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INTRODUCCIÓN
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ciencia no es un catecismo en el que toda pregunta tiene una respuesta única, sino una
actitud siempre crítica y vigilante: solo quien posee dudas razonables sobre la materia
que explica podrá formar a sus alumnos, en lugar de transformarlos en memorizadores
de información que, en el mejor de los casos, solo será información; nunca pensamiento
científico» (7-8).
I. EL OBJETO DE LA SEMÁNTICA
1. Cuestiones iniciales
«Se trata siempre de lo mismo: los principios organizadores están solo en la sintaxis, y
el diccionario no puede hacer otra cosa que aportar información sobre el uso sintáctico
del léxico, ajustándose inevitablemente al plano de la “norma” (es decir, de los usos
“registrados”, no de los “posibles”) y sin poder justificar o explicar nunca el sentido
concreto de cada desviación, también concreta, de esa norma» (20).
2. Semántica y sintaxis
«Los partidarios del “lexicón”, como componente de la gramática, pretenden resolver la
dificultad alegando que las formaciones “anómalas” carecen en sí mismas de
significado, aunque puedan interpretarse —i. e. recibir secundariamente un
significado—, poniéndolas en relación con secuencias correctas» (21).
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«Es el punto de vista del paleto, que no puede admitir como significado algo que no es
posible en lo que él entiende por realidad1» (22).
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No se trata aquí de discutir qué es lo real, pero parece evidente que es algo que no se puede definir en
términos absolutos, ya que cambia no solo de unas culturas a otras, sino de unos hombres a otros. Cuando
se hable de realidad en lingüística ha de entenderse necesariamente aquella que posean los enunciados
mismos como tales, con independencia de las opiniones que cada uno de nosotros pueda tener sobre las
cosas que son y las que no son.
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semánticas más estables y más sólidamente organizadas de una lengua. Es esa zona del
plano gramatical —y seguramente también la de ese “núcleo” básico interno del
vocabulario— el punto de partida para extraer la “teoría” semántica de cada lengua
particular» (27-28).
«El significado referencial, que es el resultado del uso colectivo del léxico, es el objeto
natural de la lexicografía (siempre que no sea también, como ahora sucede, la causa de
sus limitaciones), en tanto que el significado, como función interna, tanto en lo que se
refiere al léxico, como a la gramática, debe ser la única meta de la semántica, cuyo
objetivo último —aunque acaso no alcanzable “directamente”, sino como conjunto de
comportamientos— es el significado puro, desprovisto de las contingencias
referenciales, es decir, lo que podríamos llamar más propiamente “el significado
poético” pues no debe olvidarse que el significado referencial o denotativo es la
“ganga” de la poesía» (28).
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«Pero aunque no es una novedad la consideración del significado como concepto —está
en la tradición medieval—, pocos van a comprender el esfuerzo de Saussure por separar
significado y realidad» (33).
4. El triángulo de la comunicación
«Tercos semiólogos, sin un sentido claro de la naturaleza del lenguaje, se empeñarán en
“corregir” y “completar” la doctrina del maestro, introduciendo de nuevo, en el plano
semántico, el nivel de la realidad: no hay libro sobre la materia que no incluya, e incluso
amplíe, el tristemente famoso triángulo de Ogden y Richards, que solo demuestra la
incomprensión más absoluta de las ideas de Saussure» (33).
«Tales operaciones, que son erróneas porque no describen los hechos idiomáticos,
sino sus eventuales equivalentes extralingüísticos, se hubieran ahorrado observando
el precepto de Saussure, que, además, tiene precedentes notables en Bello. “Se ha errado
no poco en filosofía —afirmaba— suponiendo a la lengua un trasunto fiel del
pensamiento; y esta misma exagerada suposición ha extraviado a la gramática en
dirección contraria”2, doctrina que aplica con gran coherencia a lo largo de su
Gramática. Huyendo, por ejemplo, de una descripción “designativa” del género, se
refugia en consideraciones estrictamente idiomáticas: los sustantivos que “se construyen
con la primera terminación del adjetivo se llaman masculinos», mientras que los que “se
construyen con la segunda se llaman fememinos”3,
porque “si todos los adjetivos tuviesen una sola
terminación en cada número, no habría géneros en
nuestra lengua”, mientras que “si en cada número
tuviesen algunos adjetivos tres o cuatro
terminaciones, con cada una de las cuales se
combinasen ciertos sustantivos y no con las otras,
tendríamos tres o cuatro géneros en castellano”4.
Este es, justamente, el criterio del idioma, no el de
las cosas: el género como forma idiomática y no
simplemente como representación del sexo de los Lección de Bello a Bolívar (detalle de
seres vivos: el tener o no tener géneros es algo que un cuadro de Tito Salas)
no depende de la realidad» (34).
«[N]inguna lengua natural representa una abstracción de la realidad, ni los
significados de los signos son síntesis de las cosas, sino “cosas” ellos mismos» (35).
«Pues aun en el caso de que la lengua se hubiese formado por un proceso de selección y
abstracción de los datos de la experiencia, esta verdad genética no contradiría la otra
verdad idiomática: en tanto que hablantes, no conocemos la lengua como algo en
formación, sino como objeto con existencia propia; no como la copia imperfecta de
algo, sino como algo que, perfecto o imperfecto, es absolutamente autónomo» (35).
2
ANDRÉS BELLO, Gramática de la lengua castellana. Edición crítica de R. Trujillo, Ed. Arco/Libros,
Madrid, 1988, Prólogo.
3
ANDRÉS BELLO, Gramática, párr. 50.
4
ANDRÉS BELLO, Gramática, párr. 55. La idea de definir el género recurriendo solo a cuestiones formales
de concordancia no es nueva, pues aparece en el Brocense y deriva seguramente de una práctica
pedagógica de los maestros de gramática. Lo sorprendente del párrafo citado es que Bello eleva esta regla
a la categoría de principio general de la teoría lingüística.
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«Cuando relacionamos un significado con una “cosa”, con una realidad externa al
lenguaje, se produce un sentido, que es una variante semántica contextual y
situacional» (37)
«[E]l significado “determina” la esencia de lo real: parafraseando a Wilde, podríamos
haber dicho que la naturaleza, o la realidad, imitan al lenguaje: justamente lo contrario
de la creencia ingenua, aunque común entre los lingüistas, de que es el lenguaje el que
reproduce la realidad o la naturaleza» (38).
2. La imprecisión conceptual
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V. EL SIGNIFICADO ES CONCRETO
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«Lo que sí parece claro, llegados aquí, es que si un lexicón solo contiene conceptos, no
puede generar una gran parte de
Siete años después de publicadas estas palabras de R.
las secuencias normales de una Trujillo, James Pustejovsky presentó la teoría del
lengua y, lo que es mucho peor, que lexicón generativo (The Generative Lexicon. MIT
ese lexicón no servirá para nada, Press, 1995), comentada por E. de Miguel (2009:
como componente de una gramática, lectura 8) y aplicada a la lexicografía del español por
porque tampoco podrá formular O. Batiukova (2009: La teoría del léxico en los nuevos
explícitamente los significados, al diccionarios y Aplicaciones lexicográficas de la teoría
no poseer estos estructura del Lexicón Generativo). Los planteamientos de
Ramón Trujillo hacen imposible no solo los sinónimos
conceptual» (54).
idiomáticos o la traducción entre lenguas, sino el
«No parece probable […] que el tratamiento informático de las lenguas, los
significado tenga la estructura del traductores automáticos y los robots conversadores
modelo lógico de un análisis (o chatbots, como IO, el chatbot de la UNED); la
componencial, ya que la explicación de la estructura interna de los predicados
descomposición en rasgos implica y argumentos mediante la teoría de los cuatro qualia
siempre la consideración del de J. Pustejovsky (1995) ha permitido superar las
significado como concepto, y no objeciones neohumboldtianas de Trujillo. Si es verdad
que las máquinas no pueden pensar, como dijo, ya en
como percepción» (55, nota 2)5.
los años cincuenta del siglo pasado, A. Turing, los
progresos de la informática y de la ingeniería
VI. LA FORMA DEL CONTENIDO lingüística han demostrado que las máquinas sí
pueden hablar y traducir, por lo que las limitaciones
«La forma semántica o forma de señaladas por R. Trujillo en la semántica generativa
contenido de un signo no es, sin han sido rebasadas, en su versión
embargo, algo inexistente o neoconstruccionista, por las investigaciones
imaginario, pues se comprueba publicadas y por sus aplicaciones informáticas. La
culminación de este proceso histórico, que abarca los
empíricamente que toda unidad últimos treinta años y el cambio de siglos, puede
mantiene siempre su identidad como situarse en el reciente volumen de J. Pustejovsky y O.
signo, aunque pueda parecer que la Batiukova: The Lexicon (Cambrige University Press,
pierde, si se mira desde la perspectiva 2019).
de una elaboración conceptual dada o
de un tipo o clase de experiencias determinadas. Frente a lo que suele creerse, por otra
parte, la forma de contenido lingüística es la más estable de las estructuras de una
lengua cualquiera. […]
De esta manera y en contra de lo que suele creerse, más que de cambios semánticos que,
por supuesto, sí existen, debe hablarse de cambios de uso, de paso de unas normas a
otras» (57).
Comprender un enunciado
«Comprender un enunciado no es buscarle un equivalente en el mundo que conocemos,
sino reconocerlo “como realmente es en sí mismo, haciendo abstracción de la realidad”.
Otra cosa muy diferente es la interpretación, en la práctica lingüística cotidiana, que no
consiste más que en la operación individual y concreta de relacionar los enunciados con
las situaciones o con las cosas. […] [E]n primer lugar, cualquier enunciado puede
5
[Cfr. página 66 sobre la “representación de una percepción semántica” como componente de la “forma
del contenido” o de la “forma semántica”, en lugar de la definición conceptual. Vid., asimismo, el
comentario en las páginas 10 y 11 de este documento] (nota del equipo docente).
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«No hay que olvidar que una cosa es la comprensión de un texto y, otra muy distinta, su
aplicación a una situación determinada: digamos, para que esto se entienda de una vez
para siempre, que “los pájaros del frío” se comprende tan perfectamente como “ceno a
las ocho”: no hay diferencia lingüística entre estas expresiones, que solo difieren en el
plano pragmático de la performance, pues mientras que a la segunda se le encuentra sin
dificultad una situación real correlativa, la primera no podrá corresponderse jamás
con una situación real definida, como correlato pragmático» (60).
«Ambas selecciones —el concepto y la imagen— son sin duda arbitrarias, pero se
diferencian radicalmente en que una —la conceptual— tiene por objeto delimitar
conjuntos de cosas como clases reales, mientras que la otra no delimita cosas como
clases, sino que funciona ella misma como una clase única, con un eje semántico en el
que pueden situarse toda clase de objetos reales en calidad de objetos significados.
He utilizado en otra ocasión la idea de “eje semántico”6, para eludir la incómoda rigidez
del concepto, que jamás coincide con lo designado y que produce la impresión de que el
lenguaje se usa constantemente
sin propiedad (habría que [***]
Un titular de prensa como «El Ejército encuentra
recurrir, para evitar este “uso
cadáveres sin atender conviviendo con ancianos en
impropio”, a la conversión de las algunas residencias de España» presenta, al menos, una
“mal formadas” en secuencias incongruencia semántica o sinsentido evidente: los
conceptualmente precisas). Si se cadáveres no pueden convivir con nadie. No obstante, la
entiende el diccionario como el realidad en este caso proveyó una situación real definida
registro total de los significados que daba sentido a un uso, en principio, desviado del
(aunque solo sea un registro de gerundio de convivir con un sujeto implícito no animado
conceptos relativos a ciertos usos como es cadáveres. Así, la reiteración del sintagma en el
de las palabras), puede suceder, enunciado «se han encontrado imágenes tan duras como
la de cadáveres conviviendo con los ancianos, según
como consecuencia, que las confirman fuentes de Defensa» sirve para recalcar, en el
mismas notas definidoras, puestas cuerpo de la noticia, la imagen de ‘cadáveres conviviendo
“a priori” para explicar cada con ancianos’ (23/03/2020). En cualquier caso, cambiaría
“acepción”, produzcan la falsa el sentido si se hubiera invertido el orden: Ancianos
ilusión de que han sido conviviendo con cadáveres pero no cadáveres conviviendo
violentadas o conculcadas cuando con ancianos. El cambio de orden, seguramente motivado
no coinciden con los objetos por el morbo periodístico y para dar énfasis, genera la
incongruencia. En este ejemplo se ve la importancia del
denotados [***]. Es la orden y la sintaxis en el análisis del significado.
consecuencia de atribuir al
diccionario, o al “lexicón”, carácter generativo, actitud ingenua que inspira cosas
6
Lenguaje y cultura en Masca. Dos estudios, Instituto de Lingüística «Andrés Bello», Universidad de La
Laguna, Tenerife, 1980, págs. 172 y ss.
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1. ¿Designación o metáfora?
«Los hechos, con su fuerza contundente, nos presentan el significado ‘mariposa’ como
“unidad de percepción” que organiza los datos más diversos, desde los tipos diferentes
de animales que entran bajo el amparo del concepto, hasta los otros trozos de realidad
que escapan a la clasificación conceptual o al clisé cultural del grupo. Estos entes
semánticos son siempre distintos de las cosas, pero no son clasificadores, como los
conceptos, sino “formas” puras que pueden entenderse bien en sí mismas, bien como
interpretación de las cosas extraidiomáticas.
Lingüísticamente no existe la metáfora, porque todos los usos son “metafóricos”, trátese
de la “metáfora” cotidiana de llamar pan a ciertos objetos comestibles, o de la
“anómala” de llamar mariposa a un trozo de encina ardiendo. […]
El significado no se presenta como un clasificador, sino como un identificador de la
realidad: […]. Los límites de un signo, es decir, de un significado, son los demás signos
o significados de la misma lengua; nunca la realidad ni las condiciones lógicas de los
predicados» (72-73).
«Entender un texto es aceptarlo tal como es, sin apoyos referenciales; interpretar un
texto es buscarle un lugar en el mundo de la experiencia. Intelección e interpretación
son dos operaciones distintas que pueden y deben relacionarse entre sí. […]; no
designaban nada aquellos “pájaros del frío”7 del poema de Neruda, pero sí estaba claro
7
Vid. capítulo VI, pág. 59. [Vid., asimismo, el comentario en la página 9 de este documento] (nota del
equipo docente).
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que significaban solo su propio contenido. Por eso debe preceder la intelección
semántica que, luego, en cada caso, relacionamos con nuestra experiencia» (73-74).
«Una palabra podrá tener infinitos usos, pero resulta inadmisible que tenga infinitos
significados. Aceptar tal supuesto implicaría el del carácter no semántico de las lenguas
y el de la naturaleza contextual del significado, tal como lo veía Bloomfield hace ya
mucho tiempo. Pero no se puede admitir el carácter contextual del significado —su
consideración como una función del entorno—, confundiéndolo con el carácter
contextual del sentido. Si hay sentidos o “usos” de las palabras es porque estas suponen
la unidad, que se mantiene idéntica a sí misma, por muy extrañas y variadas que sean
las referencias contextuales o situacionales que pueda señalar» (78).
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Esta idea de que el diccionario es la «tumba del uso» ya fue expresada por Ortega y Gasset
en los años cuarenta del siglo pasado, cuando escribía: «Son curiosos estos obesísimos libros que
llamamos diccionarios, vocabularios, léxicos: en ellos están todas las palabras de una lengua, y
sin embargo, el autor de ellos es el único hombre que cuando las escribe no las dice» (Obras
completas, X, 299); pues solo contienen usos muertos o conservados como hechos o ergon, pero
no como energeia. Y unas páginas más adelante: «La significación que el diccionario atribuye a
cada vocablo es sólo el esqueleto de sus efectivas significaciones, siempre más o menos distintas
y nuevas, que en el fluir nunca quieto, siempre variante del hablar ponen a ese esqueleto la carne
de un concreto sentido. En vez de esqueleto, tal vez mejor podemos decir que son la matriz
maleable en la cual las palabras, cuando realmente lo son, por tanto, cuando son dichas a alguien,
en virtud de unos motivos y en vista de determinada finalidad, reciben un primer moldeo»
(Obras completas, X, 302). La competencia, la adquisición de la lengua, está más allá de la
performance o actuación, y del aprendizaje: «Porque la lengua, que es siempre y últimamente la
lengua materna, no se aprende en gramáticas y diccionarios, sino en el decir de la gente» (Obras
completas, X, 291); y, así: «el efectivo hablar y escribir es una casi constante contradicción de lo
que enseña la gramática y define el diccionario, hasta el punto de que casi podría decirse que el
habla consiste en faltar a la gramática y exorbitar el diccionario» (Obras completas, X, 303). Se
trata de posturas neohumboldtianas, tanto en el caso de Trujillo como de Ortega; vid. para saber
más 7, cfr.:
• Carriazo Ruiz, José Ramón; Gabaráin Gaztelumendi, Iñaki (2005): «Lingüística,
semántica y semiótica en Ortega y Gasset». En: Meditaciones sobre Ortega y
Gasset. Madrid: Tébar, pp. 311-339.
«El otro punto de vista posible no es “lógico”, es decir, no implica juicios sobre las
propiedades de lo real: más consecuente con los hechos, supone que el significado no es
de naturaleza conceptual, por lo que no entra nunca en contradicción con la realidad: su
naturaleza no es la de la definición, sino la de la intuición. […] El hablante no
predispuesto por prejuicios lingüísticos entiende los mensajes semánticamente, sin
tratar de “cotejarlos” a la fuerza con la realidad: y aun cuando los coteje, estableciendo
relaciones entre ambos planos, no los identificará nunca, dejando que una cosa sea la
realidad y, otra, la “realidad de un poema”, por ejemplo» (82-83).
«Y no quiero decir con esto que el diccionario deba prescindir de los usos. Muy al
contrario, deberá de registrarlos todos, como interpretaciones que son de la realidad: lo
que habrá de saberse siempre es cuál es el significado (la “orientación” de los infinitos
sentidos posibles) y de qué manera se relacionan con él los usos concretos, como
aplicaciones particulares suyas, no excluyentes nunca de otras no dadas aún […]. Si
este fuera el criterio de los diccionarios, se evitaría que el usuario los emplease
“restrictivamente” (como hacen, por ejemplo, los generativistas), confundiendo la
“corrección lingüística” (o “gramaticalidad”) con la clasificación conceptual adecuada.
Se cae así, bien en un purismo miope que se niega a aceptar los cambios de uso de los
significados, bien en un fetichismo de lo “conceptual-real” que obliga a interpretar
todos los usos nuevos como si fueran jeroglíficos que deben traducirse por los usos
viejos» (83-84).
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lenguas naturales, que no usan los significados como fichas que se cambian por
realidades o por conceptos, sino como formas “a priori” de nuestra percepción del
mundo» (84).
«Junto a esta actitud purista, que rechaza todo uso que no esté contenido en la
definición, y, como consecuencia de ella, está el fetichismo de las cosas: se trata de la
tendencia a interpretar las construcciones innovadoras como si fueran jeroglíficos que
deben traducirse por lo ya dado. […] Bajo esta actitud late la creencia de que
significado y realidad son la misma cosa, o, lo que es igual, que el significado es
universal. Es una actitud ingenua, sin duda, pero compartida por los más» (85).
«Un ingenuo “¿qué quiere decir esto?” está detrás de esta actitud crítica que se empeña
en traducir a una realidad “totalitaria” toda expresión cuyo significado lingüístico
propio parezca incompatible con ella» (86).
5. El significado no se traduce
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«[N]o podemos aceptar las posibles equivalencias entre las palabras, porque no hay
tales, sino meras y ocasionales semejanzas entre las situaciones en que se usan.
Si nuestra pretensión es la de averiguar si existe algún significado de alguna palabra que
sea igual al de otra palabra, está claro que la respuesta es negativa, pues, en todo caso la
semejanza no es igualdad. […] las cosas que se dicen no se pueden decir de otra manera
sin que sean distintas en alguna medida» (89).
«Significado y concepto, como hemos visto ya, son cosas totalmente diferentes:
mientras que el concepto clasifica, abarca y determina los entes que se consideran como
reales, el significado organiza y orienta la percepción del mundo: mientras que el
concepto es una abstracción derivada de las cosas, una síntesis lógica, el significado es
un objeto tan real como cada cosa. […] El concepto es, en fin, acto, en tanto que el
significado es potencia; es decir, la forma que da las pautas para interpretar el
mundo, y no las conclusiones de esa interpretación» (91).
8
Cfr. «Sí hay sinónimos», en Semántica y lexicología del español, Madrid, 1985.
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«[M]i hipótesis […] la independencia semántica de los signos léxicos […] no excluye,
sin embargo, el estudio filológico de sus usos, sincrónica y diacrónicamente
considerados, ni sus relaciones con las clases de “designata”, cuya intepretación
semántica han condicionado obviamente» (96-97),
«[S]i, por razones culturales, juzgamos semejantes las cualidades del que entiende, del
avisado, del cauteloso, del que inventa o crea y del que lee mucho, y las clasificamos
todas como ‘capacidad intelectual’, habremos construido un “continuum” con ellas,
separando con signos distintos todo lo que nos parezca diferencia esencial en el seno de
ese “continuum”. Así relacionamos convencionalmente ‘que entiende’, ‘que es
avisado’, ‘que es cauteloso’, ‘que inventa o crea’, ‘que lee mucho’, con inteligente,
listo, astuto, ingenioso, culto, y “acercamos” o igualamos significados tan distintos
entre sí, simplemente porque podemos hacerlos coincidir circunstancialmente con un
mismo tipo de experiencia o de referente» (101).
«El lenguaje no forma en estos casos ningún “continuum”, sino que son los usuarios los
que inventan continuos, utilizando los significados bien diferenciados que les ofrece el
idioma. […]: la relación entre tales signos no es idiomática, sino cultural: lo que sí es
idiomático es el significado de cada signo, en tanto que funciona como potencia,
atribuyendo una interpretación lingüística (un cierto modo de organización) a la realidad
que sea.
Con todo, para una correcta enseñanza del vocabulario, en los distintos niveles de la
formación de los jóvenes, el estudio de los campos semánticos, basado en la
comprobación de las diferencias designativas existentes entre los “sinónimos
aproximados” que cubren cada área de interés o cada zona conceptual parece un
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ejercicio obligatorio […]. Lo primero que hay que enseñar a los jóvenes es que no están
gobernados por las palabras, sino que son sus dueños y que NO son ellas las formas de
las cosas del mundo, sino sus “prefiguraciones”» (102).
«Hacer creer a alguien que agudo en escritor agudo no significa ‘agudo’, sino
‘ingenioso’, por ejemplo, y que, por tanto, no tiene nada que ver con el agudo de punta
aguda es enseñarle que una lengua solo es “ergon”, norma cristalizada, que permite
únicamente repetir lo ya dado, y no un sistema de posibilidades infinitas» (102-103).
«No parece que el contenido de las palabras venga dado por sus relaciones con otras
vecinas, como quería Saussure9, ni la investigación de su significado, por la
comparación entre ellas: a la inversa, parece siempre necesario investigar todos los usos
de un signo, para acercarnos lo más posible a su significado, sin forzar nunca la
descripción» (103).
9
[…] señala que «el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con
solo el hecho de que tal otro término vecino haya sufrido una modificación» (Curso, II, IV, párr. 4). Creo
[…] que lo que sucede normalmente es que las palabras cambian de uso —no necesariamente de
significado— como consecuencia de las alteraciones de la valoración social de un campo conceptual
determinado: sin cambiar de significado, como hemos dicho, prudente de desvincula de ingenioso, sabio
o discreto, con los que formaba una comunidad de sentido —un “continuum”— durante los siglos XVI y
XVII, para asociarse, en la experiencia colectiva moderna, a comedido, sensato, práctico, etc.
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Como enseñan la semiótica y la semántica, los signos son creaciones humanas y los
significados de las palabras también; en el hablar solo tenemos sentidos y algo que podríamos
denominar visión del mundo, un componente cultural y plural que Jurgend Trabant describe,
desde un neohumboldtianismo desapasionado, en su magistral Weltansichten (‘miradas al
mundo’). Esa visión del mundo que acompaña a los sentidos de lo dicho por los hablantes es un
fenómeno focal y orientado, social y culturalmente, además de un hecho determinado histórica y
geográficamente, para el que conviene más el nombre de vista que de visión (Weltansichten
mejor que Weltanschaung); sería más un mirar que un ver, un escuchar que un oír.
Los significados y las ideologías, los sentidos individuales de las palabras y las miradas al
mundo alrededor del sujeto, lo cultural y lo circunstancial, operan no solo en los discursos
espontáneos o reflexivos de los hablantes, sino también en la conversación cotidiana y en los
procesos de adquisición y aprendizaje lingüísticos, en los cuales la imitación y la copia generan,
mediante la repetición, los hábitos lingüísticos o procesos automatizables, que son idiomáticos y,
por tanto, sociales e históricos. Todos esos fenómenos pueden ser analizados como culturales y
como individuales, como antropológicos y como psicológicos. El lingüista ve en todos estos
procesos y fenómenos la facultad de la computación en el lenguaje y las distintas posibilidades
de cada sistema lingüístico: como por ejemplo la amuchiguación del vocabulario o la
acumulación del saber (escritura, imprenta, redes sociales y blogosfera).
• Trabant, Jürgen (2012): Weltansichten. Wilhelm von Humboldt Sprachprojekt.
München: C. H. Beck.
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La diferencia entre variantes e invariantes (vid. Elementos de semántica lingüística, cap. IV) es
esencial, aunque no suele concedérsele hoy demasiada importancia. […]
11
Todas las cuestiones de subcategorización y de restricciones semántico-sintácticas, de la gramática
generativa, carecen de sentido porque no tienen nada que ver con la competencia lingüística, es decir, con
la gramática en sentido estricto, sino con los usos ya dados de las palabras: es un problema de confusión
entre competencia y actuación.
12
[…] “En todos estos casos, pues, sorprendemos, en lugar de ideas dadas de antemano, valores que
emanan del sistema. Cuando se dice que los valores corresponden a conceptos, se sobreentiende que son
puramente diferenciales, definidos no positivamente por su contenido, sino negativamente por sus
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relaciones con los otros términos del sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que los otros no
son” (Curso, II, cáp. IV, párr. 2). Parece claro que cuando habla de conceptos se refiere a contenidos
“puramente diferenciales”, y no por fuerza a definiciones de clases, y cuando habla de valor, a esas
cualidades únicas y concretas, propias de cada sistema lingüístico, que distinguen unos “conceptos” (es
decir, unos significados) de otros. Sea lo que sea el concepto para Saussure, se trata siempre de un plano
semántico secundario, dependiente del valor (el significado), que es lo verdaderamente primario.
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Vid. Elementos de semántica lingüística, ya cit., capítulo X.
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1. La infinitud designativa
«La “infinitud” creativa de las lenguas […] se basa en un principio del que ya hemos
hablado: cada signo —cada significado—, sin perder su unidad semántica, puede
aplicarse a un número infinito de “denotata”, sean estos clasificables o no en el ámbito
de un solo concepto. Solo de esa manera una lengua “crea”, no ya oraciones nuevas en
tanto que formas sintácticas imprevisibles, sino relaciones semánticas nuevas entre
signos y entre estos y las situaciones designadas. La creación no pertenece, como hecho,
al sistema de una lengua, sino a sus posibilidades de uso: no consiste en la posibilidad
infinita de construir oraciones “físicamente” nuevas y diferentes, porque tal posibilidad
no existe, como hemos visto, sino en la capacidad de alterar infinitamente la realidad
física, conceptual o de experiencia, encajándola en significados bajo los que no había
sido concebida antes.
[…]. Como los signos no son la imagen conceptual de las cosas, las lenguas no
“funcionan” reflejando las propiedades y circunstancias de esas cosas, ni, por tanto,
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Precisamente por esto último, señalan Victoria Escandell et alii (2011): «El principal reto
de la Semántica composicional es encontrar un modo de dar cuenta de la infinitud que deriva de
la productividad y la recursividad, es decir, de la capacidad de los hablantes de producir e
interpretar un número potencialmente infinito de expresiones complejas» (Invitación a la
lingüística. M. Victoria Escandell Vidal (coordinadora), Victoria Marrero Aguiar, Celia Casado
Fresnillo, Edita Gutiérrez Rodríguez, Nuria Polo Cano. Madrid: Editorial Universitaria Ramón
Areces, página 233).
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razón a Bello14, ya que tan “soporte” es eso como lo, pues no se diferencian más que por
la distribución fonológica de los significantes, es decir, por relaciones que no
constituyen funciones semánticas pertinentes, es decir, funciones de signo» (147).
14
Bello defendió la identidad estructural del artículo y del llamado pronombre personal. En “La cuestión
de artículo en español” (Verba, XIV, 1987), he tratado de poner una vez más de relieve el alcance
gramatical y semántico de esta idea del gran maestro venezolano.
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Carme Junyent y Pere Comellas (2019), dedican el epígrafe 2.6 al concepto de marca y
recogen, en el apartado 2.6.5, la crítica a la marcación de Haspelmath: «La conclusión de
Haspelmath es que la mayoría de fenómenos explicados por la teoría de la marcación tienen una
explicación más simple (y por lo tanto, según el método científico, más adecuada). La frecuencia
de uso es a menudo la clave: los elementos no marcados son los más frecuentes, y la frecuencia
tiene consecuencias que pueden explicar muchos de los fenómenos descritos como marcados.
[…] Esto último explicaría el sincretismo: las formas menos usadas hacen menos [sic]
distinciones que las más usadas. En suma, Haspelmath concluye que lo que intuitivamente se
siente como no marcado o marcado no difiere esencialmente de lo que se siente como común o
15
Que no es lo mismo que “determinarlo”, es decir, que identificarlo como objeto real, porque esta es una
cuestión que depende de lo que se quiera decir, o de lo que se sepa del referente en la situación concreta
de habla.
16
De aquellar se registran ejemplos vivos en Canarias y en puntos del Caribe. Ningunear es voz usual en
México, con el significado de ‘ignorar a una persona’, es decir, ‘hacerla ninguna’. Vid. capítulo XXIII,
pág. 238. [Ningunear fue incluido en la vigésima primera edición del DLE en 1992 (cuatro años después
de publicado este texto de Trujillo); aquellar aparece desde la décimoquinta edición, de 1925, como voz
familiar, y desde 1984 (20.ª ed.) incorpora la marca desus.; cfr. Nuevo tesoro lexicográfico.] [Para un uso
actual y recentísimo del verbo ningunear, cfr. «Rebelión de los docentes de la Uned contra Castells por
"hacer propaganda" de la UOC y "ningunearlos"» Actualizado: Jueves, 7 mayo 2020 - 17:56.]
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léxico del verbo se siente “dependiente” del sujeto. La jerarquía en el orden de los
procesos como tales no parece tener mucho que ver con la jerarquía del modelo
significante, o “sintáctico”, que es la misma en los dos casos» (156).
«Solo cambian los procedimientos del modelo significante; no el significado de las
funciones, que no va nunca más allá de la determinación, la restricción o la “suma”
semántica. Los significados que aparecen “añadidos” a estas funciones puras, no son
sintácticos en sentido estricto, pues provienen de los signos concretos empleados para
marcar las relaciones y no de las relaciones mismas» (157).
Vid., más adelante, capítulo XXV: «Como hemos dicho ya, no hay estructuras
correspondientes a los signos de relación, sino signos o sintagmas de relación y cada uno de
ellos posee su significado propio […]. Lo que hay que estudiar son los relacionantes y describir
sus significados y sus rasgos diferenciales, como en el caso de más que y más de, y no partir del
“a priori” ‘comparación’, al que no corresponde forma idiomática alguna en español» (página
263). En esta línea de estudio de los signos concretos de relación y el «capítulo, sin duda difícil,
de las partículas y de sus correlaciones mutuas», así como la del análisis semántico de los
significados adverbiales, aparentemente sintácticos, como tiempo y espacio, se han producido
recientes avances. Son recomendables, entre la abundante bibliografía, estas dos lecturas:
• Rosa María Espinosa Elorza (2010): Procesos de formación y cambio en las
llamadas "palabras gramaticales". San Millán de la Cogolla: Cilengua.
• Sara Gómez Seibane y Carsten Sinner (eds.) (2011): Estudios sobre tiempo y
espacio en el español norteño. San Millán de la Cogolla: Cilengua.
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Sobre las «Doctrinas de E. Coseriu», vid. Francisco Abad Nebot (2011): Presentación de la
semántica, capítulo séptimo; así como capítulo cuarto de José Ramón Carriazo Ruiz y Carolina
Julià Luna (2021): Manual de semántica de la lengua española. Madrid: Editorial Universitaria
Ramón Areces.
17
Vid. E. COSERIU, «Sistema, norma y habla», en Teoría del lenguaje y lingüística general, Madrid,
1973, pág. 49.
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«Se plantea así, por vez primera, la crítica de un formalismo que solo clasifica
funciones y comprueba distribuciones, sin examinar ningún otro nivel en el plano de las
relaciones sintagmáticas» (174).
«El concepto de estructura profunda no solo es válido, sino necesario, siempre que se
entienda como el nivel de la forma semántica de la sintaxis18» (175).
18
Que no es, por desgracia, el caso. En la lingüística generativa, estructura profunda no es estructura
semántica, sino un cierto tipo de formulación lógica de las expresiones lingüísticas, en relación con las
clases de predicados. La estructura semántica como forma “primaria” es una idea absolutamente
incompatible con una doctrina en la que el significado no pasa de ser la atribución de una situación
concreta a un segmento lingüístico.
19
De la misma manera que no existen más formas fonológicas o sintácticas que las que pueden ser
reconocidas por medio de formas semánticas subyacentes.
20
Vid. “Algunos problemas de la gramática de casos”, en Semántica y sintaxis en la lingüística
transformatoria (Compilación de Víctor Sánchez de Zavala), Alianza Editorial, Madrid, 1976, Vol. II,
págs. 171-200.
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que ver con la sintaxis, ni con ninguna clase general de casos, como formas de relación
sintagmática. La expresión o no de la idea de ‘agente’, cuando sea posible, depende
de una elección léxica; no de la aplicación de una regla gramatical» (186).
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«Parece, en fin, que es el punto de vista del rango sintáctico el único contenido
semántico de estas funciones que hemos considerado vacías inicialmente, tanto en
relación con contenidos gramaticales precisos, como con los de las unidades léxicas que
desempeñan las funciones» (217).
3. El nombre complementario
«En síntesis, los complementos nominales del nombre pueden ser de varios tipos:
a) Internos o no terminales, en los que la ausencia de preposición significa
‘relación de identidad’, al contrario que su presencia. Con estos complementos
son posibles dos situaciones gramaticales diferentes:
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II
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Vid. Elementos de semántica lingüística, ya cit. Vid. también el Capítulo 10 de este libro. Sigo
pensando que, en semántica, es el único método “objetivo”, válido para indagar el significado de los
signos de una lengua. La comparación de sentidos o de definiciones lexicográficas resulta un método tan
subjetivo como la pura instrospección. Solo los conflictos entre cada signo y sus posibles contextos
pueden revelarnos algo sobre su naturaleza semántica.
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partículas y, lo que es peor, sin buscar otra base más segura que la “equivalencia” con
tipos de juicios o, mejor aún, con situaciones reales. Es fuera de la gramática,
curiosamente, donde existen todas estas adverbiales de lugar, tiempo y modo, o las
comparativas, condicionales, concesivas y consecutivas» (261).
«Como hemos dicho ya, no hay estructuras correspondientes a los signos de relación,
sino signos o sintagmas de relación y cada uno de ellos posee su significado propio
[…]. Lo que hay que estudiar son los relacionantes y describir sus significados y sus
rasgos diferenciales, como en el caso de más que y más de, y no partir del “a priori”
‘comparación’, al que no corresponde forma idiomática alguna en español» (263).
3. Coordinación y yuxtaposición
«Cuando una oración o un sintagma no ocupan una posición distribucional propia de
una oración o sintagma, pero mantienen con ellas algún tipo de relación semántica, se
habla de coordinación, […]. Como sucede con las subordinadas, no existen tampoco
aquí peculiaridades estructurales, y si hablamos de “copulativas”, “distributivas” o
“adversativas”, solo nos estamos refiriendo al valor semántico de los signos de
relación» (264).
«No debemos olvidar, por último, que se ha hablado, además, de “yuxtaposición”,
entendida como la relación semántica asindética entre oraciones o sintagmas. Pero
aunque no haya signos de relación, esta aparece fácilmente, apoyada en factores
puramente contextuales. Es una prueba más del carácter poco serio de las
clasificaciones que hemos venido comentando y, por supuesto, de la inexistencia de
estructuras semánticas propias de subordinadas y coordinadas. […] La diferencia entre
yuxtaposición, de una parte, y coordinación y subordinación, de otra, no se basa más
que en la distribución sintagmática de los elementos subordinados y en el significado
particular de cada uno de los signos y sintagmas de relación. No aparecen por ninguna
parte estructuras sintácticas específicas, más allá de las reglas distribucionales o
mecánicas que reordenan en ocasiones los elementos de los sintagmas que han de
vincularse con otros» (265).
34