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por
1. DEFINICIÓN DE GOCE
?
Green, A. El Ideal : mesura y demesura Revista de Psicoanalisis 45 (1): pp.9-39, 1988.
2
Green, A. Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986, p. 123
3
Lacan, J. Los cuatro conceptos básicos del psicoanálisis. Seminario XI. Texto establecido por
Jacques- Alain Miller. Barral, Barcelona, 1977, 287 pp.
4
Freud, S. Índices y bibliografíase en Obras Completas (t. XXIV). Amorrortu Editores, Buenos
Aires, 1976, p. 441.
3
Con ello, para Lacan, el goce se convierte en algo distinto del placer, ya
que el goce siempre quisiera exceder los límites del principio del placer,
siempre a la busca de ese objeto perdido, de lo que falta en el Otro con lo
5
Laplanche, J. y J. B. Pontalis. Diccionario de Psicoanálisis. Editorial Labor, Barcelona, 1971, p. 473.
6
Menassa, M.O. Deseo de nada – fobia y Fetiche – Instante de la mirada.
http://www.grupocero.org/EscuelaPsicoanalisis/conferencias/deseodenada/conferencia25.htm
7
Wikilibros. Diccionario de psicoanálisis. http://es.wikibooks.org/wiki/Diccionario_de_Psicoan
%C3%A1lisis_/_Sublimaci%C3%B3n
5
Habría así un primer paradigma del Goce en Lacan, que surgiría a partir de
la introducción de lo simbólico, cuando la función de la palabra es dar
sentido, desde el campo del lenguaje, de la comunicación intersubjetiva y
de la dialéctica que ésta conlleva, en la transferencia, como vínculo
intersubjetivo, en la disimetría en la que ese fenómeno aparece, donde uno
habla y el otro escucha e interpreta.
8
Roudinesco, E. y M. Plon. Diccionario de Psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 406-409.
9
Miller, J.A. Los seis paradigmas del Goce.
6
10
Roudinesco, E. La batalla de cien años (2): Historia del Psicoanálisis en Francia. (2) (1925-
1985).
Editorial Fundamentos, Madrid, 1993, p. 152.
7
Lo significante estaría del lado del sujeto, del yo, mientras el goce haría
parte del campo del inconsciente.
Así, el goce conduciría a una satisfacción narcisista, por fuera del Otro del
lenguaje y en la experiencia analítica emergería como una falla de la
cadena significante, como se daría en el caso de las perversiones
transitorias en un contexto neurótico 11, durante la experiencia analítica.
Muñoz, P.D. La invención lacaniana del pasaje al acto. De la psiquiatría al psicoanálisis. Manantial,
11
la significatización del goce, que pasa por las horcas caudinas del
significante, proceso, a través del cual, el goce queda sometido a la
significación.
c. EL GOCE IMPOSIBLE
12
Lacan, J. La ética del psicoanálisis. 1959-1960. Paidós, Buenos Aires, 1988, 387 pp.
12
d. EL GOCE NORMAL
De ahí del arte y sus objetos o el cuadro que se vinculan con el goce en un
ámbito tranquilizador y reconfortante, que viene a hacer bien al espectador,
entonces se va del cuerpo fragmentado, el de las pulsiones parciales y las
zonas eróticas, que buscan su propio bien, su propia satisfacción, su goce a
una integración el goce, sin transgresión alguna, lo que me parece que va
más en la línea de la hegemonía de la organización genital en Freud. 13
1. La alienación (simbólica)
Completas (t. XIX). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, pp. 141-149.
15
2. La separación.
francés tan antiguo como el del siglo XIII, el significante béance tiene el
sentido de intención o deseo y vuelve al siglo XX, con la expresión de
Céline une béance enorme o en los términos médicos para designar la
abertura anormal de un orificio.
Dichas palabras vienen del latín popular batare que remite al ruido
producido por la apertura de la boca. Según Corominas, esa palabra latina
en castellano sólo dejó dos locuciones: badal y bahía, bozal y apertura de
la tierra para incluir el mar, pero en catalán el verbo badar quiere decir
abrir la boca pero el término lacaniano se tradujo como hiancia, el cual no
es reconocido por la Real Academia de la Lengua ni el diccionario de
María Moliner; tal vez se utilizó para crear una palabra que tenga
consonacia con hiato y béance, como un juego retórico, dado que la
palabra hiato habla de separación, de apertura. Por eso se sugiere que se
use el término oquedad.
e. EL
GOCE DISCURSIVO
18
Es algo que Lacan toma de Peirce, quien decía que el signo representa algo
para alguien, que no puede ser otra cosa que un sujeto, por lo que sale de
allí es un Otro significante, como instancia de un sistema de
encadenamiento significante.
Con ello, el significante deviene causa del sujeto, ya que sin él no habría
sujeto en lo real, donde siempre estaría en un estado de discontinuidad, en
falta, como reflejo de un conjunto vacío.
15
Lacan, J. Seminario 17: El reverso del psicoanálisis. Paidós Ibérica, Barcelona, 1992, 232 pp.
20
goce, que hace que se amplíe la lista de los objetos a, más allá de los
objetos naturales, por ejemplo a objetos de la industria, los gadgets, de la
cultura, a través de la sublimación, como cosas que pueden colmar la falta,
el –φ pero sin hacerlo de una manera exhaustiva A esos objetos, Lacan los
llamaría los menudos objetos a, que abundan en nuestra sociedad para
causar nuestro deseo y taponar la falta de goce, así sea por un instante; ahí
aparece entonces la repetición, con su búsqueda insaciable de goce, que no
se detiene, en tanto y en cuanto, sólo podemos gozar de pequeñas migajas,
substitutos del goce, todo lo cual genera una escisión entre el cuerpo y su
goce, un corte entre libido y naturaleza, que más bien conecta las pulsiones
de vida con la cultura; allí el objeto a funciona también como un
significante, algo que el goce, en lo real, no lo es.
f. EL GOCE DISCURSIVO
Lacan lo incluye a partir de su seminario XX, Aún 17, un texto que invierte
la trayectoria de su autor porque, allí, Lacan toma el fenómeno del goce
como punto de partida, a diferencia del Lacan que partía del lenguaje y la
palabra como comunicación dirigida al Otro, ahora ya en el principio no
estaba el verbo sino el goce, como estaría tentado de decirlo, Néstor
Braunstein. 18
17
Lacan, J. Seminario XX: Aún. 1972-1973. Paidós, Buenos Aires, 1981, 177 pp.
18
Braunstein, N. Goce. Editorial Siglo XXI, México, 1995, p. 11.
23
Por ello, Aún sería el seminario de las no relaciones, donde los conceptos
fundamentales de Lacan pasan a ser meros conectores en vez de términos
de estructuras trascendentales paara llegar a una pragmática social; el goce
no opera ya con la palabra y a partir del sentido y del discurso analítico
como se había concebido hasta entonces.
Para graficar ésto, Lacan recurre a unos círculos de Euler, para representar
conjuntos o relaciones con una intesección vacía, que se representaría así:
Tal intersección vacía podría ser llenada con cierto número de términos, de
suplencias o de operadores de conexión entre los dos conjuntos, que
funcionarían como vínculos.
Otra versión del goce Uno sería su concentración en la parte fálica del
cuerpo, en una dialéctica entre el goce del propio cuerpo y un goce fálico
especializado, como otra figura del goce Uno, que vendría a ser el goce del
idiota, del solitario, el goce masturbatorio, que no se relaciona con el Otro,
que, a lo sumo, se relaciona con la palabra, como relación del otro en la
comunicación, que podría esquematizarse así:
De esta manera, el goce de la palabra sería un goce esencial, puro bla, bla,
bla, que no apunta ni al reconocimiento ni a la comprensión, como
modalidad del goce Uno; habría entonces un cuerpo que habla por distintos
medios aunque el lugar del goce sea siempre el de un cuerpo que se mueve
o dice cosas, sin que ello implique que ese cuerpo esté ligado a un Otro,
sino vinculado con el propio goce en sí, por ello, para este Lacan el análisis
lo que buscaría no sería ni la significación ni la solución del enigma sino la
19
Tustin, F. Autismo y psicosis infantiles. Paidós, Buenos Aires, 1977, 164 pp.
20
Green, A. Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986, p.
116- 126.
27
Ese goce Uno sería del orden de lo real, muy distinto al primer Lacan de la
comunicación, cuyo paradigma sería el chiste en el que el receptor sería el
receptor del goce del emisor, el que responde con su risa, al captar la
transgresión de un código lingüístico común a ambos.
21
Uribe Merino, C. Por los caminos de Sartre. Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2005, 407 pp.
28
Pero, Lacan también se interesa por la conexión entre los distintos goces,
ya sean opuestos o que se pongan en relación.
Bernini nos muestra a una Santa Teresa en uno de sus goces absolutos.
22
Freud, S. A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el “Hombre de las ratas” en Obras Completas
(t. X). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, p. 133.
29
23
Freud, S. Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber) en Obras
Completas (t. XII). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, p. 32.
30
Y el niño del carretel, del que Freud nos habla en Más allá del prnicipio
del placer, texto con el que inaugura su concepto de pulsión de muerte,
también lo hace, al fantasear el reencuentro con la madre ausente.
El mismo Freud nos dice que ese logro cultural de no armar una pataleta,
implicaba una renuncia a la satisfacción pulsional al escenificar él mismo,
con objetos a su alcance, ese desaparecer y reaparecer pero, al padre del
psicoanálisis le resultaba imposible que la partida de la madre le resultara
agradable o indiferente, lo cual iría a contrapelo con la idea de que el juego
es movido por el principio del placer, puesto que si bien el juego era
repetitivo, se reiteraba mucho más el símbolo de la desaparición, sin llegar
al placentero final de la reaparición, ya que hacía que el niño representara
la partida era el tener el control de algo que había sufrido pasivamente,
situación, de suyo, displacentera, sobre la que ahora pretendía tener algún
control o como una forma de expulsar a la madre como venganza por lo
desamparadora que le resultaba o como una forma de negar la necesidad
que tenía de ella, fenómeno lúdico que puede ser observado en otros niños,
quienes repiten en el juego lo que les ha causado una gran impresión, lo
que les ha resultado traumático, como una forma de adueñarse de la
situación, al trocar la pasividad en la vivencia por la actividad lúdica.
24
Freud, S. Más allá del principio del placer en Obras Completas (t. XIX). Amorrortu Editores,
Buenos Aires, 1976, pp. 14-17.
31
Pero también goza el niño que se llena de júbilo ante la imagen integradora
del espejo. 25
El goce primordial sería el del pecho materno, que viene luego a ser
prohibido por la Ley del padre, quien aparece para destronar al niño
maravilloso del psicoanálisis, a His Majesty, the Baby.
25
Lacan, J. El estadio del espejo como formador de la función del yo [“je”] tal como se nos revela
en la experiencia psicoanalítica en Escritos I. 3ª. edición, Siglo XXI editores, México, 1976, pp.
11-18.
32
Ese goce más que satisfacer la pulsión vendría a satisfacer la necesidad, así
la pulsión sea la que insista en la repetición, siempre tendiendo a un blanco,
a un objeto y un fin, sin alcanzar nunca saciedad, siempre frustrada, pero
siempre en disposición de volverse a lanzar en su búsqueda.
Y sí; podríamos decir que el goce tiene que ver con la pulsión, en el ámbito
de la necesidad, siempre con un saldo de insatisfacción, motor de la
repetición, en busca de encontrarse con la Cosa, como objeto absoluto, para
recuperar un goce del ser, a partir del cual el sujeto podría ex–sistir y ahí
se daría una oposición entre un goce primigenio o del ser.
La palabra, que viene del Otro, obliga a su renuncia para substituirlo por un
placer corriente, para nada absoluto, lo que permite el pensamiento y la
representación de la realidad, que nos hace más juiciosos al dar lugar al
goce fálico, más vinculado a los procesos secundarios, que al proceso
primario, reino del goce, más cerca del polo psíquico de la pulsión.
Y para ilustrar ese goce del ser, tendríamos que pensar en el goce Uno, el
de la no-relación, del sexto paradigma lacaniano, tanto en los recién
nacidos, en los catatónicos estuporosos o en los autistas, como una especie
de goce absoluto, que saca el cuerpo a las horcas caudinas de la cadena
33
Tal vez sea por ello, que el esquizofrénico acuda a sus ensaladas de
palabras, en un habla escindida, como resistencia y rebeldía ante el Otro, al
que se empeña en negar, en forcluir, con sus ataques al vínculo, bajo el
imperativo de retornar al goce del ser, que el autista procura mantener
siempre, para hacer una negación destructora del deseo, ya que no se quiere
pagarle al Otro ninguna cuota de goce, para mantenerse en la inmanencia
del goce narcisista, sin el establecimiento de ningún lazo social, que exige
una necesaria intromisión del Otro y su legalidad, para convertirnos en
seres en falta, en seres deseantes.
4. LA DESGOCIFICACIÓN
Así, las pulsiones permanecerán del lado del Ello, como desde un polo
somático que puede representarse mientras el Yo se encarga de hacer
transacciones con el Otro y de organizar sistemas defensivos contra los
excesos de goce, que es lo que permite pensar una clínica del goce.
5. EL GOCE PSICÓTICO
- Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga… La
cuestión es saber quien es el que manda… 27
- en un triunfo sobre el Otro,
al que ataca gozoso con su agudeza, para burlarse del sentido reverencial
que atribuye a las palabras significados absolutos.
26
Braunstein, N. El Goce. 3ª. Ed., Siglo XXI editores, México, 1988, 245 pp.
27
Carroll, L. Alicia a través del espejo. Alianza Editorial, Madrid, 1973, p. 116.
35
Si acudo a Lewis Carroll, no es para hacer una análisis del escritor, quien
desde el lado de lo consciente lo que se proponía era hacer un ataque al
nominalismo, muy lejos de pensar que sería calificado por Cabrera Infante
como un hito fundamental de la literatura moderna, quien reconoce su
papel en la subversión literaria, dado que Carroll mantenía la idea de que
cualquier escritor está perfectamente autorizado para atribuir el significado
que quiera a cualquier palabra o frase que pretenda usar, hasta llegar a
adoptar sus propias reglas siempre, siempre y cuando sea consecuente
consigo mismo y con los hechos aceptados por la lógica. De esa manera,
Carroll se convertiría en un notable precursor del positivismo lógico, se
permitía ciertas licencias, sin que podamos decir propiamente que el suyo
36
Pero ese sujeto del goce es sólo mito, al permanecer en un goce del ser
inmanente, como un ser en-sí que no trasciende hacia el Otro ni hacia los
otros, de tal forma que no puede advenir para-sí.
28
Ídem. pp.204-205
29
Aulagnier, P., Los Destinos del Placer: Alienación, amor, pasión, Argot, Barcelona, 1984, 259 pp.
37
que el infans sea borrado por el voraz deseo de ese Otro, la madre, con el
riesgo de ser devorado por ella, como si se tratase de una bruja.
6. EL GOCE FEMENINO
Ese goce femenino es distinto del goce fálico por no estar tan ligado como
éste a la palabra, pero ya no es el goce del ser, ligado a la Cosa, anterior a
toda significación fálica.
Lo cierto del caso es que ni hombres ni mujeres nacemos como tales, más
allá de la diferencia anatómica de los sexos, se precisa de todo un proceso
de sexuación y será el Otro, el que terminará por decirnos si somos varones
o hembras, dentro de la lógica binaria del tener o no tener, la cual ha sido
subvertida por los transexuales, puesto que la sexualidad humana dista
mucho de lo natural, ya que lo simbólico viene a constituir la identidad de
género y la identidad sexual, al ser asumidos por la cultura como hombre o
mujeres, para desde lo simbólico orientar y regular el campo pulsional, con
la función fálica como legisladora del deseo y organizadora de la
sexualidad del individuo.
Habría un primer tiempo, en el que se daría una diferencia natural entre los
sexos como parte de un real, que cobrará valor cuando venga el proceso
simbólico, con la nominación de un discurso sexual, que inscribe al sujeto
en criterios fálicos, para circunscribir su goce y en un tercer tiempo vendrá
la circunscripción al goce fálico, el cual nos lanza a la sexuación, para
ubicarnos en nuestra condición de hombre o mujeres, a quienes nos será
imposible la relación sexual, entendida como goce absoluto en la fusión de
un andrógino escindido.
Pero volviendo tras esta digresión al goce femenino, éste es en parte goce
fálico y goce enigmático, ligado con lo indecible, con lo inefable, un goce
más allá del falo, como goce del cuerpo que no se complementa con el goce
masculino; más bien podríamos decir que es un goce suplementario,
irrestringible, ilocalizable, por lo que aparece como un enigma irresoluble,
sin participar de las características míticas del goce del ser.
7. EL GOCE SINTOMÁTICO
30
Morel, G. Ambigüedades sexuales: sexuación y psicosis. Manantial. Buenos Aires, 2002, 275 pp.
40
Se trata de un goce primigenio, que hay que descifrar, para hacerlo pasar
por las horcas caudinas de la palabra, para articularlo en la cadena
significante, que le otorgue signficado, a través de lo que el analizante
viene a decirse para pasar del goce del ser al goce del pensar, en busca de
una verdad inconsciente, filtrada entre las mallas del lenguaje, susceptible
de una hermenéutica, dadora de sentido A un inconsciente que se presenta
como discurso anterior y marginal a toda interlocución, sin sentido, con la
aparición pensamientos sorprendentes, que ni siquiera se advierten en el
interior de uno mismo, que nos resultan ajenos, desagradables e
inquietantes.
31
Poe, E. A. Narraciones extraordinarias completas y seguidas de varios poemas, vol. II. Obras
Maestras, Editorial Iberia, Barcelona, 1958, pp. 135-152.
32
Lacan, J. El seminario sobe “La carta robada”. en Escritos I. , Siglo XXI editores, México, 1975, pp.
11-62.
42
No cesaremos de explorar
Y, al final de todas nuestras exploraciones,
llegaremos a donde comenzamos
y conoceremos el lugar por vez primera.
De ahí que las búsquedas de Proust, Freud y Lacan parecieran ser una
misma cosa, al ir tras un momento fortuito de un desborde de lo real, en un
ámbito en el que se pierden los marcos tranquilizadores de la realidad, para
lograr una tyché lacaniana, un encuentro, el cual permite reexperimentar la
vivencia de una identidad de percepción, un reencuentro con viejas
sensaciones, con marcas originarias, cuando la palabra se pone al servicio
del ser que habla.
*
Eso fue lo que permitió a Kiko, un niño paranoide, cuando las resistencias a
entrar a la consulta hicieron que su madre desalmada, como una verdadera
troglodita, lo arrastrara por el pelo para obligarlo a entrar a mi gabinete, se
recuperara de una experiencia tan traumática.
Al oír la gritería de ella y los gemidos del pequeño, salí del gabinete para
atenderlos en la sala de espera; me acerqué al niño y lo invité
34
Borges, J. L. Obras Completas (1923-1972). Emecé Editores, Buenos Aires, 1974 pp. 617-628
44
Cuando el pequeño, mucho más avanzado el proceso, se fué, tras cantar los
primeros versos de el Lamento Borincano, comprendí que juntos, él y yo
habíamos hecho, en el análisis, una pequeña obra de arte, que pudimos
desmontar terroríficos espejismos de una realidad ya, de suyo, bastante
terrible, sin acudir a nomenclaturas ni a taxonomías, al hacer consciente lo
inconsciente, en esa sucesión de actos analíticos que constituye el proceso,
a través del interjuego de lúdica y palabra.
Kiko no traía su queja, más bien era traído por el mundo adulto, por causa
de una ansiedad y una inquietud infantiles que les resultaban insoportables;
una angustia muy próxima a las ansiedades psicóticas, pero yo estaba allí
como un Otro, que no lo invadía sino que lo esperaba, siempre respetuoso
del pequeño, casi como la dama japonesa, que tenía yo en mi consultorio de
adultos, quien tiende sus manos con migajas de pan a los ariscos cuervos
para que éstos se acerquen a comer en ellas.
45
Pero es preciso saber que los psicóticos, los neuróticos y los perversos
manifiestan distintos goces.
35
Neruda, P. Me gustas cuando callas. http://webalia.com/poesias/me-gustas-cuando-callas/gmx-niv94-
con1263.htm
36
Darío, R. Margarita. http://www.analitica.com/bitblio/ruben/margarita.asp
46
que ella dirige su demanda, para seguir atrapada en sus síntomas y, algunas
veces puede que se encuentre con un sádico, como le sucediera a la
protagonista de Belle de Jour, el filme de Luis Buñuel.
37
Millot, C. Desir et jouissance chez l’hysterique en Histèrie et obsession. Navarin, París, 1986, p.219.
48
El perverso aparece para el otro como un ser vivo, de ahí que ese otro le
solicite insistentemente su parecido; él está allí, en la realidad aprehensible
y su capacidad seductora es porque promete ser el sostén de sus pulsiones,
dado el valor fálico que adquiere, como valor absoluto para la libido del
sujeto; él aparece como si tuviera un estado de perfección, de soltura, de
poder, en un cuerpo semejante, connatural, más valioso de ese otro que
queda atrapado en él, ya que es una imagen narcisizante, ejemplar, si
acudimos a la definición de yo ideal dada por Françoise Dolto. 39
38
Roudinesco, E. y M. Plon. Diccionario de Psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 919.
39
Dolto, F. El caso Dominique. 2ª. ed., Siglo XXI editores, México, 1976, p. 225
50
El perverso trata de mostrar que él sí sabe gozar, con todo su savoir faire,
con todo su know how, con toda su tecnología amatoria, ya que el perverso
se muestra triunfador allí donde el neurótico fracasa; si éste tiene
conflictos, él parece ignorarlos, ya que lo que el perverso desmiente es la
existencia misma de lo inconsciente; el no deja nada al azar, el es el
titiritero, en un teatro en el que el histérico está fascinado de actuar, ante un
director que exige la escenificación perfecta.
harían los autores del Malleus Maleficurum, con el martillo de las brujas,
ya que es preciso que los analistas podamos indagar sobre el goce perverso
y preguntarnos por la contratransferencia que éste puede ocasionarnos, ya
que no somos ni jueces ni sacerdotes, funciones que serían incompatibles
con la del analista. 41
41
Rudge, A.M. Notas sobre o discurso perverso. Interações, julio a diciembre, 10: 35-44, 2005.
42
Sartre, J-P. Saint Genet, comedien et martyr en Oeuvres complets de Jean Genet. (t. II). Gallimard,
París, 1952, p. 55
53
43
Moguillansky, R. Nostalgia del absoluto, extrañeza y perplejidad: Clínica y teoría de lo negativo: la
pérdidad de la ilusión de lo absoluto y la ruptura del sentido común.. Libros del Zorzal, Buenos Aires,
2004, pp. 239-249.
44
Íbid, pp. 250-261.
55
El suicida es alguien que decide no saber más, lo que lo lleva a esa elección
de borrarse como sujeto, en un intento logrado o fallido de apartarse del
Otro, para mostrarle su inconsistencia, con lo cual con su muerte el suicida
deja tachado al Otro, salpicado de sangre, de culpa y de espanto.
La droga opera mediante la a-dicción con una lógica parecida, aunque tanto
el suicidio como las adicciones son conductas fenomenológicas más que
estructuras clínica, por lo que pueden darse tanto en la neurosis, la
perversión o la psicosis; es por ello, que se nos ha enseñado que las
adicciones son más síntomas que trastornos en sí mismos que
enfermedades propiamente dichas, como parecen asegurarlo las
clasificaciones de trastornos mentales.
Para los adictos, la droga deviene en un objeto del que se tiene una
necesidad imperiosa e indiscriminada, en un ser que no tolera el
aplazamiento del deseo, ni la substitución de ese objeto por otro, fenómeno
que parece diferenciarse de la variabilidad del objeto de la pulsión. En estos
casos prima la necesidad sobre el deseo, como si se tratara de un goce
químico, en el que la substancia adictiva fuera la única alternativa posible,
como si se tratase de una decisiones forzadas: O la droga o la nada, algo
que nos acerca sobremanera al autoerotismo, al goce de la no relación, pues
a falta de la Cosa, la droga está ahí a la mano, como el dedo está para ser
succionado, con un casi absoluto control por parte del ser que se goza en sí
mismo.
- Soy un toxicómano.
O:
- Soy un homosexual.
Habremos de pensar que esa definición tan taxativa puede ocultar serrias
resistencias y que habríamos que buscar si obedece a una estructura más
fundamental, que el sujeto pretende negar de entrada con el rótulo con el
que se nos presenta, con la que pretende obturar la búsqueda de un
verdadera develamiento de su ser más singular, en la participación de una
generalidad sólo aparente.
Pero en todos estos caso, en todas las estructuras, el psicoanálisis podría
presentarse como un dispositivo que permite el despliegue del saber
inconsciente que hay detrás de la fenomenología o los síntomas que
aparecen, de tal forma que pueda descubrirse la relación del sujeto con su
goce, con la esperanza de que esté llegue a condescender con el deseo, para
que éste pueda limitarlo, al amar a alguien en la transferencia al que se le
supone un saber.
Para ello, el sujeto tiene que saber quién es, identificarse y tener en
cuenta cuál es la causa de su deseo, en esa extraña paradoja sartreana
de estar condenados a ser libres, arrojados a la acción y responsables
por completo de la misma, sin excusa alguna, para devenir en una
suerte de héroes modernos, que afrontan la angustia y los sentimientos
de culpabilidad después de haber descifrado su goce más singular, sin
reculara ni desvanecerse como sujeto, así se corra el riesgo de
convertirse en transgresor que contraviene los imperativos de la
cultura; de ahí que el psicoanálisis no sea una práctica guiada por
normas e ideales, lo que no implica que no sea crítica ni juicioso. 49
49
Sartre, J-P. El existencialismo es un humanismo. Ediciones del 80, Buenos Aires, 1985, p. 21.