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Fe 

de María
 

            María confió siempre en Dios. Por eso está escrita en la Biblia esta
alabanza inspirada por el Espíritu Santo: “Feliz tú que has creído porque lo
que te ha dicho el Señor se cumplirá”[1]. Es la primera bienaventuranza del
Nuevo Testamento. Así, la Virgen ha comprendido con su razón que Dios no
se equivoca, que Dios cumple lo que promete, pues “para Dios nada hay
imposible”[2].

            María se fió totalmente de Dios y respondió así: “He aquí la esclava


del Señor, hágase en mí según tu Palabra”[3]. María creyó, confió, esperó, se
fió del poder de Dios, no dudó jamás del amor del Señor, fue siempre
creyente y fiel. Recorrió toda su vida llena de fe. Y esto la hizo feliz y dichosa.
Por eso, la felicitamos a la Virgen y le pedimos su ayuda eficaz.

            ¿Te gustaría a ti también vivir con esta seguridad y con esta certeza,
con esta firmeza y con esta alegría de la fe? 

            Pues vamos a ver en esta reflexión las razones de nuestra fe.

            Así lo recomienda el apóstol Pedro en su primera Carta: “Estad


siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida
explicaciones. Hacedlo, sin embargo, con dulzura y respeto”[4].

            Por eso, quiero que estés a gusto, con paz y tranquilidad, para poder
leer y pensar. Es muy importante para  tu vida de fe descubrir que el amor de
la Virgen María no es un invento de los hombres, sino un regalo de Dios. En
las páginas siguientes, ponemos los fundamentos racionales de nuestra fe.
Así, la verdad de María no es ninguna imaginación, ningún cuento, sino la
realidad de una mujer que se fió de Dios…

            Vamos, por tanto, a reflexionar por qué creemos, el porqué de nuestra


fe. Nosotros aceptamos libremente, y con razones objetivas, la verdad de un
amor de Dios que ama a todos los hombres y mujeres.

1ª Razón de nuestra fe: Dios existe

            Afirmamos la existencia de Dios porque con la razón natural


comprendemos con certeza que es imposible que Dios no exista; el mundo
necesita un Creador. La materia, sin inteligencia, no se ha podido organizar
sola: sin inteligencia no se hace nada estable, ordenado, perfecto (como las
flores, los pájaros, los ojos con su mirada profunda, la sonrisa de un niño o el
cerebro del ser humano). Igual que sin inteligencia no se podría fabricar una
cámara de fotos, un ordenador o un avión (no hay reloj sin relojero, ni
creación sin Creador). La materia no puede ser matemáticamente eterna; ha
necesitado algo todopoderoso y eterno que la saque de la nada.

            Muchos filósofos descubrieron en la Antigüedad la existencia de


Dios con la luz natural de la razón, comprendieron la necesidad de un
Creador que construyera y ordenara el mundo. Fue el caso
de Anaxágoras, Platón, Aristóteles… También la belleza de un paisaje, la
belleza de las criaturas… nos debe llevar a Dios, fuente de todo bien y toda
belleza.

            Así, lo reconoce Pablo de Tarso: “Desde la creación del mundo, lo


invisible de Dios, su poder eterno y su divinidad, son conocidos mediante las
criaturas”[5].

            Más tarde, el sabio pensador Agustín de Hipona dirá: “Nos hiciste,


Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en
Ti”.  También Tomás de Aquino, reflexionando, indica los caminos de la
razón para llegar a Dios a través del orden del cosmos que todos vemos y
experimentamos, con sus famosas cinco vías para llegar a Dios por la razón
natural.

            Además, podemos pensar en la grandeza de nuestro Dios,


recordando que el número total de estrellas del universo se calcula en un
número superior a los 200.000 trillones (y una de ellas, es nuestro sol). Sin
embrago, más grande que el inmenso universo creado, es el amor de Dios
por ti y la misericordia de Dios hacia ti.

            Sabemos que Dios no quiere el mal, Dios no hizo el mal, pero Dios
sacará de los males muchos bienes para todos, pues como Padre bueno
quiere lo mejor para todos. Es el momento de la Revelación, que se
entretendrá en explicar que el mal no viene de Dios sino del maligno,
enemigo de la humanidad.

            En verdad, no hay contradicción real entre una sana razón y una fe


bien entendida. La persona humana debe tener bien unidas la verdadera
ciencia y la verdadera fe, pues las dos vienen de Dios, que es la Verdad
infinita: así, los conocimientos científicos vienen en último término de la
sabiduría divina que ha creado las leyes de la naturaleza y al ser humano
inteligente, capaz de descubrirlas.  

            Así la fe y la razón deben colaborar en armonía. Juan Pablo


II trabajó mucho por la defensa de la fe y la razón, la libertad y la paz. Es muy
interesante su Carta Fides et Ratio. Recuerda también que María es el Trono
de la Sabiduría, que une lo humano y lo divino, con auténtica coherencia
intelectual. La filosofía y la teología, la ciencia y la religión son amigas, deben
ser amigas siempre.

            Lo decía gráficamente un pensador inglés: “Para entrar en la iglesia te


puedes quitar el sombrero, pero nunca te quites la cabeza”.

            Ya ves, estimad@ herman@, que pueden darse dos posturas


extremas radicales, exageradas que no son buenas ni sanas para el equilibrio
de la persona: el racionalismo y el fideísmo. Ni solo la razón ni sola la fe, sino
la razón iluminada por la fe, pues la Revelación y la razón se ayudan
mutuamente. Así actuaremos con sensatez, con sentido común.

            Explicaba un día el profundo pensador, de este siglo XXI, Luis


Mª Mendizábal: “La imagen de la fe con los ojos vendados no me satisface,
la encuentro desafortunada. Porque no se trata de cegar los ojos, sino que lo
propio de la fe es una agudeza visual, no el tener los ojos tapados. La fe te
hace penetrar en la realidad más allá de lo que captan los sentidos. Lo que
hay que poner es una mirada de fe, mirada profunda, no oscuridad. No es
ceguera, la fe por sí misma no es oscura, le fe es luminosa”. 

            Fíjate qué interesante es observar que lo primero que hizo la Virgen


en la Anunciación fue reflexionar: “María se sorprendió ante estas palabras y
se preguntaba qué saludo era aquel”[6]. El verbo griego dice que “discurría”
dentro de sí, deliberaba, pensaba, meditaba, consideraba. Así la Virgen, en
silencio, antes de dar su respuesta, se preguntaba qué saludo era aquel.
María fue siempre sensata y prudente, discreta y razonable, recordando la
parábola de las doncellas necias y las sensatas[7].

2ª Razón de nuestra fe: Jesucristo es Dios y hombre verdadero

            Es lo primero que dice el Evangelio de San Juan: “Y el Verbo era


Dios”[8]. Jesús es el Verbo de Dios hecho carne.

            Repasemos ahora los datos históricos de la vida de Cristo.


            Jesús fue una persona real que existió en Israel. Hay total certeza
histórica, e incluso muchos datos históricos ya desde el mismo siglo I, de
cronistas e escritores paganos, e incluso enemigos.

            Jesús demostró con sus milagros y Resurrección que era auténtico


enviado por su Padre Dios, para salvar a todos los hombres y mujeres. Es
decir, Jesús es Dios hecho hombre.

            Jesús mostró claramente la bondad de su Corazón hacia todos los


enfermos y necesitados de amor y alegría. Jesús curaba a los ciegos[9] y
leprosos (como describe el médico y después evangelista San Lucas[10]).

            Cristo, el Hijo de Dios, nació  pobre en un pesebre, vivió siempre


pobre, y murió pobre y desnudo clavado en una cruz. Jesús sufrió su pasión
tan dolorosa por amor a toda la humanidad. En verdad, “nadie tiene amor
más grande que el que da la vida por sus amigos”. San Pablo dirá también
que “Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí”.

            La Resurrección de Jesús es un hecho documentado con


testimonios históricos de los muchos testigos que vieron a Jesús resucitado.
Antes, todos en Jerusalén le habían visto azotado y flagelado, coronado de
espinas, crucificado y muerto en la Cruz. Su cuerpo fue sepultado y
custodiado por una guardia de diez soldados romanos solicitada por sus
enemigos. Y, sin embargo, Jesús salió de allí, como claramente había
predicho varias veces, y se muestra vivo. Toma alimentos delante de sus
discípulos, y sus apóstoles le palpan, le ven de carne y hueso, tocan los
agujeros de sus manos y sus pies producidos por la crucifixión. “Es el Señor”,
dirán, metiendo además sus manos en el costado abierto por la lanza en la
Cruz.

            Es, por tanto, la indudable certeza de la Resurrección de Cristo. Es


la verdad totalmente cierta, firme y segura de que Jesús está de nuevo vivo
entre nosotros. Le tenemos delante, siempre presente.

            Después de la Resurrección, y a pesar de las persecuciones bien


conocidas, los apóstoles predican valientemente que han visto a Jesús vivo
en Jerusalén, junto con muchos discípulos también testigos oculares de este
hecho evidente. Muchos de aquellos hombres dieron su vida y su sangre por
la verdad de haber visto con sus propios ojos y haber palpado con sus manos
a Jesús resucitado.

3ª Razón de nuestra fe: Cristo fundó la Iglesia sobre Pedro


            Jesucristo, verdadero Dios, fundó su propia Iglesia. Una única Iglesia,
predicando el reino del amor y la paz. E instruye a los apóstoles para ello, con
Pedro siempre a la cabeza entre todos (“tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y nadie la destruirá. Te daré a ti las llaves del Reino de
los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo”[11]).

            Jesucristo dio a Pedro la misión de gobernar y dirigir la Iglesia,


repitiéndole por tres veces: “Sé tú el pastor de mis ovejas”[12].

            Fíjate que solamente a Simón Pedro le dice Jesús estas palabras, en


la Última Cena, antes de la Pasión, reconociéndole como verdadera cabeza
de los demás apóstoles y el primero de todos: “Yo he rogado por ti, para que
tu fe no decaiga; y tú, una vez convertido, confirma en la fe a tus
hermanos”[13]. Por eso el papa, sucesor de Pedro, ha recibido de Cristo el
primado en la Iglesia de Dios.

            Y Cristo quiere que su Iglesia permanezca viva hasta el final. Ya ves
que el papa es el único sucesor de San Pedro. Pues bien, los obispos son
también los sucesores de los apóstoles. Jesús dijo que “quien a vosotros
escucha, a Mí me escucha. Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo”[14].

            Durante más de 20 siglos se han ido sucediendo 266 Papas desde


San Pedro, pasando por el inolvidable mensajero de la paz Juan Pablo II, y
por Benedicto XVI y su profundo y sabio magisterio (que en su carta Deus
caritas est recordaba a todos la perenne actualidad del mandamiento de
Cristo de “amaos unos a otros como Yo os he amado”[15].

            Nadie duda que Jesucristo dio este mandato nuevo del amor también
para los siglos posteriores. Igual que también a los sucesores de San
Pedro, como al papa actual Francisco I, le sigue diciendo Jesús en este siglo
XXI: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Por eso el papa
sigue teniendo las llaves del Reino de los cielos y el primado de jurisdicción
sobre toda la Iglesia de Jesucristo, como pastor universal y vicario-
representante de Cristo en la tierra. Precisamente la palabra griega “católico”
significa universal, pues la Iglesia Católica es para todos, y está presente en
todos los continentes y países del mundo entero, según el mandato misionero
del Señor de “id al mundo entero y predicad a todos el evangelio”[16].

            Si quieres, veremos en otro capítulo la maternidad de la Virgen María


hacia la Iglesia, como verdadera Madre de los fieles cristianos y de sus
pastores, es decir, Madre de toda la Iglesia.
            Basta, por ahora, decirle a Jesús como aquel hombre del evangelio:
“creo, Señor, pero aumenta mi fe”. Tú eres, Jesús, el amigo que nunca falla.

            Pues bien, ahora nosotros, fiándonos de Cristo y de su Iglesia,


aceptamos las verdades de fe y moral que el mismo Cristo y la Iglesia, con su
Magisterio, nos enseñan para nuestro bien, llevándonos por el camino de la
felicidad eterna. Así, fiándonos de la autoridad del papa de Roma, creemos la
verdad, por ejemplo, de la Inmaculada Concepción de María, es decir, que la
Virgen fue concebida sin pecado original, como enseñó infaliblemente el
Papa Pío IX el año 1854, como dogma de fe revelado por Dios.

            En la vida humana hay verdades muy reales, aunque no sean


demostrables físicamente. Así, en el orden humano, las relaciones entre las
personas no se pueden medir con aparatos científicos. Por ejemplo, que yo
crea en el amor de mi madre es razonable, pero no es demostrable por
ciencia matemática. Igualmente, creer en el amor de María, nuestra Madre,
es perfectamente razonable, muy humano, muy normal, aunque no se
deduzca de un raciocinio, ni se pueda medir ni cuantificar por instrumentos
físicos. Así, gracias a la luz superior de la fe, tenemos una verdadera certeza
del amor de la Virgen, nuestra Madre, hacia todos nosotros, como regalo de
Cristo en la Cruz a cada discípulo suyo: “Ahí tienes a tu Madre”[17].

            Pongamos ahora una comparación:

            Nuestra vida es como un barco que navega a través del mar de este
mundo hacia el puerto deseado de la felicidad. Pero en nuestro viaje por el
mar podemos encontrarnos con dificultades y peligros de naufragar, con
tormentas y borrascas, con noches cerradas y oscuras…

            Entonces... María aparece como la estrella brillante que nos indica el


rumbo del camino. En medio de la tempestad, qué bueno es pedir ayuda y
socorro a María auxiliadora. En la oscuridad de la noche “mira a la estrella,
invoca a María”, nos recomienda San Bernardo. Por todo esto, ya ves que
la Virgen es la estrella de nuestra esperanza.

            Como yo he sido varios años capellán de un hospital, os ofrezco este


otro ejemplo de la sanidad:

            Jesucristo es el médico y la Virgen María es como la enfermera.


Cristo es el médico de las almas y de los cuerpos, que también curó a
muchos enfermos en Israel. Pues bien, María es como esa buena enfermera
que te cuida con experiencia y amor, y te cura las heridas de la vida… Fíjate
que María no es el médico sino que colabora con el médico, siempre de
acuerdo como está  Ella con las indicaciones de nuestro divino doctor,
Jesucristo. Así llamamos también a María “salud de los enfermos”.

            Después de haber visto en este capítulo la fe de la Virgen, quiero


dedicar un párrafo especialmente a la juventud. Los jóvenes valoran, sobre
todo, el sí valiente y decidido de María al Señor durante toda su vida y
mantenido firmemente hasta la Cruz. El sí de María está lleno de fortaleza y
audacia juvenil. Es el sí de la confianza sin límites en el Dios que todo lo
puede. María es el modelo del sí comprometido para todos los jóvenes que
quieren seguir a Jesucristo para construir un mundo nuevo. Por eso, el gran
pedagogo de la juventud, San Juan Bosco puso a María Auxiliadora como
protectora de todos sus jóvenes. Ahí tienes las Jornadas mundiales de la
Juventud, con decenas de millones de jóvenes, convocados primero por
Juan Pablo II y luego por Benedicto XVI, Francisco I…

            Al final de este capítulo y después de haber estudiado algunas de las


razones de nuestra fe, seguro que te gustarán algunas anécdotas de Fátima,
es decir, el relato del encuentro de la Virgen en Fátima con los tres
pastorcitos Jacinta, Francisco y Lucía.

            Era el 13 de mayo de 1917, en tiempos de la I Guerra Mundial, y Dios


quiso dar a la humanidad un mensaje de paz a través del Corazón de María,
recordando la llamada a la conversión del evangelio de Nuestro Señor. Es
sorprendente comprobar cómo este encuentro con la Virgen María les llevó a
los tres pastorcitos a una vida heroica de fe y sacrificio que admira a los
mayores, siendo como eran unos niños pequeños, sencillos, normales,
pobres y humildes.

            Escuchemos la narración que hace una de ellos, Lucía de Fátima:

            “Estando con mis primos Francisco y Jacinta, mientras vigilábamos


las ovejas, vimos sobre una encina a una Señora vestida de blanco, más
brillante que el sol. Nos paramos sorprendidos.

            Entonces la Señora nos dijo:

            -“No tengáis miedo, yo no os hago daño”.

            Y yo la pregunté:

            -“¿De dónde es Usted?”


            -“Soy del cielo. ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los
sufrimientos como reparación de los pecados con que Dios es ofendido y de
súplica por la conversión de los pecadores?”

            -“Sí, queremos”.

            -“Tendréis mucho que sufrir, pero la gracia de Dios os fortalecerá.


Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la
guerra”.

            Después de otras breves palabras, la Señora me dijo dirigiéndose a


mí, (también vale para tu vida, para ti que vas a leer esto):

            -“¡No te desanimes! Nunca te dejaré. Mi Corazón Inmaculado será


tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”.

            Y al final dijo hablando del mundo:

            -“Que no ofendan más a Dios nuestro Señor, que ya está muy


ofendido. Por eso, para salvar a la humanidad, Dios quiere establecer en el
mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María”.

            Es interesante recordar que el Papa Juan Pablo II visitó tres veces el
Santuario de Fátima, afirmando que “la Iglesia aceptó el mensaje de Fátima
porque éste contiene la misma verdad y la misma llamada a la conversión
que el evangelio de nuestro Señor Jesucristo”.

            Y el Papa Benedicto XVI ha recordado en su visita a Portugal, que “la


misión de Fátima no ha terminado, y su mensaje de paz no pasa de moda,
sino que es siempre actual”[18].

            Aplicación para tu vida: Custodia la paz, fomenta la paz en tu casa,


en tu familia, en tu ambiente. Que reine la paz del Corazón de Jesús en tu
hogar y entre los tuyos, que se acabe toda forma de odio y de violencia. Que
haya paz en los matrimonios, en las familias y en todas las comunidades.
Reza el Rosario por la paz del mundo, trabaja por la paz y descansa, sí,
descansa, confiando siempre en Dios.

            Vamos, pues, a rezar el Ave María por la paz entre todos:

Dios te salve, María,


llena eres de gracia, el Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Gustavo Johansson 
sacerdote diocesano 
Director espiritual de Mercabá 

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[1] cf. Lucas 1, 45.

[2] cf. Lucas 1, 37.

[3] cf. Lucas 1, 38.

[4] cf. 1 Pedro 3, 15-16.

[5] cf. Romanos 1, 20.

[6] cf. Lucas 1, 29.

[7] cf. Mateo 25, 1-13.

[8] cf. Juan 1, 1, 20-28.

[9] cf. Marcos 10, 46.

[10] cf. Lucas 5, 12

[11] cf. Mateo 16, 13.

[12] cf. Juan 21, 15.

[13] cf. Lucas 22, 32.

[14] cf. Mateo 28, 20.

[15] cf. Juan 13, 34.
[16] cf. Marcos 16, 15.

[17] cf. Juan 19, 27.

[18] cf. Benedicto XVI, Alocución en Fátima, 13 mayo 2010.

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