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GRADO EN LENGUA Y LITERATURA ESPAÑOLAS DEPARTAMENTO DE LENGUA ESPAÑOLA Y LINGÜÍSTICA GENERAL

SEMÁNTICA DE LA LENGUA ESPAÑOLA

Profesores José Ramón Carriazo Ruiz y Carolina Julià Luna


Tutorías: miércoles, jueves y viernes de 10:00 a 14:00; despacho 703.
Teléfono (+34) 913988344 Correo-e: carriazo@flog.uned.es

LECTURA COMENTADA 1. Trujillo, Ramón (1988): Introducción a la semántica


española. Madrid: Arco/Libros.

En esta lectura comentada del primer bloque temático de Semántica de la lengua


española, se presenta un extracto de la Introducción a la semántica española, de Ramón
Trujillo, con algunos enlaces a trabajos y sitios en internet sobre teoría semántica.
Además, esta lectura debe ponerse en relación con la segunda lectura comentada en este
primer tema introductorio, también de Ramón Trujillo (1982): «La semántica», en
VV.AA.: Introducción a la lingüística. Madrid: Alhambra Universidad, páginas 185-
209.

Ramón Trujillo: Introducción a la semántica española. Madrid: Arco/Libros, 1988.

INTRODUCCIÓN

«La semántica no es el estudio de un conjunto particular de fenómenos o de problemas


generales, sino un punto de vista, una actitud metódica, relativa al análisis de los
signos y de las estructuras sintácticas de una lengua. No se puede precisar, por ello, el
objeto de una semántica española con la misma facilidad con que se acota el de la
fonología, la sintaxis o la lexicología. Si se dijera, por ejemplo, que el objeto de la
semántica es la sintaxis, sería cierto; pero no sería menos cierto si se dijera que es el
vocabulario, o que son ambas cosas» (5).
«[E]l punto de vista semántico sensu stricto […] examina los procesos lingüísticos
desde el ángulo del significado: lo característico de esta perspectiva radica en que toma
el significado como una instancia primaria en relación con las realidades que se
pueden expresar por medio de las palabras o de las frases, y no como un plano
secundario o abstracto o, lo que es lo mismo, como un conjunto de inferencias inducidas
de esas realidades significadas» (6).
«El punto de vista verdaderamente semántico no es, sin embargo, este que pretende
determinar lo que son las palabras o las frases, a partir de la naturaleza de las cosas o de
la estructura de los juicios, sino justamente al revés, el que se apoya en lo que son las
palabras o las frases y en su comportamiento. No consiste en inducir el significado de
los usos de las palabras o de las frases, sino en determinar cómo el significado de estas,
siendo primario y no inducido, actúa sobre los contextos lingüísticos o sobre las
situaciones con que se relacionen o pueden relacionarse. […] Solo tras un estudio de la
estructura semántica interna de una lengua, es legítimo pasar al análisis de las relaciones
entre las palabras y los enunciados con ese mundo “euclidiano” de la experiencia» (7).
«Mi pretensión es la de suscitar la reflexión sobre unos problemas, para los que,
desgraciadamente, tanto la rutina gramatical, como un cierto esnobismo, fanático de la
“cientificidad” lingüística, parecen tener soluciones definitivas e irrevocables. […] La

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ciencia no es un catecismo en el que toda pregunta tiene una respuesta única, sino una
actitud siempre crítica y vigilante: solo quien posee dudas razonables sobre la materia
que explica podrá formar a sus alumnos, en lugar de transformarlos en memorizadores
de información que, en el mejor de los casos, solo será información; nunca pensamiento
científico» (7-8).

PRELIMINARES. ALGUNAS PREMISAS PARA UNA SEMÁNTICA


IDIOMÁTICA

«2.1.5.1. No tiene sentido el triángulo de Ogden y Richards, porque no representa ni el


signo ni el significado. Es una interpretación ingenua de las relaciones entre lengua y
realidad» (10).
«3.3.4. Sería vano […] intentar establecer categorías idiomáticas como ‘instrumento,
‘agente’, ‘causa’, etc., para el español, porque esta lengua carece de los instrumentos,
fonológicos o sintagmáticos, necesarios para crear una conciencia lingüística
diferenciada de tales nociones» (12).
«6.1. Las palabras no clasifican la realidad. Somos nosotros los que la clasificamos con
las palabras. Asiento, silla, sofá, etc., no constituyen una organización lingüística, como
no la constituyen tampoco guapo, bello, hermoso, etc. Es al revés: nos valemos de las
palabras para organizar nuestra experiencia. La lengua solo sirve de instrumento» (17).
«6.9. Un diccionario de la langue tendría que comenzar mostrando los usos que se
encuentran más distantes de los considerados como “normales”. Es la única forma de
situar al usuario ante una muestra válida de las posibilidades infinitas de cada signo y de
acercarlo a una correcta intuición del significado, entendido como la unidad que permite
comprender esa variedad.
6.10. Un diccionario que solo defina o describa usos no representa la competencia
lingüística de ningún hablante, y solo servirá para limitar la capacidad creativa del
usuario, cuando no para desarrollar un purismo insano. Si se quiere hablar, por ello, del
“lexicón”, como componente de la gramática, habrá que referirse a algo totalmente
diferente de un sistema de definiciones o de usos ya “aceptados”, que es justamente lo
contrario de un mecanismo generativo» (18).

I. EL OBJETO DE LA SEMÁNTICA

1. Cuestiones iniciales
«Se trata siempre de lo mismo: los principios organizadores están solo en la sintaxis, y
el diccionario no puede hacer otra cosa que aportar información sobre el uso sintáctico
del léxico, ajustándose inevitablemente al plano de la “norma” (es decir, de los usos
“registrados”, no de los “posibles”) y sin poder justificar o explicar nunca el sentido
concreto de cada desviación, también concreta, de esa norma» (20).

2. Semántica y sintaxis
«Los partidarios del “lexicón”, como componente de la gramática, pretenden resolver la
dificultad alegando que las formaciones “anómalas” carecen en sí mismas de
significado, aunque puedan interpretarse —i. e. recibir secundariamente un
significado—, poniéndolas en relación con secuencias correctas» (21).

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«Es el punto de vista del paleto, que no puede admitir como significado algo que no es
posible en lo que él entiende por realidad1» (22).

3. La semántica léxica no afecta a la construcción


«De hecho, cualquier regulación sintáctica del léxico que se intente tropieza con el uso
lingüístico en tal medida y con tal frecuencia, que cabe preguntarse seriamente si se
trata de reglas de las lenguas o de prejuicios del analista, que ve en el lenguaje el espejo
de sus ideas sobre las cosas, sobre lo que existe y lo que no existe, sobre lo verdadero y
lo falso, etc. […] Es evidente, además, que ningún hablante posee o maneja reglas
gramaticales que le permitan predecir los significados o las situaciones correspondientes
a cualquier combinación nueva o anómala de palabras que pueda producirse: cada una
de ellas es siempre “creación” semántica que instituye una realidad que no existía
antes, ni existirá luego, fuera de la construcción que le da vida» (23).
«[S]ería absurdo afirmar que la estructura semántica del español es la suma de todos los
contenidos de las palabras que lo componen. Tales contenidos, por el contrario, no
constituyen un sistema organizado, sino un repertorio arbitrario de posibilidades de
conformación de la experiencia, a través del significado concreto de cada uno de los
signos. No es siquiera el léxico, como se ha dicho alguna vez, una organización
semántica del mundo, es decir, una especie de sistema ontológico peculiar de cada
idioma, ni tampoco el reflejo de la visión que una colectividad lingüística determinada
posea del universo.
Toda lengua admite cualquier visión del mundo: ahí está el inglés, hablado, sin el menor
problema, por pueblos que poseen culturas diferentes» (24).
«El significado de una oración o de un texto es “anterior” a cada uno de los signos que
lo componen, pero su identidad dependerá solo de esos signos, con exclusión de
cualesquiera otros. […] Ninguna secuencia se percibe como la suma de los signos
componentes, sino como una relación entre ellos: trino amarillo deja de ser ‘trino’ y
‘amarillo’ para transformarse en una relación entre estos dos significados. […]
Los signos o las palabras tienen, individualmente, un significado en lengua —la
identidad que subyace al conjunto de los “ejemplares”—, distinto de cada uno de sus
sentidos contextuales posibles, en tanto que las expresiones complejas poseen un
significado “autónomo”, que no es más que la relación entre los significados
individuales, y que es, además, distinto de los sentidos que puedan atribuirle los
usuarios, cuya tarea consiste en interpretarlos o en intentar “comprenderlos”,
analizándolos en relación con sus experiencias particulares» (25).

4. El vocabulario no representa una organización del mundo


«Con todo, la “fisonomía” general del vocabulario de una lengua es decisiva y depende
de un núcleo limitado de signos, seguramente común en su mayoría a todas las
variedades dialectales, y en el que los rasgos básicos del contenido son compartidos por
el nivel de la gramática, que es el plano en el que se encuentran las características

1
No se trata aquí de discutir qué es lo real, pero parece evidente que es algo que no se puede definir en
términos absolutos, ya que cambia no solo de unas culturas a otras, sino de unos hombres a otros. Cuando
se hable de realidad en lingüística ha de entenderse necesariamente aquella que posean los enunciados
mismos como tales, con independencia de las opiniones que cada uno de nosotros pueda tener sobre las
cosas que son y las que no son.

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semánticas más estables y más sólidamente organizadas de una lengua. Es esa zona del
plano gramatical —y seguramente también la de ese “núcleo” básico interno del
vocabulario— el punto de partida para extraer la “teoría” semántica de cada lengua
particular» (27-28).
«El significado referencial, que es el resultado del uso colectivo del léxico, es el objeto
natural de la lexicografía (siempre que no sea también, como ahora sucede, la causa de
sus limitaciones), en tanto que el significado, como función interna, tanto en lo que se
refiere al léxico, como a la gramática, debe ser la única meta de la semántica, cuyo
objetivo último —aunque acaso no alcanzable “directamente”, sino como conjunto de
comportamientos— es el significado puro, desprovisto de las contingencias
referenciales, es decir, lo que podríamos llamar más propiamente “el significado
poético” pues no debe olvidarse que el significado referencial o denotativo es la
“ganga” de la poesía» (28).

II. PRIORIDAD DEL SIGNIFICADO

1. Es esencial tener en cuenta el significado


«[H]ay tres posibles “lingüísticas” diferentes, según sea la posición que ocupe el
significado en el planteamiento y explicación de los fenómenos.
Cabe pensar primero en una lingüística sin semántica, esto es, en una explicación de los
hechos del lenguaje al margen del significado. Ese ha sido, hasta donde resulta posible,
el ideal de los formalismos, que no han solido pasar nunca de las cuestiones de
distribución y de las de identificación y clasificación de las unidades “empíricamente
verificables” de una lengua. […] El punto de vista habitual en este orden de cosas es el
de la confusión del significado idiomático con la organización de las cosas o con las
clases de realidad designada. […]
Pero este no es, sin embargo, un punto de vista semántico, porque no se funda en lo que
realmente “significan” los enunciados, sino en lo que “designan”, considerados como
sustitutos ocasionales de tipos de realidad convencionales: un punto de vista
semántico, no ontológico, […] implica la consideración del significado o de los
significados, como valores autónomos del lenguaje, no dependientes de las
circunstancias de la realidad a que puedan referirse en cada caso» (29-30).
«[P]arece evidente que todo signo, toda construcción lingüística, mantiene una cierta
unidad significativa que impide que en su lugar pueda entenderse “cualquier cosa”, con
independencia de que sí pueda referirse a “muchas cosas reales diferentes”. No es lo
mismo entender “muchas cosas” que entender “cualquier cosa”: cada significado del
lenguaje mantiene invariablemente su identidad, a través de la cual pueden
comprenderse todas las cosas reales a que lo refiramos» (30-31).

2. Identidad semántica y variabilidad contextual


«Cuando decimos que no es cierto que un signo lo pueda significar todo, nos referimos
a su identidad semántica propia, que es única e irrepetible, y que sirve de referencia
necesaria a todas sus interpretaciones posibles, que son infinitas» (31).

3. El significado condiciona la forma de la realidad

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«Pero aunque no es una novedad la consideración del significado como concepto —está
en la tradición medieval—, pocos van a comprender el esfuerzo de Saussure por separar
significado y realidad» (33).

4. El triángulo de la comunicación
«Tercos semiólogos, sin un sentido claro de la naturaleza del lenguaje, se empeñarán en
“corregir” y “completar” la doctrina del maestro, introduciendo de nuevo, en el plano
semántico, el nivel de la realidad: no hay libro sobre la materia que no incluya, e incluso
amplíe, el tristemente famoso triángulo de Ogden y Richards, que solo demuestra la
incomprensión más absoluta de las ideas de Saussure» (33).
«Tales operaciones, que son erróneas porque no describen los hechos idiomáticos,
sino sus eventuales equivalentes extralingüísticos, se hubieran ahorrado observando
el precepto de Saussure, que, además, tiene precedentes notables en Bello. “Se ha errado
no poco en filosofía —afirmaba— suponiendo a la lengua un trasunto fiel del
pensamiento; y esta misma exagerada suposición ha extraviado a la gramática en
dirección contraria”2, doctrina que aplica con gran coherencia a lo largo de su
Gramática. Huyendo, por ejemplo, de una descripción “designativa” del género, se
refugia en consideraciones estrictamente idiomáticas: los sustantivos que “se construyen
con la primera terminación del adjetivo se llaman masculinos», mientras que los que “se
construyen con la segunda se llaman fememinos”3,
porque “si todos los adjetivos tuviesen una sola
terminación en cada número, no habría géneros en
nuestra lengua”, mientras que “si en cada número
tuviesen algunos adjetivos tres o cuatro
terminaciones, con cada una de las cuales se
combinasen ciertos sustantivos y no con las otras,
tendríamos tres o cuatro géneros en castellano”4.
Este es, justamente, el criterio del idioma, no el de
las cosas: el género como forma idiomática y no
simplemente como representación del sexo de los Lección de Bello a Bolívar (detalle de
seres vivos: el tener o no tener géneros es algo que un cuadro de Tito Salas)
no depende de la realidad» (34).
«[N]inguna lengua natural representa una abstracción de la realidad, ni los
significados de los signos son síntesis de las cosas, sino “cosas” ellos mismos» (35).
«Pues aun en el caso de que la lengua se hubiese formado por un proceso de selección y
abstracción de los datos de la experiencia, esta verdad genética no contradiría la otra
verdad idiomática: en tanto que hablantes, no conocemos la lengua como algo en
formación, sino como objeto con existencia propia; no como la copia imperfecta de
algo, sino como algo que, perfecto o imperfecto, es absolutamente autónomo» (35).

2
ANDRÉS BELLO, Gramática de la lengua castellana. Edición crítica de R. Trujillo, Ed. Arco/Libros,
Madrid, 1988, Prólogo.
3
ANDRÉS BELLO, Gramática, párr. 50.
4
ANDRÉS BELLO, Gramática, párr. 55. La idea de definir el género recurriendo solo a cuestiones formales
de concordancia no es nueva, pues aparece en el Brocense y deriva seguramente de una práctica
pedagógica de los maestros de gramática. Lo sorprendente del párrafo citado es que Bello eleva esta regla
a la categoría de principio general de la teoría lingüística.

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«Si no somos capaces de comprender esta cuestión de la “anterioridad” del significado


lingüístico, como objeto real (i. e. no abstracto) que no proviene de una comparación ni
de una abstracción de los datos de la realidad, va a resultar que los políticos saben más
de semántica que los lingüistas» (35).

III. SIGNIFICADO, SENTIDO Y CONCEPTO

«Cuando relacionamos un significado con una “cosa”, con una realidad externa al
lenguaje, se produce un sentido, que es una variante semántica contextual y
situacional» (37)
«[E]l significado “determina” la esencia de lo real: parafraseando a Wilde, podríamos
haber dicho que la naturaleza, o la realidad, imitan al lenguaje: justamente lo contrario
de la creencia ingenua, aunque común entre los lingüistas, de que es el lenguaje el que
reproduce la realidad o la naturaleza» (38).

1. El papel de la «cosa» significada


«Solo en un sentido tiene significado la “cosa”: no como portadora de los rasgos
semánticos, sino como objeto que los recibe y que, de esa manera, “es significada”»
(38).

2. La imprecisión conceptual

IV. EL SIGNIFICADO ES AUTÓNOMO

«El significado es un tipo de representación cualitativamente distinto del concepto, pues


mientras que este no es más que la síntesis o abstracción de una parcela de la realidad,
el significado se representa como realidad misma, y puede, a su vez, ser objeto, como
toda la realidad, de conocimiento directo e intuitivo o de simplificación conceptual. […]
Mientras que los conceptos son abstracciones de la realidad y, por tanto, objetos sin
existencia real, los significados son representaciones autónomas, esto es, objetos
independientes con existencia propia, como las piedras o los árboles. Por eso no hay dos
significados iguales: la igualdad es solo posible en el plano conceptual» (46).

Sobre los enunciados conceptualmente anómalos


«Las “sinonimias”, en general, no van más allá de la equivalencia de situaciones, que
no es, desde luego, equivalencia de significados: no hay duda de que, por ejemplo,
ingenioso y hábil pueden referirse a situaciones equivalentes, pero significándolas de
manera distinta, es decir, como significados no equiparables en tanto que tales. […]
Parece claro que, en lengua, ninguna expresión puede sustituir a otra, aunque en la
“performance”, es decir, en una situación concreta de habla, sea naturalmente posible»
(47).

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«“Denotación” y “connotación” son nociones distintas de la de significado, y […] se


corresponden más exactamente con las ideas de “definición de clases de cosas o de
experiencias”, por una parte, y de
En los versos iniciales de la tonada más bonita («Es
“relación pragmática, no lógica, entre tanta la virulencia que lleva el ferrocarril / que se
conceptos”, por otra. En silencio planta en hora y media de Molledo a Portolín»),
agudo, agudo no “denota” ‘absoluto’ ni virulencia no “denota” ‘velocidad’ ni “connota”
“connota” conceptos como conceptos como ‘ponzoña’, ‘malignidad asociada a
‘penetrante’, ‘intenso’, ‘de elevada virus’, ‘naturaleza vírica’, ni ‘ardor’, ‘saña’ o
frecuencia’, ‘inteligente’, etc., sino que ‘mordacidad’, con los que se vincula a virulencia en
significa simplemente ‘silencio agudo’, el DLE (ss. vv. virulencia y virulento), sino que
sean cuales fueren las referencias significa simplemente ‘virulencia’, «sean cuales
fueren las referencias individuales a las que cada
individuales a las que cada cual remita cual remita la frase», el verso en este caso.
la frase» (48).
«Saussure suprimió la “cosa” designada, como componente del significado, pero dejó
en su lugar el concepto, con lo que subrepticiamente la “cosa” volvía a instalarse de
nuevo en el contenido del signo: es una verdad de Perogrullo que los significados no
son cosas, pero nada autoriza a inferir de ahí que, si no son cosas, hayan de ser
conceptos. Desde el punto de vista del lenguaje, cosa y concepto son lo mismo, puesto
que se trata de nociones igualmente externas. […] Es más grave la creencia, impulsada
por Saussure, de que los significados son conceptos, que la actitud ingenua del hombre
primitivo, que identifica las palabras con las cosas» (49).
«No se define esta piedra, sino ‘la piedra’, que es algo que no existe sino como ‘estas o
aquellas propiedades de “todas” las piedras’. Tampoco se define una palabra, que, como
tal palabra, puede invadir el terreno de un número infinito de conceptos, sino estas o
aquellas “propiedades” de tal o cual palabra, que no son todo lo que esa palabra es, sino
algunas condiciones abstractas de alguno de sus usos» (50).

V. EL SIGNIFICADO ES CONCRETO

«El lenguaje es primario en la operación de descubrimiento de la realidad, y de la


relación entre ambos nace el conjunto de los sentidos o variantes semánticas que forman
parte de la experiencia lingüística de una comunidad» (51).

Las palabras no clasifican nada


«[L]a actividad idiomática en sí misma no se propone clasificar, analizar ni abstraer,
sino establecer estructuras semánticas como tales estructuras, sin más» (52).
«Los significados, lejos de operar como definiciones explícitas, generadoras solo de
ejemplares contenidos de antemano en ellas, se comportan como formas de
organización de infinitas situaciones reales, a pesar de no ser más que un conjunto finito
de unidades invariables, tanto en forma de signos como de esquemas sintácticos. […] Y
como la gramática ha de contener toda la información exigida para la descodificación de
los enunciados construidos a partir de ella, está claro que no es posible que el “lexicón”
posea únicamente información de tipo conceptual, a no ser que se renuncie a dar cuenta
de estas clases de construcciones que, como hemos dicho repetidamente, no son
anómalas, ni constituyen la excepción en el uso idiomático» (53).

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«Lo que sí parece claro, llegados aquí, es que si un lexicón solo contiene conceptos, no
puede generar una gran parte de
Siete años después de publicadas estas palabras de R.
las secuencias normales de una Trujillo, James Pustejovsky presentó la teoría del
lengua y, lo que es mucho peor, que lexicón generativo (The Generative Lexicon. MIT
ese lexicón no servirá para nada, Press, 1995), comentada por E. de Miguel (2009:
como componente de una gramática, lectura 8) y aplicada a la lexicografía del español por
porque tampoco podrá formular O. Batiukova (2009: La teoría del léxico en los nuevos
explícitamente los significados, al diccionarios y Aplicaciones lexicográficas de la teoría
no poseer estos estructura del Lexicón Generativo). Los planteamientos de
Ramón Trujillo hacen imposible no solo los sinónimos
conceptual» (54).
idiomáticos o la traducción entre lenguas, sino el
«No parece probable […] que el tratamiento informático de las lenguas, los
significado tenga la estructura del traductores automáticos y los robots conversadores
modelo lógico de un análisis (o chatbots, como IO, el chatbot de la UNED); la
componencial, ya que la explicación de la estructura interna de los predicados
descomposición en rasgos implica y argumentos mediante la teoría de los cuatro qualia
siempre la consideración del de J. Pustejovsky (1995) ha permitido superar las
significado como concepto, y no objeciones neohumboldtianas de Trujillo. Si es verdad
que las máquinas no pueden pensar, como dijo, ya en
como percepción» (55, nota 2)5.
los años cincuenta del siglo pasado, A. Turing, los
progresos de la informática y de la ingeniería
VI. LA FORMA DEL CONTENIDO lingüística han demostrado que las máquinas sí
pueden hablar y traducir, por lo que las limitaciones
«La forma semántica o forma de señaladas por R. Trujillo en la semántica generativa
contenido de un signo no es, sin han sido rebasadas, en su versión
embargo, algo inexistente o neoconstruccionista, por las investigaciones
imaginario, pues se comprueba publicadas y por sus aplicaciones informáticas. La
culminación de este proceso histórico, que abarca los
empíricamente que toda unidad últimos treinta años y el cambio de siglos, puede
mantiene siempre su identidad como situarse en el reciente volumen de J. Pustejovsky y O.
signo, aunque pueda parecer que la Batiukova: The Lexicon (Cambrige University Press,
pierde, si se mira desde la perspectiva 2019).
de una elaboración conceptual dada o
de un tipo o clase de experiencias determinadas. Frente a lo que suele creerse, por otra
parte, la forma de contenido lingüística es la más estable de las estructuras de una
lengua cualquiera. […]
De esta manera y en contra de lo que suele creerse, más que de cambios semánticos que,
por supuesto, sí existen, debe hablarse de cambios de uso, de paso de unas normas a
otras» (57).

Comprender un enunciado
«Comprender un enunciado no es buscarle un equivalente en el mundo que conocemos,
sino reconocerlo “como realmente es en sí mismo, haciendo abstracción de la realidad”.
Otra cosa muy diferente es la interpretación, en la práctica lingüística cotidiana, que no
consiste más que en la operación individual y concreta de relacionar los enunciados con
las situaciones o con las cosas. […] [E]n primer lugar, cualquier enunciado puede

5
[Cfr. página 66 sobre la “representación de una percepción semántica” como componente de la “forma
del contenido” o de la “forma semántica”, en lugar de la definición conceptual. Vid., asimismo, el
comentario en las páginas 10 y 11 de este documento] (nota del equipo docente).

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corresponderse sin contradicción con un número indefinido de “situaciones


pragmáticas”, y […], en segundo lugar, un enunciado puede no corresponderse de
ninguna manera con una situación pragmática determinada: ¿a qué situación de
experiencia equivalen, por ejemplo, “los pájaros del frío” de estos versos de Neruda?»
(59)
«los pájaros del frío, 27892 Las uvas y el viento LAS UVAS DE EUROPA SÓLO
EL HOMBRE» en Neruda Web Concordance.

«No hay que olvidar que una cosa es la comprensión de un texto y, otra muy distinta, su
aplicación a una situación determinada: digamos, para que esto se entienda de una vez
para siempre, que “los pájaros del frío” se comprende tan perfectamente como “ceno a
las ocho”: no hay diferencia lingüística entre estas expresiones, que solo difieren en el
plano pragmático de la performance, pues mientras que a la segunda se le encuentra sin
dificultad una situación real correlativa, la primera no podrá corresponderse jamás
con una situación real definida, como correlato pragmático» (60).
«Ambas selecciones —el concepto y la imagen— son sin duda arbitrarias, pero se
diferencian radicalmente en que una —la conceptual— tiene por objeto delimitar
conjuntos de cosas como clases reales, mientras que la otra no delimita cosas como
clases, sino que funciona ella misma como una clase única, con un eje semántico en el
que pueden situarse toda clase de objetos reales en calidad de objetos significados.
He utilizado en otra ocasión la idea de “eje semántico”6, para eludir la incómoda rigidez
del concepto, que jamás coincide con lo designado y que produce la impresión de que el
lenguaje se usa constantemente
sin propiedad (habría que [***]
Un titular de prensa como «El Ejército encuentra
recurrir, para evitar este “uso
cadáveres sin atender conviviendo con ancianos en
impropio”, a la conversión de las algunas residencias de España» presenta, al menos, una
“mal formadas” en secuencias incongruencia semántica o sinsentido evidente: los
conceptualmente precisas). Si se cadáveres no pueden convivir con nadie. No obstante, la
entiende el diccionario como el realidad en este caso proveyó una situación real definida
registro total de los significados que daba sentido a un uso, en principio, desviado del
(aunque solo sea un registro de gerundio de convivir con un sujeto implícito no animado
conceptos relativos a ciertos usos como es cadáveres. Así, la reiteración del sintagma en el
de las palabras), puede suceder, enunciado «se han encontrado imágenes tan duras como
la de cadáveres conviviendo con los ancianos, según
como consecuencia, que las confirman fuentes de Defensa» sirve para recalcar, en el
mismas notas definidoras, puestas cuerpo de la noticia, la imagen de ‘cadáveres conviviendo
“a priori” para explicar cada con ancianos’ (23/03/2020). En cualquier caso, cambiaría
“acepción”, produzcan la falsa el sentido si se hubiera invertido el orden: Ancianos
ilusión de que han sido conviviendo con cadáveres pero no cadáveres conviviendo
violentadas o conculcadas cuando con ancianos. El cambio de orden, seguramente motivado
no coinciden con los objetos por el morbo periodístico y para dar énfasis, genera la
incongruencia. En este ejemplo se ve la importancia del
denotados [***]. Es la orden y la sintaxis en el análisis del significado.
consecuencia de atribuir al
diccionario, o al “lexicón”, carácter generativo, actitud ingenua que inspira cosas

6
Lenguaje y cultura en Masca. Dos estudios, Instituto de Lingüística «Andrés Bello», Universidad de La
Laguna, Tenerife, 1980, págs. 172 y ss.

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aparentemente tan distintas como el “purismo” léxico y la noción de gramaticalidad, tal


como la concibe la lingüística generativa.
Lo que sí es generativo en el sentido de “justificar” todas las construcciones sin
ninguna restricción conceptual es el diccionario “memorizado” por la comunidad
hablante y que no está constituido por una lista de conceptos. Ese es el diccionario
“interiorizado” que todos usamos y que entra en conflicto constante con el otro
diccionario “externo”, que no describe la competencia léxica de los hablantes, sino
determinadas propiedades que se atribuyen a las cosas, de acuerdo con ciertos
hábitos culturales» (60-61).

VII. EL SIGNIFICADO COMO CONCEPTO Y EL PROBLEMA DE LA


NEUTRALIZACIÓN DE LOS RASGOS SEMÁNTICOS

«Si descartamos el prejuicio conceptualista, la verdad es que al significado de una


palabra pertenece todo lo que esta transmite, exceptuando lo que provenga del
contexto: […]. Lo contextual es lo que se “supone” como efecto o información del
entorno, en tanto que el significado no se supone ni se deduce, sino que se pone o
evidencia.
[…]; el plano de lo denotado […] proviene siempre de información contextual o
situacional y no es nunca autónomo, sino dependiente o subordinado, ya que no es más
que interpretación subjetiva, que, o bien se basa en datos del contexto mismo, o bien en
datos de la situación en que se emite el mensaje, pero que, como tal interpretación, no
puede aspirar a ser nunca ni única ni “verdadera”.
Hay, pues, dos puntos de vista: uno, que considera que el significado de un signo o de
una expresión es lo denotado, es decir, el objeto real o el concepto que lo abarca,
mientras que lo demás es contextual […]; y otro, que considera que el significado
mismo es el único objeto real del signo, en tanto que lo denotado es lo contextual […].
Se enfrentan así dos perspectivas, una de las cuales ve la lengua como una instancia
subsidiaria de la realidad no lingüística, en tanto que la otra la ve como la única
instancia primaria posible» (65).

El punto de vista del significado


«El segundo punto de vista es más coherente con la esencia de las lenguas naturales: el
objeto del signo es su propio significado, cuyo papel es el de “organizar”, como
experiencia, la realidad que designa en cada contexto particular: el valor de la relación
entre el significado y la realidad designada constituye lo que llamamos “interpretación”,
que es algo que establece y determina el hablante, y cuya naturaleza es, por tanto,
subjetiva y variable.
Este segundo punto de vista supone no solo la supresión de la idea de ‘semánticamente
anómalo’, sino también el abandono definitivo de la creencia en la identidad entre
estructura conceptual y significado. Es, en fin, suprimir la definición como componente
de la “forma del contenido” o de la “forma semántica”, para sustituirla por la de
“representación de la percepción semántica”» (66).

La perspectiva de la sociolingüística cognitiva ha desarrollado, en la pasada década, esta


consideración del significado no como concepto sino como percepción, suprimiendo «la definición
como componente de la “forma del contenido” o de la “forma semántica”, para sustituirla por la de

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“representación de la percepción semántica”». En esta línea reciente de investigación destacan estos


dos hitos bibliográficos:
• Francisco Moreno Fernández (2012): Sociolingüística cognitiva: proposiciones, escolios y
debates. Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert.
• Rocío Caravedo (2014): Percepción y variación lingüística. Enfoque sociocognitivo.
Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert.
«A este fenómeno del habla que consiste en la coincidencia de dos o más significados o
formas de contenido para un mismo “denotatum”, se le conoce comúnmente con el
nombre de sinonimia: cuando dos significados denotan habitualmente un mismo
concepto, suelen considerarse como sinónimos o cuasi-sinónimos. Plantea esto un
problema teórico importante: ¿hay sinónimos en lengua, o se trata únicamente de
fenómenos de habla, o de hechos de norma, es decir, de coincidencias designativas
generales en el uso de ciertas palabras?» (68).

VIII. EL SIGNIFICADO: ¿LA FORMA LINGÜÍSTICA DE UNA INTUICIÓN?

«La consideración conceptual o discreta del significado no elimina, pues, su carácter


“impreciso”, que, como se ve, no resulta contradictorio, pues las palabras “no pueden
cubrir conceptualmente toda la realidad”.
[…]; en cambio, en la perspectiva no conceptual, en la que los significados se definen
como entidades autónomas internas de las lenguas, la idea de imprecisión no puede
surgir más que de una confusión entre el plano idiomático, donde nada falta ni sobra, y
el plano de la conducta lingüística individual, representado por las dudas que asaltan a
los hablantes cuando intentan interpretar una realidad determinada, sin saber si debe
considerarla como realización de un significado o de otro» (70).

1. ¿Designación o metáfora?
«Los hechos, con su fuerza contundente, nos presentan el significado ‘mariposa’ como
“unidad de percepción” que organiza los datos más diversos, desde los tipos diferentes
de animales que entran bajo el amparo del concepto, hasta los otros trozos de realidad
que escapan a la clasificación conceptual o al clisé cultural del grupo. Estos entes
semánticos son siempre distintos de las cosas, pero no son clasificadores, como los
conceptos, sino “formas” puras que pueden entenderse bien en sí mismas, bien como
interpretación de las cosas extraidiomáticas.
Lingüísticamente no existe la metáfora, porque todos los usos son “metafóricos”, trátese
de la “metáfora” cotidiana de llamar pan a ciertos objetos comestibles, o de la
“anómala” de llamar mariposa a un trozo de encina ardiendo. […]
El significado no se presenta como un clasificador, sino como un identificador de la
realidad: […]. Los límites de un signo, es decir, de un significado, son los demás signos
o significados de la misma lengua; nunca la realidad ni las condiciones lógicas de los
predicados» (72-73).
«Entender un texto es aceptarlo tal como es, sin apoyos referenciales; interpretar un
texto es buscarle un lugar en el mundo de la experiencia. Intelección e interpretación
son dos operaciones distintas que pueden y deben relacionarse entre sí. […]; no
designaban nada aquellos “pájaros del frío”7 del poema de Neruda, pero sí estaba claro

7
Vid. capítulo VI, pág. 59. [Vid., asimismo, el comentario en la página 9 de este documento] (nota del
equipo docente).

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que significaban solo su propio contenido. Por eso debe preceder la intelección
semántica que, luego, en cada caso, relacionamos con nuestra experiencia» (73-74).

2. ¿En qué sentido se puede hablar de «intuición»


«[L]os significados se comportan en gran medida como unidades no analizables, pero
absolutamente identificadas en el seno de la competencia de los hablantes. […] Los
hechos demuestran, como hemos visto, que las unidades semánticas se mantienen
constantemente idénticas a sí mismas y que se comportan, por tanto, como “si fueran”
unidades discretas del idioma, esto es, con límites precisos internos que “condicionan”
la naturaleza de lo designado» (76).

IX. LA DEFINICIÓN DEL SIGNIFICADO

«Una palabra podrá tener infinitos usos, pero resulta inadmisible que tenga infinitos
significados. Aceptar tal supuesto implicaría el del carácter no semántico de las lenguas
y el de la naturaleza contextual del significado, tal como lo veía Bloomfield hace ya
mucho tiempo. Pero no se puede admitir el carácter contextual del significado —su
consideración como una función del entorno—, confundiéndolo con el carácter
contextual del sentido. Si hay sentidos o “usos” de las palabras es porque estas suponen
la unidad, que se mantiene idéntica a sí misma, por muy extrañas y variadas que sean
las referencias contextuales o situacionales que pueda señalar» (78).

1. El punto de vista del diccionario


«El primer punto de vista, el del diccionario, no es el de la lengua, entendida como
“saber” o competencia, porque supone que no es la lengua la que significa, sino la
realidad, material o conceptual, la que se manifiesta a través de la lengua. […] El punto
de vista de la lengua, por el contrario, no es subsidiario de la realidad, que deja de ser
ahora la referencia para convertirse en lo significado, es decir, en lo creado por el
idioma, y no en el significado, que es solo el principio organizador de esa realidad.
La perspectiva del diccionario supone que la creación es solo una “transformación”
que se elabora a partir de los “usos comprobados”, es decir, de una visión
estereotipada de la realidad. […] Las consecuencias en la práctica crítica y en la docente
de lo que hemos llamado “perspectiva de diccionario” no pueden ser más tristes, pues
representan la supresión de la actividad interpretativa libre, restringiéndola a una simple
tarea que tiene por objeto sustituir las “manifestaciones superficiales” por unos
pretendidos equivalentes “profundos”» (80-81).

2. El punto de vista del idioma


«La “perspectiva de la lengua”, en cambio, no supone transformaciones de los
significados ni, por tanto, de la intuición de la realidad, sino formas puras no
transformadas, existentes por sí mismas con independencia de los datos de la
experiencia o de sus correlatos lexicográficos, las definiciones.
Visto así, es el diccionario la “tumba del uso” y no su semilla: no la fuente de usos
nuevos, sino la supresión de estos o su interpretación como versiones nuevas de usos
viejos que se mantienen subyacentes como tales. Es el resultado fatal de confundir las
acepciones con el significado y de pensar que este se agota en ellas» (81).

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Esta idea de que el diccionario es la «tumba del uso» ya fue expresada por Ortega y Gasset
en los años cuarenta del siglo pasado, cuando escribía: «Son curiosos estos obesísimos libros que
llamamos diccionarios, vocabularios, léxicos: en ellos están todas las palabras de una lengua, y
sin embargo, el autor de ellos es el único hombre que cuando las escribe no las dice» (Obras
completas, X, 299); pues solo contienen usos muertos o conservados como hechos o ergon, pero
no como energeia. Y unas páginas más adelante: «La significación que el diccionario atribuye a
cada vocablo es sólo el esqueleto de sus efectivas significaciones, siempre más o menos distintas
y nuevas, que en el fluir nunca quieto, siempre variante del hablar ponen a ese esqueleto la carne
de un concreto sentido. En vez de esqueleto, tal vez mejor podemos decir que son la matriz
maleable en la cual las palabras, cuando realmente lo son, por tanto, cuando son dichas a alguien,
en virtud de unos motivos y en vista de determinada finalidad, reciben un primer moldeo»
(Obras completas, X, 302). La competencia, la adquisición de la lengua, está más allá de la
performance o actuación, y del aprendizaje: «Porque la lengua, que es siempre y últimamente la
lengua materna, no se aprende en gramáticas y diccionarios, sino en el decir de la gente» (Obras
completas, X, 291); y, así: «el efectivo hablar y escribir es una casi constante contradicción de lo
que enseña la gramática y define el diccionario, hasta el punto de que casi podría decirse que el
habla consiste en faltar a la gramática y exorbitar el diccionario» (Obras completas, X, 303). Se
trata de posturas neohumboldtianas, tanto en el caso de Trujillo como de Ortega; vid. para saber
más 7, cfr.:
• Carriazo Ruiz, José Ramón; Gabaráin Gaztelumendi, Iñaki (2005): «Lingüística,
semántica y semiótica en Ortega y Gasset». En: Meditaciones sobre Ortega y
Gasset. Madrid: Tébar, pp. 311-339.

«El otro punto de vista posible no es “lógico”, es decir, no implica juicios sobre las
propiedades de lo real: más consecuente con los hechos, supone que el significado no es
de naturaleza conceptual, por lo que no entra nunca en contradicción con la realidad: su
naturaleza no es la de la definición, sino la de la intuición. […] El hablante no
predispuesto por prejuicios lingüísticos entiende los mensajes semánticamente, sin
tratar de “cotejarlos” a la fuerza con la realidad: y aun cuando los coteje, estableciendo
relaciones entre ambos planos, no los identificará nunca, dejando que una cosa sea la
realidad y, otra, la “realidad de un poema”, por ejemplo» (82-83).
«Y no quiero decir con esto que el diccionario deba prescindir de los usos. Muy al
contrario, deberá de registrarlos todos, como interpretaciones que son de la realidad: lo
que habrá de saberse siempre es cuál es el significado (la “orientación” de los infinitos
sentidos posibles) y de qué manera se relacionan con él los usos concretos, como
aplicaciones particulares suyas, no excluyentes nunca de otras no dadas aún […]. Si
este fuera el criterio de los diccionarios, se evitaría que el usuario los emplease
“restrictivamente” (como hacen, por ejemplo, los generativistas), confundiendo la
“corrección lingüística” (o “gramaticalidad”) con la clasificación conceptual adecuada.
Se cae así, bien en un purismo miope que se niega a aceptar los cambios de uso de los
significados, bien en un fetichismo de lo “conceptual-real” que obliga a interpretar
todos los usos nuevos como si fueran jeroglíficos que deben traducirse por los usos
viejos» (83-84).

3. La concepción restrictiva del significado


«Los límites de un significado —de un signo— no tienen por qué coincidir con los de
los conceptos que pueda abarcar, sino con esa “orientación” semántica invariable que
impone su propia naturaleza a los conceptos y cosas denotados, por diversos que sean.
Por ello, el criterio limitativo conceptual del diccionario es contrario al ser mismo de las

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lenguas naturales, que no usan los significados como fichas que se cambian por
realidades o por conceptos, sino como formas “a priori” de nuestra percepción del
mundo» (84).
«Junto a esta actitud purista, que rechaza todo uso que no esté contenido en la
definición, y, como consecuencia de ella, está el fetichismo de las cosas: se trata de la
tendencia a interpretar las construcciones innovadoras como si fueran jeroglíficos que
deben traducirse por lo ya dado. […] Bajo esta actitud late la creencia de que
significado y realidad son la misma cosa, o, lo que es igual, que el significado es
universal. Es una actitud ingenua, sin duda, pero compartida por los más» (85).
«Un ingenuo “¿qué quiere decir esto?” está detrás de esta actitud crítica que se empeña
en traducir a una realidad “totalitaria” toda expresión cuyo significado lingüístico
propio parezca incompatible con ella» (86).

La actitud ingenua basada en la creencia de «que el significado es universal», así como el


«ingenuo “¿qué quiere decir esto?”», no solo sostienen la actitud crítica empeñada «en traducir a
una realidad “totalitaria” toda expresión», sino las técnicas de la interpretación y de la traducción
entre lenguas y códigos. Como introducción a la historia de la traducción e interpretación, resulta
lectura muy recomendable:
• Bellos, David (2012[2011]): Un pez en la higuera. Una historia fabulosa de la
traducción. Traducción de Vicente Campos. Barcelona: Ariel.

4. No existe la interpretación semántica objetiva


«No deja de ser curioso, en un modelo inventado por lingüistas, un error tan notorio
como el de atribuir carácter “objetivo” a la interpretación, que es, por naturaleza, un
acto subjetivo: lo objetivo es el significado en lengua, y no las manifestaciones
concretas, los usos individuales, de ese significado […]. Solo son abstractos los
fonemas o los significados si se toman como formas sintéticas inducidas de los datos
reales, considerados como los únicos reales; pero son concretos si se consideran, más
en consonancia con la naturaleza real de las lenguas, como las únicas formas que
confieren la categoría de “reales” a los datos inmediatos de la experiencia, que, por
sí mismos, carecen de significación en un sistema lingüístico: ningún sonido es [a] si no
existe previamente en una lengua dada la forma fonológica /a/, tan concreta en el
plano de la lengua, como [a] en el plano físico de los sonidos.
Y, de la misma manera, ninguna cosa es canción si no existe previamente en la lengua
la forma semántica ‘canción’, cuyas propiedades nada tienen que ver con los objetos
reales, que, fuera de la lengua, no son ni dejan de ser ‘canciones’: solo dentro de la
lengua puede ser algo ‘canción’ o no, al margen de lo que represente en la experiencia
concreta a la que se aluda con tal palabra» (87).
«Al margen del uso técnico o “etiquetador” del lenguaje, parece claro que el significado
de las palabras o de las expresiones y los textos, pese a ser concreto, como acabamos de
ver, no puede definirse. Y es, efectivamente, su naturaleza concreta, lo que impide que
un significado se pueda definir: […]. No podemos definir “un árbol”, sino “el árbol”,
pese a que el primero es el único existente, en tanto que el segundo no es más que una
abstracción que elimina de lo definido justamente lo que tiene como existente» (88).
«La existencia no la poseen más que los objetos que no se pueden definir, en tanto que
los definibles solo tienen una existencia imaginaria, pero no real» (89).

5. El significado no se traduce

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«[N]o podemos aceptar las posibles equivalencias entre las palabras, porque no hay
tales, sino meras y ocasionales semejanzas entre las situaciones en que se usan.
Si nuestra pretensión es la de averiguar si existe algún significado de alguna palabra que
sea igual al de otra palabra, está claro que la respuesta es negativa, pues, en todo caso la
semejanza no es igualdad. […] las cosas que se dicen no se pueden decir de otra manera
sin que sean distintas en alguna medida» (89).

X. LOS SISTEMAS SEMÁNTICOS (I): PROBLEMAS INICIALES

«Significado y concepto, como hemos visto ya, son cosas totalmente diferentes:
mientras que el concepto clasifica, abarca y determina los entes que se consideran como
reales, el significado organiza y orienta la percepción del mundo: mientras que el
concepto es una abstracción derivada de las cosas, una síntesis lógica, el significado es
un objeto tan real como cada cosa. […] El concepto es, en fin, acto, en tanto que el
significado es potencia; es decir, la forma que da las pautas para interpretar el
mundo, y no las conclusiones de esa interpretación» (91).

1. El problema de la base conceptual común


«La afinidad situacional es indudable ya que existe una comunidad referencial mutua:
¿parcelamos con el lenguaje una realidad única, un “continuum”, o, por el
contrario, igualamos realidades distintas y discontinuas por medio del lenguaje,
inventando un “continuum” cultural en el que pueden ser sinónimos contextuales
inteligente y listo? […] la comunidad hablante ha “decidido” ver la misma realidad ya
bajo el significado ‘inteligente’, ya bajo el significado ‘listo’ […]. Todo es “poiesis”: la
diferencia no está más que en su ejercicio colectivo o individual» (94-95).
«[E]l significado es potencia, es decir, no el resultado de la confrontación de un signo
con una realidad (en lo que consiste la interpretación), sino de la percepción de esa
realidad como el significado de un signo. […]
Si la comunidad hablante del siglo XVII “acercaba” prudente e ingenioso, pero ya no lo
hace hoy, no hay que inferir necesariamente de ello que hayan cambiado de significado,
sino más bien que la comunidad hispánica actual no ve ya una cierta realidad desde las
perspectivas semánticas de esos significados. […]
Ni inteligente, listo o ingenioso, por un lado, ni asiento, silla o sillón, por otro,
representan “estructuras” lingüísticas, sino tipos de organización de la experiencia por
medio de la lengua, que es muy distinto. No es la lengua la que organiza estos
“continuos”, sino los usuarios de la lengua» (95).
«Listo está tan cerca de inteligente como de pillo; y asiento, tan cerca de silla como de
piedra: reunirlos o separarlos no es cosa que tenga que ver con la lengua, sino con sus
usuarios. La lengua es, en todos los casos, el mecanismo que permite expresar la
organización de nuestras experiencias» (96).
«Donde esta cuestión no se ve clara es en el ámbito de los signos que Bühler llama
simbólicos, entre los que no es necesario siquiera mantener márgenes de seguridad
algunos, ya que la sinonimia absoluta no es imposible, como ha demostrado G.
Salvador8» (96).

8
Cfr. «Sí hay sinónimos», en Semántica y lexicología del español, Madrid, 1985.

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«[M]i hipótesis […] la independencia semántica de los signos léxicos […] no excluye,
sin embargo, el estudio filológico de sus usos, sincrónica y diacrónicamente
considerados, ni sus relaciones con las clases de “designata”, cuya intepretación
semántica han condicionado obviamente» (96-97),

2. Las dificultades del modelo de la fonología estructural


«Es buena la comparación de las unidades relacionadas con la misma designación,
pero resulta claramente insuficiente como método, si se olvida la comparación
entre los usos conceptuales distintos de cada unidad (mirar el mar, mirar por los
demás), que no son más que modificaciones producidas por las propias unidades sobre
nuestra percepción del mundo, y no necesariamente modificaciones de su identidad, o
cambios semánticos» (99).
«[E]l signo hay que analizarlo primero en el conjunto de sus variantes contextuales, sea
cual fuere el “continuum” a que aluda, y, solo secundariamente, en sus relaciones con
otros signos, dejando siempre bien claro que, en este último caso, se trata de las
relaciones entre “clases de realidad” y no de relaciones semánticas propiamente dichas.
El contenido de un signo se hace visible en el conjunto de sus combinaciones, como
forma lingüística que las abarca a todas, pero no en la conmutación o sustitución por
unidades diferentes, que, en el fondo, no representan más que la comparación entre
situaciones extraidiomáticas distintas: […] el conjunto de los usos de una unidad […]
nos enseña qué permanece constante y qué varía (es decir, cómo opera la
“potencialidad” del significado), sin pretender, como hacen muchos, establecer “a
priori” qué uso determinado, con exclusión de otros, ha de considerarse como prototipo
semántico del campo» (100).

XI. LOS SISTEMAS SEMÁNTICOS (II): EL PROBLEMA DEL “CONTINUUM”

«[S]i, por razones culturales, juzgamos semejantes las cualidades del que entiende, del
avisado, del cauteloso, del que inventa o crea y del que lee mucho, y las clasificamos
todas como ‘capacidad intelectual’, habremos construido un “continuum” con ellas,
separando con signos distintos todo lo que nos parezca diferencia esencial en el seno de
ese “continuum”. Así relacionamos convencionalmente ‘que entiende’, ‘que es
avisado’, ‘que es cauteloso’, ‘que inventa o crea’, ‘que lee mucho’, con inteligente,
listo, astuto, ingenioso, culto, y “acercamos” o igualamos significados tan distintos
entre sí, simplemente porque podemos hacerlos coincidir circunstancialmente con un
mismo tipo de experiencia o de referente» (101).
«El lenguaje no forma en estos casos ningún “continuum”, sino que son los usuarios los
que inventan continuos, utilizando los significados bien diferenciados que les ofrece el
idioma. […]: la relación entre tales signos no es idiomática, sino cultural: lo que sí es
idiomático es el significado de cada signo, en tanto que funciona como potencia,
atribuyendo una interpretación lingüística (un cierto modo de organización) a la realidad
que sea.
Con todo, para una correcta enseñanza del vocabulario, en los distintos niveles de la
formación de los jóvenes, el estudio de los campos semánticos, basado en la
comprobación de las diferencias designativas existentes entre los “sinónimos
aproximados” que cubren cada área de interés o cada zona conceptual parece un

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ejercicio obligatorio […]. Lo primero que hay que enseñar a los jóvenes es que no están
gobernados por las palabras, sino que son sus dueños y que NO son ellas las formas de
las cosas del mundo, sino sus “prefiguraciones”» (102).
«Hacer creer a alguien que agudo en escritor agudo no significa ‘agudo’, sino
‘ingenioso’, por ejemplo, y que, por tanto, no tiene nada que ver con el agudo de punta
aguda es enseñarle que una lengua solo es “ergon”, norma cristalizada, que permite
únicamente repetir lo ya dado, y no un sistema de posibilidades infinitas» (102-103).
«No parece que el contenido de las palabras venga dado por sus relaciones con otras
vecinas, como quería Saussure9, ni la investigación de su significado, por la
comparación entre ellas: a la inversa, parece siempre necesario investigar todos los usos
de un signo, para acercarnos lo más posible a su significado, sin forzar nunca la
descripción» (103).

1. ¿Se puede identificar el “continuum”?

2. ¿Se puede hablar de “interdependencia” léxica?

3. ¿Organización conceptual o idiomática?


«En todo caso, las coincidencias pertenecen siempre al terreno de lo designado y lo más
discutible de estos “sistemas” está en que los elementos de cada clasificación no
parecen diferenciarse por un solo carácter de sus vecinos más inmediatos: más que
oposiciones inmediatas entre unidades léxicas, lo que hay son oposiciones inmediatas
entre determinados sentidos concretos de esas unidades» (112).
«Lo único que permanece claro es que las unidades léxicas son semánticamente
independientes y que cada una posee su propio significado que, en la norma de uso de
cada época puede sentirse como semejante o como idéntico al de otros signos, a causa
de una particular visión del mundo que separe lo que la experiencia une o que una lo
que la experiencia separa. […] Son estas familiar conceptuales o de experiencia las que
agrupan o relacionan sectores del vocabulario, de manera que cada término sirve para
apoyar y destacar diferencias culturalmente necesarias para una época o para un grupo
social. El examen de estos “sistemas” es, sin duda, importante, porque constituyen el
conjunto de las clasificaciones de lo real, que es uno de los objetivos básicos de la
lexicografía, pues el diccionario, en gran medida, ha de compendiar las relaciones entre
lengua y realidad o entre lengua y cultura» (113).
«Pero un diccionario así, que sea tanto el espejo de la codificación como de la
descodificación de cualquier texto no trivial, no podrá tener un fundamento puramente
conceptual, porque esa no es la perspectiva de los significados (es decir, de la “langue”),
sino la de los usos ya dados (es decir, la norma). Antes de describir esos usos ya dados,
entrando en la clasificación conceptual de las cosas y de las situaciones, ha de

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[…] señala que «el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con
solo el hecho de que tal otro término vecino haya sufrido una modificación» (Curso, II, IV, párr. 4). Creo
[…] que lo que sucede normalmente es que las palabras cambian de uso —no necesariamente de
significado— como consecuencia de las alteraciones de la valoración social de un campo conceptual
determinado: sin cambiar de significado, como hemos dicho, prudente de desvincula de ingenioso, sabio
o discreto, con los que formaba una comunidad de sentido —un “continuum”— durante los siglos XVI y
XVII, para asociarse, en la experiencia colectiva moderna, a comedido, sensato, práctico, etc.

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proporcionar todo diccionario lo que podríamos llamar la “dirección semántica” de cada


signo» (115).

Como enseñan la semiótica y la semántica, los signos son creaciones humanas y los
significados de las palabras también; en el hablar solo tenemos sentidos y algo que podríamos
denominar visión del mundo, un componente cultural y plural que Jurgend Trabant describe,
desde un neohumboldtianismo desapasionado, en su magistral Weltansichten (‘miradas al
mundo’). Esa visión del mundo que acompaña a los sentidos de lo dicho por los hablantes es un
fenómeno focal y orientado, social y culturalmente, además de un hecho determinado histórica y
geográficamente, para el que conviene más el nombre de vista que de visión (Weltansichten
mejor que Weltanschaung); sería más un mirar que un ver, un escuchar que un oír.
Los significados y las ideologías, los sentidos individuales de las palabras y las miradas al
mundo alrededor del sujeto, lo cultural y lo circunstancial, operan no solo en los discursos
espontáneos o reflexivos de los hablantes, sino también en la conversación cotidiana y en los
procesos de adquisición y aprendizaje lingüísticos, en los cuales la imitación y la copia generan,
mediante la repetición, los hábitos lingüísticos o procesos automatizables, que son idiomáticos y,
por tanto, sociales e históricos. Todos esos fenómenos pueden ser analizados como culturales y
como individuales, como antropológicos y como psicológicos. El lingüista ve en todos estos
procesos y fenómenos la facultad de la computación en el lenguaje y las distintas posibilidades
de cada sistema lingüístico: como por ejemplo la amuchiguación del vocabulario o la
acumulación del saber (escritura, imprenta, redes sociales y blogosfera).
• Trabant, Jürgen (2012): Weltansichten. Wilhelm von Humboldt Sprachprojekt.
München: C. H. Beck.

La bibliografía sobre diccionarios es inmensa, así que para ampliar el concepto de


diccionario monolingüe como instrumento de codificación y aprendizaje, resulta lectura
recomendable la Teoría del diccionario monolingüe (1997), de Luis Fernando Lara:
Al fin y al cabo una teoría de un objeto tan complejo como lo es el diccionario
monolingüe, no puede reducirse, so pena de errar totalmente su objetivo, a una especie
de lingüística descriptiva del diccionario, sino que tiene que entrelazarse con
conocimientos que proceden de otras regiones de la filosofía, en cuanto toca a los
fundamentos de la creación de los diccionarios, a su relación con la formación del
consenso social, que interesa hoy en día a buena parte de la filosofía heredera de
Wittgenstein y de la tradición ilustrada –Habermas, especialmente–, y al sentido de la
definición de los vocablos, que también interesa a la moderna lógica formal y a la
herencia fisicalista de Rudolf Carnap. De la psicología y el estudio empírico (insisto en
ello; cuarenta años de especulación formalista nos están llevando a la ignorancia y a la
frivolidad) de la adquisición de la lengua materna, por cuanto es ahí en donde hay que
buscar los fundamentos de la acción significativa individual y de la manera en que se
gesta el significado de las palabras. Del análisis del discurso y la “lingüística social”,
porque el diccionario es un texto complejo, cuya significación trasciende las unidades
oracionales y se corona en un simbolismo social. Y finalmente de la filología, que sigue
siendo nuestra única manera de adentrarnos en el pasado de las lenguas y las
comunidades lingüísticas, y de interpretarlo sin apelmazar la historia en una caricatura
de nuestro presente, ni atribuirle a los seres humanos que nos antecedieron hace siglos
pensamientos o percepciones que, para bien y para mal, solo a nuestros contemporáneos
pertenecen.
Lara, Luis Fernando: Teoría del diccionario monolingüe.
El Colegio de México, página 19.

XII. LOS SISTEMAS SEMÁNTICOS (III): LA CUESTIÓN DE LAS


INTERSECCIONES

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«Desde el momento en que partamos de bases conceptuales y no semánticas, los signos


empiezan a dividirse interminablemente, aunque no en signos distintos, como podría
parecer, visto desde la perspectiva de las cosas, ni en miembros de otras estructuras,
como sugieren las diferencias conceptuales, sino en simples variantes semánticas,
motivadas por las diferencias contextuales10» (119).
«Pero aunque cada signo, es decir, cada forma semántica, constituye una unidad
constante, sincrónicamente inmutable, su independencia combinatoria es absoluta, si se
salvan las escasas restricciones de orden estrictamente gramatical. Por esta razón, su
capacidad designativa es infinita y pueden aplicarse a toda realidad, sea o no congruente
con cualquier elaboración conceptual previa11» (120).

1. La realidad no limita el uso de los signos


«[C]on el lazo extraidiomático de las designaciones podremos multiplicar hasta el
infinito los campos semánticos, sin advertir que se trata de relaciones que establecemos
a través de las formas conceptuales más comúnmente denotadas en el uso cotidiano
de la palabras y no a través de los significados propiamente dichos. […]
No entiendo qué utilidad práctica (ya que científicamente el planteamiento no me
parece viable) puede tener el situarse en el plano de los conceptos, ya que por un lado
nos obligaría a multiplicar las acepciones o las entradas del diccionario, según las
consideremos como signos distintos o no, y por otro, a imponer la idea equivocada de
interpretar como significados distintos lo que no son más que variantes de uno mismo,
perdiendo de esta manera de vista la relación natural y fácilmente intuible que guardan
entre sí todas las variantes semánticas, que deben explicarse, no como cosas distintas,
sino como aplicaciones distintas de cosas iguales.
No niego, sin embargo, la utilidad lexicográfica de registrar todos los conceptos,
alusivos a la realidad, que expresan las variantes de uso más comunes de cada palabra,
siempre que se expliquen claramente como variantes que se desgajan de manera
natural de un significado unitario» (121).
«La misión del buen lexicógrafo consiste en partir del carácter infinito de la capacidad
designativa de las palabras y no de la idea restrictiva (y, en cierto modo, purista) de
unas limitaciones conceptuales que no se corresponden más que con los usos ya dados
—la “norma” de Coseriu—, descartando las posibilidades infinitas de lo dable» (121-
122).

2. Las intersecciones conceptuales y su sentido


«[D]istinción entre significado y valor12: para Saussure, los significados eran conceptos,
aunque entre ellos existían, dentro de la lengua, relaciones que condicionaban
recíprocamente su valor, como partes integrantes de un sistema» (122).

10
La diferencia entre variantes e invariantes (vid. Elementos de semántica lingüística, cap. IV) es
esencial, aunque no suele concedérsele hoy demasiada importancia. […]
11
Todas las cuestiones de subcategorización y de restricciones semántico-sintácticas, de la gramática
generativa, carecen de sentido porque no tienen nada que ver con la competencia lingüística, es decir, con
la gramática en sentido estricto, sino con los usos ya dados de las palabras: es un problema de confusión
entre competencia y actuación.
12
[…] “En todos estos casos, pues, sorprendemos, en lugar de ideas dadas de antemano, valores que
emanan del sistema. Cuando se dice que los valores corresponden a conceptos, se sobreentiende que son
puramente diferenciales, definidos no positivamente por su contenido, sino negativamente por sus

19
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«La idea es transparente: para Saussure estaba de un lado el concepto, que es la


representación de una “idea” y, de otro, el valor, que es la perspectiva idiomática interna
desde la que se ve esa idea: si solo hubiera conceptos, es decir, “ideas”, las lenguas no
serían más que simples nomenclaturas, listas de nombres para esos conceptos. A la
estructura conceptual, Saussure opone la propiamente idiomática: la significación (es
decir, lo que yo llamo estructura conceptual) está bajo la “dependencia” del valor (que
yo llamo estructura semántica).
Interpretando así las ideas del maestro que más se había acercado a una visión moderna
del significado, he usado la idea de “núcleo semántico irreductible”13, para oponer lo
puramente conceptual a lo estrictamente semántico» (123).
«No hay sistemas léxicos, sino sistemas conceptuales, centros de interés o núcleos de
experiencia. El papel de la lengua consiste en este respecto en dos cosas:
a) Establece distinciones en un “continuum” o núcleo de experiencia, haciendo que
se vea como un conjunto de cosas diferenciadas (desde el lenguaje), o como un
conjunto de “objetos” conceptualmente dependientes entre sí (desde algún
ángulo determinado de la experiencia). […]
b) Permite transformar en “sinónimos de experiencia” a una serie de palabras con
diferentes significados: a una misma persona podemos verla como comerciante
o como pirata, o como inteligente o como listo, acercando, según hábitos
sociales diversos, unos significados que podían alejarse entre sí con la misma
facilidad. […] ¿Puede un campo semántico variar de acuerdo con los hábitos
culturales de los usuarios?
c) En el uso individual, que es tan legítimo como el colectivo, acercamos o unimos
dos situaciones tan diferentes como […]; o alejamos y separamos dos
situaciones iguales, como pueden ser las de los ejemplos el director era muy
comerciante y el director era muy pirata, apoyándonos en la desigualdad
semántica de comerciante y pirata y haciéndolos “sinónimos” situacionales»
(125-126).

3. Los signos léxicos deben considerarse primariamente independientes


«El signo ha de ser la base del análisis semántico […] una vez establecido un signo, su
análisis comprenderá el estudio de todos sus usos registrados y de las variantes
semánticas a que da lugar, pues, como hemos señalado repetidamente, cada signo
representa la unidad semántica de su variedad.
El signo es uno, no definible e inespecífico […]. El significado es invariable en
relación con la lengua, pero indeterminado en relación con las cosas, a las que ni une ni
separa, ni compendia en esquemáticos “archilexemas” conceptuales, ni especifica en
lexemas subordinados o dependientes.
Toda organización de la realidad desde la lengua no pasa de ser el producto de la
actividad humana: solo podemos organizar el mundo a través de la lengua, pero la

relaciones con los otros términos del sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que los otros no
son” (Curso, II, cáp. IV, párr. 2). Parece claro que cuando habla de conceptos se refiere a contenidos
“puramente diferenciales”, y no por fuerza a definiciones de clases, y cuando habla de valor, a esas
cualidades únicas y concretas, propias de cada sistema lingüístico, que distinguen unos “conceptos” (es
decir, unos significados) de otros. Sea lo que sea el concepto para Saussure, se trata siempre de un plano
semántico secundario, dependiente del valor (el significado), que es lo verdaderamente primario.
13
Vid. Elementos de semántica lingüística, ya cit., capítulo X.

20
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lengua es indiferente a la organización que se haga: […]. El vocabulario de una


lengua está formado por un conjunto muy limitado de unidades independientes, que
engloba la totalidad de las intuiciones semánticas colectivas, entre las cuales la única
relación posible se da en los hábitos culturales de una comunidad: tales hábitos y tales
relaciones cambian a menudo, sin que haya de cambiar por fuerza el significado de los
signos.
Incluso los hablantes dejan de sentir como normales los sentidos antiguos, lejanos o
desusados de las palabras, pero son capaces de comprenderlos con la información
semántica que contienen esas mismas palabras, sin tener que “salir” de la lengua en
busca de información complementaria» (126-127).
«Creo que no se ha reflexionado lo suficiente sobre este hecho, gracias al cual podemos
hoy leer el Quijote, sin tener que echar mano de un diccionario del español de la época,
en el que, si bien los usos de una gran parte del vocabulario son diferentes, los
significados se mantienen en su mayoría incólumes. […]
Y no quiero decir con esto que el tiempo no traiga cambios semánticos, sino que hay
que ser muy cauto al examinarlos, ya que es frecuente que solo se trate de cambios de
uso, pero no de significado» (127-128).
«Se me podría argumentar, en fin, que si el significado no es definible, el diccionario
sobra. Pero nada más falso. Si no se puede proporcionar el significado directamente al
usuario, sí se le puede brindar “indirectamente”, describiendo los extremos más
insólitos que registre el uso literario y el coloquial de cada uno de los signos y haciendo
“sentir” al usuario cuál es la orientación semántica que se “infiere” de sus usos libres,
independientes de prácticas y hábitos sociales limitativos o restrictivos. A continuación,
y una vez situado el usuario ante las muestras de la “libertad” idiomática infinita de
cada palabra, se pasarían a describir los usos fijados, que [sic] [cuyo conocimiento],
aunque no representa[n] más que el “pasado” de los signos, su conocimiento [sic] será
siempre necesario, bien por razones prácticas, bien para entender igualmente cómo esos
usos no son más que una muestra de las posibilidades infinitas que hemos dicho» (129-
130).

XIII. LO QUE LOS SIGNOS SUSTITUYEN

1. La infinitud designativa
«La “infinitud” creativa de las lenguas […] se basa en un principio del que ya hemos
hablado: cada signo —cada significado—, sin perder su unidad semántica, puede
aplicarse a un número infinito de “denotata”, sean estos clasificables o no en el ámbito
de un solo concepto. Solo de esa manera una lengua “crea”, no ya oraciones nuevas en
tanto que formas sintácticas imprevisibles, sino relaciones semánticas nuevas entre
signos y entre estos y las situaciones designadas. La creación no pertenece, como hecho,
al sistema de una lengua, sino a sus posibilidades de uso: no consiste en la posibilidad
infinita de construir oraciones “físicamente” nuevas y diferentes, porque tal posibilidad
no existe, como hemos visto, sino en la capacidad de alterar infinitamente la realidad
física, conceptual o de experiencia, encajándola en significados bajo los que no había
sido concebida antes.
[…]. Como los signos no son la imagen conceptual de las cosas, las lenguas no
“funcionan” reflejando las propiedades y circunstancias de esas cosas, ni, por tanto,

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como sistemas semánticos “proyectados”, cuyo único objetivo consistiría en interpretar


los enunciados desde las cosas, sino como estructuras independientes que determinan,
desde ellas mismas, la única interpretación posible de esas cosas» (132).
«[S]u naturaleza independiente […]: los signos, es decir, los significados son lo que
son por sí solos, y de las relaciones entre ellos, o entre ellos y las cosas, nacen formas
nuevas de conocimiento, inexistentes antes en la lengua o en la realidad: esa es, ni más
ni menos, la extensión que hay que dar a la noción de “creatividad lingüística” o de
“capacidad para formar infinitos enunciados a partir de medios finitos”» (133).

Precisamente por esto último, señalan Victoria Escandell et alii (2011): «El principal reto
de la Semántica composicional es encontrar un modo de dar cuenta de la infinitud que deriva de
la productividad y la recursividad, es decir, de la capacidad de los hablantes de producir e
interpretar un número potencialmente infinito de expresiones complejas» (Invitación a la
lingüística. M. Victoria Escandell Vidal (coordinadora), Victoria Marrero Aguiar, Celia Casado
Fresnillo, Edita Gutiérrez Rodríguez, Nuria Polo Cano. Madrid: Editorial Universitaria Ramón
Areces, página 233).

2. Significan por sí solos


«Frente a la función semántica estricta —que consiste solo en significar—, está la
función denotativa o referencial, que consiste en señalar cosas, situaciones o conceptos
previamente existentes» (133-134).
«Llamo “lineales” a los tipos de expresiones ya dados como símbolos de cosas o
situaciones inconfundibles [***]: son expresiones de situación, que en el uso y en los
hábitos de conducta han terminado
identificándose con cosas o situaciones [***]
inconfundibles: son expresiones, en fin, En el simbolismo del lenguaje musical,
también lineal como las lenguas, pueden
determinadas en cuanto al referente, encontrarse ejemplos de estructuras lineales
que el hablante no tiene que “interpretar”. ya dadas como símbolos de cosas o
[…] Y lo mismo sucede con expresiones situaciones inconfundibles. Vid. Música y
fijadas para situaciones concretas, como si significado - BACH: Simbolismo (I)
fueran sus “nombres propios”: usamos
luna llena, por ejemplo, para un referente inconfundible como el del disco lunar
totalmente iluminado. A estos usos estereotipados llamo “expresiones de situación”,
porque no atañen al significado en cuanto tal, sino a los hábitos interpretativos de una
comunidad; no significan: designan.
Pero también hay signos “no lineales” o “expresiones libres”, que no agotan de una sola
vez su capacidad designativa o referencial» (134).
«Interpretar una expresión libre (“luna de pergamino” [Lorca]) como si fuera una
expresión de situación (“luna llena”), es reducir el análisis semántico a la altura de la
interpretación de las señales de tráfico» (135).
«Hay que renunciar al vano intento de traducir las expresiones por otras equivalentes, a
las que se agregan, además, propiedades del entorno: “luna de pergamino” no tendría,
según este criterio, más significado que ‘pandereta’, aunque, eso sí, embellecido con
poéticas referencias a su semejanza con la luna, a su piel rugosa, etc. Esas no son más,
insisto, que interpretaciones, no mejores que otras cualesquiera: lo único grave es que
parten del error de suponer un referente único posible, en contra de la evidencia misma
de los hechos lingüísticos» (138).

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3. Traducibilidad e intraducibilidad de los signos


«De todo lo que hemos dicho, se desprende que los signos no son, primariamente,
sustitutos de nada, aunque pueden usarse y se usan también en lugar de las cosas y de
los conceptos, como si no fueran más que simples “traducciones” de ellos. La capacidad
de “denotar” objetos diferentes de ellos mismos es propia, al menos, de los signos
lingüísticos, pero no constituye su esencia. […] Los signos no se limitan necesariamente
a la función designativa, siempre “precisable”, sino que pueden, simplemente,
significar. Cuando solo significan, suelen requerir de una operación interpretativa que
los relacione con tal o cual experiencia concreta; pero no de una operación sustitutiva»
(138).
«[L]os signos no verbales de que hablo no están constituidos por los signos mínimos
de un sistema, sino por sustancias físicas diversas, de cuyas relaciones, establecidas en
virtud de ciertos códigos, resultan los significados de que hemos venido hablando. Se
trata, tanto en el caso de los signos verbales, como en el de los otros, de significados
que no son conceptos, sino relaciones, lo que no quiere decir, como he señalado ya,
que sean “imprecisos” en tanto que tales, sino solo en sus posibles relaciones
referenciales.
[…] La precisión del concepto se derrumba cuando se relaciona con la variedad de los
usos, porque es solo una precisión externa. La precisión del significado, en cambio,
es interna y no depende de las condiciones de lo real, sino que las establece de acuerdo
con su propia naturaleza. Es el significado ‘sonido’ el que establece su propio ámbito
semántico, con independencia de lo que sean los movimientos vibratorios de los cuerpos
de la física, como es el significado de la Venus de Milo lo que establece los límites de
todas sus referencias posibles» (141-142).

XIV. FUNCIÓN SEMÁNTICA Y FUNCIÓN SINTÁCTICA (I): LO SEMÁNTICO

«Función es tanto la relación “invariable” que existe entre el significante /kása/ y su


significado, como la que pueda establecerse en cualquier momento entre el signo ‘casa’
y el signo ‘arder’, a través de otra relación paralela entre sus respectivas marcas de
número. La primera no es más que una función semántica; la segunda parece más bien
una función de relación o sintáctica, a la que acaso quepa atribuir posibles contenidos
como ‘sujeto’ o ‘predicado’, mientras que la tercera, aunque se establece entre signos
que significan número, carece de contenido propio y se limita a significar que ‘casa’ y
‘arde’ contraen esas funciones de ‘sujeto’ o de ‘predicado’, sin agregar valor semántico
alguno» (143).

Así sucede en el enunciado la casa arde.


«Tanto la y lo, como esa y eso, son determinaciones puras, a las que se agregan
incidencias léxicas cuando se precisan. En la guapa, la no sustantiva a guapa, que no
puede dejar de ser adjetivo, porque es semánticamente dependiente, sino que la sitúa
en la esfera de la determinación, como habría hecho con un sustantivo o con cualquier
otra expresión. […] Pero si en eso triste aceptamos como núcleo a eso, ya que triste no
deja de ser adjetivo, en lo triste no hay más remedio que hacer lo mismo, dándole la

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razón a Bello14, ya que tan “soporte” es eso como lo, pues no se diferencian más que por
la distribución fonológica de los significantes, es decir, por relaciones que no
constituyen funciones semánticas pertinentes, es decir, funciones de signo» (147).

1. Las funciones semánticas no son funciones distribucionales


«Junto a la función determinante, aparecen dos funciones semánticas muy bien
diferenciadas en español, la adjetiva y la sustantiva, que tampoco son funciones
distribucionales en sentido estricto, como se han entendido generalmente en la tradición
gramatical, sino funciones rigurosamente semánticas, significadas por unidades que
presentan distribuciones precisas, aunque nunca definidoras. A nadie se le ocurriría hoy
caracterizar el sustantivo español, tomando como referencia su distribución.
Adjetivos y sustantivos forman clases semánticas bien diferenciadas en relación con los
determinantes. […] La función determinante no es nunca “descriptiva”, sino
identificadora, tanto aparezca con valor “definido”, como con valor “indefinido”, pues
tan identificados están el libro o ese libro, como un libro o cada libro: las diferencias
semánticas específicas de cada determinante se basan en cualidades tan diversas como
la referencia al contexto, la relación directa con las personas del discurso, la cantidad, el
orden, etc.» (148).
«Lo, en estos ejemplos, representa solo la mención de esos “espacios” a que se aplica
verde, como es la la mención del “espacio” determinado al que se aplica guapa, en la
guapa, o mujer en la mujer. Solo desde el punto de vista de las relaciones
distribucionales en el plano “fonosintáctico”, parece haber una dependencia del
determinante con relación al determinado, aunque desde el punto de vista de la
estructura semántica, está claro que el determinante en “autónomo” e independiente del
contenido del “determinado”» (149).

2. Las relaciones entre las funciones semánticas


«Puede resultar confuso el hecho de que el adjetivo actúe con frecuencia
determinativamente. Si digo “dame el libro verde”, empleo verde, no con valor
descriptivo, sino determinativo, ya que identifica o sitúa el contenido de ese sustantivo
en el universo del discurso. Es esta la razón de que adjetivos y determinantes se hayan
considerado con frecuencia como la misma cosa» (150).
«Pero, sobre todo, la función determinativa solo marca de manera constante a los
determinantes, mientras que no es más que una posibilidad contextual en el caso de los
adjetivos: me gusta la hierba verde, es decir, ‘no la seca’, pero me gusta esta hierba
verde o esta verde hierba, cuando no se requiere distinguirla de otra. No es cierto, sin
embargo, que el adjetivo pospuesto sea siempre determinativo o especificativo, ni el
antepuesto, explicativo, descriptivo o epíteto. La diferencia de posición del adjetivo es
significativa en español, pero no se corresponde con el contraste ‘determinante’/‘no
determinante’, ni con los de ‘descriptivo’/‘no descriptivo’ o ‘subjetivo’/‘no subjetivo’,
como puede parecer, considerando algunos contextos.
La diferencia de función “posicional” se corresponde con el hecho, no bien subrayado
por los gramáticos, de que el elemento pospuesto es siempre el restrictivo: en la hierba

14
Bello defendió la identidad estructural del artículo y del llamado pronombre personal. En “La cuestión
de artículo en español” (Verba, XIV, 1987), he tratado de poner una vez más de relieve el alcance
gramatical y semántico de esta idea del gran maestro venezolano.

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verde, verde particulariza o restringe el contenido de hierba, reduciendo su extensión15,


mientras que en la verde hierba, es hierba lo que acota la extensión semántica de verde,
particularizando su valor y limitando su capacidad infinita de aplicación al contenido
concreto de este sustantivo, que lo restringe semánticamente» (150-151).
«En la combinación sintáctica sustantivo-adjetivo, el término pospuesto es siempre
semánticamente restrictivo, con independencia de que sea adjetivo o nombre, y sin que
esto suponga la anulación de la oposición ‘sustantivo’/‘adjetivo’, que no se basa en el
orden de la complementariedad, sino en la oposición semántica ‘con género’/‘sin
género’, de la que se desprende la interpretación del contenido como ‘existencial’ —la
blancura, con género necesario—, frente a su interpretación como ‘accidental’ —lo
blanco, sin género propio—: la única marca semántica que opone las dos categorías es
el género: existencia, cualidad, etc., no son más que valores contextuales derivados de
ese contraste semántico.
Del contenido no genérico del adjetivo se deriva su carácter semánticamente
dependiente, […]
La oposición ‘sustantivo’/‘adjetivo’ se basa, pues, en el contraste ‘género’/‘no género’,
pero no en las marcas morfológicas, que son iguales, y que desempeñan una función
sintáctica relacional, significante de la relación sintáctico-semántica aludida» (151).
«El ser verbo es, en español, una cuestión morfológica, por un lado, y sintáctica, por
otro. Atendiendo al significado léxico de los verbos españoles, no podríamos encontrar
jamás una cualidad semántica que los distinguiese de los nombres o de los adjetivos (y
aun de los pronombres, pues se recogen de aquello,
Así, como cantinflear de
aquellar; de ninguno, ningunear16, etc.): nada impide Cantinflas, podemos crear
que cualquier base nominal pueda transformarse en carriacear a partir de Carriazo.
verbo» (151-152).
«Ser verbo es cosa que depende de otro tipo de “determinaciones”, como la persona, el
tiempo, o la puesta en la existencia. Parece, en fin, que el verbo no existe como
contenido léxico, sino como el significado de marcas gramaticales —signos o
distribuciones sintácticas— de predicación» (152).

Carme Junyent y Pere Comellas (2019), dedican el epígrafe 2.6 al concepto de marca y
recogen, en el apartado 2.6.5, la crítica a la marcación de Haspelmath: «La conclusión de
Haspelmath es que la mayoría de fenómenos explicados por la teoría de la marcación tienen una
explicación más simple (y por lo tanto, según el método científico, más adecuada). La frecuencia
de uso es a menudo la clave: los elementos no marcados son los más frecuentes, y la frecuencia
tiene consecuencias que pueden explicar muchos de los fenómenos descritos como marcados.
[…] Esto último explicaría el sincretismo: las formas menos usadas hacen menos [sic]
distinciones que las más usadas. En suma, Haspelmath concluye que lo que intuitivamente se
siente como no marcado o marcado no difiere esencialmente de lo que se siente como común o

15
Que no es lo mismo que “determinarlo”, es decir, que identificarlo como objeto real, porque esta es una
cuestión que depende de lo que se quiera decir, o de lo que se sepa del referente en la situación concreta
de habla.
16
De aquellar se registran ejemplos vivos en Canarias y en puntos del Caribe. Ningunear es voz usual en
México, con el significado de ‘ignorar a una persona’, es decir, ‘hacerla ninguna’. Vid. capítulo XXIII,
pág. 238. [Ningunear fue incluido en la vigésima primera edición del DLE en 1992 (cuatro años después
de publicado este texto de Trujillo); aquellar aparece desde la décimoquinta edición, de 1925, como voz
familiar, y desde 1984 (20.ª ed.) incorpora la marca desus.; cfr. Nuevo tesoro lexicográfico.] [Para un uso
actual y recentísimo del verbo ningunear, cfr. «Rebelión de los docentes de la Uned contra Castells por
"hacer propaganda" de la UOC y "ningunearlos"» Actualizado: Jueves, 7 mayo 2020 - 17:56.]

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incomún, usual o inusual, esperado o inesperado, y además la mayor complejidad o dificultad


suele también coincidir con una menor frecuencia, de modo que la característica más general de
lo marcado sería la anormalidad. Y por lo tanto “concluyo que la lingüística puede prescindir del
término ‘marca’ y de muchos de los conceptos para los que ha sido usado” (Haspelmath, 2006:
63)» (M. Carme Junyent Figueras y Pere Comellas Casanova: Antropología lingüística. Madrid:
Síntesis, páginas 82-83). Y a propósito del género, apuntan (2019: 77-78):
Hay que recordar que la oposición de género es en su mayor parte arbitraria. Se trata de
una clasificación de los sustantivos que en castellano se da de dos clases, pero en otras
lenguas puede tener tres (alemán), cuatro (cachemir), muchas más (dieciséis en zulú) o
ninguna en absoluto (vasco). En cualquier caso, aunque suele haber rastros de
semanticidad en la pertenencia a una u otra clase, esta es, como se ha dicho,
mayoritariamente arbitraria. Y de hecho no parece posible encontrar un número tan
limitado de categorías a las cuales poder asignar, con algún sentido, todo lo nombrable.
En el caso de lenguas como el castellano, a menudo al género masculino se le supone un
significado relativo a los machos, especialmente a los hombres, y el femenino a las
hembras, especialmente a las mujeres. Aunque ciertamente la morfología se usa para
esa distinción, la correspondencia no es ni mucho menos total (ni siquiera para las
personas, mucho menos para los animales), como demuestran estos ejemplos:
Juan es mi pareja, Pedro es la suya.
La víctima es un varón de 40 años.
Las autoridades son todos los hombres de edad avanzada.
Cristina ha dado a luz al cuarto de sus hijos, que es una niña.
Los elefantes hembra empiezan a reproducirse a los once años.

XV. FUNCIÓN SEMÁNTICA Y FUNCIÓN SINTÁCTICA (II): LO «SINTÁCTICO»


Y LOS SIGNOS DE RELACIÓN

«Dos cosas esenciales se precisan: el modelo significante, que permite identificar la


secuencia como “gramatical” o como perteneciente a la lengua; y el modelo semántico,
que permite reconocer esa jerarquía “real” de las funciones semánticas, dado que la
relación entre uno y otro modelo es arbitraria: es decir, que ninguna función del
modelo significante […] se corresponde unívocamente con otra función específica del
modelo semántico» (153).

1. El modelo significante o distribucional es semánticamente arbitrario


«El modelo significante de la sintaxis está, pues, compuesto por todas las funciones
relacionales, es decir, no directamente semánticas, a las que damos nombres como
“sujeto”, “objeto directo”, etc., y que no son otra cosa que el conjunto de condiciones
suficientes para que un enunciado se reciba como tal, pero no para que signifique esto
o lo otro. El gran problema que debe resolverse consiste en descubrir cómo se
establecen las relaciones entre el modelo significante, o sintaxis propiamente dicha, y el
modelo semántico. […] Cabe, en fin, la posibilidad de plantearse la existencia misma de
este plano semántico como tal» (155).
«Entre verbo y sujeto se establece una relación de determinación mutua que tiene más
que ver con el significado léxico que con el significado “verbal”, que es el de los signos
morfológicos que lo acompañan: si el sustantivo gusto significa solo un estado de
espíritu y no una acción o un proceso, transformado en el verbo gustar, se construirá
con sujetos que se sientan más como regidos, esto es como complementos, que como
regentes. En me gusta el cine, el significado del verbo rige, como “dependiente”, un
sujeto y un objeto indirecto gramaticales; pero en me pegó el boxeador, el contenido

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léxico del verbo se siente “dependiente” del sujeto. La jerarquía en el orden de los
procesos como tales no parece tener mucho que ver con la jerarquía del modelo
significante, o “sintáctico”, que es la misma en los dos casos» (156).
«Solo cambian los procedimientos del modelo significante; no el significado de las
funciones, que no va nunca más allá de la determinación, la restricción o la “suma”
semántica. Los significados que aparecen “añadidos” a estas funciones puras, no son
sintácticos en sentido estricto, pues provienen de los signos concretos empleados para
marcar las relaciones y no de las relaciones mismas» (157).

2. La confusión de signos con funciones sintácticas


«No hay forma posible de relacionar el carácter “sustantivo”, “adjetivo” o “adverbial”,
que se atribuye a las denominadas “subordinadas”, o las relaciones que se atribuyen a
las “coordinadas”, con ninguna estructura semántica peculiar y exclusiva: todo depende
bien de la posición sintáctica sustantiva, adjetiva o adverbial, bien del significado
concreto de los signos marcadores de la relación, como que, cuando, si, pero, y, etc. Lo
que parece evidente es que la cuestión de la oración compuesta habrá de relegarse en
gran medida al capítulo, sin duda difícil, de las partículas y de sus correlaciones mutuas.
De lo que llevamos dicho, se deduce fácilmente que no hay más que sintagmas,
posiciones y signos de relación. La oración misma, considerada como forma lingüística,
no es más, como veremos, que una fantasía» (159).
«[P]or ejemplo, puede llegarse a pensar que los sintagmas predicativos en posición
adverbial poseen estructuras diferentes, como la temporal, la modal, la condicional, etc.,
confundiéndose así los significados concretos de los signos relacionantes con las
estructuras sintácticas propiamente dichas. Una cosa es la sintaxis de una lengua y otra
muy distinta, los sentidos que puedan tomar los sintagmas como consecuencia de los
diferentes signos con que se construyan. Una gramática elaborada con sentido
realista deberá separar el estudio de las estructuras sintagmáticas del de los signos
concretos que se usan para relacionarlas entre sí» (162).

Vid., más adelante, capítulo XXV: «Como hemos dicho ya, no hay estructuras
correspondientes a los signos de relación, sino signos o sintagmas de relación y cada uno de
ellos posee su significado propio […]. Lo que hay que estudiar son los relacionantes y describir
sus significados y sus rasgos diferenciales, como en el caso de más que y más de, y no partir del
“a priori” ‘comparación’, al que no corresponde forma idiomática alguna en español» (página
263). En esta línea de estudio de los signos concretos de relación y el «capítulo, sin duda difícil,
de las partículas y de sus correlaciones mutuas», así como la del análisis semántico de los
significados adverbiales, aparentemente sintácticos, como tiempo y espacio, se han producido
recientes avances. Son recomendables, entre la abundante bibliografía, estas dos lecturas:
• Rosa María Espinosa Elorza (2010): Procesos de formación y cambio en las
llamadas "palabras gramaticales". San Millán de la Cogolla: Cilengua.
• Sara Gómez Seibane y Carsten Sinner (eds.) (2011): Estudios sobre tiempo y
espacio en el español norteño. San Millán de la Cogolla: Cilengua.

XVI. FUNCIÓN SEMÁNTICA Y FUNCIÓN SINTÁCTICA (III): ¿EXISTE UNA


FUNCIÓN «ORACIÓN»?

«Aparte de las funciones semánticas propias, como la sustantiva o la determinante, nos


hemos venido planteando la cuestión del significado de las funciones sintagmáticas
estrictas y hemos llegado a la conclusión provisional de que se trata antes que nada de

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“mecanismos” relacionales de contenido tan general como los de dependencia


jerárquica dentro de las estructuras, los de restricción semántica de los elementos
complementarios sobre sus núcleos, o, simplemente, los de “suma” semántica de
contenidos léxicos puestos en relación por las estructuras sintácticas» (163).

1. Existe un significado oracional

2. Los problemas tradicionales de la definición

3. No existe una forma idiomática diferenciada


«Ya había dicho Saussure, con razón, que la oración pertenecía a la “parole”, sin duda
porque no es forma, sino realización, en tanto que sí reconocía como pertenecientes a
la “langue” otros tipos de sintagmas. Y no creo, por las mismas razones, que pueda
decirse de la oración que “pertenece a la lengua como estructura, como forma ideal, y
(…) al habla como realización, como utilización concreta, individual, de una estructura
ideal”17, simplemente porque no existe esa forma gramatical “ideal” de la unidad
comunicativa» (171).

Sobre las «Doctrinas de E. Coseriu», vid. Francisco Abad Nebot (2011): Presentación de la
semántica, capítulo séptimo; así como capítulo cuarto de José Ramón Carriazo Ruiz y Carolina
Julià Luna (2021): Manual de semántica de la lengua española. Madrid: Editorial Universitaria
Ramón Areces.

XVII. EL SIGNIFICADO DE LAS FUNCIONES SINTÁCTICAS (I): FUNCIONES


«LLENAS»

«[L]a sintaxis no sería más que un mecanismo arbitrario, como el fonológico, y no


tendrá papel alguno en la interpretación semántica de los enunciados, para la cual solo
necesitaremos conocer el significado de los signos gramaticales y léxicos que componen
cada secuencia: todo lo demás serían reglas como las del ajedrez, a las cuales hay que
someterse siempre para poder jugar, pero sin que ninguna aporte otra cosa que la licitud
del juego. Esta es, aproximadamente, la actitud de los formalismos de corte
estructuralista, contra los que se produce una viva reacción a partir de 1957, con
Chomsky principalmente. Nace entonces una lingüística polémica que pretende ser
rigurosamente explícita y, al mismo tiempo, mentalista.
La base de esta nueva lingüística es, o pretende ser, semántica, aunque sus
representantes no lo creen así, porque entienden por “semántico” lo relativo a la
interpretación de los enunciados, es decir, su puesta en relación con la experiencia
concreta denotada en cada caso. El significado es para ellos lo que cada enunciado
quiere decir en relación con cada situación precisa, por lo que no se presenta como
algo esencial de la gramática, sino como un componente interpretativo, semejante al
fonológico» (173-174).

1. Las limitaciones de los formalismos

17
Vid. E. COSERIU, «Sistema, norma y habla», en Teoría del lenguaje y lingüística general, Madrid,
1973, pág. 49.

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«Se plantea así, por vez primera, la crítica de un formalismo que solo clasifica
funciones y comprueba distribuciones, sin examinar ningún otro nivel en el plano de las
relaciones sintagmáticas» (174).
«El concepto de estructura profunda no solo es válido, sino necesario, siempre que se
entienda como el nivel de la forma semántica de la sintaxis18» (175).

2. Estructura profunda no es forma semántica

3. Estructura profunda y formas semánticas «absolutas»


«Esta idea “externa” de estructura profunda es el talón de Aquiles de cualquier teoría
lingüística que se base en ella, porque incorpora todo un conjunto de nociones
“semánticas” básicas, que considera o trata como universales o, si se quiere, como
absolutas, es decir, no definidas en relación con ningún conjunto estable de eventos.
Nociones como ‘oración’, ‘sujeto profundo’, ‘agente’, etc., no se presentan como los
correlatos de condiciones gramaticales concretas, sino como ideas generales, no
precisables en términos idiomáticos, y a las que se pretende reducir, en último término,
todo lo que puede decirse mediante las lenguas» (179).
«Es un principio fundamental de semántica el de que no existen significados de ninguna
clase, como formas subyacentes, si no pueden ser reconocidos por medio de formas
patentes19: no puede transmitirse ningún contenido si no existe ninguna señal “material”
que lo represente» (180).
«Cuando Fillmore, por ejemplo, habla de un caso ‘agente’, no tiene en cuenta —o no
cree tener en cuenta— ninguna lengua determinada, sino las relaciones “causa-efecto”
en todas las clases posibles de predicados lógicos […]. Según Fillmore, “la gramática de
las oraciones simples solo permitirá mencionar la causa principal y la inmediata,
excluyendo todo elemento intermedio”20» (180-181).

4. La imprecisión de «lo significado»

5. Se confunde lo léxico con lo sintáctico


«Y, sin embargo, todos estos valores como ‘agente’, ‘causa’, etc., son en el fondo
significados léxicos posibles; nunca gramaticales: si Juan es ‘agente’ en Juan rompe la
ventana, y ‘experimentador’ en Juan padece la gripe, está claro que la diferencia no es
de estructura gramatical, sino de significado léxico» (183-184).
«Sin embargo, el contenido ‘agente’ sí parece un rasgo léxico indiscutible, como
muestran oposiciones del tipo matar/morir, infringir/padecer (infringe un
castigo/padece un castigo). Nos encontramos ante un problema léxico que nada tiene

18
Que no es, por desgracia, el caso. En la lingüística generativa, estructura profunda no es estructura
semántica, sino un cierto tipo de formulación lógica de las expresiones lingüísticas, en relación con las
clases de predicados. La estructura semántica como forma “primaria” es una idea absolutamente
incompatible con una doctrina en la que el significado no pasa de ser la atribución de una situación
concreta a un segmento lingüístico.
19
De la misma manera que no existen más formas fonológicas o sintácticas que las que pueden ser
reconocidas por medio de formas semánticas subyacentes.
20
Vid. “Algunos problemas de la gramática de casos”, en Semántica y sintaxis en la lingüística
transformatoria (Compilación de Víctor Sánchez de Zavala), Alianza Editorial, Madrid, 1976, Vol. II,
págs. 171-200.

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que ver con la sintaxis, ni con ninguna clase general de casos, como formas de relación
sintagmática. La expresión o no de la idea de ‘agente’, cuando sea posible, depende
de una elección léxica; no de la aplicación de una regla gramatical» (186).

XVIII. EL SIGNIFICADO DE LAS FUNCIONES SINTÁCTICAS (II): FUNCIONES


«VACÍAS»

Las funciones gramaticales solo se determinan en la correlación ‘plano significante’ /


‘plano significado’
«Para hablar en serio de las lenguas naturales ha de aceptarse la premisa indispensable
de la radical diferencia entre significado y sentido. El que palabras o expresiones
diferentes se empleen para designar la misma realidad no quiere decir que signifiquen
lo mismo» (192).

XIX. EL SIGNIFICADO DE LAS FUNCIONES SINTÁCTICAS (II): FUNCIONES


«VACÍAS»

1. Los grados de la complementariedad verbal

2. La naturaleza semántica del objeto directo

3. El objeto directo es solo una función léxico-semántica del verbo

XX. EL SIGNIFICADO DE LAS FUNCIONES SINTÁCTICAS (III): FUNCIONES


«VACÍAS»

1. Las correspondencias entre le y los terminales con a

2. Clases de complementos terminales

3. Los rasgos sintagmáticos en la construcción verbal


«Si podemos, en fin, hablar de “rangos” sintagmáticos, estos serán, de una parte la
función sujeto, de otra los complementos pronominales átonos, los nominales sin
determinante y los nominales determinados, y, en último término, los preposicionales,
entre los que la mayor “cercanía” corresponde a los de a, a causa de su proximidad
denotativa con la “dispersión” designativa de lo y le. Solo en este sentido se puede
hablar de “rango” o jerarquía en las funciones superficiales, con repercusiones
semánticas, aunque esos contenidos no tienen nada que ver con las viejas y a veces
desesperantes nociones de ‘agente’, ‘objeto’, ‘experimentador’ o ‘interesado’, etc., que
son ideas tan vacías en la vieja como en la nueva lingüística» (213).

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«Parece, en fin, que es el punto de vista del rango sintáctico el único contenido
semántico de estas funciones que hemos considerado vacías inicialmente, tanto en
relación con contenidos gramaticales precisos, como con los de las unidades léxicas que
desempeñan las funciones» (217).

XXI. EL «COMPLEMENTO» REFLEXIVO (I): LA FUNCIÓN

1. Se y lo son signos de distinta naturaleza

2. ¿Son equivalentes transitivas y reflexivas?

XXII. EL «COMPLEMENTO» REFLEXIVO (II): EL SIGNIFICADO

1. ¿Opone la estructura del español un sujeto externo a otro interno?

2. El reflexivo no es interpretable como complemento


«Representa, en fin, la estructura refleja la conjunción de un verbo con un sujeto interno
primario, cuyo significante es el pronombre reflexivo: los sujetos externos,
pronominales o léxicos, no son constituyentes primarios de esta forma semántico-
sintáctica, por lo que son siempre teóricamente prescindibles. No es, pues, un
complemento el pronombre reflexivo, sino la referencia primaria de una estructura
semántico sintáctica de sujeto interno, del cual es significante» (235).

Ejemplos de esa unidad en el significado del se, y de su función diferente a la de


complemento directo, pueden encontrarse en los primeros dos versos de la tercera estrofa en la
canción En el Barranco del Lobo: «Ni se lava ni se peina / ni se pone la mantilla».

XXIII. LA ESTRUCTURA SEMÁNTICA DEL SINTAGMA NOMINAL

1. Los determinantes no son elementos «dependientes»


«Con independencia de que el determinante pueda ser “cero” cuando existe la suficiente
determinación contextual (o gramatical: morfemas de número o preposiciones,
pongamos por caso), estos ejemplos dejan bien claro que sin determinación no hay
sintagma nominal, en tanto que la determinación, por sí misma, puede formarlos sin el
auxilio de elementos presentes o sobreentendidos. Por ello, aunque resulte paradójico,
definiré el sintagma nominal como “determinante, acompañado o no de
especificaciones nominales, adjetivas o preposicionales”, dejando bien claro, de
antemano, que es la unidad gramatical primordial de tales sintagmas» (239).

2. La función semántica del adjetivo

3. El nombre complementario
«En síntesis, los complementos nominales del nombre pueden ser de varios tipos:
a) Internos o no terminales, en los que la ausencia de preposición significa
‘relación de identidad’, al contrario que su presencia. Con estos complementos
son posibles dos situaciones gramaticales diferentes:

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1. Indeterminación del complemento, es decir, “complemento interno no


determinado”. No hay entonces ningún obstáculo formal para la fusión
semántica de los significados: hombre orquesta, niño poeta. La unión
semántica es, en estos casos, diferente de la que se establece con el adjetivo,
pues mientras que esta representa una relación entre dos contenidos que se
mantienen separados y distintos, el complemento interno significa
justamente la supresión de los límites que separan los significados puestos en
relación.
2. Determinación del complemento, es decir, “complemento interno
determinado”. La determinación impide la fusión semántica del
complemento con el regente: el resultado es la “equivalencia” designativa.
Regente y regido se refieren al mismo referente real: en tío Pedro, tío y
Pedro aluden a la misma persona. La aparición de la preposición significa la
no identidad de los términos (tío de Pedro). Estas aposiciones son frecuentes
con nombres determinados que funcionan como propios (caramelos La
Estrella). En el uso, frecuente en los apodos, de artículo concertado con el
determinante, del tipo Fulano el orejas, se nota más un tipo de fusión
semántica semejante a la de la aposición no determinada: el determinante va
referido al antecedente, repitiéndolo, mientras que el complemento se funde
con él, con una estructura de contenido del tipo ‘el fulano orejas’. […]
b) Externos o terminales. La preposición hace imposible la identificación propia de
los complementos no terminales: significan siempre, por ello, la relación entre
contenidos no coincidentes, si bien cabe diferenciar de nuevo entre externos
indeterminados y determinados:
1. Los indeterminados marcan la relación entre el regente y el signficado del
término. En hombre orquesta, la relación se establece con todo el
significado de orquesta, y no con algún referente externo concreto, al que se
pueda aludir con este nombre. […]
2. Los determinados, en cambio, establecen la relación entre el regente y la
situación en el universo del discurso marcada por el determinante. En
hombre de la orquesta no se establece ninguna relación con el significado
‘orquesta’, sino con la determinación significada por la, que nos relaciona
con un objeto concreto, externo al idioma. […]
3. Puede pensarse que existen “falsos” complementos externos, porque a veces,
por razones no lingüísticas, desaparece la preposición cuando el referente
externo, marcado con ella, termina sintiéndose en la experiencia como
“repetición” del regente. Así, se pierde la preposición habitualmente en
expresiones como paseo de Cervantes, en las que el hablante prefiere
convertir el complemento externo en interno. No se trata, por ello, de
“aposiciones con preposición” —que es algo imposible—, sino de que los
hablantes prefieren significar una relación como externa (paseo de
Cervantes) o como interna (paseo Cervantes). Lo que no podrá decirse
nunca es que ambas expresiones poseen el mismo significado» (245-247).

XXIV. LA ESTRUCTURA SEMÁNTICA DE LA ORACIÓN COMPUESTA

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Los criterios de clasificación


«Si adoptamos este punto de vista, como creo que no podemos menos de hacer en un
análisis semántico de la gramática, esta se reducirá al estudio de las funciones
semánticas y de las categorías, por una parte; de los sintagmas y sus relaciones internas,
por otra; y, en último término, de los distintos signos destinados a expresar el contenido
semántico de las relaciones que se establecen entre sintagmas» (254).

XXV. LA ESTRUCTURA SEMÁNTICA DE LA ORACIÓN COMPUESTA

II

1. Sustantivas y adjetivas no son estructuras semántico-sintácticas diferenciadas


«Lo que muchos lingüistas consideran restricciones sintácticas de los signos no son
más que consecuencias de su significado propio, que lejos de prohibir ciertas
combinaciones, muestra en ellas su verdadero valor, alterando la visión común de
la realidad: esta capacidad de “modificación” de la realidad significada permite, usada
en forma metódica, averiguar los rasgos semánticos de los signos, tanto gramaticales
como léxicos. Hace años postulaba yo, como único método válido para la delimitación
semántica de los signos, este tipo de práctica, que denominaba “método de la
combinación”21: solo el contraste con lo “posible” en la experiencia común, permite
descubrir la diferencia específica que añade tal o cual signo, aludiendo acaso a algo
imposible como experiencia, pero no como secuencia gramatical. […] No hay, por
tanto, estructuras sintácticas adjetivas ni sustantivas, sino condiciones combinatorias,
carentes de significado, que han de cumplirse cuando un enunciado ocupa algunas de
esas posiciones distribucionales dentro de otro. Todas las novedades semánticas que
pueden surgir dependen del significado concreto de los signos que establecen la relación
[…] o como sucede con que, quien, cual, para el caso de las adjetivas, o con que, si,
para el de las sustantivas» (259-260).

2. ¿Subordinadas adverbiales o partículas adverbiales?


«Pero es, naturalmente, entre las llamadas “adverbiales” donde mejor se ve que no se
trata de estructuras sintácticas, ni semántico-sintácticas, sino de los significados
particulares de los signos relacionantes. Solo desde la perspectiva de las estructuras
profundas, es decir, de las de las clases de juicios posibles, cabe plantearse, por ejemplo,
la diferencia entre condición, causa, etc., como formas lógicas de los juicios, pero al
margen de lo que pasa en nuestro idioma, que solo distingue aproximadamente estos
valores, como el significado de ciertos signos muy concretos y determinados» (260).
«Siempre han intentado los gramáticos fijar las fronteras de las subordinadas
adverbiales, sin conseguir otra cosa que enumerar partículas o correlaciones de

21
Vid. Elementos de semántica lingüística, ya cit. Vid. también el Capítulo 10 de este libro. Sigo
pensando que, en semántica, es el único método “objetivo”, válido para indagar el significado de los
signos de una lengua. La comparación de sentidos o de definiciones lexicográficas resulta un método tan
subjetivo como la pura instrospección. Solo los conflictos entre cada signo y sus posibles contextos
pueden revelarnos algo sobre su naturaleza semántica.

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partículas y, lo que es peor, sin buscar otra base más segura que la “equivalencia” con
tipos de juicios o, mejor aún, con situaciones reales. Es fuera de la gramática,
curiosamente, donde existen todas estas adverbiales de lugar, tiempo y modo, o las
comparativas, condicionales, concesivas y consecutivas» (261).
«Como hemos dicho ya, no hay estructuras correspondientes a los signos de relación,
sino signos o sintagmas de relación y cada uno de ellos posee su significado propio
[…]. Lo que hay que estudiar son los relacionantes y describir sus significados y sus
rasgos diferenciales, como en el caso de más que y más de, y no partir del “a priori”
‘comparación’, al que no corresponde forma idiomática alguna en español» (263).

3. Coordinación y yuxtaposición
«Cuando una oración o un sintagma no ocupan una posición distribucional propia de
una oración o sintagma, pero mantienen con ellas algún tipo de relación semántica, se
habla de coordinación, […]. Como sucede con las subordinadas, no existen tampoco
aquí peculiaridades estructurales, y si hablamos de “copulativas”, “distributivas” o
“adversativas”, solo nos estamos refiriendo al valor semántico de los signos de
relación» (264).
«No debemos olvidar, por último, que se ha hablado, además, de “yuxtaposición”,
entendida como la relación semántica asindética entre oraciones o sintagmas. Pero
aunque no haya signos de relación, esta aparece fácilmente, apoyada en factores
puramente contextuales. Es una prueba más del carácter poco serio de las
clasificaciones que hemos venido comentando y, por supuesto, de la inexistencia de
estructuras semánticas propias de subordinadas y coordinadas. […] La diferencia entre
yuxtaposición, de una parte, y coordinación y subordinación, de otra, no se basa más
que en la distribución sintagmática de los elementos subordinados y en el significado
particular de cada uno de los signos y sintagmas de relación. No aparecen por ninguna
parte estructuras sintácticas específicas, más allá de las reglas distribucionales o
mecánicas que reordenan en ocasiones los elementos de los sintagmas que han de
vincularse con otros» (265).

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