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e los pijos
Ser rico debe ser muy duro para la supervivencia. Y más cuando se reside en el barrio
de Salamanca de Madrid, con un precio medio por vivienda de un millón de euros y
unos niveles de renta que se encuentran entre los más elevados del país. ¿De qué sirve
tener un montón de dinero si no puedes salir a gastarlo? ¿Cómo se atreven a decretar
/
un estado de alarma que impide ir a exhibirse al club de campo? ¿Acaso la libertad de
los elegidos no consiste en poder ignorar a las autoridades sanitarias? La protesta de la
calle Núñez de Balboa está llena de contrastes y de historia.
Durante la guerra los aviones franquistas arrasaron buena parte de los distritos de
Madrid, pero recibieron órdenes expresas de no bombardear el barrio de Salamanca.
Así, los acaudalados que habían respaldado y financiado el golpe militar pudieron
regresar a sus inmuebles intactos, mientras el resto de la ciudad tuvo que afrontar una
muy ardua reconstrucción. También en los bombardeos se pueden manifestar
diferencias de clase social.
Ese apoyo de los más ricos al dictador fue generosamente recompensado con todo tipo
de prebendas, adjudicaciones, concesiones y chanchullos, en el marco de la corrupción
estructural del régimen. Era prácticamente imposible consolidar una fortuna sin el
beneplácito de los gobernantes. Tras la muerte de Franco, la Transición implicó una
apertura en lo político, que posibilitó la entrada en las instituciones de partidos
democráticos. En cambio, la continuidad de las élites económicas fue absoluta, más allá
de permitir algunas incorporaciones interesadas para mantener su influencia, a través
del mecanismo de las puertas giratorias.
Igual que el barrio de Salamanca no podía ser bombardeado, tampoco podían ser
cuestionadas las prerrogativas de nuestras élites económicas. Ni en la dictadura, ni con
posterioridad. Por eso se mantuvo esencialmente una estructura tributaria que en la
práctica supone que las grandes empresas y las grandes fortunas del país apenas
paguen impuestos, a diferencia de sus equivalentes en los principales países europeos.
Como ya anticipara Antonio Machado, la mentalidad del señorito en España está
vinculada a considerar que la patria son sus intereses y no el bienestar de todas las
personas.
Ese es el contexto de las protestas del barrio de Salamanca. Hay demasiadas ventajas
que conservar. Desde mi respeto al derecho de manifestación, incluso en estado de
alarma (si se adoptan las medidas de protección adecuadas), no puede sorprender que
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gran parte de la sociedad haya percibido algo más que una mera revuelta callejera. No
puede sorprender que haya percibido insolidaridad, clasismo, prepotencia, frivolidad
irresponsable, carencia de valores comunitarios, soberbia de casta intocable o
desprecio por las normas sanitarias. No puede sorprender que haya percibido ese
sentimiento arrogante de quienes se creen por encima de las leyes y del sentido
común. Es demasiado impactante la comparación con el valeroso esfuerzo de nuestro
personal sanitario para salvar vidas y de tantas otras personas que se están dejando la
piel en sus actividades laborales.
Nos lo podemos tomar con humor. Esas algaradas presentan aspectos absurdos,
ridículos o surrealistas. Pero nos equivocaremos si no captamos su profundo
significado simbólico: la calle Núñez de Balboa es solo la avanzadilla y pronto
presenciaremos un despliegue infinitamente superior. Está en juego si nuestras élites
económicas amarran o no sus privilegios. El conflicto puede ser muy intenso, porque la
experiencia les ha enseñado que la mejor defensa es un buen ataque. Y el áspero
debate colectivo que se avecina no será ninguna diversión.
Al empezar una actuación memorable, John Lennon dijo con sorna que quienes
ocupaban los asientos más baratos podían aplaudir y los que estaban en los palcos
podían hacer sonar sus joyas. En el barrio de Salamanca han seguido ese espíritu y han
irrumpido en la vía pública con la cubertería de plata, los palos de golf y el atuendo
pijo algo desfasado. Exigen libertad para ir a comprar a sus tiendas selectas. Es una
regla humana que nadie renuncia a sus privilegios sin oponer resistencia.