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ANÁLISIS LÍRICO

“El filósofo en el campo” de Juan Meléndez Valdés

María Angélica Aguirre Sarmiento


ANÁLISIS LÍRICO
“El filósofo en el campo” de Juan Meléndez Valdés

El poema “El filósofo en el campo” escrito en 1794, hace parte del epistolario
que escribió el reconocido magistrado y profesor español Juan Meléndez
Valdés, quien es un digno representante de la poesía ilustrada y en cuyas obras,
muchas de ellas de carácter filosófico, se ven reflejados los cánones estéticos
promulgados por el neoclasicismo. Sin embargo, también se destacó por sus
trabajos de poesía anacreóntica, que representan aquel estilo rococó, más alegre
y entusiasta, completamente antagónico al neoclasicista. Su variada producción
literaria deja en evidencia su gran versatilidad.

En el título, “El filósofo en el campo”, se intuye de entrada una temática en


relación con lo rural y abordada de una manera no trivial, sino más bien
razonada, por un yo lírico versado en filosofía. Este yo lírico se presenta de un
carácter severamente crítico y reflexivo frente a los excesos de la clase
burguesa. Señala la opulencia, la ostentación y el derroche. Al mismo tiempo
se muestra profundamente conmovido al observar con detalle, la sencillez con
que los campesinos llevan su vida, el amor que se profesa en la familia y el
arduo trabajo, tan mal compensado. Sus reflexiones están dirigidas a su amigo
Fabio, el Tú lírico en esta obra, quién es también un cortesano y al cual, con
gran convicción, intenta persuadir de cambiar su vida citadina, por una vida
mas pura en el campo. Pues, al fin y al cabo, concluye el filósofo, todos
tenemos el mismo origen y el mismo destino. Este ideal de igualdad, de
modestia y obediencia es tema recurrente de la poesía ilustrada.

En cuanto a la métrica se puede decir que el poema consta de un total de 313


versos de arte mayor, concretamente endecasílabos y carentes de rima. No se
observa ninguna estructura estrófica. Esta forma métrica es denominada “verso
blanco” y es característica en las epístolas.
Utilizando un lenguaje bastante culto y una estructura argumentativa, el poeta
contrapone dos conceptos principales (isotopías en oposición), a saber: los
ricos y los pobres, cortesanos y campesinos respectivamente; así como los
vicios y las virtudes de estos. Estas isotopías se evidencian en el uso recurrente
de figuras literarias que a la vez resaltan y embellecen las ideas que pretenden
transmitirse.

A nivel sintáctico, por ejemplo, se observa el uso frecuente del hipérbaton a lo


largo del poema, v. 21 (qué mal al pobre el cortesano juzga) isotopía del vicio,
en la cual el cortesano señala de culpable al pobre por su condición, sin darse
cuenta quien es el causante de esta; y v. 248-250 (Sólo los que lo son, sólo en
los campos los miserables condolerse saben y dar su pan al huérfano
indigente) isotopía de la virtud, en cuyos versos se expresa la humildad y
compasión que se aprende viviendo en el campo.

En el plano morfológico, las isotopías son reforzadas mediante el uso del


epíteto, que logra describir, mediante diversos adjetivos, la moral corrompida
de la sociedad cortesana, la codicia, el libertinaje y el abuso (ciego interés,
lascivia ardiente, padre injusto, imprudente adulterio, vil lacayo,). Del mismo
modo resalta los valores morales y alaba las relaciones familiares que
mantienen entre sí los campesinos (sencillas afecciones, plácido dulzor, tierno
encanto, inocente amor).

Al ser este poema, un claro ejemplo de la poesía ilustrada, el autor acude


frecuentemente a las preguntas retóricas. Otra figura literaria del campo
semántico, que juega un papel muy importante en el desarrollo del poema y
mediante la cual el autor consigue inducir a la reflexión y realzar las isotopías
que propone. Por un lado, se ponen en tela de juicio los vicios e inmoralidades
de los cortesanos, su comportamiento egocéntrico, holgazán e indiferente en la
sociedad (¿Y osamos desestimarlos?, ¿Y por vil la tenemos?). Especialmente
en los versos 229-23 (¿No ves la trampa, el fraude, la bajeza, la insaciable
disipación, el deshonor lanzarlos en el abismo del oprobio, donde mendigarán
sus nietos infelices, con los mismos que hoy huellan confundidos?) en donde
se observa a su vez otra figura literaria, la enumeración. Con ésta pregunta
retórica, se pretende hacer consiente al lector de la decadente sociedad en la
que se encuentran, de la corrupción total de los valores que inevitablemente les
conducirá en declive a ellos mismos y sus descendientes. Por otra parte, en los
versos 308-311 (¿Qué valen tantas raras invenciones de nuestro insano
orgullo, comparadas con el montón de sazonadas mieses que crio el
labrador?), se le da más valor a la labor que llevan a cabo los campesinos frente
a las trivialidades de la alta sociedad, victima del ocio y la codicia.

Con la personificación del orgullo v. 64 («¿Qué hay”, nos grita el orgullo,


«entre el colono de común y el señor?), se consiguen reforzar las ideas de
vanidad, altivez y superioridad de esta clase social. La razón, que también es
personificada, v. 81 (por más que grite la razón severa), se muestra de carácter
estricto y al mismo tiempo despojada de su poder. Razón y orgullo son temas
representativos del discurso de la ilustración.

En conclusión, “El filósofo en el campo” constituye una crítica social, un


llamado a la moral y el buen juicio. El poeta Meléndez Valdés se vale de
múltiples recursos literarios para lograr con esta epístola una descripción muy
detallada de los males que azotan la sociedad de la época del siglo XVIII. Una
sociedad a la que aborrece, rodeada de un lujo escandaloso e innecesario, doble
moralista que sin más ni más juzga y se burla de la clase menos favorecida.
Una sociedad en la que el campesino, quién con su duro trabajo provee de
alimentos y mano de obra a la corte y que irónicamente está sumido en la
miseria. Meléndez Valdés resalta cómo el noble campesino, con amor y
dedicación se entrega a sus labores y, en ausencia de bienes materiales, conoce
muy bien el significado del respeto, la honra y el valorar de la familia.

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