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La realidad de los sistemas de pensiones

(1ª Parte)
Por Raúl R. Pérez
Llegar a viejo y pobre es una desgracia. No podemos detener el tiempo; todos,
tarde o temprano, llegaremos a viejos si no morimos antes . Pero sí podemos cambiar
las condiciones en las que viviremos los últimos años de nuestra existencia.
Obviamente no todos tendremos la misma suerte. Los ricos no tienen nada
de qué preocuparse, podrán llevar la vida que quieran. Los trabajadores, en
cambio, debemos preocuparnos por esa etapa en la que las fuerzas nos
abandonen, impidiéndonos trabajar y vayan apareciendo las enfermedades
propias de la edad. Tampoco podemos olvidar los problemas que tendrá que
enfrentar la familia cuando llegue nuestro fin.
La mayoría de los mexicanos que —a pesar de toda una vida de trabajo—
no pudimos consolidar un patrimonio suficiente que nos permita vivir
decorosamente nuestra vejez, quedaremos a expensas de los beneficios de la
seguridad social y algunos apoyos de la asistencia pública. Nada para sentirnos
tranquilos.
La seguridad social es la protección que una sociedad proporciona a los
individuos y los hogares para asegurar el acceso a la asistencia médica y
garantizar la seguridad del ingreso, en particular en caso de vejez, desempleo,
enfermedad, invalidez, accidentes del trabajo, maternidad o pérdida del sostén de
familia.
En México las dos instituciones principales encargadas de la seguridad
social son el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y el Instituto de
Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE). El
primero, destinado a los trabajadores del sector privado de la economía; y el
segundo, reservado para los trabajadores al servicio de los gobiernos federal y de
la Ciudad de México. Existen otros institutos de seguridad social, más pequeños,
como el que atiende a los militares, el Instituto de Seguridad Social para las
Fuerzas Armadas Mexicanas (ISSFAM), los que atienden a los trabajadores de los
gobiernos de los estados de la república y algunos sistemas que han desarrollado
las universidades públicas.
Nos limitaremos a analizar la situación del seguro de retiro, cesantía en
edad avanzada y vejez: especialmente entre los afiliados al IMSS. En el entendido
de que, en términos generales, las políticas aplicadas en el Seguro Social se han
extendido a los demás sistemas de seguridad social.
En nuestro país la seguridad social siempre ha estado restringida a
quienes tienen un trabajo formal. Lo cual viola expresamente los artículos 22 y
25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, firmada por México
desde 1948; también contradice abiertamente lo establecido en los artículos 1, 123
y 133 de la Constitución General de la República (conocida también como ley
suprema), que conceden este derecho a todos los seres humanos. Será muy
universal la primera y muy suprema la segunda, pero aquí no se cumplen. Para
justificar esta situación se dice: los derechos humanos no son absolutos, están
sujetos a la disposición presupuestal. Y si no hay dinero, tampoco se puede
otorgar ese derecho. Punto.
La situación es grave. El 60 por ciento de los trabajadores en nuestro país
laboran en la informalidad; y en consecuencia tendrán que buscar cómo subsistir
cuando ya sean viejos. Pero no acaban aquí las dificultades, todos los sistemas
ponen como requisito para otorgar la pensión cierto número mínimo de
cotizaciones y el monto de la misma lo determinan con base en el Salario Base de
Cotización (SBC).
Alcanzar el número de cotizaciones semanales se convierte en un problema
porque los trabajadores pasan, con mucha frecuencia, del sector formal al informal
(caen en el desempleo, subempleo y autoempleo), provocando que personas que
trabajaron toda su vida no alcancen el número de cotizaciones necesarias para
obtener una pensión. Se considera que, en promedio, un trabajador pasa el 44 por
ciento de su tiempo laborando en el sector informal.
El monto del salario base de cotización se convierte en otra limitante: con
un salario bajo solo se puede obtener una pensión chica. Además de que tenemos
los salarios más bajos de Latinoamérica, a muchos trabajadores se les registra
con un salario base inferior al que realmente perciben, para reducir las cuotas
obrero patronales.
Durante muchos años las pensiones del seguro social se otorgaron con
base en la Ley del Seguro Social de 1973 (LSS-1973). Modelo pensionario
conocido como de reparto, solidario o de beneficios definidos. Los requisitos
para acceder a una pensión eran: tener 65 años de vida, 500 cotizaciones
semanales reconocidas (poco menos de 10 años). El monto de la pensión era el
promedio del salario de los últimos 5 años. La pensión se actualizaba cada año en
función de la inflación calculada por el Banco de México (índice nacional de
precios al consumidor). Cuando el asegurado fallecía se otorgaba una pensión de
viudez y ciertas asignaciones para los hijos menores de 18 años y hasta 25 años
si estaban estudiando en una institución pública. El IMSS otorgaba directamente la
pensión, mientras durara la vida del asegurado. Con las cuotas de los trabajadores
en activo se cubrían el pago de las pensiones. En este esquema, el trabajador
asegurado sabía a qué atenerse y la pensión sí era una esperanza real para los
obreros.
Este sistema de pensiones se modificó con la Ley del Seguro Social de
1997 (LSS-1997).  Las razones que —según el Gobierno— justificaban el cambio
eran: los problemas financieros del instituto y el crecimiento acelerado del número
de pensionados que no se compensaba con los trabajadores nuevos. El viejo
sistema ya no era viable, se dijo. En consecuencia, se adoptó un nuevo sistema
que privatizaba las pensiones. El nuevo esquema pensionario fue conocido
como de capitalización individual (conocido también como “modelo
chileno”).
Dicho sistema ya se venía aplicando en Chile, durante el gobierno del
dictador Augusto Pinochet, con la asesoría de Milton Friedman, catedrático de la
Universidad de Chicago y uno de los teóricos del neoliberalismo. El país tomado
como modelo se transformó en uno de los más desiguales del mundo.
En la exposición de motivos se señaló que se promovería el ahorro interno,
crecería la economía y con ella la generación de empleos. Que el instituto, al
liberarse de uno de los seguros, se concentraría en las demás ramas de la
seguridad social mejorando la calidad de los servicios. Que los trabajadores
asegurados tendrían más y mejores pensiones. Veinticinco años después
podemos decir que nada resultó cierto.
¿Cómo se estructura el nuevo sistema? Cada trabajador afiliado al seguro
social recibe automáticamente una cuenta personal en la que se depositan sus
aportaciones para el retiro. Los fondos así reunidos son administrados por una
administradora de fondos para el retiro (afore), institución financiera privada que
se encarga de administrar e invertir los fondos que durante toda su vida laboral
logran reunir los trabajadores asalariados.
Las afores son intermediarias financieras, hacen negocio con los ahorros de
los trabajadores, cobran una comisión por su gestión, pero no comparten el riesgo.
Si en una operación las inversiones pierden, el único que ve mermado su
patrimonio es el trabajador. Como en el casino, la banca nunca pierde. Para
tranquilizarnos —se nos dice— que el Gobierno, a través de la Comisión Nacional
del Sistema de Ahorro para el Retiro (CONSAR), autoriza, vigila y supervisa el
buen funcionamiento de las afores. En este momento existen 10 afores: XXI
Banorte, Citibanamex, Azteca, Coppel, Inbursa, Invercap, Principal, Profuturo,
SURA y PensionISSSTE. La afore Citibanamex está en venta; en la afore XXI
Banorte participa el IMSS como socio; la afore PensionISSSTE es la única afore
de carácter público. No se piense que éste sea un negocio menor: a fines del 2021
el ahorro acumulado era de 5.2 billones de pesos (millones de millones) que
equivale a dos terceras parte del presupuesto de la nación de este año (PEF-
2022). Negocio redondo para los dueños de las afores: les reporta multimillonarias
utilidades.
Con los recursos acumulados durante toda su vida laboral, los trabajadores
podrán contratar una renta vitalicia[1] o un retiro programado[2]. Dicho en otras
palabras, ya no habrá solidaridad del conjunto de los trabajadores, ni tendrá el
seguro social la obligación de otorgar pensiones para el retiro por cesantía en
edad avanzada o vejez. Cada trabajador, con los recursos que hay en su cuenta y
con los rendimientos que le reporte la afore, tendrá que “comprar su
pensión”.   Muchas preguntas quedan sin respuesta: ¿Cuánto dinero voy a tener
en la cuenta?, ¿cuánto voy a recibir mensualmente?, ¿me va a alcanzar para lo
que me reste de vida?
Los trabajadores afiliados al seguro social antes del 1º de julio de 1997
podrán elegir entre la Ley-1973 o la Ley-1997. La mejor opción, sin ninguna
duda, es la ley anterior, de 1973. Los que empezaron a trabajar después de esa
fecha no podrán escoger: por ley están en la ley de 1997.
Trato diferenciado para los trabajadores que se afiliaron antes y después de
la modificación legal. Se dijo que para reconocer los derechos adquiridos. A los
trabajadores que iniciaron su vida laboral después de la reforma a la ley no se les
reconoció ningún derecho. En realidad, se dividió a los trabajadores para evitar
oposición a la privatización de las pensiones.
La misma política privatizadora se aplicó en el ISSSTE con la reforma de
2007. Los trabajadores anteriores a la reforma pueden jubilarse con el viejo
sistema (conocido como del décimo transitorio), los nuevos ya no. En 2015
también se aplicó esta política a los trabajadores del sector energético: de PEMEX
y de la CFE. Hasta los propios trabajadores del IMSS están divididos entre los dos
sistemas de jubilación.
Los trabajadores que pueden pensionarse con base en la ley anterior —por
razones de edad— se irán reduciendo paulatinamente hasta llegar a cero. En
pocos años ésta mejor opción habrá desaparecido.
 

[1] Renta vitalicia es el contrato por el cual la aseguradora a cambio de recibir los recursos acumulados en la
cuenta individual se obliga a pagar periódicamente una pensión durante la vida del pensionado
[2] A diferencia de una Renta Vitalicia que te paga una pensión de por vida, la de Retiro Programado la
recibes hasta que se agoten los recursos de tu cuenta AFORE. Debes comprar un Seguro de Sobrevivencia
que les permitirá a tus beneficiarios recibir una pensión en caso de fallecimiento.

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