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El autor me concede el honor de prologar esta Introducción a la semántica latina que dedica
a sus alumnos de la Universidad Complutense. Me otorga ese honor sin duda por haber sido su
profesor de igual materia en la Universidad Autónoma de Madrid. He ahí ya tres generaciones
implicadas en la comunicación de una ciencia novísima que quiere abrirse camino en nuestras
aulas. Pese a su escasa implantación académica, la Semántica y la Lexicología en general tienen
tanta razón de ser disciplinas universitarias y de estar en los planes de estudio como las que
más. Abona esta tesis la vastedad e importancia de su objeto, pues el léxico, además de una par-
te sustancial de la lengua, es inconmensurable. El estudio de la morfología léxica y sobre todo
el análisis de los significados léxicos son hoy una tarea ineludible para cualquier filólogo que
quiera conocer la lengua un poco a fondo; aparte el gran valor que tiene por sí misma, la
Lexicología, comprendida la semántica léxica, viene a ilustrar muchos fenómenos gramatica-
les. Así que la enseñanza de esta ciencia contribuirá a reforzar los estudios filológicos, no tan-
to por su novedad como por su amplio espectro dentro de la lengua y por su fácil conexión con
la literatura. Ninguna otra disciplina lingüística entrelaza a éstas tan estrecha y profundamen-
te como la ciencia de las palabras y sus significados.
En este libro se tocan cuestiones esenciales del significado, analizado por diferentes méto-
dos, viejos y nuevos. Así se da un repaso a la etimología y a la práctica de diferenciar sinónimos,
tan estimadas de los antiguos; se pasa revista a la concepción bipolar del significado, caracte-
rística de la semántica tradicional que surge con M. Bréal a finales del s. XIX, tanto desde la
perspectiva semasiológica de la polisemia como desde la onomasiológica de la sinonimia; se
aborda ampliamente la concepción tripolar del significado, propia de la semántica estructural
preconizada por E. Coseriu; se inserta, aquí y allá, algún apunte acerca de la gramática funcio-
nal de la escuela de S. Dik y, por último, se traza un cuadro favorable del interés que suscita hoy
la semántica cognitiva. En este recorrido metodológico el autor opera con talante conciliador,
sin renunciar al análisis crítico que lo lleva a señalar puntos flacos o destacar logros; pero de
acuerdo con el espíritu didáctico que anima al libro, prefiere plantear cuestiones a darlas
resueltas, sin dejar de descubrirnos cómo unas se enlazan con otras y cómo la solución de unas
depende de la que tengan otras.
El significado lingüístico no es algo obvio o, al menos, no es tan obvio como el nombre y la
cosa nombrada, pues constituye un ámbito intermedio entre estos dos, como si fuera el vérti-
ce de un ángulo que se abre hacia ellos; alcanzar ese punto culminante del significado requie-
re a veces una ardua reflexión. Pero es más, el significado no queda aprisionado entre el nom-
bre y la cosa, sino que se hace funcional gracias a la oposición inmediata de otro significado, de
otra palabra. Por tanto, además de hacer abstracción de la forma expresiva y del objeto desig-
nado, hay que saber establecer la oposición significativa pertinente; no es de extrañar que esta
operación resulte demasiado compleja para semantistas apresurados o relajados. Tal es el rigu-
roso criterio de análisis que guía a la semántica coseriana, cuyo meollo reside en las estructu-
ras primarias de campo y clase y en las secundarias de modificación, desarrollo y composición.
Éstas últimas no constituyen, evidentemente, un capítulo de morfología léxica, sino que versan
sobre la determinación que experimentan los contenidos lexemáticos en los procesos de pre-
fijación, derivación y composición.
Los análisis semánticos —y el que aquí se presenta es paradigmático— prueban que las fron-
teras entre gramática y semántica son fluidas, pues la sistematicidad de la primera no deja de
alcanzar a la segunda. La oposición léxica fugare.–fugere (copias hostium fugat.–copiae hostium
fugiunt) es análoga a la oposición gramatical fugare.–fugari (copias hostium fugat.–copiae hostium
fugantur). La proporcionalidad que caracteriza a las oposiciones gramaticales se encuentra
también en el nivel léxico; si no en el plano morfológico, sí al menos en el semántico: ostende-
re («mostrar») es a apparere («aparecer») lo que occulere («ocultar») es a latere («estar ocul-
to»); por más que entre estos verbos no haya relación etimológica, se trata de la misma oposi-
ción que acabamos de señalar entre fugare y fugere: manum ostendit.–manus apparet; manum
occulit.–manus latet.
Esa proporcionalidad halla fundamento en las oposiciones clasemáticas, en la existencia
de semas recurrentes que operan por igual en campos semánticos diferentes. Es más, los cla-
semas, por su carácter genérico —discutido a veces, pero del que nosotros no dudamos—, pro-
penden a la gramaticalización, si no están ya gramaticalizados. Las dos oposiciones propor-
cionales anteriores, caracterizadas por los clasemas «causativo».–«no causativo», son
formas léxicas de contenido diatético, que corresponden a las oposiciones gramaticales del
primer término: manum ostendit.–manus ostenditur; manum occulit.–manus occulitur. El autor
de este libro pudo comprobar hace no tantos años en su estudio doctoral sobre el campo
semántico de «vestir» —y hoy lo confirma— cómo no sólo las relaciones intersubjetivas ante-
riores, sino las intrasubjetivas, de modalidad alterna o de aspecto secuencial y extensional,
configuran estructuras fundamentales de los campos y son una fuente constante de propor-
cionalidad significativa.
La semántica cognitiva, la última en pedir turno, surge en el ámbito de los estudios psico-
lógicos como reacción al análisis componencial que empezaron practicando etnólogos y
antropólogos. Esta procedencia externa no deja de contrastar con el origen netamente lin-
güístico de la lexemática coseriana que desarrolla sobre el nivel léxico el método fonológico
de la Escuela de Praga. Si ésta creó la fonología y dejó establecida para siempre la diferencia
entre fonética y fonología, esto es, entre sonidos reales y fonemas funcionales, la semántica
léxica coseriana intenta hacer otro tanto distinguiendo entre contenidos reales y significados
funcionales. La cuestión que nos planteamos sobre la semántica cognitiva es si supera el pla-
no de la realidad para insertarse limpiamente en el de la lengua o si, al contrario, nos deja en
la periferia de la descripción «fonética», sin alcanzar el núcleo «fonológico» —léase distin-
tivo— del significado.
Si passer era en latín «gorrión» y sus descendientes en español y portugués, pájaro y pássa-
ro, se generalizaron como «ave pequeña», es que el gorrión se ha entendido como prototipo
de las aves menores. Ahora bien, ésta es una cuestión de designación, según explica el autor del
libro: «la designación de passer se encuentra ‘ampliada’ desde un tipo de pájaro concreto a toda
una clase». La semántica cognitiva se instala, pues, en el plano designativo, de manera que
ayuda a conocer la relación entre las palabras y las cosas, más que a analizar sus significados.
Otras muchas provechosas reflexiones podrá hacer el lector de este libro, al hilo del discurrir
histórico y metodológico por esa ciencia joven y sólida que es ya la semántica latina.
Todos sabemos que las palabras tienen significado, pero quizá no somos conscientes de la
variedad de actitudes que este hecho ha suscitado a lo largo de la Historia. Desde las antiguas
interpretaciones mágicas, que consideraban que las palabras tenían una suerte de fuerza que
les confería el sentido, hasta la prosaica indiferencia de muchos lingüistas modernos, el estu-
dio del significado léxico ha pasado por muchos avatares. Quizá el más importante fue el cam-
bio de planteamiento que nos proporcionó Saussure al romper la antigua relación entre pala-
bras y cosas, el sueño de una lengua perfecta, para pasar a hablar de un significado y un
significante como realidades psicológicas. Y no debemos olvidar la antigua tensión que la
semántica ha mantenido con la etimología. En este libro veremos cómo se oponen dos actitu-
des bien diferentes, por un lado, la que considera el significado como inherente a su origen, y,
por otro, la que entiende que para comprender el significado de una palabra puede prescin-
dirse de su etimología. A esta última postura es a la que, paradójicamente, se adscribe un aman-
te de las viejas etimologías como Jorge Luis Borges para darnos algunas claves sobre el pen-
samiento semántico:
Escasas disciplinas habrá de mayor interés que la etimología; ello se debe a las impre-
visibles transformaciones del sentido primitivo de las palabras, a lo largo del tiempo.
Dadas tales transformaciones del sentido primitivo de las palabras, que pueden lindar
con lo paradójico, de nada o de muy poco nos servirá para la aclaración de un concepto el
origen de una palabra. Saber que cálculo, en latín, quiere decir piedrita y que los pitagó-
ricos las usaron antes de la invención de los números, no nos permite dominar los arca-
nos del álgebra; saber que hipócrita era actor, y persona, máscara, no es un instrumento
valioso para el estudio de la ética. Parejamente, para fijar lo que hoy entendemos por clá-
sico, es inútil que este adjetivo descienda del latín classis, flota, que luego tomaría el sen-
tido de orden. (Jorge Luis Borges, “Sobre los clásicos”, Otras inquisiciones, en Obras com-
pletas II, Barcelona, Emecé, 1989, 150)
Pero no sólo estamos ante una pugna entre etimología y semántica, pues no debemos olvi-
darnos del papel que aquello que es designado tiene en la descripción del significado léxico.
En este punto, hay que volver a los textos clásicos de Frege y a los estudios de Odgen y Richards
acerca del triángulo de la significación, para reconsiderar el peso específico del designado y
poner algo de orden en las diferencias que conllevan los verbos «significar» y «designar».
Por si todo esto fuera poco, la consideración del vocabulario en su conjunto se ha descrito tra-
dicionalmente como un desorden donde tan sólo la arbitrariedad del alfabeto puede estable-
cer unas ciertas pautas. Ante ello, algunos semantistas sueñan con un orden interno, o una
tendencia a lo sistemático que nos hace considerar singulares relaciones entre léxico y gra-
mática. Quizá sea en torno a estas dos últimas palabras donde tengamos la discusión de mayor
alcance, pues mientras la tradición gramatical cuenta con siglos de existencia, el estudio sis-
temático del vocabulario es un hecho tan reciente que apenas nos ha dado tiempo a tener una
mínima visión histórica. La novedad que todavía hoy suponen las disciplinas que estudian el
léxico es, en buena medida, la causa de su generalizado desconocimiento. Hace unos años,
Molero Alcaraz1 llamaba la atención precisamente sobre la inexistencia de una asignatura
específica sobre lexicología latina en la mayor parte de los planes de estudio universitarios.
Hoy día, felizmente, la situación ha cambiado. Las historias de la lingüística española, griega
o latina, cuentan con nombres que han consolidado los estudios de semántica léxica en nues-
tro panorama universitario, y este libro sólo es un tímido brote en el contexto de un robusto
árbol.
Es oportuno que digamos algo sobre las circunstancias del presente libro. La idea inicial y
todavía muy incierta de llevar a cabo un estudio dedicado a las diversas aproximaciones al sig-
nificado léxico partió de una conferencia titulada «La didáctica del léxico latino», presentada
al curso Didáctica de las lenguas Clásicas (CEP de Talarrubias 23-27 de Marzo de 1992), que des-
pués tuvo su continuación en otra titulada «Actualización en lexicología latina» (Curso Superior
de Filología Clásica, Aranjuez, Julio de 1995). Las aportaciones de carácter cognitivo, además de
una serie de estudios ya publicados, vinieron de la mano de otra conferencia: «Literatura y len-
gua latina como fuente para el estudio de la Historia de las Mentalidades: las “metáforas de la
vida cotidiana en la comedia”» (Literatura y sociedad en la Antigüedad Clásica, Universidad
Autónoma de Madrid, Marzo de 1996), que fue perfilándose en trabajos posteriores presenta-
dos a diversos congresos2. Todo este proceso se ha integrado ahora en el proyecto de investiga-
ción PB-98-0794 «Léxico y semántica cognitiva de las lenguas griega y latina: historia de los
conceptos y las metáforas», financiado por la Dirección General de Enseñanza Superior del
Ministerio de Educación y Cultura (2000-2002). Además, durante estos últimos años hemos
1
«En este sentido, es significativo el hecho de que hasta hace muy poco tiempo ni siquiera existiera una
asignatura como Lexicología del latín y del griego, en lo que respecta a los estudios superiores de Filología
Clásica» (cf. Molero Alcaraz 1982, 302-306).
2
Entre otros, «Las “Metáforas de la vida cotidiana” en latín y su proyección etimológica en castellano
(“Metaphors we live by” in Latin as etymological background in Spanish)», Congreso Internacional de Semántica
(La Laguna, 27-31 de octubre de 1997), y «Semántica cognitiva del latín (I): los preverbios latinos como “metá-
foras de la vida cotidiana”», Dixième colloque international de linguistique latine (Paris-Sèvres 19-23 avril 1999).
venido ensayando la redacción de este libro gracias tanto a la investigación como a la prepara-
ción de las clases de la asignatura cuatrimestral «Lexicografía y semántica latina», en la
Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid. Pocas veces hemos tenido
ocasión de percibir cómo se fundían la actividad docente y la investigadora de una forma casi
perfecta. De hecho, no han faltado alumnos inquietos que se hayan animado a preparar comu-
nicaciones a congresos y alguna memoria de licenciatura3.
En lo que respecta a los contenidos, esta obra tan sólo pretende servir de sucinta guía e
introducción al estudio del significado léxico en la lengua latina desde los enfoques tradicional,
estructural-funcional y cognitivo, enfoques que en ningún caso resultan incompatibles entre
sí. Está pensada para los estudiantes universitarios y los interesados en conocer algunos aspec-
tos básicos de esta disciplina. Debemos aclarar que no se trata de un manual ni de una exposi-
ción absolutamente sistemática de todos los asuntos que conciernen a la semántica latina (en
este sentido, la Semántica estructural y lexemática del verbo de Benjamín García Hernández sigue
siendo el único libro dedicado a la semántica latina que merece la calificación de manual).
Nuestro propósito está encaminado a tratar tan sólo acerca de algunos de los aspectos princi-
pales de la semántica, que ya desde ahora diremos que irá casi siempre acompañada del adje-
tivo «léxica». Dos son los asuntos que nos parecen fundamentales: por un lado, la naturaleza
del significado, en especial el que concierne al léxico, y, por otro, la posibilidad de estructurar
el vocabulario. Esta posibilidad oscila desde la idea de caos, la de mosaico y la de estructura
léxica hasta plantear diversos hechos de gramaticalización a partir de los estudios sobre la pro-
porcionalidad de tales estructuras.
Así pues, en lo que se refiere a los propósitos, con este trabajo deseamos, ante todo, hacer
una exposición razonada, nacida de nuestra experiencia, sobre cuestiones de interés y propo-
ner cauces para la investigación antes que contar o resumir una theoria recepta. De acuerdo con
esto, la estructura del libro sigue un plan determinado que le confiere una unidad:
— El primer capítulo ofrece una visión general de los estudios léxicos en la Antigüedad,
partiendo de una idea intuitiva del significado como «fuerza» o vis. Además, ofrecemos
una lectura de los dos métodos fundamentales de indagación léxica, la ratio etimológica y
la differentia, como criterios de «epistemología previa» basados en lo comparativo, en el
primer caso, una comparación formal que llega al contenido y, en el segundo, tomando
como punto de partida el contenido como tal.
— Los capítulos segundo a cuarto tienen en común un enfoque predominantemente
estructural de la materia, de acuerdo, sobre todo, con los principios metodológicos ela-
borados por Eugenio Coseriu y, ya pensando más concretamente en la lengua latina, por
Benjamín García Hernández. En ellos ofrecemos una visión general acerca de lo que es
la semántica léxica, entrando después en aspectos concretos que se refieren a la natura-
3
Es el caso de Juan José Carracedo (1999) y Soledad Márquez Huelves (2000 y 2001).
leza del significado (concepción bipolar y tripolar), las estructuras (relaciones clasemá-
ticas) y el campo léxico. En cada uno de ellos hemos ensayado, asimismo, explicaciones
complementarias de naturaleza cognitiva.
— En el quinto y último capítulo ofrecemos una novedosa visión, quizá el paradigma para
los estudios lingüísticos del siglo XXI, la semántica cognitiva, que, a su vez, nos permite
mirar hacia atrás, pues no deja de ser una nueva aproximación que siempre estuvo con
nosotros.
No nos queda más que dar cuenta de la deuda científica que tenemos contraída con dos
maestros de la semántica léxica, Benjamín García Hernández, bajo cuya dirección llevamos a
cabo una tesis doctoral defendida en el año 1992, y de quien hemos seguido aprendiendo aún
más, si cabe, desde entonces, y Marcos Martínez Hernández, cuyos estudios, ahora recogidos
en un libro fundamental, han terminado por conformar nuestro carácter de aprendiz de
semantista4. Asimismo, queremos recordar en estas últimas líneas al profesor Eugenio
Coseriu, que acaba de dejarnos, aunque seguirá vivo en la memoria de sus discípulos y de los
discípulos de sus discípulos, de manera que podría haberse aplicado a sí mismo el verso hora-
ciano non omnis moriar.
4
Quiero expresar mi agradecimiento a la profesora Cristina Martín Puente, que con tanta atención e inte-
rés leyó el original de este libro y al profesor Marcelo Martínez Pastor por su constante interés y apoyo.
... —En resumen, yo creo que las palabras valen tanto, materialmente, como la propia
cosa significada, y son capaces de crearla por simple razón de eufonía. Se precisará un
estado especial; es posible. Pero algo que yo he visto me ha hecho pensar en el peligro de
que dos cosas distintas tengan el mismo nombre. (Horacio Quiroga, El Simún y otros rela-
tos, Barcelona, Seix Barral, 1986, 70-73)
A continuación, se nos cuenta un relato en el que dos hombres que se dedicaban día y noche a
trazar rayas obsesivamente terminaron desapareciendo dentro de su casa. Cuando se hizo una
inspección de ésta no se encontró rastro de ellos, salvo, quizá, dos rayas, es decir, dos peces mari-
nos, que se revolvían dentro del canal de desagüe. Este pequeño cuento refleja magistralmente
una de las preocupaciones más antiguas del ser humano desde que fue parlante: la naturaleza y el
origen del significado de las palabras. En el párrafo citado hay al menos tres ideas que resultan
muy estimulantes para adentrarnos en una concepción primitiva o mágica del significado:
a) Las palabras «valen tanto, materialmente, como la propia cosa significada». Nos inte-
resa, en especial, el uso del verbo «valer» aplicado en este contexto. Hay en los gramá-
ticos latinos una expresión muy parecida, como es la de vis verbi, es decir, la «fuerza de
la palabra».
b) Siguiendo la idea expresada por la vis, observamos que la palabra tiene un poder crea-
dor. Recordemos que en el libro del Génesis (1, 3-5), en el relato de la creación, Dios crea
las cosas diciendo primero «haya...»:
Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios
la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche».
De esta forma, nos cuenta el relato mítico cómo Dios dijo primero que se crearan las
cosas para pasar luego a crearlas. Se trata, probablemente, del texto esencial para ilus-
trar la concepción del lenguaje como entidad creadora.
c) Otro hecho también significativo es que la razón por la que las palabras pueden crear las
cosas sea algo en apariencia tan insignificante como la eufonía, o, en otras palabras, que
la eufonía sea una razón creadora. La eufonía nos lleva directamente al aspecto mera-
mente físico de la palabra, y lo pone en relación con un concepto elemental de estética,
como es el de la propia belleza de las palabras tal como suenan. No muy lejos de esta
concepción estaba Giambattista Vico cuando ponía en relación los nombres griegos y
latinos del dios supremo y de la justicia apelando, precisamente, a la «coquetería del
lenguaje» (una razón de eufonía es la que aduce Platón en Crátilo 412d-413c, que es en
quien se basa Vico):
Con este primer nacimiento de los caracteres y de las lenguas nació el derecho,
llamado ious por los latinos, y por los antiguos griegos diaíou —que más arriba
explicamos como «celeste», que proviene de Diós; por lo que los latinos utiliza-
ban sub dio indistintamente que sub Iove para decir «a cielo abierto»—, y como
dice Platón en el Crátilo, por coquetería del lenguaje, pasó a llamarse díkaion. Pues
de forma universal fue considerado el cielo por todas las naciones gentiles bajo el
aspecto de Júpiter, recibiendo de él las leyes a través de sus divinos avisos y órde-
nes que consideraban auspicios; lo que demuestra que todas las naciones nacie-
ron en la creencia de la providencia divina. (Giambattista Vico, Ciencia nueva.
Tomo I. Ed. de J. M. Bermudo, Barcelona, Orbis, 1985, 206)
El texto de Horacio Quiroga crea, en definitiva, una ficción acerca de un asunto que en
semántica puede denominarse, en principio, como polisemia, o la circunstancia de que una
palabra tenga dos significados1. Pero, sobre todo, este cuento nos ofrece un excelente ejemplo
de lo que es la creencia del significado como algo inmanente a la forma de la palabra, muy pro-
pio de concepciones mágicas del lenguaje.
Sin embargo, ya veremos cómo es el uso el que en buena medida confiere el sentido real y
efectivo a las palabras, al contextualizarlas, siendo también el causante de su desgaste. El uso
hace que muchas palabras lleguen a significar lo contrario de lo que en principio daban a
entender. Pensemos en términos como «enervar» (de ex ynervus), que, frente a lo que muchos
podrían creer, significa «debilitar o quitar las fuerzas», o la manida locución «llegar al punto
álgido» (de alget), donde «álgido» significa «muy frío»2. Es, precisamente, ante hechos
como éstos cuando percibimos una cierta dualidad entre el origen de la palabra y su significa-
do presente, ya que la etimología puede llegar a ser incluso contradictoria. En este sentido,
1
En realidad se trata de un hecho de homonimia, pues estamos ante dos palabras de origen distinto que
han venido a coincidir formalmente. Para las dificultades a la hora de distinguir entre polisemia y homonimia
véase el interesante trabajo de Cifuentes Honrubia (1990).
2
«Como el período álgido de ciertas enfermedades, acompañado de frío glacial, es al mismo tiempo crí-
tico para la vida del enfermo, se ha dado erróneamente a álgido la ac. “culminante” [med. s. XIX: Selgas,
Campoamor], denunciada repetidamente como bárbara, pero vigorosa aún.» (Corominas-Pascual 1991, s. v.
ÁLGIDO).
desde la idea casi mágica de un sentido primigenio, natural e inmutable, podemos llegar a
defender la idea de que el significado mantiene una relación convencional o arbitraria con res-
pecto a la expresión, lo que conlleva, entre otras consecuencias, la de abrir la posibilidad al
cambio semántico y lingüístico en general3. De esta forma, la primera concepción lleva implí-
cita una idea de lengua inalterable, utópicamente considerada perfecta, mientras que la segun-
da, al entender la relación arbitraria entre significado y significante, abre la puerta al cambio
lingüístico. En la historia de las ideas lingüísticas llegamos a encontrar posiciones intermedias
entre una y otra concepción, como cuando, aun reconociendo el hecho innegable de que las
lenguas evolucionan, se persiste en creer que hubo una primera lengua perfecta, inmutable, de
la que después degeneraron las demás.
En resumen, ya veremos cómo en el devenir de las preocupaciones en torno al significado
de las palabras se han dado y a veces hasta enfrentado estos dos planteamientos:
Pasemos a hablar más detenidamente acerca de este aspecto diferenciador entre etimología
y semántica.
3
«(...) los planos fonético y significativo de una lengua están en relación arbitraria y, por tanto, no exis-
te relación directa entre ambos; la arbitrariedad característica de las lenguas naturales hace posible la existen-
cia de los cambios lingüísticos, pues si hubiera una relación directa entre los elementos fonéticos y los signi-
ficados es evidente que las lenguas permanecerían siempre inalterables» (Blecua 1973, 70).
4
Marouzeau 1940, 260. Además, Virgilio no se conforma tan sólo con esta explicación, sino que nos ofre-
ce un perfecto anagrama que recombina las letras que conforman LATIVM para dar lugar a MALVIT.
(«Saturno llegó el primero del etéreo Olimpo, huyendo las armas de Júpiter y desterra-
do, despojado de su reino. Él fue quien reunió aquella nación indomable y dispersa por
los altos montes, les dio leyes, y prefirió que se llamara “Lacio”, ya que sano y salvo estu-
vo “latente” por estas riberas.»)
Los ejemplos más universalmente conocidos de este tipo de etimología se deben a Isidoro
de Sevilla, como en el caso de su explicación de clarus:
Clarus, a caelo, quod splendeat. Vnde et clara dies pro splendore caeli. (Isid. Orig. 10, 32)
(«Clarus (claro) deriva de caelum (cielo), porque resplandece. Así, hablamos de un “cla-
ro día” a causa del esplendor del cielo.») (trad. de Oroz Reta y Marcos Casquero)
En este ejemplo tenemos representados tanto la búsqueda de una palabra que tenga un
parecido evidente con el adjetivo clarus (caelum), como el juego anagramático del cambio del
orden de las letras (CLArVM y CAeLVM)5. Queda, pues (y esta es la parte semántica de la investi-
gación etimológica en la Antigüedad), encontrar el hilo conductor entre los contenidos de las
dos palabras puestas en relación. Varrón o Isidoro de Sevilla entienden que la etimología sirve
para conocer mejor el significado de las palabras, ya que la etimología antigua busca casi obse-
sivamente la congruencia entre las formas y los contenidos. De hecho, Isidoro dice explícita-
mente en un famoso y discutido pasaje de las Etymologiae (Orig. 1, 29) que si se conoce el origen
de una palabra antes se dará con su sentido:
Etymologia est origo vocabulorum, cum vis verbi vel nominis per interpretationem
colligitur. Hanc Aristoteles symbolon, Cicero adnotationem nominavit, quia nomina et
verba rerum nota facit exemplo posito; ut puta flumen, quia fluendo crevit, a fluendo dic-
tum. Cuius cognitio saepe usum necessarium habet in interpretatione sua. Nam dum
videris unde ortum est nomen, citius vim eius intellegis. Omnis enim rei inspectio ety-
mologia cognita planior est.
5
También podían suprimirse o añadirse letras (Var. L. 7, 1).
No obstante, esta concepción tan confiada debe enfrentarse a otra orientación escéptica que
ya puede intuirse en el Crátilo de Platón. Este escepticismo, que es posible rastrear en Platón,
Sexto Empírico, así como en Cicerón y Quintiliano, nos lleva a un texto crucial de Agustín de
Hipona donde puede observarse cómo aparece completamente diferenciado el estudio de la
etimología, en calidad de dudosa disciplina que indaga acerca del origen (¿verdadero?) de las
palabras, y el de la semántica, o el conocimiento del significado6, para lo que se puede prescin-
dir perfectamente de la etimología:
De origine verbi quaeritur, cum quaeritur unde ita dicatur: res mea sententia nimis
curiosa, et non nimis necessaria. Neque hoc mihi placuit dicere, quod sic Ciceroni quo-
que idem videtur; quamvis quis egeat auctoritate in re tam perspicua? Quod si omnino
multum iuvaret explicare originem verbi, ineptum esset aggredi, quod persequi profec-
to infinitum est. Quis enim reperire possit, quod quid dictum fuerit, unde ita dictum sit?
Huc accedit, quod ut somniorum interpretatio, ita verborum origo pro cuiusque ingenio
praedicatur. Ecce enim verba ipsa quispiam ex eo putat dicta, quod aurem quasi verbe-
rent: Immo, inquit alius, quod aerem. Sed nostra non magna lis est. Nam uterque a ver-
berando huius vocabuli originem trahit. Sed e transverso tertius, quam rixam inferat.
Quod enim verum, ait, nos loqui oporteat, odiosumque sit, natura ipsa iudicante, men-
dacium; verbum a vero cognominatum est. Nec ingenium quartum defuit. Nam sunt qui
verbum a vero quidam dictum putent, sed prima syllaba satis animadversa, secundam
negligi non oportere. Verbum enim cum dicimus, inquiunt, prima eius syllaba verum
significat, secunda sonum. Hoc autem volunt esse bombum. Vnde Ennius sonum
pedum, bombum pedum dixit: et Bo!sai Graeci clamare; et Virgilius, «Reboant silvae»
(Georg. lib. 3, v. 223) Ergo verbum dictum est quasi a vero boando, hoc est verum sonan-
do. Quod si ita est, praescribit quidem hoc nomen, ne cum verbum faciamus, mentia-
mur: sed vereor ne ipsi qui dicunt ista, mentiantur. Ergo, ad te iam pertinet iudicare,
utrum verbum a verberando, an a vero solo, an a vero boando dictum putemus: an potius
unde sit dictum non curemus; cum, quod significet, intelligamus. (Aug. Principia
Dialecticae VI. P. L. 32, 1409-1420)7
6
Esta distinción ya puede encontrarse en Varrón, aunque desde otros presupuestos (L. 5, 2): Cum unius
cuiusque verbi naturae sint duae, a qua re et in qua re vocabulum sit impositum (itaque a qua re sit pertinacia cum
requiritur, ostenditur esse a pertendo; in qua re sit impositum dicitur cum demonstratur, in quo non debet pertendi et
pertendit, pertinaciam esse, quod in quo oporteat manere, si in eo perstet, perseverantia sit), priorem illam partem, ubi
cur et unde sint verba scrutantur, Graeci vocant etymologían, illam alteram perí semainoménon. De quibus duabus
rebus in his libris promiscue dicam, sed exilius de posteriore («Cada palabra posee dos peculiaridades congénitas:
de qué objeto se parte y en qué objeto de aplica el nombre. Así, cuando se rastrea de dónde procede pertinacia
(obstinación), se descubre que deriva de pertendere (obstinarse); en cuanto a en qué objeto se aplica, se dice que
existe pertinacia cuando se pone de manifiesto que hay obstinación en algo en que uno no debe obstinarse (per-
tendi). En efecto, si se persiste (perstet) en lo que conviene mantenerse firme, lo que hay es perseverantia. A la
primera cuestión —es decir, cuando se investiga por qué y de dónde vienen las palabras—, los griegos la deno-
minan etimología; a la segunda, semántica. Sobre ambas cuestiones y de manera indistinta, voy a hablar en los
libros siguientes, aunque abordando más de pasada la segunda de ellas.») (trad. de Marcos Casquero).
7
Tenemos una edición moderna de esta obra: De dialectica. Ed. Jan Pinborg and. trans. B. Darrell Jackson,
Dordrecht and Boston, Reidel, 1975.
(«Nos preguntamos acerca del origen de una palabra cuando nos planteamos de
dónde proviene que se diga de tal manera: asunto muy curioso, en mi opinión, pero no
muy necesario. No me gustó decir esto que a Cicerón parece merecerle la misma opi-
nión; aunque, ¿quién necesita de una autoridad en un asunto tan “evidente”? Pero si
fuera de mucha utilidad explicar el origen de una palabra, no sería apropiado adentrar-
se en lo que ciertamente es imposible de alcanzar. ¿Quién hay que pueda justificar por
qué se tiene que decir de tal manera lo que nombramos? Ocurre que, al igual que en la
interpretación de los sueños, así se declara el origen de una palabra de acuerdo con el
ingenio de cada cual. He aquí que hay quien interpreta que el mismo término verba
(palabras) se dice así porque es como si azotasen (“reverberasen”) el oído; más bien,
dice otro, porque es como si azotasen el aire. Pero esto no supone un gran problema,
pues uno y otro remontan el origen de esta palabra del verbo “azotar” (verberando).
Inesperadamente mira qué discordia viene a sembrar un tercero: verbum es sinónimo
de “verdadero” porque, según dice, conviene que hablemos lo verdadero, y es odiosa la
mentira, siendo la naturaleza el juez mismo. Pero no faltó un cuarto ingenio que dijo
que, si bien hay quienes estiman que verbum se dice de “verdadero”, quedando, pues, la
primera sílaba suficientemente constatada, no conviene olvidarse de la segunda. De
esta forma, declaran que cuando decimos verbum la primera sílaba significa “verdade-
ro”, y la segunda “sonido”; pretenden, pues, que éste (el sonido) sea un “zumbido”
(bombum). Por ello, Ennio llamó al sonido de los pies “ruido de pasos”, los griegos dicen
“gritar” con el término boasai, y Virgilio dice “resuenan los bosques”. Luego, se dice
verbum como si hiciéramos retumbar la verdad, es decir, como si hiciéramos sonar la
verdad. Por tanto, si esto es correcto, el mismo nombre ordena que no mintamos al
hablar, mas temo que mientan incluso estos mismos que afirman tales cosas. Por lo
tanto, a ti corresponde juzgar si hemos de considerar que verbum se dice de verberando
(“azotar”), o de vero (“verdad”) tan sólo, o de vero boando (“hacer resonar la verdad”), o
si, por el contrario, es preferible que no nos preocupemos por su origen, ya que sin
necesidad de ello entendemos lo que significa.»)
su cima más alta con San Isidoro de Sevilla, excelente ejemplo de recuperación y creación eti-
mológica.
Centremos ahora nuestra atención en dos frases concretas de los textos citados:
— nam dum videris unde ortum est nomen, citius vim eius intellegis (Isidoro)
— unde sit dictum non curemus; cum quod significet, intelligamus (Agustín)
En estas dos frases podemos ver resumidos los aspectos que hemos comentado. Mientras
Isidoro aúna etimología y semántica, Agustín las diferencia cuando nos dice que de poco nos
sirve saber de dónde se puede decir una palabra para conocer su significado. Por otra parte,
Isidoro habla de la vis nominis (recuérdese lo que decíamos acerca de la fuerza de las palabras
con referencia al cuento de Horacio Quiroga), pero Agustín emplea explícitamente el verbo sig-
nificare, consciente del valor que tiene la palabra como signo convencional. La semántica como
estudio del significado y la etimología, concebida desde el siglo XIX como una «historia de las
palabras», quedan desligadas una de otra por sus métodos y objeto de estudio8.
8
En lo que respecta al desarrollo moderno de ambas disciplinas, Guiraud (1981, 108-110) y Ullmann
(1968, 34-59) hablan de semántica sincrónica (la semántica) y de semántica diacrónica (la etimología).
El nacimiento de las differentiae se suele vincular a los ámbitos retórico9 y jurídico (Codoñer
1985; García Hernández 1997a; Lorenzo 1977; Magallón García 1996). Ocupan un lugar singu-
lar en esta dilatada tradición el tratado de Nonio Marcelo titulado De differentia similium signi-
ficationum, que conforma el quinto de los veinte libros que componen su De compendiosa doc-
trina y, asimismo, el De differentiis, de Isidoro de Sevilla.
Nonio Marcelo, que desarrolló su actividad allá por el siglo IV10, nos dejó una obra que, aun-
que sin grandes pretensiones, constituye un pequeño tesoro de citas, sobre todo pertenecien-
tes a la literatura del período republicano. En lo que respecta a Isidoro de Sevilla, hay que hacer
notar que su obra De differentis corresponde al comienzo de su actividad, mientras que las
Etymologiae pertenecen, al contrario, ya al final de su producción11. La Praefatio del De differen-
tiis deja suficientemente clara su adscripción al género12:
9
Pérez Castro (1999, 64) ve en esta vinculación con la retórica un inconveniente cronológico, pues si las pri-
meras manifestaciones de este arte son del s. I a. C., las differentiae que da Catón quedarían fuera de este período.
10
De Nonio Marcelo apenas tenemos datos biográficos: «Of Nonius himself little is known. From various
indications it has been inferred that he lived in the fourth or fifth century A. D., and was a dignitary in the small
town of Thubursicum in North Africa. He published a volume of letters “On the Neglect of Study”, from which he
quotes a pompous sentence in illustration of the word meridies (Meridiem... nos in Epistulis quae inscribuntur “De
Peregrinando a Doctrinis”: exvigila aliquando et moracium cogitationum, priusquam aetas in meridie est, torpedinem
pelle.” page 451 of Mercier’s edition). Some of his modern critics accuse him of an amount of ignorance that is
hardly conceivable. Without going so far, we may safely regard him as a man of very limited learning, a compiler
rather than a researcher. His dictionary can hardly have belonged to anything but the “scissors and paste” class»
(Lindsay 1965, 1). Véase también Moretti 1984.
11
En palabras de Carmen Codoñer, una y otra constituyen dos modos diferentes de aproximación a la rea-
lidad: «La concepción del mundo que se desprende de la lectura de las Differentiae no es válida más que para
los creyentes. O si se quiere, podemos enunciarlo al revés: las differentiae rerum sirven para crear al lector una
concepción del mundo exclusivamente cristiana. Al mismo tiempo, el procedimiento de la diferencia tiene en
este caso una función peculiar: establecer enlaces entre conceptos cuya distinción es léxicamente irrelevante y
para los que la afinidad básica consiste en formar parte integrante de un dogma. Hablar de diferencias como
procedimiento gramatical resulta a todas luces improcedente. Cualquiera de las diferencias aquí utilizadas sig-
nifica algo más que lo que se desprende de la comparación entre rex y tyrannus. Se trata siempre de la unión de
dos definiciones que, por el hecho de juntarse en comparación e ir referidas a un ámbito limitado, adquieren
la cualidad de “diferentes”. Algo así como si estableciéramos una comparación entre un “dragón” y una “prin-
cesa” pensando en que ambos forman parte de un mundo cerrado y simbólico en el que cada uno de los obje-
tos que lo integran adquiere un valor especial por el hecho de estar en contacto con el resto.» (Codoñer 1992b,
19-30). Más recientemente, Velázquez (en prensa) ha revisado los diferentes aspectos de la lengua en la obra
isidoriana en una espléndida monografía. Agradezco a la autora que me haya facilitado la consulta del original.
12
Seguimos la moderna edición del libro primero que ha realizado Carmen Codoñer (1992b), donde se
puede volver a apreciar la primitiva disposición temática, frente a la alfabética que erróneamente se había
venido presentando (es el caso de la edición de Faustino Arévalo en la Patrología Latina, tomo 83).
Vamos a leer cómo tratan tanto Nonio Marcelo como Isidoro de Sevilla el asunto de la diffe-
rentia en una misma pareja de sinónimos, la conformada por las palabras latinas cupido y amor.
Nonio la explica de la manera siguiente:
CVPIDO et AMOR idem significare videntur. Et est diversitas. Cupido enim inconsi-
deratae est necessitatis, amor iudici. Plautus Bacchidibus (fr. XIX):
(«CVPIDO y AMOR parecen significar lo mismo, pero hay diferencia. El deseo (cupido)
es propio de la necesidad irreflexiva, el amor (amor) lo es del juicio. Plauto en Báquides
(fr. XIX): “¿Acaso se ha ensañado contigo Cupido o Amor?”. Esto mismo lo distinguió en
el Gorgojo y expresó el valor de su diversidad cuando dice que (3): “lo que Venus y Cupido
ordenan y Amor aconseja”. Afranio en El presagio (221): “sentirá amor el sabio, el resto
deseo”. Cuando nos referimos a cupido en género femenino, damos a entender la cupidi-
tas. Virgilio (Aen. 4, 721): “¿qué deseo tan cruel de luz?”. Cuando lo hacemos en mascu-
lino, nos referimos al dios mismo. Plauto en El mercader (854): “¡Cupido, qué grande
eres”. Nevio en El gimnástico (55): “Por Pólux, Cupido, que aunque seas tan pequeñito,
vales muchísimo”.»)
Lo relevante es, una vez establecida la pareja de sinónimos, tratar de ver la diferencia, algo
que ya intuye perfectamente Nonio Marcelo desde el comienzo de su definición: amor y cupido
presentan una base significativa común evidente, la de designar el amor, y se establece la dife-
rencia relacionando amor con iudicium y cupido con una inconsiderata necessitas13. Veamos aho-
ra cómo trata Isidoro la diferencia entre amor y cupido (113 Codoñer y 1, 5 Arévalo):
Inter amorem et cupidinem. «Aliud est, » inquit Cato, «Philippe, amor, longe aliud-
que cupido. Accessit illico alter ubi alter recessit; alter bonus, alter malus». Alii verius
amorem et bonum dixerunt et malum, cupidinem semper malum. Amorum autem qua-
dripertita differentia est. Est enim iustus amor, pius, crudelis, obscenus. Iustus amor est
uxorius, pius filiorum, crudelis contra naturam, ut Pasiphae, obscenus meretricum.
(«Entre amor (amor) y cupido (pasión). “Una cosa es, ” dice Catón, “Filipo, el amor, y
otra muy distinta la cupido. La una se produce en seguida allí donde el otro abandona; el
uno es bueno, la otra es mala”. Otros, con más acierto, dijeron que amor era bueno y
malo, cupido siempre malo. Y es cuádruple el tipo de amores. En efecto, hay un amor legí-
timo, piadoso, perverso, obsceno. Legítimo es el amor a la esposa, piadoso el amor a los
hijos, perverso el contra naturam, como el de Pasifae, obsceno el de las meretrices.»)
(trad. de Carmen Codoñer)
En la clasificación semántica que Magallón García (1996, 182-188) establece de todas las dif-
ferentiae de Nonio, coincide con Isidoro de Sevilla en englobar amor y cupido en la polaridad
«positivo»/«negativo». Puede observarse fácilmente cómo esta definición deja perfecta-
mente explícito el contenido positivo de amor frente al negativo de cupido, aunque, como bien
señala Magallón García (1996, 247-248), «AMOR puede ser también malum cuando es crude-
lis y obscenus». Esta caracterización de lo positivo y lo negativo aparece asimismo en Barrault,
autor que supone, en buena manera, la culminación de esta tradición lexicográfica14. Tomando
ahora otra differentia de Nonio (703L), la que opone cupido a cupiditas, Barrault sitúa a cupido
entre los sinónimos cupiditas, libido y voluptas, mientras que amor es colocado entre caritas, pie-
tas, benevolentia, studium, favor y gratia:
Cupido est un désir qui nous porte à quelque chose et considéré comme faisant des
efforts pour être satisfait; le désir en tant qu’il est considéré comme action, opposé à l’a-
version; cupiditas n’est qu’un état passionné de l’âme opposé à la tranquillité de l’esprit
ou à l’indifférence. «Cupiditas levior est cupidine» (Nonius, V. LVII): «Cupiditas ex
homine, cupido ex stulto numquam tollitur» (Lucil., XXIII). Cette distinction qui a été
faite par Lucilius est on ne peut plus fondée; en effet, le penchant vicieux de l’âme peut
être corrigé, mais une fois qu’un sot s’est mis dans la tête une envie pour quelque chose,
il n’y a plus moyen de l’en faire démordre. Mais la conclusion que Nonius tire de ce pas-
sage n’est pas exacte. (Barrault 1853, 613)
13
Los ejemplos aducidos para corroborar su definitio, si adoptamos una lectura crítica, no siempre res-
ponden perfectamente a las definiciones dadas.
14
Si bien su estudio sobre los sinónimos parte del libro titulado Lateinische Synonyme und Etymologie, de
Döderlein, publicado en Leipzig entre 1826 y 1836 (García Hernández 1997a, 26, n. 39).
Amor, comme amare, se dit des hommes et de animaux, c’est l’amour pur et l’amour
sensuel ou interessé; caritas est l’amour éclairé, l’affection raisonnable des hommes, un
sentiment noble, une amitié mêlée de respect et de vénération; pietas, l’amour envers les
parents, les dieux, la patrie, toute affection quón ne pourrait violer sans commettre un
nefas. Le principe de amor est dans le sentiment, dans la passion; celui de caritas dans la
raison; celui de pietas, dans le devoir, l’instinct naturel et le sentiment religieux. Caritas
peut se commander, amor ne se commandre pas. (Barrault 1853, 615)
a) ambos tienen en común el hecho de ser métodos comparativos. Entiéndase por «com-
parativo» un método de investigación básica, propio de una epistemología previa
(García Gabaldón 1996).
15
Tenemos la postura escéptica de Pérez Castro (1999, 67-68): «Por lo que al latín respecta, las differen-
tiae verborum de época postclásica lo único que permiten comprobar es la capacidad de mistificación de sus
compiladores, cuya obra convendría tomar sólo como objeto de estudio, y no como fuente de datos y autoridad
para el estudio del léxico latino.»
Tal es el estudio a que invito a todos los lectores. No se espere encontrar en él hechos
de naturaleza muy complicada. Al contrario, como siempre ocurre allí donde está en jue-
go el espíritu popular, sorprende la sencillez de los medios, sencillez que contrasta con
la extensión y la entidad de los efectos obtenidos.
He buscado deliberadamente mis ejemplos en las lenguas más generalmente
conocidas; fácil será aumentar el número; fácil será también sacarlos de regiones
menos exploradas. Como las leyes que he tratado de indicar son más bien de orden
psicológico, no dudo que se comprueben fuera de la familia indo-europea. Lo que he
16
Esta estimulante hipótesis la sostiene Coseriu (2000, 21, n. 31).
querido hacer es trazar algunas grandes líneas, marcar algunas divisiones y como un
plano provisional en un terreno no explotado aún, y que reclama el trabajo manco-
munado de varias generaciones de lingüistas. Ruego, pues, al lector, que mire este
libro como una simple Introducción a la ciencia que he propuesto llamar Semántica.
(Bréal s. f., 7)
Los estudios de sintaxis se interesan básicamente por los dos últimos niveles, mientras que
los estudios que conciernen a la semántica léxica o lexicología tienden al estudio de los dos pri-
meros. La cuestión, no obstante, presenta una complejidad mayor de la que pudiera sugerir
esta idea de simple reparto de niveles. Como veremos a lo largo de este trabajo, las diferencias
entre estudiosos de la sintaxis y la semántica del léxico son, además, de método, ya que en la
primera disciplina uno de los métodos más fructíferos es hoy día el de la Functional Grammar,
iniciada hace unos decenios por Simon Dik en Holanda, y aplicada luego por Harm Pinkster a
la lengua latina. En los estudios de semántica léxica, por su parte, sigue mostrándose vigoroso
el Estructuralismo, especialmente el pensado expresamente para el estudio léxico que propu-
siera Eugenio Coseriu. Dados, pues, estos precedentes, que no son, por cierto, los únicos posi-
bles, se da, además, la circunstancia de que en la tradición de la sintaxis puede encontrarse un
cierto menosprecio y desinterés por las cuestiones particulares que conciernen al léxico. Esto
es así porque el léxico y sus particularidades semánticas presentan muchas veces casos excep-
cionales dentro de las explicaciones sintácticas, lo que termina conformando una casuística
que debe de recordar a aquellas que encontramos en las gramáticas y sintaxis de corte tradicio-
nal. Pensemos que si la semántica entendida en su sentido general de «ciencia del significa-
do» se ha visto marginada de los estudios sintácticos1, con mucho más motivo sufrirá este
1
Véase el excelente resumen que del asunto hace Lorenzo (1992, 103-104): «Tal vez uno de los proble-
mas que más ha atraído la atención a los lingüistas desde hace ya unos cuantos años fue el de determinar la rela-
ostracismo la semántica léxica, dado que el léxico, por lo demás, supone un escollo a las pre-
tensiones de independencia del nivel de lengua sintáctico.
Esto da lugar, en definitiva, a que dentro del riquísimo y productivo ámbito de lo que hoy día
es la lingüística latina puedan percibirse dos líneas de investigación, una sintáctica, y otra lexi-
cológica, bien diferenciadas, aunque obligadas a entenderse en más de una ocasión, habida
cuenta de hechos tales como la gramaticalización de elementos léxicos (cf. 5.4.).
Vamos a poner un significativo ejemplo de lo que estamos diciendo mediante una particu-
lar lectura de uno de los manuales de sintaxis latina de mayor influencia en los últimos tiem-
pos, la Sintaxis y semántica del latín, de Harm Pinkster (1995). Veremos cómo se encuentran
referencias en este manual a hechos propios de la semántica léxica, o lo que tradicionalmente
se ha denominado como sinonimia, antonimia, y demás aspectos relacionados. De esta forma,
vemos que en el Capítulo 5, dedicado a los «Elementos de Relación» (Pinkster 1995, 48-91),
es decir, los casos, las preposiciones, las subordinantes y la concordancia en número y/o géne-
ro, se hacen algunas curiosas referencias a hechos propios de significado léxico dentro de un
apartado titulado «Problemas en el nivel de la oración del sistema de casos propuesto»
(Pinkster 1995, 59-60). Entre ellos, hay tres asuntos que nos interesan:
ción entre gramática y semántica en general, y, en un ámbito más restringido, la existente entre sintaxis y
semántica. Como es sabido, las diversas opiniones sobre esta cuestión siguieron desde el principio dos direc-
ciones opuestas, si bien cada una de ellas experimentó matizaciones y precisiones posteriores. Frente al explí-
cito aserto de N. Chomsky “I think that we are forced to conclude that grammar is autonomous and indepen-
dent of meaning”, otros lingüistas, por el contrario, sostienen que la sintaxis, en concreto, es vehículo de
significado y que no ha de considerarse independiente de la semántica». La diferente consideración de lo léxi-
co-semántico en la descripción gramatical es lo que ha supuesto el nacimiento de la lingüística cognitiva como
alternativa al generativismo chomskiano de la versión estándar (Cuenca-Hilferty 1999, 21).
2
Sobre este verbo y su polisemia véase Martín Rodríguez (1998, 987-1001).
3
«Le sens est une donnée si immédiate et fondamentale de notre expérience quotidienne du langage
qu’on ne peut manquer de s’étonner de l’apparition tardive et du statut controversé et encore incertain de la
«science» dite sémantique, qui en a fait son champ d’étude.» (Tamba-Mecz 1998, 3).
4
«Con todo, aunque el significado de un nombre, preposición y conjunción subordinante a menudo
proporciona una indicación de la función semántica de un Adjunto, no obstante, no hay una relación uno-a-
uno entre el significado léxico del constituyente y la función semántica que desempeña.» (Pinkster 1995, 38).
Entre amigos y enemigos se difundió la noticia de que yo sabía una nueva versión del
parto de los montes. En todas partes me han pedido que la refiera, dando muestras de
una expectación que rebasa con mucho el interés de semejante historia. Con toda hones-
tidad, una y otra vez remití la curiosidad del público a los textos clásicos y a las ediciones
de moda. Pero nadie se quedó contento: todos querían oírla de mis labios. (J. J. Arreola,
«Parturient montes», en Confabulario Definitivo. Edición de Carmen de Mora, Madrid,
Cátedra, 1986, 65-67)
El personaje del cuento reutiliza el motivo clásico del parto de los montes que nos refiere
Horacio en su Ars Poetica para explicar el desconsuelo del creador a la hora de ser original. Ante
la imposibilidad de contar una nueva versión de la vieja fábula, el creador terminará por dar
lugar a un ratón verdadero:
En el último instante, mi sonrisa de alivio detiene a los que sin duda pensaban en lin-
charme. Aquí, bajo el brazo izquierdo, en el hueco de la axila, hay un leve calor de nido...
Algo se anima y se remueve... Suavemente, dejo caer el brazo a lo largo del cuerpo, con la
mano encogida como una cuchara. Y el milagro se produce. Por el túnel de la manga des-
ciende una tierna migaja de vida. Levanto el brazo y extiendo la palma triunfal. (...)
Extenuado por el esfuerzo y a punto de quedarme solo, estoy dispuesto a ceder la criatu-
ra al primero que me la pida.
Las mujeres temen casi siempre a esta clase de roedores. Pero aquella cuyo rostro res-
plandeció entre todos, se aproxima y reclama con timidez el entrañable fruto de fantasía.
Las razones de la mujer para solicitar el ratón no pueden ser, por decirlo abiertamente, más
«semánticas»:
Al despedirse y darme las gracias, explica como puede su actitud, para que no haya
malas interpretaciones. Viéndola tan turbada, la escucho con embeleso. Tiene un gato,
me dice, y vive con su marido en un departamento de lujo. Sencillamente, se propone
darles una pequeña sorpresa. Nadie sabe allí lo que significa un ratón.
Podemos organizar el cuento en torno a los tres aspectos que articulan y conforman el hecho
de la significación (cf. García Jurado 1999), a saber: SIGNIFICANTE, SIGNIFICADO y DESIG-
NADO. De esta forma, si volvemos al comienzo del relato, observamos que el asunto que lo abre
es el rumor de que nuestro autor conoce «una nueva versión del parto de los montes». El asun-
to no es, ni mucho menos, baladí, pues esta nueva versión, de ser cierta, supone todo un de-
safío a la Tradición Literaria. Esta versión, en clave semántica, no es otra que un nuevo SIGNI-
FICANTE de la vieja fábula, que es lo que entraña realmente la dificultad. Sin embargo, la nueva
versión termina siendo su representación primigenia, pues el autor se convierte en el monte
parturiento y da a luz al ratón legendario, que no es otra cosa que el DESIGNADO. Podemos
entender que la imposibilidad de crear nuevos SIGNIFICANTES (o versiones) desemboca en
el motivo primigenio que dio lugar a la fábula, el ratón legendario o DESIGNADO, que nos
devuelve, en definitiva, al SIGNIFICADO básico. Por ello, el cuento termina aludiendo al ter-
cer componente de la significación, el significado mismo.
Como es sabido, los tres elementos que configuran el hecho de la significación pueden
representarse mediante el clásico triángulo de Ogden y Richards (1954, 36):
SIGNIFICADO
(pensamiento)
SIGNIFICANTE DESIGNADO
(símbolo) (cosa)
distingue entre «lo significante», «lo significado o decible» y «lo existente»5. Debemos
recordar que el famoso triángulo de Ogden y Richards no tiene base, es decir, que no hay una
relación directa entre SIGNIFICANTE y DESIGNADO (creencia primitiva y mágica de la que ya
tratamos al comienzo del TEMA 1), sino que ésta pasa siempre a través del SIGNIFICADO, que
no es otro que nuestro pensamiento. De esta forma, y como los mismos autores afirman, «las
palabras (...) no significan nada por sí mismas, aunque haya sido igualmente universal (...) la
creencia de que así era. Sólo cuando un sujeto pensante hace uso de ellas, representan algo, o,
en un sentido, tienen significado» (Odgen y Richards 1954, 35). Es el pensamiento el que asig-
na al significante el valor oportuno para que simbolice la cosa a la que queremos referirnos,
como si fuera un intermediario:
SIGNIFICANTE —simbolización— SIGNIFICADO —referencia— DESIGNADO
Ahora bien, a la hora de establecer cuáles son los elementos que participan del hecho de la
significación encontramos una clara división entre aquellos especialistas que parten tan sólo
de dos, el SIGNIFICANTE y el SIGNIFICADO, frente a los que toman como punto de partida
los tres elementos, teniendo, asimismo, en cuenta el DESIGNADO:
5
Así lo encontramos transmitido en la obra titulada Adversus Mathematicos del filósofo de la escuela
escéptica Sexto Empírico (Baratin-Desbordes 1981, 26-34; Sevilla Rodríguez 1991, 50-51): «Había también
otra diferencia entre los dogmáticos, por la que unos fundamentaban la verdad y la falsedad en lo significado,
otros en la voz y otros en el movimiento del pensamiento. Y al frente de la primera opinión se pusieron, por
cierto, los Estoicos, diciendo que hay tres cosas que van unidas entre sí: lo significado, lo significante y lo exis-
tente. De ellas, lo significante es la voz, como “Dión”, por ejemplo; lo significado es la cosa misma que es mani-
festada por la voz y que nosotros concebimos presentándose al mismo tiempo en nuestro pensamiento (los
extranjeros no lo entienden aunque oigan la voz); y lo existente es lo real externo, como Dión mismo. De éstos,
dos son cuerpos, esto es, la voz y lo existente, y uno es incorpóreo, que es la cosa significada y decible, lo que
resulta precisamente verdadero o falso. Y esto que resulta verdadero o falso no es cualquier “decible” en gene-
ral, sino que éste es completo en sí mismo o incompleto. Y del “decible” completo en sí mismo resulta la lla-
mada “proposición”, que también añaden diciendo que “una proposición es lo que es verdadero o falso”.»
(Sexto Empírico, Contra los matemáticos, VIII, 11).
De esta forma, para resumir, estamos ante dos concepciones bien diferentes sobre los com-
ponentes que integran el significado léxico:
Dado, pues, este estado de la cuestión, la diferencia entre una y otra postura puede parecer,
en principio, baladí. Pero, muy al contrario, adoptar como punto de partida una u otra concep-
ción tiene implicaciones importantes que terminan por disgregar irremediablemente el con-
cepto de semántica (cf. García Hernández 1980, 12-13). Veamos sucintamente cómo resulta
una y otra concepción.
6
«Parece que lo que se quiere decir con a = b es que los signos o nombres “a” y “b” se refieren a lo mis-
mo, y por lo tanto en la igualdad se trataría precisamente de estos signos; se afirmaría una relación entre ellos.
Pero esta relación existiría entre los nombres o signos únicamente en la medida en que éstos denominan o
designan algo. Sería una relación inducida por la conexión de cada uno de los dos signos con la misma cosa
designada. Esta conexión es arbitraria. No se le puede prohibir a nadie tomar cualquier suceso u objeto pro-
ducido arbitrariamente, como signo para algo. Con ello, el enunciado a = b no se referiría entonces ya a la cosa
misma, sino tan sólo a nuestro modo de designación; con ella no expresaríamos ningún verdadero cono-
cimiento.» (Frege 1984, 52).
7
«Para el no habituado a la práctica semántica no siempre resulta fácil distinguir el significado del desig-
nado, especialmente cuando se trata de conceptos abstractos, pero en el caso que nos ocupa el designado es un
objeto bien concreto y, por lo tanto, no va a ser difícil observar los tres elementos integrantes del signo. Lucifer
y Vesper son, en principio, dos significantes que, como es bien sabido, designan el planeta Venus, es decir, tie-
nen fundamentalmente el mismo designado, pero no por eso tienen el mismo significado; entenderlo de otra
manera supondría confundir significación y designación (...)» (García Hernández 1985a, 95-96).
El sentido nuevo, sea el que quiera, no pone fin al antiguo. Existen los dos, el uno al
lado del otro. El mismo término puede emplearse alternativamente en el sentido propio
o en el metafórico, en el sentido restringido o en el extenso, en el sentido abstracto o en
el concreto... A medida que una palabra recibe una significación nueva, parece multipli-
carse y producir ejemplares nuevos, semejantes por su forma, pero diferentes por su
valor.
Llamaremos a este fenómeno de multiplicación polisemia. Todas las lenguas de las
naciones civilizadas participan de él: cuantas más significaciones ha acumulado un tér-
mino, mayor diversidad de aspectos de actividad intelectual y social se debe suponer que
representa. Se dice que Federico II veía en la multiplicidad de acepciones una de las
superioridades de la lengua francesa: quería decir, sin duda, que esas palabras de senti-
dos múltiples eran prueba de una cultura más avanzada. (Bréal s. f., 126-127)
rio de latín, donde nos encontramos con la disposición tipográfica de las distintas acepciones
de un término. Nos puede servir de ejemplo el verbo orno (Glare 1988, s. v. orno)8:
1. «Preparar»: non ornatis isti apud vos nuptias? (Plaut. Cas. 549) («¿no estáis preparan-
do una boda en vuestra casa?») (trad. de Román Bravo)
2. «Equipar»: scutis feroque ornatur ferro (Enn. Ann. 184) («se equipa de escudo y fiera
espada») (trad. de Segura Moreno)
3. «Vestirse de especial manera», «disfrazar»: quam digne ornata incedit, haud meretrice
(Plaut. Mil. 872) («¡y qué porte tan distinguido tiene! No parece una cortesana») (trad.
de Román Bravo)
4. «Adornar»: Romanis ludis forus olim ornatus lucernis (Lucil. 146) («adornado el foro en
otro tiempo con lucernas romanas»)
Orno en latín presenta una polisemia de uso que no tiene nuestro castellano «adornar».
Esta polisemia, a su vez, permite poner en relación orno con otros verbos:
POLISEMIA DE USO
1. orno et paro
2. orno et instruo
3. orno et vestio
4. orno et decoro
8
Es muy interesante consultar el análisis diacrónico que Moussy (1997) ha hecho de ornamentum y ornatus.
9
En términos semánticos podríamos hablar de «sema», o unidad mínima de significación (cf. 4.2.).
«EMBELLECER», y donde la noción estética, que no es necesaria en las tres primeras acep-
ciones, pasa a ser aquí fundamental, como sí ocurre con nuestro verbo castellano «adornar»:
4. «embellecer» («adornar»).
5. «enfatizar con palabras» munu’ nostrum ornato verbis quod poteris (Ter. Eu. 214) («ador-
na nuestro regalo cuanto puedas con tus palabras») (trad. de Pociña y López López)
6. «mostrar respeto» quem... imperatorem ornatum a senatu, ovantem in Capitolium ascen-
disse meminissem (Cic. de Orat. 2, 195) («me acordaba de aquel a quien como general el
senado había motrado su respeto, y había ascedido al Capitolio obteniendo los honores
de la ovación»)
7. «realzar» homo locum ornat, non hominem locus (Inc. pall. 93) («la persona honra al
puesto, no el puesto a la persona»)
10
En castellano, la noción prototípica termina siendo la de Belleza, que en un principio parece ser perifé-
rica. A ello volveremos en el Capítulo 5.
mente que pensar en rasgos comunes y necesarios para todos los miembros (idea de la catego-
ría clásica, de corte aristotélico), sino en una asociación por semejanza de A con B, B con C, y
de C con D, sin necesaria correspondencia, por ejemplo, entre D y A11.
Pasemos ahora a revisar algunos aspectos concernientes a la SINONIMIA.
11
El Dr. Roberto Rojo, destacado ensayista argentino y profesor de la Universidad Nacional de Tucumán,
nos comenta que Wittgenstein podría haberse inspirado en las investigaciones fotográficas sobre eugenesia
que llevara a cabo el antropólogo británico Sir Francis Galton (1822-1911). Galton partía de las fotografías de
dos rostros diferentes para encontrar en una tercera los rasgos comunes.
12
«Los sinónimos no son sino los nombres asociados a un contenido. Por ello la sinonimia es una rela-
ción onomasiológica, una relación que establece el hablante al expresarse.» (García Hernández 1997b, 385).
13
Ya hemos comentado que Ullmann define el significado como la relación recíproca y reversible entre el
sonido y el sentido. Lyons, a su vez, parte de la clásica distinción ya establecida por Frege entre REFERENCIA
y SENTIDO. El sentido, que muy a menudo se confunde con el significado, ocupa un lugar primordial en la
semántica de Lyons. Éste define el sentido de una palabra como «el lugar que ésta ocupa en un sistema de rela-
ciones que ella misma contrae con otras palabras del vocabulario» (Lyons 1980, 440-441).
14
Esta cuestión la trata de manera detallada Casas Gómez 1999, 71-80.
15
Una lengua presenta distintos niveles funcionales con estructuras particulares en cada uno. El conjun-
to de los diferentes niveles funcionales constituye la arquitectura de la lengua, constituida por diferencias dia-
tópicas, o de espacio geográfico, diastráticas, o de estrato sociocultural, y diafásicas, o de modalidad expresiva.
A éstas tres hay que unir, además, las diferencias diacrónicas.
propia del Sudeste peninsular, es de ámbito más reducido, geográficamente, que palan-
gana, pero los que somos de esa zona sabemos, por lo general, de la existencia de esta
otra denominación y la usamos y la entendemos igualmente.»
b) variantes diastráticas. El nivel cultural y social hace que se utilicen distintas palabras
para querer decir lo mismo. Empiece y comienzo no tienen diferencia de significado, sal-
vo en el hecho de que el primero es más vulgar que el segundo.
c) variantes diafásicas. En este caso, la connotación de la palabra desempeña un papel
fundamental. Lyons (1979, 461-462) distingue entre «significado emotivo» y «cogni-
tivo» para hacer resaltar la pertinencia del carácter emotivo que algunas palabras tie-
nen para nosotros, aunque a veces no es significativo. Los eufemismos serían, en este
caso, un ejemplo excelente (óbito frente a muerte, por ejemplo)16.
d) variantes diacrónicas. El uso da lugar a que las palabras vayan perdiendo paulatina-
mente los perfiles precisos de su significación, confundiéndose en la práctica. Todavía
en latín clásico, el verbo induo significaba «ponerse una prenda en la que se introduce
el cuerpo (o una parte de él)», frente a amicio, que se empleaba para referirse a la acción
de «rodear el cuerpo» con una prenda como la toga o el palio. El tiempo y los nuevos
cambios indumentarios dieron al traste con esta diferencia, relegando ambos verbos a
la vaga condición de sinónimos (García Jurado 1995a, 54-60).
Ahora bien, sin entrar en complejas consideraciones acerca del concepto de lengua funcio-
nal propuesto por Eugenio Coseriu17, una clasificación de sinónimos o supuestos sinónimos
tan excelente como la anterior suscita la duda acerca de su falsa existencia. Es ya una referen-
cia bibliográfica ineludible a este respecto el trabajo que con el título «Sí hay sinónimos»
16
Con respecto a estos factores «denotativos», Fruyt (1994, 26-27) señala que «Ces phénomenes res-
tent, cependant, encore mal connus, et ce domaine de la connaissance, à la pointe des recherches actuelles en
sémantique et sémiologie, est encore en gestation». Para los eufemismos en latín véase la reciente y excelen-
te monografía de Uría Varela (1997).
17
Discusión en la que entra Salvador (1985, 61): «y si la lengua funcional “es la lengua en cuanto sistema”
podrá hablarse de las variedades dialectales, sociales o geográficas, o de los estados anteriores de una lengua a
lo largo del tiempo, como lenguas funcionales dentro de esa lengua histórica, pero niveles de elocución o esti-
los de lengua no parece que puedan considerarse sistemas. Creo, como ya he dicho, que la lengua funcional en
su unidad más simple está constituida por el idiolecto, o sea, por el sistema lingüístico tal como lo posee un
individuo y le permite entender a otros hablantes de la misma lengua y hacerse entender por ellos». A este res-
pecto, Muñoz Núñez (1999, 85) valora las posturas distintas que ante la lengua funcional presentan Coseriu y
Salvador: «estas variantes no pertenecerían al sistema de la lengua, tal como ha sido formulado por distintos
autores, como E. Coseriu, con su concepto de lengua funcional (...) entendida como técnica del discurso sin-
tópica, sinstrática y sinfásica, o G. Salvador (...), quien, en el ámbito hispánico, remodela la concepción cose-
riana. En efecto, al constituir un uso restringido, las variantes diastráticas y diafásicas no son compartidas por
todos los hablantes de una comunidad. Pero, mientras que para E. Coseriu este hecho implica más bien la exis-
tencia de tantas lenguas funcionales como diferencias existan, lo cual nos conduce a un concepto de sistema de
lengua múltiple y totalmente alejado de la realidad lingüística (...), para G. Salvador supone que las diferencias
diastráticas y diafásicas son sólo normativas y las unidades que comportan tales marcas se diferenciarían en
este plano, aunque no en el de la lengua, donde este autor defiende la existencia de sinónimos absolutos».
publicara Gregorio Salvador en 1983 (Salvador 1985, 51-66). El autor señala que hay una ten-
dencia a la igualación de significados o proliferación sinonímica, dado que ciertos «seme-
mas» se convierten en polos irresistibles de atracción, como es el caso de la serie castellana de
los verbos «empezar», «comenzar», «principiar» e «iniciar». Partiendo de la «ley de
repartición» de Bréal, señala que frente a ella hay una ley de igualación de significados
(Salvador 1985, 64-65):
Lo que parece mentira es que tal hecho se haya ignorado y que llevemos un siglo
poniendo en duda la existencia de verdaderos sinónimos. En la mayor parte de los casos
esos semantistas que los niegan nos están brindando con sus argumentos un ejemplo
vivo e indisputable de sinonimia en acción. Porque si ellos no entendieran como sinó-
nimas dos palabras que en la lengua corriente a veces lo son, significado y sentido, pero
que para un lingüista han de tener significados completamente diferentes, no se les ocu-
rriría introducir en la línea de su razonamiento criterios tan heterogéneos como los que
se han reseñado. (Salvador 1985, 65)18
Quizá la antítesis no sea tan grande si atendemos al hecho de que es precisamente en esta
«igualación de significados» donde está la clave del interés de la semántica estructural por la
sinonimia. Comencemos por cambiar el nombre, y en vez de hablar de «igualación de signifi-
cados» pongamos el término «neutralización»19, en concreto de las oposiciones privativas
(cf. 2.4.). Así lo expresa García Hernández (1997b, 397):
Creemos, en efecto, que los términos de las oposiciones privativas pueden conside-
rarse sinónimos, merced al valor neutro del término no marcado, valor del que partici-
pan los términos de la oposición; así hombre y mujer son sinónimos en cuanto que ambos
contienen el valor «ser humano»; pero a partir de ahí, si consideramos los valores pola-
rizados de hombre («ser humano masculino») y de mujer («ser humano femenino»), se
entienden mejor como antónimos; lo mismo cabe decir de día y noche. Cuando la oposi-
ción privativa consta de tres lexemas, el término neutro (lat. homo, al. Mensch) es, evi-
dentemente, sinónimo —hiperónimo designativo e hipónimo significativo— de los dos
polarizados (vir / mulier; Mann / Frau), pero estos últimos se entienden mejor como antó-
nimos.
18
El artículo concluye así: «No creo que el asunto de la sinonimia de lengua sea un plato fuerte de la
semántica como afirma Baldinger (1970, 205). Ha sido simplemente un plato indigesto por lo mal cocinado,
por la mezcla de ingredientes y aliños con que nos lo han venido sirviendo. Los sinónimos están ahí de modo
tan patente, su existencia es un hecho tan manifiesto que hasta produce cierto sonrojo haberlo tenido que pro-
clamar desde el propio título de este trabajo meramente indicativo: Sí hay sinónimos.»
19
Para la aplicación del término NEUTRALIZACIÓN en la semántica léxica véase Coseriu 1995, 114 y
García Hernández 1997b, 396. Muy pertinente es el análisis de Casas Gómez (1999, 82-106), quien analiza la
«neutralización» como proceso típicamente sintagmático, de naturaleza funcional, frente al «sincretismo»,
que sería un proceso paradigmático, propio del sistema. Por su parte, Arias Abellán (1992) precisa entre
«neutralización» y «uso neutro».
La sinonimia, con toda su vaguedad conceptual, está en la base del concepto de RELACIÓN
LÉXICA, que es, precisamente, la que da sentido a los estudios de semántica20. A ella volvere-
mos en el capítulo 3.
GENETRIX a MATRE hanc habet distantiam, quod genetrix semper quae genuerit
nuncupatur; mater aliquando pro nutrice ponitur. Vergilius lib. VIII (631):
geminos huic ubera circum
ludere pendentis pueros et lambere matrem
impavidos.
Plautus Menaechmis (19):
ita forma simili pueri, ut mater sua
non internosse posset, quae mammam dabat,
neque adeo mater ipsa, quae illos pepererat.
(«GENETRIX tiene esta diferencia con respecto a MATER, que la genetrix siempre se
refiere a la que ha dado a luz, mientras que la mater se coloca algunas veces en lugar de
nutrix. Virgilio en el libro VIII (631): “los niños gemelos (sc. Rómulo y Remo) de ubres
colgados jugando y mamando impávidos de su madre”. Plauto en los Menecmos (19): “de
20
Esta cuestión la desarrolla ampliamente Casas Gómez (1999, 92-102). La relación léxica tiene, al menos en
la práctica, bastante que ver con las «relaciones de sentido paradigmáticas y sintagmáticas» que propone Lyons
(1980, 441).
aspecto tan similar eran los niños que su madre no podía distinguirlos, la que les daba
de mamar, ni hasta tal punto la madre misma, la que les había parido.”»)
Si bien los tres términos acerca de los que se trata aquí, mater, nutrix y genetrix, pueden
designar a la misma persona, sus significados son distintos, ya que en el caso de mater se trata
de la «madre» en general, en el caso de nutrix de la que alimenta al niño, y genetrix se trata de
la que lo ha dado a luz. Tales significados se oponen, asimismo, entre sí, de manera que gene-
trix presenta una oposición con respecto al término nutrix, y, a su vez, ambos términos se opo-
nen a mater en calidad de término que puede funcionar en el lugar de ambos (mater aliquando
pro nutrice ponitur):
Es muy importante tener en cuenta que la significación no es algo que emane del térmi-
no en sí mismo, sino que tiene carácter relativo, pues el significado de un término depende
de sus oposiciones con los términos inmediatos. De esta forma, genetrix significa «madre, la
que da a luz» porque se opone al significado de nutrix, «nodriza, la que produce, cría o ali-
menta», según las definiciones de Raimundo de Miguel en su añejo diccionario. La lexemá-
tica entiende el hecho de la significación como una RELACIÓN INTERNA DE SIGNIFICA-
DOS que se conforma mediante oposiciones, según el esquema de Coseriu que presentamos
a continuación. En el esquema puede distinguirse perfectamente entre la Relación de SIG-
NIFICACIÓN (oposición de significados) y la Relación de DESIGNACIÓN (relación que se
plantea entre el signo lingüístico con la doble faz Significante/Significado y aquello a lo que
designa):
Relación
de DESIGNACIÓN
Relación de
Significante
Significado } Objeto
SIGNIFICACIÓN
Significado
Significante } Relación
Objeto
de DESIGNACIÓN
genetrix
«MATER, la que concibe» } Designado
ater
«NEGRO sin brillo» } Designado
ater
Designado
«NEGRO sin brillo»
Se ha difundido el rumor, temor más bien, de que van a mitigar a la llamada Radio 2
su actual dedicación exclusiva a la música clásica, y un coro de voces justamente claman-
tes se ha alzado contra el supuesto proyecto de aligerarla. ¿Cómo van a hacer tal barbari-
dad, han dicho por ondas y rotativas, con la única radiodifusora dedicada a la vulgariza-
ción de la música clásica? Puesto que de ella se trata, convendría mayor afinación,
pulsando divulgación, nota próxima pero no idéntica a vulgarización. Ésta consiste sobre
todo, en traducir el ático al beocio, llamando «ático» a la música clásica —traductor
insuperable, entre nosotros, un señor Cobos—, a la literatura, al pensamiento y a cuanto
alcanza un alto grado mental. Porque vulgarizar algo es, normalmente, «hacerlo vulgar»,
«trivializarlo», mientras que divulga quien procura mayor difusión a las cosas, sean
noticias, sean saberes o sea música clásica.
1. «hacia arriba»
2. «por detrás (inmediatamente)»
3. «por debajo»
Cada uno de estos valores se remite, asimismo, a una oposición de contenido con otro pre-
verbio:
De esta forma, si bien los conceptos de sinonimia y de polisemia son inicialmente semasio-
lógicos, pueden revisarse desde este otro punto de vista (García Hernández 1998b, 891). Pese
a las diferencias particulares, la concepción bipolar y tripolar del significado pueden constituir
acercamientos complementarios al hecho semántico:
El debate, en definitiva, está abierto, y en el panorama de la lingüística actual son las posi-
ciones bipolares las que parecen tener primacía tanto para las descripciones sintácticas como
semánticas. Tendremos ocasión de verlo en el capítulo dedicado a la semántica cognitiva, cuyos
cultivadores simplemente desconocen las semántica tripolar, si bien ésta, como hemos inten-
tado demostrar en otro lugar (García Jurado 2001), puede tener una útil y necesaria aplicación
en ciertos análisis cognitivos21.
21
De hecho, la clave del rechazo que un lingüista como Coseriu (1990) manifiesta razonadamente contra
la semántica de los prototipos estriba en el desconocimiento que sus cultivadores tienen de la semántica que
diferencie entre significado y designación.
1
Así lo expresan López Moreda y Rodríguez Alonso (1989, 99): «Si echamos un vistazo a los libros de tex-
to que circulan por nuestras aulas, apreciamos que en todos ellos se dan listas de palabras, las más de las veces
sin mucha cohesión, o pequeños vocabularios al final del libro, sin más orden que el alfabético.»
2
Un buen estado de la cuestión, tanto en griego como en otras lenguas, puede encontrarse en Lucas
(1986).
3
Véase la revisión razonada que hace Lucas (1986).
muy bien difundido4. No obstante el éxito de tales trabajos, el planteamiento inicial de conse-
guir un léxico «ideal» y básico presenta, en la práctica, algunos inconvenientes. En opinión de
Lucas (1986, 216-217) dos son los problemas básicos:
a) La dispersión. Los términos de una misma familia de palabras aparecen a menudo des-
perdigados, como podemos ver en la dispersión de la base léxica y sus respectivos com-
puestos, a lo que hay que sumar duplicaciones innecesarias, como es el caso del gr.
µικρ!ς-σµικρ!ς.
b) La ausencia de términos significativos. Hay formas derivadas que aparecerán en la lis-
ta, pero no así la forma básica.
Ante estos hechos, Lucas (1986, 216) propone un modelo «mixto» que complemente el cri-
terio de las frecuencias con el de los campos léxicos, aunque la base de su propuesta siga estan-
do preferentemente en el primer criterio5.
En resumidas cuentas, los métodos más frecuentes para corregir el asistematismo del estu-
dio del vocabulario son el de los índices de frecuencia, al que hemos aludido antes, y la clasifi-
cación onomasiológica de los términos, es decir, la agrupación por esferas conceptuales. Hay
lingüistas como Eugenio Coseriu para quien ambos métodos resultan insuficientes a la hora de
realizar un aprendizaje racional del vocabulario. En su opinión, la clasificación de las palabras
según su frecuencia no dice nada con respecto al significado y la designación, y el proce-
dimiento onomasiológico, en su opinión, sólo es idóneo para el léxico terminológico, por lo
que propone un estudio del léxico estructurado (Coseriu 1986, 235-236). Esta propuesta con-
lleva, en buena medida, la ruptura con la lista de palabras, que hasta el momento se presenta-
ba como el único medio posible de enseñanza del léxico.
4
Para las obras en latín, véase Martínez Fresneda (1966, 11-12) y Santiago Ángel (2001).
5
«Y si esto es así, debemos concluir que el “vocabulario básico griego” tendrá que ser algo más que índi-
ce de frecuencias, lo que no va en contra de que este criterio siga ejerciendo un papel importante en el con-
junto.» (Lucas 1986, 210).
6
Autores como Ramón Trujillo, cuyos inicios están claramente en el estructuralismo, expresan de esta
forma su escepticismo: «La determinación del significado gramatical ofrece garantías seguras porque se
precisamente, tenemos que dar un salto con respecto a la relación etimológica como la única
posible, tratando de ver la sistematicidad de las propias relaciones de contenido. De esta for-
ma, la tarea más importante del estudio funcional del léxico (lexemática) es el discernimiento
y descripción de las estructuras sintagmáticas (eje de combinación) y paradigmáticas (eje de
selección) del vocabulario en el plano del contenido (Coseriu 1986, 169; 1987, 229). De acuer-
do con lo expuesto, establece las diversas estructuras sintagmáticas y paradigmáticas:
ESTRUCTURAS LEXEMÁTICAS
Estructuras paradigmáticas
c) Estructuras sintagmáticas
a) Estructuras primarias b) Estructuras secundarias
Campo léxico Modificación Afinidad
Clase léxica Desarrollo Selección
Composición Implicación
Según este esquema, podemos remitir las estructuras léxicas a tres aspectos diferentes:
corresponde siempre con significantes inconfundibles, es decir, con signos o con distribuciones precisas (...).
Pero no sucede lo mismo con el análisis de contenidos semánticos comunes a un conjunto léxico no organiza-
do a partir de rasgos exclusivamente gramaticales, salvo que la base de comparación NO SEA SEMÁNTICA,
sino conceptual, es decir, fundada en una selección arbitraria de propiedades comunes, que se extraen de las
situaciones reales con las que suele relacionarse un grupo de signos.
La cuestión de la unidad conceptual es siempre discutible: así, por ejemplo, yo he llamado “valoración inte-
lectual” a la base conceptual utilizada para reunir en un conjunto una serie de adjetivos, fijando de esa mane-
ra los límites de un supuesto sistema léxico.» (Trujillo 1988, 92-93).
de ser la causatividad. De esta forma, un verbo como alo («alimentar») pertenecería al campo
de los «verbos de comer» (verba edendi), merced a su relación conceptual con el resto de ver-
bos referidos a la acción de alimentar (p. e., vescor, edo y comedo), y pertenecería, a su vez, a la
clase general de los verbos causativos, donde lo encontraríamos en relación paradigmática con
verbos tan diversos como doceo (enseñar) o ludifico (engañar). En los apartados 3.4.-3.6. pro-
fundizaremos en el concepto de clase léxica. Asimismo, trataremos ampliamente acerca del
concepto de campo léxico y sus problemas teóricos en el capítulo 4.
b) En lo que respecta a las estructuras paradigmáticas secundarias, tenemos que adentrar-
nos en el asunto general de la formación de palabras, donde los vagos conceptos de palabra
«simple» y «compuesta», así como de palabra «primitiva» y «derivada» de la gramática tra-
dicional necesitan de una mayor precisión terminológica, de acuerdo con la lexemática o una
clasificación semántica alternativa (Fruyt 1986). En este sentido, Coseriu observa que estas
denominaciones tradicionales tan sólo atienden al plano de la expresión y no al del contenido,
ante lo que propone una categoría diferente para los distintos tipos de formación de palabras,
que son los que exponemos a continuación, contrastadas con las categorías expresadas por la
gramática tradicional:
A estas estructuras se las denomina «secundarias» por presentar una dirección única, de for-
ma que, dada una estructura como anima-animula, el primer término está implicado en el segun-
do, pero no en sentido inverso (Coseriu 1986, 170). Analizamos brevemente cada una de ellas:
7
El proceso de la modificación puede dar lugar a nuevos verbos que sean, a su vez, lexemas base de nue-
vos campos léxicos. Los modificados de dare son, a este respecto, un ejemplo muy representativo. Para este
asunto véase Martín Rodríguez 2000, quien hace una oportuna reflexión sobre la necesidad de confirmar estos
criterios mediante una investigación del material léxico concreto.
Como hemos apuntado al hablar de la modificación, en latín los preverbios son un mecanis-
mo de expresión vivo que, aunque algo complejo, debería enseñarse con mayor atención. Verbos
como in-tego y con-tego tienen una base léxica común, y, en muchos casos, el preverbio tiene una
realización precisa que puede modificar el significado de un término; así, mientras volo es sim-
plemente «volar», subvolo, con un preverbio sub-,cuyo valor es el adlativo «hacia arriba», expre-
sa la acción de «subir volando». Por otra parte, los textos latinos están llenos de modificados pre-
verbiales, y a veces pueden ser incluso un instrumento determinante para la perfecta
comprensión de un pasaje; esto es lo que ocurre con el siguiente texto de Salustio8, donde la
noción sociativa expresada por com— se opone a la de divergencia, expresada por dis-(dis-| com-):
Hi postquam in una moenia convenere dispari genere, dissimili lingua, alius alio
more viventes, incredibile memoratu est, quam facile coaluerint; ita brevi multitudo
dispersa atque vaga concordia civitas facta erat. (Sal. Cat. 6, 2) («Éstos, desde que se
encontraron reunidos dentro de unas mismas murallas, a pesar de ser de razas distintas,
de lengua diferente y de vivir cada cual a su modo, es increíble pensar cuán fácilmente se
fusionaron; de este modo, en poco tiempo, una multitud de distintas procedencias y
errante se hizo ciudad por la concordia.») (trad. de Díaz y Díaz)
c) En tercer y último lugar, las estructuras sintagmáticas, cuyo carácter es, frente al oposi-
tivo de las anteriores, combinatorio (plano sintagmático), pueden explicarse en términos de
solidaridades léxicas, donde uno de los términos se presenta como el determinante y el otro el
determinado, tal y como puede verse, por ejemplo, en la solidaridad que la palabra «perro»
mantiene con el verbo «ladrar». Ahora bien, la determinación de un término sobre otro pue-
de venir dada desde lo más general a lo más particular: una clase léxica (afinidad), un archile-
xema (selección), o un simple lexema (implicación). Cuando se transgreden ciertas solidari-
dades podemos encontrarnos con usos impropios que a veces resultan graciosos. Pongamos
algunos ejemplos:
— No podemos decir «voy a bañar mi cabeza», pues «bañar» implica la clase de la totali-
dad, y no la de la parte, de ahí que sí podamos decir que un objeto está «bañado en oro».
— El verbo «navegar» implica el desplazamiento por un medio acuático y atañe, por tanto,
al archilexema «barco», que engloba a los diferentes transportes por mar. Por ello, pue-
8
Hemos tomado el ejemplo de Domínguez 1986, 348.
de resultar inesperado para un oyente si le decimos que nos hemos pasado el verano
navegando (por internet).
— El verbo «ladrar» mantiene una solidaridad casi exclusiva en el lexema «perro». Por
tanto, si alguien nos dice que «su jefe se pasa el día ladrándole» podremos imaginar
fácilmente con qué tipo de animal se está haciendo la comparación.
mulieres opertaeauro purpuraque (Cato hist. 113) («mujeres recubiertas de oro y púrpura»)
inauratae atque inlautae mulieris (Titin. com. 1) («mujeres recubiertas [o descubiertas]
de oro... y sin lavarse»)
El hecho de que las mujeres estén «cubiertas (opertae) de oro y de púrpura», o «recubier-
tas de oro (inauratae)»9 es, más bien, propio de un mueble o de una estatua. Esta fractura con
la solidaridad léxica esperable es la que provoca, en definitiva, el efecto cómico.
Hecho, pues, este breve resumen relativo a las estructuras, vamos a estudiar en este capítu-
lo diversos aspectos relacionados con la clase léxica para dedicar el siguiente a la estructura de
campo, donde volveremos a las estructuras sintagmáticas cuando tratemos acerca de los cam-
pos semánticos elementales de Porzig (4.1.).
9
Aunque en este segundo caso estamos ante un genial juego de palabras según el cual inauratae pasa a sig-
nificar lo contrario, es decir, sin oro, al entrar en coordinación con inlautae (García Jurado 1997c).
10
Entre los clasemas más recurrentes, García Hernández (1980, 53ss.) destaca los siguientes: animado /
inanimado; transformativo / no transformativo, transitivo / intransitivo, causativo / no causativo y determina-
do / indeterminado.
CAUSATIVOS-NO CAUSATIVOS
doceo.–discis
fugo.–fugis
sedo.–sidis
De esta forma, si bien los lexemas se relacionan según distintos criterios, lo más frecuente
es que sea a través de las clases léxicas a las que pertenecen. Veamos dos realizaciones signifi-
cativas de este hecho:
a) la clase de los verbos causativos tiende a establecer relaciones con la clase de los verbos
no causativos11, tanto intransitivos como transitivos, con sujeto distinto con respecto a
la clase causativa12:
b) hay también relaciones entre clases que pueden plantearse entre verbos cuyas acciones
comparten el mismo agente. Es el caso de «aprender» (no resultativo) que forma par-
te de un proceso que termina en «saber» (resultativo), o de «ver» (transformativo),
que forma parte de un proceso que termina en «conocer» (no-transformativo):
«aprender» — — «saber»
«ver» — — «conocer»
Según estos criterios, pueden establecerse una serie de relaciones entre clases léxicas, pre-
ferentemente remitidas a la clase verbal, que se distinguen, ante todo, por la participación de
uno o más sujetos en el proceso que conforman. García Hernández propuso sobre los verbos
latinos de «ver» un sistema de relaciones entre clases (relaciones clasemáticas), cuya caracte-
rística más sobresaliente es su extraordinaria recurrencia dentro de todo el léxico de cualquier
lengua. Este modelo sirve como eje para la organización de los verbos según unas clases léxicas
11
Coseriu (1986, 147 y nota 1) establece la relación de manera diferente: «Las clases no deben confundir-
se con los campos léxicos. Un campo léxico es un contenido léxico continuo, condición que, en cambio, no es
necesaria, para una clase. Un campo léxico puede pertenecer en su conjunto a una clase y contener de ese modo
el clasema correspondiente; pero un clasema puede también, por así decir, “atravesar” toda una serie de cam-
pos léxicos. De aquí que palabras de clases diferentes puedan pertenecer al mismo campo léxico, y al revés: al
kaufen “comprar”, y verkaufen “vender”, determinados clasemáticamente (con respecto al agente) como “adla-
tivo” y “elativo”, respectivamente, pertenecen al mismo campo léxico; en cambio, fragen, “preguntar”, y ant-
worten, “contestar”, pertenecen a las mismas clases, pero no al mismo campo léxico que kaufen y verkaufen.»
12
Por lo demás, es muy relevante, como luego veremos, la circunstancia de que tengamos dos sujetos dife-
rentes, según se trate de la acción causativa («tú matas», «tú enseñas) o de la no causativa («yo muero», «yo
aprendo»).
Complementariedad doceo.–discis
do.–accipis
nihil est, quod discere velis, quod ille docere non possit (Plin. Ep. 1, 22, 2) («no hay cosa
que quieras aprender que aquél no pueda enseñarte»)
Como vemos, en esta relación los términos se complementan, de forma que hay una con-
gruencia lógica entre las dos acciones: se puede «aprender» porque «alguien enseña», y se
«recibe» lo que se «da»14. La alternación, por el contrario, requiere que los términos que
concurren en ella sean equipolentes y contrarios. De esta forma, si tomamos como punto de
partida los verbos complementarios do y accipio, lo contrario de «dar» sería «quitar» (no
«recibir»), y lo contrario de «recibir» sería «rechazar» (no «dar»):
Alternación do / adimo
accipio / repello
13
Respetamos los signos convencionales propuestos por García Hernández para representar cada una de
las relaciones: punto y guión (.—) para la complementaria; la barra vertical (|) para la alternación; doble guión
(— —) para la relación secuencial y un guión simple (—) para la extensional.
14
Como después comentaremos, encontramos a menudo interferencias entre los términos comple-
mentarios y la realizaciones mediopasivas. Por lo demás, esta relación, que en principio parece simple, pre-
senta realizaciones concretas de carácter más complejo, como la «dimensión eventiva» propuesta por
Jiménez Calvente (1993) para casos como aliquid mihi in mentem uenit o la «complementariedad facultati-
va» de sumo «tomar uno mismo, sin necesidad de que se lo den» frente a la «complementariedad obliga-
toria» del par do.—accipis (García Jurado 1995b).
ait hanc dedisse me sibi atque eam meae uxori surrupuisse (Plaut. Men. 480-481) («dice
que yo le di este manto y que se lo sustraje a mi mujer»)
nec capiendum quicquam erat nec repellendum (Cic. Tim. 19) («no había que coger ni
rechazar cosa alguna»)
La alternación, relación mantenida por términos que han de ser equipolentes y contrarios,
tiene que ver con lo que entendemos normalmente como antonimia, que es donde la semán-
tica tradicional suele incluir también la relación complementaria. Es oportuno que en este
punto hagamos algunas precisiones acerca de las diferencias que presenta la relación entre tér-
minos complementarios («dar».–«recibir»), por un lado, y entre términos alternos («dar»
/«rechazar»), por otro. La relación de complementariedad y la de alternación son perfecta-
mente diferenciables, como ya se ha observado desde otros marcos teóricos15. Una y otra rela-
ción han sido objeto de estudio, aunque con otras denominaciones y planteamiento, de la
semántica de John Lyons, quien las encuadra en su sistema de «oppositeness of meaning».
Las «oppositeness of meaning» presentan tres tipos generales: la «complementarity», entre
términos contrarios que se implican, tales como «male» / «female», o «single» /
«married», de manera que la negación de uno conlleva la afirmación del contrario; la
«antonymy», entre términos contrarios graduables, como «big» / «small», entre los cuales
pueden darse diferentes grados; y, finalmente, la «converseness», que se da entre términos
del tipo «buy» / «sell», o «husband» / «wife» (Lyons 1979, 474-483). Las relaciones de
complementariedad propuestas por García Hernández coinciden, en términos generales, con
la «converseness» de Lyons, mientras que las relaciones alternas lo hacen con las dos moda-
lidades primeras de «oppositeness of meaning». Sin embargo, las coincidencias terminan
aquí, pues tanto las intenciones como los desarrollos teóricos de cada modelo son completa-
mente diferentes (García Hernández 1980, 63). El análisis de los términos latinos erus
(«señor», «amo»), servus («siervo») y liber («libre») nos puede ayudar a comprender mejor
la diferencia entre la relación complementaria y la alterna. Dados estos términos, podemos
comprobar que la relación entre erus y servus es de complementariedad, ya que mientras el pri-
mero da órdenes (imperat) el segundo las cumple (parat):
15
Para una revisión de los problemas de la antonimia en latín cf. Bârlea 1995 y Moussy 1996.
La relación extensional se define como la duración relativa de una acción. Ésta presenta, a
su vez, doble expresión, bien sea gramatical o léxica (García Hernández 1976, 34):
De esta forma, la expresión de la duración relativa puede expresarse por medio de la gramá-
tica o del léxico, aunque la naturaleza de la duración sea en uno y otro caso de índole bien dis-
tinta. La expresión gramatical más genuina del aspecto extensional está expresada por la opo-
sición entre imperfecto (indelimitativo) y perfecto (delimitativo). La duratividad como tal es
un hecho propio del léxico, mientras que el imperfecto, considerado tradicionalmente como
durativo, expresa, más bien, la indelimitación. Así lo propuso García Hernández (1977a), según
criterios estructurales y, a partir del estudio sistemático de las restricciones de la categoría del
aspecto sobre los elementos de duración, vino a confirmarlo Torrego (1988 y 1989).
Vamos a poner dos ejemplos de cada tipo de relación ayudándonos de los verbos latinos
horresco — — horreo y alo y educo, respectivamente:
Su aparición bien formando perífrasis con coepit, bien modificado por preverbios como in-
o sub-, hace posible que podamos encontrarlo precisamente en el grado incipiente o incoativo
de la acción:
sed ut ille qui navigat, cum subito mare coepit horrescere (Cic. Rep. 1, 63)
(«como aquel que va por el mar, cuando de súbito el mar comienza a encresparse»)
horum in severitatem dicitur inhorruise primum civitas (Cic. Rep. 4, 6)
(«se dice que la población al principio comenzó a encresparse contra la severidad de estos»)
Estos textos ofrecen datos muy pertinentes para la semántica de horresco. El sufijo —sco no es
per se, frente a lo que se dice comúnmente, incoativo, sino, simplemente, no-resultativo. De ser
incoativo, sería innecesario que para referirse a este grado incipiente hubiera que recurrir a la
perífrasis con coepit o a un preverbio. A su vez, observamos cómo hay diferentes medios para
expresar el grado incipiente de la acción, bien mediante la construcción perifrástica, bien gra-
cias a la modificación preverbial. Observamos, asimismo, que la forma de perfecto de horreo,
horrui, pasa a ser también el perfecto de horresco:
16
Con respecto a esta cuestión, tan importante para la lingüística románica, véase García Hernández 1983.
Asimismo, fui ya había sufrido otro desplazamiento, pues en un principio era la forma de perfecto de fio: «El
desplazamiento secuencial supone que un término se desgaja de su tronco originario para integrarse en una
oposición próxima. Dentro de la oposición léxica fio (— — fui) — — sum, el perfecto fui se desplaza del primer
término al segundo: fio — — sum (— — fui); la posición libre de perfecto de fio viene a ocuparla factus sum: fio
(— — factus sum) — — sum (— — fui)» (García Hernández 1992, 327).
— Por su parte, los verbos alere («alimentar») y educare («criar») constituyen un buen
ejemplo de lo que es la relación extensional. Podemos leer la ilustrativa definición que
Nonio Marcelo hace de estos verbos:
ALERE et EDVCARE hoc distant: alere est victu temporali sustentare, educare autem
ad satietatem perpetuam educere. Plautus in Menaechmis (98):
Nam illic homo hominis non alit, verum educat. (Non. p. 682 L.)
El verbo educare está formado por su sufijo —a— de carácter intensivo que lo diferencia del
simple educere (donde encontramos el preverbio ex— «hacia fuera» modificando la base ver-
bal ducere «conducir»). Esta diferencia morfológica ya supone en sí misma una relación
extensional entre educere y educare:
educere-educare
El mismo Nonio Marcelo explica así la diferencia: «educere et educare hanc habent distan-
tiam. Educere est extrahere; educare nutrire et provehere» (Non. p. 718 L.)18. La diferencia entre uno
y otro verbo es, sobre, todo, de intensidad de la acción, pues lo que en el primero no pasa de ser
un mero acto físico («sacar hacia fuera») en el segundo estamos ante una acción habitual sus-
ceptible de convertirse, gracias a la metáfora, en la designación propia de la acción de «criar».
Por eso, asimismo, educare se relaciona también con el verbo alere («dar alimento») en una
relación extensional:
En definitiva, estas relaciones de contenido nos permiten ver sistematizadas las estructuras
básicas que plantean los lexemas. En este sentido, la lexemática supone un paso decisivo para
superar la clásica lista de palabras.
17
Manuel C. Díaz y Díaz traduce «he estado en un entierro».
18
«Educere y educare presentan esta diferencia: educere es, simplemente, conducir hacia fuera, mientras
que educare es nutrir y criar».
Asimismo, Huguette Fugier (1991, 42) se refiere a ello desde el punto de vista del funciona-
lismo sintáctico:
De esta forma, por poner alguno de los ejemplos más significativos, puede observarse que
hay una estrecha conexión entre la voz mediopasiva y ciertos términos complementarios:
Voz Activa/Mediopasiva
Términos Complementarios
19
García Hernández 1985b y 1989. Esta misma necesidad también la ha visto Molero Alcaraz, quien asi-
mismo propone un mismo rango para el estudio del léxico que el que tiene la fonética, la morfología y la sin-
taxis (Molero Alcaraz 1982, 302).
20
«Note that to some extent languages have lexical alternatives to the passive in order to present a state of
affairs from the perspective of a Patient-like constituent» (Risselada 1991, 413 n. 2). Véase también Costas
Rodríguez 1977.
Estos hechos no son del todo desconocidos por la gramática tradicional cuando dice que la
pasiva de facio es fio, o pone en relación la construcción de sum + dativo con habeo, ya que, a fin
de cuentas, no son más que términos complementarios:
1) Las oposiciones léxicas de una lengua se corresponden a menudo con oposiciones gra-
maticales en otra:
latín castellano
facio.–fit hacer.–ser hecho
vendo.–venit vender.–ser vendido
latín griego
ostendo.–apparet ϕα"νω.–ϕα"νεται
21
Dada la estrecha interrelación que se plantea entre los fenómenos de índole gramatical, los semánticos
y los propiamente cognitivos, Ramos Guerreira (1998) ha abordado el estudio de la expresión de la posesión
desde el latín arcaico al clásico a partir del aspecto de la tipología de la expresión de la posesión, observando
cómo habeo, que ha sufrido una «erosión semántica» como verbo de «coger» hasta «tener», ha ido despla-
zando a la construcción con sum, que se ha visto relegada a usos de carácter más abstracto. El autor hace hin-
capié en el hecho de que para poder explicar este proceso los factores pragmáticos son esenciales, y subraya su
carácter predominantemente gramatical, de mucho mayor peso, en su opinión, que los aspectos propiamente
léxicos.
3) El participio de perfecto del primer término, debido a su carácter pasivo, puede funcio-
nar como participio del segundo término complementario:
accendo.–ardet: accensus
doceo.–discit: doctus
facio.–fit: factus
gigno.–nascitur: (g)natus
occulo.–latet: occultus
pendo.–pendet: pensus
sopio.–dormit: sopitus
verbero.–vapulat: verberatus
Es evidente que un planteamiento de este tipo entra en conflicto con la concepción emi-
nentemente gramatical de la lengua a la que estamos acostumbrados, donde la larga tradi-
ción de los estudios gramaticales contrasta con la breve vida de la lexemática en calidad de dis-
ciplina lingüística. No obstante, las interferencias léxico-gramaticales surgen continuamente
en la lectura de los textos. Así lo vemos en el siguiente pasaje de Ovidio, donde pueden verse
claramente contrastadas la relación activa-pasiva entre petit y petitur con la complementariedad
léxica entre accendit y ardet22:
dumque petit petitur pariterque accendit et ardet (Ov. Met. 3, 426) («y mientras reclama
es reclamado, y al tiempo que enciende arde [es encendido]»)
Otro problema de índole tanto científica como didáctica viene dado a la hora de formalizar
RELACIONES DE CONTENIDO entre las palabras, ya que las únicas relaciones que general-
mente se establecen son las FORMALES, más concretamente en el ámbito de la etimología,
como la dada entre essurio (no resultativo) y edo (resultativo). Pero, como ha observado García
Hernández, la misma relación en lo que respecta al contenido puede encontrarse, asimismo,
entre sitio y bibo:
22
López Gregoris (1998) ha estudiado el interesante juego de relaciones complementarias que aparecen
en este pasaje Ovidiano, relativo al mito de Narciso.
En definitiva, si buscamos una diferencia clave entre el modelo de estudio estadístico del
vocabulario que hemos visto al comienzo y el estudio que propone la lexemática, esta diferen-
cia puede ser la siguiente:
a) El modelo de estudio léxico a partir de los índices de frecuencia parte del hecho de que el
léxico no presenta una importancia de primer orden dentro de la estructura del lenguaje23.
b) Sin embargo, la lexemática tiene unos presupuestos radicalmente distintos, como es
considerar que el léxico sí presenta, por el contrario, unas estructuras de la misma
importancia que las encontradas en otras parcelas de la lengua.
ACCIPIO «recibir»
ADIMO «quitar»
DO «dar»
EGEO «necesitar»24
23
Así lo expresa, por ejemplo, Lucas (1986, 209): «Desde una perspectiva estrictamente científica el léxi-
co no pasa de ser un elemento secundario en la estructura general del lenguaje (...)».
24
Egeo mantiene una oposición de contenido con careo, en los mismos términos que en castellano tene-
mos «necesitar (algo que hace falta)» y «carecer (de algo que no se tiene, al margen de que se necesite o no».
En el libro titulado Borges director de la Biblioteca Nacional. Diálogos entre José Edmundo Clemente y Oscar Sbarra
Mitre (Buenos Aires, Ediciones Biblioteca Nacional, 1998, 47) encontramos el siguiente texto: «Los salteños
Sin embargo, una presentación lexemática trataría de buscar las estructuras léxicas entre los
distintos términos y justificar así su significado:
ACCIPIO (modificado preverbial ad + capio)
complementario de do: do.–accipit
alterno de repello: accipio | repello
no resultativo de habeo: accipio — — habeo
ADIMO (modificado preverbial ad + emo)
complementario de egeo: adimo.–eget
alterno de do: adimo | do
DO complementario de accipio: do.–accipit
alterno de adimo: do | adimo
EGEO complementario de adimo: adimo.–eget
alterno de habeo: habeo | egeo
ERVS complementario de servus: erus.–servus
cf. los verbos: imperat.–servit
imperat.–parat
HABEO complementario de do: do.–habet
alterno de egeo: habeo | egeo
resultativo de accipio: (do.–)accipis– –habes
HOMO término neutro en la oposición
homo // vir / mulier
LIBER alterno de servus: liber | servus
MVLIER término positivo en la oposición homo // vir / mulier
SERVVS complementario de erus.–servus
alterno de liber: liber | servus
VIR término negativo en la oposición homo// vir / mulier
usan en muchos casos palabras de antes, palabras viejas. Y hay como un cuidado especial de las palabras que se
dicen. Una vez me encontré con uno de los arrieros que hay en Salta, y lo vi tan afligido al tipo que le pregunté:
“¿Necesita algo?”. Y el tipo me miró y me contestó: “No señor, no necesito nada. Con lo que me falta tengo bas-
tante”. Esas vueltas del idioma. Y a Borges le gustaba y me hacía conversar.»
De esta forma, el paralelismo entre las estructuras gramaticales y las estructuras léxicas, así
como la pertinencia de las relaciones de contenido, al margen de que sean también formales o
no, constituyen los dos ejes básicos de la lexemática, y suponen asimismo uno de los hechos
más renovadores para la propia didáctica del léxico. No sabemos si este sistematismo es sufi-
ciente como para poder equiparar el estudio del léxico al de la gramática. Los estudiosos de la
sintaxis lo consideran insuficiente para ser funcional, y autores como Flobert lo consideran,
más bien, un hecho estilístico25. Sin embargo, el léxico TIENDE a ordenarse mediante criterios
de proporcionalidad, como vamos a ver a continuación.
La proporcionalidad o analogía es uno de los mecanismos básicos de la creación léxica, pues
gracias a los criterios analógicos es como se crean palabras nuevas, o se da a éstas nuevos sen-
tidos. La proporcionalidad afecta a los aspectos morfológicos; así, por ejemplo, lat. equus / equa
es proporcional a dominus / domina, o servus / serva. Sin embargo, la proporcionalidad también
puede afectar al contenido; de esta forma, es tan proporcional la relación dominus / domina
como la establecida entre homo / mulier (García Hernández 1981, 27). Por otra parte, las rela-
ciones proporcionales afectan en especial a las relaciones clasemáticas que ya hemos analiza-
do anteriormente; según esto, los términos complementarios do.–habes son proporcionales a
dico.–audis, ostendo.–vides y todos aquellos que podamos encontrar. Así pues, la proporciona-
lidad nos permite asociar términos que tienen en común una estructura léxica básica. A partir
de estos hechos de proporcionalidad se abren unas posibilidades didácticas muy diversas, que
posibilitan en buena medida el aprendizaje léxico, así como la lectura atenta de los textos26.
Podemos apreciar estas relaciones proporcionales en un campo tan cercano a nosotros como
es el de la ENSEÑANZA. La acción de enseñar (docere) es causativa de la acción de aprender
(discere), de tal forma que el maestro enseña y el discípulo aprende:
Pues bien, las acciones de «enseñar».–«aprender» pueden verse sustituidas por otras afi-
nes, o bien combinadas:
25
«B. García Hernández donne de nombreux exemples qui ne sont pas spécifiquement latins: donner / rece-
voir, dire / écouter, montrer / apparaître, instruire / apprendre, etc. C’est un phénomène qui, à mon avis, relève plus de
la syntagmatique que de la paradigmatique et de la stylistique plus que de la morphologie.» (Flobert 1992, 37-48).
26
Para la aplicación didáctica de la proporcionalidad léxica cf. García Hernández 1981, 1987 y Domínguez 1986,
351-352.
Indicia enim rei cuiusque et sinceras proprietates negant posse nosci et percipi, idque
ipsum docere atque ostendere multis modis conantur. (Gel. 11, 5, 4) («Niegan, en efec-
to, que puedan conocerse y percibirse los indicios y las propiedades puras de cada cosa,
y esto mismo intentan enseñarlo y mostrarlo de muchas maneras.»)
Advorsae res edomant et docent. (Gel. 6, 3, 14) («Las cosas adversas someten y ense-
ñan.»)
ut auditores sese perpetuo nobis adtentos, dociles, benivolos praebeant (Rhet. Her. 1, 11)
(«de manera que a nosotros siempre se muestren los oyentes atentos, dispuestos a
aprender y benévolos»)
Puede sorprendernos encontrar el término docilis en esta acepción, pero ésta es precisa-
mente la que Juan de Valdés proponía en su Diálogo de la lengua para introducir «dócil» como
neologismo:
«Dócile llaman los latinos al que es aparejado para tomar la doctrina que le dan y es
corregible» (Valdés 1976, 137)
27
Para la etimología de domo, que no tiene relación alguna con domus, cf. E.–M. s. v.
encontrar datos que avalen o sugieran nuestra hipótesis sobre una estructura léxica. Dos tér-
minos de una oposición léxica, independientemente del carácter que ésta tenga, pueden apa-
recer coordinados (coordinación copulativa, adversativa...), yuxtapuestos28, subordinado un
término con respecto al otro, y otras posibilidades diversas, aspecto este que se ve condiciona-
do por las necesidades estilísticas que intervienen en la cita conjunta de dos términos.
PERIRE et INTERIRE plurimum differentiae habet, quod perire levior res est et habet
inventionis spem et non omnium rerum finem. Plautus Captivis (690):
et quae imperes compareant (Plaut. Amph. 630) («y que se cumplan las cosas que
ordenes»)
Pero no en todos los textos se consideran los términos complementarios formando parte de
un proceso entre dos sujetos, pues se puede plantear la opción entre una acción u otra para un
mismo sujeto:
non parere se ducibus, sed imperare postulabat (Nep. Eum. 8, 2) («no pretendía obe-
decer a los jefes, sino darles órdenes»)
28
Los criterios de coordinación y yuxtaposición utilizados por el funcionalismo para esclarecer la identidad
funcional afectan al carácter sintáctico, y constituyen una prueba sintagmática poco relevante a efectos lexemá-
ticos, pues para que dos verbos se coordinen no se precisa más que ambos pertenezcan a la categoría de los ver-
bos (V et V), salvo casos concretos de imposibilidad de coordinación entre verbos personales e impersonales
(«bebe, come y *llueve).
29
Podemos entender mejor esta diferencia si sabemos que el término causativo de pereo es perdo, de for-
ma que pereo puede traducirse en algunos casos como «perderse». Por el contrario, el término causativo de
intereo es interficio, donde el preverbio inter— presenta una clara realización separativa de destrucción. Sobre el
par complementario perdo.–pereo véase el útil trabajo de Martín Rodríguez 1985.
El problema está en discernir cuándo se trata de un proceso y cuándo no, pues esto supone
un análisis de carácter filológico, interpretativo, no necesariamente lingüístico.
— Interrogación doble: gaudeat an doleat, cupiat metuatne, quid ad rem? (Hor. Ep. 1, 6,
12) («¿qué importa que alguien goce o sufra, que sienta deseo o temor?»)
— Coordinación copulativa: neque veto neque iubeo (Plaut. Cur. 145) («ni lo prohíbo ni lo
ordeno»)
— Comparación: eho, mavis vituperarier falso quam vero extolli? (Plaut. Mos. 177) («¿es
que prefieres ser vituperada sin razón que elogiada con merecimiento?»)
— Coordinación adversativa: non vertit fortuna, sed cernulat et allidit (Sen. Ep. 8, 4) («la
fortuna no cambia, sino que golpea y hace pedazos»)
— Or. Subordinadas: nolunt ubi velis, ubi nolis cupiunt ultro (Ter. Eu. 813) («cuando ellas
no quieren tú quieres, y cuando tú no quieres ellan tienen ganas»)
Desde el punto de vista del análisis sintáctico, Baños (2002) ha hecho uso de criterios de este
tipo para estudiar las comparativas con predicados verbales distintos, poniendo de relieve la
«contigüidad semántica» que, por lo general, aparece entre los verbos de los ejemplos estu-
diados. Esta contigüidad se debe, según su análisis, a dos razones básicas:
i) por tratarse de formas «prácticamente sinónimas», tales como caveo y timeo, o doleo y
maereo en ejemplos como:
Verum, ut intellego, cavebat magis Pompeius quam timebat (Cic. Mil. 66) («mas, por
lo que entiendo, tenía Pompeyo más precaución que temor»)
Est autem ita adfectus ut nemo umquam unici fili mortem magis doluerit quam ille
maeret patris (Cic. Philip. 9, 12) («era tal su afecto que jamás nadie se dolió tanto de la
muerte de su único hijo como aquél de la de su padre»)
magi’ non factum possum velle, quam opera experiar persequi (Plaut. Capt. 425) («el
deseo que tengo de ver esto realizado no puede ser mayor que el celo con que trataré de
llevarlo a cabo») (trad. de Román Bravo)
30
Véase Bârlea 1998, 1073-1085 para la simetría sintáctica basada en la antonimia.
Este tipo de análisis, en definitiva, supone uno de los aspectos más delicados y sometidos a
interpretación divergente, pues nos planteamos, por así decirlo, la proyección de una supues-
ta estructura léxica en un texto dado. Se trata del aspecto más filológico del estudio léxico, pues
en la elección de los términos entra el factor estilístico.
Pero el estudio léxico puede hacerse todavía más filológico y hasta confundirse con lo lite-
rario cuando el texto del que extraemos nuestra información para conformar una estructura
léxica es una obra literaria completa. La extensión del marco sintagmático es muy variada, lo
que también depende del tipo de análisis que hagamos. De esta forma, al hacer un estudio de
contextos distribucionales de un verbo (4.3. a.), o del léxico de los elementos nominales que de
él dependen (4.3. b.), el marco sintagmático suele ser un corpus de autor, ampliable, si se quie-
re, a otros autores. Por su parte, el estudio de una oposición léxica en un mismo texto tiende a
ceñirse a un pasaje más reducido. Así podemos verlo en la confluencia y disposición de térmi-
nos nocionalmente afines en el siguiente pasaje de Séneca, con una disposición determinada:
ita fac, mi Lucili: vindica te tibi, et tempus, quod adhuc aut auferebatur, aut subripie-
batur, aut excidebat, collige et serva. Persuade tibi hoc sic esse, ut scribo: quaedam tem-
pora eripiuntur nobis, quaedam subducuntur, quaedam effluunt. (Sen. Ep. 1, 1) («obra
de esta manera, querido Lucilio: reclámate para ti mismo, y coge y conserva el tiempo que
hasta ahora bien se te arrebataba, se te substraía, o simplemente se echaba a perder.
Convéncete de que esto es así como lo escribo: hay horas de las que nos despojan, otras
nos las quitan secretamente, y otras se desvanecen.»)
De esta forma, la disposición horizontal de la serie tripartita de verbos nos ofrece un proce-
so gradual que va del arrebatamiento (incluso violento), pasando por el hurto subrepticio, y lle-
gando a la imperceptible y paulatina desaparición de nuestra posesión. En sentido vertical,
obtenemos tres parejas de sinónimos.
Cuando se trata de una pequeña unidad literaria completa, como es el caso de un epigrama
de Marcial, podemos apreciar fácilmente la confluencia entre una estructura léxica y una
estructura literaria (García Hernández 1987, 230):
En este caso, la estructura léxica se ve recogida en los términos complementarios rogo y pro-
mittis, cuya consecuencia es das, término, a su vez, alterno de negas. En casos como éste, la
estructura literaria es prácticamente indisociable de la léxica. Pero este hecho no es privativo
de las obras cortas, sino también de obras más extensas, como las comedias de Plauto. Así lo
vemos en un llamativo caso dentro del Amphitruo, en la diferencia entre los términos vestitus
«estar vestido» y ornatus «estar vestido con una intención determinada, o disfrazado»
(2.3.1.), donde, aplicados respectivamente a Sosia y a Mercurio, dan lugar a una estructura léxi-
ca paralela a la propia estructura literaria del doble (García Hernández 2001a; García Jurado
1992), tan característica de esta comedia:
PRÓLOGO, presentado por Mercurio, que aparece disfrazado de Sosia:
nunc ne hunc ornatum vos meum admiremini,
quod ego huc processi sic cum servili schema31:
veterem atque antiquam rem novam ad vos proferam,
proterea ornatus in novom incessi modum. (Plaut. Amph. 116-119)
(«En cuanto a mí, no os extrañéis de este atuendo mío, de que me haya presentado en
escena con este atavío de esclavo. Voy a ofreceros una versión nueva de una historia vieja
y antigua y, por ello, me he presentado de esta manera nueva.») (trad. de Román Bravo)
ACTO I, encuentro entre Sosia y Mercurio. Habla Sosia:
certe edepol, quod illum contemplo et formam cognosco meam,
quem ad modum ego sum (saepe in speculum inspexi), nimi similest mei;
itidem habet petasum ac vestitum tam consimilest atque ego; (Plaut. Amph. 441-443)
(«Desde luego, por Pólux, cuando lo observo detenidamente y recuerdo mi propio
aspecto, el que yo tengo —con frecuencia me he mirado al espejo—, su parecido conmigo
es extraordinario. Lleva el mismo pétaso y mismo vestido. Se parece a mí tanto como yo
mismo;») (trad. de Román Bravo)
ACTO III, encuentro entre Anfitrión y Mercurio. Habla Mercurio, que va a disfrazar-
se de Sosia:
ibo intro, ornatum capiam qui potis decet:
dein susum ascendam, in tectum ut illum hinc prohibeam. (Plaut. Amph. 1007-1008)
(«Ahora me voy a casa a ponerme el atuendo que corresponde a un borracho. Después
me subiré al tejado, para desde allí alejarlo.») (trad. de Román Bravo)
31
«El vestitus de siervo, al llevarlo Mercurio, se convierte en ornatus. Pero repárese en que se emplea ahí
el préstamo griego schema, sustantivo derivado del verbo que significa «tener», como habitus («hábito»)
deriva de habere («tener»); pues bien, toda figura retórica que proporciona ornato (ornatus) en la práctica ora-
toria recibe el nombre de schema;» (García Hernández 2001a, 296-297).
De esta forma, mientras Sosia «está vestido de sí mismo» (vestitus), Mercurio aparece
«disfrazado de Sosia» (ornatus), precisamente con la intención de engañarle. Pero tenemos
que observar que tanto uno como otro son en realidad actores disfrazados. La magia del teatro
es la que nos permite ver a uno de los actores como Sosia y, superado este primer nivel, poder
asistir a la nueva obra teatral que se celebra dentro de la primera, es decir, el engaño de
Mercurio por orden de Júpiter. Por ello, Sosia, convertido ahora en involuntario espectador y
víctima, no es capaz de ver que Mercurio está disfrazado, y llama a este disfraz vestitus, cuando
Mercurio lo llama simplemente ornatus.
En definitiva, creemos que el marco sintagmático sobre el que estudiamos algunas estruc-
turas léxicas no es un mero soporte circunstancial, sino que puede llegar a estar tan implicado
en el propio estudio semántico que se convierta en algo indisociable de la estructura léxica y
que pueda incluso llegar a motivarla. Qué mejor resumen del drama de Orestes, que los verbos
piget («arrepentirse») y pudet («avergonzarse») para dar cuenta de sus sentimientos con res-
pecto al asesinato de su padre y al adulterio cometido por su madre. Pacuvio lo expone así en un
fragmento conservado por Nonio (p. 685 L.) de su tragedia Dolorestes («Orestes esclavo»):
«De la lengua latina querría tomar estos vocablos: ambición, ecepción, dócil, supersti-
ción, obieto. Del cual vocablo usó bien el autor de Celestina: la vista, a quien obieto no se pone;
y digo que lo usó bien, porque quiriendo decir aquella sentencia, no hallara vocablo cas-
tellano con que dezirla, y assí fue mejor usar de aquel vocablo latino que dexar de dezir la
sentencia, o para dezirla avía de buscar rodeo de palabras.» (Valdés 1976, 137)
Como podemos observar, Valdés sabe que el término como tal aparece ya en La Celestina: «la
vista, a quien objeto no se antepone, canse, y cuando aquel es cerca, agúzase» (Fernando de
Rojas [y «Antiguo Autor»], La Celestina. Tragicomedia de Calisto y Melibea. Edición y estudio de
Francisco J. Lobera et alii, Barcelona, Crítica, 2000, 31). Finalmente, tenemos aquí la definición
que de «objecto» nos da Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española:
OBJECTO. Término lógico, latine OBIECTVM, id quod sensu aliquo percipitur.
Vulgarmente llamamos objeto y objetar poner tacha en alguna cosa, que también se lla-
ma objeción. (Covarrubias 1994 s. v.)
1
La historia de la investigación sobre el campo léxico aparece magníficamente recogida en Geckeler
(1984, 97-210), desde Trier y Weisgerber hasta Eugenio Coseriu.
Después, en el apartado 4.2., analizaremos con más detalle la idea de campo léxico que pro-
pone Coseriu para, en 4.3., referirnos a la incidencia de los estudios sintácticos.
(...) como en un mosaico, una palabra se une aquí a la otra, cada una limitada de
diferente manera, pero de modo que los contornos queden acoplados y todas juntas
queden englobadas en una unidad semántica de orden superior. (Ipsen, apud
Geckeler 1984, 103)
Como en otras tantas ocasiones de la historia de la lingüística, la idea de considerar los cam-
pos léxicos como una retícula en forma de mosaico resulta de una comparación, quizá no
demasiado afortunada, pues, por lo que podemos extraer de la investigación semántica empí-
rica, el léxico está muy lejos de ordenarse en una suerte de mosaico o retícula perfecta2. Aún así,
la comparación sirvió como punto de partida para poder observar que las relaciones entre cam-
pos parecen ser, más bien, inclusivas y jerárquicas, de manera que unos campos aparecen den-
tro de otros, y la ordenación del contenido léxico a veces ofrece lagunas. Esta cuestión pone,
asimismo, de manifiesto el delicado asunto de los límites de los campos léxicos, dentro de las
diferentes posibilidades de asociación de palabras.
2
«(...) debe sustituirse de una vez para siempre la imagen del campo como un mosaico, en el que las pala-
bras estarían situadas estáticamente con límites muy precisos, a la manera de las teselas, que si bien Trier la
citó en la introducción de su obra de 1931, posiblemente bajo la influencia de Ipsen, no volvió a mencionarla
luego en sus escritos posteriores. Si hubiera que emplear alguna imagen puede acudirse a la de los núcleos
estrellados, en los que los puntos de unos pueden engarzar con los de otros, con lo que se representarían las
fuertes interferencias existentes entre los distintos campos.» (Martínez Hernández 1997, 195).
3
Utilizamos el cuadro equivalente de Amado Alonso en castellano (Saussure 1980, 177, n. 70bis).
ENSEÑANZA
enseñar aprendizaje matanza lanza
enseñamos educación templanza balanza
etc. etc. etc. etc.
Saussure establece, pues, cuatro tipos de asociación léxica con el término «enseñanza»: por
la raíz («enseñar»...), por la analogía de los significados («aprendizaje»...), por su sufijo
(«matanza»...) y por su forma acústica («lanza»...). Este tipo de asociación léxica múltiple no
es, en principio, un campo semántico, y plantea el problema de los límites de tal asociación.
Como bien señala Geckeler (1984, 105), «encontramos aquí una idea que es irreconciliable
con la teoría del campo: “les termes d’une famille associative ne se présentent ni en nombre
défini, ni dans un ordre déterminé...”».
Se trata, en definitiva, de relaciones elementales donde, según Trier (apud Geckeler 1984,
108-109) hay un principio de organización de léxico, pero no articulación, que será uno de los
conceptos fundamentales para poder concebir la idea de campo.
— Por una parte, si reducimos el léxico que se refiere a entidades materiales y concretas
exclusivamente a lo onomasiológico, lo estamos considerando como una simple termi-
nología nomencladora donde cada designado tiene un significante preciso y unívoco,
algo que no es cierto en la práctica. Incluso el léxico más específicamente nomenclador,
como es el caso de las terminologías científicas, puede presentar en ocasiones aspectos
propios del léxico funcional.
— Por otra parte, como tenemos ocasión de ver en los análisis etimológicos y también com-
probaremos en algunos resultados de la lingüística cognitiva, la frontera entre el léxico
concreto y el léxico abstracto no es unívoca.
Weisgerber, por su parte, enriqueció la teoría observando que la idea de campo conlleva el
descubrimiento de una visión lingüística del mundo. Además, consideró la importancia espe-
cífica del estudio del vocabulario frente al tradicional análisis gramatical y aportó a la estructu-
ra del campo léxico la idea de dimensión, estableciendo, básicamente, dos tipos de campo: los
4
«Una variante peculiar del estructuralismo se formó en Alemania, donde ante todo Leo Weisgerber
unió en su teoría las tesis principales de F. de Saussure con algunas teorías de W. von Humboldt, creando así
una nueva corriente conocida bajo el nombre de neohumboldtismo;» (Cerny 1998, 206).
Uno de los mayores defectos de toda la labor realizada hasta ahora con campos léxicos
está en la falta de un método, de una técnica lingüística con procedimientos lingüísticos.
Puesto que no existe ningún método de campo bien elaborado, las investigaciones se han
movido fundamentalmente sobre bases intuitivas. Por tanto, para que la teoría del cam-
po sea definitivamente legitimada en lingüística, necesita de un método. La creación de
un método tal constituye desde hace años el propósito de E. Coseriu en el marco de sus
esfuerzos por crear una semántica estructural.
Los aspectos más importantes de la teoría del campo de Coseriu pueden resumirse en tres:
Finalmente, los rasgos distintivos que entran en juego para distinguir unos lexemas de otros
se denominan «semas». Por no salir de los ejemplos antes referidos, operio y saepio presentan
semas distintos sobre su base léxica común («cubrir»), que son, respectivamente, «tapar» y
«rodear». Con ello, entramos ahora en otra de las ideas básicas para establecer los campos
léxicos, como es el estudio de los distintos tipos de oposiciones habidas entre los lexemas.
— oposición gradual, que presenta diferentes grados de una misma cualidad (cf. la
«antonymy» de Lyons 1979, 476-478):
parum ornatus — satis ornatus — nimis ornatus
5
El término «archilexema» es un término paralelo al de «archifonema». Si este segundo resulta de la
neutralización de una oposición (p. e., m/n en posición final del palabra), el archilexema es, asimismo, el
resultado de la neutralización de una oposición de rasgos semánticos.
— oposición privativa, en la que tan sólo uno de los términos de la oposición presenta el
rasgo distintivo pertinente y el otro término se opone según éste, o se muestra indife-
rente a tal rasgo:
c) Las dimensiones
Sin embargo, el criterio de las oposiciones es insuficiente para esclarecer la estructura glo-
bal del campo léxico, pues es necesario, sobre todo, conocer la «realidad» extralingüística que
tales oposiciones conforman desde el punto de vista semántico. Para ello, debemos atender,
fundamentalmente, al número de «criterios semánticos» (o «dimensiones») que funcionan
en los campos. Las dimensiones suponen la subdivisión principal del campo, como parcelas en
torno a las que se agrupan los lexemas con ciertas características comunes. Por otra parte, las
dimensiones son el criterio por el que se establecen las oposiciones lexemáticas, tal y como las
define Coseriu6:
En lo que respecta a grupos de verbos como los verba docendi, verba dormiendi, o cibandi,
podemos rastrear, en principio, una dimensión a partir de los clasemas «causativo»/«no cau-
sativo» (3.4.) que pueden entenderse como el soporte según el cual se configuran los campos
léxicos citados:
6
Hay evidentes puntos de contacto entre esta concepción de Coseriu y la propuesta de Weisgerber, quien
nos dice que «hay que destacar los puntos de vista que desempeñan un papel en la estructuración lingüística
de una esfera vital» (apud Geckeler 1984, 129).
concretamente cómo se reparte el campo léxico de «dormir» en torno a las dos dimensiones
propuestas (García Hernández 1984):
(indormio)
(indormisco)
«puntual»
condormisco
(condormio)
y la lexicología utilizan este procedimiento, aunque los fines no sean siempre los mismos. En
lo que a la complementación concierne, no sólo son pertinentes las características léxicas del
predicado verbal, sino que también lo son las de los propios elementos nominales que de él
dependen. Por ello, vamos a dividir este estudio en dos partes, que son a) La complementación
sintáctica y b) El léxico de los argumentos. Veamos cada uno de ellos:
a) La complementación sintáctica
La complementación sintáctica de un predicado arroja datos semánticos significativos para
el estudio léxico y la conformación, a posteriori, de posibles estructuras léxicas. La lexicología,
por lo demás, tiene muy en cuenta la complementación de los verbos para llevar a cabo sus aná-
lisis7. Pero, en lo que se refiere al planteamiento de estructuras léxicas, la actitud ante la distri-
bución sintáctica es diversa. Así, en líneas generales, mientras el estructuralismo de corte
coseriano entiende que el significado es un hecho nocional (Coseriu 1986, 16-17 y 196-203),
del que se derivan las posibles distribuciones, los estudiosos de los hechos de distribución,
como Apresjan (1978), consideran que el significado y la conformación de campos léxicos
depende, en definitiva, de tales hechos distribucionales. Dentro de esta segunda línea de tra-
bajo, Apresjan nos presenta un buen ejemplo de estudio distribucional para la estructuración
de los campos semánticos, en un intento por dar cuenta de ellos no sobre una base conceptual,
sino a partir de criterios meramente lingüísticos. La agrupación de lexemas, cuya justificación
es uno de los grandes problemas de la lexicología, en especial si no están emparentados etimo-
lógicamente, viene dada en este caso por la afinidad de sus complementaciones sintácticas. De
esta forma, Apresjan (1978, 61) establece una correspondencia biunívoca entre ciertos signifi-
cados y ciertas distribuciones sintácticas. Los campos semánticos, así considerados, presentan
un carácter muy general, tales como el campo de «causatividad, impulso» (Apresjan 1978, 74),
o el de «fuerza física que obra sobre un objeto acompañada de un cambio de estado» (Apresjan
1978, 68). Apresjan reconoce que no todos los campos pertenecen al mismo nivel, pues unos
presentan modelos sintácticos poco frecuentes que los hacen más detallados, y otros caracte-
rísticas tan generales que los ponen muy cerca del nivel gramatical (Apresjan 1978, 70). No
obstante la precisión, resulta llamativo que los dos últimos campos citados sean, en la teoría de
Coseriu, clases léxicas, con una entidad bien distinta a la de los campos léxicos considerados en
su mismo planteamiento teórico8. Así, en la teoría coseriana, los términos pertenecientes a una
7
En este sentido, uno de los problemas más tratados por la actual lexicología es el de los fenómenos de
intransitivación de los verbos en latín tardío.
8
«Las clases no deben confundirse con los campos léxicos: un campo léxico es un contenido léxico con-
tinuo, condición que, en cambio, no es necesaria para una clase» (Coseriu 1986, 147). Nos parece pertinen-
te reproducir la crítica que hace Martínez Hernández (1997, 196-197) de este método: «Al no partir de un
concepto (...) algunos autores pretenden establecer el campo a base del método meramente formal de la dis-
tribución, tal como la practica Apresjan y algunos estructuralistas norteamericanos. Ahora bien, definir el
campo como conjunto de “todas las palabras de una sola clase que tienen una distribución idéntica”, creemos
que desvirtúa la idea originaria de esta teoría.»
clase tienen un rasgo semántico en común, pero no obligatoriamente una base nocional
común, y esta es una distinción clave y muy pertinente para la semántica. De esta forma, ver-
bos como doceo, cibo, o sopio, tienen en común el rasgo de la causatividad, pero pertenecen, res-
pectivamente, a nociones diferentes, la de enseñar, alimentar y dormir, respectivamente. Son
estas esferas conceptuales las que plantean los problemas de estudio, pues en ellas concurren
los verbos que de una manera genérica pueden denominarse «verbos de» (verbos de ver, ver-
bos de matar, de vestir, etc.), con complementaciones sintácticas no necesariamente iguales, y
que conforman, o al menos así nos parece, un «continuum significativo». Parece, pues, que
estamos ante una suerte de dialéctica entre la base nocional común y la predicación de los ver-
bos, cuando ésta no es homogénea en un conjunto de verbos nocionalmente afines. Dentro de
una línea de investigación meramente sintáctica, encontramos trabajos de diverso tipo que a
menudo estudian verbos de una determinada esfera conceptual, pero con complementaciones
sintácticas que no son del todo iguales. Precisamente, las diferencias sintácticas permiten
observar importantes contrastes en el comportamiento de los verbos que pueden ser aprove-
chados por los lexicólogos. A este respecto, viene al caso el estudio de las alternativas léxicas (cf.
2.1.), aunque su relevancia en los estudios de sintaxis afecte a los aspectos pragmáticos de la
lengua (Bolkestein-Risselada 1987, 509-510). Las alternativas léxicas expresan un estado de
cosas («state of affairs») igual o similar, y se distinguen por la diferente posición que asignan
a sus constituyentes para desempeñar la función de objeto:
privo te aliqua re
adimo aliquam rem tibi
Entre privo y adimo hay una estrecha relación temática, al margen de que también pueda
haberla conceptual. El estudio de las alternativas léxicas parte del problema de las distintas
perspectivas presentadas por la voz activa/pasiva (fugo/fugor), que pueden verse asimismo
plasmados esporádicamente en el léxico, así entre fugo y fugio o entre do y accipio. Desde el pun-
to de vista semántico, estos tipos de verbos se estudian como relaciones léxicas, que responden
a los «converse terms» de Lyons (1977) o a los términos complementarios de García
Hernández (1980) (cf. 3.4.):
Así pues, la asociación de predicados desde un punto de vista léxico precisa de una com-
plementación similar o bien de una relación temática clara, para justificar la relación de
contenido. Desde un punto de vista sintáctico, pero con objetivo lexicológico, ensayamos en
otro trabajo un sistema semántico de los verba vestiendi (García Jurado 1995c, 15-20) sobre
el estudio de los participios de pasado de induo, vestio y orno «vestir de especial manera».
Aprovechábamos así una base nocional común clara y concreta, como es la acción de vestir.
La perspectiva del contexto distribucional en latín arcaico da como resultado una serie de
datos sintácticos relevantes, entre los cuales el dato clave va a ser la importante restricción
del p. p. indutus a la hora de combinarse con adverbios de modo o presentar usos absolutos
(*indutus bene o *indutus), a lo que se une la obligatoriedad de presentar complementos de
prenda, ya en acusativo (indutus vestem), o bien en ablativo (indutus veste). Frente a ello, ves-
titus y ornatus presentan normalmente combinaciones con adverbios de modo
(vestitus-ornatus bene), o bien usos absolutos. Estos hechos sintácticos hacen posible una
distribución de los tres verbos estudiados de acuerdo con dos tipos de información diferen-
te acerca del acto de vestir:
i) Información acerca de las prendas que se llevan (¿qué?). Induo, junto con amicio, va a
ser el verbo que presente la tendencia más pronunciada a expresar este tipo de infor-
mación:
ii) Información acerca de la manera de vestir (¿cómo?). Orno y vestio serán, en este caso,
los verbos que pueden expresar la información sobre la manera de vestir. Induo no pue-
de aparecer en este uso:
«CÓMO VA VESTIDO?»
orno (vestio): Vt/quomodo erat ornatus?
Vestitus
induo: *Vt/quomodo erat indutus?
9
Un buen ejemplo de este tipo de análisis desde el punto de vista de la sintaxis es el de Villa (1991), quien
ha estudiado, junto a las restricciones del predicado sobre los elementos que de él dependen, las que presen-
tan también los mismos elementos nominales, para ver así los cruces que entre ambos tipos de restricciones
se producen. Para ello, ha revisado el caso concreto de gr. upó + dat., cuyas dos realizaciones, «función fuer-
análisis inverso al que hemos visto en el apartado anterior y los resultados que arroja sobre la
estructura léxica son también diferentes. Dados dos análisis distintos del léxico, hemos obser-
vado que pueden implicar asimismo diferentes tipos de estructura léxica. Veamos un ejemplo
del segundo tipo de análisis también dentro de los verbos de vestir. Dados dos verbos con com-
plementación obligatoria de prenda, como induo y amicio, adscritos, según el primer análisis,
a un tipo de información concreto, el análisis léxico del complemento es un buen criterio sin-
tagmático para establecer el tipo de oposición que mantiene uno con respecto al otro: de esta
forma, induo («poner una prenda introduciendo el cuerpo en ella») no sólo se combina con
prendas como la tunica, sino también con prendas como la toga; frente a ello, amicio («echar
una prenda por ambos hombros») se combina exclusivamente con prendas como la toga
(García Jurado 1995a, 37-50):
Esta circunstancia permite establecer una oposición privativa entre induo (en calidad de
término no marcado que puede hacer las veces de amicio) y amicio (en calidad de término mar-
cado).
Así pues, mientras el análisis de la complementación verbal concierne a aspectos genera-
les de la semántica de los verbos (la transitividad, la causatividad), el estudio del léxico de los
elementos nominales da lugar generalmente a estructuras léxicas de carácter más concreto (p.
e. una oposición privativa cuyo rasgo distintivo concierne de manera particular a un campo
léxico).
A resultas de la combinación de ambos criterios podemos establecer para los verba vestiendi
la siguiente estructura de campo:
za» o «función ubicación», dependen del rasgo /dinamicidad/ del predicado verbal, pero también dependen
del contenido léxico de los sustantivos que forman parte del SP., concretamente del rasgo /actividad/ /anima-
ción/:
CONTENIDO FUNCIÓN
Este tipo de estudio está encaminado a los rasgos léxicos de carácter general más que a los lexemas, por lo
que no afecta a nuestro asunto concreto de las estructuras léxicas. No obstante, su consideración de los ele-
mentos que dependen del predicado dentro del estudio semántico de aquellos tiene gran interés para nuestro
estudio.
10
Es posible que en latín arcaico hubiera un verbo vescor con el sentido de «vestirse» que precisara, al
igual que induo, de un complemento de prenda obligatorio. Los únicos datos que tenemos de este verbo los
proporciona Nonio Marcelo (Non. p. 670L).
5.2. La CATEGORIZACIÓN mediante los datos de la experiencia, frente a las categorías clási-
cas y cerradas (de formulación aristotélica). Las nuevas clases o categorías resultantes son
abiertas2 y difusas (Lamíquiz 1998), y presentan dentro de ellas elementos especialmen-
te representativos, también llamados PROTOTÍPICOS (Kleiber 1995). Estas categorías se
organizan gracias a los llamados «modelos cognitivos idealizados» (M.C.I.), que son los
que ordenan, a su vez, nuestro espacio mental (Lakoff 1987, 68-76).
5.3. La ICONICIDAD, o la capacidad que el lenguaje tiene de imitar la realidad mediante los
espacios mentales. Veremos cómo la etimología antigua se nos presenta como un exce-
lente ejemplo precientífico de esta concepción del lenguaje que quedó fundada, aun-
que irónicamente, en el Crátilo de Platón.
5.4. La GRAMÁTICA EMERGENTE, que estudia la tendencia de las unidades del léxico a
convertirse en elementos gramaticales sistemáticos (p. e., del latín homo al francés on).
Por su parte, la SUBJETIVACIÓN analiza cómo el cambio lingüístico se debe atribuir a
la implicación constante del emisor en la gramática, dando lugar a las implicaciones
valorativas y connotativas de los mensajes.
5.5. Las «METÁFORAS DE LA VIDA COTIDIANA» («Metaphors we live by») (Lakoff
1987; Lakoff y Johnson 1991), que utilizan la experiencia de la realidad tangible para
expresar una idea abstracta, son excelentes ejemplos de estos M. C. I. En ellos, parti-
mos de un «Dominio de Origen» («Source Domain»), p. e., el espacio vertical (arri-
ba/debajo), para expresar, a partir de él, aspectos como la «cantidad» o la «valora-
ción» positiva o negativa de algo («Dominio de Destino», o «Target Domain»)
(Lakoff 1987, 274-280).
1
Puede encontrarse un excelente compendio de los principios de la lingüística cognitiva en Cuenca y
Hilferty (1999). Cada vez hay más estudiosos que ven las posibilidades de aplicación del estudio cognitivo a las
lenguas clásicas, tanto en el campo de la sintaxis como en el de la semántica (cf. García Jurado-Hualde Pascual
2002).
2
«Una de las marcas finiseculares más importantes, también en la lingüística, es el rechazo de la catego-
rización aristotélica que se ha manifestado por la aparición de la gramática cognitiva, que niega la existencia de
dicotomías perfectamente delimitadas, y en su lugar propone clases abiertas con bordes difusos y la conven-
cionalidad.» (Wilk-Racieska 2001, 1439).
a) El pájaro y el gorrión
El hecho de que nuestro término genérico para designar las aves pequeñas, la palabra
«pájaro», provenga de la palabra latina passer, que designaba, en principio, al «gorrión»,
pero que ya en el mismo latín podía ser un término genérico para las aves pequeñas (recuér-
dese Catul. 2, 1 passer, deliciae meae puellae [«pajarito, delicia de mi amada] [trad. de Ramírez
de Verger]), tiene desde el punto de vista de la prototipicidad una sugerente lectura3. Es opor-
tuna la explicación etimológica que Corominas-Pascual dan del hecho:
En latín designaba al gorrión o quizá más exactamente el pardillo (así cat. passerell, fr.
passereau, it. pàssera, etc.), pero en vulgar se encuentra la ac. ampliada «ave pequeña,
pájaro» (citas en Ernout-M., Walde-H. y Oroz), que es la propia del rum. pasare, el port.
pássaro y el castellano. (Corominas-Pascual s. v.).
La clave que explica por qué la designación de passer se encuentra «ampliada» desde un tipo
de pájaro concreto a toda una clase tiene que buscarse en el hecho de que dentro de la catego-
ría «pájaro» ha sido y es el gorrión uno de los elementos más prototípicos (de hecho, si se nos
pide dar un ejemplo de pájaro, hay una probabilidad alta de que contestemos «gorrión»). La
ampliación de la designación de passer es la que ha dado lugar a que este significante haya ter-
minado por significar lo que entendemos por «pájaro», en sentido genérico4. Así las cosas, el
3
De hecho, la explicación etimológica ofrece una nueva perspectiva para que podamos conocer algo más
acerca de la semántica del prototipo, que no supone un ejemplar concreto (un «gorrión», en este caso»), sino
una entidad abstracta (Kleiber 1995, 58). La circunstancia de que pájaro ya no designe exactamente a un
gorrión, como pudo ocurrir con passer, pero que el prototipo más adecuado de «pájaro» siga siendo un
«gorrión», es un indicio de ese singular proceso semántico que va de una designación particular a una repre-
sentación mental.
4
Obsérvese que estamos utilizando términos propios de la semántica tripolar (designación y significado)
para dar cuenta de un hecho que normalmente se explica desde la semántica bipolar. Coseriu (1990, 277-278),
estudio de la etimología desde el punto de vista del contenido puede mostrarnos nuevos indi-
cios de prototipicidad.
b) La madre y la nodriza
Uno de los más llamativos ejemplos que se han aducido para ilustrar lo que es la prototipi-
cidad es el de la idea de madre que nos proporciona Lakoff (Lakoff 1987, 80-84 y Cuenca-
Hilferty 1999, 36-37). Una madre prototípica, o una «madre madre», según el examen lin-
güístico de los adjetivos que pueden acompañar al término, es aquella que está casada, que ha
dado a luz a sus hijos y que no tiene un trabajo remunerado fuera de casa, de acuerdo con el
siguiente esquema:
La razón, de carácter lingüístico, es muy simple: de igual forma que reconocemos como tér-
minos corrientes los de «madre soltera», «madrastra» y «madre trabajadora», no tenemos,
en correspondencia, «madre casada», «madre que da a luz» («madre natural» tendría una
acepción muy distinta de lo que entendemos como madre prototípica), ni «madre no trabaja-
dora», respectivamente, ya que tales expresiones son innecesarias de acuerdo con el concep-
to prototípico de madre. Singularmente, la idea prototípica de mater en la lengua latina varía, si
no del todo, en algunos aspectos significativos con respecto a nuestra idea moderna. En latín,
el término latino mater puede servir tanto para la madre que da a luz (genetrix), así como para la
madre de cría, o nodriza (nutrix)5. Una y otra constituyen la categoría de madre, aunque cabría
la posibilidad de preguntarnos cuál de las dos es la prototípica. Veamos un texto de Plauto (ya
analizado desde la perspectiva de la semántica tripolar en el 2.4.) que nos enfrenta directa-
mente con el hecho aludido, cuando se nos refiere la imposibilidad de distinguir a dos geme-
los incluso por «sus madres»:
que critica la semántica cognitiva como una semántica de las cosas designadas, y no de los significados, da, sin
embargo, una serie de claves fundamentales para entender el fundamento estrictamente lingüístico del cam-
bio semántico de passer a «pájaro»: «Así, en particular en el caso de la supuesta formación por extensión ana-
lógica, es necesario, por ejemplo, que el prototipo de «bird» sea ya «bird», y no simplemente «gorrión», ya
que lo que se añade por analogía no es «algo como un gorrión», «una especie de gorrión», sino «otra espe-
cie de “bird”». No se trata de la extensión de la especie «gorrión», sino de la inclusión en el género «bird»;
y el momento esencial en esto no es el paso de «gorrión» a «golondrina», «jilguero», «petirrojo», «mir-
lo», «cuervo», etc., sino el paso de «gorrión» a «bird»: no es la inferencia de lo general, sino la intuición de
lo universal. O sea que, para «categorizar» hay que haber categorizado».
5
En castellano se empleaba para designar a la nodriza la expresión «madre de cría», que no se siente,
frente a la «madre madre», como una madre prototípica, de ahí la especificidad de la designación.
(«Los niños eran tan parecidos que ni la nodriza que les daba el pecho, ni incluso su pro-
pia madre, la que los había parido, eran capaces de distinguirlos.») (trad. de Román Bravo)
Como puede verse, la primera «madre» a la que se alude es la nodriza, a la que se denomi-
na mater sua, «su propia madre». A simple vista, y desde nuestra idea prototípica de madre,
podríamos creer que se trata de la madre que ha engendrado a los niños, pero inmediatamen-
te se nos explica que se trata de la madre quae mammam dabat. Será la segunda, la que se pre-
senta como mater ipsa, «la madre misma», la que mediante el pronombre enfático dé a enten-
der que puede tratarse de una madre más prototípica que la primera, aunque en este segundo
caso se vuelva a dar una nueva explicación: quae illos pepererat. Sería interesante, en definitiva,
examinar con detenimiento las bases lingüísticas sobre las que se articula la idea de madre en
las diferentes etapas de la cultura romana. A este respecto, encontramos un precioso texto de
Aulo Gelio donde nos muestra la defensa encendida que el filósofo Favorino hace para que la
madre que da a luz sea una madre «completa» dando de mamar a su hijo:
«oro te», inquit, «mulier, sine eam totam integram matrem esse filii sui.» (Gel. 12, 1, 5)
(«“te ruego”, dice, “mujer, que permitas que ella sea madre completa y total de su
propio hijo.”»)
En este caso, y a diferencia de lo que vemos en nuestro mundo moderno, los aspectos que
configuran el prototipo de mater no pasan ni por el estado civil, ni la adopción ni la condición
de trabajadora.
6
En este sentido, Hualde Pascual (2000) ha indagado en las bases cognitivas de la metáfora del movi-
miento en el Crátilo de Platón dentro de su crítica a la postura convencionalista del lenguaje, que es donde des-
arrolla la teoría de la mímesis, y donde puede encontrarse un sugerente análisis de nombres referidos a nocio-
nes intelectuales y morales basadas en la valoración, de manera que lo positivo tiene que ver con el
movimiento, al tiempo que lo negativo es lo que obstaculiza.
(Linguistics and Poetics) o Gérard Genette (Mimologiques). Atendiendo, pues, a su nacimiento his-
tórico, uno de los aspectos más singulares de la investigación sobre la semántica cognitiva y las
lenguas clásicas es el que concierne a la iconicidad de las viejas etimologías prelingüísticas. El
antiguo pensamiento etimológico, que se articulaba como un método de investigación de las cosas
a través del lenguaje, parte de una serie de principios tales como el simbolismo de las letras-soni-
dos, o la necesidad de encontrar una relación natural entre el significado de una palabra y su for-
ma, dentro de la concepción de que existe una relación por naturaleza o, al menos, «no total-
mente arbitraria» entre palabras y cosas que en buena medida ha retomado el cognitivismo
(Cuenca-Hilferty 1999, 182-184; Simone 1994). Si bien los procedimientos de la etimología anti-
gua suelen ser erróneos y fabulosos, resulta, no obstante, de gran interés el estudio de ciertos
aspectos cognitivos que sirven de sustento a tales etimologías precientíficas. Veamos como ejem-
plo la singular etimología que nos ha transmitido Aulo Gelio, precisamente la de persona «más-
cara» a partir del verbo personare propuesta por Gavio Baso (Gel. 5, 7):
«Personae» vocabulum quam lepide interpretatus sit quamque esse vocis eius
originem dixerit Gavius Bassus.
Lepide mi hercules et scite Gavius Bassus in libris, quod de Origine vocabulorum com-
posuit, unde appellata «persona» sit, interpretatur; a personando enim id vocabulum
factum esse coniectat. Nam «caput» inquit «et os coperimento personae tectum undi-
que unaque tantum vocis emittendae via pervium, quoniam non vaga neque diffusa est,
<set> in unum tantummodo exitum collectam coactamque vocem ciet, magis claros
canorosque sonitus facit. Quoniam igitur indumentum illud oris clarescere et resonare
vocem facit, ob eam causam «persona» dicta est «o» littera propter vocabuli formam
productiore.
Sabia e ingeniosa explicación, a fe mía, la de Gabio Basso, en su tratado Del origen de los
vocablos, de la palabra persona, máscara. Cree que este vocablo toma origen del verbo per-
sonare, retener. He aquí cómo explica su opinión: «No teniendo la máscara que cubre
por completo el rostro más que una abertura en el sitio de la boca, la voz, en vez de derra-
marse en todas direcciones, se estrecha para escapar por una sola salida, y adquiere por
ello sonido más penetrante y fuerte. Así, pues, porque la máscara hace la voz humana más
sonora y vibrante, se le ha dado el nombre de persona, y por consecuencia de la forma de
esta palabra, es larga la letra o en ella.») (trad. de Navarro y Calvo)
La moderna etimología histórica ha desvelado la más que probable procedencia etrusca del
término latino persona (Ernout 1946, 25, revisado muy recientemente por Moussy 2001b), por
lo que la ratio que tradicionalmente ha explicado la motivación del término mediante el falso
corte per-sonat, dando a entender que la persona se llama así porque personat, es decir, «resue-
na», está definitivamente descartada7. No obstante, la antigua etimología ha dejado su huella
en la propia historia del la lengua (Moussy 2001b, 154-155), y la ratio que liga el término de la
máscara al verbo personare no está desvinculada de razones icónicas, permitiéndonos entender
el término persona no sólo como un mero signo lingüístico, sino incluso como el símbolo de lo
que designa, dentro de una concepción que liga naturalmente las palabras a las cosas y que
Gelio nos transmite explícitamente en otro lugar (Gel. 10, 4, 1):
nomina verbaque non positu fortuito, sed quadam vi et ratione naturae facta esse P. Nigidius
in grammaticis comentariis docet (...).
(«Enseña P. Nigidio, en sus Comentarios sobre la gramática, que las palabras no son
invención arbitraria del hombre, sino que tienen su origen y su razón en el instinto y en
la naturaleza.») (trad. de Navarro y Calvo)
7
Es oscura la explicación que Gavio Baso da del alargamiento de la o en el término persona con respecto a
la o breve del verbo personare, es decir, propter vocabuli formam. Moussy (2001b, 155 n. 5) conjetura una razón
morfológica, es decir, que Baso se esté refiriendo a la «formación» en —ona de la palabra (como annona, cau-
pona o matrona). En otro lugar, es el propio Gelio quien utiliza la expresión vocabuli forma para referirse preci-
samente al caso (pr. 6, 10, 2): <Vt> «ususcapio» copulate recto vocabuli casu dicitur, ita «pignoriscapio» coniuncte
eadem vocabuli forma dictum esse.
8
«(...) podemos decir que el fundador de los estudios modernos sobre la gramaticalización fue Meillet
(1921). Este autor introdujo el término gramaticalización, junto a la analogía.» (Cuenca-Hilferty 1999, 155).
9
«En cuanto a la gramaticalización, a partir de definiciones ya clásicas como la de Kurylowicz (1965), se
puede definir como el proceso a partir del que “una unidad léxica o estructura asume una función gramatical,
o [... ] una unidad gramatical asume una función más gramatical” (Heine et al. 1991, 2)» (Cuenca-Hilferty
1999, 155).
10
«Traugott (...) ha defendido que el cambio lingüístico se puede atribuir a la implicación del emisor (sus
actitudes, sus valoraciones, etc.) en la forma lingüística de su enunciado» (Cuenca-Hilferty 1999, 162).
11
En Fruyt (1998) podemos encontrar una excelente visión de conjunto de la gramaticalización en la len-
gua latina, así como de los procesos de desgramaticalización. Por su parte, Martín Rodríguez (1996) nos ofre-
ce un estudio modélico sobre el proceso que va convirtiendo en auxiliar al verbo dare.
profecto ad incitas lenonem rediget, si eas abduxerit. (Plaut. Poen. 907) («no cabe
duda de que, si consigue quitárselas, le habrá dado al lenón jaque mate.» (trad. de
Román Bravo)
Em, nunc hic quoius est / ut ad incitas redactust! (Plaut. Trin. 536-7) («y ahí tienes: su
actual propietario se halla en jaque mate.») (trad. de Román Bravo)
Cuando volvemos a encontrar la expresión en las Sátiras de Lucilio, observamos que ésta ya
no se conserva con su peculiar verbo redigo, que era el que confería en un solo término tanto el
valor espacial «hacia atrás» (re-) como el carácter causativo a la expresión (ago). Frente a ello,
ambos rasgos pueden verse ahora repartidos en los verbos redeo y adigo, respectivamente. Así
pues, redeo sigue mostrando el mismo valor espacial «hacia atrás» que redigo, pero ya sin el
carácter causativo de éste:
illud ad incita cum redit atque internecionem. (Lucil. Sat. 3, 101M.) («Cuando la
situación torna a un callejón sin salida y a la ruina.»)
Y en el siguiente ejemplo que encontramos, adigo muestra el mismo carácter causativo que
el redigo plautino, pero no exactamente el valor «hacia atrás» del preverbio re—, sino un sim-
ple valor adlativo:
Asimismo, es notable el hecho de que el cambio de verbo con respecto a Plauto implique, a
su vez, un cambio de contexto, donde ya no estamos ante una treta más o menos elaborada,
como en la comedia (que era la que nos permitía utilizar la expresión «dar jaque mate» para
traducir la metáfora), sino la llegada a una situación de ruina. Esta impresión se perfila aún
más, si cabe, al llegar a los testimonios de Apuleyo, donde observamos cómo en la expresión se
ha seguido produciendo la evolución semántica, pues desde el «dar jaque mate» que veíamos
con Plauto, pasando por la llegada a una situación de ruina en Lucilio, ahora estamos simple-
mente ante una suerte de expresión adverbial para designar el hecho de estar «al límite»:
sed occipiens a capite, immo vero et ipsis auribus totum me compilabat ad incitas fus-
ti grandissimo, donec fomenti vice ipsae me plagae suscitarent. (Apul. Met. 7, 18) («al
contrario, empezando por la cabeza, o más exactamente por las propias orejas, me zurra-
ba en toda mi extensión con un enorme garrote, hasta que los mismos palos, a modo de
tónico, me ponían de pie.») (trad. de Rubio Fernández)
Tunc opulentiae nimiae nimio ad extremas incitas deducti. (Apul. Met. 3, 28) («El
exceso del botín los pone en el mayor de los aprietos.») (trad. de Rubio Fernández)
12
Se trata de la Tendencia I de la de hipótesis de la subjetivación propuesta por Traugott (Cuenca-Hilferty
1999, 163-164): «Evolución desde significados basados en la situación externa descrita a significados basados
en la situación interna —evaluativa/perceptiva/cognitiva— (del mundo exterior al mundo interior)». Para ilus-
trarla, se utiliza la evolución del verbo preferir desde el latín praeferre.
cial, a otras nociones de carácter abstracto (García Hernández 1980; Jiménez 1993)13. Los
ejemplos aducibles son muchos. Es el caso de privatus, que si proviene de *prei-u-os «celui qui
est en avant» pasaría, desde la noción espacial, a expresar «celui qui est isolé des autres» (E.
M. 1979, s. v. privus). Asimismo, la noción espacial «fuera» que expresa el preverbio ex— per-
mite, de acuerdo con el verbo capio, conformar la idea de «excepción». Ahora pretendemos
observar, a partir de los estudios sobre preverbiación latina de García Hernández y de los pre-
supuestos sobre metáfora propuestos por Lakoff y Johnson, cuál puede ser el peso específico
de los preverbios latinos como tales en la conformación de espacios mentales, atendiendo,
especialmente, a los criterios implícitos de valoración de la realidad sobre los que inciden los pro-
pios preverbios. En algunos preverbios parece haber un sentido peyorativo evidente, como es
el caso de inter—, merced a sus realizaciones con el valor de «destrucción» que se basa en la
noción de «separación», dada la función separativa del sufijo *-tero— (Benveniste 1948, 119-
121; E. M. s. v. in). En otros preverbios, sin embargo, el estudio de la valoración es más sutil y
complejo, como ocurre con la noción espacial de «divergencia» del preverbio dis-. Este pre-
verbio es un excelente ejemplo, dado que la divergencia parece entenderse en términos nega-
tivos, al contrario que la convergencia. Así lo vemos en un verbo de vestir, discingo, que puede
tener los tres valores siguientes:
La misma idea espacial aparece ahora, aunque sin referente directo al mundo físico, con-
formando el término alterno de placet, displicet:
13
En 1962, publica Bernard Pottier su Systématique des éléments de relation, donde propone un sistema lati-
no de casos y preposiciones desde criterios muy cercanos a los topológicos. De esta forma, una preposición
como ab vendría a indicar la idea física de un alejamiento a partir de un límite con el que no mantiene cohe-
rencia inicial (Pottier 1962, 276), como podemos ver en construcciones con la preposición ab, como ab oppido
castra movere, y cuando se trata del preverbio ab—, en verbos como ab-duco. La idea espacial puede pasar a la
dimensión del tiempo con construcciones como a puero «desde niño», y terminar en un nuevo ámbito, ya no
La adecuación de los preverbios a los conceptos metafóricos se hace visible en lo que res-
pecta a las metáforas que se basan en el espacio, especialmente el vertical (Lakoff y Johnson
1991, 50-58)14. García-Hernández (1980) ha desarrollado este sistema de manera sistemática
para todos los preverbios latinos, donde destaca por su complejidad el preverbio sub—, que
presenta una singular polisemia («hacia arriba», «por detrás» y «por debajo»), dependien-
do de que su contenido espacial se oponga, respectivamente, al de los preverbios de— («desde
arriba»), prae— («por delante») y super— («por encima») (cf. 2.4. y García-Hernández 1995).
Esta polisemia de valores espaciales de sub— puede articularse como un procedimiento para la
expresión de dos conceptos que están, a su vez, implicados, como son la valoración y la cuanti-
ficación, de acuerdo con el siguiente espacio mental (García Jurado 2001):
espacial ni temporal, que concierne a diversas nociones abstractas, como sería el resultado final de un proce-
so en el verbo ab-uti «gastar» (consecuencia de uti «hacer uso de»). García Hernández comenta este último
tipo de noción de la siguiente manera: «Tout d’abord, les sens spatiaux et temporels sont aussi des sens
notionnels; il serait plus exact de penser à des notions spatiales, temporelles et à d’autres notions plus abs-
traites. Ensuit, en ce qui concerne, au moins, les préfixes le sens temporel est à peine représenté. Aussi un
classement plus précis serait-il bipartite et circunscrit aux notions spatiales et à d’autres notions; de cette
façon, le classement structural se rapprocherait de l’étude historique, qui accorde la primauté au sens spatial,
d’où les autres dérivent.» (García Hernández 1995a, 302-303).
14
Disponemos de tres situaciones espaciales básicas: «arriba/debajo»; «delante/detrás» e «izquier-
da/derecha». No obstante, los tres espacios no pueden ponerse en el mismo nivel. Lyons establece una jerar-
quía entre los tres tipos de espacio: en primer lugar tenemos el espacio «arriba/debajo», seguido, con menos
relevancia, del espacio «delante/detrás», y con un claro carácter secundario la posición «derecha/izquierda»,
que depende del establecimiento previo de la direccionalidad en la dimensión «delante/detrás» (Lyons 1980,
625) Para el caso concreto de dexter y sinister en la lengua latina es muy pertinente el estudio de Liou-Gille
(1991, 194): «Ces deux mots paraissent s’opposer simplement. La réalité est plus complexe, car si l’un et l’au-
tre permettent de s’orienter dans l’espace et de distinguer “ce qui est à droite” de “ce qui est à gauche”, ils peu-
vent prendre, l’un et l’autre, les significations contradictoires de “favorable” ou “défavorable”, d’“heureux” ou
de “malheureux”: dexter qualifie ce qui est à droite et, donc, ce qui, de ce fait, est tantôt défavorable, tantôt favo-
rable; sinister prend, alors, les valeurs opposées correspondantes. Le problème est de savoir s’il y a eu, à un
moment quelconque de l’histoire romaine, un changement expliquant cette oscillation de sens: la chose en soi
serait très remarquable, car ces mots sont employés dans la langue religieuse, celle des augures; or, d’une façon
générale, les pratiques religieuses romaines sont marquées d’un certain conservatisme.»
in eum locum res deducta est, ut, nisi qui deus vel casus aliquis subvenerit, salvus
esse nequeamus. (Cic. Fam. 16, 12, 1) («a tal punto ha llegado [caído] la situación que, si
no acude en nuestro auxilio un dios o un azar, no podremos estar a salvo.»)
El texto presenta la expresión res deducta est, que conlleva, en principio, una idea espacial
descendente susceptible de subjetivarse como negativa. La expresión, no obstante, se ha ido
acuñando en la lengua latina para referirse al punto o al lugar no físico al que una situación pue-
de llegar. Sería interesante estudiar dentro de un corpus concreto el porcentaje de veces que
esta situación presenta, de acuerdo con el esquema mental «lo descendente es negativo», una
situación problemática o peligrosa, pues esto podría darnos un indicio fiable de subjetivación.
Por añadidura, al menos contextualmente, la idea ascendente de sub— en subvenerit podría,
además de su valor semántico propio, aportar una valoración positiva en contraste con el carác-
ter negativo de la acción descendente de deducta. Por lo demás, parece que la expresión de la
VALORACIÓN es la única posible dentro de esta oposición, pues no hemos encontrado indi-
cios para observar la cuantificación, al contrario de lo que ocurre con la oposición sub-/prae—,
que parte de un espacio mental horizontal y da lugar al siguiente esquema:
Varrón nos ofrece una interesante apreciación de alcance cognitivo, al comparar, partiendo
de un esquema espacial común, aspectos tan diversos como son un verbo que designa el sabor
y un mueble que no llega a ser una silla.
sub— y de—, donde tan sólo hemos encontrado la VALORACIÓN positiva y negativa, entende-
mos que la expresión de la CUANTIFICACIÓN es un valor añadido que viene dado por la con-
formación del sistema gradual (García Hernández 1995a, 308) que desde la perspectiva ascen-
dente llega al superlativo summus:
sub / super / summus: «vers le haut» / «en haut» / «le plus haut»
Es muy significativo el hecho de que, a pesar de que la oposición de los preverbios sub-
/super— no vaya a ser muy productiva hasta la latinidad tardía (García Hernández 1995a, 309),
super, bien como adverbio, preposición, o en las derivaciones que a partir de super da lugar tan-
to al término positivo superus como al comparativo superior (y, a partir de sub, al superlativo
summus), conforma una oposición de gran productividad con infer (Lehmann 1998). Así pues,
es en torno a esta oposición entre super e infra, así como las series de gradación que uno y otro
conforman (supra-superus / superior / summus:: infra-inferus / inferior / infimus) desde donde
debemos estudiar esta metáfora de la VALORACIÓN-CUANTIFICACIÓN:
VALORACIÓN CUANTIFICACIÓN
SUPER «ARRIBA» POSITIVA MÁS
INFRA «DEBAJO» NEGATIVA MENOS
Dentro de los numerosos ejemplos que pueden aducirse destaca la conocida metáfora social
de «las clases altas y las clases bajas», formulable como «EL HOMBRE LIBRE está ARRIBA/EL
SIERVO está DEBAJO»:
me qui liber fueram servom fecit, e summo infimum. (Plaut. Capt. 305) («a mí, que
era libre, me hizo esclavo; de la posición más encumbrada me hizo descender a la más
baja.») (trad. de Román Bravo).
eadem summis pariter minimisque libido. (Juv. 6, 349) («la pasión es la misma tan-
to en las de alta posición como en las de baja.») (trad. de Balasch Recort)
En definitiva, el léxico griego y latino, como el de cualquier lengua, está cargado de valora-
ciones subjetivas, bien de carácter meliorativo, bien peyorativo. Buena parte de esta valoración
depende de esquemas cognitivos espaciales, como el eje vertical, cuyo movimiento descen-
dente (negativo) o ascendente (positivo) da lugar al hecho de la valoración negativa en palabras
como «desidia», o positiva, en términos como «sucinto», cuyas etimologías, respectivamen-
te, indican una idea descendente y ascendente. Con estas consideraciones pasamos directa-
mente al análisis de las metáforas.
15
«Nuestra idea de que las metáforas pueden crear semejanzas va contra una teoría clásica de la metáfora,
sostenida todavía por muchos, la teoría de la comparación» (Lakoff y Johnson 1991, 195). En este sentido, hay
otros enfoques que, aunque desde orientaciones metodológicas bien distintas, no pueden ser obviados, tales
como los estudios sobre denominación y metáfora de Michel Fruyt para el léxico latino (1989; 1992), enten-
diendo precisamente por metáfora la que no tiene que ver con el uso literario, en términos muy parecidos a
como lo hacen Lakoff y Johnson (1991, 195): «Le regain d’intérêt dont la théorie des tropes fait à bon droit l’ob-
jet se manifeste aujourd’hui par de nombreuses études, surtout, mais pas seulement, à propos de la métaphore.
(...) Du n.º 54 (1979) de Langages ayant justement pour thème la métaphore, élaboré sous la responsabilité de J.
Molino, on retiendra surtout qu’il réhabilitait la métaphore et la pensée métaphorique comme procédé heuris-
tique. Quant à l’ouvrage de G. Lakoff et M. Johnson, traduit sous le titre Les Métaphores dans la vie quotidienne
(Editions de Minuit, 1985), mais dont le titre original est bien plus éloquent: Metaphors we live by (Chicago,
1980), il insiste lui aussi sur le rôle essentiel des métaphores, car, nous est-il dit, on ne perçoit le monde et on
n’en fait l’expérience qu’à travers elles (...)» (Mignot 1992, 277).
tomados del castellano. En un espacio imaginario somos capaces de situar nuestro estado de
ánimo cuando decimos que «hoy mi ánimo está por los suelos», así como percibimos que
nuestras palabras tienen un sentido y dirección, y que pueden materializarse en un hilo al decir
«he perdido el hilo de mi discurso», o que los problemas pueden sentirse como si de un ama-
sijo de hilos o cuerdas se tratara: «estoy metido en un buen lío, y no sé cómo salir de allí».
La aplicación a una lengua clásica no sólo es posible, sino que nos brinda posibilidades inex-
ploradas para el estudio de la formación de ciertas metáforas ya de larga historia cultural que
hoy no son sentidas como tales («simple»/«complejo», p. e.). Así, por ejemplo, es significa-
tivo el hecho de que una expresión como «esto no tiene ni pies ni cabeza» responda al esque-
ma de una metáfora cognitiva, donde se entiende que «la coherencia», entidad abstracta, es
sentida en los términos de un «cuerpo físico», y el asunto cobra, si cabe, mayor interés, cuan-
do podemos hacer la arqueología de esta expresión y observamos que aparece como tal en la
lengua latina (nec caput nec pes sermoni apparet), precisamente en Plauto, que se permite inclu-
so bromear con ella.
La metáfora conceptual, o de la vida cotidiana, propuesta por Lakoff y Johnson, constituye
uno de los aspectos más productivos de la lingüística cognitiva, incluso, paradójicamente,
antes de su formulación como tales metáforas. Así las cosas, el proceso por el que de una
expresión referida a lo concreto y lo tangible («dominio de origen») pasa a expresar lo abs-
tracto («dominio de destino») no constituye como tal una novedad dentro del estudio de la
lexicología en las lenguas clásicas, pues encuentra ilustres antecedentes en autores como
Marouzeau:
En un sugestivo trabajo J. Marouzeau ha señalado que la visión del mundo propia del
labrador persiste en muchas palabras, metáforas y proverbios romanos. Así, pecunia
refleja la valoración de la riqueza en términos ganaderos, según observó ya Cicerón,
«tum erat res in pecore... ex quo pecuniosi... vocabantur». (...) También laetus era una pala-
bra rural que significaba «lozano, rico, productivo», empleada para referirse a tierras y
mieses («quid faciat laetas segetes», Virg., G. 1, 1; «ager laetus», Catón, Agr., 61, 2), así
como a animales («glande sues laeti redeunt», Virg. G. 2, 520). Este sentido tan concreto
se ve claramente en los derivados laetare «abonar» y laetamen «estiércol, abono». En la
lengua de los augurios un laetum augurium era el que presagiaba abundancia y prosperi-
dad; de ahí el significado de «alegre, gozoso» (...). (Palmer 1984, 78)
De esta forma, aunando los estudios tradicionales, que aportan intuiciones valiosísimas,
con la formulación sistemática de la metáfora que aporta la lingüística cognitva, venimos de-
sarrollando el esquema del sistema conceptual de la lengua latina a partir del análisis de los dis-
tintos tipos de metáfora cotidiana. Para dar cuenta de este esquema, nos hemos centrado en
textos del poeta Horacio (García Jurado 1994) y del comediógrafo latino Plauto (García Jurado
2000). Ofrecemos a continuación algunos ejemplos relativos a los tres tipos de metáfora esta-
blecidos por Lakoff y Johnson:
omnes in te istaec recident contumeliae. (Plaut. Men. 520) («Todas sus afrentas
recaerán sobre ti.») (trad. de Román Bravo).
malum quom impluit ceteris, ne impluat mi. (Plaut. Mos. 871) («Los azotes que llue-
van sobre los demás no lloverán sobre mí.») (trad. de Román Bravo)
Pero no sólo puede caernos un mal, sino que también nosotros podemos caer en uno o hun-
dirnos en él:
retinere ad salutem, non enim quo incumbat eo impellere. (Plaut. Aul. 594)
(«Salvarle y no empujarlo por la pendiente que lo llevará al precipicio.») (trad. de
Román Bravo)
El abatimiento moral se expresa tanto en latín como en castellano con esta metáfora des-
cendente de carácter negativo, de donde llegaremos a obtener el nombre de una enfermedad
tan común en nuestros días como la «depresión»:
suas paelices esse aiunt, eunt depressum. (Plaut. Cist. 37) («Dicen que somos sus
concubinas, tratan de hundirnos.») (trad. de Román Bravo)
Sobre la Orientacional, se conforman otras metáforas que sirven, asimismo, para expresar
el carácter positivo o negativo acerca de distintos aspectos de la realidad. De entre las posibles,
vamos a revisar la de COLOR-BRILLO y CALOR. La metáfora del color puede articularse en tor-
no a los polos siguientes, en perfecta equivalencia con la anterior: «Lo blanco-claro es positi-
vo»/«Lo negro-oscuro es negativo»16. Podemos ver un buen ejemplo de lo que decimos en la
16
Cf. Lorenzo (1994, 169): «Si del campo de la orientación pasamos al cromático y establecemos una
comparación entre ambos —el espacial y el cromático—, comprobamos que hay una estrecha correspondencia,
conocida metáfora de «Hablar claro», es decir, hablar de forma inteligible, mientras que lo
oscuro expresa la dificultad:
PY. edepol huiius sermo hau cinerem quaeritat. / PA. quo argumento? PY. quia enim
loquitur laute et minime sordide. (Plaut. Mil. 1000-1001) («Sus palabras, por Pólux, no
necesitan ceniza [i. e. para que se las saque brillo]-¿Por qué motivo?-Pues porque se
expresa brillantemente, sin ninguna oscuridad.») (trad. de Román Bravo)
Dentro de esta misma metáfora, en el pasaje siguiente se opone la blancura expresada con
creta «cal» a sorditudo:
(«La conversación de estos hombres es pura cal. ¡Qué pronto ha borrado mis negros
pensamientos!») (trad. de Román Bravo)
LY. calidum prandisti prandium hodie? dic mihi. / AG. quid iam? LY. quia os nunc
frigefactas, quom rogas. (Plaut. Poen. 759-760) («Tú has tomado hoy una comida muy
caliente ¿verdad? —¿Por qué?— Porque tratas de refrescarte la boca pidiendo estupide-
ces.») (trad. de Román Bravo)
os calet tibi, nunc id frigefactas. (Plaut. Rud. 1326) («Te arde la boca, ahora la enfrías
con tus bromas.») (trad. de Román Bravo)
Sin embargo, no es posible traducir esta metáfora al castellano en los mismos términos,
aunque también exista en usos tales como «sus palabras me dejan frío» o «me dejan helado».
La adecuación de las variantes al eje de la verticalidad da como resultado la siguiente ecua-
ción: ARRIBA, BLANCO y CALIENTE es POSITIVO, mientras DEBAJO, NEGRO y FRÍO es
sobre todo en lo que respecta a los dos colores de los que nos estamos ocupando más en detalle: el “blanco” y
el “negro”. Los conceptos que, dentro de una orientación espacial, se sitúan “arriba” encuentran expresión en
el color “blanco”, mientras que los espacialmente colocados «abajo» están simbolizados por el “negro” (...).»
a) CUANTIFICAR. Una de las cosas inmedibles que tendemos a cuantificar más regular-
mente en nuestra vida diaria son los sentimientos17. Los siguientes ejemplos («Ser el doble de
amigos», «Abundancia de corazón» y «Legiones de inquietudes») dan buena muestra de lo
que decimos:
bis tanto amici sunt inter se quam prius. (Plaut. Amph. 943) («Se quieren el doble que
antes.») (trad. de Román Bravo)
cordis copiam (Plaut. Epid. 385) («La abundancia del corazón») (trad. de Román
Bravo)
nam epistula illa mihi concenturiat metum. (Plaut. Trin. 1002) («Pues esa carta
levanta legiones de inquietudes en mi corazón.») (trad. de Román Bravo)
montes mali (Plaut. Epid. 84) («Montañas de males») (trad. de Román Bravo)
maeroris montem maxumum (Plaut. Most. 352) («Gigantesca montaña de males»)
(trad. de Román Bravo)
17
Asimismo, ya hemos visto antes cómo la cuantificación podía ser el dominio de destino de un espacio
mental (dominio de origen). Ahora, la cuantificación sirve como punto de partida.
hace mucho tiempo en un conocido reclamo publicitario: «no pesan los años, pesan los
kilos»):
SY. nequeo mecastor, tantum hoc onerist quod fero. / DO. quid oneris? SY. annos
octoginta et quattuor. (Plaut. Mer. 672-673) («No puedo soportar, por Cástor, la carga
que llevo encima, me pesa mucho.–¿Qué carga?-Mis 84 años.») (trad. de Román Bravo)
Obsérvese cómo ya desde el latín se advierte el carácter negativo que irá tomando nuestro
adjetivo castellano «oneroso», o «plomizo»:
si quid peccatumst, plumbeas iras gerunt. (Plaut. Poen. 813) («Pero si los ofendes, su
cólera pesa tanto como el plomo.») (trad. de Román Bravo)
tibi nunc operam dabo. (Plaut. Bacch. 103) («Ahora te ayudaré.») (trad. de Román
Bravo)
ego faxo et operam et vinum perdiderit simul. (Plaut. Aul. 578) («Le haré perder a la
vez su tiempo y su vino.») (trad. de Román Bravo)
dicam, si videam tibi esse operam aut otium. / LY. quamquam negotiumst, si quid
veis, Demipho, / non sum occupatus umquam amico operam dare. (Plaut. Mer. 286-288)
(«Te lo diría, si supiera que estabas libre y desocupado. —Aunque tengo cosas que hacer,
si me necesitas para algo, no hay ocupación que pueda impedirme escuchar a un ami-
go.») (trad. de Román Bravo)
Asimismo, tenemos otra metáfora que se puede expresar como «El tiempo y la ocasión son
recursos», que se realiza en frases como «Perder la ocasión» y las distintas referentes a la jor-
nada, como «Mutilar el día»:
videtur tempus venisse atque occasio. (Plaut. Asin. 291) («Parece que ha llegado el
tiempo y la ocasión.») (trad. de Román Bravo)
quin ego hanc iubeo tacere, quae loquens lacerat diem? (Plaut. Trin. 999) («¿Por qué
no hago callar a ésta que con su cháchara está mutilando el día?») (trad. de Román
Bravo)
d) FIRMEZA. La metáfora del edificio para simbolizar entidades abstractas es, asimismo,
muy productiva.»El poder político», «el estado de ánimo», o «la educación» son un edificio:
regique Thebano Creoni regnum stabilivit suom. (Plaut. Amph. 194) («Ha consolida-
do su reino a Creonte, rey de Tebas.») (trad. de Román Bravo)
si istam firmitudinem animi optines, salvi sumus. (Plaut. Asin. 320) («Si conservas
esta firmeza de ánimo, estamos salvados.») (trad. de Román Bravo)
primundum parentes fabri liberum sunt:/ i fundamentum supstruont liberorum.
(Plaut. Most. 120-121) («En primer lugar los padres son los constructores de su hijos.
Ellos ponen sus cimientos.») (trad. de Román Bravo)
tantae in te impendent ruinae: nisi suffulcis firmiter. (Plaut. Epid. 83) («El edificio se
viene abajo y amenaza con desplomarse sobre ti, si no lo apuntalas sólidamente.») (trad.
de Román Bravo)
garriet quoi neque pes umquam neque caput compareat. (Plaut. Capt. 614) («Te dirá
cosas que no tienen ni pies ni cabeza.») (trad. de Román Bravo)
Esta metáfora puede convertirse en un motivo cómico:
LE. ego caput huic argento fui <tibi> hodie reperiundo. / LI. ego pes fui. ARG. quin nec
caput nec pes sermoni apparet. (Plaut. Asin. 728-729) («Para conseguir este dinero, yo
he sido la cabeza. —Y yo he sido los pies. —Pues vuestras palabras no tienen ni pies ni
cabeza.») (trad. de Román Bravo)
a) METÁFORAS DEL LÍMITE (MODVS). Señalan Lakoff y Johnson que «hay pocos instin-
tos humanos más básicos que la territorialidad. Y definir un territorio, poner una frontera alre-
dedor, es un acto de cuantificación» (Lakoff y Johnson 1991, 68). En la cultura latina, este sen-
tido de la territorialidad se puede percibir claramente en términos como modus y limes. Así,
transcendiendo las realidades meramente espaciales, podemos decir que «Los sentimientos o
la paciencia tienen un modus», que nos lleva directamente en castellano a «moderado»:
quorum animis avidis atque insatietatibus/ neque lex neque sutor capere est qui pos-
sit modum. (Plaut. Aul. 486-487) («A cuya avaricia e insaciabilidad no hay ley capaz de
poner límite ni zapatero capaz de tomar medida.») (trad. de Román Bravo)
verum est modu’ tamen, quoad pati uxorem oportet; (Plaut. Men. 769) («Pero la
paciencia de una esposa debe tener un límite;») (trad. de Román Bravo)
b) ESPACIO CONCEPTUAL. Este tipo de metáforas sirve para convertir en lugares entida-
des abstractas, como «La pobreza»:
ego pol te redigam eodem unde orta es, ad egestatis terminos. (Plaut. Asin. 139) («Por
Pólux, que yo te haré volver al sitio del que has salido, a los confines de la pobreza.»)
(trad. de Román Bravo)
El siguiente pasaje, que convierte en espacio imaginario la adversidad, tiene una clara
intención etimológica (advorsus/vorsari) que nos remite al castellano «versado»:
PS. scitne in re advorsa vorsari? CH. turbo non aeque citust. (Plaut. Pseud. 745) («¿Y
sabe dar vueltas (desenvolverse) en las adversidades? —Una peonza no da vueltas tan
deprisa como él.») (trad. de Román Bravo)
Recordemos que vorsari está claramente relacionado con vorsutus (vorsutior es quam rota figu-
laris [Plaut. Epid. 371] «eres más astuto que un torno de alfarero» [trad. literal de Román
Bravo]).
c) CAMINO E ITINERARIO. Metáforas de gran arraigo en nuestra cultura son «El amor es
un viaje», así como «La vida es un camino»:
Qui amans egens ingressus est princeps in Amoris vias. (Plaut. Per. 1) («El primer
enamorado que, sin un centavo, se embarcó en la nave del amor.») (trad. de Román
Bravo)
decurso aetatis spatio (Plaut. St. 81) («El tramo final de la vida») (trad. de Román
Bravo)
Este último ejemplo nos recuerda el comienzo de la Divina Comedia de Dante, que abre su
discurso alegórico precisamente con esta metáfora: «A mitad del camino de la vida/yo me
encontraba en una selva oscura, /con la senda derecha ya perdida» (trad. de Ángel Crespo). Por
su parte, podemos decir que «El discurso es un itinerario» y que «El tema del discurso es el
rumbo». Así lo vemos en el Prólogo de Menaechmi, al exponer el argumento:
verum illuc redeo unde abii atque uno asto in loco. (Plaut. Men. 56) («Pero ya vuelvo
al punto de partida y esta vez no me muevo de ahí.») (trad. de Román Bravo)
Y podemos reconocer también en latín nuestra usual expresión «no sé a dónde quieres lle-
gar con lo que me dices»:
intellego hercle, sed quo evadas nescio. (Plaut. Poen. 172) («Te entiendo, pero no sé
a dónde quieres ir a parar.») (trad. de Román Bravo)
Por su parte, la metáfora de «Salir/Estar estancado» sirve para referirse a soluciones y pro-
blemas, concebidos los problemas como lugares de los que es difícil salir, y las soluciones, por
el contrario, como las salidas, como en la metáfora «La salvación es un vado» (vadum salutis),
o «La solución es un camino»:
pugnis rem solvant, si quis poscat clarius. (Plaut. Cur. 379) («Resuelvan el asunto a
puñetazos, si alguno viene a reclamar en tono demasiado alto.») (trad. de Román Bravo)
PS. (...) res erit soluta. HA. vinctam potius sic servavero. (Plaut. Pseud. 630) («El
asunto estará resuelto. —Mejor lo guardaría atado.») (trad. de Román Bravo)
También es muy productiva la metáfora «Desplegar es explicar», que nos remite en caste-
llano a términos tan comunes como «simple/complejo, complicado»:
pulchre ego hanc explicatam tibi rem dabo. (Plaut. Pseud. 926) («Te resolveré el pro-
blema de maravilla.») (trad. de Román Bravo)
Más allá del pliegue y la complicación, tenemos el retorcimiento, como es el caso de estas
«palabras retorcidas»:
intortam orationem (Plaut. Cist. 730) («Discurso retorcido») (trad. de Román Bravo)
EVC. Nimium lubenter edi sermonem tuom. / ME. an audivisti? EVC. usque a princi-
pio omnia. (Plaut. Aul. 537-538) («He devorado tu discurso con sumo placer. —¿Lo has
oído? —Todo, desde el principio hasta el fin.»)
non ego cum vino simitu ebibi imperium tuom. (Plaut. Amph. 631) («No me he bebi-
do tus órdenes juntamente con el vino.») (trad. de Román Bravo)
postquam adbibere aures meae tuam oram orationis. (Plaut. Mil. 883) («En cuanto
mis oídos bebieron el primer sorbo de tu discurso.») (trad. de Román Bravo)
En este juego de sinestesias, son, por su parte, muy interesantes las metáforas donde se
experimenta el castigo como un trago amargo. Así tenemos «El castigo es una bebida» y «Un
mal trago»:
nam ecastor malum maerore metuo ne mixtum bibam. (Plaut. Aul. 279) («Me temo,
por Cástor, que voy a beber una copa de hiel mezclada con lágrimas.») (trad. de Román
Bravo)
nam mihi iam video propter te victitandum sorbilo. (Plaut. Poen. 397) («Pues estoy
viendo que por tu culpa he de beber un trago amargo.») (trad. de Román Bravo)
A esta metáfora, relacionada, por lo demás, con el carácter negativo de lo estrecho (Lakoff y
Johnson 1991, 55), podemos unir el elemento gestual de la garganta para expresar la angustia,
lo que la hace aún más compleja.
dies quidem iam ad umbilicum est dimidiatus mortuos. (Plaut. Men. 154) («Porque el
día está ya medio muerto, muerto hasta el ombligo.») (trad. de Román Bravo)
El carácter positivo de la parte superior, así como el negativo de la inferior, puede verse cla-
ramente en este pasaje de carácter misógino donde se habla sobre el vestido de las mujeres:
Si pasamos ahora al ámbito de las Metáforas Ontológicas, también el cuerpo humano sirve
como recipiente de entidades abstractas, ya desde su propia concepción como límite («dentro
y fuera»):
nam et intus paveo et foris formido, / ita nunc utrubique metus me agitat. (Plaut. Cist.
688-689) («Por dentro siento pavor, por fuera siento pánico: ¡tan grande es el miedo
que por una y otra parte me agita.») (trad. de Román Bravo)
Y las distintas partes del cuerpo pueden entenderse en calidad de recipientes, como es el
caso del corazón, que ha de unirse a otra metáfora procedente del ámbito físico («El amor es
fuego»):
ita mi in pectore atque in corde facit amor incendium. (Plaut. Mer. 590) («Tal es el
incendio que el amor ha provocado en mi pecho y en mi corazón.») (trad. de Román
Bravo)
c) EL JUEGO
Entre las muchas metáforas posibles son muy ilustrativas las que se remiten a la actividad del
juego, formulables en los términos de «La vida es un juego». A partir de esta metáfora general
obtenemos la realización concreta que en nuestra cultura podemos expresar como «poner con-
tra las cuerdas» o «dar jaque mate», cuando logramos vencer en una situación dada —y que
nada tiene que ver con el juego— a alguien con nuestro ingenio. Así lo vemos en latín en el rico
conjunto de metáforas extraídas de los diversos juegos de mesa (Márquez Huelves 2001):
profecto ad incitas lenonem rediget, si eas abduxerit. (Plaut. Poen. 907) («No cabe
duda de que, si consigue quitárselas, le habrá dado al lenón jaque mate.») (trad. de
Román Bravo)
METÁFORAS ORIENTACIONALES
VERTICALIDAD, COLOR, CALOR Valoración Positiva o Negativa
Cuantificación
METÁFORAS ONTOLÓGICAS
ENTIDAD
CUANTIFICAR Sentimientos, Entidades abstractas
PESO Y CARGA Entidades negativas
RECURSOS Actividad, Tiempo
FIRMEZA Poder, Confianza, Ánimo, Educación
CUERPO Coherencia
RECIPIENTE
LÍMITE (modus) Sentimientos, Sufrimientos
LUGAR Pobreza, Adversidad, Astucia
CAMINO El amor, La vida, Discurso. Problemas/Soluciones
NUDOS Y PLIEGUES Soluciones, Explicaciones, Palabras
NUEVAS METÁFORAS. EL SER HUMANO
COMIDA Y BEBIDA COMO METÁFORA DE ENTIDAD
COMIDA Y BEBIDA Palabras, Acciones, Castigos
EL CUERPO COMO METÁFORA ORIENTACIONAL Y DE RECIPIENTE
VERTICALIDAD Medida, Carácter Positivo o Negativo
PARTES DEL CUERPO Entidades Abstractas
JUEGO-COMBATE
JUEGO DE MESA La vida
Tomar como objeto de estudio una lengua clásica ofrece, por su parte, una nueva dimensión
histórica y etimológica para el estudio de las metáforas. Éstas son, por lo demás, reconocibles
en castellano, aunque en casos puntuales, como el de la metáfora expresable en los términos de
«Lo caliente es positivo/Lo frío es negativo» no pueda ser entendida exactamente igual. De
esta forma, la investigación del estudio de las metáfora en una lengua clásica revelará una serie
de metáforas comunes con las que encontramos en una lengua moderna, pero, además, encon-
traremos otras que no coincidirán exactamente con las nuestras y algunas totalmente específi-
cas de esa cultura, especialmente las del tercer tipo.
c) la gramática emergente y la subjetivación, en los que las lenguas clásicas, con su pers-
pectiva histórica, pueden prestar una inestimable ayuda. Aquí hemos presentado el
ejemplo del sistema preverbial latino, como ejemplo paradigmático de unos contenidos
espaciales (externos) que se van interiorizando en la conciencia del hablante hasta lle-
gar a expresar nociones tales como la valoración positiva o negativa.
d) las metáforas de la vida cotidiana en sus tres modalidades, a las que las lenguas clásicas
les confieren una necesaria dimensión histórica para poder así ilustrar su evolución
hasta las lenguas romances.
La siguiente bibliografía se limita a dar cuenta de las obras citadas en este libro. Para una relación
bibliográfica más completa, puede consultarse la excelente bibliografía de Matilde Conde Salazar y
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(edormisco) 79 inferus 97
educo (educare) 58, 64 infimus 97
educo (educere) 58 infra 95
effluo 68 inicio 84
egeo 62-63 inlautus 52
eo 57 insterno 84
eripio 68 instruo 37
erus 55-56, 63 intego 51, 84
essurio 61 inter- 66, 94
ex- 58, 94 intereo 66
excido 68 interficio 66
exorno 84 investio 84
experior 67 involvo 84
obdormisco 79 schema 69
obicio 71-72 sedo 53
occulo 61 senex 74
opera 103 servus 55-56 , 62-63
operio 52, 77, 83 significo 21
(opsopio) 79 sinister 95
ornatus 69 sido 53
orno 37-38, 69-70, 77, 78, 81, sitio 61
82 sopio 61, 78, 79, 81
ostendo 59, 60, 65 (soporo) 79
otium 103 sorditudo 101
specto 56
pareo 66 sub- 46, 51, 95, 96-97
paro 37, 55 subduco 68
parum 77 subripio 68
pasco 78 subsellium 96
passer 87 subsipio 96
pendeo 61 subsum 46
pendo 61 subvenio 96
(perdormio) 79 subvolo 51
(perdormisco) 79 succedo 46
perdo 66 sum 57, 60
pereo 66 summus 95, 97
persona 90-91 super- 46, 95-97
persono 88-89 superius 97
piget 70 supersum 46
prae- 46, 95, 96 superus 97
praecedo 46
privo 81 tego 50, 77, 83
privus 94 timeo 67
promitto 69 toga 83
pudet 70 tunica 50, 83
tunico 50
re- 92
redigo 92 vadum salutis 106
redimio 84 vapulo 61
redormio 79 velo 84
repello 54 vendo 59, 60
rogo 69 veneo 59, 60
verbero 61
saepio 77 vescor 50, 78
satis 77, 84 Vesper 35