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Tales son las circunstancias bajo las que Evo Morales y Felipe Quispe, los dos más
connotados dirigentes de las masas bolivianas, han hecho ya su llamamiento en
favor de una reorganización del Estado y de la sociedad en el sentido del ayllu, la
vieja comunidad indígena. Aunque han rechazado todo el mundo político que se
mueve alrededor del Estado y del Parlamento en nombre de las formas sociales
cooperativamente organizadas y comunitariamente reguladas (cuyo modelo es
aportado por el ayllu), toda su labor política ha alcanzado, a lo sumo, el mero nivel
de la exhortación militar jacobina para poner a los pueblos indígenas en acción y
reunirlos en una militancia conjunta en torno a su erección como nación.
(1) Se trata, sin duda, de una terminología desprovista de base científica. Gracias a la reconstrucción del
genoma humano a través del mapa genético, sabemos que el concepto de raza es anacrónico y la
humanidad es un solo género unitario. Empero, el racismo y la idea misma de “raza” pertenecen a un legado
histórico y cultural que todavía pervive con extrema fuerza, como lo confirma la actitud de los super
civilizados europeos de nuestros días.
Por eso, para hacer efectiva su labor, hubiese bastado que los jefes y las
organizaciones efectuasen la denuncia rigurosa de la divisiones y modalidades de
dominio del capitalismo para conducir a la elaboración de un programa comunista
que realmente persiguiera el derrocamiento del Estado y el capital y pusiera a las
enormes masas insumisas - ya curadas de cualquier ilusión democrática - en el
camino del poder. Pero todo lo que la izquierda ha podido decir de la sociedad
socialista, del poder de los trabajadores y del fin de la opresión social y nacional,
ha tomado un rumbo utópico, religioso e incluso regresivo. Ella ha logrado volver
abstracto, hacer aparecer como un delirio de alucinados contempladores del
pasado, incluso como “un modelo arcaico”, eso mismo que las masas han venido
elaborando en su lucha. La violencia de la izquierda boliviana es jacobina: ella no
ha mostrado la especificidad de la violencia revolucionaria, hacia qué futuro ella se
orienta. Es preciso, pues, superar el marco de cuanto ha sido definido por la
izquierda como política para el poder. Al contrario, la izquierda - incluso aquélla
que se define como “revolucionaria” - está sólidamente anclada en la política y en
la perspectiva democrática para la cual lo que cuenta no es el desarrollo del
movimiento de clase para subvertir el Estado y la sociedad burgueses, sino las
subvenciones del Estado, el poder reformista que le otorga su acceso al Estado, de
ahí el deseo de tantos politicastros asociados al frente opositor de circunscribir las
luchas sociales, en las que se apoyan, en este plano.
La izquierda ha caído en todas las trampas tendidas por la burguesía a los
buscadores del poder. No se puede formar la conciencia de clase invocando las
virtudes de instituciones míticas que, aunque supervivientes en el presente, se
remontan a un estadio inferior de evolución social y técnica ni sustituirla con
modelos desligados del esfuerzo práctico por subvertir el orden y dar forma
concreta al poder proletario, pues, en fin, para demoler el Estado burgués e
instaurar un poder enderezado a terminar el salariado y la opresión del hombre
por el hombre es indispensable que el proletariado se reconozca como clase
potencialmente dominante. Las comunidades indígenas han sido, sin duda, el
bastión de la movilización y la reunión de importantes franjas del movimiento - y
en este estricto sentido se les puede atribuir la misma función que Marx
hipotetizaba con respecto al Mir en una eventual revolución rusa y en la transición
al socialismo - pero en su actual estado representan atavismos y limitaciones
étnicas que impiden el desarrollo de formas sociales y de conciencia coherentes
con la implantación de la dictadura del proletariado. El ayllu puede operar como
centro dinamizar e integrador de la lucha sólo si rebasa los límites relacionados
con su forma puramente nativa y típica y se une en un proyecto social y político
común con el proletariado de la región hacia el socialismo, la única forma social
capaz de liberar conjuntamente al proletariado y a las etnias oprimidas por el
imperialismo. Si se constriñe a sus puras dimensiones de etnia y de nación,
el ayllu estaría llamado a conspirar contra la posibilidad misma de tal unión del
proletariado internacional. Extrañamente, la folklórica promoción de la vuelta al
glorioso pasado milenario, tan extendida en ciertos estratos indígenas y no
indígenas, no se explica por la obcecación y xenofobia de sus dirigentes, es una
reacción que toma fuerza en la segregación y el racismo: reposa en las exclusiones
del desarrollo capitalista periférico - cuyas dinámicas, al ser incapaces de integrar
a la población y articular a la sociedad como un todo, producen una numerosa
población excedentaria sin posibilidad alguna de obtener medios de vida en el
ámbito de la reproducción capitalista - en el carácter hermético de un régimen
político y una jerarquía capitalista que han permanecido históricamente cerradas a
las etnias de origen no europeo y en la misma descomposición de la sociedad y del
Estado bolivianos, las cuales obligan a los vastos sectores marginados a recogerse
en el abrigo de las instituciones gentilicias antediluvianas y adoptar
defensivamente la exaltación fanática de sus valores étnicos. Por esta razón, en
Bolivia, el partido se justifica ya no sólo como crítica de la reificación de la
conciencia del proletariado, sino como antídoto contra su paleofrenia.