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El universo de Jocelyn Bell Burnell

En 1968, la prestigiosa revista ‘Nature’ publicó un artículo que informaba sobre la medición de
una radiación muy particular proveniente del espacio estelar que podría haber sido producida por
otra forma de vida inteligente. Tras la publicación de ese artículo, los medios de comunicación del
mundo se apresuraron a considerar ese fenómeno como el descubrimiento del año. Sin embargo,
hubo un elemento relacionado que acaparó la atención de los medios de modo más significativo, si
cabe, que el descubrimiento en sí mismo: el hecho de que una joven y atractiva estudiante de
doctorado hubiera estado involucrada en la medición de la radiación.

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Las y los periodistas acudieron en masa para fotografiarla y conseguir una entrevista. La
fotografiaron sentada, de pie, analizando datos, escribiendo ecuaciones, etc. Le preguntaron por
su novio, por si medía más que la princesa Margarita o por su talla de sujetador. Era Susan
Jocelyn Bell Burnell. Consciente de la proyección internacional que había adquirido y de las
ventajas que esto podía ofrecer a su laboratorio, se limitó a contestar en tono irónico: “Entiendo
que en el Reino Unido tenemos unidades de medida un tanto estrafalarias”. Años más tarde,
confesó que durante todo este período se había sentido como “a piece of meat” (un “trozo de
carne”).

“La manera de hacer ciencia está cambiando. Antes, el Senior Man pensaba y el resto hacía lo
que él les pedía. Hoy en día hay grupos de personas que trabajan juntas y piensan juntas”

Después de unos cuantos años en el campo de la investigación de la materia condensada,


considero que he asistido a todo tipo de presentaciones científicas como para tener un cierto
criterio. Las he visto interesantes, aburridas, incomprensibles, divertidas, apabullantes, sugestivas,
fascinantes, posiblemente distribuidas por mí en un porcentaje equivalente. Sin embargo, la
intervención que Jocelyn Bell Burnell nos ofreció en el Teatro Victoria Eugenia de Donostia sobre
el universo y los agujeros negros está, sin lugar a dudas, entre las excepcionales y me generó
unos sentimientos inéditos y difíciles de repetir.

Su voz entrañable y dulce, su inglés claro y pausado, su entusiasmo contagioso y su conocimiento


tan profundo sobre la física del universo provocaron que saliera de mí misma y volara hacia el
espacio exterior al encuentro de aquellos fascinantes fenómenos físicos sobre los cuales nos
habló. Súbitamente me olvidé de dónde estaba, de la física, de mi trabajo, de la crisis, de las
elecciones alemanas, de la reforma de la ley del aborto, de la privatización de la educación y de la
sanidad… Me sentí insignificante en este universo que nos rodea y en el que estamos integradas,
del que tan poco conocemos, para el que somos irrelevantes, efímeras. Al acabar la conferencia
salí de allí flotando en una nebulosa y me dirigí al muro de la playa de La Zurriola. Allí contemplé
ensimismada y absorta la bóveda celeste, con un sentimiento absoluto de paz y serenidad.

Jocelyn Bell Burnell nació en Belfast en 1943. Creció en ‘Solitude’, el nombre de su casa de
campo, junto con sus tres hermanos, su madre y su padre. Como su padre era arquitecto y ayudó
a ampliar el observatorio de Armagh, Jocelyn pasó su infancia rodeada de libros de Astronomía. A
los 11 años suspendió el examen de acceso a la escuela, pero al haberlo hecho demasiado joven
su familia, fiel a las costumbre cuáqueras, decidió darle una segunda oportunidad y esa vez lo
superó. Estudió en el ‘Mount Schools for Quaker Girls’, en York y, posteriormente, prosiguió los
estudios superiores en la Universidad de Glasgow. Después de su graduación en Ciencias
Naturales, en 1965, se trasladó a Cambridge, donde realizó el doctorado bajo la supervisión de
Antony Hewish, primer premio Nobel de Astrofísica.

Su proyecto de doctorado consistía en construir un radiotelescopio para estudiar los recientemente


descubiertos cuásares. Jocelyn construyó manualmente ese radiotelescopio y lo dotó de una

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resolución asombrosa. De forma concienzuda analizaba personalmente todos los datos. El 28 de


noviembre de 1968 midió por primera vez una radiación muy leve de una periodicidad
terriblemente precisa. Aunque en principio se consideró que podría provenir de vida inteligente
interplanetaria, fue ella misma la que, perseverando en sus medidas, descartó esa idea, ya que
consiguió medir esa radiación desde un ángulo distinto del mapa estelar. Esa radiación es lo que
hoy se conoce como púlsar, una estrella de neutrones que gira sobre sí misma y que es el único
objeto donde la materia puede ser observada a nivel nuclear. El más famoso de todos los púlsares
es quizás el que se encuentra en el centro de la Nebulosa del Cangrejo. Este púlsar se localiza en
el mismo punto en el que astrónomos chinos registraron una brillante supernova en el año 1054 y
permite establecer la relación entre supernova y estrella de neutrones, es decir, que esta es
remanente de la explosión de aquella.

Jocelyn Bell Burnell público un artículo en ‘Nature’ que dio la vuelta al mundo.
Desgraciadamente, al terminar su doctorado se casó y abandonó la primera línea de investigación
para desarrollar una deslumbrante y eficaz carrera horizontal. La dedicación de su marido a la
diplomacia la convirtió en una especie de nómada. Se involucró en la investigación de las
universidades de las ciudades en las que vivió y se convirtió en una experta en distintos campos
de la Astrofísica, incluyendo astronomía de rayos gama, astronomía de rayos X, astronomía de
infrarrojo y astronomía submilimetrada.

En 1974, Antony Hewish fue galardonado con el premio Nobel de Física, junto con Martin Ryle.
Jocellyn Bell no fue distinguida junto a ellos, falta de reconocimiento que produjo mucha decepción
en la comunidad científica. No obstante recibió muchos otros premios, como el ‘Albert A.
Michelson Medal of the Franklin Institute of Philadelphia’, en 1973; el ‘Herschel Medal of the
British Royal Astronomical Society’, en 1989; y el ‘Magellanic Premium of the American
Philosophical Society’, en 2000. También se convirtió en ‘Fellow of the Royal Society’, en 2003 y
fue nombrada ‘Dame Commander of the Order of the British Empire’, en 2007.

“La participación de las mujeres en la ciencia está relacionada con la cultura y con el país del que
provienen, no con su cerebro. Son los hombres que han determinado la cultura científica quienes
mantienen lo contrario”

Mejor nos lo cuenta ella.

Háblame de tu infancia, de tu primera aproximación a la ciencia, de cuando decidiste


estudiar Física…

Mi padre era arquitecto en el norte de Irlanda y uno de sus trabajos era restaurar los edificios del
observatorio de Armagh. Cuando cumplí 14 años y empecé a estudiar ciencias en el instituto, ya
estaba claro que era buena en Física, pero no sabía qué clase de física quería hacer. Mi padre
traía de la biblioteca un montón de libros de autores muy buenos, como Fred Hoyle, los leí y me
quedé atrapada por ellos, así que decidí que, de poder, estudiaría Astronomía.

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Al terminar el instituto te matriculaste en la carrera de Ciencias Naturales en Glasgow. ¿Era


raro que una mujer estudiara Física en aquella época o había más mujeres?

En mi año estábamos estudiando Filosofía Natural -lo llamábamos así, pero era Física- 49
hombres y yo. En otros cursos llegó a haber hasta tres mujeres, pero en mi año solo yo y me
sentía un poco aislada, la verdad. En aquella época en la universidad de Glasgow cuando una

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mujer entraba en el anfiteatro principal era tradición que todos los hombres silbaran, golpearan el
suelo o aplaudieran. Si te ruborizabas, lo acentuaban más.

Tras completar tus estudios te trasladaste a Cambridge a hacer un doctorado en


Radioastronomía. Leí que sufriste ‘el síndrome del impostor’ que, viniendo de ti, suena
sorprendente. ¿Qué pasó exactamente?

Yo pensaba que no merecía estar allí, que no era lo suficientemente inteligente y que tal vez
descubrieran que era tonta y me echarían. En Oxford, donde ahora trabajo, todavía puedo
reconocer en estudiantes este síndrome, sobre todo en mujeres, pero también en algún hombre.
Algunas abandonan antes de que les echen.

¿Cómo te afectó este síndrome en tu trabajo?

Llegué a Cambridge, el centro del conocimiento, desde un pueblo muy pequeño del norte de
Irlanda y me sentía muy provinciana. Todo el mundo me parecía increíblemente inteligente y lo
era, aunque tal vez menos de lo que aparentaba. Pensé entonces que me había metido en un lío
porque yo no era lo suficientemente brillante, pero que haría todo lo que pudiera, que trabajaría
muchísimo todos los días de la semana. Así, me pasé los dos primeros años construyendo un
radiotelescopio. El tercero, operando y analizando datos. Me aseguré de que cada detalle, cada
ínfima señal fuera cuidadosamente analizada para no perder nada. Estábamos en 1967 y solo
había un ordenador en toda la universidad. Los datos venían en tiras largas de papel, las cartas
astronómicas, y producíamos 100 pies al día Usé el telescopio durante 6 meses, con lo que llegué
a tener 5 km. de papel, que escaneé con el ojo.

¿Qué pensaste la primera vez que mediste un púlsar?

Una de las cartas astronómicas que estaba analizando para entender bien el funcionamiento del
telescopio resultó ser un púlsar. Lo que yo buscaba eran cuásares, ya que en aquella época se
conocían muy pocos y había mucho interés en ellos. Sin darme cuenta había construido un
telescopio con tanta resolución como para medir púlsares, pero entonces no sabíamos que
existían, nadie lo sabía, ni siquiera se había soñado que un sistema así pudiera existir. Fue una
gran sorpresa cuando los encontramos; no podíamos creerlo.

¿Cómo se planteó la posibilidad de que se tratara de vida inteligente de otra galaxia, los
conocidos LGM (Little Green Men)?

La reacción de mi supervisor cuando le hablé de la periodicidad de esta señal fue que tenía que
ser algo hecho por el hombre. Él sabía más física que yo, pero a veces es bueno no saber
demasiado… Decía que tenía que provenir de un cuerpo pequeño, más pequeño que una estrella, y
pensó que podría ser una señal de otro laboratorio. Pero yo sabía que no podía ser así porque
había seguido la periodicidad de la señal y se repetía con frecuencia estelar. Fuera lo que fuera la

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fuente, se encontraba entre las estrellas. Estábamos considerando todo tipo de posibles
explicaciones: error en el telescopio, un satélite desviado de su órbita, otra forma de vida…, cuando
medí el segundo desde otro ángulo del mapa estelar. Descartamos entonces todas estas
posibilidades, incluida la de los LGM, porque habrían tenido que ser demasiados LGM y, en
posiciones opuestas del universo, haciendo señales al planeta Tierra… ¿Por qué? ¿Y con la misma
periodicidad, la misma amplitud de modulación? (risas)

Después de tu experiencia, ¿cómo ves la relación estudiante-supervisor o supervisora?

Creo que la manera de hacer ciencia está cambiando. Antes, los grupos de investigación estaban
compuestos por un Senior Man, que siempre era un hombre para el que trabajaban un montón de
estudiantes que no necesitaban pensar. El Senior pensaba y el resto hacía lo que él les pedía.
Hoy en día son grupos de personas que trabajan juntas y piensan juntas.

“De toda la física que estudiamos solo se puede aplicar a un 5% de la energía y de la materia del
universo. El resto es energía y materia oscura y no sabemos casi nada sobre ninguna de las dos”

Me imagino que de tu época de estudiante recuerdas el momento de descubrir el púlsar


pero, ¿hay algún otro recuerdo que no sea tan importante a nivel científico que quieras
contar?

Sí; me comprometí entre el descubrimiento del primer y del segundo púlsar y me casé
inmediatamente después de defender mi tesis doctoral. Más tarde tuvo un hijo ¡de hecho, un físico!
Todo esto estuvo bien, pero complicó mi carrera. En aquella época en Gran Bretaña que una
mujer casada trabajara estaba mal visto porque indicaba que el marido no ganaba lo suficiente,
especialmente si se trataba de mujeres con hijas e hijos, ya que estaba ‘demostrado’ que si las
madres trabajaban las criaturas se volvían delincuentes. No era fácil seguir trabajando, pero lo
hice. Tuve trabajos de media jornada mientras cuidaba a mi hijo.

¿Fue difícil renunciar a la primera línea de investigación?

Sí, fue muy difícil. Siempre he estado interesada en púlsares, siempre han sido mi primer amor.
Nunca he dejado de seguir todos los descubrimientos del campo y las y los astrónomos han sido
muy amables conmigo informándome de todas las novedades, invitándome a dar conferencias.

¿Por eso decidiste volver?

Como mi marido viajaba mucho, decidí que allá a donde fuera a vivir buscaría trabajo relacionado
con la Astronomía, a veces conectado con la investigación a veces, no. Trabajé como docente en
South Hampton y descubrí que me gustaba enseñar y divulgar. También fui la gerente en la
construcción de un telescopio en Hawai y descubrí que me gustaba organizar. Hice muchas cosas
que me han ayudado a darme cuenta de qué es lo que me gusta. Cuando mi hijo dejó la escuela,

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mi marido se fue y de repente fui consciente: “¡Oh, soy libre! ¡Ahora puedo trabajar donde quiera a
jornada completa!” Así es como volví a la universidad, creé mi propio grupo y estudié las estrellas
binarias.

¿Qué te gustaría que el público en general supiera sobre los recientes descubrimientos de
Astronomía?

Que de toda la física que estudiamos solo se puede aplicar a un 5% de la energía y de la materia
del universo. El resto es energía y materia oscura y no sabemos casi nada sobre ninguna de las
dos. Solo conocemos la física de una fracción muy pequeña de lo que contiene el universo. La
materia oscura tiene que ser bariónica, no puede estar compuesta por quarks y electrones. Es una
física completamente nueva y ¡no tenemos ni idea!

Además de la ciencia, ¿qué te apasiona?

Me gusta cuidar mi jardín y la poesía. Colecciono poemas sobre el espacio y la Astronomía; tengo
más de 150.

Durante mi carrera escuché bastantes veces que las mujeres no tenemos visión espacial y
que no podemos ser tan buenas científicas como los hombres, que podemos investigar
porque somos muy trabajadoras pero, por norma general, no muy brillantes. Para mí
descubrir tu trabajo fue inspirador y motivador. Era una prueba de que no era verdad lo que
había oído. ¿Qué me habrías dicho en mi época de estudiante para que dejara de pensar
así?

Te habría animado a revisar los datos de las mujeres que hacen ciencia en diferentes países. Hay

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grandes diferencias. Yo conozco las estadísticas para Astronomía, pero me imagino que los ratios
serán parecidos en todos los campos. En Argentina, el 37% de las personas astrónomas son
mujeres; en Japón, el 6%. Los países mediterráneos tiene buenas cifras; los de habla inglesa,
mediocres; el Norte de Europa, muy bajas. Esas cifras están relacionadas con la cultura y con el
país, no con el cerebro de las mujeres. Este mensaje debe quedar claro. Son los hombres que han
determinado la cultura científica quienes mantienen lo contrario.

¿Consideras que el método científico de Kunh-Popper podría estar influenciado por el


género?

Considero que el modelo, la hipótesis, viene de la creatividad de una persona y que las mujeres
tienen un cerebro más creativo que el de los hombres. Es por eso que es bueno tener diversidad
en un grupo: hombres, mujeres, gente de diferentes países, minorías porque, así, podemos atacar
un problema desde diferentes ángulos. Cuando descubrimos algo y lo escribimos, lo hacemos
como si fuera completamente lógico y racional, pero si estás verdaderamente involucrada en el
descubrimiento, ¡sabes que es un caos! Tienes un montón de datos que se deben analizar,
muchísima información que no puedes ajustar a un único cuadro. Entonces empiezas a rechazar
algunas piezas y a centrarte más en otras.

Creo que el método científico en teoría, como me lo han enseñado, es bueno e independiente,
pero que en la práctica nunca es así, en parte porque no determina cómo se debe atacar el
problema y porque, en la realidad, nunca está todo tan bien organizado, aunque luego lo
contamos como si todo lo que hemos hecho fuera totalmente lógico. Creo que es muy importante
tener en los grupos gente que no sean hombres heterosexuales blancos, porque traen ideas
desde fuera del sistema. Pero, por supuesto, después hay que hacer experimentos y, si el modelo
no es bueno y no se ajustan los resultados, entonces no funciona.

Bibliografía consultada: Sharon Bertsch McGrayne, Nobel Prize Women in Science

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