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1 Dimensión cosmopolita del ser humanos en las tesis de Immanuel Kant, Adela Cortina y Jürgen
Habermas.

Cosmopolitismo en Kant

El concepto de ciudadano del mundo ocupa un lugar central en la concepción kantiana de


cosmopolitismo, toda vez que los hombres son todos poseedores de una capacidad de razón igual
a cualquier otro. En este sentido todos los seres humanos pertenecen a la misma comunidad
racional. Se suele considerar al hombre como un ser social. Es decir, como un ser que necesita de
otros seres iguales a él para vivir y sobrevivir. Así pue, los hombres necesitan de la compañía de
otros seres humanos, pero al mismo tiempo esos otros pueden convertirse en un estorbo para
conseguir sus propios fines. Nos necesitamos, pero nos estorbamos, es lo que Kant llamó “la
insociable sociabilidad del hombre”. Es decir “Su inclinación a formar sociedades que, sin
embargo, va unida a una resistencia constante que amenaza permanentemente con disolverla”.1
Es por ello por lo que se necesitan ciertos ordenamientos que regulen la convivencia social pues
dejados a nuestro libre arbitrio podríamos causarnos mucho daño.

Cuando hablamos del contrato social dijimos que originalmente el hombre vivía en un estado de
naturaleza y que se requiere un pacto para formar una sociedad. En dicho estado natural los
hombres son libres y no están sujetos a ninguna ley positiva. En tal libertad buscan la mejor
manera de satisfacer sus necesidades básicas como alimento, techo y vestido. Así los hombres
entran en conflicto al perseguir sus intereses personales, pues pueden desear o necesitar los
mismos bienes que otros o simplemente prefieren tener más que menos. Pero por la razón es
posible establecer un orden jurídico común de manera que las leyes sigan los mandatos de la
razón, que es compartida por todos, por lo que no entra en conflicto con los seres racionales.

Es pues mediante un contrato que finaliza la guerra y se instaura la paz como resultado de un
acuerdo entre personas libres, racionales e iguales. ¿Qué es lo que acordamos en el contrato?
Acordamos sujetarnos a una ley que emane de la razón en la que todos somos iguales. Una ley que
nos permite ser libres, pero bajo la protección del Estado. Esto implica que en ocasiones tenemos
que sacrificar nuestro interés particular en aras del bien común y de la paz misma. Pero ¿ha
alcanzado el género humano un estado de madurez tal que sea posible conceder antes de
obtener, perder antes de ganar? En el opúsculo ¿Qué es la ilustración? Kant firma que la
ilustración consiste en alcanzar la mayoría de edad del género humano. No hace falta ser muy
perspicaz para darse cuenta de que el género humano no parece haber alcanzado tal mayoría de
edad, baste con ver las guerras que ocurren a lo largo y ancho del mundo, la discriminación, y el
desastre ecológico que nuestra ambición ha causado.

Igual que el hombre en estado de naturaleza vive en un estado de guerra, podemos decir que las
naciones viven entre sí en estado de naturaleza, es decir, en un estado de guerra permanente, ya
que al igual que los individuos, las naciones entran en conflictos cuando buscan satisfacer sus
intereses particulares, conflictos que no pocas veces intentan resolver por medio de la guerra. Si la

1
Kant, E. idea de una historia universal en sentido cosmopolita, Mexico, FCE p.46
convivencia entre naciones genera roces que pueden degenerar en guerras, se hace necesario el
establecimiento de una ley común que permita a las naciones dirimir sus diferencias sin recurrir al
conflicto armado.

Kant distingue entre el derecho civil, que regula las relaciones de los individuos dentro de un
Estado y el derecho de gentes, que regula las relaciones entre las naciones y podría añadirse uno
más, el derecho de humanidad. “Este derecho de la humanidad se refiere a un tipo nuevo de
regulación de las relaciones entre estados soberanos y los ciudadanos de esos estados y ha de
fundarse en la pertenencia de los individuos a una especie humana que es concebida sin
restricciones de ninguna clase”.2

Es necesario, al parecer, un contrato entre naciones que permita establecer una sociedad mayor,
una suerte de Estado supranacional, con una ley común para que se instaure la paz. Así pues, el
ideal kantiano de sociedad cosmopolita consistía entonces, en una federación de Estados que
fuera capaz de imponer una ley general a todas las naciones de manera que se pudiera asegurar la
paz. Es decir, se trata de una ley común a todo el género humano independiente de las leyes
positivas de cualquier Estado particular. Como ves Kant se adelanta a la instauración de la ONU al
proponer el establecimiento de una sociedad de naciones. Sin embargo, la ONU no ha logrado
contener la enorme violencia que se genera en todo el planeta, justo porque no todos están de
acuerdo en ciertos principios generales que nos permitan alcanzar la paz. Si bien la mayoría de las
naciones están de acierdo en ciertos principios generales conocidos como Derechos Humanos,
también es cierto que no todos están de acuerdo en el contenido de tales derechos. Hay quienes
sostienen que están basados en el punto de vista occidental y que no toman en cuenta la
diversidad cultural, por lo que no pueden ser válidos en todo tiempo y lugar.

Imagen de 995645 en Pixabay

2
Chernilo, Daniel. Cosmopolitismo y universalismo en la teoría de Jürgen Habermas. Estudios públicos 106,
2007 p.182.
https://www.cepchile.cl/cep/site/docs/20160304/20160304094206/r106_chernilo_habermas.pdf
Para Kant una sociedad cosmopolita permitiría el desarrollo de las capacidades humanas y ello
requiere de la educación para desarrollar principalmente la moral de manera que el hombre elija
de acuerdo con principios morales y no por sus impulsos naturales. Por ello es necesario transitar
hacia una ideal de ciudadanía cosmopolita en el que todos los individuos sean tratados como
ciudadanos libres e iguales y esto requiere de educar en el cosmopolitismo, pero la educación es el
problema más difícil al que nos enfrentamos. El problema es mayor, piensa Kant, porque requiere
saber si hemos de educar a los jóvenes para la situación presente o para un futuro mejor pero aún
no realizado. Para Kant “únicamente por la educación el ser humano puede llegar a serlo. No es
sino lo que la educación le hace ser”.3 Kant entendía que para lograr la paz universal era necesario
entender al hombre como ciudadano universal más que como como ciudadano de un país
determinado. Se precisa entonces, de un concepto de ciudadanía que trascienda las fronteras
nacionales; una ciudadanía que ponga énfasis en la igualdad del género humano sin importar su
origen, raza, sexo o condición social.

La idea de ciudadano cosmopolita resulta fundamental para afrontar los problemas que afectan al
mundo actual tales como la violencia de género, la migración, la discriminación, la contaminación
y el calentamiento global. Estos problemas si bien nos afectan de manera individual, son en
realidad problemas globales que no se resuelven con la buena voluntad de algunos individuos o de
algunas naciones, sino que requieren acciones de carácter global. Si el hombre se asume como
ciudadano del mundo puede darse cuenta de que los inconvenientes que se generan en el mundo
actual no son de una nación en particular, sino del mundo entero y que la solución a tales
problemas requiere de la participación de todos los ciudadanos del mundo.

Si nos sentimos partes de la comunidad mundial, entonces entenderemos que, en mayor o menor
medida, somos responsables de los problemas del mundo y, en ese sentido, debemos ser parte de
la solución.

Frente aún problema tan actual y acuciante como lo es la migración de los países pobres hacia los
países ricos, Kant propone el “principio de hospitalidad universal”, que implica que todos tenemos
el derecho de habitar cualquier lugar del planeta y ninguno tiene más derecho que otro, puesto
que todos los seres humanos somos iguales y tenemos, por ende, los mismos derechos.

Debemos tomamos en cuenta que la mayoría de los migrantes no lo hacen por gusto, sino por
necesidad, porque en sus países no encuentran las condiciones necesarias para tener una vida
buena. Lo que los hace abandonar su lugar de origen es muchas veces la violencia y la pobreza. Si
bien es cierto que el migrante es diferente por su lengua, sus costumbres, su religión y su vestido,
también lo es, que más allá de esas diferencias particulares son seres humanos, con la misma
dignidad y merecen el mismo respeto, por lo tanto, merecen un trato justo, una acogida que no
los despoje de su humanidad.

En este sentido, los derechos humanos deben estar por encima de los derechos de ciudadanía,
pues éstos últimos se aplican sólo a los miembros de un Estado particular, en cambio, los derechos

3
Kant, E. Pedagogía, Madrid, Akal, 1983, p.31.
humanos son para todos los hombres, es decir para los ciudadanos del mundo. Así cualquier
persona en cualquier parte del mundo tiene derecho a una hospitalidad universal. En realidad,
esto sólo puede suceder si se acepta una ciudadanía cosmopolita o universal.

Cuando se habla de una hospitalidad universal como un derecho, significa que alguien tiene una
obligación, en este caso, el Estado receptor de migrantes y esto sólo sería posible si existiese una
federación de Estados que garantice tal derecho. Así al hablar de un ciudadano del mundo, este
tendría derecho a ser recibido en un Estado diferente al propio.

En el caso de los refugiados o los asilados políticos, el Estado receptor tiene la obligación de no
rechazarlos y, por supuesto, no puede enviarlos de regreso a sus países de origen si esto
representa un peligro para su seguridad o su vida.

Campo de refugiados en Pakistán. Imagen de David Mark en Pixabay.

Sin embargo, en el mundo actual, los Estados parecen interpretar de diversos modos, conceptos
como los de derechos, libertad o seguridad y no practican el principio de hospitalidad kantiano,
poniendo así en peligro la vida de los perseguidos, o bien utilizan el término de Tercer país seguro
para sacar a los refugiados de sus fronteras enviándolos a campos de refugiados mientras se lleva
a cabo el proceso jurídico para concederles asilo, proceso que puede durar años.

Cosmopolitismo Adela Cortina


En las sociedades pluralistas como las democracias liberales resulta fundamental educar en una
ciudadanía cosmopolita que fomente los valores de justicia, libertad e igualdad. El reto es formar
una sociedad que abrace tanto los valores propios de su comunidad, tanto como valores más
universales que abarquen a la humanidad entera.

Ya Kant afirmaba que únicamente por la educación el hombre puede llegar a serlo, es decir, la
educación es la que lo hace ser hombre. Así la educación parece ser la única manera de alcanzar
una convivencia armónica en un mundo plural.

Adela Cortina, retomando a Kant, nos dice que una propuesta de ciudadanía política implica una
propuesta de educación. Los ejes centrales de esta propuesta son el conocimiento, la prudencia y
la sabiduría moral. Educar, en este sentido, no consiste únicamente en la transmisión de
habilidades y conocimientos, es necesario educar también en la prudencia y la sabiduría moral de
manera que los ciudadanos sean críticos y reflexivos, eviten las consignas, los prejuicios y las
etiquetas.

El conocimiento es necesario porque si estamos bien informados es más difícil que nos manipulen
o nos engañen, podemos tener opiniones justificadas sobre los grandes problemas que aquejan al
mundo como el calentamiento global o la desaparición de especies, podemos defender y ejercer
nuestros derechos como ciudadanos de un país determinado o podemos opinar sobre los debates
morales más apremiantes como la biotecnología y sus límites o la globalización y la pauperización
de grandes sectores de la humanidad.

La educación, entonces, permite a los jóvenes reconocerse como parte de diferentes


comunidades, sean estas familiares, religiosas, educativas o políticas. Y siendo parte de éstas, el
individuo se siente acogido, seguro, aprende a formar vínculos de pertenencia con los que se
espera actúe como familiar, como miembro de una iglesia, como estudiante, y como ciudadano,
con derechos, pero también con obligaciones y deberes.

Educación, imagen de John Dal en Pixabay.


La prudencia es fundamental porque la simple acumulación de conocimientos no nos convierte en
sabios, al menos no en un sentido moral. El conocimiento debe tener una meta, un objetivo
humanista que busque el bien común y no la simple satisfacción de intereses particulares. Saber
hacer no es suficiente, el por qué también es importante y ese por qué está en la búsqueda de una
buena vida en compañía de otros seres humanos. Resulta poco prudente usar el conocimiento en
la búsqueda ilimitada de ganancia aun a costa de la destrucción del mundo. No debemos olvidar
los pequeños placeres de la vida como la amistad y la buena compañía, solo por la ambición
codiciosa.

La sabiduría moral es justamente la que nos lleva a elegir ese punto medio. Es preferible un
mundo sostenible que un mundo destruido; pero la codicia nos impide actuar con sabiduría moral.
La sabiduría y la prudencia nos llevan a elegir una vida de calidad para uno mismo y para toda la
humanidad.

El problema es que a veces parece incompatible la buena vida personal con la buena vida de los
demás y puestos a elegir pues elegimos la buena vida para uno mismo y los nuestros excluyendo y
marginando a los demás. Y aunque la buena vida personal no es incompatible con la vida buena de
los demás, no deja de haber una cierta resistencia a estar cerca del que es diferente, del que no es
como nosotros y esto a ha dado pie el racismo, antisemitismo, la misoginia, la homofobia, la
xenofobia etc. cuando en realidad el otro es una persona exactamente igual que cualquiera y, sin
embargo, reconocerlo nos resulta muy difícil. Parece más fácil. Apartarlo, excluirlo, porque viene
de otro lugar, porque es diferente.; aunque según Adela Cortina lo que lo hace diferente es que es
pobre. El temor no es tanto al extranjero, sino al que es pobre, piensa en lo siguiente, si un
mexicano invierte su dinero en Estados Unidos es bien recibido, pero si un mexicano busca trabajo
en ese mismo país, es discriminado, rechazado, en suma, deportado. Y cuál es la diferencia, pues
resulta que la única diferencia es el dinero, uno de ellos es rico y el otro pobre. Así el problema de
fondo parece ser la pobreza y no tanto la migración. Los ricos tienen cabida prácticamente en
cualquier lugar del mundo, los pobres a veces no encuentran acomodo ni siquiera en sus países de
origen.

Adela Cortina acuñó un término para referirse a este rechazo al inmigrante pobre y es aporofobia
que viene de los términos griegos áporos, pobre y fobos temor. Y más allá todavía, la aporofobia
no sólo se refiere al inmigrante pobre que busca una mejor calidad de vida, sino a los pobres del
mismo país, si te fijas en ciertos lugares de las grandes ciudades las comunidades ricas están
separadas de los asentamientos populares por grandes muros de piedra y concreto, tales muros
parecen expresar rechazo y miedo a los más desamparados. Dicho miedo es fuente constante de
conflictos y de violencia en el seno de la sociedad.
La pobreza es un signo de nuestros tiempos. Imagen de Xiamen en Pixabay

En un mundo con tan marcadas diferencias sociales y económicas, la educación tiene un papel
central en la conformación de una conciencia igualitaria que reconozca que todos los seres
humanos tenemos la misma dignidad y merecemos el mismo respeto. En este sentido, la ética
resulta fundamental para que los jóvenes adquieran una conciencia de ser parte del género
humano, que todos los hombres tienen la misma dignidad y, por ende, el mismo respeto.

Para Adela cortina, necesitamos una ética de la ciudadanía que no quiere dañar a otros, una
sociedad en la se busca como dañar al otro con el único límite de no violar la ley, es una sociedad
que no vive en paz, una sociedad que no es solidaria, que no trata a las personas con idéntica
igualdad y respeto puede vivir en paz.

Cosmopolitismo Habermas

A partir de la caída del muro de Berlín y, lo que en aquel entonces era sólo un proyecto, la
creación de la Unión Europea y aunado a lo que algunos dieron en llamar el fin de las ideologías se
ha dado un curioso fenómeno pues por un lado surgen recalcitrantes nacionalismos separatistas
por ejemplo, la guerra de los Balcanes en la que la antigua Yugoslavia se desintegró dando origen a
una multitud de pequeños Estados y, por otro lado, procesos de unificación como la ya
mencionada Europa unida o los tratados de libre comercio.

Ahora bien, frente al proceso de globalización parece que las fronteras nacionales se difuminan
debido a tratados internacionales y ante el creciente poder de las grandes corporaciones
multinacionales ¿tiene sentido aún hablar de Estado nación? ¿de identidad nacional? O ¿derechos
del ciudadano?

Habermas, para quien la filosofía tiene la finalidad de comprender, interpretar y transformar el


mundo, se enfrenta estas cuestiones y propone, siguiendo a Kant, un cosmopolitismo que proteja
y garantice los derechos, no ya de los ciudadanos, sino de los seres humanos, lo que nos permitiría
lograr la paz en el mundo.

¿Se trata entonces de alcanzar la paz mediante la creación de un Estado mundial que garantice el
cumplimiento de un derecho universal? Para Habermas la idea de un estado mundial es
impensable pues dejaría a los ciudadanos indefensos ante un poder altamente centralizado lo que
degeneraría en tiranía y despotismo. Además de que se perderían las identidades locales y se
discriminaría a los que no se adapten a la mayoría. ¿Te imaginas un gobierno mundial y las
dificultades que implicaría encontrar un lugar para establecer la capital del mundo? Es verdad que
el mundo es, como decía Mc Luhan, una aldea, compartimos y consumimos cosas a nivel mundial
y, sin embargo, conservamos ciertos rasgos que nos hacen únicos y diferentes. En este sentido, si
tenemos un único país ¿de verdad se acabarían las guerras? La experiencia nos dice que no,
hablamos antes de la guerra de los Balcanes y no era por supuesto, una guerra entre países, sino
entre naciones dentro de un mismo país. ¿Podrías poner otro ejemplo de guerras intestinas?

La solución entonces es, como lo había propuesto Kant, una federación de estados, en la cual, si
bien los Estados nacionales se someten a una ley superior que son principios básicos de carácter
general, también conservan sus leyes positivas locales siempre y cuando no entren en conflicto
con tales principios básicos. Estamos hablando entonces, de dos niveles en los ordenamientos
jurídicos. En primer lugar, tendríamos una serie de derechos de carácter universal consensuados
por todos los involucrados; en este caso los derechos humanos. Y, en segundo lugar, estaría las
leyes de los distintos Estados nacionales. Puede haber entonces una soberanía nacional que no
entre en conflicto con una soberanía supranacional, siempre y cuando se respeten estos principios
universales, así el cosmopolitismo y el nacionalismo pueden convivir sin mayor problema. Al
convivir diferentes ordenes jurídicos es decir el nacional y el internacional.

El problema aquí es que, como seguramente habrás notado, lo más parecido que tenemos a una
federación de Estados es la Organización de las Naciones Unidas. Pero, la ONU carece de la fuerza
necesaria para hacer cumplir sus resoluciones y recomendaciones de tal manera que siempre es
posible que los países más poderosos se impongan sobre los más débiles y no necesariamente
mediante la guerra, sino a través de sanciones y vetos comerciales. De cualquier manera, el
objetivo principal de la ONU es el mantenimiento de la paz y la seguridad en el mundo y aunque
falta mucho por hacer, al menos se han sentado las bases de una asociación de países cuyo interés
central es mantener la paz y la concordia entre las naciones.

El cosmopolitismo que propone Habemas es esencialmente universalista, no habla ya de los


derechos que una persona tiene como ciudadano de una de un país determinad. Sino de los
derechos que tienen la personas por el simple hecho de ser personas. Propone, entonces, la
igualdad del género humano, sin importar las particularidades como la raza, la religión, el sexo o la
identidad nacional.

Las diferencias culturales no deben ser un obstáculo para los derechos universales. Hijab, imagen de Rizal
Deathrasher en Pixabay.

Ahora bien, ¿Cómo se establecen estos derechos universales? En este caso vale la pena recordar
uno de los primeros temas tratados por Habermas en su amplia trayectoria. En este caso nos
referimos al concepto de esfera pública en la que se escuchan las voces de aquellos que se
reconocen como interlocutores válidos y, por supuesto, la existencia de un Estado democrático de
derecho que ´proteja los derechos de todos. El cosmopolitismo habermasiano requiere del
consenso de los actores involucrados, es decir, que todos los que puedan resultar afectados por
normas cosmopolitas puedan estar libremente de acuerdo, a partir de argumentaciones racionales
en la que participen todos los interesados.

Como recordaras, cuando hablamos de la teoría de la acción comunicativa, cualquier norma o


regla que se establezca no puedes ser la imposición de uno o algunas cuantos, sino el resultado de
un acuerdo racional entre todos los involucrados. La razón comunicativa se opone entonces a la
razón instrumental. Así para Habermas, la razón humana no es la de individuos que se
instrumentalizan para conseguir el mayor beneficio posible, sino una razón comunicativa que
privilegia la comunicación y el entendimiento dentro de un marco de interdependencia e
intersubjetividad.

Los derechos humanos son entonces el resultado de acuerdos intersubjetivos entre todos los seres
humanos considerados como interlocutores válidos. Para Habermas los derechos humanos serían
el equivalente a lo que Kant llamó el derecho de humanidad que concibe a los seres humanos
como iguales independientemente de la nacionalidad. Son los derechos humanos, además, el
único fundamento válido para establecer una comunidad internacional.

Si bien los derechos humanos son una suerte de máximas morales en el sentido de que son
universales, han de ser también derechos jurídicos para ser válidos en la práctica y que las
instituciones del Estado los respalden. Los derechos humanos apelan a una validez que trasciende
los estados nacionales y pueden ser reconocidos por la comunidad internacional.
Estamos hablando entonces no de un Estado mundial, sino de una sociedad mundial de personas
iguales y con los mismos derechos, motivo por el cual debemos rechazar la guerra y la
discriminación de las personas en virtud de condiciones particulares tales como el sexo, la raza o
condición social.

Esta sociedad civil mundial no se basa en identidades nacionales o étnicas e implica renunciar a un
nacionalismo de un patrioterismo trasnochado partidario de identidades excluyentes. El
patriotismo valido es el de la democracia constitucional que vela por los derechos de los individuos
en el que el poder emana de la ciudadanía.

Por decirlo con Jürgen Habermas, en la época de la globalización la inclusión del otro viene a
convertirse en un deber del ciudadano del mundo, deber que no respeta las fronteras

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