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A vueltas con el colonialismo y la autodeterminación

Ignacio Reyes (*)

El movimiento independentista en Canarias cobró un significado especial a partir de la segunda


mitad de los años setenta. Por fin se convirtió en una verdadera referencia política para amplios
sectores del pueblo. Pero este protagonismo no provenía tanto del contenido de las propuestas
políticas de su programa, como de la práctica política que desplegó. El inicio de la lucha armada
introduce un factor de decantación. Las polémicas en torno a las tesis indigenistas o acerca de la
naturaleza de la formación social canaria y la vía correcta de su desenvolvimiento revolucionario,
traducían sólo una porción relativamente pequeña de las contradicciones que atravesaban la relación
entre las clases que componían el movimiento nacional y popular y sus respectivos programas. El
empleo más o menos generalizado de la violencia revolucionaria configuró el movimiento como
una fuerza, como un poder prefigurado en alternativa política para las masas.

El programa de ruptura con el sistema colonial adquiría entonces cauces y medios propios de
realización. Una constatación aparecía ahora como el auténtico motor de un espléndido crecimiento
del apoyo de las masas al ideario independentista: el enemigo podía ser golpeado y el movimiento
podía ser protegido.

Era el momento para que la teoría dejara muy claro cuál era el camino y la dirección de la
revolución. Pero, en su lugar, el oportunismo vició los conceptos y falseó los análisis, mientras la
vanguardia, profesionales pequeñoburgueses sin formación ni experiencia política, saltó de la
vacilación a la rendición sin condiciones ante los primeros reveses. Sin embargo, su herencia
continúa agarrada al cadáver independentista: el horror a la definición estratégica, las vacilaciones
tácticas, la ambigüedad de los conceptos y de las posiciones…

A continuación trataré de presentar resumidamente los principios generales que forman parte de
las tesis comunistas respecto de la cuestión nacional y el derecho de las naciones a la
autodeterminación. De cualquier manera, no pretendo una exposición sistemática de toda la doctrina
vertida sobre esta materia. Antes bien, esta síntesis viene referida a la caracterización de la
formación social canaria.

LA INEVITABLE CUESTIÓN COLONIAL

La formación social canaria en el momento actual se define como una colonia porque ninguna
de sus clases sociales dispone de la capacidad de controlar políticamente el proceso de acumulación
de excedentes. Dicha capacidad está reservada por definición al poder colonial: el Estado español.
Sin embargo, ya no se trata de una reserva jurídico-política, sino que viene determinada por la
estructura económica y el desarrollo histórico de la formación social. Así ha ocurrido desde que la
política del Mando Económico comenzó a focalizar hacia España el desenvolvimiento la economía
canaria.

Pero sobre esta base opera también el desarrollo capitalista en toda su periferia, incluso en la
que posee un estatuto neocolonial: el poder local no controla el proceso de acumulación. El mismo
desarrollo de las fuerzas productivas está regulado ya por las leyes de la competencia capitalista:
existe tanto un mercado libre de medios de producción como de fuerza de trabajo. En consecuencia,
en la apropiación del excedente adquieren un papel determinante las relaciones mercantiles libres,
es decir, no mediadas por coacciones de tipo jurídico-político o militar (más allá de las que
naturalmente comporta la dominación monopólica capitalista).
En resumen, ha tenido lugar una modificación sustancial en el sistema de relaciones sociales de
producción. Y se podría pensar que esa liberalización en el desarrollo de las fuerzas productivas
descompondría una de las condiciones de realización del dominio colonial, precisamente aquella
que le procura el control monopólico del comercio y de la inversión (fundado en la extracción de
materias primas y la sobreexplotación de la fuerza de trabajo). Pero lo cierto es que el control del
proceso de acumulación del excedente permanece ubicado en un punto exterior a la formación
social colonial. Esta posición de dependencia respecto al centro del capitalismo transnacional, en
última instancia, o a su agente colonizador respectivo, inmediatamente, continúa determinada por el
carácter extravertido de su estructura económica.

La organización histórica del sistema productivo de la colonia en torno a su función


exportadora, la centralización de la economía de la colonia -desde su origen- en función del
mercado externo, proporciona el rasgo estructural más representativo del estatuto colonial de una
formación social: la extraversión. Las modificaciones que históricamente han podido producirse en
las formas de explotación del trabajo social, incluso la misma entrada en los circuitos mercantiles
capitalistas de los medios de producción inmovilizados por el poder colonial, no alteran la
condición colonial de la formación social en tanto no se produzca un cambio en el proceso de
acumulación que afecte a su control (es decir, la sustitución de las fuerzas externas por fuerzas
nacionales en el ejercicio de ese control) y, normalmente, a su misma estructura (cambiando la
extraversión por la planificación autocentrada).

NACIÓN Y AUTODETERMINACIÓN

Dejando a un lado la inconsistente crítica de estatismo que se suele atribuir a la teoría estalinista
(que refuta suficientemente el historiador Pierre Vilar), lo verdaderamente importante de esta teoría
particular sobre la cuestión nacional consiste en ofrecer un modelo científico fundado en el carácter
histórico-social de los conceptos de nación y de autodeterminación. Su contenido histórico
dialéctico, como momentos y factores de la lucha de clases, penetra la constitución misma del
concepto de formación social e introduce el reconocimiento de un punto de inflexión en su
estructura y en su devenir históricos. Aquí es donde la teoría estalinista proporciona una
contribución fundamental, cuando identifica en la “cohesión económica” uno de los rasgos sobre los
que se conforma históricamente la nación. Un proceso, la construcción nacional que -como acentúa
Lenin-, termina para la burguesía europea con el ejercicio de la autodeterminación pero que para las
colonias sólo representa el primer paso. La separación y la constitución de un Estado independiente
en las colonias estará siempre marcada por el desenvolvimiento de la lucha de clases, es decir, por
las relaciones contradictorias que oponen a las clases sociales en la organización social y política
del sistema económico.

Con seguridad una de las tesis del materialismo histórico más deformadas por el economicismo,
es aquella que establece el origen de la crisis de un modo de producción en la no correspondencia
entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. [Para evitar
confusiones, ver por ejemplo K. MARX, El Capital, Libro III, vol.8, pág. 1121, de la 2ª ed.
Publicada en Madrid por Siglo XXI en 1981]. Tal deformación consiste en tomar las fuerzas
productivas en su sentido estrecho de medios de producción y reducir su despliegue a un ámbito
preferentemente mecánico. De este modo, no hay lugar para la lucha de clases concebida como ese
conflicto que, en torno a necesidades e intereses antagónicos, opone a las fuerzas sociales que
configuran una sociedad y la arrastran a la creación de las condiciones mismas de su
transformación. Porque la naturaleza de estas necesidades e intereses sociales es dialéctica. Es decir,
está penetrada de una relación mutuamente condicionada -e históricamente determinada- entre las
fuerzas sociales y naturales, entre los factores humanos y los técnicos, entre la materialidad y la
conciencia. Por el contrario, el argumento que el economicismo quiere presentar como materialista
y dialéctico consiste en que los cambios técnicos introducidos en la producción, “el progreso de las
fuerzas productivas”, estarían en la base de las modificaciones -más o menos violentas y profundas
que sufre históricamente la organización de la formación social.

Aquí tiene su origen la pintoresca tesis que acuñó la socialdemocracia acerca del “inevitable
declive” del capitalismo. Con ser básicamente cierto que el modo de producción capitalista ha
desarrollado ampliamente las fuerzas productivas y la socialización de la producción, el resultado
no ha sido precisamente su transformación socialista. Históricamente, las clases revolucionarias que
se han hecho con el poder político precisaron de varios asaltos al poder que fueron preparando su
definitiva consolidación social y económica. Pero ¡tuvieron la capacidad de influir de forma
definitiva en el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas! y, en consecuencia, de provocar
una modificación revolucionaria en las relaciones sociales de producción. En cambio, el
desenvolvimiento del capitalismo profundiza cada vez más en una de las condiciones que le han
dado origen: la expropiación de los productores.

Por todo esto es que la transformación socialista de la sociedad consiste principalmente en una
revolución política, de tal modo que actúe sobre la economía transfiriendo el control del proceso de
producción y de distribución a los productores. Luego, el desarrollo de las fuerzas productivas en el
capitalismo, que adquiere una dimensión impresionante en el plano de los medios de producción,
representa un aspecto subsidiario en la transformación objetiva del modo de producción, en cuanto
sirve al proceso de acumulación, de reproducción ampliada del capital que requiere de
autovalorización, y no como agente o condición de ascenso a nivel económico de la clase de los
productores. Lo que deja a la lucha de clases el papel principal en el proceso de transformación
revolucionaria. Y esto debe estar aún más claro en las colonias, donde a la expropiación se añade el
saqueo, el expolio de los recursos y la absorción estructural del excedente hacia el exterior, hacia
los centros del capitalismo financiero transnacional.

De este modo, es fácil percibir que la contradicción principal que recorre la formación social
canaria en la hora actual opone, de una parte, a las fuerzas populares y, de otro lado, al poder
colonial. Es decir, los sectores enfrentados y que luchan por imponer su hegemonía se reúnen hoy
en dos grandes bloques: uno, el de la revolución, que agrupa a las fuerzas sociales interesadas en
romper con la dependencia exterior y en tomar las riendas de la construcción nacional; otro, el de la
reacción, que aspira a conservar la situación actual para beneficio del Estado español y del
imperialismo.

LAS CLASES SOCIALES

Como es suficientemente conocido, tanto la explotación económica como la dominación


política que viene ejerciendo históricamente el poder colonial sobre Canarias han provocado un
lacerante proceso de desarticulación social en nuestro pueblo. Sobre estas bases, el colonialismo ha
operado obstaculizando permanentemente los movimientos de toma de conciencia y de
organización popular. Diversos elementos y factores contribuyen, pues, a explicar en gran medida la
condición mayormente individualista, insolidaria y desorganizada de nuestro pueblo. Veamos los
más destacados:

*El freno constante impuesto al desarrollo de los medios y de las fuerzas sociales que podían
ser empleadas en la producción.

*La sobreexplotación que ha pesado sobre las masas trabajadoras, organizadas en pequeñas
unidades productivas aisladas económica y socialmente.
*La emigración -siempre forzada- unas veces por las coyunturas de crisis, otras por la propia
política colonial interesada en contener el crecimiento económico y demográfico de Canarias (caso
de la aplicación en el siglo XVII del “tributo en sangre”).

*La formidable represión política y militar, pero también social (ejercida a través del
caciquismo agrario).

*La instalación -en suma- de una estructura económica y política orientada a servir los intereses
externos y dirigida en Canarias y desde el exterior por agentes de esos intereses externos.

Sin embargo, pequeños sectores sociales -siempre marginales- han ido cobrando a lo largo de
nuestra historia una conciencia cabal de esta verdadera situación de sojuzgamiento y explotación.
La configuración de unas clases sociales con claros intereses nacionales fue siempre lenta y
vacilante hasta la irrupción de la lucha armada. De cualquier manera, el plano ideológico y político
sólo podía representar el estado de desarrollo material de esas clases, su posición en las relaciones
sociales de producción y su beligerancia en la lucha de clases. Por eso, cuando el avance de
posiciones políticas que representó la lucha armada se vio truncado por la ofensiva de la reacción,
devolvió las fuerzas populares a la indefensión cotidiana de la “vida normal” en una sociedad
colonizada. Con todo, el curso de la historia de esa construcción nacional no puede ser detenido. Y
la lucha tendrá que enconarse aún más, hasta que la explosión de las contradicciones abra un nuevo
estado de desarrollo de la sociedad. Algunas de esas contradicciones ya están madurando.

El conjunto de las fracciones de la burguesía canaria que, pese a las trabas económicas y
políticas que le ha impuesto el Estado español, ha conseguido desarrollar con relativa autonomía
ciertas actividades productivas y comerciales constituye hoy el único sector de la burguesía que
opera en Canarias potencialmente inclinado a considerar la vinculación política de sus intereses con
los de la liberación nacional. De resto, esa otra burguesía que trafica y especula con todos los
recursos del país a los que puede echar mano, esa burguesía depredadora que se ha configurado
históricamente en torno a funciones de intermediación -económica y (subsidiariamente) política-
con el capital extranjero, con el colonialismo capitalista, no puede menos que estar objetivamente
interesada en el mantenimiento del statu quo, e incluso en la profundización del Estatuto de
Autonomía con mayores competencias fiscales y administrativas.

Que esta “gran burguesía” no tenga aspiraciones anticolonialistas no se debe a que haya
realizado ya la revolución burguesa con la del resto del Estado español en el siglo pasado. Esa
burguesía no ha constituido -en el Archipiélago- ni un mercado ni un Estado nacional
independiente. Toda la unidad e integración capitalista del mercado y del poder político en Canarias
está ligada exclusivamente a la acción rectora del colonialismo. La transición al capitalismo en
Canarias ha sido una transición inducida, provocada desde el exterior por los intereses extranjeros.
Véase si no la fuente y el destino del rosario de cultivos dominantes de exportación o del desarrollo
de la infraestructura portuaria del Archipiélago. Esa dependencia del exterior ha cristalizado durante
siglos en actividades de importación y exportación de bienes de consumo y de capital ¡siempre
movidas por el colonialismo! La burguesía canaria tuvo que aprender a acumular en el intercambio
mercantil, en la compraventa. Como es lógico, esto comporta que necesariamente parte de esa
acumulación proviene de la explotación capitalista del trabajo asalariado que efectúa en asociación
con el capital financiero transnacional, pero su fuente principal de acumulación estriba en el
beneficio comercial.

No obstante, ciertos sectores de la burguesía han intervenido en el desarrollo de algunas


actividades productivas, o bien han potenciado relaciones comerciales con el exterior al margen de
los circuitos tradicionales del colonialismo. Aunque esta es una orientación reciente, ya ha chocado
con las barreras fiscales hacendísticas del Estado, con el monopolio del control político de la
organización del sistema económico colonial. La tutela del Estado coarta el desarrollo de sus
actividades y desatiende sus intereses frente a la competencia internacional. Esa es, con todas sus
minusvalías, la burguesía más necesitada y decidida a empeñarse con la clase obrera y el resto del
pueblo trabajador en el proyecto de la construcción nacional, en el ejercicio de la
autodeterminación.

La imparable recesión económica que sufre el país en estos momentos, y que el colonialismo
trata de sortear en su beneficio redoblando el endurecimiento de las condiciones laborales y del
crédito, ha hecho presa ya en los sectores de nuestro pueblo más endeudados por los hábitos del
consumismo. Esta es la causa de la angustia que empieza a hervir en la pequeña burguesía y de la
rebeldía contenida del pueblo trabajador. El expolio colonial y la imposibilidad de una huída hacia
la emigración no dejan más alternativa que morir de hambre en el país o emprender la construcción
nacional y la Nueva Vida.

(*) Ponencia redactada para el II Congreso del PCAC.

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