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Teleconferencia /Formación permanente del Clero

01/07/05
01. Introduction de S.Ém. Cardinal Darío Castrillón Hoyos
S.EM. DARÍO CASTRILLÓN HOYOS

04. Prof. Michael Hull (New York): Formación del clero y diálogo con la
ciencia
PROF. MICHAEL HULL

05. Prof. José Vidamor Yu (Manila): Formación permanente y


espiritualidad sacerdotal
PROF. JOSÉ VIDAMOR YU

06. Prof. Rodney Moss (Johannesburg): Formación permanente como


proceso de conversión y de crecimiento
PROF. RODNEY MOSS

07. Prof. Alfonso Carrasco Rouco (Roma): La formación permanente y


la dimensión humana
PROF. ALFONSO CARRASCO ROUCO

08. Prof. Igor Kowalewsky (Mosca): Formación permanente como


ayuda en la renovación del método de comunicación
PROF. IGOR KOWALEWSKY

09. Prof. Louis Aldrich (Taiwan): Alcanzar el ápice de la cultura


contemporánea
PROF. LOUIS ALDRICH

10. S.E. Gerhard L. Müller (Regensburg): La co-responsabilidad y la


contribución del obispo en la formación continua
S.E. GERHARD L. MÜLLER

11. Prof. Silvio Cajiao (Bogotà): I cammini formativi e l’uso dei mass
media
PROF. SILVIO CAJIAO

13. S.Em. Georges Cottier (Roma): La amistad sacerdotal - La


formación permanente
S.EM. GEORGES COTTIER

14. Prof. Antonio Miralles (Roma): La formación permanente y la


cuestión del disenso
PROF. ANTONIO MIRALLES

14. Conclusión: Darío Cardinal Castrillón Hoyos


S.EM. DARÍO CASTRILLÓN HOYOS
PALABRAS INTRODUCTIVAS
Su Eminencia Reverendísima el Señor Cardenal
DARÍO CASTRILLÓN HOYOS
PREFECTO DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO

LA FORMACIÓN PERMANENTE DEL CLERO

“A LOS PRESBÍTEROS QUE HAY ENTRE VOSOTROS LOS EXHORTO YO, PRESBÍTERO TAMBIÉN,
TESTIGO DE LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO Y PARTICIPANTE EN LA GLORIA QUE HABRÁ DE
MANIFESTARSE EN EL FUTURO: APACENTAD Y VIGILAD EL REBAÑO QUE DIOS OS HA CONFIADO
NO POR FUERZA, SINO DE BUENA GANA, SEGÚN DIOS; NO POR VIL INTERÉS, SINO CON
PRONTITUD DE ÁNIMO; NO COMO DOMINADORES QUE HACEN PESAR SU AUTORIDAD SOBRE LA
PORCIÓN DE FIELES QUE LE HA CORRESPONDIDO EN SUERTE, SINO SIRVIENDO DE EJEMPLO AL
REBAÑO” (1 PT 5,1-3).

LA EXHORTACIÓN DE PEDRO EN SU PRIMERA CARTA DIRIGIDA A LOS CRISTIANOS


DESPARRAMADOS EN EL VASTO TERRITORIO DE ASIA MENOR, RESUME BIEN LAS
FINALIDADES DE LA FORMACIÓN PERMANENTE DE LOS MINISTROS ORDINARIOS,
TOTALMENTE ORIENTADA A VIVIFICAR AQUELLA CONFORMACIÓN ONTOLÓGICA A CRISTO,
SUMO Y ETERNO SACERDOTE, PASTOR Y GUÍA DE SU REBAÑO, A AQUEL QUE CONSTITUYE
LA RAZÓN DE SER Y LA DIGNIDAD DEL SACERDOCIO MINISTERIAL.

ES ESTE EL TEMA DE LA ACTUAL TRIGÉSIMA OCTAVA VIDEO CONFERENCIA TEOLÓGICA DE


ÁMBITO INTERNACIONAL: “LA FORMACIÓN PERMANENTE DEL CLERO”. FORMACIÓN,
SOBRETODO, QUE ENCUENTRA SU FUNDAMENTO Y SU MOTIVACIÓN ORIGINAL EN LA
RECEPCIÓN DEL SACRAMENTO DEL ORDEN CON EL CUAL EL SACERDOTE NO SOLO ES
CONSAGRADO POR EL PADRE Y ENVIADO POR EL HIJO, SINO TAMBIÉN ANIMADO POR EL
ESPÍRITU SANTO QUE REAVIVA CONTINUAMENTE “EL DON DIVINO” QUE HA SIDO
DEPOSITADO EN ÉL (CFR 2 TIM 1,6).

ESTE REAVIVAR NO ES ÚNICAMENTE EL FRUTO DE UN DEBER CONFIADO A LA


RESPONSABILIDAD PERSONAL DEL SACERDOTE, NO ES SOLAMENTE EL RESULTADO DE UN
COMPROMISO DE SU VOLUNTAD Y DE SU INTELIGENCIA, SINO QUE ES EL EFECTO DE LA
INICIATIVA MISMA DE DIOS, EL PRIMER PROTAGONISTA DE LA FORMACIÓN PERMANENTE,
QUE VIVIFICA SU DON CON EL DINAMISMO DE SU GRACIA Y CON NUEVAS Y SUCESIVAS
LLAMADAS. LA RAÍZ DE LA EXIGENCIA DE LA FORMACIÓN SE ENCUENTRA EN AQUEL
SÍGUEME QUE PEDRO ESCUCHO DE LOS LABIOS DE JESÚS (CFR. JN 21, 17-19) Y QUE
ACOMPAÑA LA VIDA Y LA MISIÓN DE CADA SACERDOTE; EN AQUEL SÍGUEME QUE
GARANTIZA LA LLAMADA A UNA FIDELIDAD MÁS PROFUNDA E ÍNTEGRA (CFR JN 21,22), EN
DEFINITIVA EN AQUEL SÍGUEME QUE ES LLAMADA AL DON TOTAL DE SÍ HASTA EL MARTIRIO
(CFR SAN AGUSTÍN, IN IOANNIS EVANGELIUM TRACTATUS, 123,5).

SÍ, LA RAZÓN TEOLÓGICA ESENCIAL DE LA FORMACIÓN PERMANENTE ESTÁ TOTALMENTE


COMPRENDIDA EN EL DIÁLOGO DIVINO Y HUMANO COTIDIANO DEL “SÍGUEME” DE CRISTO,
Y DE LA RESPUESTA, EN LA FE, DE SU MINISTRO: “VENGO Y TE SIGO”; EN LA INICIATIVA
QUE CONTINUA A LLAMAR Y A ENVIAR, Y EN LA LIBRE RESPUESTA DEL SACERDOTE QUE
QUIERE DISCERNIR Y SEGUIR SIEMPRE LA VOLUNTAD DE DIOS, DICIENDO CON
DISPONIBILIDAD: “AQUÍ ME TIENES, MÁNDAME A MI” (IS 6,8). LA FORMACIÓN PERMANENTE
SURGE, ENTONCES, DEL DESEO DE FIDELIDAD DEL MINISTRO ORDINARIO Y AÚN ANTES A SU

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“SER”, ES PROCESO DE CONTINUA CONVERSIÓN, ES AMOR A DIOS Y A TODOS LOS HOMBRES
QUE TIENEN EL DERECHO DE VER Y ENCONTRAR EN EL SACERDOTE A CRISTO MISMO (CFR
JUAN PABLO II, EXHORT. AP. PASTORES DABO VOBIS, 70).

“PURIFÍQUENSE USTEDES QUE LLEVAN LOS VASOS SAGRADOS DE YAVÉ” (IS 52,12). SAN
GREGORIO MAGNO, AL DIRIGIRSE A LOS MINISTROS SAGRADOS, RECUERDA LA
EXHORTACIÓN DEL PROFETA, AGREGANDO: "LLEVAN LOS VASOS DEL SEÑOR AQUELLOS
QUE ASUMEN EL GUIAR LAS ALMAS A LOS SANTUARIOS ETERNOS, CON LA FIDELIDAD DE
LA PROPIA CONDUCTA DE VIDA. ENTONCES, VEAN EN SI MISMOS CUANTO DEBAN SER
PURIFICADOS AQUELLOS QUE DENTRO LA PROMESA QUE HAN HECHO DE SI LLEVAN VASOS
VIVIENTES AL TEMPLO ETERNO” (LA REGLA PASTORAL, II, 2). Y ADVIERTE: “PORQUE ES
NECESARIO HACER ATENCIÓN DE QUE ESTE LIMPIA LA MANO QUE SE UTILIZA PARA
LIMPIAR AQUELLO QUE ESTA SUCIO, Y NO HAGA AUN MAS SUCIO AQUELLO QUE VA
TOCANDO MIENTRAS ESTA AUN EMBARRADA” (IBIDEM). EN ESTE SENTIDO LA FORMACIÓN
PERMANENTE ES EL DESCUBRIMIENTO COTIDIANO DE LA ABSOLUTA NECESIDAD DE LA
SANTIDAD DEL SACERDOTE QUE SE CONCRETIZA EN LA BÚSQUEDA DE SER Y DE VIVIR
COMO OTRO CRISTO, EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS DE SU VIDA. HA DICHO PAPA
BENEDICTO XVI A LOS SACERDOTES: “JAMÁS DESTACAREMOS SUFICIENTEMENTE CUÁN
FUNDAMENTAL Y DECISIVA ES NUESTRA RESPUESTA PERSONAL A LA LLAMADA A LA SANTIDAD.
ESTA ES LA CONDICIÓN NO SÓLO PARA QUE NUESTRO APOSTOLADO PERSONAL SEA FECUNDO,
SINO TAMBIÉN, Y MÁS AMPLIAMENTE, PARA QUE EL ROSTRO DE LA IGLESIA REFLEJE LA LUZ DE
CRISTO (CF. LUMEN GENTIUM, 1), INDUCIENDO ASÍ A LOS HOMBRES A RECONOCER Y ADORAR
AL SEÑOR” (DISCURSO AL CLERO DE ROMA, 13.5 2005)

SON ESTOS ALGUNOS ENTRE LOS MÁS RELEVANTES ASPECTOS QUE SERÁN TRATADOS A
CONTINUACIÓN POR LOS INTERVENCIONES DE LOS TEÓLOGOS. EN UNA PERSPECTIVA
TEOLÓGICA, ELLOS PONDRÁN EN EVIDENCIA QUE EL SACERDOTE, COMO HOMBRE
HISTÓRICAMENTE SITUADO, NECESITA CRECER Y PERFECCIONARSE EN LOS DISTINTOS
ÁMBITOS DE SU EXISTENCIA, EN UNA FORMACIÓN QUE ABRAZA LA DIMENSIÓN HUMANA Y
ESPIRITUAL, INTELECTUAL Y PASTORAL DE SU VIDA. LAS RELACIONES NOS RECORDARAN
QUE LAS RÁPIDAS TRANSFORMACIONES SOCIALES, LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN
ENTENDIDA TAMBIÉN COMO FACILIDAD DE COMUNICACIÓN Y DE INFORMACIÓN, EL
PLURALISMO RELIGIOSO, UNA CULTURA, ESPECIALMENTE AQUELLA OCCIDENTAL,
IMPUGNADA POR RELATIVISMO EXISTENCIAL DONDE DIOS NO ES NEGADO SINO QUE ES
SIEMPRE MENOS RECONOCIDO, UN ESPIRITUALISMO DESENCARNADO QUE RECHAZA DE
ACOGER LA VERDAD DE LA ENCARNACIÓN DEL VERBO DE DIOS, INTERPELAN
CONTINUAMENTE Y DESAFÍAN, A VECES CON MODOS AGRESIVOS, LOS MINISTROS DE LA
IGLESIA QUE NO PUEDEN, NI QUIEREN CALLAR.

LAS REFLECCIONES DE HOY, EN UNA ÓPTICA DOCTRINAL, EXPLICARAN QUE EN LA


FORMACIÓN PERMANENTE, LOS SACERDOTES ESCUCHAN SIEMPRE EL SEÑOR QUE POR
MEDIO DE ISAÍAS ADVIERTE AÚN HOY: “GRITA CON FUERZA Y SIN MIEDO. LEVANTA TU
VOZ COMO TROMPETA” (IS 58,1). YA QUE LOS MINISTROS ORDINARIOS NO SON
PREGONEROS MUDOS, NO SE ESCONDEN DETRAS DEL SILENCIO, NO SE APARTAN COMO
MERCENARIOS HUYENDO A LA LLEGADA DEL LOBO (CFR JN 10,13), “NO SON COMO PERROS
MUDOS QUE NO PUEDEN LADRAR” (IS 56,10), SINO POR EL CONTRARIO CUSTODIAN EL
REBAÑO CON EL CELO DEL BUEN PASTOR: EN CADA SACERDOTE LATE EL CORAZÓN DE
CRISTO.

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ESTA ES LA RAZÓN POR LA CUAL LA FORMACIÓN PERMANENTE ES ESENCIAL PARA LA VIDA
Y EL CRECIMIENTO DEL PUEBLO DE DIOS: ESTA ES UN DERECHO-DEBER DE CADA
SACERDOTE E IMPARTIRLA ES UN DERECHO-DEBER DE LA IGLESIA UNIVERSAL,
SANCIONADO POR LA LEY CANÓNICA (CFR C.I.C., CAN 279) Y, DE FORMA PARTICULAR, DE
LOS ORDINARIOS DE LAS IGLESIAS PARTICULARES.
AGRADECIENDO LOS INVITADOS, RECUERDO QUE SUS PARTICIPACIONES SE
DESARROLLARAN EN CONEXIÓN DIRECTA, DESDE DIEZ NACIONES DE LOS CINCO
CONTINENTES. LAS REFLEXIONES SERÁN DESARROLLADAS DESDE ROMA, DESDE LA SEDE
DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, POR S. EM. EL PROF. GEROGES M. COTTIER, POR S.
E. EL PROF. RINO FISICHELLA, POR EL MONS. PROF. ANTONIO MIRALLES Y POR EL PROF.
PADRE PAOLO SCARAFONI.

Participarán, también, desde Moscú el Prof. Ivan Kowalewsky, desde Nueva York el
Prof. Michael Hull, desde Manila el Prof. José Vidamor Yu; desde Taiwan el Prof.
Louis Aldrich; desde Johannesburg el Prof. Rodney Moss; desde Bogotà el Prof. Silvio
Cajiao; desde Sydney S.E. Julian Porteous; desde Regensburg S. E. el Prof. Gerhard
Ludwig Müller; desde Madrid el Prof. Alfonso Carrasco Rouco.

Deseo a todos una buena participación.

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Formación del Clero y Diálogo permanente con la Ciencia
Prof. Michael F. Hull, Nueva York
01.07.2005

La esperanza de la Iglesia de que los progresos de la ciencia en los siglos XIX y XX


ayuden a la humanidad a encontrar consuelo y paz en este mundo era grande en el
Concilio Vaticano II y sigue siendo grande cuando la Iglesia entra en el tercer milenio
de la cristiandad. En el curso de los últimos casi cuarenta años, la Iglesia ha establecido
un diálogo con la comunidad científica con el objetivo de exponer el mensaje
evangélico y conocer los progresos científicos reales. Este diálogo permanente llevó a
los Papas Pablo VI y Juan Pablo II, respectivamente en 1976 y en 1986, a actualizar los
estatutos de la Pontificia Academia de las Ciencias, cuyos orígenes se remontan al año
1603 y a Papa Clemente VIII. Además, en 1994 Juan Pablo II instituyó la Pontificia
Academia de las Ciencias Sociales, para ayudar a la Iglesia en su diálogo vigilante con
las ciencias sociales. La Iglesia deseaba un diálogo con las ciencias a varios niveles,
pero se tenía en especial la aspiración de inculcar una comprensión de las ciencias que
ayudara a los sacerdotes en su tarea apostólica de hablar como hombres de una “Iglesia
en el mundo actual”. Pero ¿cuál puede ser la influencia de un diálogo con la ciencia
sobre la formación permanente del clero?

Quizás el mejor modo de empezar son tres citas de la Gaudium et spes (Constitución
pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual). Al inicio del documento, la gran esperanza
que caracterizaba el Concilio es evidente: “También sobre el tiempo aumenta su imperio
la inteligencia humana, ya en cuanto al pasado, por el conocimiento de la historia; ya en
cuanto al futuro, por la técnica prospectiva y la planificación. Los progresos de las
ciencias biológicas, psicológicas y sociales permiten al hombre no sólo conocerse
mejor, sino aun influir directamente sobre la vida de las sociedades por medio de
métodos técnicos” (n. 5). Los Padres conciliares, sin embargo, eran conscientes de que
la sabiduría humana, incluida la científica, podía ser mal interpretada si las criaturas
perdían de vista al Creador. Por lo tanto, la Gaudium et spes sigue diciendo: “Por ello,
la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma
auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad
contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un
mismo Dios” (n. 36). Además, los Padres conciliares sabían bien que los progresos en la
sabiduría humana, aun constituyendo ciertamente una ayuda para la humanidad a ciertos
niveles, podían también constituir un daño a otros niveles. Sin ponerle límites o sin
examinarlo cuidadosamente, el llamado “progreso” conduce a menudo a nuevas
dificultades. Dice Gaudium et spes: “Los más recientes estudios y los nuevos hallazgos
de las ciencias, de la historia y de la filosofía suscitan problemas nuevos que traen
consigo consecuencias prácticas e incluso reclaman nuevas investigaciones teológicas”
(n. 62). ¡Y esto hace cuarenta años!

La mayor parte de estos teólogos, obviamente, saldrían de las filas del clero. Optatam
totius (el decreto sobre la formación sacerdotal) y en menor medida Perfectae caritatis
(el decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa) reflejan el deseo de los
Padres conciliares de que los progresos científicos se den a conocer y sean utilizados en
la formación de los sacerdotes. Esta orientación fue más tarde reforzada por la carta
apostólica de Pablo VI Summi Dei Verbum, escrita con ocasión del cuarto centenario de
la institución de los seminarios por parte del Concilio de Trento. Optatam totius

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afirmaba que “la anhelada renovación de toda la Iglesia depende en gran parte del
ministerio de los sacerdotes” (proemio) y que esa formación requiere una educación
cristiana completada “convenientemente con los últimos hallazgos de la sana psicología
y de la pedagogía” (n. 11), que los seminaristas deberían recibir una “formación
humanística y científica” (n. 13), que los seminaristas deberían conocer el “progreso
más reciente de las ciencias” (n. 15) y que los obispos son responsables de satisfacer las
necesidades del apostolado enviando a los sacerdotes a recibir una formación superior
en las ciencias sagradas y “en otras que juzgaran oportunas” (n. 18). Sin duda, la Iglesia
a partir del Vaticano II realizó un gran esfuerzo para intensificar la comprensión de la
ciencia por parte del clero, como se refleja en las reflexiones contenidas en Pastores
dabo vobis (n. 52, 53) y en el Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros
de la Congregación del Clero (n. 74, 77).

Ese gran esfuerzo llevó a incrementar fuertemente el uso de la ciencia en la formación


sacerdotal: un aumento del número de cursos de ciencias físicas o “duras” (biología,
química, física, astronomía, etc.) como también de cursos de ciencias sociales o
“blandas” (psicología, sociología, economía, estudios culturales, etc.), junto con la
omnipresencia de las consultas psicológicas en la vida personal, interpersonal y
espiritual tanto de los seminaristas como de los sacerdotes. Existen pocas dudas sobre el
hecho de que una amplia y desarrollada comprensión de la ciencia física represente una
buena base para cualquier tipo de estudios superiores en el siglo XXI. La proliferación
de la tecnología en nuestra vida cotidiana nos obliga a profundizar los descubrimientos
y los principios en los cuales se basa. De la misma manera, una amplia y desarrollada
comprensión de las ciencias sociales representa unas bases indispensables para una
cuidadosa valoración de la sociedad y de la cultura contemporáneas. En consecuencia,
por ejemplo, además de las ya mencionadas academias pontificias, la Iglesia también ha
hecho grandes progresos afrontando la situación actual con la reciente institución del
Pontificio Consejo para la Cultura, creado por Pablo VI y actualizado por Juan Pablo II,
y con los ahondamientos de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI.
Sin duda, la Iglesia ha realizado hasta ahora esfuerzos inauditos para permanecer en
estrecho contacto con el mundo, especialmente con la comunidad científica. Por una
parte, las esperanzas del Concilio se han realizado hasta ahora en la medida en que se ha
establecido y continúa existiendo un verdadero diálogo entre la Iglesia y las ciencias.
Todos los programas existentes de formación sacerdotal, tanto para seminaristas como
para sacerdotes ordenados desde hace ya mucho tiempo, dedican una gran atención a los
ahondamientos científicos modernos. Por otro lado, tenemos motivos para preguntarnos
en qué medida esta influencia de la ciencia ha contribuido a la formación permanente de
los sacerdotes.

Existen dos áreas prioritarias donde el diálogo de la Iglesia con la ciencia influencia la
formación del clero. La primera es aquella en la que los seminaristas y los sacerdotes
reciben instrucción sobre los progresos científicos corrientes. La segunda es aquella en
la que la ciencia ejerce una influencia sobre su apostolado. En la primera área, una
formación adecuada en el campo científico es parte integrante de una educación
holística. Los seminaristas y los sacerdotes adquieren familiaridad con los
descubrimientos y los principios de la ciencia moderna – como hacen sus
contemporáneos con y sin la Iglesia – y en consecuencia familiarizan con la jerga de la
ciencia moderna. Tales conocimientos y familiaridad permiten a los sacerdotes predicar,
enseñar y gobernar de manera eficaz. De hecho, como observa el Directorio para el
Ministerio y la Vida de los Presbíteros en relación a la formación intelectual, “Un

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tratamiento especial debe ser reservado a los problemas presentados por el progreso
científico, particularmente influyentes sobre la mentalidad y la vida de los hombres
contemporáneos. Los presbíteros no deberán eximirse de mantenerse adecuadamente
actualizados y preparados para responder a las preguntas que la ciencia puede presentar
en su progreso” (n. 77). Por lo que se refiere a las ciencias físicas, sin embargo, existe
un cierto peligro de que una atención excesiva a las cosas naturales pueda llevar a una
atención menor a las cosas sobrenaturales. Mientras Gaudium et spes reitera la antigua
verdad que no hay oposición entre fe y ciencia y deplora cualquier violación de la
autonomía propia de la ciencia, nos recuerda que quién penetra en los secretos de la
naturaleza es conducido “aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo
todas las cosas, da a todas ellas el ser” (n. 36). Una falta de aprecio del carácter creado
de la naturaleza lleva solamente a una distorsión de los descubrimientos y los principios
científicos.

Por lo que se refiere a los progresos científicos corrientes, la atención es obligada. El


Concilio anhelaba, y la Iglesia continúa teniendo esa esperanza, que ese diálogo
resultara fructuoso. Sin embargo, no se puede olvidar el falso irenismo del que habló tan
elocuentemente Papa Pío XII en su encíclica Humani generis (cf. n. 11, 12, 43) antes
del Vaticano II. Pío XII fue muy cauto recordándonos que hay que evitar adoptar con
demasiada precipitación las ideas que vienen ya de las ciencias físicas ya de las sociales
sin examinar enteramente sus repercusiones y su consonancia con la fe. Resume gran
parte de su encíclica poniendo en guardia a los teólogos, que enseñan tanto al clero
como a los laicos: “A las nuevas cuestiones, que la cultura moderna y el progreso han
puesto de actualidad, contribuyan con sus meticulosas investigaciones, pero con la
conveniente prudencia y cautela” (n. 43). No se pueden descuidar las enseñanzas post-
conciliares de Juan Pablo II. En su encíclica Fides et ratio, alaba los progresos
conseguidos tanto en las ciencias físicas como en las sociales, pero al mismo tiempo
está preocupado por una tendencia, muy de moda, de absolutizar la ciencia: “Sin esta
referencia, cada uno queda a merced del arbitrio y su condición de persona acaba por ser
valorada con criterios pragmáticos basados esencialmente en el dato experimental, en el
convencimiento erróneo de que todo debe ser dominado por la técnica. Así ha sucedido
que, en lugar de expresar mejor la tendencia hacia la verdad, bajo el peso de tanto saber
la razón se ha doblegado sobre sí misma haciéndose, día tras día, incapaz de levantar la
mirada hacia lo alto para atreverse a alcanzar la verdad del ser” (n. 5; cf. anche n. 9, 19,
45, 61, 69, 87, 88, 96, 106). Uno de los temas centrales de Fides et ratio es que la
Iglesia tiene la obligación de mantener la mirada del hombre alzada hacia lo alto y hacia
la verdadera naturaleza del ser. En la primera área, la instrucción científica en la
formación permanente del clero, una educación adecuada se consigue solamente cuando
las ciencias físicas y sociales son iluminadas por la reina de las ciencias, la teología, y
por su justa sierva, una sana filosofía (para ahondar este tema, cf. la encíclica de León
XIII Aeterni Patris).

La segunda área en la cual la ciencia ejerce una influencia sobre el apostolado de los
sacerdotes es algo más complicada. Aquí el papel principal de la influencia científica lo
hacen más bien las ciencias sociales y no las ciencias físicas. Las ciencias físicas
cosechan descubrimientos y nuevos principios de la naturaleza a través de la estricta
aplicación del método científico. Es verdad que hay un uso limitado del método
científico en la psicología, en la sociología, en la antropología cultural y en las otras
ciencias “blandas”, pero en la práctica las ciencias sociales imitan el método científico
más que adherir a él religiosamente. Desafortunadamente, hay dogmas fundamentales

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que a menudo se esconden tras la superficie de la fachada “objetiva” de las ciencias
sociales. En la formación permanente de los sacerdotes, las ideas robadas a la ciencia
social contemporánea pueden ser utilizadas para percibir puntos fuertes y debilidades
personales, para formar y acompañar las relaciones interpersonales, como también en la
dirección espiritual. Aun así, tales ideas son limitadas y deben verse como incompletas,
ya que las ciencias sociales no tienen una visión integral de la persona creada por Dios,
salvada por Jesucristo y guiada a través de la vida por el Espíritu Santo. Hablando a la
Rota Romana, hace algunos años, Juan Pablo II resumía muy bien este concepto: “No se
puede no reconocer que los descubrimientos y las adquisiciones en el campo puramente
psíquico y psiquiátrico no son capaces de ofrecer una visión verdaderamente integral de
la persona, y resolver por sí solas las cuestiones fundamentales relativas al significado
de la vida y la vocación humana.” (Discurso en el Tribunal de la Rota Romana, 5 de
febrero de 1987). Lo que se puede decir de la psicología y de la psiquiatría se puede
decir de todas las ciencias sociales y de algunos aspectos de la ciencia física: no pueden
llegar al fondo de las verdades fundamentales por su propia cuenta.

Del mismo modo, nuestra cultura terapéutica contemporánea no puede convertirse en la


norma – y ni siquiera en una opción viable – para la formación permanente del clero, en
cuanto deja de lado o rechaza las cuestiones fundamentales del hombre, cuestiones que
se pueden afrontar y resolver solamente con una sana teología y una sana filosofía.
Nuestra cultura terapéutica no reconoce ni la naturaleza creada del hombre y su mundo,
ni su finalidad última en la visión beatífica. Al contrario, esta cultura está dominada por
múltiples formas de relativismo, pasando por el idealismo y el pragmatismo, que muy a
menudo encuentran expresión en descabelladas aplicaciones social-científicas. El
relativismo, en sus varias formas, anima una interpretación distorsionada de la criatura y
a menudo no deja ningún espacio para el Creador, por no hablar de la Trinidad personal
y llena de amor que se nos da a conocer en la Revelación. La formación permanente del
clero no puede sacar provecho de tales malentendidos, aunque los sacerdotes se vean
obligados a afrontarlos a causa de su vasto impacto sobre la sociedad. Por este motivo,
los sacerdotes deben ser formados con una atención a las ciencias sociales y a los
dogmas filosóficos que les pueden servir o no como fundamento, junto con los relativos
conocimientos técnicos, para poder afrontarlos en la propia vida, en sus consultas con
los feligreses y en la dirección espiritual. La cultura contemporánea, especialmente la
cultura europea y americana, se ha empantanado en el relativismo. Ello constituye una
amenaza tal para la Iglesia y para el mundo que el Cardenal Joseph Ratzinger,
inmediatamente antes del Cónclave que lo eligió Papa Benedicto XVI, habló de nuestra
era como de un tiempo sujeto a una “dictadura del relativismo” (Homilía en la Misa
para la Elección del Pontífice Romano, 18 de abril de 2005).

Ciertamente, la formación permanente del clero puede sacar beneficio de los


conocimientos relativos al orden creado recogidos de un diálogo con aquellos que están
comprometidos en las ciencias físicas y sociales. La esperanza del Concilio Vaticano II,
y en especial la de la Gaudium et spes, es todavía hoy la esperanza de la Iglesia.
Nosotros somos una “Iglesia en el mundo actual”. Como tal, debemos ser plenamente
conscientes de los descubrimientos científicos, de los principios científicos y del
lenguaje científico como medios para ayudarnos a comprender nuestro universo, a
nuestro Creador y a nosotros mismos. Una Iglesia llena de esperanza en el mundo
moderno, sin embargo, no es una Iglesia ciega a los peligros del mundo, al carácter
pernicioso del error y a la fascinación del mal. En los cuarenta años transcurridos desde
la Gaudium et spes y sus enseñanzas, la formación permanente del clero se ha aplicado

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en el diálogo con la comunidad científica. Se han conseguido éxitos increíbles; ha
habido daños. Pero el diálogo continuará, porque lo que nos recordaba San Pablo es la
posición justa: “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno, absteneos de todo género de
mal” (1 Ts 5, 21-22

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Formación permanente y espiritualidad sacerdotal
Prof. Jose Vidamor B. Yu, Manila

El sacerdocio es tanto un don como una tarea. El Concilio Vaticano II nos recuerda
siempre que los sacerdotes son elegidos por Dios, tomados entre los hombres y
nombrados para el Pueblo de Dios en las cosas atingentes a este último, que pueden
ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Los sacerdotes deben a todos la nutrición
espiritual de la cual la Iglesia tiene necesidad y deben compartir con todos la verdad del
Evangelio (Cf. PO 3-4). Los sacerdotes están llamados a la santidad de vida. Deben
recibir constantemente la gracia de Dios en su debilidad humana.

Formación permanente como obra del Espíritu Santo

El sacerdote que recibe el sacramento de los Ordenes Santos participa de la unción santa
de Cristo en comunión con el Pueblo de Dios. El Directorio para el Ministerio y la Vida
de los Presbíteros nos recuerda la importancia de la formación permanente como obra
del Espíritu Santo, que confiere continuamente la gracia de Dios a la vida y a la
actividad misionera del sacerdote. A través de la formación permanente “el sacerdote no
sólo está ‘consagrado’ por el Padre y ‘enviado’ por el Hijo, sino también ‘animado’ por
el Espíritu Santo (Directorio para el Ministerio y para la Vida de los Presbíteros, n. 69).

El Directorio pone en evidencia que a través de la formación permanente, el sacerdote


continua manifestando la propia fidelidad y respondiendo más adecuadamente a su
vocación. La gracia del Espíritu Santo lo ayuda a realizar su ministerio en una sociedad
secularizada y sometida a rápidas mutaciones. El sacerdote debe buscar la ayuda del
Espíritu Santo para perfeccionarse continuamente y conformarse en tal modo más
íntimamente a Cristo. De hecho en Cristo él encuentra la vitalidad de su ministerio
sacerdotal.

Ministerio Pastoral con formación sacerdotal permanente

La vida pastoral del sacerdote llega a ser más significativa y profunda gracias a la
formación espiritual permanente. La formación que había comenzado en el seminario
debería seguir después de la Ordenación, porque es el momento en el que tiene más
necesidad, en su vida y en su ministerio, del poder de discernimiento del Espíritu Santo.

Para que el ministerio pastoral del sacerdote sea más fecundo y más eficaz, el Obispo
debe apoyar programas de formación permanente. Los Obispos y los sacerdotes son
alentados a predicar el Evangelio a la sociedad, de manera tal que el mensaje de Cristo
pueda resplandecer sobre todas las actividades de los fieles (Cf. N. 43). Es en la
cooperación entre sacerdotes y Obispos que la formación permanente se manifiesta
fecundamente en su ministerio pastoral.

La formación sacerdotal permanente es necesaria porque de tal manera el presbítero


continúa haciendo presente el amor y la gracia de Dios en el mundo. Juan Pablo II nos
ha recordado que el Sacerdote es “prolongación visible y signo sacramental de Cristo en
su mismo estar frente a la Iglesia y al mundo, como origen permanente y siempre nuevo
de la salvación” (PVD n. 16 16). El sacerdote puede realizar esta identidad solamente si
vive bajo la guía del Espíritu Santo.

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Formación permanente como expresión de espiritualidad sacerdotal

La formación permanente requiere espíritu de sacrificio para dar espacio al crecimiento


y a la eficacia del ministerio. El sacerdote debe morir a sí mismo para poder servir y
desarrollar la generosidad. No se comporta con las personas para complacerlas, sino
según las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas (PO, n.6). La formación
permanente desarrolla constantemente la vida de santidad entre los sacerdotes, de
manera tal que puedan tener un corazón y una mente auténticamente misioneros y estén
abiertos a las necesidades de la Iglesia (Cf. Directorio para el Ministerio y para la Vida
de los Presbíteros, n.14).

Dedicarse a la formación después de la Ordenación sacerdotal significa buscar con


humildad la santificación. Es un modo de superar las propias debilidades en los desafíos
de los “signos de los tiempos”. La formación permanente de los sacerdotes es
considerada una “necesidad” porque deriva de la gracia de Dios, que dona
constantemente al sacerdote la fuerza de conformarse in persona Christi. La negligencia
en la formación permanente puede crear un dualismo entre el ministerio y la
espiritualidad, que puede ser la causa de algunas crisis en el sacerdote.

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Formación permanente como proceso de conversión y de
crecimiento
P. Rodney Moss, Johannesburg

La formación permanente del clero, el sacerdocio ministerial, debe ser ubicado antes
que nada en el ámbito de la formación general de todo el Pueblo de Dios, el sacerdocio
común a todos los bautizados, para que en virtud del sacerdocio ministerial los fieles
lleguen a ser conscientes del propio sacerdocio común y lo realicen. Como lo leemos en
la Carta a los Efesios:

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a


otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo! 1

La Instrucción de la Congregación para el Clero, “El sacerdote, Pastor y Guía de la


Comunidad parroquial” considera prioritaria la llamada universal a la santidad: la
proclamación de la universalidad de la llamada a la santidad requiere que la vida
cristiana sea entendida como secuela de Cristo o como conformación a Cristo” 2 Esto
significa que toda la formación es una llamada a la conversión, a la renovación e
implica “oración, vida sacramental, meditación, adoración silenciosa, diálogo íntimo
con el Señor...” 3.

Una parte del Directorio para el Ministerio y para la Vida de los Presbíteros (1994)
está dedicada a la formación permanente del clero. Esta formación es una llamada a una
conversión continua, porque debe tratar de “comprender y armonizar todas las
dimensiones de la formación de sacerdotes... tal formación debe ser completa:
espiritual, pastoral, humana, intelectual, sistemática y personalizada”. 4

A propósito de la formación espiritual cada sacerdote es exhortado a elaborar,


consultando con el propio director espiritual, un concreto plan de vida. 5 La formación
pastoral implica un reflexión sobre el plan pastoral de la Diócesis y una exploración y
una asimilación del Catecismo de la Iglesia católica porque esta formación no es otra
cosa que la conversión y la formación del santo Pueblo de Dios. Además, la formación
pastoral según Juan Pablo II debe ser organizada “no como algo episódico, sino como
una propuesta sistemática de contenidos que se sondean por etapas y conforma
modalidades precisas” 6

También la formación intelectual es un proceso de conversión y de formación auténtica


que lleva a la oración, a la comunión y a la acción pastoral.

1
Ef 4, 11-12
2
El Sacerdote, Pastor y Guía de la comunidad parroquial, par. 28
3
Idem par.27
4
Directorio para el Ministerio y para la Vida de los Presbíteros, par. 74
5
Idem par. 76
6
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica post sinodal, Pastores dabo vobis, n. 79: l.c. 797

12
La formación humana está dirigida a la práctica de las virtudes humanas ejemplificadas
en las buenas relaciones humanas, amistad, amor por la justicia, paciencia, gentileza,
etc. 7

Además, la formación permanente como conversión, debe personalizar la formación de


cada sacerdote de manera tal que “haya conciencia, en particular por parte de los
responsables, del hecho que es necesario llegar a todos los sacerdotes personalmente,
seguirlos uno a uno y no sólo poner a disposición de ellos las diversas oportunidades”. 8

En fin, la formación permanente del clero como proceso de conversión y de crecimiento


deber estar “iluminada por la fe, sostenida por la esperanza y radicada en la caridad”. 9

7
Directorio para el Ministero y para la Vida de los Presbíteros, par.74
8
Idem 80
9
Idem, par. 97

13
La formación permanente y la dimensión humana
Prof. Alfonso Carrasco Rouco
Facultad de Teología "San Dámaso" Madrid

"La formación permanente es expresión y exigencia de la fidelidad del sacerdote a su


ministerio, es más a su propio ser. Es, pues, amor a Jesucristo y coherencia consigo
mismo. Pero es también un acto de amor al Pueblo de Dios, a cuyo servicio está el
sacerdote". En efecto, la formación permanente es una llamada a vivir conscientemente
la propia identidad personal, renovada por la vocación recibida del Señor. Es, por tanto,
una reafirmación de la esperanza, de la riqueza de vida, de amor y de sentido, que
fundamenta la propia vida y ha determinado la propia ordenación. Pero, al mismo
tiempo es una invitación a la vigilancia, a responder con la propia libertad al don de
Dios, a no dar por descontado el cumplimiento de la propia existencia y de la propia
misión.

En este sentido, la formación permanente, vivida como expresión e instrumento para un


mejor seguimiento de Cristo, está llamada a contribuir al crecimiento personal de cada
uno hacia su madurez. Este camino hacia la plenitud de la propia humanidad es
imprescindible para la vida del sacerdote y para su ministerio; pues, de alguna manera,
es la expresión primera de la propia fe en Jesucristo, que "ofrece la más absoluta,
genuina y perfecta expresión de humanidad", libera del mal y acompaña la vida de
quien lo sigue hacia su destino pleno. Si el sacerdote no pudiera reconocer en su
existencia los frutos del don de Dios, se debilitaría la entrega personal y el
cumplimiento de la propia misión. Del mismo modo, se desplegaría difícilmente en su
ministerio la novedad humana que aporta el Evangelio; se empobrecería el testimonio
vivido de la misericordia y de la salvación que anuncia, la capacidad de comprender y
acoger los ruegos y las urgencias de los fieles, de iluminar y acompañar sus esperanzas
y sus dificultades, sus dolores y sus alegrías.

Este crecimiento personal del sacerdote acontece, por supuesto, en la entrega cotidiana a
la propia misión; no puede separarse del vivir la propia vocación, de la memoria del
amor de Dios, de la relación personal y sacramental con Él, del anuncio del Evangelio,
de su cercanía a la vida de sus fieles en todas las circunstancias, especialmente en las
dolorosas. Pues sólo la realización en acto manifiesta la verdad profunda de la propia fe
y de la propia vocación: que lo humano es verdaderamente comprendido, redimido y
conducido a plenitud por obra y en el encuentro con el Señor Jesús.
Esta experiencia es esencial para el sacerdote, para su vida y su misión. Por ello, tiene
gran importancia la reflexión, el esfuerzo de comprensión y de juicio inteligente sobre la
propia experiencia pastoral, a lo que está llamada a servir también la formación
permanente. Pues este crecimiento personal no es simplemente espontáneo, se paraliza
si se separa de la propia experiencia de vida, pero se ralentiza también si esta
experiencia no es acompañada por la inteligencia que la comprende a la luz de la fe y
con la ayuda de los hermanos. La ausencia de esta dimensión verdaderamente fraterna,
en la que es posible compartir y ayudarse a comprender el significado de la propia
vivencia personal y pastoral, oscurecería el sentido de la formación permanente –
destinada a cuidar, a reavivar el carisma recibido por cada uno– y disminuiría su
fecundidad.

14
Por el contrario, si la formación permanente presta realmente atención a la vida del
sacerdote, redundará muy positivamente en la relación de los presbíteros con sus fieles.
Pues podrá experimentarse mejor la unidad y la cercanía del sacerdote con todos
aquellos, laicos o religiosos, con los que compartirá más conscientemente el camino de
la fe y de la entrega al Señor, la esperanza en su significado salvador para la propia vida
en toda circunstancia. Y este ámbito de unidad vivida, de acompañamiento real, de
verdadera comunión en el seguimiento de Cristo, facilitará a su vez el crecimiento
personal, haciendo posible con la contribución y con los dones de todos lo que a la
persona aislada, también al sacerdote, resultaría imposible.

Pues el Señor quiso que los dones dados a cada uno den fruto a favor de todos, de modo
que así, en la unidad del Cuerpo, todos sus miembros, y por supuesto los presbíteros,
lleguen "al estado de hombre perfecto, a la plena madurez en Cristo".

15
Formación permanente como ayuda en la renovación del
método de comunicación
Prof. Igor Kowalewsky, Moscu
1° Julio 2005

Un sacerdote, en su dimensión de Pontifex, como expresa la noble palabra latina, es


constructor de puentes. Un puente, una unión entre las personas en el mundo de hoy,
lacerado por las tribulaciones humanas, pérdida del sentido, contradicciones del ser,
falta de esperanza, divisiones a niveles étnicos, económicos, psicológicos... ¡Qué
necesaria, indispensable y deseada aparece esta dimensión del servicio de los obispos,
presbíteros y diáconos en la Iglesia, dentro de ella, como también fuera de ella, es decir
en la función del mundo!

El mundo está perdiendo continuamente el arte, la sublime capacidad de comunicar:


compartir pensamientos, valores, esperanzas; hablar sin rencores, exigencias; abrirse el
uno con el otro. Desde el punto de vista teológico no hay otra comunicación que Jesús
Cristo. Es Él la Palabra viviente, eternamente dicha, incesantemente pronunciada por el
Padre, constantemente dirigida hacia nosotros, la Palabra de amor, la Revelación de la
sustancia de Dios, o bien como dice la teología contemporánea, la auto comunicación de
Dios (Selbstmitteilung – Karl Rahner). Jesús Cristo entonces es el Maestro de la
verdadera comunicación, Único, que dice la verdad con amor, sin manipulaciones,
como a menudo sucede en el mundo, Aquel, que no solo da información, sino que crea
con su palabra, da vida. No se puede aprender esto una vez y para siempre. Un
sacerdote debe comprometerse en desarrollar su principal actividad pastoral y
evangelizadora: comunicar, entrar en relación, no tener miedo. Y esto es posible con la
ayuda de la formación permanente. Es verdad, que el mundo cambia rápidamente, los
procesos de la secularización globalizada son acelerados, se podría decir, van como un
tren, especialmente en Europa. Pero la formación permanente no es una cuestión
técnica. No es suficiente conocer la tecnología, tener el know-how, es necesario saberlo
por experiencia propia, profundizada.

En este punto nos sirve de gran ayuda el personalismo cristiano. No es posible abrirse
hacia el otro, entrar en relación “Yo y Tu”, si un cristiano no conoce el eterno Tu,
descrito por Martin Buber. Un otro, una persona de nuestro entorno podría ser
desconocida e incluso amenazadora, si hablando, comunicando, pensáramos siempre de
ella en tercera persona y no en segunda, como nos enseña Gabriel Marcel. Sólo en la
vida de la oración podremos aprender a relacionarnos, comunicar, poner en común
nuestra vida: primero con el Señor y luego con todos los otros. Esto presupone una
estabilidad, una fidelidad a la formación permanente. No podemos exonerarnos,
sustituyendo una sólida actitud con una serie de las actividades formales: seminarios,
ejercicios, encuentros. La experiencia prueba, que un sacerdote de hoy necesita ser
sostenido, ayudado por una comunidad cristiana. Cada uno de nosotros necesita un
ambiente, donde podría sentirse recibido, escuchado, no juzgado. La raíz es relación con
Dios, seria, madura, que permitiría crecer, llegar a ser adultos en la fe, en la medida de
Cristo por la Iglesia y en la Iglesia. Ella sola es sujeto de la formación, es su diligente
urgencia el hacer a sus hijos, incluso los obispos y los presbíteros, hacerlos
reconciliados, establecidos sobre la roca, bien motivados, abiertos, apostólicos. ¡Una
formación permanente de este tipo les deseo a ustedes, como a mi mismo!
Gracias.

16
Alcanzar el ápice de la cultura contemporánea
Prof. Louis Aldrich, Taipei
1º luglio 2005

El tema que encararé es “Alcanzar el ápice de la cultura contemporánea: qué significa


esto para la formación permanente de los sacerdotes”. La misión principal del sacerdote
consiste en guiar a los hombres hacia la salvación y a la santificación en Cristo. Un
sacerdote debería por lo tanto alcanzar el ápice de la cultura contemporánea de manera
tal que lo ayude en el desenvolvimiento de la propia misión. Es difícil examinar en
pocos minutos de qué modo la formación permanente debería integrar la vastedad de la
cultura humana en esta misión. Por esto me limitaré solamente a dos aspectos: qué es en
general el “ápice o cúlmine” de cualquier cultura y de qué modo el sacerdote, desde la
altura de la cultura contemporánea, discierne el valor de los diversos movimientos
culturales, conflictuales por sí mismos y para las personas a él confiadas.

En primer lugar, ¿qué es el verdadero ápice humano de la cultura? Si recurrimos al


humanismo confuciano para responder a esta pregunta, descubrimos que, si bien el
aprendizaje del arte, de la literatura, de la música, etc. tiene su importancia, el hombre
culto es por excelencia un hombre virtuoso. El ápice de la cultura es alcanzado por
aquel que realiza la virtud de la benevolencia y de la piedad filial.

En nuestra cultura contemporánea, por lo tanto, el sacerdote puede alcanzar el ápice


cultural desarrollando la virtud, en particular las virtudes sobrenaturales de la fe, de la
esperanza y de la caridad. La formación permanente o desarrollo continuo de un hombre
que comprende el arte, la música, la literatura, la política, es inútil si el sacerdote no
desarrolla las virtudes propias del sacerdocio. Dado que este desarrollo de la virtud es
primario, cada sacerdote, según la propia misión específica, sus capacidades culturales y
los propios intereses, debería conocer los principales desarrollos de la cultura
contemporánea para poder comunicarse con el hombre contemporáneo.

No es suficiente saber qué es la cultura contemporánea. Del ápice de esta última el


sacerdote debe estar en condiciones de discernir el valor de sus movimientos con
frecuencia conflictivos. El caso más obvio de tal discernimiento es el complejo conjunto
de filosofías, literaturas, arte, música, teorías políticas, etc. que constituyen lo que Juan
Pablo II y Benito XVI definen como cultura de la muerte. Cada sacerdote debe
continuamente profundizar la propia comprensión de las fuentes de la filosofía y del
arte, contemporáneos, que sostienen la cultura de la muerte y ayudar, a cuantos le son
confiados, a discernir qué aspectos de la cultura contemporánea contribuyen a destruir
la vida humana, la familia y la inocencia de los jóvenes. Al mismo tiempo, el sacerdote
debe comprender y ayudar a su pueblo a entender qué movimientos culturales
contemporáneos en el arte, en la literatura, en la música, en la moda, en la filosofía, etc.
contribuyen a una cultura de la vida. Para que el presbítero ayude a sí mismo y a su
pueblo a discernir entre cultura de la muerte y cultura de la vida, su formación
permanente no requiere solamente un crecimiento constante de la virtud, sino una
continua y profunda reflexión de los documentos del Magistetrio contemporáneo, en
particular “Fe y razón”, “Veritatis splendor” y “Evangelium vitae”.

17
La corresponsabilidad y la contribución del obispo en la
formación continua
S.E. Gerhard L. Müller (Regensburg)
Ratisbona, 01/07/2005

El Concilio Vaticano II, en su decreto sobre la formación de los presbíteros Optatam


totius, subrayó claramente la importancia fundamental de la formación continua en la
vida sacerdotal: “[Es necesaria] la formación sacerdotal, sobre todo en las condiciones
de la sociedad moderna, debe proseguir y completarse aun después de terminados los
estudios en el seminario.” (n° 22) El decreto invita a las conferencias episcopales a
buscar los medios que permitan una renovación y una actualización continua de los
conocimientos espirituales, intelectuales y pastorales de los sacerdotes.

Durante la ordenación, el obispo recuerda a los presbíteros que deberán ser “maduros en
la ciencia y que la doctrina de los mismos deberá resultar como medicina espiritual para
el pueblo de Dios” (Presbyterorum ordinis, n° 19). La madurez en la ciencia, para el
sacerdote, es un desafío constante que no se supera en un estadio determino, sino que
presupone una disponibilidad incesante para afrontar los nuevos análisis y conclusiones
del propio tiempo. Este esfuerzo continuo se extiende a todas las disciplinas de la
teología: la profundización de las Sagradas Escrituras y el estudio intenso de los padres
de la Iglesia y de los documentos del magisterio sobre la interpretación de la fe
(concilios, encíclicas y textos doctrinales) deberán acompañar todo el camino
sacerdotal.

Una formación adecuada comprende, sin embargo, también algunos segmentos de la


ciencia que no pertenecen directamente a la teología, desde el momento que las ciencias
naturales, la literatura y la sociología funcionan como puente con el mundo moderno.
Por esta razón, “está bien que los presbíteros se preocupen de perfeccionar siempre
adecuadamente la propia ciencia teológica y la propia cultura, para estar en condición de
sostener con buenos resultados el diálogo con los hombres del propio tiempo” (PO 19).

Es tarea de los obispos, como buenos pastores y padres, sostener a los presbíteros en
esta misión de formación continua de los mismos, en un espíritu de caridad y premura
(cf. Christus Dominus, n. 16). El Concilio estimula a los obispos a favorecer
instituciones y organizar congresos en “las que los sacerdotes participen algunas veces,
bien para practicar algunos ejercicios espirituales más prolongados para la renovación
de la vida, o bien para adquirir un conocimiento más profundo de las disciplinas
eclesiásticas, sobre todo de la Sagrada Escritura y de la Teología, de las cuestiones
sociales de mayor importancia, de los nuevos métodos de acción pastoral.” (CD 16)

Los mismos sacerdotes deben ser solicitados a alimentar la propia formación teológica y
a aprovechar de las bibliotecas, de los documentos oficiales e y de Internet. La
Congregación para el Clero, en el segundo capítulo del texto “El presbítero, maestro de
la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad ante el tercer milenio
cristiano”, del 1999, reiteró el significado de la formación y de la formación continua
para el ministerio sacerdotal. Está en las manos del obispo saber motivar a sus
presbíteros con palabras de admonición y de estimulación.

18
I cammni formativi e l’uso dei mass media
Prof. Silvio Cajiao, Bogotà

Hace ya cuarenta años que Juan XXIII citó a los pastores para que "aggiornaran" la
presencia evangelizadora de la Iglesia en el mundo contemporáneo y sin duda los
instrumentos de comunicación no podían estar fuera de esta magna asamblea que
produjo el decreto Inter mirifica (04-12-63) (Cfr. Nos. 15 y 16). De entonces acá, y por
recomendación del mismo decreto (Cfr. No. 19), se creo el Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales que ha generado una serie de documentos que continuando las
orientaciones del Concilio y de los Pontífices ha insistido reiterativamente en la urgente
necesidad de capacitar a los agentes de pastoral en el uso adecuado de estos medios y en
la orientación a otros sobre la utilización de los mismos por su evidente repercusión en
la cultura, opinión, formación moral y anuncio del Evangelio en el mundo de hoy.

Este Pontificio Consejo para las Comunicaciones produjo el documento: Aetatis novae
(22-02-92) en el cual respecto al tema que nos atañe dice: "La educación y la formación
para las comunicaciones sociales deben formar parte integrante de la formación de los
agentes de pastoral y de los sacerdotes" (No. 18).

Y en su documento Iglesia e Internet (22-02-02) en sus Conclusiones: "(...) En muchos


se hace necesaria una formación específica para ello; de hecho, "sería un gran bien para
la Iglesia que un mayor número de personas que tienen cargos y cumplen funciones en
su nombre se formaran en el uso de los medios de comunicación social ".

(...) Esto se aplica tanto a Internet como a los medios de comunicación tradicionales.
Los dirigentes de la Iglesia están obligados a usar "las potencialidades de esta ‘edad
informática', con el fin de servir a la vocación humana y trascendente de cada ser
humano, y así glorificar al Padre, de quien viene todo bien”. Pueden emplear esta
notable tecnología en muchos y diferentes aspectos de la misión de la Iglesia, al mismo
tiempo que aprovechan también las oportunidades que ofrecen para la cooperación
ecuménica e interreligiosa.

(...) Sacerdotes, diáconos, religiosos y agentes pastorales laicos deberían procurar


formarse en los medios de comunicación para saber hacer buen uso de las posibilidades
de las comunicaciones sociales sobre las personas y la sociedad, de modo que les ayude
a adquirir un estilo de comunicación que hable a las sensibilidades y a los intereses de la
gente que vive inmersa en una cultura mediática. Hoy esto les exige claramente el
aprendizaje de Internet, incluyendo cómo usarlo en su trabajo. También pueden
beneficiarse de los sitios web que posibilitan una actualización teológica y pastoral.

Y siguiendo esta última recomendación me permito citar la intervención del Sr.


Cardenal Castrillón en el Pontificio Consejo para los Medios de Comunicación Social
en donde indicaba las paradojas del mundo contemporáneo al igual que los logros que
se vienen realizando en Latinoamérica al crear redes como la RIIAL – Red Informática
de la Iglesia en América Latina- donde la fuerza comunional del Espíritu se ha hecho
presente de manera particular en realidades especialmente difíciles. (...) "Precisamente
porque la informática ha configurado una nueva cultura, que el sacerdote debe
evangelizar, debe ser estudiada, asumida y promovida desde la misma formación
sacerdotal. Los jóvenes seminaristas han nacido ya en un clima donde la computación es

19
un elemento esencial de su cultura, y un instrumento normal en el desarrollo de sus
actividades." (http://www.riial.org/documents/card_castrillon_hoyos.pdf).

En esa perspectiva de nueva cultura es que habrá que incidir para proclamar la única
Buena Nueva de salvación, todo un reto para el sacerdote de hoy.

20
La amistad sacerdotal - La formación permanente
Sr. Cardenal Georges Cottier, OP
1.7.2005

La formación permanente requiere medios adecuados, que no son la simple


prolongación de los del seminario. Esto es obvio. Las exigencias son más complejas. El
elemento de auto educación prevalece. Por auto educación entiendo el esfuerzo de
interpretar, a la luz de la fe, la experiencia pastoral propia del sacerdote. Auto educación
no significa encerrarse en sí mismo e individualismo.

Al contrario, la interpretación de la propia experiencia necesita la guía del director


espiritual que ayuda a discernir lo que es justo, bueno y conforme a la voluntad divina.
La formación permanente es, de hecho, un medio que permite que la persona del
sacerdote madure en santidad. Entre los elementos de esta formación está también la
amistad y, en particular, la amistad sacerdotal.

Se sabe que algunos autores ascético-espirituales han expresado una cierta desconfianza
ante la amistad. Se ponía en guardia contra las llamadas “amistades particulares”. Y
para esta prudencia había varios motivos, todavía válidos hoy en día. Se equivocaban en
partir del temor de posibles abusos, ignorando la belleza de la verdadera amistad. La
oración y la humildad son protecciones eficaces contra el peligro de desviaciones.

Santo Tomás, de hecho, para tratar la divina caridad, virtud teologal, utiliza el capítulo
que Aristóteles en la Ética Nicomaquea dedica a la amistad. Por analogía, Santo Tomás
se refiere a la amistad para definir la relación, fundada en la gracia, entre la persona
humana y las Personas divinas. En consecuencia, la amistad humana se ve reconocida
en toda su grandeza. La amistad es una gran riqueza humana. Digamos enseguida que
las formas de la amistad son muy diversas según el motivo que tengan: hay amistades
que se basan en el interés, en un proyecto común que dura un tiempo. Está la amistad
que tiene por fundamento la búsqueda común de los bienes superiores, bienes culturales
y, aún más altos, bienes espirituales. Tal es la amistad sacerdotal, una ayuda recíproca al
servicio del pueblo de Dios y la búsqueda, a través de este ministerio, de la santidad. La
vida del sacerdote hoy, en especial en el ambiente urbano, está sometida, como la de
nuestros contemporáneos, a un estrés continuo, contra el cual debe defenderse. El hecho
de ir sobrecargados y sometidos a los ritmos de la vida moderna, ciertamente no ayuda
al equilibrio. Éste es otro elemento que hay que tener en cuenta. Otro problema es el del
equilibrio afectivo, del sentimiento de soledad y la tentación de desanimarse. Para este
punto, una verdadera amistad puede ser de gran ayuda para permanecer fiel al
compromiso de castidad perfecta que tiene como finalidad la donación total de sí
mismos a Cristo y a su Iglesia, en el servicio del prójimo.

La amistad es una invitación a sostenerse recíprocamente en una tensión a la santidad de


la vida. La oración en común, el intercambio espiritual y doctrinal, la participación a las
preocupaciones pastorales encuentra en la amistad un estímulo y un apoyo natural. Esto
vale también para la formación humana: a lo mejor con la práctica del deporte, los
viajes o las vacaciones con fines culturales que abren al mundo y, también, a las
necesidades de la humanidad especialmente pobre.

21
La amistad puede reunir también un pequeño grupo de hermanos en el sacerdocio, con
reuniones regularmente que permiten confrontar los problemas pastorales o de
información, y abren a la colaboración. Cuando la amistad es suficientemente profunda,
puede ser de ayuda también la correctio fraterna que protege en especial contra ciertos
defectos que se desarrollan en la soledad. Si la amistad de la que hablamos es una forma
de la caridad, la apertura a los demás será un signo de su autenticidad. Si, en cambio, se
cierra en sí misma, ya no es lo que debe ser, se convierte en egoísmo en dos. La acogida
del hermano en situación difícil, la participación a la vida del presbyterium, las
relaciones leales y sencillas con el Obispo son signos de su autenticidad. Por su parte, el
Obispo debe favorecer esta forma de amistad como expresión de la fraternidad
sacerdotal

22
La formación permanente y la cuestión del disenso
Prof. Mons. Antonio Miralles
Pontificia Universidad de la Santa Croce
1° de julio de 2005

La Congregación para la Doctrina de la Fe, en la instrucción Donum veritatis (= DoV)


sobre la vocación eclesial del teólogo, trataba directamente el problema del “disenso”,
entendido como actitud de oposición al magisterio de la Iglesia (cf. DoV 32/1). Es una
actitud que puede surgir no sólo en los teólogos, sino también de manera más en general
en los sacerdotes. La instrucción analizaba diversas razones aducidas para justificar
tales posiciones. Las respuestas a las mismas muestran el aporte que puede dar la
formación permanente a una tarea de prevención o de corrección -donde fuere
necesario- de un disenso similar.

Una razón con frecuencia adoptada por quien disiente respecto del magisterio es la de
deber seguir la propia conciencia; pero si analizamos bien, ella no sirve para legitimar el
disenso, porque “la conciencia recta es una conciencia debidamente iluminada por la fe
y por la ley moral objetiva, y supone también la rectitud de la voluntad en el
seguimiento del verdadero bien. La conciencia recta del teólogo católico supone por lo
tanto la fe en la Palabra de Dios en la que debe profundizar sus riquezas, pero también
el amor a la Iglesia de la que él recibe la misión y el respeto del Magisterio debidamente
asistido” (DoV 38).

Por lo tanto cada uno de nosotros debe formar la propia conciencia, y no de una vez
para siempre, sino permanentemente. La exhortación de san Pablo a Timoteo es siempre
actual: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto,
te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.” (1 Tm 4, 16).

La otra razón aducida para justificar el disenso hace referencia a la coincidencia con un
número relevante de otros cristianos que tienen una opinión contraria al magisterio, la
cual sería “una expresión dirigida y adecuada por el “sentido sobrenatural de la fe””
(DoV35). Pero rebate la citada instrucción: “Esta fe personal [il sensus fidei] es también
fe de la Iglesia, porque Dios ha confiado a la Iglesia la custodia de la Palabra y, en
consecuencia, lo que el fiel cree es lo que cree la Iglesia. El “sensus fidei” implica por
lo tanto, por su naturalezza, el acuerdo profundo del espíritu y del corazón con la
Iglesia, el “sentire cum Ecclesia”” (ibidem). Por ello justamente el Concilio afirma con
respecto al ministerio de la palabra de los presbíteros: “Su deber no es enseñar la propia
sabiduría, sino enseñar la palabra de Dios” (PO 4/1). Este deber lo empeña en la
formación permanente: “la continuación del estudio teológico también resulta necesaria
para que el sacerdote pueda cumplir con fidelidad el ministerio de la Palabra,
anunciándola sin confusiones y ambigüedades, distinguiéndola de las simples opiniones
humanas, aunque fuesen renombradas y difundidas” (PDV 72/7).

23
INTERVENCIÓN CONCLUSIVA
Eminentísimo Cardenal
DARÍO CASTRILLÓN HOYOS
Prefecto de la Congregación para el Clero

“Tengan sal en ustedes y vivan en paz unos con otros” (Mc 9,49).

Aquello que el Señor dice a sus discípulos puede ser aplicado, de manera específica, a
todos los sacerdotes de todos los tiempos, llamados a conservar en sí mismos la sal de
la sabiduría divina que purifica, preserva de la corrupción y mantiene unida en la fe la
comunidad de los creyentes. Es la sal de la Palabra del Dios viviente, que cada
sacerdote hace presente en su pureza incontaminada y en su perenne actualidad. En la
formación permanente, nosotros sacerdotes aprendemos siempre a llevar en nosotros no
cualquier palabra, subjetiva, o derivada de las ideologías de moda, o de cualquier
filosofía o únicamente de nuestra propia inteligencia, sino de la Palabra que nos
transmite la Sagrada Escritura, de la perenne Tradición de la Iglesia y de su Magisterio.
Nosotros no testimoniamos a nosotros mismos sino que nos ponemos enteramente al
servicio de Aquel que es la Verdad y redescubrimos el misterio de la Iglesia que es la
depositaria de esta Verdad.

De este modo, las Relaciones de los teólogos nos han recordado que nuestro ministerio
es aquel amoris officium del cual nos habla San Agustín (In Iohannis Evangelium
Tractatus 123,5), que busca un conocimiento siempre más claro, profundo y completo
de Aquel que ama, sirve y testimonia, aún en los límites de nuestra pobreza humana.
Entonces, en síntesis esto significa que en los tiempos dedicados a la actualización
doctrinal, al repasar los fundamentos de la teología dogmática y moral, la dimensión
intelectual y aquella espiritual son inseparables la una de la otra.

Exhortaba San Carlos Borromeo: “Si administras los sacramentos, o hermano, medita
aquello que haces. Si celebras la Misa, medita aquello que ofreces. Si recitas los
Salmos, medita a quién y de qué hablas. Si guías las almas, medita con cual sangre han
sido lavadas; y todo se haga entre ustedes en la caridad (1 Cor 16,14). Así podremos
superar las dificultades que encontramos… y tendremos la fuerza para generar Cristo en
nosotros y en los otros” (Acta Ecclesiae Mediolanensis, Milán 1559, 1178).

Hoy hemos entendido mejor como, en nuestra formación permanente, son


indispensables los momentos de oración, de contemplación, de adoración, porque la
religión cristiano no es más solo la religión del Logos, una religión que se cierra en una
fría racionalidad, en cambio es religión de Cristo, del verdadero Dios y del verdadero
Hombre, religión revelada que interpela nuestra fe. Esta es fe en el Logos encarnado
que nos conduce al dialogo con el Dios cercano, dialogo que abraza en la misma
medida el estudio, la conversación y la escucha. Por esto se nos comunica a través de
Malaquías: “los labios del sacerdote guardan el conocimiento y en su boca se debe
encontrar la ley, pues es el mensajero de Yavé de los ejércitos” (Mal 2,7)

Con este enfoque, en las intervenciones surgió que, en su formación permanente, el


sacerdote está llamado a ser el primer creyente y a colocarse delante del Pueblo de Dios
par ser guía en la fe, pero también a caminar con humildad junto a su Pueblo, para ser
hermano que sostiene y acompaña a lo largo del camino a los propios hermanos. Cristo
mismo se hace ejemplo para todos los formadores en la Iglesia cuando, en su caminar

24
hacia Emaús, ofrece en la palabra y en el pan (cfr. Lc 24,13-35) una formación
salvadora a los dos discípulos que de cansados y tristes, se hacen nuevamente
portadores de alegría y de esperanza, anunciando con los Apóstoles al mundo: “es
verdad: el Señor ha resucitado” (Lc 24, 33).

En este contexto, me es fácil presentar el tema de la próxima video-conferencia fijada


para el jueves 29 de septiembre próximo: “Las fuentes de la predicación en la vida de
la Iglesia”. El Santo Padre, dirigiéndose a los sacerdotes de Roma, recordaba a
propósito de esto: “todo lo que constituye nuestro ministerio no puede ser producto de
nuestra capacidad personal. Esto vale para la administración de los sacramentos, pero
vale también para el servicio de la Palabra: no hemos sido enviados a anunciarnos a
nosotros mismos o nuestras opiniones personales, sino el misterio de Cristo y, en él, la
medida del verdadero humanismo. Nuestra misión no consiste en decir muchas
palabras, sino en hacernos eco y ser portavoces de una sola "Palabra", que es el Verbo
de Dios hecho carne por nuestra salvación” (Benedicto XVI, Discurso al Clero de
Roma, 13.5.2005).

Invitándolos, entonces, a la próxima cita, agradezco a los eminentes prelados, los


teólogos y los profesores que han intervenido hoy.

25

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