Está en la página 1de 11

por otro lado, si se quiere que la unidad de la Iglesia sea algo

más que mera utopía y postulado teórico, la unidad de la fe


debe concebirse de tal modo que respete las diversas evolu-
ciones y las consiguientes diferencias de las Iglesias que están
llamadas a unirse. De este problema se ocupa la segunda tesis.
Además de lo antes dicho, esta tesis pretende también
tener en cuenta el hecho de que el presente cultural, histórico
y político de los hombres de hoy ha sufrido tan profundos
cambios respecto de épocas anteriores que aunque no se ha
modificado ni periclitado la sustancia auténtica de la fe cristia-
TESIS 11 na, ni lo que las Iglesias del pasado consideraron como «defi-
nitoriamente» perteneciente a esta sustancia de fe, sí puede
acontecer que la manera como esta concepción de la fe de las
Aparte esto, debería implantarse un principio de fe realista: Iglesias precedentes puede y debe introducirse en la única
ninguna Iglesia particular puede decidir ni rechazar como con- Iglesia de la fe del futuro sea muy diferente de aquella en la
traria a la fe una afirmación que otra Iglesia particular profesa que hasta ahora podía pensarse, en las controversias entre las
como dogma obligatorio. Por lo demás, fuera de lo establecido Iglesias y las confesiones, esta unidad de fe.
en la tesis 1, lo que en una Iglesia particular es confesión expre-
sa y positiva no puede imponerse como dogma obligatorio a
otra Iglesia particular, sino que debe encomendarse a un am- 1
plio consenso en el futuro. Lo dicho es aplicable en primer
lugar a las declaraciones doctrinales auténticas, pero no defini- Esta tesis fundamental se entiende mejor apenas se aco-
das, de la Iglesia romana, y debe observarse sobre todo respec- mete la tarea de hacer luz sobre la situación espiritual y políti-
to de las cuestiones éticas. Este principio equivale tan sólo a ca en que se encuentran actualmente los hombres y, por tan-
consagrar lo que ya hoy día practica cada Iglesia respecto de to, también las Iglesias.
sus propios seguidores. Si es preciso aclarar esta situación espiritual y política en la
que el hombre puede vivir, si, pues, deben explicarse las dife-
Tras la primera tesis, referida a la unidad de la Iglesia rencias que estas situaciones experimentan en el curso de la
futura en la fe, viene esta segunda, que se centra en la unidad historia, y si debe delimitarse nuestra situación actual respec-
de la fe en cuanto tal. Por una parte, es claro que la unidad de to de aquella en la que hasta ahora se han desarrollado todas
la fe no puede limitarse simplemente a la validez permanente las controversias en torno a la unidad de la Iglesia y que tal
del Símbolo apostólico y del Símbolo niceno-constantinopoli- vez en parte se ha prolongado y deslizado como la cosa más
• tano, porque la historia de la fe, del dogma y de la teología ha natural hasta el presente en el que nosotros vivimos, entonces
avanzado desde entonces quince siglos más y las Iglesias que es evidente que las diferencias características de estas situa-
deben reunificarse no pueden borrar, como es obvio, este ciones forzosamente tienen que parecer primitivas, y que las
trayecto de sus historias. En este punto, cada Iglesia concreta diferencias destacarán con mayor relieve que no aquello que
ha seguido una evolución diferente, también en lo que respec- tienen de común y permanente. Por consiguiente, resultará
ta a su conciencia de fe, que no puede tacharse sin más. Pero, sumamente fácil hacer objeciones a este tipo de de~cripción.

38 39
Pero todo cuanto hay que decir respecto de esto está en su adversarios, se derivaba, como es obvio, de la existencia de
conjunto perfectamente justificado y tiene un peso determi- una unidad de cultura -al menos en sus grandes rasgos- y
nante respecto de la pregunta de bajo qué forma podría hoy de una comunidad de experiencias, que se habían adquirido con-
pensarse y estimularse una unidad de la fe. juntamente y, además, en un ámbito limitado y relativamente
¿Qué es lo que tiene de característico nuestra situación comprensible (justamente en el de su limitado círculo cultu-
espiritual y política, la situación en la que debe exponerse la fe ral). La discusión discurría entre hermanos de la misma fami-
cristiana, comparada con la situación de Occidente en la épo- lia. Todo cuanto en aquella época podía saberse, lo podía
ca en que se produjeron las escisiones y divisiones de Iglesias adquirir el individuo, al menos el individuo formado y culto.
que todavía hoy perduran? Que fueran muchos los iletrados, el pueblo, que no lo sabía,
Esta diferencia debe enunciarse de forma clara y simple: era cosa sin importancia. Esta multitud de iletrados estaba, ya
en el pasado, el material espiritual (si así puede decirse) con de entrada, condenada a tener la boca cerrada en las discusio-
que trabajaban los hombres era relativamente limitado y resu- nes entre los cultos y formados y a seguir las opiniones que, en
mido. De ahí que, aunque eran muchas las cosas, sobre todo cada espacio vital, les dictaban los superiores y letrados.
de tipo filosófico, en las que existían opiniones encontradas, La visión del mundo de los anteriores períodos culturales
se daba por supuesto, y con razón, que un hombre entendía y era -en la medida en que resultaba posible expresarla refleja-
era entendido cuando hablaba con otros y entablaba contro- mente en palabras- relativamente sencilla y comprensible, o
versias. Podía abarcarse con relativa facilidad el material con- bien acababa por serlo, tras cortos períodos de crisis entre
ceptual con el que se trabajaba y disputaba, y al menos los distintas épocas espirituales. Semejante visión del mundo es-
teólogos de todos los bandos podían presuponer que domina- taba referida a un ámbito geográfico e histórico limitado y,
ban este material y los problemas inherentes al mismo y que también por esta causa, era fácil de comprender y asimismo
podían hacerse entender por sus oponentes, que trabajaban relativamente fácil de manejar en las controversias. Se juga-
también, a su vez, con este mismo material conceptual suma- ba, por así decirlo, en un campo espiritual con un número
mente limitado y con el mismo cúmulo de experiencias. Todos limitado de balones y, por consiguiente, podía practicarse un
los bandos daban por supuesto que se sabía bien de qué se juego vistoso, incluso cuando existían diferencias de opinión.
estaba hablando. Aquí es indiferente que esta común auto- Cada uno podía estar personalmente convencido de saber con
comprensión, la mismidad y la común intelección del «nivel exactitud qué opiniones defendía y cuáles eran las ideas del
lingüístico», del material conceptual, de las ideas cultural- adversario que no compartía.
mente condicionadas y comúnmente compartidas, fueran Esta situación del pasado, aquí descrita en sus rasgos esen-
realmente «objetivas» o si también en aquellos primeros tiem- ciales, ha sufrido profundas modificaciones desde los días de
pos las controversias surgían a partir de una diferencia arrefle- las escisiones religiosas, hasta el punto de que tal vez sea lícito
ja de actitudes últimas, de presupuestos básicos, etc. Se tenía hablar de una transformación no sólo cuantitativa, sino tam-
esta común concepción de sí. Si los católicos decían, por . bién cualitativa, aunque el cambio se fue produciendo lenta-
ejemplo, que hay siete sacramentos y los protestantes lo nega- mente, con el correr de la historia, y sólo en nuestros días se
ban, ambos bandos presuponían que tanto ellos como sus ha hecho clara y patente a todas las miradas.
adversarios se estaban refiriendo a la misma cosa, que no Hoy se sabe infinitamente más y por tanto (y por paradóji-
estaban hablando sin entenderse. co que parezca), el individuo, incluso el más culto y formado,
Esta común concepción, esta homogeneidad del nivel de es cada vez más ignorante en comparación con la totalidad del
lenguaje y de pensamiento, en el que también transitaban los saber actual disponible. Se editan cada vez más.libros y ya

40 41
nadie puede leerlos todos. Se pueden utilizar, por supuesto, II
computadoras cada vez más poderosas y recurrir a su ayuda.
Pero a pesar de todas las síntesis deseables y en parte, una vez ¿Qué significación tiene esta somera descripción para
más, posibles, gracias a la cuales vuelve a ser asequible y nuestra cuestión ecuménica?
controlable toda una multitud de conocimientos concretos En primer lugar, la situación antes descrita condiciona
hasta ahora de todo punto inalcanzables, todo este material también la teología de todas las Iglesias. También en el terre-
científico está (aunque se le pueda almacenar en computado- no teológico se sabe hoy infinitamente más que en épocas
ras) fuera de la capacidad de comprensión de una sola per- pasadas, tanto que cada teólogo concreto -y también cada
sona. cristiano- es cada vez más ignorante, comparado con la suma
Se es cada vez más ignorante como individuo. Es preciso total de los conocimientos actuales de la teología. Ningún exe-
abandonarse cada vez más al saber de otros, esto es, a unos geta puede acumular hoy la suma de conocimientos de dog-
conocimientos que no han sido personalmente analizados ni mática que pide esta última disciplina. El historiador de los
sometidos a comprobación. Y son justamente los más inteli- dogmas sonríe, con cierta razón, ante los teólogos dogmáti-
gentes, los verdaderamente cultos, quienes mejor advierten cos, que juegan con un número de balones mucho menor de
que, en todas las dimensiones de la vida humana, se tornan los que pueden ofrecerle tanto la teología del Nuevo Testa-
cada vez más ignorantes y tienen que confiarse cada vez más mento como la historia de los dogmas. La exégesis misma se
al saber de otros. Aumenta de día en día el número de espe- ha convertido en una ciencia tan sublime, trabaja con tantos y
cialistas sobre un sinnúmero de materias de tipo teórico y tan diversos métodos, que el exegeta individual sólo puede
práctico, que ocupan, respecto de los otros, la misma posición hacerse la ilusión de dominar una minúscula parcela de su
que antaño tenían los superiores y letrados respecto del pue- propia especialidad.
blo ignorante. Pero estos especialistas tienen, a su vez, gran- Todavía hay, por supuesto, en el campo de la teología
des dificultades para entenderse entre sí y forman un coro de gentes que pretenden ejercer algo así como la función de un
voces totalmente discordantes, que quieren transmitir a los sabio teólogo universal y que tal vez incluso deban pretender-
demás sus conocimientos y sus máximas de vida. El consenso lo si pertenecen, por ejemplo, al reducido grupo de los que en
en la sociedad muestra cada vez, por desgracia, en todo el la Congregación para la doctrina de la fe de Roma tienen la
mundo, la tendencia a distanciarse de la coincidencia en unas función de vigilancia y comprobación de la ortodoxia de otros
mismas convicciones fundamentales para ser sólo un consenso teólogos. Pero se hace cada vez más discutible si, y hasta qué
que consiste simplemente en tener unos mismos presupuestos punto, esta sabiduría teológica universal puede ser alcanzada
y necesidades materiales. La causa última de todo ello es que por un solo individuo, sobre todo en aquellas cuestiones de la
la multitud de lo que hoy puede saberse ha crecido tan desme- ciencia del espíritu en las que sirve de poca ayuda la tecnifica-
suradamente que ya no puede sintetizarse de aquella sencilla ción del actual cultivo de las ciencias.
manera que fue posible en épocas anteriores. También los teólogos saben cada vez más y, por eso, se
En consecuencia, están mucho más difuminadas que antes entienden cada vez menos. Un teólogo concreto está cada vez
las fronteras que separan a los sabios de los ignorantes. Hoy menos seguro de haber comprendido a otro teólogo, porque
día, propiamente hablando, ya no hay ni tales sabios ni tales es probable que este otro sólo pueda ser bien entendido cuan-
ignorantes. En un cierto sentido todos son sabios y, por lo do se comparten también sus presupuestos. Pero son cabal-
mismo, al mismo tiempo, y en otro sentido, todos son suma- mente estos presupuestos los que no le entran en la cabeza al
mente ignaros. El sabio universal se ha extinguido. primero. Hay, sin duda, muchísimos teólogos y dignatarios en

42 43
la Iglesia que no quieren admitir la situación actual de la teo- tad- aquello que se quiere decir). Pero, ¿sé con exactitud y
logía, la rechazan e intentan discurrir y trabajar desde la situa- seguridad que aquello que digo ha sido entendido «en el senti-
ción de tiempos ya pasados. Tienen, por supuesto, un derecho do» que yo quería darle, y que dice exactamente lo que la
básico a proceder así, porque a nadie puede privársele de la revelación de Dios nos ha dicho? Las cosas no serían más
facultad de entender a otros y hasta del derecho a juzgar si fáciles en el caso de que mis palabras se limitaran a repetir las
están en la verdad o en el error. Pero nos hallamos, de hecho, fórmulas de fe aprobadas por la Iglesia. En efecto, tengo que
ante una situación cualitativamente diferente de las anterio- realizar la tarea previa de interpretarlas y de expresarlas con
res. Y así es como debemos contemplarla, con espíritu hones- mi propio lenguaje, ya que la historia -incluida la historia de
to y realista. la verdad- no se detiene y, sin embargo, no me cabe otro
¿Hay que descender a más detalles? Puedo dedicar diez remedio sino intentar decir con mis propias palabras lo que
años de mi vida a profundizar en la teología de un R. Bult- aquellas fórmulas significan y quieren decirnos. ¿Puedo en-
mann o de un K. Barth. ¿Tendré ya por ello la seguridad de tonces tener la certidumbre de que mi inevitable interpreta-
haberla entendido y de estar capacitado para juzgarla con ción es correcta?
objetividad? El caso es que ni siquiera la he estudiado todo Me alegra, por supuesto, que la «Iglesia ministerial» y la
ese número de años, porque no he tenido tanto tiempo a mi comunidad de los creyentes no denuncien una contradicción
disposición. Tampoco puedo confiarme a los resultados de los frontal, clara y definitiva en contra de mi interpretación (que
especialistas en esta teología, porque no se ponen de acuerdo. lo hagan algunos teólogos no implica una condena válida de
Estudio con ardiente esfuerzo la teología de Lutero y la del mi teología). Pero ¿prueba esto que estoy en lo cierto y que
concilio de Trento. ¿Existe una contradicción definitiva e in- no soy en el fondo un hereje, sobre todo si se tiene en cuenta
salvable entre ellas, o presentan sólo, en último extremo, que algunas herejías sólo muy lentamente han ido saliendo a
magnitudes inconmensurables entre sí, pero verdaderas, y es- luz? (Cuando comenzó a difundirse el jansenismo, ya había
to no se advirtió en tiempos anteriores? ¿Cómo debo proce- muerto Jansenio.) Y aunque no puedo esperar ninguna defi-
der, en general, respecto de la teología contemporánea de las nición -aprobatoria o condenatoria- sobre mi teología (e in-
numerosas Iglesias en las que sigue habiendo una teología cluso, en el caso de que la hubiera, no puedo estar absoluta-
realmente auténtica y realmente grande (ya que todavía se mente seguro de si, a pesar de toda la obediencia de fe que
puede seguir confiando en la capacidad de distinguir a grandes manifiesto, lo he entendido bien) y dado que no consta con
rasgos -aunque con cierto factor de riesgo- entre esta teología total certeza que las declaraciones auténticas, pero no dogmá-
y la fugaz palabrería teológica) para adquirir e integrar en mí ticas, del magisterio eclesiástico han de ser siempre y bajo
el máximo conocimiento posible? No me queda otra salida todos los aspectos correctas, ¿por qué medio puedo adquirir
que dejar en estas teologías muchas cosas incomprendidas y seguridad de que mi teología está en armonía con la verdadera
sin elaborar y venerarlas en silencio como inexploradas (para fe? ¿No debería haber algunas reglas sencillas?
mí). En puridad, la situación no debió de ser esencialmente
Si digo algo en teología, tengo que poner el máximo es- distinta en épocas anteriores (porque nadie podía meterse en
fuerzo por hacerme entender de los demás (al menos dentro la cabeza y en el corazón del otro y todo diálogo necesario y,
de mi propia Iglesia), y por respetar, por tan to, unas ciertas por tanto, posible y lógico entre los hombres se halla sujeto a
normas lingüísticas de mi Iglesia (viviendo así, al mismo tiem- estas reservas). Lo que ocurre es que en nuestros días esta
po, la experiencia de que también respetando estos usos lin- situación de incertidumbre se ha acentuado de una forma evi-
güísticos puede decirse -si se pone un poco de buena volun- dente, terrible e inevitable. Pero si toda unidad en la fe impli-

44 45
ca y presupone un acuerdo en la teología, ¿qué se sigue de es- refleja con la afirmación, puede entender hasta cierto punto
ta situación de la teología, con la inconmensurabilidad de su sentido y tener, sin embargo, justificadas razones morales
sus terminologías, sus «juegos lingüísticos», la diversidad para abstenerse de otorgar su asentimiento. Estas razones no
de las concepciones posibles y admisibles que son su punto de deben radicar necesariamente en la incertidumbre objetiva
partida? interna o en la problemática de la afirmación, ya que pueden
Dado que nosotros, los teólogos, vivimos y actuamos en la ser de otro género: la afirmación puede, por ejemplo, carecer
Iglesia única de nuestras confesiones, participamos claramen- de importancia para la situación existencial del afectado;
te en su vida, hemos sido bautizados en ella y ponemos expre- puede acontecer que el esfuerzo requerido para comprobar,
samente nuestra teología bajo el símbolo de fe de esta Iglesia antes de asentir, su pretensión de verdad sea relativamente
como norma también para nuestras afirmaciones teológicas, excesivo. O bien dicha afirmación, en sí misma correcta, pue-
estamos persuadidos de que vivimos en la misma fe y tenemos de estar expresada en conceptos inaccesibles, en un campo de
en ella una unidad que significa salvación. Tenemos también, intelección extraño y ser, por tanto, de difícil comprensión.
pues, esperanza escatológica de que un día saldrá a la luz la En estos y otros casos similares no puede decirse que una
mismidad de nuestra fe, a pesar de la actual (y parcial) in- determinada afirmación pide de toda persona un asentimiento
conmensurabilidad de nuestras teologías, ya que todos tene- positivo y expreso por el simple hecho de que esta persona
mos una referencia clara y perceptible (mediante el bautismo, · debe dar por supuesta la verdad de aquella afirmación. En
el símbolo y la cena, que, en conjunto, contienen una dimen- determinadas circunstancias, se puede dejar la cuestión en
sión que desborda la de nuestro pensamiento y nuestro len- suspenso, sin violar por ello su obligación moral de rendir
guaje) a Jesús como nuestro Cristo. Pero si bien es cierto que tributo a la verdad.
la unidad de la fe no puede concebirse sin una cierta unidad de A propósito de este abstenerse de dar asentimiento a una
la teología -cosa que es por sí misma evidente- ¿cómo debe afirmación concreta, que pretende ser verdadera, debe adver-
concebirse esta unidad en la fe en la dimensión de la Iglesia y tirse de inmediato lo siguiente: es cierto, y en la práctica de la
de su confesión, si se da de hecho la antes descrita situación de fe católica se aplica con frecuencia e intensidad este principio,
la teología, que hoy es ya insuperable, puesto que resulta que la Iglesia es en sí misma, y en virtud de su autoridad
imposible sintetizar los elementos de que se compone nuestra magisterial formal, garante de la verdad de las doctrinas con-
situación espiritual y política? Ésta es la cuestión. cretas que expone. Pero con esto no se dice ya:
Primero, que todo cristiano, y en particular todo católico,
que admite esta autoridad formal debe asentir también, de
111 forma expresa y explícita, a todas y cada una de las afirmacio-
nes concretas así enseñadas. También el católico que admite
Antes de pasar, ya de inmediato, al análisis de las conse- explícita y positivamente la autoridad del magisterio eclesiás-
cuencias que para la causa estrictamente ecuménica se derivan tico puede a menudo dejar de prestar atención a determinadas
de la situación descrita, es preciso tratar, siquiera sea breve- doctrinas de este magisterio o «dejarlas correr» cuando oye
mente, el tema epistemológico. Cuando un hombre se abstie- hablar de ellas. Es evidente que, en tales casos, no discutirá ni
ne de emitir un juicio aprobatorio sobre una sentencia (segura negará esta doctrina concreta. Podría decirse, incluso, que la
o probablemente) verdadera, no se equivoca. Esta perogru- admite implícitamente, en virtud de su aceptación básica del
llada es válida no sólo cuando el afectado no conoce o no magisterio de la Iglesia. Pero también es posible que pase por
entiende la sentencia. Puede también enfrentarse de forma alto esta doctrina, sin afirmarla como tal de forma explícita y

46 47
expresa, y ello por las razones antes apuntadas. Un católico verdad de Dios y de Cristo. De donde se sigue que un cristia-
así no acabará de entender, por ejemplo, ciertos aspectos de no concreto no está obligado a afirmar explícitamente, una
las definiciones sobre la Trinidad del concilio Florentino y las por una, todas las verdades enseñadas por la Iglesia.
dejará en suspenso, aunque no discute la autoridad formal de Lo que se dice de los cristianos concretos es también váli-
la Iglesia y, en otros aspectos, presta atención a las doctrinas do, por supuesto, para grupos mayores. También en ellos
de este concilio. puede darse por razones legítimas un desinterés existencial
Segundo, en este contexto no puede olvidarse que en la por unas determinadas afirmaciones, aunque no las nieguen
jerarquía objetiva-y también en la subjetiva- de las verdades, positivamente y aunque haya que admitir su exactitud. Estos
la doctrina de la autoridad obligatoria del magisterio de la grupos y, por tanto, también Iglesias particulares, tienen su
Iglesia no es la primera ni la más profunda de las verdades de propio medio cultural e histórico, en el que realizan su cris-
la fe cristiana. Así lo demuestra toda la teología católica fun- tiandad -condicionada por este mismo medio-, tienen su pro-
damental normal por el simple hecho de que en ella se anali- pia historia de la fe, en la que, aun admitiendo, llegado el
zan temas mucho más fundamentales (sobre Dios, sobre la caso, la existencia de puntos problemáticos, puede verse la
posibilidad y la realidad de la revelación, sobre Jesucristo co- huella de una providencia positiva de Dios, que ha contribui-
mo mediador de la revelación divina, sobre la fundación de la do a establecer el desarrollo de su conciencia de fe, con sus
Iglesia por Jesucristo), y sólo mucho más tarde se pasa al avances positivos y también con sus limitaciones.
estudio de la autoridad doctrinal de la Iglesia, de su carácter Es de todas formas indiscutible que incluso dentro de la
vinculante y de sus límites. Iglesia católica hay grandes grupos sociológicos, diversos círcu-
Es, pues, perfectamente posible que un católico viva en la los culturales, etcétera, que en su jerarquía subjetiva de ver-
Iglesia, asienta, en cuanto creyente, a sus doctrinas más fun- dades tienen distintos principios y módulos de selección res-
damentales y, sin embargo, no haya llegado al punto de acep- pecto de lo que abrazan explícitamente en su conciencia de fe,
tar explícita y positivamente la autoridad doctrinal formal de en su piedad, y respecto también de lo que no desempeña, en
la Iglesia en la persona de sus titulares, tal como esta autori- cambio, ningún papel práctico. Cabe plantearse, en cada caso
dad es entendida y expuesta como obligatoria por la misma concreto, la pregunta de si esta diferencia de acento es saluda-
Iglesia. Este católico tiene, por lo que hace a esta doctrina ble o lamentable. Pero que existen estas diferencias en la es-
concreta sobre la autoridad doctrinal de la Iglesia, la misma tructura de facto de la fe, también en el seno de la Iglesia
exacta relación que con otras doctrinas de la Iglesia: ni las católica, y no sólo entre individuos concretos sino también en
rechaza positivamente ni las acepta explícitamente. Este cató- grandes grupos (comparados entre sí), es cosa que nadie pue-
lico (al igual que otros cristianos, que reciben de labios de sus de negar. La doctrina del último concilio sobre la legítima
respectivas Iglesias el evangelio que genera por sí mismo la fe) diversidad entre las Iglesias de Oriente y Occidente, tanto en
tiene, por supuesto, y a pesar de todo, una relación positiva su teología como en su piedad, confirma esta observación. La
con la Iglesia y, en este sentido, tiene también una fe «ecle- conciencia de fe fáctica de estos grandes grupos eclesiales, e
sial» (rudimentaria), en cuanto que ha recibido con espíritu incluso de períodos enteros de la historia de la fe, no está
creyente, de labios de su Iglesia, el evangelio que contiene las estructurada según el lndex systematicus del Denzinger, de
auténticas verdades fundamentales. De este modo, realiza modo que nada de cuanto se contiene en dicho índice falte en
también en su fe una convicción fundamental de que la Iglesia aquella conciencia.
le anuncia la verdad de Dios y al proceder así (para formularlo Parece evidente que las Iglesias (incluida la católica) admi-
con palabras de H. Küng), se mantiene en conjunto en la ten en su praxis, al menos tácitamente, cuanto llevamos di-

48 49
cho. Si un cristiano bautizado vive en su Iglesia y realiza den- justamente esto lo que no ocurre, porque con mucha frecuen-
tro de ella, al menos en un cierto grado, su vida cristiana, esta cia numerosos cristianos -y también numerosos católicos- de-
Iglesia lo considera como miembro legítimo en la unidad ecle- jan en suspenso, en el mejor de los casos, el problema de la
sial. No investiga con mayor detalle cuáles son las verdades de autoridad formal del magisterio de la Iglesia en su pleno senti-
fe concretas que se hallan expresamente y con toda exactitud do, sin que por ello este magisterio les importune públicamen-
en la conciencia de este creyente, ni con cuánta exactitud ha te. Y es perfectamente lógico que así ocurra, porque desbor-
sido instruido sobre el dogma total de su Iglesia; no comprue- daría las posibilidades reales pedirles algo que de hecho no
ba si adopta una actitud expresa y positiva respecto de unas pueden hacer. Comprenden, en oración y esperanza y, por
determinadas afirmaciones que esta Iglesia expone y que tal supuesto, en la participación de la vida de Ja Iglesia, las verda-
vez, en determinadas circunstancias históricas de su vida, ha des fundamentales del mensaje del evangelio y dejan en sus-
expuesto de forma terminante y explícita. Se contenta con penso todo lo demás, sin provocar la decidida protesta de una
que, por un lado, de la praxis eclesial de esta persona se des- conciencia temerosa de su salvación.
prenda claramente que -aunque tal vez sólo de forma muy Todas las Iglesias, incluida la católica, se conforman con
global y rudimentaria- mantiene una actitud de aceptación que sus miembros se inserten en una unidad humana, jurídica
positiva de los dogmas fundamentales, de los fundamentos y litúrgica, considerando que de este modo se realiza la sus-
últimos en Ja jerarquía de las verdades de fe y, con que por tancia básica del símbolo cristiano (o, al menos, así puede y
otro lado, no presente, ni interna ni externamente, contradic- debe presuponerse ante la opinión pública de la Iglesia en que
ciones expresas y definitivas contra afirmaciones que esta viven), sin exigir de cada miembro un asentimiento expreso a
Iglesia declara ser partes constitutivas objetivas del tesoro de todas y cada una de las verdades que esta Iglesia considera
su fe. Sabe que en la conciencia individual de sus miembros parte constitutiva de su símbolo de fe irrenunciable. Esta tole-
hay muchas concepciones, tanto religiosas como profanas, rancia epistemológica, en algún sentido minimalista, resulta
que objetivamente no concuerdan. Sabe también que incluso de todo punto inevitable y es, además, legítima en las Iglesias.
cuando alguno de sus fieles repite y acepta alguna sentencia
por ella misma formulada, esta Iglesia no puede tener certeza
absoluta de que este creyente al repetir aquella afirmación, IV
está pensando, entendiendo y, por tanto, asintiendo a lo que
la Iglesia ha querido realmente expresar con esta fórmula. Bajo estos presupuestos, y con referencia a la actual situa-
Dadas las posibilidades intelectuales con que cuenta de ción espiritual y política antes descrita, que contrasta con la de
hecho el hombre medio, sería ingenuo pensar que existe segu- épocas anteriores, puede decirse:
ridad de que este hombre que declara expresamente aceptar y Desde el punto de vista dogmático y respecto de la fe de la
asumir una afirmación de fe de Ja Iglesia está afirmando real- Iglesia cabría pensar en una unidad de las grandes Iglesias
mente aquello mismo que esta afirmación quiere expresar en todavía hoy separadas a condición de que ninguna de ellas
el sentido de la Escritura o de Ja predicación de Ja Iglesia declare que una afirmación que otra Iglesia considera absolu-
ministerial. Sería asimismo ingenuo dar por supuesto sencilla- tamente obligatoria para ella es positiva y totalmente in-
mente y en cada caso que un creyente asiente a una afirma- compatible con su propia concepción de la fe. En tanto exis-
ción y la entiende en el sentido oficial de la Iglesia, ya sólo tan estas discrepancias, no cabe pensar, evidentemente, en
porque acepte Ja autoridad formal de la Iglesia en su sentido una unidad de fe entre las Iglesias.
eclesial ministerial. A menudo, como se acaba de decir, es Ahora bien, ¿existen hoy día estas discrepancias? Es dudo-

50 51
so. Las consultas teológicas entre teólogos de las diversas con- El cristiano evangélico no tendría que dar ya aquí y ahora
fesiones llevadas a cabo en los últimos decenios han desembo- un asentimiento creyente y positivo a ciertas afirmaciones que
cado en resultados a los que los dirigentes eclesiásticos no han el católico considera obligatorias para la fe. Pero tampoco
prestado la suficiente atención. No es que los teólogos de las necesita rechazarlas positivamente porque -tal como ha pues-
diversas Iglesias y confesiones a los que puede considerarse to de relieve la evolución histórica, y dada la actual situación
seriamente como representantes de la conciencia de fe de sus cultural y política- no puede decir que para dar su asentimien-
respectivas Iglesias (cosa que no puede aplicarse, sin más, a to a estas tendencias específicamente católicas tendría que
quienes cultivan la teología como una ciencia de las religio- renegar de sus creencias o renunciar a lo que él considera, con
nes) hayan llegado, en todas las cuestiones dogmáticas, a un razón, como consustancial a su fe. Este abstenerse de emitir
acuerdo positivo. Pero, ¿existen todavía hoy muchos teólogos un juicio sobre aquellas sentencias no implica ya en sí la con-
serios que declaren ser de todo punto incompatible con su fe vicción de que debería moverse lentamente, en su conciencia
-que confiesan como decisiva para su salvación- la afirmación de fe, hacia la posición tal como aparece ahora expresada en
que un teólogo de otra confesión declara absolutamente obli- aquellas sentencias católicas. Este cristiano evangélico puede,
gatoria para su Iglesia? en efecto, suponer que (Dios lo quiera) en el ulterior curso de
Los teólogos de las diversas confesiones aún no han conse- la historia de la conciencia de fe, estas sentencias católicas
guido un acuerdo positivo en varias cuestiones teológicas con- hallarán una tal explicación e interpretación que le permitan,
trovertidas. No obstante, la situación en que se encuentra su también a él, dar un asentimiento positivo que hoy día no es
diálogo ha experimentado un cambio fundamental respecto posible, pero sin que por ello tenga que sentirse obligado a
de la época de la Reforma. Antes, uno de los bandos adopta- rechazarlas frontalmente.
ba posiciones que el otro bando declaraba simple y lisamente En sentido inverso, a la hora de proceder a la unión con
inconciliables, en términos objetivos, con la sustancia básica una Iglesia, el ministerio de la Iglesia católica puede conten-
del cristianismo, hasta el punto de que al bando opuesto sólo tarse con que se llegue a una posición de fe en la que ambas
se le concedía, en el mejor de los casos, una posibilidad de partes pueden confesar de forma expresa las verdades auténti-
salvación porque, por extrañas razones subjetivas, no se le camente fundamentales de la revelación cristiana, sin necesi-
hacía responsable de su doctrina, que no sólo era falsa, sino dad de exigir un asentimiento positivo a todas las sentencias
que era fácilmente detectable como tal, con la única condición que, a lo largo del proceso histórico de la conciencia de fe, la
de tener buena voluntad. Hoy día los teólogos, aun defen- Iglesia católica romana ha ido declarando como objetivamen-
diendo puntos de vista tal vez no positivamente conciliables te contenidas en la revelación divina.
entre sí, se enfrentan con otro talante. Por ambos lados se Las Iglesias ortodoxas y evangélicas podrían, a su vez,
cuenta no sólo con una misteriosa subjetividad que exculpa al mostrarse dispuestas a abstenerse de emitir el juicio (entendi-
otro ante Dios y ante la verdad del evangelio, sino también do como contenido de fe) de que las sentencias de fe específi-
con el hecho de que las sentencias de cada una de las partes no camente católicas son, sencillamente, inconciliables con la re-
son realmente contradictorias cuando se las desarrolla y sitúa velación de Dios y la verdad del evangelio, tal como se hacía
en un contexto más amplio, aunque por el momento aún no se en la época de la escisión de las Iglesias.
ve cómo pueden llegar a armonizarse positivamente, median- Esta tolerancia, existencialmente epistemológica, que no
te una interpretación globalizadora. En esta nueva situación acomoda a la fuerza -y aunque resulte contradictorio- lo que
resulta factible -a nuestro entender- una suficiente unidad de se enseña de forma expresa y explícita, mas sí crea un espacio
fe entre las Iglesias. de libertad para lo todavía no positivamente acordado, pero

52 53
sobre lo que se espera lograr un acuerdo, hace posible, ya hoy la fe es un ideal de hecho inalcanzable, un ideal que sólo se
día, desde el punto de vista dogmático, una unidad de las profesa de labios afuera, o se intenta una unidad de fe en
Iglesias. términos realistas, que debe ser reconocida corno legítima y
Una afirmación así puede parecer osada, utópica y tal vez para la que debe buscarse una explicación teológica.
incluso dogmáticamente discutible. Pero quien se resista a Dicho de otro modo: la unidad de fe que existe de hecho
considerar, en la actual situación cultural y política, como en la Iglesia católica, y que debe ser legítima, es una unidad
sencillamente imposible la unión de las Iglesias -una imposi- de fe distinta de la que en la eclesiología teórica se presupone,
bilidad que, por lo demás, entraría en colisión con las convic- tácitamente, como evidente y que se entiende (explícitamente
ciones básicas del cristianismo y de la Iglesia- tendrá que afir- o al menos implícitamente) corno asentimiento positivo a todo
mar que en nuestra actual situación espiritual no cabe ninguna cuanto el magisterio eclesiástico propone corno doctrina de fe
otra unión en la fe sino la que se acaba de describir y que, en obligatoria. Pero dado que la unidad de fe, tal corno se realiza
consecuencia, esta forma de unión tiene que ser, por fuerza, en concreto (también en el seno de la Iglesia católica) se dis-
legítima. tingue de aquella unidad de fe teóricamente postulada -lo que
no impide que sea legítima y que deba ser expresamente reco-
nocida en su legitimidad- tampoco debe exigirse ya, para la
V unidad de fe de la única Iglesia del futuro, más de lo que
contiene de hecho la unidad de fe de la Iglesia católica, y debe
Imagínese una unidad de fe de las Iglesias más ideal y más reconocerse expresamente esta unidad como suficiente y legí-
radical, tal corno la que persiguen, corno meta evidente, los tima.
diálogos ecuménicos, y preguntemos a continuación cómo se- Por supuesto, también las Iglesias ortodoxas y evangélicas
ría, ya en concreto, esta unión una vez convertida en realidad. deberían admitir como suficiente esta concepción de la unidad
¿Es que, atendida nuestra situación cultural y política, no ha- de la fe. Pero esto no debería crear ningún tipo de dificulta-
bría ya más disputas entre los teólogos? ¿No seguirían reci- des, ya que es evidente que hoy día estas Iglesias se dan por
biendo muy diversas interpretaciones, según los diferentes contentas con esta unidad que nosotros hemos considerado
horizontes conceptuales, y con las más diversas terminologías ser bastante para una Iglesia única del futuro. En esta pers-
-cosa por otra parte de todo punto inevitable en este universo pectiva, propiamente lo único que se pide es que estas otras
espiritual pluralista- las formulaciones de la fe que, por lo Iglesias no declaren como positivamente inconciliable con la
demás, todos confesarían expresamente de ser general validez sustancia de la fe de su cristianismo la doctrina de la fe explíci-
y obligatorias? ¿No habría, bajando a las realidades concre- ta de la Iglesia católica. La conciencia eclesial ha progresado
tas, individuos particulares y grupos de individuos que, a par- tanto, en todas las Iglesias, que la anterior petición entra en el
tir de la limitación de la situación existencial, declararían que campo de lo posible, aunque no, por supuesto, respecto de
unas determinadas doctrinas carecen de interés y, por ende, a todos y cada uno de los cristianos y teólogos de estas Iglesias.
'"' nivel práctico y de forma tácita, adoptarían aquella postura Puede admitirse, en todo caso, que la gran mayoría de estos
abstencionista respecto de un asentimiento positivo frente a cristianos y de estos teólogos de las otras Iglesias ya no lanza-
tales doctrinas que en una unidad de fe ideal habría que evitar rán un anatema absoluto contra las doctrinas de fe específica-
pero que, según nuestra anterior propuesta, debería ser admi- mente católico-romanas y, por consiguiente, tampoco debe-
tida como legítima? rían lanzarlo los dirigentes eclesiásticos de dichas Iglesias.
Podría pensarse lo siguiente: o se declara que la unidad de Por otra parte, y siempre bajo el supuesto antes menciona-

54 55
do, tampoco debe pedírseles a estas Iglesias un asentimiento tal (ni tampoco a otras Iglesias y comunidades cristianas que
positivo de fe a las doctrinas de fe específicamente romanas. deseen entrar en unidad con Roma) el derecho canónico con-
Puede conseguirse así una unidad de fe suficiente entre todos creto de la Iglesia occidental, tal como está formulado tanto
aquellos que creen en el Dios trino, confiesan a Jesús como en el antiguo como en el nuevo Código de derecho canónico,
nuestro Señor y Salvador y han recibido el bautismo. La tesis porque los aspectos concretos de este derecho no pueden de-
fundamental aquí propuesta parte del hecho de que, en nues- ducirse de forma convincente ni siquiera partiendo de la con-
tra_ actual situación cultural y política, no es posible ninguna cepción occidental del primado romano, es de todo punto
umdad de fe mayor que la antes descrita y que, por consi- evidente que también de la concepción -legítima- que una
guiente, se trata de una unidad legítima, si no se quiere renun- Iglesia oriental tiene de este primado se derivan consecuen-
ciar -a pesar de todas las aseveraciones en contrario- a la cias para el derecho eclesiástico. Pero estas cuestiones se ana-
unidad de las Iglesias en la fe. lizarán en otras tesis y en sus correspondientes comentarios.
Si el actual prefecto de la Congregación para la doctrina de Aun admitiendo en principio la fórmula propuesta para la
la fe declara que, en la unión con Roma, las Iglesias orientales unidad de la fe, quedan, como es obvio, muchos problemas
pueden conservar el nivel evoliitivo doctrinal que tenían antes por resolver, también respecto de la unidad de la Iglesia como
de la escisión, esta declaración (que J. Ratzinger hizo como unidad de fe. Incluso en el caso de que los teólogos de las
teólogo particular, no como prefecto de la mencionada Con- concretas Iglesias particulares admitan y practiquen en la uni-
gregación, pero que volvió a editar cuando ya había accedido dad de la única Iglesia esta norma fundamental, es decir, que
a este cargo) implica un asentimiento a la tesis aquí propuesta. no rechacen como contrario a la fe ninguno de los dogmas
Es, en efecto, evidente que en el año 1000 la evolución doctri- definidos por la Iglesia romana (y de esto se trata; apenas
nal no había avanzado tanto en las Iglesias orientales que a existen dificultades en el sentido inverso, porque en las otras
través de ella pudieran mantener una relación positiva con Iglesias no aparece prácticamente ninguna doctrina que se
Roma utilizando los conceptos del concilio Vaticano 1. Un enseñe por un lado como estrictamente obligatoria en dicha
Oriente unido con Roma en la unidad de la fe y de un amor Iglesia y, por otro, como inconciliable con los dogmas roma-
rectamente entendido no puede, por supuesto, declarar nos), incluso en tal caso estos teólogos deben esforzarse, co-
que la definición del Vaticano 1 es opuesta a la fe. Pero no es mo es patente, por integrar en sí positivamente la correspon-
menos evidente que, de acuerdo con la afirmación de J. Rat- diente concepción de la fe de las otras Iglesias particulares.
zinger, esta relación positiva con Roma no puede expresarse Para esta tarea existen ya modelos en una relación rectamente
justamente con el bagaje conceptual del Occidente latino, que practicada de las diversas escuelas teológicas entre sí. Estas
halló en el Vaticano 1 una cierta cota máxima. Si, pues, los escuelas suponen, en efecto, su ortodoxia en la misma Iglesia,
orientales pueden expresar de otro modo la doctrina de fe lo que no les impide, por una parte, ser distintas y, por otra,
occidental sobre el primado de jurisdicción universal del pa- esforzarse por aprender unas de otras.
pa, surge espontáneamente la pregunta práctica, de tipo más Otro problema sería cómo los titulares eclesiásticos com-
"' bien jurídico eclesiástico, de si y hasta qué punto esta concep- petentes de cada una de las Iglesias particulares y el magiste-
ción de la función del pontífice romano -tal como aparece en rio romano han de conservar y defender de forma práctica y
una Iglesia oriental unida- tiene también las consecuencias concreta la unidad de fe de las Iglesias unidas que es conside-
prácticas que el derecho canónico latino extrae e impone a rada suficiente según esta norma fundamental. Es evidente
partir de esta doctrina de fe. que esta unidad de fe está sujeta a constantes amenazas. Pero
Si es evidente que no puede imponérsele a la Iglesia orien- dedicaremos a este problema los comentarios de otras tesis.
56 57
Las reflexiones sobre esta tesis n han incluido en sus cálcu-
los, ya de antemano, la situación espiritual actual y el nuevo e
insuperable pluralismo del pensamiento del presente y del fu-
turo inherente a dicha situación. Ello equivale a decir que, al
menos hoy, y también en un futuro próximo, sería de todo
punto irrealista -dado un pluralismo conceptual que en modo
alguno puede integrarse en una síntesis más vasta- exigir una
unidad mayor y más palpable. Al proceder así se han expues-
to, también sin distinción explícita, reflexiones que podrían de
suyo ser consideradas como ajenas al análisis de la situación
de hoy. No es necesario seguir investigando aquí si estas otras TESIS 111
reflexiones podrían haber desembocado por sí mismas -y con
independencia del mencionado análisis de la situación- en es-
ta tesis n. Probablemente sí. Pero, entonces, esta tesis n ha- En esta Iglesia una de Jesucristo, formada por las Iglesias que
bría tenido menos consecuencias prácticas que cuando se la se unen entre sí, hay Iglesias particulares regionales, que pue-
expone y estudia, ya de entrada, en el marco de la actual den conservar gran parte de sus estructuras propias. Estas Igle-
situación cultural y política. sias particulares pueden también coexistir en un mismo territo-
rio, puesto que no lo impide ni la eclesiología católica ni la
praxis de la Iglesia romana, por ejemplo en Palestina.

Para un ecumenismo realista, que quiere llevar a cabo, en


serio y pronto, una unidad de las grandes Iglesias, esta tesis m
tiene una importancia decisiva y es, al mismo tiempo, auténti-
camente evidente. No puede negarse que, al menos hasta los
días del pontificado de Pío XI, la Iglesia católica tenía -si no
respecto de las Iglesias orientales, sí respecto de las comuni-
dades eclesiales nacidas de la Reforma- un concepto de
aquella unidad de los cristianos que era preciso desear y reali-
zar que consistía simple y lisamente en el retorno de los sepa-
rados al redil de la Iglesia romana. Se pedía, pues, una «con-
versión», de notable amplitud numérica, de cada uno de los
cristianos separados (junto con las autoridades ministeriales
de estas Iglesias separadas), sin que la Iglesia romana anterior
a la Reforma tuviera que sufrir la más mínima modificación
(salvo su crecimiento numérico).
Esta concepción no sólo choca frontalmente con las ideas
que acerca de la unión con las Iglesias ortodoxas de Oriente
sustenta la Iglesia romana, para la cual esta unión permitiría

58 59

También podría gustarte