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Hasta hace unos años, se creía que el cerebro era un órgano estático e inalterable
encargado de una misión concreta del organismo, como el hígado o el estómago, y que poco a
poco se iba "desgastando". La neurociencia cognitiva actual, sin embargo, propone todo lo
contrario.
Los expertos en fisiología cerebral han podido demostrar que el cerebro humano es
enormemente complejo, un órgano formado por múltiples capas interconectadas entre sí
mediante redes neuronales en continua actividad. Su excepcional estructura plástica le permite
adaptarse y modificar sus características constantemente durante toda la vida en función de cada
experiencia que tenemos o cada decisión que tomamos.
Todo lo que se nos pasa por la cabeza, hasta el más nimio de nuestros pensamientos, se
traduce constantemente en sinapsis neuronales que modifican al cerebro constantemente: un
aprendizaje continuo que, si se detiene, determina o debilita la bioquímica de las señales que lo
ponen en movimiento.
El incesante y veloz desarrollo de los algoritmos y los datos que aceleran la innovación
-se espera que el mercado relacionado con esta tendencia se duplique con creces hasta 2026-
también va a cambiar el futuro más cercano de la sociedad, por lo que el científico aboga por
"desarrollar un marco legislativo adaptado a esta nueva circunstancia que se incorpore al marco
de los derechos humanos y que tenga que incorporar los ordenamientos jurídicos de todos los
países", apunta, "tal como ya ha hecho recientemente Chile".
"Tanto desde el punto de vista de conocimiento fundamental del cerebro como de
traslación a la clínica para reducir el impacto de enfermedades cerebrales, la posibilidad de usar
nuevas tecnologías para entender mejor el cerebro y poder modificarlo para eliminar el
sufrimiento de la gente es ilusionante, muy poderoso", continúa.
"El boom de estas tecnologías es, diría, casi ciencia ficción hecha realidad: podemos
leer los pensamientos de la gente, controlar el cerebro y modificarlo, manejar con la mente
utensilios de la vida cotidiana... suena casi a irrealidad", apunta Pascual-Leone. "Son
tecnologías reales que pueden ayudar enormemente a minimizar las complicaciones de las
alteraciones neurológicas por estructura o función del cerebro, la primera causa de discapacidad
en el mundo, más que el cáncer y las discapacidades cardiovasculares juntas", recuerda.
Según él, no queda mucho tiempo para que estos avances se generalicen y estén a
disposición del público. "Igual que hoy se ponen marcapasos o prótesis de rodilla o cadera",
puntualiza. El científico recuerda, por ejemplo, que los marcapasos ocupaban solo hace dos
décadas lo mismo que una nevera de grandes dimensiones que había que ir arrastrando detrás
del paciente por los pasillos de un hospital, mientras que los actuales tienen el tamaño de una
caja de cerillas o incluso un grano de arroz".
La tecnología permite ya ver el cerebro cada vez más detenidamente sin necesidad de
abrirlo. "Tenemos técnicas de imagen y de captación de función cerebral que nos permiten ver
cómo está estructurado el cerebro y cómo está funcionando, de manera similar a cuando abres
Google Maps y puedes ir recorriendo con el cursor el mapa de las calles, pero todavía no puedes
entrar a un local o una casa y ver a alguien en concreto. Todavía no hay suficiente resolución
para ver las neuronas o ensambles neuronales, salvo en su efecto global", pero esto no es poco,
recalca.
"Este conocimiento nos permite entender cómo funciona el cerebro humano, cómo
cambia con el tiempo y cuál es el sustrato de las patologías: podemos definir patrones espacio
temporales e identificar una característica de actividad del cerebro con un cierto ritmo que da
lugar a cada función concreta: por ejemplo, cuando decido mover un dedo u otro de la mano,
casi todas las neuronas que participan son las mismas, pero hay una interacción ligeramente
distinta, y podemos identificarla y dirigirnos hacia ella", señala.
"Y eso abre un mundo muy esperanzador, pero peligroso a la vez. De hecho, no es una
idea nueva: el investigador José María Rodríguez Delgado llevó a cabo experimentos en los que
demostró que, implantando electrodos en ciertos puntos concretos del cerebro, se podía
modificar el comportamiento agresivo de los monos o parar el embiste de un toro, y desarrolló
un concepto teórico de una sociedad psicocivilizada en la que se puede modular la actividad
neuronal de las personas para hacer que sean más bondadosas. Esto nos pone en un mundo de
ética de la modulación cerebral: ¿quién decide y por qué cómo tiene que ser el comportamiento
humano? ¿Dónde está el punto medio en que la conciencia se pueda modificar para hacer una
sociedad mejor? Preguntas muy difíciles de contestar: a la misma vez que posibilitamos tratar
las demencias sin los efectos secundarios de los medicamentos psiquiátricos, surge una nueva
amenaza: cómo conjugar riesgos y beneficios es la tarea pendiente!.
Una vez que está claro el potencial efecto de la neurotecnología, parte del reto es
desarrollar no solo las tecnologías capaces de leer y modificar el cerebro, sino también nuevas
tecnologías para definir los comportamientos, la memoria, las emociones e incluso la conciencia
que nos define como especie.
"Podemos describir el proceso cerebral de algo tan sencillo como leer, pero existen
multitud de funciones cognitivas, y en la conciencia intervienen muchos órdenes de magnitud
mayor", explica. ¿Podemos encontrar el patrón actividad de la conciencia? ¿Qué es eso de la
conciencia? "El primer reto es poder desgajar el comportamiento de las funciones cerebrales,
encontrar los elementos químicos que las explican y, una vez que los conozcamos, podremos
plantearnos encontrar el sustrato cerebral de la conciencia.
"¿Podemos hacer que alguien sea consciente de que lo que está viendo está en
movimiento o no? Nosotros demotramos hace años que podemos no solo identificar el patrón de
la conciencia de movimiento, sino bloquearlo. Es decir, yo estoy moviendo un dedo delante de
ti, pero tú interpretas que está parado, o viceversa. Si somos capaces de identificar los ladrillos
del comportamiento, podremos modificar la conciencia y el comportamiento más global. Y
llegaremos a ello porque hay tecnologías disponibles para hacerlo. Es cuestión de tiempo".
Las pautas de estilo de vida que garantizan la salud cerebral se basan en una fórmula
similar a la que se aplica en la prevención de riesgo cardiovascular y que Pascual-Leone recoge
en el libro El cerebro que cura. Propone construir reserva cognitiva, es decir, aumentar la
capacidad cerebral para tolerar los daños que pueda sufrir y seguir funcionando, haciéndose más
resistente a neuropatologías o la demencia; en definitiva, darle más consistencia para que gane
capacidad de resistencia a los cambios cerebrales degenerativos asociados con la demencia u
otras enfermedades cerebrales, como puedan ser el Párkinson, la esclerosis múltiple o un
accidente cerebrovascular.
"La sociedad actual asume que con la edad nos vamos a poner enfermos, que estaremos
deprimidos o desarrollaremos demencias. "Pero es un concepto erróneo", recalca este científico,
y pone un ejemplo. "La mayoría creemos que perdemos la memoria o que la demencia
aparecerá cuando nos hagamos mayores, aunque no es cierto ni obligatorio. No es una
consecuencia obligatoria de hacerse anciano. Sabemos que las demencias tipo Alzheimer son
enfermedades tempranas, pero que se desarrollan conforme avanza la edad. Sin embargo,
aunque su origen en parte se debe a la genética, uno de cada cinco afectados no manifiesta
síntomas, aunque la padezca, y se puede entrenar y cuidar al cerebro para que así sea", apunta.
La primera pauta de los hábitos que garantizan la salud cerebral reside en la dieta -la
evidencia científica de la relación directa que guarda la microbiota intestinal con las funciones
cerebrales es cada vez más abundante, al igual que en otras enfermedades como el cáncer- y
concretamente, es fundamental mantener la dieta mediterránea.
En relación con la ingesta alimentaria, también se ha demostrado la efectividad de los
ayunos, "buscando comer lo mínimo para no perder demasiado peso", apunta. "Está por ver si
influyen, además, nutrientes específicos; parece que los niveles de vitamina D en la mayoría de
nosotros son bajos y tomar suplementos podría reducir el riesgo", apostilla.
"Pero, además de comer sano y poco, hay que hacer mucho, muchísimo más ejercicio
físico del que hacemos. Una hora diaria de ejercicio es algo fantástico para el corazón, pero para
el cerebro son más importantes intervalos intensivos de ejercicio físico o la combinación de
ejercicio aeróbico y anaeróbico".
"Perder esta capacidad de querer hacer siempre algo nuevo no es inevitable", asegura.
"Recuerda la primera vez que hiciste algo, ese esfuerzo que pusiste en ello es el impulsor
bioquímico que necesitan las conexiones neuronales. Hay que sacar al cerebro de eso que sabe
hacer con regularidad. No basta con practicar regularmente un hobby o ser aficionado a la
lectura, sino que hay que abrirse totalmente a la novedad y abandonar la situación de confort
para desarrollar la capacidad de responder a situaciones no esperadas".
En relación a este último aspecto, tampoco hay que olvidar estar conectado con la gente
que te rodea. "Somos seres sociales, evolutivamente diseñados para relacionarnos. Y, si alguien
se siente solo por un tiempo prolongado, es señal de que algo no está funcionando
correctamente a nivel cerebral. Este sentimiento mantenido produce una alteración que a la larga
causará una patología".
Por último, es necesario tener un propósito vital, mantener un sentido de razón de ser,
una existencia dotada de sentido que te empuje a realizar todos los puntos anteriores cada
mañana.
"No dentro de mucho, con estos datos podremos hacernos un chequeo cerebral que se
usará como diana de salud neurológica", igual que ahora se utiliza la báscula o la tensión arterial
para controlar el peso corporal o la hipertensión. "Nuestros hijos tendrán una medida en su
mano para poder chequear el estado de su cerebro y medir el nivel de riesgo, podrán llegar a ser
personas neurológicamente empoderadas".
Por eso, zanja, al mismo tiempo que se abren grandes oportunidades, habrá que regular
la privacidad de estos datos, que ayudarán a minimizar el sufrimiento y tendrán un impacto
enorme para el bienestar social, pero también se pueden manipular para conseguir fines ajenos a
la salud cerebral. Por eso estamos en la obligación de legislar un marco de derechos que
garantice seguridad jurídica pero que no bloquee la innovación".