maíz, conchas, casas
de caracoles, piedritas de todos los colores la otra y la tercera está llena de perlas
de piedra y tumas! Al lado están colgados flautas de Pan acabadas y no acabadas,
palos de bambú que pertenecen a la Gaida, la flauta larga y que se puede armar,
calabazas de una forma rara cuyo significado no puedo adivinar – y debajo del
techo, subido con cuerdas fuera del alcance de manos curiosas, una canasta
cubierta, tejido de hojas de palmera.
Secretos, muchas cosas santas, para hacer sol o lluvia, para curar enfermedades, la
fuerza para conjurar, liberar del mal – para limpiar de actos reprochables, para que
los demonios no obtengan el poder sobre el maleante y a través de él sobre todo el
tribu.
Me hace calor por toda el entusiasmo que por fin tengo algo real del mundo
misterioso de los indígenas en mis manos. Ciencia significa todo esto para el indio,
ciencia que prueba su eficacia real y prácticamente en su forma de pensar que está
tan absolutamente contrario a la nuestra porque su fe está relacionado inalterable y
firme con esto. El método de curación del Mama sana al indio, la confesión frente al
chaman lo absuelta, las conjuraciones conjuran los espíritus malos de la choza y de
los animales y del propio cuerpo y lo dejan caminar con el sentimiento de seguridad
y de la fuerza soberana sobre los demonios por los peligros del mundo de las
montañas que muchas veces es tenebroso y afectado por tormentas terribles.
El secreto del mundo interiorizado de imaginación de los “pueblos primitivos” que
está lleno de imágenes, no está resuelto con un compasivo acogimiento de hombros
de la ilustración.
¡Que nadie se dé cuenta de mi curiosidad! ¡Eso sería mucha mala suerte! Todo se
tuviera que coleccionar de nuevo, abajo en la playa del mar, viajes de muchos días
muy arriba en la nieve, en cuevas y arroyos y en los lagos santos de la madre de las
madres en los páramos, “donde la vida tiene su origen”.
“Porque las manos de los extranjeros vuelven todo eso inefectivo.” Silencioso e
inocente le parezco a la india, sentado en mi taburete de madera de hierro,
absorbida por las arepas las que me empacó madre Toni para el desayuno. Coge
recipientes de calabazas y un cuchillo largo; porque ahora vuelve cosa seria afuera
la matanza del animal.
De nuevo me doy cuenta que tan bueno los indios manejan los animales. Un único
golpe fuerte manda el cerdo al piso y una buena cuchillada al corazón lo mata. Casi
no tenía tiempo para hacer un ruido. La india recoge en sus recipientes de calabazas
la sangre. Luego se acuesta el cerdo en la “tina” que está hecha de piel de vaca y
que resta en un óvalo de piedras. Luego se lo riega con agua hirviendo de cenizas y
se lo raspa con el machete grande. Ahora se desguaza en otra piel de vaca, al
contrario como lo hacemos nosotros pero limpio e impecable: Acostado en la barriga
se lo corta en franjas por la espalda que van en paralelo con las vértebras de la
espalda, luego se quita la columna con la cola, con cuidado se “desglosa” los filetes
y los riñones y luego saca el indio con una cuerda las tripas que están ligadas por
debajo, quita el corazón, colón e hígado y todo lo demás que es aprovechable.
Luego se descuartiza lo demás después que se sacó un último resto de sangre y la
india lava en el arroyo las tripas.
Con una paciencia firme como si fuera de su condición el indio empuja a un lado a
los cachorros y perros grandes que siempre de nuevo corren entre las piernas y
manos de los indios. Ningún regaño, ninguna piedra se les tira ni les pegan como
uno está acostumbrado por los civilizados.
Por último, después que el señor R. puso un buen pedazo de carne a un lado para el
indio, se sala todo y repartido en dos bultos se los carga al buey. Se va para la casa
donde la madre Toni.

Santiago la malapata
Sin embargo nos desviamos un poco por Templaito (eso significa sol creciente)
donde sospechamos que esté Santiago, uno de los indios que más conocen los
caminos, a quién me recomendó el sr. R como acompañante en los páramos y
donde los Peyvos. Conoce toda la Sierra porque caminaba por mucho tiempo con
encargos y mensajes secretos entre Santa Marta y los indios. Que lo que había
tenido que caminar realmente, no lo sabía decirme el sr. R. En todo caso era una
persona inteligente, sabía leer y hasta incluso mecanografía y sabía más que todos
los indios juntos.
Solo que no hablara con extraños de esto. Siempre se comporta como no supiera
nada de lo que se le pregunta. Es un carácter propio pero confiable me lo aseguró el
sr. R. “El año pasado acompañó a un alemán hasta el límite de la nieve. Allá tuvo
mala suerte el pobre. Su buey de carga se murió arriba por el cambio climático.
Nadie se lo reemplazó.”
Estamos frente a la choza de Templaito. En el borde de la casa hay un tronco de
palmera hueco con heno. Cuis tienen allá dentro su nido. Al otro lado de la casa está
colgado el gallinero que está hecho de la misma manera. Están colgado pegados
colas de reses ahumados sobre la entrada de la choza. ¡Cuanto más colas, más
prestigio! Cerca al fuego está sentada una indígena viejísima con ojos medio ciegos
y piel de cuero, la abuela de Santiago, Prisila. Está murmurando palabras
inentendibles y nos mira temerosamente que nos vamos rápidamente otra vez para
no asustarle. En el camino a Pauruba, Santiago va al encuentro de nosotros, un
sombrero de paja puesto encima del largo pelo negro. Un cara rara como un
campesino tolstóico, pensativo profundamente, lleno de apasionamiento silenciosa,
dividido, una cara que causa un fuerte pésame. Al principio rechaza nuestra solicitud
para acompañarme. Pero aparentemente se siente obligado frente a su paisano y
acepta vacilando mucho. No sospecho la lucha que le cuesta y le tengo firme su
palabra. Promete arrancar el viaje conmigo en tres días cuando el trabajo
comunitario en el pueblo se acabó. Mientras tanto le veo más a menudo en el
pueblo, siempre borracho.
Puntualmente se presenta en la mañana del tercer día, borracho, cansado, con ojos
vidriosos se deja caer en una silla: ahora estaría listo para viajar. El señor R. nunca
le ha visto de esta manera. “Tiene algo especial, no sé qué es – ¡está como
posesionado! Normalmente es la persona más confiable que conozco acá!” Siento
un olor terrible saliendo de él – es como si la ebriedad fuera solo un pretexto. Sin
embargo – no se ha encontrado a nadie más quién me acompañaría en este viaje
hacia los Kagabas y los templos. Uno tuvo este pretexto, el otro otro. Así que impuse
a Santiago con algunos regalos la promesa, venir la otra mañana en la mañana con
un mula de carga. La mula para montar con la cual llegué desde el Valle alquilé por
un mes. Por la tarde aparece de nuevo con su esposa y su hijo de seis años. El
pequeño debe ir también, no quiere dejar a solas a su papa. Su comida la trae el
mismo. Entonces están puntuales presentes la otra mañana. El pequeño carga su
bolsa de víveres colgada por la frente. Dentro hay un poco de té de Tosilago y
algunos bananos cocinados, eso es todo. ¡Calculamos al menos diez días de viaje!
Así que cargamos los víveres encima de mi mula y monto el pequeño caballo bonito
de los páramos el que trajo Santiago. Santiago anda con un genio melancólico. Se
siente enfermo y miserable. Me burlo de él y le recomiendo como la mejor medicina
un viaje en la cual no hay aguardiente. En este momento le da vergüenza.
Alrededor de mediodía atravesamos el río. Al otro lado vive su cuñada. Enferma y
débil está acostada delante de la puerta principal. Acá empieza la mala suerte: Para
acá está esperando Santiago de su choza en Mamon ropa caliente, su machete y
algo de víveres. Estamos esperando y esperando – finalmente viene un indio con el
mensaje que anoche se quemó la casa con toda la ropa, herramientas y frutas.
Nadie sabe cómo sucedió y quién lo causó. Totalmente deprimido dice Santiago:
“Ves, el año pasado llevé a uno de tus paisanos hacia arriba a nuestro imperio, en
este entonces se murió mi buey de carga. Ahora estoy en camino contigo y se me
quemó mi casa con todo lo que necesito para viajar. Sabía que no es bueno llevarlos
hacia arriba y que no deberíamos hacerlo.” Tanto que lamento su perdida pero esto
va demasiado lejos. Sin embargo no acepta mi propuesta devolvernos. Mientras
seguimos nuestro camino, intento sin cesar disuadirle de su miedo desdichado que
atrae hacia él por mí la enemistad de los Dioses. No lo logro dispersar sus
depresiones.
Dejamos por un lado al Cerro Chuchu y subimos el Cerro Burro que mide más o
menos tres mil metros. Acá crecen las mismas flores alpinas como en Siminchicua.
Algo de bosque lleno de riachuelos que son absorbidos por el denso musgo. Toda la
madera está cubierto con liquen. Tiene que llover mucho acá arriba. Perlas rojas
transparentes en piel de musgo pinnado finamente pueblan a las rocas. Cuanto más
arriba, más salvaje, más pedregoso se vuelven las montañas: Cuevas de tierra
formadas por aguas que se precipita, raíces raros, helechos, pedazos de niebla que
rodean a la cima.

Ticocoreba
En la quebrada muy debajo de nosotros al pie del Chuchu queda, rodeado por un
claro pequeño, la Ticocoreba, un santuario de los indios. En secreto serpentean
algunas trochas por el bosque y los arbustos. Luego lleva una pasarela estrecha por
el agua a una quebrada. En la entrada de la quebrada vive un Mama antiguo que es
el guardia del santuario. Él sondea in casos dudosos por una posición especial de
sus manos que tienen algo desconocido encerrado, si a Dios le agrada la visita que
está delante del agua.
Una huerta grande de hortalizas se extiende detrás de la quebrada para los
huéspedes de la fiesta Tanicana que será pronto y dura nueve días. En la plaza se
esparció arena blanca en lo cual están acostados figuras de piedras. En la mitad
está el templo, cónico, con un único techo hecho de pasto que llega hasta la tierra.
Las paredes interiores son tejidos de paja fina. Un tipo de silla para los espíritus,
tejido de bambú está adentro en lo cual se pone los “Bojotes”. Ollas grandes hechas
de barro con motivos de flores en las tapas, un viejo libro español y cajas
misteriosamente cerradas y cestas se encuentran en el santuario. Matuna acompañó
a su compadre hace unas semanas, el sr. R., hacia allá e incluso fue capaz, como
hijo de uno de los chamanes más respetados, mover al Mama abrir las cajas y
mostrar los vestidos de fiestas. Siempre de nuevo salió vestido con otro vestido,
decorado con otro plumaje. Para la conjuración de cada uno de los demonios se
necesita otro vestido y otra mascara que vence solo este demonio.
Antes estaba esta Santamaría en San Francisco, una de las sabanas en el camino
hacia Valle. Cuando los civilizados molestaron a los indios, cada uno cargó un
pedazo del santuario en la espalda y así se lo mudaron a la clandestinidad del
bosque de Mamon. Otra pequeña casa se queda enfrente del templo, la casa de
reuniones de las mujeres, la casa de la esposa del Mama. Los otros tres son
almacenes para alimentos y chozas de depósitos para los aparatos del templo.
Guardados en cajas y cestas están colgados debajo del techo – subidas de tal
manera que los no enterados no las pueden tocar.
Santiago que está inquieto se gira hacia mí. Le molesta que estoy mirando tanto
hacia la Ticocoreba donde están caminando algunos indios. Delante de la puerta de
la Santamaría está arrimado un fardo misterioso de lo cual todos están ocupándose.
No puedo ver qué están haciendo. Ya se acerca el típico castigo divino acá arriba en
las montañas: Antes de que logremos llegar a la cima, nos alcanzan las nubes y
caemos en una tormenta fantástica con granizo, lluvia y tempestad. El pequeño anda
a pasos cortos con frío y quejándose silenciosamente detrás de mi mula de carga.
Lo subo a mi silla, saco una chaqueta de lana para él de mi alforjas que le cubre
como un abriguito y lo envuelvo con mi ruana. En este momento resplandece y está
completamente cambiado. Es raro, el niño era para Santiago como un espíritu
protector. La confianza de su niño hacia mí lo dejo olvidar por momentos lo oscuro
que pensó que se interpuso entre él y yo. Más tarde me enteré que en la tarde antes
de nuestra partida se murió un Mama. Los capuchinos vigilaron sobre el muerto y
que lo enterraron con la bendición de la iglesia dentro de siete horas como es
prescrito por la ley. En la noche siguiente los indios lo desenterraron, lo volvieron en
cobijas y lo llevaron en su hamaca colgada en un palo de agave en toda la
clandestinidad para mostrarle todos los honores de chamanes que se merece y
tomar todas las medidas que le dejan pasar felizmente al país de sus ancestros.
Porque por nueve días el alma está cerca al cuerpo y necesita un cuidado especial
para que no sea engañada por los espíritus malos. Cuando pregunté a Matuna por el
sentido del número nueve, me contestó: “Hay nueve secretos, nueve oraciones de
Dios.” No me pude enterar de más. Matuna me había descrito la muerte de un Mama
y el sr. R. que había vivido en 1918 las ceremonias de entierro de los indios en el
pueblo donde la iglesia de los indios, me confirmó la descripción en todos los puntos.
Cuando se muere un Mama, así se cree que su alma se queda nueve días cerca de
su cuerpo. Por eso se lo sientan la tercera parte de estos nueve días frente la puerta
de su casa, cosido en su cobija o un pedazo de algodón. La forma de la cabeza se
dejó libre (acá no estoy seguro). Allá está sentado, lleno de moscas, ya
descomponiéndose. Al lado de él se cocina y se prepara guarapo – todo una canoa
llena. Un Mama prepara polvo de piedras de un cierto tipo de piedras que se sopla a
las direcciones del viento y que deben espantar los espíritus malos. Se come la
antigua comida de los indios, carne salvaje, verduras nativas sin sal y se toma
mucho guarapo en honor de los muertos. Luego lo colocan en posición sentada en
una bolsa grande hecho de rafia y un indio carga al Mama muerto en su espalda a
su Santamaría, acompañado por todos los demás (en el caso que había vivido el sr.
R. delante la iglesia de los indios en el pueblo). En este entonces se utilizaba mucho
la campanita, los hombres estaban sentados llorando y lleno de guarapo y luego se
bailaba un baile bonito y triste, el baile de haya. Hombres y mujeres lo bailan, las
mujeres con paso lento, cogidos por las manos, caminando suave y
agradablemente. Los hombres más fuertes, con paso duro, subrayando el ritmo con
el talón, cantando haya-haya.

Una hasta dos horas sin cesar. Luego se cava una tumba cerca de su Santamaría,
un hueco rectangular cuyas capas superiores se quita con una leña de tumba
especial que fue bendecida solamente para este fin. Más abajo la tumba vuelve
redonda porque al Mama lo entierran sentado con su Poporro, su bolsa de coca y su
caja de sirope de tabaco. Delante de él se coloca totumas con guarapo y carne
salvaje, maíz cocinado y perico que no le haga falta nada en su viaje a la Chundua.
Ahora si entiendo porque Santiago adelantó tan inquieto y su miedo cuando nos
cogió la tormenta. ¡Pobre Santiago! ¡En qué problemas te metió mi afán de
investigación!
Totalmente mojado con un viento helado bajamos al otro valle. Lentamente se
condensan las nieblas hasta que la Ticocoreba y todo en nuestro alrededor se
envolvió en un denso gris. Podemos ver lejos hasta la Sierra Perija – la cordillera de
los andes – donde viven los indígenas motilones y Quechua (Cechva). Crestas
calvas que se quemaron, grietas de valles fértiles con arroyos y cascadas
susurrando quedan debajo de nosotros. En la tardecita viajamos en una de estas
grietas por el curso del Templadito. Arboles de mango, aguacates, bananos y yuca
se cultivan acá y un cantero con calabazas en lo cual maduran las jarras de agua y
los recipientes de los indios.
Debajo del techo abierto de palmeras de una choza llama un fuego caliente. Una
india sucia con tres niños igual de sucios llenos de mango – indígenas de la selva
(me parece raro) bastante pobres – miran desde el interior de la choza para ver
quien les visita en su soledad. Están decorados con cadenas de semillas y dientes
de nutria. Perros flacos, esqueletos de gatos pequeños, pollitos todos camina por el
fuego con la esperanza poder coger algo para el hambre. Colgamos todas las cosas
mojadas para secarlas y cosechamos algunos mangos para la continuación del
viaje. Atiendo todos los seis estómagos hambrientos. Cambio perlas bonitas de
vidrio de color rojo y una peinilla por cadenas de semillas y dientes de nutria. Muy
difícil se separa acá la gente de sus cosas. En Valle me contaron que los indios
cuando traen las cebollas y el ajo que están muy solicitados, se dejan rogar
venderlos por un buen precio. Si pudieran, los llevarían de vuelta hacia arriba. (Lo
que más les gustaría, es llevarlos de vuelta hacia arriba.)
Nos preparamos para la noche. Santiago en su pequeño chinchorro (hamaca hecho
de rafia de agave) en lo cual las piernas y la cabeza no tienen espacio y quedan
encima de la cuerda con la cual amarró la chinchorro, la mujer, niños y yo cerca al
fuego entre perros, gatos y pollitos. Es cierto que coloqué una sábana encima de la
piel y me cubrí con ella pero toda la noche el sentimiento dominó mis sueños medio
despiertos como si me hubieran regado sobre mí una bolsa de pulgas. El otro día
por la mañana durante el baño abajo en el arroyo veo luego también un puntico
rosado al lado de otro – desde la cabeza hasta los pies. Pero es más urticaria. Tres
días tenía fiebre y sufrí de rasquiña dolorosa. Las noches eran casi insoportables.
De dónde vino no lo sé. ¿Lo eran los mangos que había comido? ¿Lo eran el mugre
y la ceniza o el contacto con los perros y gatos flacos?
A Donachui
Arrancamos muy temprano. Hoy se debe montar en caballo y marchar diez horas
hasta Donachui donde viven los primeros Peyvos de los cuales los Arhuacos hablan
con tanto desprecio e igual con tanta esquivez misteriosa hasta de temor – a los
cuales nadie me quiso acompañar, sin decir las verdaderas razones de su negativa.
Hora por hora subimos, nuestros animales atados, por las extracciones de barro rojo
y las laderas pastosas para arriba y para abajo, cada vez más alto. Cada vez se
extiende más la vastedad alrededor de nosotros. Que tantas cosas desconocidas se
ocultan en el abrigo arrugado de la Sierra Nevada y de las cordilleras que se pierden
en los rayos azules del sol en la distancia. Tan inexplorado es el país de los
indígenas de Colombia y Venezuela.
Santiago se baja a la quebrada para buscar parientes y una de sus plantaciones.
Espera enterarse de algo más concreto sobre el incendio. El pequeño coge la mula
por la cuerda y yo el caballo. Debemos esperarle en una vacía choza de barro en el
paso a otro valle. Debajo de nosotros relincha un caballo. El mío aguza el oído y
lanza un grito de alegría. Por el despeñadero sube saltando impetuosamente la
yegua semi salvaje que pertenece probablemente a las posesiones de Santiago. Los
ojos de los dos brillan. Mi caballo se comporta locamente. Sus ollares tiemblan. ¿Si
se suelta y corre con la pequeña mujer de caballo (yegua) a los cuatro vientos?
Estoy muerta de miedo. Con intención baila la yegua alrededor de nosotros y no se
deja espantar. No con lanzamientos de piedras y tampoco con garrotazos. ¿Debo
soltar al caballo que se está rebelando? Intenta subir, cocea – el pequeño va detrás
de la yegua como el diablo y la bombardea con piedras hasta finalmente desiste y
vuelve a bajar la montaña, volteándose hacia nosotros por mucho tiempo. Mi
semental vuelve otra vez razonable.
Arriba preparamos té de tosilago que huele maravillosamente fuerte y refrescante y
extendimos nuestras delicias: panela, queso, pan, carne ahumada, chicharrón.
Santiago no supo nada del incendio. Nadie puede explicar cómo se prendió porque
en la noche no había estado nadie allá y la choza estaba cerrada. ¡Tampoco
estaban quemando superficies de pasto en la región! “¿Tienes enemigos?” le
pregunté. Él no lo creía. Él es el confidente y comisario secreto de los indios que
estaba completamente al servicio de su idea del pueblo, siempre dispuesto cuando
lo llaman. Lo rechaza hablar más conmigo del asunto. Ahora subimos más por
quebradas, franjas de bosque y pérgolas de bambús enano por crestas peladas – no
nos encontramos ni con un indio, ni una choza estaba por el camino.
A la izquierda del camino indica Santiago a una quebrada detrás de la cual se elevan
otras colinas. Allá queda la Negragaka, la Santamaría de Mama Adolfo Torres. “¡Lo
nos han matado de un tiro porque era demasiado poderoso para los curas blancos!”
– Eso es realmente lo primero lo que me cuenta Santiago voluntariamente de su
país. Eso es un cuchillada contra la raza blanca, entonces también en contra mí! Sin
embargo ya volvimos mitad y mitad amigos. Seriamente escucha lo que le cuento de
Europa y la posición de Alemania en ella – que donde nosotros se vuelve a celebrar
las fiestas antiguas y saca los antiguos trajes nacionales de las arcas que se
defiende con toda la energía contra lo ajeno, lo dañino al carácter nacional y que se
lo sacaba del país. “¡Uno no sabe tantas cosas!” dice pensativamente. “¡A nosotros
nos hacen falta libros! Todo lo mantienen lejos de nosotros y solo nos dan lo que les
gusta a los padres – correo, periódicos, escritura.” “Te quiero enviar nuestro libro
que escribió nuestro líder, en lenguas española, en lo cual puedes leer todo lo que te
conté. Entenderás mucho en él y encontrarás que otros pueblos tienen que aguantar
igual que ustedes.”
Bajamos al valle ancho del río Donachui. Vegetación exuberante marca su curso
debajo de nosotros entre las cuestas pastosas. Como una cinta fresca verde oscura
se serpentea por la sabana con palmas chingalé y maquenqui, plantas, palmas
reales maravillosas y arboles gigantes de hoja caduca con líquenes que están
colgadas hasta los aguas espumosas.
Allá abajo se tiende el puente de Donachui en un arco llamativo que Duano
construyó hace un año. Es más grande que todos que vi más tarde por el río
Guatapuri en el reino de los Peyvos pero construidos de la misma manera. Su parte
principal consta de un único tronco amplio que se talló planamente con el machete.
En la orilla fortificada con piedras sobresalen muchos tronquitos que con sus puntas
bifurcadas apoyan a la “tabla” gigante. Vigas también apoyadas con pequeños
puntales conectan a la viga del puente con la tierra por ambos lados por una
superficie inclinada suavemente. En forma de una escalera se colocó encima
tronquitos. Hasta bueyes de carga se pueden llevar por este puente que es el orgullo
total de los Arhuacos y realmente un trabajo maravilloso. El próximo año debe recibir
incluso un techo para que la leña no sufra en esta región tan lluviosa. Por los lados
el puente está asegurado por una barandilla. Nada está hecho con clavos en este
puente. Todo está amarrado y tejido con lianas.
El hijo de Santiago se está quejando hoy todo el día. Una vez es el estómago, una
vez la cabeza, la otra vez son los pies que duelen. Santiago se queja de nuevo que
se siente enfermo. Me doy cuenta que le asalta de nuevo la vieja inquietud y que
esta vez cree que su niño será arrastrado al ámbito de los espíritus de la venganza.
Esta vez me intranquiliza también su preocupación y decido buscarme para el viaje
donde los Peyvos en Donachui otro guía.
Algunas horas arriba del puente atravesamos el río y vamos un buen camino por la
vegetación que parece a un parque del Donachui. Nos encontramos con niños.
Tímidamente alzan la vista hacia el huésped blanco.
Santiago me lleva a la casa del cacique del pueblo Juan Anoceno Mejía. Está de
viaje al Valle. Posee una mansión impresionante en la mitad de amplios campos de
caña, plantaciones de hayo y otras plantaciones. Debajo de un techo redondo amplio
cubierto con hojas de palmera hay una prensa de caña que está muy sólidamente
construida y que funciona con bueyes. Debajo del amplio techo cuadrado de la casa
abierta de vivienda está empotrado la caldera de azúcar que mide dos metros y
delante de la misma está ardiendo entre las típicas tres piedras el fuego del hogar.
Con una postura orgullosa casi un poco exagerada que parece que está imitando un
poco al criollo español, me recibe el yerno de Mejía Salvador, un nuevo tipo de indio
para mí, excelente en su manera de moverse y hablar – un pequeño hijo de un
príncipe, vestido y bañado impecablemente. Saludo a la esposa de Salvador que
está acostada cerca al fuego y su madre con un pequeño regalo que me reciben
benévolamente y les pido alojamiento por la noche. Salvador le ayuda a Santiago
descargar y ahora está sentado mi indio con su hijo y espera que me preocupo por
la cena. No moviera ni un dedo para un trabajo que es asunto de mujeres.
La esposa de Salvador que estaba acostada sufriendo en su piel de vaca cerca al
fuego con un forúnculo malo en la cara, se levanta y me trae de su pequeña casa
cerrada lo que necesito para acompañar a mi arroz y carne seca: plátanos verdes
(que se utiliza como papas), cebolla y yuca. Luego envuelvo a Miguelito en todo de
lo que se puede privar. El pequeño ya está dormido antes de que le cubro. Su carita
se ve satisfecha, ya hace rato están olvidado todos los esfuerzos del viaje, ¡borrada
la fuerte y de vez en cuando peligrosa influencia del padre! De una vez lo sé
exactamente con seguridad: La enfermedad de Miguelito era la sugestión
inconsciente del padre. Era aquella fuerza que los Mamas tuvieron que haber
poseído en el pasado por sus ejercicios secretos en la soledad de las montañas en
una medida aún más fuerte cuando todavía nada ajeno les molestó, aquel “aluna”
que es capaz traer la muerte y la vida, la sanación y la enfermedad. Solo acá
funcionó en contra de la voluntad del padre y él era lleno de presentimientos malos
cuyo cumplimiento causó el mismo sin poder volver dueño de ellos. Estaba lleno de
fuerzas fuertes sin poder utilizarlas para algo positivo. De un viejo pañuelo cosí dos
bolsitas y las llené con arroz cocido caliente para tratar con ellas a Eluiza que está
lamentado. Con el comentario que soy una gran doctora y que estas bolsitas
ayudarían en contra de los malos espíritus de enfermedad si las mantiene calientes
y las coloca por turnos durante la noche en su frente enferma, le entregué las dos
bolsitas que todavía estaban calientes. Lo hizo juicioso en su miseria, el calor alivió
aparentemente sus dolores. Y vea, ¡le ayudó! Al otro por la mañana le salió lo malo
de su frente con todo el fiebre y todos los dolores. – Y Salvador se deja convencer al
viaje donde los Peyvos. No hasta mañana salimos porque la urticaria todavía me
está agotando.
Santiago promete esperarme hasta que vuelva de los Peyvos donde su hermana en
el pueblo y acompañarme de vuelta por los páramos hasta Pauruba.
Cerca de la casa corre un agüita sobre amplias terrazas de rocas lijadas por
cascadas hasta muy abajo al Donachui. Allá llenan las mujeres sus totumas en la
fuente que no es nada más que una hoja de agave sujetada con piedras que junta el
agua como un cauce y lo transforma en un chorro y lo levanta de la piedra para que
uno pueda recogerla cómodamente con las totumas. Porque ahora en la sequía el
arroyito que en otros meses podría ser una cascada que se cae con estruendo, es
solamente un riachuelo escaso en su cauce demasiado amplio. La esposa de Mejía
viene cargando en la frente una carga de fibras de agave recién peladas, deja que el
agua pasa por los haces y los pega en las piedras hasta que salga todo lo verde de
las hojas. Luego los deja sobre las piedras planas en el sol para blanquearlos. Bajé
más donde escondidas entre piernas y lianas se formó una tina de rocas llena de
agua que entra y sale de a chorritos. ¡Una tina de verdad!
Sol y agua clara de las montañas y luego ropa limpia – ¡eso si tiene que ayudar!
Mañana el fiebre tiene que haberse ido, pienso yo y me meto. Algunas flores violetas
de las lianas se caen al agua y flotan silenciosamente por la rendija estrecha por la
cual el agua toma su camino pero se enredan en una pequeña bahía donde ya se
acumuló una coronita de flores.
Sobre mí en la cuesta mira por las ramas una cabeza de un niño con cabello negro.
Con dificultad separa doblando los arbustos y se abre paso. Suavemente sonriendo
hacia mí abajo como solo lo puede hacer una muchachita indígena, sus grandes
ojos oscuros reflejan todo lo misterioso, lo enigmático inusitado del mundo indígena
de las montañas para lo cual uno nunca encuentra la expresión correcta en palabras
– lo que uno nunca alcanza, nunca entiende, tan cerca que sea.
Un cochinillo anda a pasos cortos por el lado de la pequeña que lo tiene amarrado
con una cuerda y luego viene adicionalmente un macho cabrío blanco por la maleza.
Despreocupado curiosos se bajan los tres deslizándose. La pequeña persona se
sentó con su cochinillo atado en una piedra y allá se queda sin moverse y muda
como un pez y solo está sonriendo una sonrisa indescriptiblemente simpática y
silenciosa. Cuando pienso en nuestros niños en la patria con su alegría llena de
risas, así que este no me parece a un niño en nuestro sentido. Más bien como una
cosita que no existe como una ninfita de un fuente de un libro de hadas.
¡Paz paradisiaca se extendió por la hora y una suerte rara soltada de toda la
pesadez!
Por la noche cuando ya estaba medio dormida en la estufa encima de unas granzas
de caña exprimida, suena trápala de caballos. Delante de la choza todavía están
sentados los hombres, alumbrados por el brillo de su fogata. Llegaron tres jinetes.
De un tirón fuerte se paran muy cerca de la fogata, saltan e intercambian el saludo
de hayo y luego el saludo de ambiro con la caja de tabaco. ¡Cuánta – casi uno
quiere decir en nuestra lengua moderna – actitud (serenidad) social, cuánta
autoestima hay en esta ceremonia de saludo! ¡Quién quiere denominar este pueblo
que está tratado con tanto desprecio y explotado por la sucia población criolla de las
aldeas vecinas, como “salvajes”, como inferiores!
El primero de los tres jinetes se me presenta a primera vista como el dueño de la
casa y el cacique de la aldea Juan Mejía. Un cacique como se puede imaginar
cualquier niño de su libro de Karl May1: Con postura de amo, juvenil a pesar de su
edad de abuelo, lleno de tal dignidad orgullosa que siempre de nuevo provoca
asombro en los Arhuacos que todavía no fueron esclavizados – en un caballo blanco
bien ensillado que honra a su jinete por su vivacidad apasionada – detrás en

1
https://fr.wikipedia.org/wiki/Karl_May
sementales de color café sus dos jóvenes acompañantes – alumbrados por la fogata
flameante.
Mejía suelta dos ejemplares maravillosos de iguanas verde-grises de su silla de
montar que trajo de los bosques de la tierra caliente. Pronto se tuestan sobre las
brasas del fuego la estufa donde las mujeres se volvieron de nuevo activas.
Nuevos leños se empujan al fuego de los hombres delante de la choza. Mucho más
tiempo están sentados teniendo una conservación silenciosa y seria. Al silencio
entre sus charlas martillean los palitos húmedos de la saliva cubiertos con cal de
coca verde en el borde de sus poporos. “Baile del sol” se llama la costra amarillento
que se forma alrededor del borde de la totuma (poporo) por limpiar continuamente el
palito. Entonces también este acto mientras se aconsejan y conferencian es culto,
manteniendo permanentemente el contacto con el donante de fuerza, el sol que
impide las enfermedades! El palito baila en honores del sol, el sol crece en el borde
de sus poporos, la fuerza del sol se multiplica dentro de sus dueños!
El otro día por la mañana saludo al dueño de la casa con un trago de mi botella de
ron que realmente está destinada a casos de enfermedades. “¡En Atanquez que
alcanzaremos en unos días, hay el mejor y el más barato ron de toda la Sierra!” me
asegura Salvador. Media botella se acaba con el “sorbo” del cacique, la otra hace la
vuelta por los otros hombres. También a la esposa del cacique el viejo se le permite
una gota. Y luego nos alistamos Salvador y yo.
Cabalgamos en la frescura de la mañana por plantaciones ricas y exuberantes con
frutas, caña y maíz. Por todos lados suena el canto matutino de los pájaros coloridos
al ruido del río que queda a nuestra izquierda. Luego se va el camino en serpentinas
hacia arriba por cuesta empinada de la montaña Achtikunzarscheyna. Hacía muy
arriba nos llevaron nuestros animales y ahora va la mirada muy lejos por la tierra
desde la ensillada. En el noreste se extiende el valle del Guatapuri con dos pueblos
criollos pequeños Tschemkemeyna y Guatapuri; entre los dos en el valle que se
extiende más hacia el este, tiene que ser el pueblo Atanquez que hace unos años
todavía era un pueblo de indígenas Busintanas. Hasta acá venden los indios de
Donachui sus ladrillos de azúcar y sus productos de huertas. – Más o menos dos
horas detrás de Guatapuri, no visible de nuestra posición, se esconde en los
pliegues de la sierra San José, el pueblo de entrada al reino de los Peyvos
(Kagaba), nuestro destino del día de hoy. Mirando hacia atrás vemos otra vez el
curso en serpentinas del río Donachui, escondido debajo de una vegetación
exuberante de árboles, palmas y lianas. – Por acá y por allá pastan vacas y caballos,
está como perdida una choza en la cuesta.
Nos acoge un sombrío bosque caducifolio. Salvador llama al eco que vive al otro
lado en la montaña La Lucía con su hermano. Son demonios me explica que son
azules desde la cabeza hasta los pies, también adentro son azules – su carne, sus
huesos, su sangre. Un indio de Donachui vio hace poquito uno de los dos en la
montaña enfrente a la hora del atardecer. Cuando uno los llama, en la mayoría
contesta el mayor. En ocasiones el menor llama luego después. Cabalgamos en una
gran serpentina hacia abajo a la quebrada La Macana. Plantaciones exuberantes
crecen acá en su pliegue de montaña donde están protegidas del viento y con
mucha agua. Un indio está sentado frente a su casa y gira y talla y martilla en un
cilindro de una prensa de caña. Todo eso se hace sin una torno para madera, la
única herramienta es el machete que parece a una espada que es la herramienta
universal de la población sencilla de Suramérica. Con él se corta el pasto y tala los
árboles, con él se abre camino por la selva, con él se labra puertas, talla pilones y
cilindros de prensa de caña, con él se corta su queso y su panela para el desayuno
en la caminata y se defiende con él cuando sea necesario contra leopardos a quien
la población acá llama tigre.

Últimos restos de los Busintanas


Por mucho tiempo busco en vano por huellas de los indígenas Busintanas cuyo
pueblo principal era Atanquez – hasta hace unos poco años. En este momento sale
una señora vieja del marco de su choza, teniendo puesto mantas largas que están
puestas una por cada hombro. Como una vieja sacerdotisa perdida camina entre los
colombianos, españoles y los que se mezclaron con los negros y, en su despiste,
causa un sentimiento de compasión sin esperanza deprimente.
Me encuentro con tres mujeres más de los Busintanas y también a un viejo Mama, el
último sacerdote de los Busintanas de Atanquez vive allá. No muy lejos de Atanquez
queda un templo viejo de los Busintanas que lleva el nombre de su padre del tribu
Chinducua.
En la casa del más anciano del pueblo me contaron un cuento extraño de “medicina”
de cuya verdad todos estaban convencidos. Los presentes conocían las personas
respectivas y parcialmente estaban allí ellos mismos.
“Hace poco que vivía en Atanquez un civilizado que se llamaba Elias. Era una Mama
estudiado (de profesión, que aprendió ser Mama). Sabía mucho y perjudicó los
Mamas de los Peyvo hasta que se les agotó su paciencia. Aplicaron un remedio: A la
entrada de su finca enterraron un fardo en lo cual eran envueltos sus secretos, allá,
donde tenía que pisar cuando iba a su plantación. Pero el padre del Mama lo pisó y
se le hinchó de inmediato tanto el pie que no pudo seguir. Otra gente lo encontró y lo
llevaron a casa. El viejo Mama de los Busintanas pasó. Le dijo la gente: “Nuestro
amigo se enfermó.” Otros añadieron: “Si, está muy enfermo, algo le picó en la finca
de Elias.” El Mama les contestó: “¡Él está embrujado (cojido)!”. Dice a la mujer del
viejo que se les unió: “Ven conmigo, quiero darte una curita. Colócala en la pierna
enferma de tu esposo, ¡le dará alivio! Déjalo que duerma un rato con ella.” La mujer
lo hizo así. El otro día la pierna se había recuperado y la curita había desaparecido.
No se encontró ni rastro. La mujer se fue donde el Mama y le contó que la curita se
había desaparecido. “¡La curita está acá!” le contestó y se la mostró. “Debería estar
solo para el alivio. ¿Se mejoró?” “¡Si!” le contestó la mujer, ¡los dolores se aliviaron!”
“Entonces deja que venga para que le cure completamente!” Cuando vino el papa de
Elias, lo colocó el Mama en su silla de piedras al aire libre, caminó cantando mucho
tiempo en media lunas por la derecha y por la izquierda alrededor de él, luego se
sentó al pie de la piedra y preparó tres bojotes con piedras y hojitas de maíz y los dio
al papa de Elias que los entierra en el mismo lugar donde le ocurrió el accidente. El
viejo lo hizo y con eso se levantó el hechizo. Para agradecerle el (re)convaleciente le
tuvo que buscar tres tipos de piedritas especiales que el Mama necesitaba y
prometerle, ayudar enterrarle cuando se murió.”
Mis zapatos se arreglaron totalmente. Así pude continuar el viaje. Para la despedida
invito a mi anfitrión y su familia comer sancocho de gallina.
Eso significa un gran lujo en Atanquez; porque la alimentación del pueblo casi no se
extiende por más que las arepas y el queso blanco, panela y bananos . Para
acompañarlo consigue Salvador para cada uno una botella de cerveza –
lamentablemente no refrigerado porque ni el cura acá logró conseguir una nevera.
Con todo lo que pude conseguir de loza y de totumas, preparé la mesa y puse flores
– y las niñas se pusieron su vestido de fiesta. Pero solo el dueño de la casa, un
caballero medio español con ojos oscuros, aparece en la mesa, se sirve a sí mismo
y a mí con los mejores pedazos, como si fuera él el anfitrión y solo sonríe cuando le
pregunto por qué los demás no vienen: que no hay suficiente espacio en la mesa.
A mi pregunta por qué no come al menos la mujer con nosotros, no recibo ninguna
respuesta concreta. Ellas entran solo una tras otra para servirnos. Más tarde las veo
todas en la cocina sentadas en el piso alrededor de la gran olla – también mi
Salvador está con ellas – para pescar con una gran cuchara en ella por yuca, ñame,
platano verde, auyama y como se llaman las diferentes verduras que pertenecen al
sancocho y para devorar los restos de la gallina que quedaron.

Una corte real secreta


Como hecho de filigrana se balancean muy hacia abajo a nuestro camino las ramas
del bambú enano. Como por un camino con pérgola cabalgamos en su sombra.
Pastos verdes y cuidados, campo cultivado a su alrededor. El reino de Duani. Un
grupo de pequeños muchachos y muchachas indígenas con mantas limpias juegan
en la sombra de las plantas vivaces de plátanos. Los nietos de Duani.
Pasamos por un portal bien trabajado y firme a la finca de “El Gallinero” a cual
subimos y que parece a un “Gutshof”. Mi primera mirada alcanza ver un andamio de
casa de 15 metros de longitud que hubiera sido el orgullo de un constructor europeo
y el edificio de viviendas que mide cuatro veces más que las casas de indios que
conozco y en contra de lo usual tiene diferentes puertas de entrada y ventanitas y
está dividido en cuartos. Pequeñas casas redondas como son la costumbre por acá
quedan dentro del cerco en la cuesta, algunas casas de almacenes y una casa de
reuniones. En estructuras de madera están puestas pieles para secar, plantas de
maguey crecen por acá y por allá del suelo de barro de la finca que está lleno de
perros, cerdos negros, gallinas, palomas, pavos y ovejas. Dentro del vallado
caminan también una vaca y algunos caballos y mulas. Un árbol de guamo grande
delante de la puerta principal brinda abundante sombra al patio.
Allá encontramos a Duani. Grande e impresionante está sentado en una piel de vaca
delante de la casa. La pura limpieza y cuidado de su ropa de indio le dan a su
apariencia noble un marco digno.
No nos ve aunque los ladridos de sus muchos perros nos acompaña. Está sentado
allá, con las piernas cruzadas, las manos curiosamente delgadas para un indio en su
regazo. La expresión en su cara está ausente.
En la mano tiene tres piedras transparentes y tres haces de hilos de varios colores.
Finalmente se dio cuenta de nuestra presencia. Su espanto me llama la atención. Se
siente que vuelve de muy lejos que se rompe algo misterioso. La expresión de gran
pesar está en su cara. Respetuosamente le saludo, preocupado que llego en un
momento tan inapropiado.
Por fin se calmó y se disculpa amablemente, se siente enfermo en estos días y
estaba durmiendo profundamente. Hace traer una silla a mí y ordeñar un vaso de
leche. Ahora escucha atentamente lo que me hace venir siempre de nuevo a la
Sierra. Quiere saber por qué viajé la tercera vez a los indios en la Sierra;
atentamente escucha lo que me atrae acá como europea. Convocará una reunión y
comunicará mis planes a los indios, escribir un libro y volver con la cámara
filmográfica para contar cosas buenas sobre los indios al otro lado; promete hacerme
escribir el resultado por su hijo Sebastián a Alemania porque el constructor lleno de
ideas que viajó mucho, el reformador inteligente de su pueblito, el chamán que dio
mucho que hablar por años en Santa Marta, no sabe ni leer ni escribir.
Luego habla de sus planes. “La casa grande que nosotros los indios construimos en
mi finca, debe ser un colegio. De pronto nos puede decir cuales libros necesitamos
al principio. Yo mismo quiero ir a la ciudad y comprarlos.” Con gusto le elaboro un
plan de material didáctico sencillo, para profesores indios que son expertos (que
practicaron mucho) leyendo, calculando y escribiendo y 20 a 30 niños y le doy la
promesa a entusiasmar a su amigo, el hermano del gobernador en Valle, un amigo
honesto de los indios y ser humano maravilloso, para su plan de colegio y contarle
del edificio impresionante que está por construirse en el Gallinero. Más tarde lo
había hecho y me regalaron de inmediato 200 cuadernos y varias docenas de
lápices para el colegio indio cual regalo, duplicado, remití a Sebastián que se hizo
sus dientes donde mi paisano H. en Valle. Pero ni a este paquete ni a mis muchas
cartas, fotos y pequeños paquetes con regalos que envié, todos proveídos con un
sobre de repuesta ya franqueada, a mis amigas y amigos indios y a mi ahijado
(Patchen) recibí alguna vez una respuesta. Borrados está cualquier vínculo de
afuera como solo hubiera soñado con este pueblito. Si no tuviera mis fotos y mi
pequeño mueso y la bitácora de viaje que llevaba con regularidad como testigos,
dudaría yo misma, tan irreal me lo parece en la corriente apresurada de la vida
europea en la cual ahora navega de nuevo, este pueblito montañero extraño tan
ingenuo con su necesidad (miseria) y su sosiego alegre y su silencia resistencia
perseverante.
Duani me lleva a una de las pequeñas casitas que están regadas en el patio. “Sé
que no estás acostumbrada de nuestras fogatas (de chozas). Acá hay leña, totumas
de agua y vajilla. ¡Acá puedes hacer lo que quieras, es tu casa!” Luego se retira
porque vinieron los Mamas quienes pidieron hablar con él. Santiago quien se
mantuvo lejos de Duani probablemente debido a diferencias políticas, entra con
Miguelito, aviva el fuego mientras lleno las totumas en el fuente con agua y
cocinamos el almuerzo. Luego voy a saludar la familia de Duani después que tres
hijas de Duano, Ana Clara, Juana y Remigia me visitaron en mi choza y me siento
un rato en su fogata (de chozas). Una típica pequeña india redonda es Ana Clara, la
esposa de Duani. Pero sus hijas y también su pequeño hijo Carlos y Sebastián
tienen el aspecto bonito, grande y delgado de su padre. También los jóvenes
esposos de Remigia y Juana entran que encajan con su estatura impresionante
maravillosamente con las hijas de Duani. Cortaron caña en la plantación. Juana y
Remigia recogen de sus habitaciones en la vivienda grande que se separan por
puertas tejidas de bambú, fardos empacados calientes de los cuales se asoman
entretenidamente las cabecitas de su hijos recién nacidos. Duani está sentado en
otra casa con los Mamas y celebra una discusión. Mis espejitos, pulseras brillantes
de plata y perlas rojas de vidrio rondan y los admiran debidamente.
En la noche Miguelito está enfermo de nuevo. Tiene náuseas y vomita y gimotea
hasta la mañana y se queja de dolores de cabeza y de cuerpo. Como una salvación
para todos los participantes finalmente amanece. Santiago canta de nuevo la vieja
canción. En esta temporada lluviosa es imposible subir al reino de los templos. ¡Uno
se ahogaría en tormentas de nieve y granizo y se moriría seguramente!
Sebastián bajó con su esposa Dalia de la cuesta donde tiene su casa y su huerta.
Dalia todavía me conoce de El Pantano cerca de San Sebastián y se alegra que subí
hasta acá y que le mando saludos de su compadre, mi paisano R. quien es el
padrino se hijo menor. Me invita ver su casita. Mientras subo con ellos, me lamento
mi miseria con Santiago y su niño. Parece que lo conoces, una pequeña sonrisa
burlona frunce sus labios. Pero no opina al respecto. Ningún indio habla de otro si no
es imprescindible. Un rasgo que a menudo lo noté con agrado.
Pero se ofrece seguir acompañándome. Finalmente puedo despedir Santiago de mis
servicios que le pareció tan difícil.
Ahora tengo a menudo conversaciones con Duani cuya confianza crece con cada
charla. Escucha con gran interés y profundamente pensativo lo que le cuento sobre
los acontecimientos en Europa y de mi patria como todo el mundo se acuerda de su
derecho de pueblo y está más o menos en la misma lucha, derribar el yugo ajeno y
me prepara para el reino de los templos a dónde ahora me acompañará su hijo
mayor para que no me haga falta comprender y que podría contar la verdad sobre
los amigos en la Sierra Nevada.
Por fin se acerca el día de partida. Por la variabilidad del clima llegó la tarde antes
de que estemos listos para continuar nuestro viaje. El cielo se ve malo pero no me
retiene más. Solo me preocupa el aún mal estado de salud de mi mula la que
Santiago por miedo del malquerer de los espíritus no quiso bajar. Me parece seguro
que se me va a morir en la región pedregosa del límite de las nieves. No hay nadie
acá que viaja por Donachui y Templado a San Sebastián.
Ahí dice Sebastián con un tono raramente seguro: “Te llevo tu mula sanamente por
los páramos y hacia abajo a San Sebastián ¡si regalas a mi esposa tu vestido de
colores con flores!” – Mi viejo traje regional apagado – realmente lo quería dar a
Chia de despedida. Pero no importa – también Dalia se me volvió una amiga.
También debe tener la algo desgastada blusa de seda blanca con eso.
Y ahora experimento algo encantador alrededor del viejo vestido: La mujer de Duani,
sus hijas y Dalia están paradas alrededor del vestido, lo tocan y lo giran, parecen
admirar cada una de las blancas margaritas a fondo azul como una gran obra de
arte. Discuten silenciosamente en su lengua melódica la que no entiendo pero si
puedo ver cuales problemas les conmueve – porque colocan sus tejidos gruesos que
elaboraron con tanto esfuerzo al lado comparándolos. ¿Cómo entraron mágicamente
las muchas flores en la tela sin haciendo nudos los hilos de diferentes colores?
¿Cómo se hubieran tejidos tan densamente e hilados tan finamente los hilos? Y la
seda suave y brillante – siempre de nuevo pasan las manos pequeñas por encima,
casi devoto ¡como estuviera debajo de sus dedos duros y trabajosos lo más dulce lo
que uno se puede imaginar!
Me alegro ante esta pequeña escena tantas veces que me acuerdo de ella. De
cuanta alegría y prudencia frente a las cosas pequeñas, las maravillas insignificantes
en nuestro camino de la vida ya nos hemos desacostumbrado nosotros los europeos
mimados y cuanto hay que aprender de nuevo acá arriba donde uno hojea como en
un libro de cuentos populares y vuelve niño otra vez al cual pareció el cuento todavía
real.
Más arriba a las montañas va ahora el viaje – adelante va Sebastián con la mula
enferma que no carga nada sino un bultito con maíz para el mejoramiento de su
alimentación, detrás Juanita con su niñito en la espalda. Elle lleva la cuerda del buey
de carga de Sebastián el cual carga mi equipaje. Su pequeño perrito vino con
nosotros y se esfuerza caminar por una pequeña pasarela de pie que lleva por una
cascada vibrante. Gimiendo miserablemente se para y se cae, mareado, con la
cabeza por delante al estruendo de agua. Temblando se agarra de una raíz, pegado
arriba de una segunda cascada. Como se tratara de pequeño niño salta Sebastián
detrás de él y saca el pequeño amigo de su hermana que está empapado. Lo
protege con cuidado en su vestido y no lo vuelve a dejar ir.
Escondido detrás de un seto denso de maguey quedan algunos chozas redondas.
Las mujeres están ocupadas torciendo cuerdas para llevar bueyes. Acá nos deja
Juanita para recoger un cerdo.
Allá donde desemboca un pequeño río al Donachui está la Santamaría de un cura
que “estudia” en la soledad de las montañas.

Fiestas y bailes en el reino de Mama Wi


Fiestas y bailes de los indios en la Sierra que son un pueblo antiguo de campesinos,
giran naturalmente en la mayoría por la cosecha y el crecimiento de la plantación, la
conjuración de parásitos como hormigas, pájaros que tragan la siembra, la
reglamentación de sol y lluvia y la lucha con las tormentas. Cada región parece tener
su tareas especiales. Así se baila en Macotama el baile de los frutos del campo, se
canta a la madre de las madres que los cuidas y se conjura a los pájaros con cantos
y bailes con máscaras que tragan la siembra que se busquen otra alimentación. – El
baile tani, uno de los bailes principales se baila por nueve días, a finales de
noviembre cuando empieza la temporada de sequía y es inminente que el sol vuelve
tener demasiado poder. Es principalmente un baile para conjurar al sol que debe
proporcionar lluvia a tiempo para la siembra joven en los nuevos campos cultivados.
Plumas de aras y palos en los gorros de baile indican los rayos del sol, otro plumaje
conjura los pájaros para que no se acerquen a la siembra.
Doce hombres y doce mujeres o la cantidad doble bailan el baile tani. Primero las
mujeres están sentadas en la casa de mujeres de donde pueden ver el patio del
templo. Una mujer que está al corriente de los cantos, es su líder. En la mayoría es
Ate, la esposa del Mama.
Los hombres entran al templo para quitarse la manta. Cantando y con muchas
ceremonias secretas les entrega el Mama los vestidos de fiesta.
Luego sale ceremoniosamente del templo y conjura primero la plaza redonda
delante del templo susurrando “cantos” y con movimientos especiales de sus manos
y brazos.
Luego vuelve al templo y ahora le siguen todos los hombres saltando pasos
pequeños porque el “Cuayo” que está atado firmemente alrededor del cuerpo desde
las axilas hasta las rodillas no permite caminar.
Ellos doblan el cuerpo a la izquierda y a la derecha tan correctamente que las dos
franjas que están colgadas del gorro que está decorado con plumas de papagayo
por las orejas, se cruzan frente el pecho – en forma del signo de multiplicación que
es el símbolo de la cruz del mundo en la cual está sujetado la cúpula del cielo. – Las
bolas de metal que están colgadas por la parte debajo del dobladillo de su cinturón,
lo acompañan tintineando y sonando al ritmo de su paso. Ahora salen también las
mujeres, guiadas por su primera cantora y se sientan por un lado del patio,
tarareando una canción monótona. Los hombres bailan primero cuatro veces en una
fila recta por el centro del patio. Están cantando una canción que tiene tres tonos.
Cada uno tiene un bastón de mainaca de madera de la palma macana en la mano,
tallado finamente con los “secretos de la Santamaria”. Son símbolos mágicos que
solo los Mamas pueden leerlos. Donde el mango del mainaca empieza a ampliarse
hacia arriba en forma de cuña, está tallado la cruz del mundo como inicio de la
génesis. En seguido hay un enredo de líneas zigzagueantes, pequeños círculos y
puntos representando el mundo de los indios con caminos, pueblos y casas. Estas
mainacas son antiguos. Delante de la fila de los hombres camina hacia atrás el
Mama, indicando el movimiento y el ritmo. Como un coro moderno de movimiento
recuerda la primera parte del baile. Ahora comienza la segunda parte. El grupo se
divide en cuatro círculos de tres indios cada uno y todos bailan en la misma división
de pasos, movimiento y de tiempo. Cada circulo tiene otra vez un primer bailador
que camina hacia atrás. También el baile redondo (en círculo) tiene cuatro partes
como antes el baile en línea.
Luego entran las mujeres al patio. Los hombres se sientan a un lado y las miran.
También las mujeres bailan la línea y el circulo como los hombres. Luego descansan
todos y sacan de sus mochilas la comida que trajeron: lo que su plantación les
ofrece y la alimentación de fiesta que estaban almacenando mucho tiempo antes
que los dioses les prescribieron: siluros y cangrejos de los ríos. Carne roja y alcohol
están prohibidos.
Una parte de la comida se guarda en las vigas debajo del techo que forman un tipo
de piso colgante para la próxima fiesta. Como por la noche en el centro de la choza
siempre hay una fogata, lo almacenado se conserva seguramente muy bien hasta la
próxima fiesta.
No me enteré de nada más que este comienzo (preludio) del Tanicane de nueve
días.
En junio se baila el baile de cosecha para honrar la madre de las madres, la madre
del plantío. Es el tiempo en lo cual se cosecha aguacate (frutos de mantequilla),
mangos, piñas que acá arriba son solo muy pequeños pero especialmente
aromáticos, maíz y otros frutos.
El baile de junio es un baile de alegría durante lo cual el guarapo de piña corre a
raudales. Dos días antes de la fiesta se ve las mujeres indígenas sentadas alrededor
de una artesa de dos hasta tres metros de largo que está por debajo de un techo
abierto. Mastican piña y la escupen lo masticado a la artesa. Con agua, el fermento
de la saliva y una adición de jugo de guayaba que aumenta la producción de alcohol,
se fermenta la masa de piña por dos días. Luego se junta el pueblito y toda la
sociedad baila en fila india, hombre y mujer siempre repitiendo dos, tres tonos a
pasos cortos alrededor de la artesa. Alternando los hombres y luego las mujeres
hacen un paso hacia adelante y sacan con sus calabazas y beben. Sin fin siguen
caminando, sacando, bebiendo, bailando. Cuando no pueden más se sientan las
mujeres a un lado y los hombres al otro lado de la artesa y siguen tomando y comen
lo que trajeron.
Pero raras veces son fiestas de alegría que los indios celebran. En casi todas de sus
fiestas se expresa la lucha dura de estos niños primitivos en contra de los peligros e
inclemencias que les rodean. ¡Y de gran responsabilidad y amplio es el “cargo
ministerial de Dios” que los Mamas ocupan según su fe! Porque pronto se tiene que
reprender al sol para que no vuelva demasiado fuerte y que no queme los frutos del
campo o trae enfermedades en vez de salud y bienestar para humanos y animales
como le fue ordenado por los curas de la tribu, pronto se tiene que llamar a la lluvia o
defenderse en contra de ella, luego se tiene que alejar los animales que causan
daño a los animales, el cóndor que rapta los corderos, los gavilanes que roba a los
pollitos, hormigas y pájaros pequeños que ponen en peligro la siembra o la fruta y
finalmente se tiene que volver a llamar a la sequía para que la siembre no se pudre
– todo eso, a pesar del cuidado familiar, la preocupación por cada uno queda muy
pesado en los hombros de los Mamas!
Solo difícilmente me separo de este misterioso pueblito de curas de Mama Wi en lo
cual todavía muchas cosas están para lo cual me falta la explicación y también la
forma correcta para preguntarlo. Porque tan infinitamente diferente es el mundo
espiritual del indio a la del europeo y un indio aún tan amable no entiende nuestra
forma de preguntar. Sin embargo mucho se guardan para sí con una lealtad y
firmeza porque son “secretos nacionales”.
Un puente que está equilibrado muy artísticamente lleva del pueblo de curas. Con
esfuerzo subimos nuestros animales por la subida en forma de escaleras hecho de
vigas que apoya a la viga del puente y su baranda y nos deslizamos con cuidado por
el otro lado. Nuestro camino nos lleva siempre hacia arriba por el curso del rio
Donachui.
Allá – en la mitad del desierto de la cima sin arboles – cerca al límite de la nieve –
nos acoge un jardín de flores realmente fantástico en una cuenca protegida por el
viento de una morena antigua. Es como la vida quisiera derramar otra vez todos sus
maravillosos tesoros.
Viejos arboles nudosos de rosas de los Andes cargados con parasitos, clases de
azaleas y rododendros, lirios enanos azules y amarillos, superficies enteros
rebosados en rosa por geranios enanos, nomeolvides monteses altos en los cuales
uno se hunde hasta el cinturón, lupinos de azulbrillante, licopodios, berberís,
arbustos de moras y alguna cosa rara y desconocida – todo florece mezclado lo que
puede florecer y pequeños pájaros monteses, colibrís dorados verdes, abejorros y
escarabajos zumban y gorjean su alegría y su suerte estar vivo a la feliz abundancia
de colores y formas.
En curvas bonitamente ondeadas están colgados zarcillos de fucsia sobre nuestro
camino y gotean sus flores de color rojo ardiente a nosotros. Panojas de metros de
largo, despilfarrador lleno de orquídeas de tierra de color lila clarito, bamboleándose
sobre rocas los que el glaciar rebajó hace tiempo y las cubren con el hilado fino de
sus muchos flores de tamaño de pensamiento.
Y luego nos rodea de repente otra vez la melancolía tenebrosa de la alta montaña.
Acá y allá una casa redonda, campitos de papa, reses pastando. Cascadas altas se
precipitan por los despeñaderos al Donachui. Pastos secos y cuestas de escombros
los que formó el tiempo de glaciar suben por ambos lados del río que acá arriba ya
solo es un arroyo. Si lo siguiéramos un viaje de un día más, llegaríamos donde su
madre, el lago helado Ate-Nabova en el norte y noroeste rodeado por montañas de
nieve por lo cual corren los aguas glaciares por cuyo eminente paisaje caminamos
durante nuestro viaje a la Chundua. Sin embargo doblamos hacia la dirección
suroeste por el río y por la noche llegamos a Mijuaca, un lugar de alojamiento de
Duanis. Hay una casa redonda rodeado por papas y un vallado de piedras y en una
pequeña elevación otra casa redonda con un tipo de cobertizo debajo el cual está
apilado leña y el pilón. El taburete, ollas, calabazas, rueca y carumba, lana y maguey
están por el piso en la casa casi no cerrada. Sebastián coge de un rincón rocoso
granadillas, aquellos frutos ricos ácidos de tamaño de ciruelas de la pasionaria los
cuales se bebe como las grosellas espinosas por la mitad de la cascara. – Volvió
muy frio y todo el paisaje está nadando en un niebla gruesa. – Pronto se calentó
aceptablemente la choza y al mismo tiempo lleno de humo. Hoy hay asado de pata
de cordero y en las brasas papas asadas, te de tosilago y granadillas con panela
rallada. Hace rato me uní a la costumbre de los indios comer solo dos veces al día,
por la mañana y por la tarde. Con hambre canina estamos sentados cerca al fuego y
gozamos indescriptiblemente bien nuestra comida.
A pesar del gran cansancio casi no se puede pensar en dormir. Por las ranuras de la
casa casi no utilizada y por ende mal cuidada entra un viento helado. Medio asado y
medio helado me revuelco intranquilamente de un lado al otro hasta finalmente,
después de muchas horas, el cansancio se lleva la victoria sobre el calor y el frio.
Con el amanecer dejamos la pequeña posesión del cacique Arhuaco que está en la
neblina entre rocas desmoronados a la vista de la primera montaña oriental de
nieve. Mis ojos que todavía estaban lagrimeando por el humo de la fogata en la
choza sin ventanas, habían mirado sorprendidamente a un paisaje de escarchas.
Pero ya las primeras rayas del sol abrieron la sabana y ahora está colgado en cada
uno de las pajas duras una gota brillante que da gritos de júbilo a la mañana de una
sinfonía tremendamente alegre de colores.
Subimos hacia dirección sur por una cresta desmoronada a la próxima sabana. Una
subida mala, escarpada y empinada. Las rocas engañan lo que se refiere a la
distancia. ¡La cresta pareció tan rápidamente accesible! ¡Cada vez nuevas pliegues
(arrugas) quedan en medio! Respirando uniforme y profundamente luchamos cada
paso. El buey camina lenta y mesuradamente. No reconozco a mi mula. Lo
inconcebible sucede: De día a día vuelve más viva y más maliciosa. Sebastián tiene
que llamarla cada rato al orden tirándole piedras cuando se sube por ahí y después
por allá y se para donde quiera para comerse una hierbita. Loca de alegría corre
luego detrás del buey.

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