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Los sindicatos son (como se mencionó) en los cinco países andinos las partes
legitimadas para negociar en nombre de los trabajadores. Sin embargo, las
recientes evoluciones en los distintos ámbitos en que éstos se desenvuelven
hacen aparecer ante ellos numerosas cuestiones, dilemas y retos.
Así, si bien los países andinos son formalmente democracias, el Perú posee en la
actualidad el mayor número de quejas en la región por violación a los convenios
87 y 98, relativos a la libertad sindical y a la negociación colectiva
respectivamente. Por su parte, en Bolivia, el estado de sitio ha sido un recurso al
cual se acude con frecuencia cada vez que la COB presenta su pliego de
peticiones, confinando a sus irigentes a zonas inhóspitas. Más grave aún, en
Colombia, los trabajadores son asesinados, constituyéndose en el país con más
alto número de sindicalistas muertos y exiliados en otros países para proteger sus
vidas.
La OIT ha llamado la atención sobre el hecho de que un clima de violencia,
constituye un grave obstáculo para el ejercicio de los derechos sindicales y que
tales actos exigen severas medidas por parte de las autoridades. Por ello, ha
reiterado que los derechos sindicales solo pueden ejercerse en un clima
desprovisto de violencia, y de presiones o de amenazas de toda índole contra sus
organizaciones, y que incumbe a los gobiernos garantizar el respeto de este
principio (61).
Asimismo, las estructuras institucionales restringen cada vez más la acción de los
sindicatos, ya que imponen demasiadas trabas o les obligan a organizarse en un
sentido opuesto al de la estructura económica general. Por ejemplo, no cabe
esperar que el movimiento sindical sea sólido cuando la legislación favorece ante
todo la constitución de sindicatos en el ámbito de empresa con mas de 20
trabajadores, a pesar que la producción está estructurada fundamentalmente con
base a pequeñas empresas con menos de 20. Así, la amplia mayoría de los
trabajadores de los países andinos no pueden ejercer el derecho a organizarse y
en consecuencia a negociar colectivamente, a pesar que ambos derechos están
contemplados en las leyes y constituciones de los estados andinos.
Aspectos tales como el costo de la mano de obra, los niveles de protección social,
la seguridad social y la salud y el bienestar de los trabajadores, ya no constituyen
fines en sí mismos que puedan ser vistos, como en el pasado, en función de los
logros internos de la industrialización. En la actualidad, según se afirma, el
crecimiento depende de ser competitivos en el ámbito mundial y nacional, de
captar inversión extranjera para suplir la falta de recursos internos para la
inversión, así como de la manera en que sean incorporados por las empresas
transnacionales en sus procesos de globalización económica; en suma, los países
tienden a ser calibrados en función de cómo favorecen y promueven los procesos
citados.
En este complejo contexto de cambios económicos, se hace cada vez más difícil
para las organizaciones sindicales lograr aumentos salariales y nuevas y mejores
condiciones de trabajo y de vida, no siendo así capaces de satisfacer las
demandas de sus bases.
En este mismo contexto, desde 1990, los países andinos han privatizado sus
principales y mayores empresas afectando directamente el desarrollo de las
organizaciones sindicales. El carácter estratégico de muchas empresas públicas
(siderúrgica, petroquímica, ferrocarriles, teléfonos, etc.) y la fortaleza de sus
sindicatos permitió en otras décadas negociar importantes beneficios económicos
y de servicio, que incrementaban indirectamente el poder adquisitivo. Por la
magnitud de los logros alcanzados, esos términos de contratación sirvieron de
referencia tanto a empresas como a sindicatos de otros sectores productivos para
sentar las bases o la plataforma mínima de negociación.
A ello se suma la disminución del papel del estado tanto en la tutela de los
derechos de los trabajadores, como en su papel de mediador del desarrollo de las
relaciones laborales, las cuales según la "moda" pasan a definirse empresa por
empresa, sin propiciar paralelamente el establecimiento de verdaderas formas
autónomas de regulación.
No obstante, hay que mencionar también que parte de este grupo de trabajadores
corresponde a generaciones de jóvenes tecnócratas, calificados en la
administración de negocios o en las tecnologías de la informática. Esto dualiza el
estrato al que nos estamos refiriendo entre una élite mejor pagada y tecnificada y
una masa de empleados que en su mayoría no está organizada, no negocia
colectivamente y, a menudo, no disfruta de los beneficios y las protecciones que
otorgaba el empleo en la burocracia pública, que se desempeñan en
microempresas de servicios (63), del todo diferentes a las complejas instituciones
de la administración del estado.
Se añade, además, el crecimiento del sector servicios, que comienza a ocupar una
cantidad importante de trabajadores, con condiciones salariales y derechos
laborales menores a los de los obreros industriales, o al del empleado del sector
público. Así se expande un sector en el cual sus trabajadores se caracterizan por
un «nivel inferior» a la del sector industrial y público, y con escasa experiencia
sindical, lo que significa todo un reto para organizarlos y hacer converger sus
intereses con los de los trabajadores sindicalizados.
También los estudios dejan entrever los cambios de actitudes y conductas de los
trabajadores, como un factor que influye en la negociación colectiva y que está
cambiando la base social de los sindicatos. La experiencia y la lectura de las
acciones sindicales en estos últimos años, nos indican que el peso del
sindicalismo no solo depende en la actualidad de su número, de su extensión o de
su versatilidad programática, sino que muy especialmente de su capacidad para
adaptarse a la evolución de las mentalidades, nuevas actitudes y conductas de los
trabajadores.
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