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Una trilogía episcopal singular y significativa.

Si bien la historia de los pueblos no es, ni con mucho, la narración elitista

y épica de las biografías de sus personajes más ilustres, afamados o pintorescos,

sino la exposición crítica, causal y documentada de los avatares del grupo, no es

menos cierto también que en determinados momentos, épocas o ciclos

históricos han existido determinadas figuras claves, resolutivas, sin las cuales

sería poco menos que imposible entender, enjuiciar y/o explicar la historia de

los pueblos. Este fue, sin duda, el caso de Murcia a lo largo del siglo XVIII o, al

menos, así lo debieron entender los seminaristas, sacerdotes operarios y

teólogos del murciano Colegio-Seminario de San Isidoro, institución

pedagógico-religiosa creada y planificada por el cardenal don Luis de Belluga y

Moncada como una de sus más queridas Pías Fundaciones (1733), proyectada e

iniciada su fábrica arquitectónica por el obispo don Juan Matheo López y Sáenz

(1748) y finalizadas sus obras durante el episcopado del prelado don Diego de

Rojas y Contreras (1767), por cuanto en 1767, al darse por concluido el edificio

que los albergaba, su junta rectora ordenó ejecutar una trilogía de

monumentales retratos votivos de estos obispos cartaginenses con el solo fin de

conmemorar dicha efemérides y dejarla fijada en la memoria histórica colectiva

de Murcia 1.

Con más inspiración y aparatosidad decorativa que gusto estético y dosis

de voluntad operativa que sentido de la forma artística, Pablo (Paulino)

Pedemonte, el pintor genovés afincado en Murcia a quien, no nos cabe ninguna

1
Óleos sobre lienzo, aproximadamente, de 2,18 x 1,33 m. Mientras que los retratos del cardenal
Belluga y del obispo Matheo ostentan la data de 1767 escrita en el texto votivo, el del prelado
Rojas muestra la de 1773. Esto no debe hacernos pensar en una cronología posterior y diversa
respecto de su ejecución, que sin duda fue paulatina y correlativa en el tiempo. Es verosímil que
la datación, en apariencia seis años después, del texto inscrito en el tercer retrato más que a una
interrupción en la ejecución por parte del pintor se debiera a una obligada pausa protocolaria, a
la espera de que le sobreviniese la muerte –ocurrida en noviembre de 1772– al tercero de los
obispos efigiados, durante cuyo pontificado se mandaron pintar, con el fin de poder subscribir
una data post mortem en el texto laudatorio, acorde con su evidente naturaleza funeraria y estilo
honorífico-conmemorativo.
duda, le fue encargada la serie episcopal 2, compuso los cuadros según un

esquema compositivo apiramidado, derivado en sus líneas generales de

articulación de una tipología muy difundida en el ámbito de la escultura

funeraria seiscentista y setecentista italiana, en particular la romana, como el

tipo parietal usado por Pietro Bracci en el Sepulcro del cardenal Giuseppe

Renato Imperiali (1741) (Roma, Sant’Agostino), así como también en el arte

tipo-calcográfico moderno para ilustrar con estampas votivas las portadas de

libros impresos, como la lámina grabada por Juan Bernabé Palomino, según

dibujo de Antonio González Velázquez, que orna la edición de las Obras de

don Juan de Palafox y Mendoza (Madrid, Gabriel Ramírez, 1762). En él, como

en la trilogía murciana, el personaje retratado es figurado de medio cuerpo y

ocupa el campo de un gran medallón oval, con marco rococó sobre montado

por las insignias de la dignidad episcopal (báculo y/o mitra), que en la serie de

2
Según J. ALBACETE, Apuntaciones Históricas sobre las reliquias de S. n Fulgencio y S.ta
Florentina traídas a Murcia y de la imagen de N. S. de la Fuensanta de la misma ciudad y de
otros objetos curiosos q. existen hoy en ella recopilados por... Año 1876. Ms. en A.P. San
Bartolomé, Murcia, fol. 36, “algún retrato de reyes de la casa de Borbón y de obispos en óvalos sobre
pedestales [fueron] pintados por Muñoz y otros”. Por su parte, A. SOBEJANO, El Cardenal Belluga.
Murcia, 1962, p. 78, atribuye el retrato de Belluga, y por ende los de sus compañeros, a Vicente
Inglés. Sin convencimiento alguno por entonces, los dos primeros retratos de la serie los
reprodujimos como obra de “Vicente Inglés (?)”, vid. A. MARTÍNEZ RIPOLL, “Poder y forma
urbana en la Murcia barroca: la actuación de los obispos Luis Belluga y Juan Mateo”, en Luisa
COSI y M. SPEDICATO (eds.), Vescovi e Città nell’Epoca Barocca. Volume Primo: Murcia,
Santiago de Compostela, Praga, Napoli, Catania, L’Aquila, Lecce. Atti del Convegno
Internazionale di Studi (Lecce, 26-28 settembre 1991), Galatina, 1995, pp. 8 y 10. Aunque
sigamos sin poseer ninguna prueba documental o testimonio coetáneo directo, hoy por hoy no
parece que puedan asignarse a la producción de José Muñoz y Frías, de cuya obra conocida se
alejan, y mucho, ni a la escasísima y casi ignorada que se conserva de Vicente Inglés.
Por lo demás, reforzando la asignación que con tanta seguridad proponemos, al margen de
que por su regular dibujo y agradable paleta, terrosa y clara, así como por la tipología femenina
e infantil seleccionada, están muy próximos al único lienzo que nos ha llegado de Pablo
Pedemonte, o más allá de que el repertorio decorativo de los marcos de rocalla pintados en ellos
se ligue estrechamente a lo que milagrosamente se ha mal conservado de la decoración mural
por él ejecutada en el Palacio Episcopal, recordemos que al milanés Pablo Sistori, su
colaborador en la decoración palatina, le fue encargada la perdida pintura parietal, con retablos
fingidos, de la capilla del Colegio-Seminario de San Isidoro, en cuyo altar mayor pintado en
perspectiva figuraba una tarja con el año 1767, lo que hace sospechar que también a P.
Pedemonte, por esas fechas su perenne compañero de equipo, se le encargarían los tres retratos
que formaban parte de la decoración de caballete de dicha capilla colegial. Vid., más adelante,
los epígrafes dedicados a este pintor y a su obra decorativa en el Palacio.
Murcia se exceptúa en el primero de los retratos en que se figura un capelo

cardenalicio, y se apoya sobre un movido zócalo arquitectónico, en cuyo frente

convexo se inscribe un texto laudatorio en honor del efigiado, conteniendo sus

títulos y calidades personales, así como una alusión al honroso hecho por ellos

protagonizado en relación con la obra del Colegio-Seminario de San Isidoro, y a

cuyos flancos se sitúan dos figuraciones alegóricas, relacionadas con sus

supuestas virtudes y sus muy sobresalientes dotes. Si las alegorías se inspiran

literalmente en la Iconologia de Cesare Ripa (Roma, 1593, con varias ediciones

posteriores) 3, las fisonomías y actitudes de los tres prohombres eclesiásticos

murcianos están sacadas a la letra de otros tantos retratos de los mismos

personajes elaborados con bastante prelación y ad vivum, reflejando su ejecución

la debilidad del dibujo y la escasa convicción inherentes a las copias, y ello a

pesar de lo atractivo y cálido de su colorido. Así, el de Belluga es transcripción

servil y coloreada de la estampa abierta en París en 1760 por el calcógrafo

vienés Johann Gaspard Schwab (Madrid, Biblioteca Nacional) 4; el de Matheo es

un fiel reflejo con alguna variante del excelente lienzo pintado en 1742 y

atribuido al pintor murciano Juan Navarro Muñoz (Murcia, Sede del Gobierno

3
La primera edición ilustrada, y tercera de la obra, fue la de Roma, Lepido Facii, 1603, de la que
se hizo una edición facsímil, con introducción de Erna MANDOWSKY, Hildesheim-Nueva
York, 1970. Aunque es de todo punto imposible determinarlo, el pintor y sus mentores
iconográficos debieron de manejar probablemente algún ejemplar de esa edición o bien de la
quinta, Siena, herederos de Matteo Fiorimi, 1613, que ha servido de texto base a la traducción
española de J. e Y. BARJA, prologada por Adita ALLO MANERO (2 vols.), Madrid, 1987. Para
mayor comodidad de quién nos lea, citaremos a partir de esta última edición.
4
Vid. Elena PÁEZ RÍOS, Iconografía Hispana (4 vols.). Madrid, 1966-1970, vol. I, p. 304, nº
1027.1. La dependencia de varios retratos pintados de Belluga respecto de esta estampa, abierta
por encargo de su sobrino don José Alcaraz y Belluga, fue señalada por SOBEJANO, op. cit., pp.
75-76. Añadamos que dicho grabado, a su vez, se inspiró en los rasgos fisionómicos y en lo
fundamental de la postura y el gesto fijados en la estampa abierta para ilustrar los volúmenes
añadidos a la nueva edición de la obra del español A. CHACÓN, latinizado CIACONII, Vitae et
res gestae Pontificum Romanorum et Cardinalium ab initio nascentis Ecclesiae usque ad
Clementem IX (4 vols.), Roma, 1667 (1ª ed., 1630), ampliada por M. GUARNACCI, Eaedem
vitae... a Clemente X usque ad Clementem XII (2 vols.), Roma, 1751, in-fol. fig., editada por la
tipo-calcografía de Giovanni Giacomo de Rossi, o de Rubeis, heredero de la de Domenico, casa
editorial afamada por sus bellas ediciones ilustradas. De esta otra lámina guarda también un
ejemplar la Biblioteca Nacional, de Madrid, vid. PÁEZ RÍOS, ibídem, nº 1027.2.
de la Comunidad Autónoma) 5; y el de Rojas es cerrado y puntual eco del

retrato del pintor real Antonio González Ruiz, a partir de la lámina grabada por

Juan Fernando Palomino en torno a 1754 (Madrid, Biblioteca Nacional) 6.

El retrato dedicado al cardenal Belluga representa al prelado

cartaginense, sosteniendo con su mano derecha un libro abierto que reposa en

una mesa, dispuesta ante una gran cortina que, en su retórico despliegue, deja
5
Procedente de la Casa de Misericordia y Maternidad, de Murcia –donde adornó la sacristía de
la iglesia de San Esteban y luego la dirección del orfelinato–, perteneció a la Diputación
Provincial de Murcia, que lo depositó para su exposición pública en el Museo de Bellas Artes de
Murcia (Vid. Museo Provincial de Bellas Artes de Murcia. Catálogo de sus Fondos y
Secciones. Murcia, 1927 (3ª ed.), p. 38, nº 116), hasta que no ha mucho ha pasado a ser
propiedad usufructuada por el Gobierno de la Comunidad Autónoma de Murcia, que lo ha
depositado en su sede.
Este retrato (óleo sobre lienzo, 1,36 x 1,02 m.) representa al obispo Matheo vestido con el
hábito de su Orden (sotana negra con ceñidor de cuero, del que pende, al lado izquierdo, un
rosario), en actitud de escribir unos Comentarios... de pie ante un sillón frailuno y delante de
una mesa, sobre la que se amontonan los volúmenes de una edición de la Biblia Sacra, una
birreta doctoral y una mitra obispal, de espaldas a un fondo de estanterías y a una lámina de la
Virgen de la Fuensanta pendiente en la pared. En el frente del lateral de la mesa se inscribe el
siguiente texto: “Ill. et R. P. D. D. Joas Mattheo. Salm.s D.r et Sac.ae / Scrip.ae Cath.s Jub.s Sup.ae Ynq.s
Hisp.ae ex Munere / cens.r Philipi V. Reg.s Conc.o et post alia Mun. a / tandem tot.s Relig.s CC. RR. MM.
Prep.s Gener.s semel / etitervm comm.ni plausv Reel.o Ex.o Episc.um a / SS. D. N. Bened. Papa XIV,
Denique Episc.us Carth.s / ab ipso Rege Ph. o Elec.s et a dicto D. N. Ben. to / Consc.vs et nom.s Episc.us assis.s
Sacro / Pont.o solio. año Dom.ni 1742. aet.s svae 55”. Su traducción, dice: “Al Ilustrísimo y
Reverendísimo Padre el Señor Don Juan Matheo, doctor y catedrático jubilado de Sagrada Escritura de
Salamanca, censor de oficio de la Suprema Inquisición de España, del Consejo Real de Felipe V y, después
de otros cargos, últimamente prepósito general de toda la Religión de los Clérigos Regulares Menores,
una y otra vez reelegido con aplauso general, exaltado al episcopado por Su Santidad Nuestro Señor
Benedicto papa XIV, y finalmente elegido obispo de Cartagena por el mismo rey Felipe, y consagrado y
designado obispo asistente al Sacro Solio Pontificio por el ya dicho Nuestro Señor Benedicto. Año del
Señor de 1742, y 55 de su edad”. Nos deja perplejos la obsoleta ficha que de este cuadro redactaron
algunos profesores del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Murcia (Vid.
[C. BELDA NAVARRO et al.], Catálogo de Arte. Patronato de Cultura de la Excma.
Diputación Provincial. Murcia. Murcia, 1981, p. 34 y lám. 44), sobre todo por el craso error
cometido de identificar al obispo don Juan Matheo con un inexistente “prebendado”, llamado
“D. Juan Mateo de Salamanca”, que, según su opinión, “es representado con los atributos que le
caracterizan, bien referidos a episodios de piedad local como a símbolos que denotan su
cualificación eclesiástica”.
Existe otra representación, pues de retrato no podemos calificarlo, del obispo Matheo. Se
trata de un dibujo al lápiz y a la tinta negra, sobre papel amarillento de 186 x 290 mm., firmado
por un ignoto, al menos para nosotros ”Gascón dib.”, que más parece caricatura infantil y que se
nos antoja expresión de un sincero sentimiento más que caracterización artística. Al dibujo, que
podría tratarse del decalco preparatorio para grabar la plancha de una estampa, le acompaña
una inscripción: “Ill. y R. Señor P. D. Juan Matheo de los C. R. M. Obispo de Cartagena y Murcia”.
Vid. PÁEZ RÍOS, op. cit., vol. III, p. 252, nº 5679.
6
La estampa con el retrato del obispo Rojas en un medallón ovalado, con la leyenda en
derredor: “Ill.s D. D. Didacus a Roxas et Contreras Episcopus Cartaginensis Olim Calagurrit. s Supr.i
entrever una estantería repleta de libros –directa referencia a su extensa y

profunda erudición teológico-canónica, así como a su dilatada producción

escrita como doctor de la Universidad de Granada–, mientras que los rasgos de

su enjuto rostro, de fija e inquisitiva mirada, desvelan la propter inoportunitatem

de un hombre de acción tan obstinado en sus creencias como en verdad

honrado en sus propuestas y firme en su toma de decisiones. Al medallón lo

flanquean las alegorías de la Religión 7, por su izquierda, en clara alusión a su

inquebrantable compromiso con la fe y el dogma católicos y a su decidida

defensa de los derechos de la Iglesia frente a las regalías del Estado 8, y de la

Caridad 9, por su derecha, en obligada referencia a su recta concepción y

práctica filantrópica de la caridad cristiana que convierten la virtud católica en

solidaridad social, y a su profundo compromiso benéfico-asistencial con el

pobre y desvalido, a su actividad en pro del necesitado, enfermo o

desamparado por la fortuna, en protección al indefenso y repudiado en quienes

Cast.ae Senat. s integrr. s Gubernat.r”, y sobre un zócalo con su escudo de armas, ilustra los
Opúsculos y doctrinas prácticas... para el gobierno interior y la dirección de almas... del P.
Pedro de CALATAYUD, S. J. (Logroño, Francisco Delgado, 1754). Vid. E. PÁEZ RÍOS, op. cit.,
vol. III, p. 752, nº 8081. Dibujada y abierta por Juan F. Palomino, la lámina replica el retrato
pintado en 1753 por Antonio González Ruiz, en la actualidad conservado en Madrid por los
herederos del obispo. Cfr. A.E. PÉREZ SÁNCHEZ, “Algunos retratos desconocidos de Antonio
González Ruiz”, en Tiempo y espacio en el arte. Homenaje al profesor Antonio Bonet Correa
(2 vols.). Madrid, 1994, t. II, pp. 912-913 y figs. 2-4.
7
Vid. RIPA, op. cit., t. II, pp. 260-261. Por confusión, SOBEJANO, op. cit., p. 78, identifica esta
alegoría con la de la Pobreza.
8
Bástenos recordar que con su obra pastoral, absolutamente conectada con Trento, pretendió
llevar a cabo una doble reforma religiosa y moral, tanto eclesiástica como secular, destacándose
como hitos la defensa del curato rural y de la redistribución equilibrada del diezmo con su
decisivo influjo para que el papa Inocencio XIII publicara la bula Apostolici ministerii (1723),
conocida por bulla bellugana, y sus escritos contra el lujo desmedido que conduce a la quiebra
económica y contra la inmoralidad en trajes, usos y costumbres que, iniciados en 1711,
culminaron en su Memorial de 1722: Pragmática Sanción que Su Majestad Phelipe V manda
observar sobre trages y otras cosas (1723). Por otro lado, téngase en cuenta su firme y
carismática oposición al absolutismo monárquico, cuyo poder estimaba derivado del poder de
Dios y obligadamente sujeto a la potestad pontificia, así como por la defensa integrista y a
ultranza que hizo de los tradicionales postulados anti regalistas, que tomaron cuerpo en obras
como el Memorial... sobre materias pendientes con la Corte de Roma y expulsión del Nuncio
de Su Santidad de los Reynos de España (1709), la Carta... a Felipe V (1715) y Carta al Rey
sobre el estado económico del Reyno (1721), en las que, de conformidad con las ideas
agustinianas, afirma la presencia activa de la Divina Providencia en la historia.
9
Vid. RIPA, op. cit., t. I, pp. 162-163.
sin duda veía reflejada su propia experiencia infantil y juvenil, y considerados
10
por él imágenes de Cristo en este mundo , y entre ambas alegorías,

explicitando su significado, la leyenda votiva latina, ciertamente muy explícita:

"Ludovico Belluga / Episcopo Carthag. S.R.E. Cardinali / Viro,

propagande fidei Zelo, flagrantis.mo / Qui de alimonia pavperum / de

institutione Clericorum, / de educatione juventutis, sollicitus, /

Collegia, Scholas, Pias domos, Seminaria / Ære suo fundavit / Sem.

Operariorum, et Theolog. S. Ysidori / ex asse Heres / perenne hoc

gratitudinis monumentum, / P.C. A.R.S. 1767." 11.

Por su parte, el retrato del obispo D. Juan Matheo nos presenta a un

prelado que, aunque revestido –al igual que los otros dos– en correspondencia a

su dignidad y cargo, en cuanto a su oficio nos descubre a un arquitecto

proyectista que, compás en mano, traza curvas en unos planos y mide las cotas

de un edificio, a no dudar que el del Colegio Seminario de San Isidoro; su

fisonomía revela a un hombre de gran bondad, de mirada profunda y noble, al

tiempo que su decidida apostura nos habla de una persona segura de sí misma

y consciente de su autoridad moral más que de su potestad, de tan firme

carácter como reposado temperamento, tan persuasivo en el trato cotidiano

como resolutivo en la toma de decisiones. Su retrato (curiosamente, el único de

esta trilogía que es sobre montado, además de por el capelo o la mitra, los

símbolos clásicos de su autoridad como prelados, por el báculo pastoral,

atributo por antonomasia de la misericordia, firmeza y práctica apostólica de un

10
Con respecto a su acción social, vid. más adelante.
11
La inscripción latina, como ya señaló SOBEJANO, op. cit., p. 78, reproduce “literalmente
algunos elogios y frases del epitafio” compuesto personalmente por Benedicto XIV para la
tumba romana de Belluga. Traducida, dice: “A Luis Belluga, obispo de Cartagena, cardenal de la
Santa Romana Iglesia, varón ardentísimo en el celo de la propagación de la fe, solícito en la alimentación
de los pobres, la instrucción de los clérigos y la educación de la juventud, que fundó a sus expensas
colegios, escuelas, casas piadosas y seminarios, el Seminario de Operarios y Teólogos de San Isidoro, su
heredero universal, cuidó colocar este monumento de perenne gratitud en el año del Señor de 1767”.
obispo en tanto que pastor y guía espiritual) se acompaña con las figuraciones

de la Sabiduría 12, a la derecha del zócalo, en abierta referencia a su amplitud de

saberes, profundidad de estudios y elevada capacidad intelectiva, sin obviar su

muy dilatada carrera docente como doctor y catedrático de la Universidad de

Salamanca 13, y de la Afabilidad, Mansedumbre o Amabilidad 14, a la izquierda

del pedestal, en manifiesta alusión a su apacible comunicación diaria y a su


15
benignidad de ánimo en la palabra, el gesto y la acción , con la consabida

dedicatoria latina –explícita por demás en cuanto a su intencionalidad, ya que

no es la institución en abstracto la que subscribe el texto votivo sino los

miembros específicos de la comunidad en tanto que individuos– entre ambas

figuraciones alegóricas:

"I.D.D. Joanni Matheo, / ex Preposito Gener. Cleric. m Min.

Regul. / Episcopus Carthaginensis; / omnibus animi, et Corporis

dotibus / que Sacrum Principem, maxime decent / Ornatissimus: /

Quod, dum Ædium harum / a fundamentis constructioni incumberet,

/ Benefact.m sese munificentis.m exhibuerit, / Pastoralisque muneris /

summam Solicitudinem, ostenderit; / Sacerdotes Operarij, et Theol. S.

Ysidori. / tanti viri, virtutum admiratores / possuere. A.R.S. 1767."


16
.
12
Vid. RIPA, op. cit., t. II, pp. 279-280.
13
El iter de su actividad docente como miembro de pleno derecho de doctores y gremio y
claustro de profesores de la Universidad de Salamanca, durante casi treinta años, es
impresionante y fue como sigue: cátedras cursatorias de Filosofía tomista (1711-1713), de
Súmulas (1723-1724), de Suárez (1724-1725), de San Anselmo (1725-1729), de Escoto (1729), de
Santo Tomás (1729-1733), de Durando (1733-1737) y de Filosofía Moral (1737), para finalmente
ocupar la titularidad de la cátedra de Prima de Sagrada Escritura (1737-1741). Vid. E.
ESPERABÉ DE ARTEAGA, Historia pragmática e interna de la Universidad de Salamanca (2
vols.), Salamanca, 1914, t. II, pp. 634-638, 642-643 y 646.
14
Vid. RIPA, op. cit., t. I, p. 71.
15
Vid., más adelante, el epígrafe que le dedicamos.
16
Esta inscripción se transcribe plagada de errores por C. BELDA NAVARRO et alt., “Catálogo
Histórico”, en IDEM (comisario), Francisco Salzillo y el Reino de Murcia en el siglo XVIII.
Catálogo de la Exposición. Murcia, 1983, p. 202, nº H-66. El texto traducido, dice: “Al Ilustrísimo
Señor Don Juan Matheo, antiguo Prepósito General de los Clérigos Regulares Menores, Obispo de
Cartagena, adornado en grado sumo con todas las cualidades del alma y del cuerpo que son propias de un
El que efigia al obispo Rojas, último de esta trilogía episcopal, muestra al

prelado junto a una mesa ricamente tallada, sosteniendo un pliego doblado en

su mano izquierda, apoyando la derecha sobre un libro en la típica actitud

propia de un letrado dedicado al ejercicio del poder. Es el retrato harto

revelador de una persona de débil condición anímica personal, amparado más

en su noble alcurnia familiar y en la dignidad, privilegios, prerrogativas y

riquezas de sus cargos y empleos que en sus propias cualidades, capacidades y

fuerzas, además de muy propenso a cierta mitómana y ostentosa fatuidad

exterior, incapaz por ello mismo de soportar las contrariedades reales y las

ofensas imaginadas 17. A uno y otro lado del medallón, la Justicia recta 18, a la

derecha del plinto, en directa alusión a su rectitud y ecuanimidad como jurista y

legislador, en verdad más pretendida que real, más teórica y abstracta que práctica y

concreta, asentada en sus trece años de alto magistrado de la Real Chancillería

de Valladolid, además de en los quince de gobernador del Real y Supremo


19 20
Consejo de Castilla , y la Liberalidad , por la izquierda de la peana, en

referencia a su consolidada fama de obispo limosnero más que a una verdadera

príncipe sagrado, porque echó los cimientos de la construcción de estas habitaciones, mostró el beneficio
munificente de sí mismo y exhibió la suma solicitud del oficio de pastor, los sacerdotes operarios y
teólogos de San Isidoro, un tan gran número de varones, admiradores de sus virtudes, lo pusieron en el
año del Señor de 1767”.
17
No deja de ser significativo a este respecto que la causa de su muerte se atribuya, según el
deán y los capitulares eclesiásticos, no sólo a los nocivos efectos fisiológicos provocados en su
anciano organismo por el mal de orina, sino también a las perniciosas secuelas psíquicas que la
“pesadumbre” obró en él. Vid. A.C., Murcia, AA.CC. de 1772, sesión del 10 de noviembre.
18
Vid. RIPA, op. cit., t. II, p. 10.
19
Durante su etapa de colegial en el Mayor de Cuenca ejerció de juez metropolitano del
Arzobispado de Santiago en la Universidad de Salamanca. Su carrera judicial la continuó en la
Administración del Estado como fiscal de la Sala de lo Criminal (1735-1738) y, más tarde, de la
de lo Civil (1738-1740), y luego como oidor de la plaza cuarta de la Sala Primera de lo Civil de la
Real Chancillería de Valladolid (1740-1748). En 1746 fue nombrado consejero real y entre 1751 y
1766 desempeñó el alto cargo de gobernador del Real y Supremo Consejo de Castilla. Vid. P.
MOLAS RIBALTA, ”La Chancillería de Valladolid en el siglo XVIII. Apunte sociológico”, en
IDEM et al., Historia social de la Administración Española. Estudios sobre los siglos XVII y
XVIII. Barcelona, 1980, pp. 87-116.
20
Vid. RIPA, op. cit., t. II, pp. 18-19.
y generosa munificencia como prelado y prodigalidad como estadista 21, y entre

medio de dichas alegorías la inscripción honorífica latina, en exceso pretenciosa

y adulatoria, distinta y contraria a las que le preceden:

“Didaci de Roxas et Contrer.s / ex Coll. M. Conch.s Vallisolet.s

Senator, / Episc.s Calagurrit.s et Carthag.s / ac Sup. Castelle Senatus

Gubernator. / Cui, Splendorem, Rectitudinem, / Solacia, Subsidia,

Premia, / Protectionem debere clamirant, / Ecclesia, Tribunalia,

Populi, / Egeni, Digni, Innocentes. / Sem.m Oper.m et Theolog.m S.

21
Con un botón de muestra bastará para deshacer entuertos historiográficos sobre la pretendida
filantropía social y cultural desplegada por don Diego de Rojas o, al menos, para aquilatar lo
harto engañoso de la desmesurada fama póstuma de que ha gozado este obispo, sobremanera
en cuanto a su anhelada liberalidad de patronazgo, que suele confundirse con la inerte
limosnería que, en verdad, dispensó a la puerta de su palacio. Al relatar su “suntuoso” entierro,
J. RAMOS ROCAMORA, en sus Noticias de varias cosas que han acontecido en diversos
pueblos y en particular en esta muy noble ciudad de Murcia (2 vols.), Ms. s. XVIII, A.M., Murcia,
t. I, efemérides del 10 de noviembre de 1772, nos asegura que “con la muerte de este Señor
Ilustrísimo [quedaron] muy afligidos los pobres de esta ciudad porque, es cierto, que fue muy limosnero
y que sentía en el alma cuando no podía remediar la necesidad que le manifestaban, tal y como lo
acreditan diversos pasajes que experimentaron los hijos de Murcia”. Sin embargo esto, si comparamos
las cargas fijas y precisas, exentas, de la mitra de Cartagena, partiendo de los años medios en los
quinquenios de 1747-1751, durante el episcopado del obispo Matheo, y de 1765-1769, en el
pontificado del prelado Rojas, apreciaremos que no sólo existen unas significativas variables en
determinados asientos –aquéllos que podríamos calificar de libre disposición–, sino también
que de merecer alguno de estos obispos el apelativo de munificente por su esplendidez con la
Capilla de Música de la Catedral, de desprendido por su dadivosidad en la ceremonia del
Lavatorio de los Pobres –concepto que incluía tanto el pago del Sermón del Mandato como la
donación de vestidos para los más necesitados–, o de generoso por la ayuda prestada en la
erección del Altar del Corpus, ése debería ser don Juan Matheo y nunca don Diego de Rojas:
1747-1751 Quinquenios 1765-1769
Rs. y Mrs. vn. % Conceptos % Rs. y Mrs. vn.
48.065,27 52,77 Gastos de Recolección 72,88 52.444,7
19.333 21,23 Subsidio y Excusado 15,14 10.892
21.426 23,52 Capilla de la Música 11,12 8.000
1.662 1,82 Lavatorio de Pobres 0,18 132
112 0,12 Altar del Corpus 0 0
362 0,40 Misas de Reyes 0,50 366
132 0,14 Antífona de la Virgen 0,18 132
91.092,27 100,00 Totales 100,00 71.966,7
Fuentes: A.H.N., Madrid, Consejos Suprimidos, Legº 16.997, Ajustamiento y liquidación del
valor del Obispado de Cartagena. Quinquenio de 1747 a 1751. Testimonio del secretario y
contador del Cabildo, don Jaime Costa Cevallos, presentado en sesión del 27 de febrero de 1753;
y Ajustamiento y liquidación... Quinquenio de 1765 a 1769. Murcia, a 14 de julio de 1774.
Ysidori, / Prototipon / alte cordibus insculptum retinens, / effigiem

hanc vividam possuit / A.R.S. 1773." 22.

Con la exclaustración y la desamortización, convertido el edificio en sede


23
del Instituto de Enseñanza Media (1837) , estos retratos fueron trasladados

desde las salas del Colegio-Seminario de San Isidoro al interior del Palacio

Episcopal murciano, en cuyos salones meridionales se conservan en la

actualidad en no muy buen estado, pero limpiados 24. Coincidencia fortuita o,

quizá, decisión consciente, lo cierto es que con su traslado esta trilogía mandada

pintar para honrar el muy diferente y sucesivo protagonismo de estos tres

príncipes de la Iglesia de Cartagena en cuanto a la fundación, erección y

finalización de uno de los edificios de más empeño de Murcia, construido según

el proyecto del arquitecto episcopal Pedro Pagán, hoy se conserva amparada

por los muros de aquella otra fábrica arquitectónica, sin duda la de mayor

empaque edilicio, superior calidad plástica y formal y más altos vuelos

estilísticos de la historia de la arquitectura civil murciana, erigida por mor de la

decisión política, el mecenazgo intelectual y artístico y la fautoría económica de

22
El texto latino copia con levísimos cambios en su redacción la ampulosa y aduladora
dedicatoria inscrita en el retrato del personaje ejecutado en 1756 por A. González Ruiz para el
Colegio de la Compañía de Jesús de Vitoria (hoy, Hospicio de San Prudencio). Vid. Catálogo
Monumental de la Diócesis de Vitoria (7 vols.). Vitoria, 1968, vol. III, p. 257; J.L. MORALES Y
MARÍN, en J. CAMÓN AZNAR et al., Arte Español del Siglo XVIII (“Summa Artis”, vol
XXVII). Madrid, 1984, p. 99, fig. 76; y PÉREZ SÁNCHEZ, art. cit., pp. 913 y 916. Traducida, dice:
“A Diego de Rojas y Contreras, antiguo colegial del Mayor de Cuenca, magistrado de Valladolid, obispo
de Calahorra y de Cartagena, y además gobernador del Supremo Consejo de Castilla, a quien por deberle
esplendor, rectitud, alivio, socorro, premio, protección, aclaman las iglesias, los tribunales, los pueblos, los
necesitados, los dignos, los inocentes, el Seminario de Operarios y Teólogos de San Isidoro, reteniendo su
prototipo esculpido profundamente en su corazón, puso esta efigie llena de vida en el año del Señor de
1773”.
23
Sobre el nuevo destino de este edificio, aunque nada se recoge sobre las obras que atesoraba,
cfr. Mª Fuensanta HERNÁNDEZ PINA, “Creación del Instituto “Alfonso X el Sabio” de Murcia”,
en Murcia, VI, 17 (1980), s. p.; e IDEM, “El Instituto “Alfonso X el Sabio”, primer centro murciano
de Enseñanza Media”, en A. VIÑAO FRAGO (edit.), Historia y educación en Murcia. Murcia,
1983, pp. 189-223. Cfr., además, R. JIMÉNEZ MADRID (coord.), El Instituto Alfonso X el
Sabio: 150 años de historia. Murcia, 1987.
24
Es de desear que se lleve a cabo tanto su limpieza y revitalización del soporte como su
restauración.
idénticos patronos y, no debemos obviarlo, trazado el proyecto e iniciada su

construcción por el mismo arquitecto diocesano.

Pero, todavía más. No sólo el azar histórico nos ha deparado una serie

pictórica atractiva, formada por los retratos de los mismos prelados cuyas ideas,

decisiones o actos gestaron y ultimaron la erección de la fábrica del Palacio

Episcopal de Murcia, sino que, para más abundamiento, nos ha proporcionado

con sus figuraciones honoríficas e inscripciones votivas una clave maestra para

comprender muchos otros aspectos en gran parte velados por los testimonios

escritos y hasta un nuevo perfil de los hechos que nunca hubiésemos podido

aclarar, pero ni tan siquiera intuir, con la ayuda de la exégesis heurística de los

documentos de archivo ni, mucho menos, con el análisis formalista y estilístico

de la fábrica arquitectónica palatina: el sutilísimo juicio de valor que a sus más

inmediatos subordinados coetáneos les mereció la obra de cada uno de estos

príncipes de la Iglesia y sus diversas personalidades.

El cardenal D. Luis Antonio de Belluga y Moncada, el prelado instigador.

Al filo de los siglos XVII y XVIII, la ciudad de Murcia y su Reino se

encontraban en una situación global de evidente depauperación, inherente a la

coyuntura depresiva general vivida por casi todos los territorios peninsulares

de la Monarquía Católica. Aislados intentos y esporádicos atisbos

recuperadores no paliaron en absoluto la gran recesión vivida durante el

desafortunado reinado del último Habsburgo español, Carlos II, a pesar de la

incipiente recuperación que se atisbaba. La periferia, en especial la no

perteneciente a la Corona de Castilla, parecía superar económica y

demográficamente lo que para las tierras interiores era un infierno, inclusive

como presagio de futuro. La sucesión al trono de la Monarquía Hispánica se

plantearía, así las cosas, en parámetros de guerra civil y económica entre los
reinos y ciudades que veían en el pretendiente Borbón, Felipe de Anjou, la

posibilidad del cambio regenerador, y aquí se hallaba Murcia, con su obispo a

la cabeza, inclusive de sus ejércitos, frente a los territorios que optaron por el

aspirante Habsburgo, Carlos de Austria, en tanto que creían ver en él al paladín

del continuismo de las estructuras políticas, administrativas y económicas, y

aquí se encontraban las vecinas ciudades de Cartagena, junto con Lorca la

segunda urbe del reino de Murcia, y Orihuela, ésta perteneciente al reino de

Valencia. Lo que podía haberse dirimido en los campos de batalla europeos, o

en las cancillerías estatales, si sólo hubiese sido una lucha por el trono español

por parte de las grandes potencias o de las dinastías reales, pronto se convirtió –

por cuanto significaba perpetuar o abolir una situación– en una abierta guerra

civil sin cuartel, inhumana y sin razón 25 .

En efecto, si la guerra de Sucesión al trono español se entiende en los

niveles internos de España como una guerra civil, podremos llegar a

comprender y explicar muchos hechos de los primeros quince años de la

centuria dieciochesca y no pocos de los que la definieron en su totalidad, más

concretamente durante su primera mitad, tanto a niveles generales de toda la

Monarquía, como, por ende, del reino de Murcia y de su marco geográfico

natural, político y social, que por relación simpática también abarcaba a la

ciudad de Orihuela y a las tierras de la Vega Baja del río Segura, cuyo territorio

eclesiástico se había desgajado en el siglo XVI de la jurisdicción episcopal de la

mitra de Cartagena con sede en Murcia.

Y es, precisamente, en este contexto histórico transicional en el que de un

modo decisivo y potente emerge la figura magna y capital de don Luis Antonio
26
de Belluga y Moncada (Motril, Granada, 1662-Roma, 1743) que, aunque
25
Cfr. H. KAMEN, La guerra de Sucesión en España (1700-1715). Barcelona, 1974.
26
Aunque en el bautismo sólo recibió el nombre de Luis, en los primeros documentos y
testimonios a él referidos se le menciona como Luis Antonio, nombre compuesto dado quizá en
recuerdo de su padre y de su abuelo, llamados Luis, y también –a pesar de lo afirmado por
SOBEJANO, op. cit., p. 14– de su bisabuelo don Antonio de Belluga, casado con doña María de
Aranda, su verdadera benefactora. Con esos nombres consta en el expediente incoado en
Córdoba, a 22 de noviembre de 1688, con ocasión de su oposición a la canonjía lectoral del
nacido fuera de los límites del reino de Murcia, se ahogó bien pronto y

profundamente en su idiosincrasia, de manera tal que hoy día se presenta poco

menos que imposible hablar de Murcia, máxime la del Setecientos, en

parámetros históricos, sean éstos en clave religiosa, política, económica, social,

cultural, literaria o artística, sin verse obligados de un modo u otro a mencionar

al prelado-cardenal cartaginense, granadino de origen y cordobés de adopción,

pero, en su más amplio sentido y dilatado valor, murciano de corazón y por

convicción 27 .

Cabildo eclesiástico, vid. A.C., Córdoba, Secretaría, Expedientes de limpieza de sangre, Año
1688, Lego 16: Expediente de don Luis Antonio de Belluga y Moncada (Mi agradecimiento al
prof. Vázquez Lesmes por su colaboración en este punto). Como tal será recordado por el
magistral cordobés don Juan GÓMEZ BRAVO en su Catálogo de los Obispos de Córdoba y
breve noticia histórica de su Iglesia Catedral y Obispado (2 vols.). Córdoba, Juan Rodríguez,
1778, t. II, pp. 737-738, si bien en otros lugares al referirse a él sólo emplea el nombre de Luis,
vid. pp. 765 y 782. De nuevo, como don Luis Antonio fue honrado, hacia 1745, por los
seminaristas del murciano Colegio-Seminario de San Fulgencio en el retrato anónimo que
ordenaron pintar como testimonio de gratitud por la protección dispensada al Seminario
(Murcia, Museo Catedralicio).
Por lo demás, en la rama andaluza de la familia Belluga se debió vivir cierto fervor a San
Antonio de Padua, como se desprende de la obra hagiográfico-devocional Excelencias, virtudes
y milagros del glorioso San Antonio de Padua (Cádiz, J. Borjas, 1627), escrita por un Esteban
BELLUGA DE MONCADA, sin duda que uno de sus miembros, el mismo que residente en
Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) fue contador de la casa y estados del duque de Medina Sidonia,
cfr. la Respuesta a una carta que el Contador mayor de la Santa Iglesia de Sevilla, Ioan
Baptista de Herrera, escrivió a... En razón de pedille aviso de la maravillosa estancia de la
Cueva de los Santos Hermitaños del monte, que su Eccell. tiene en su Ciudad de San Lúcar
de Barrameda. S.l., s.i., s.a. [22 de febrero de 1629], Bibl.N., Madrid, sig. V/Cª 224, núm. 104.
27
Dado que los conocimientos que poseemos sobre la vida, la personalidad y la obra del
Cardenal son, si bien todavía incompletos, lo suficientemente amplios, además de estar
relativamente divulgados, nos eximimos de afrontar su biografía con detalle. Para datos
biográficos y testimonios coetáneos, desde una óptica oficial y panegírica, cfr. J. MOLERO
ALBACETE, Oración fúnebre, en las exequias, y honras... Al Emmo. y Rmo. Señor Don Luis
Belluga y Moncada. Murcia, F. Díaz Cayuelas, 1743; N. GALEOTTI, Laudatio funebris
eminentissimi ac reverendissimi principis Ludovici, S.R.E. cardinalis Belluga et Moncada.
Roma, A. de Rubeis, 1743; M. de BARCIA, Vida del Eminentísimo Señor Cardenal Belluga
(Archivo Catedral, Córdoba, mss. 114 y 115), edit. por A. LINAGE CONDE, “Una biografía
inédita del Cardenal Belluga, por el obispo de Ceuta Martín Barcia, 1746”, en Murgetana, 52
(1978), pp. 114-134, con una carta de presentación dirigida a un sobrino innominado del
Cardenal que, ciertamente, por el tratamiento que recibe de “Vuestra Señoría Ilustrísima”, no
puede ser otro que don José Alcaraz y Belluga, desde 1742 obispo de Tarazona; y J. ZELADA,
Ristretto della Vita del Card. Belluga (Archivio Vaticano, Fondo Albani, ms. 96), edit. por I.
MARTÍN MARTÍNEZ, Figura y pensamiento del Cardenal Belluga a través de su Memorial
antirregalista a Felipe V. Murcia, 1960. Además de estas obras y los trabajos citados de
SOBEJANO y MARTÍNEZ RIPOLL, así como los que iremos recogiendo en las notas, entre la
extensa bibliografía sobre el Cardenal, cfr. A. del ARCO Y MOLINA, Estudio biográfico del
El futuro obispo y cardenal nació en el seno de una familia perteneciente

a la aristocracia inferior de Andalucía –en sangre, de nobles linajes por sus

cuatro costados y beneficiaria por su reconocida hidalguía del disfrute de

determinados y señalados privilegios 28 , pero en absoluto poseedora de señorío


29
jurisdiccional y mucho menos ostentadora de título nobiliario alguno , y en lo

económico, de muy limitadas rentas y escasos medios de subsistencia–,


30
integrada en la oligarquía política y social de la ciudad granadina de Motril .

Cardenal Belluga. Murcia, 1891; J. BÁGUENA, El Cardenal Belluga. Su vida y su obra. Murcia,
1935; I. MARTÍN MARTÍNEZ, Algunas notas biográficas del Cardenal Belluga. Murcia, 1961;
J. TORRES FONTES y R. BOSQUE CARCELLER (edits.), Epistolario del Cardenal Belluga.
Murcia, 1962; A. PÉREZ GÓMEZ (edit.), El Cardenal Belluga. Pastorales y documentos de su
época... Murcia, 1962; y Carmen M.a CREMADES GRIÑÁN (edit.), Estudios sobre el Cardenal
Belluga. Murcia, 1985. Siguen manteniendo cierta utilidad, pero deben ser consultados con
cuidado, P. DÍAZ CASSOU, Serie de los obispos de Cartagena. Sus hechos y su tiempo.
Murcia, 1895, edic. facsímil, Murcia, 1977, pp. 158-179; y J.P. TEJERA Y R. DE MONCADA,
Biblioteca del Murciano o Ensayo de un diccionario biográfico y bibliográfico de la Literatura
en Murcia (3 vols.), Madrid, 1924, t. II, pp. 32-45. Sobre sus años romanos carecemos de
monografías y estudios críticos, debiéndose recurrir a noticias dispersas en obras generales,
como las de P.B. GAMS, Die Kirchengeschichte von Spanien (3 ts. en 5 vols.). Ratisbona, 1879,
edic. facsímil, Graz, 1956, vid. t. III, vol. 2, pp. 329-340; o L. von PASTOR, Historia de los Papas
(16 ts. en 38 vols.) (1886-1932), vid., principalmente, t. XV, vol. 34 de la edic. española,
Barcelona, 1959, pp. 92-93, 109, 265, 268-269 y 322-323. Inestimable síntesis, por bien
documentada y por su depurado sentido crítico, aunque no haya sido muy tenida en cuenta por
la historiografía local, es la de A. LAMBERT sobre Belluga en el Dictionnaire d’Histoire et de
Géographie Ecclésiastiques, de A. BAUDRILLART (dir.), continuado por A. de MEYER y E.
Van CAUWENBERGH, t. VII (Paris, 1934), cols. 934-938. Igualmente útil, R. RITZLER y P.
SEFRIN, O.F.M. Conv., Hierarchia Catholica Medii et Recentioris Aevi (8 vols.), t. V (Padua
1952), pp. 31 y 145.
28
Por ejemplo, subir a los estrados en la Real Chancillería de Granada. Vid. el ya citado
Expediente de limpieza de sangre del Cardenal.
29
Sin poderlo asegurar, la titularidad de los señoríos de Vélez Benaudalla y de Lagos, que en
algún momento de los siglos XVI y XVII ostentan ciertos miembros de la familia, la poseía el
linaje de la Torre y la rama toledana de los Belluga y Moncada con él emparentado.
El único título de nobleza de la familia, el marquesado de Torre del Barco, es tardío y fue
otorgado en las Dos Sicilias, en 23 de mayo de 1736, a don Antonio Belluga y Blasco, un sobrino
del Cardenal.
30
Genéricamente suele afirmarse la notoria antigüedad y la principal nobleza de las familias de
sus progenitores, a cuyos linajes se pretende entroncar con otros de mayor alcurnia, con
ascendientes ducales y marquesales, y hacerlos arrancar de poderosos señores jurisdiccionales.
Pero, a pesar del notorio afán panegírico, aún no se ha aclarado ni el origen de sus linajes ni se
ha fijado su genealogía, al menos la más próxima, con el fin de conocer las alianzas superiores,
inferiores y colaterales de su casa –asuntos en absoluto baladíes, pues informan de la estructura
del núcleo doméstico inmediato en el que nació el Cardenal, el medio familiar en el que se
desarrollaron su infancia y su juventud, las aspiraciones sociales del grupo, el nivel cultural de
sus deudos y allegados, etc.–, y mucho menos se ha arrojado luz sobre el étimo (y su significado
semántico) del que deriva su extraño primer apellido, cognomen con el que él mismo se nominó
Bautizado el 30 de noviembre de 1662 en la parroquia motrilense de la

Encarnación, muy pronto quedó huérfano de padre y madre, recibiendo la

primera educación de manos de su tío segundo don Luis Belluga y Mortara,

cura beneficiado de la iglesia de su ciudad natal, y en las aulas de la casa de los

Mínimos de San Francisco de Paula. Gracias a la fundación por su abuela

materna de un patronato laico, del que él era el único beneficiario, pudo realizar
y fue identificado en vida, y aún hoy le conocemos. Todo son vaguedades al respecto, por
cierto, muy poco convincentes.
A su padre se le hace descender de un linaje aragonés iniciado en un “micer Pedro Belluga,
señor de Benavides”, personaje al que nadie ha intentado identificar. Mejor que de la leonesa
Benavides, lo que sin duda debe tratarse de un antiguo error de lectura y transcripción, es que
fuera señor del pueblo de Benavites, en el Camp de Morvedre, o de Sagunto, situado al norte de
Valencia, lindero con la villa castellonense de Almenara, lo que en cualquier caso es más creíble
y convincente. Por otro lado, todo apunta a que el apellido Belluga, más que un antropónimo y/o
un topónimo post antroponímico, que procedería de un antiguo sobrenombre o apodo puesto a
una persona movediza, vivaz e inquieta, que no para de trajinar, incluso bullanguera (como
parece razonable pensar respecto del nombre del Camp d’en Belluga, lugar de Conat, en el
antiguo condado de Conflent, hoy en Francia, tal como defiende J. COROMINES, et al.,
Onomasticon Cataloniae. Els noms de lloc i noms de persona de totes les terres de llengua
catalana (8 vols.). Barcelona, 1989-1998, t. II (1994), p. 411), al menos en el caso que nos ocupa, y
sin ánimo de contradecir a tan reconocido lingüista, y menos aún de enmendarle la plana,
pensamos que tiene más fundamento proponer que se trata de un fito-topónimo, derivado del
nombre de la planta herbácea del género de las vivaces, o anuales, perteneciente a la familia de
las gramíneas, cuyas especies: máxima, media y menor, presentan cañas cilíndricas, de hasta 30
a 50 cm. de altura, hojas lampiñas y estrechas y panoja terminal, de las que cuelgan unas
espigas aovadas, matizadas de verde y blanco, que sirven de forraje para los ganados lanar y
cabrío, conocida en castellano por briza (briza sp.), y popularmente, por tembladera, pendiente o
zarcillito, cedacillo y caracolillo, pero que en catalán, valenciano y balear se denomina bellugadís,
belluguet o bellugó (del lat. med. bullicare, derivado del lat. bullire; de ahí bullegar o bulligar, que
alterado por metátesis da bellugar o billugar) (cfr. A.M. ALCOVER, et al., Diccionari Català-
Valencià-Balear (10 vols.). Palma de Mallorca, 1926-1968, t. II (1935), pp. 379-380; y J.
COROMINES, et al., Diccionari Etimològic i Complementari de la Llengua Catalana (9 vols.).
Barcelona, 1991-1995, t. I, pp. 757-758), y que, por lo que hemos comprobado, en tierras
valencianas también recibe el nombre de belluga. Por su abundancia y espontáneo crecimiento
en lugares secos y pedregosos, como son los del Maestrazgo, dicha planta debió dar nombre a la
Rambla de la Belluga, de curso intermitente y tributaria por la izquierda de la Rambla Carbonera,
situada entre los límites municipales de Ares con Morella y Catí, y en cuya cabecera se levanta
la Masía de la Belluga, con sus correspondientes molino y camino homónimos, propio todo ello
del término castellonense de Ares del Maestre, o del Maestrat, en la región del Alto Maestrazgo
(Vid. la hoja 570, Albocácer, del Mapa Topográfico Nacional. Instituto Geográfico y Catastral.
Madrid, 1952). Así pues, parece muy razonable sugerir como hipótesis la más verosímil que el
linaje Belluga, integrado en la pequeña nobleza rural valenciana –cuyas armas heráldicas puras
son, precisamente, en campo de sinople, un haz de cuatro panochas de briza, o belluga, de oro,
dispuestas en abanico y enlazadas por una cinta del mismo metal–, procedería de las huestes
catalano-aragonesas que en 1232 tomaron Morella y Ares y en 1233 Albocácer, y con las que el
rey de Aragón Jaime I el Conquistador terminó la reconquista del reino de Valencia entre 1238 y
1245. Sin duda, los primeros prohombres del linaje, pertenecientes a las capas sociales medias y
sus primeros estudios de Artes y Filosofía y completar su bachillerato en

Teología en el Colegio de Santiago el Mayor, de Granada (1678), ampliándolos

después en el Colegio-Universidad de Santa María de Jesús, o de Maese

Rodrigo, de Sevilla, en donde a los tres meses de su admisión como becario se

licenció y doctoró en Teología (1686). De inmediato, acuciado sin duda por la

necesidad, y siguiendo la tradición de los colegiales teólogos, se entregó de


modestas de los conquistadores y repobladores, oriundos probablemente de la región hoscense
de La Ribagorza o bien de la ilerdense de La Noguera, se asentarían en un primer momento en
el lugar señalado, levantando la masía citada, fundando en ella el solar de la estirpe y tomando
de ella su apellido, además de conformar las armas parlantes de su renovado linaje, para más
tarde establecerse una de sus ramas en Valencia capital a partir de su reconquista (1238), y su
posterior repoblamiento, hasta integrarse de modo gradual durante el Cuatrocientos en la
oligarquía municipal y la aristocracia judicial y administrativa valencianas al servicio de los
reyes de la Corona de Aragón. La activa presencia en Valencia de tres personajes con este raro
apellido parece avalar nuestra hipótesis: un Petrus Beluga que, en época de Jaime II, figura entre
los scriptores firmantes, en 1302, del Cartulari de Vilafranca de Conflent (cfr. COROMINES,
Onomasticon..., ibídem); un segundo Pere Belluga, procurador unionista del reino de Valencia
enfrentado, en 1347-1348, al rey Pedro IV (cfr. J. ZURITA, Anales de Aragón, lib. VIII, cap. xii.
Ed. de A. CANELLAS LÓPEZ, Zaragoza, 1967-1985 (9 vols.), t. IV, p. 55); y un Joan Belluga,
jurista, a quién el Consejo de la Ciudad le encargó organizar los entremeses a representar con
ocasión de la visita a Valencia, en 1402, del monarca Martín el Humano y su esposa doña María
de Luna.
Sin embargo, por el tratamiento honorífico otorgado al personaje del que se hace derivar al
linaje del Cardenal, y que comúnmente se aplicó en los territorios de la Corona de Aragón a los
abogados, a ninguno de ellos, creemos, debe de ser referida la troncalidad de la estirpe del
cardenal Belluga. Por contra, el individuo en cuestión, sin duda descendiente de los anteriores,
o emparentado con ellos en diverso grado de consanguinidad, bien podría identificarse con el
jurisconsulto aragonés, nacido en Valencia a fines del siglo XIV, micer Pere Belluga i Tous,
señor de Beneixida, que, en 1429, tras doctorarse in utroque jure, o sea, en Ambos Derechos Civil
y Canónico, en el Colegio Mayor de San Clemente de los Españoles de Bolonia, de vuelta a su
ciudad natal y con la protección del experto canonista don Alfons de Borja, obispo de Valencia
(en el pontificado, Calixto III), inició su carrera como juez inquisidor de los magistrados y
oficiales regios; tras sufrir prisión y destierro en Almansa, decretados por el lugarteniente del
Reino, el rey Juan II de Navarra, hermano del monarca aragonés, de resultas de una vehemente
disputa jurídica, ocasionada por los agravios cometidos por éste como duque de Gandía y
mantenida con el baile don Joan Mercader en las Cortes de 1438-1439, la continuó en Nápoles, a
donde marchó en el séquito de su valedor el obispo Borja (1441), reconciliándose con el rey
Alfonso V el Magnánimo, que lo incorporó a la corte como su maestre racional (1442) y su
abogado patrimonial (1451), siguiendo al servicio de su sucesor Juan II, durante cuyo reinado
fue procurador del reino de Valencia, además de su abogado fiscal (1458) y patrimonial (1461).
Muerto hacia 1468, más que por su bien ganado prestigio como jurista, su fama se fundamenta
sobre todo en su obra Speculum Principum ac Justitiae (París, 1530, con ediciones posteriores),
convertida en un clásico del género, en la que hace referencia a otro texto suyo, inédito, los
Singularia juris; dedicada al rey Alfonso y escrita, en torno a 1440-1441, como un alegato en su
propia defensa y contra los motivos que habían provocado su exilio, su Speculum, a pesar del
título, más que un compendio adoctrinador de monarcas, es un tratado sistemático del Derecho
público del reino de Valencia y una apología de su organización política, defensora de una
lleno a ganar unas oposiciones a canónigo lo antes posible, no logrando por no

tener la edad reglamentaria la plaza de magistral del Cabildo de Córdoba ni

tampoco la del de Coria. Ordenado de presbítero y siempre precedido por una

gran fama de hombre virtuoso, de vida austera y acendrada doctrina, opositó y

ganó la canonjía lectoral de la Catedral de Zamora (1687) y, más tarde, la de

Córdoba (1689), ciudad en la que, el 7 de septiembre de 1696, con el apoyo de su


monarquía limitada por los fueros y las leyes y establecida por la vía del pacto; dada su
formación boloñesa y sus muchos contactos con gentes de iglesia (así, su nexo clientelar con el
papa Borja), respecto de las relaciones del Estado y la Iglesia, micer P. Belluga admite ciertos
elementos canónicos y curiales que aproximan sus ideas a las corrientes güelfas, partidarias del
Papado, y le convierten, mutatis mutandis, en un curioso precedente de su probable descendiente
el cardenal Belluga, uno de los anti regalistas más irreductibles de todos los tiempos. Sobre este
personaje, cfr. N. ANTONIO, Bibliotheca Hispana Vetus (2 vols) (1672). Madrid, 1783-1788. 2ª
ed. de F. PÉREZ BAYER, t. II, pp. 278-279; V. XIMENO, Escritores del reyno de Valencia (2
vols). Valencia, 1747-1749, t. I, pp. 37-38, y t. II, p. 374; J.P. FUSTER, Biblioteca valenciana de
los escritores que florecieron hasta nuestros días... (2 vols.). Valencia, 1827-1830, t. I, pp. 27-28;
G. DÍAZ DÍAZ, Hombres y documentos de la Filosofía española (4 vols. publicados). Madrid,
1980 (en curso de edición), t. I, pp. 560-561; sobre su obra, cfr. A. MARONGIU, “Lo Speculum
principum del valenzano Pere Belluga”, en VIII Congreso de Historia de la Corona de Aragón.
Tirada aparte del t. II, vol. ii, pp. 53-65. Valencia, 1970.
Una posible deuda suya, si es que no es su hija, doña Guiomar Belluga, contrajo matrimonio
con un tal Guillem de Montcada –de no equivocarnos, uno de los hijos de Llorenç de Montcada
i de Lioro († 1465), el bastardo y heredero nominal de mosén Guillem Ramon III de Montcada i
de Luna, que por su ilegitimidad fue privado de todo derecho sobre la casa de Montcada y la
baronía de Aytona–, de cuya unión descendieron las dos ramas de los Belluga y Moncada (o
Moncada y Belluga) establecidas desde finales del siglo XV e inicios del XVI en Toledo y Puebla
de Montalbán, la una, y en Granada, Motril y Málaga, la otra. De doña Francisca Belluga y
Moncada, con toda probabilidad una hija de éstos, que casó con el mayordomo real don Alonso
González de la Torre, vástago y heredero del linaje de don Juan de la Torre, uno de los
conquistadores de Baza y de Granada y cabeza del señorío de Vélez Benaudalla –precisamente
los sextos abuelos paternos del Cardenal–, arrancará la rama andaluza de los Belluga y
Moncada de la Torre con solar principal en Motril. Integrados en la nobleza hidalga, los
miembros de este linaje se relacionaron con la oligarquía local a través de sus cargos de
regidores y jurados del Concejo municipal, capitanes de la Milicia local y familiares del Santo
Oficio; tal fue el caso del primo hermano del padre del Cardenal y tío segundo suyo, además de
su padrino, don Juan de Belluga y Moncada, regidor perpetuo de Motril, familiar del Santo
Oficio y alguacil mayor del Tribunal de la Inquisición de Granada, entre 1661 y 1667.
Su padre, don Luis de Belluga y Moncada y Ramírez de la Torre, hijo de don Luis de Belluga
y Moncada y doña Isabel Ramírez, casó con una parienta suya en tercer grado, doña María
Francisca del Castillo López de Haro y Aranda, hija de don Sebastián del Castillo y López de
Haro y doña María de la Fuente y Aranda, biznieta, como él, de don Luis Patiño y doña Ana de
Molina, padres a su vez de su abuela, doña María de Aranda, la bisabuela paterna del Cardenal,
casada con don Antonio de Belluga, aquélla que tuvo a bien fundar un patronato laico para
asegurar la educación de su biznieto, el único vástago de la rama de Motril (excepto su tío
segundo don Luis de Belluga y Mortara, cura beneficiado de la parroquial local, que debió
poseer algún tipo de estudios) que había demostrado cierta capacidad intelectual y una
inclinación a los estudios, así como una evidente espiritualidad y una abierta querencia hacia la
obispo, el mercedario cardenal Salazar, fundó una casa del Oratorio de San

Felipe Neri, de la que él mismo formaría parte como un religioso más y de la

que llegaría a ser su prepósito. Durante los dieciséis largos años que

permaneció en Córdoba, enseñó y predicó la Sagrada Escritura, ejerció de juez y

examinador sinodal diocesano y se empeñó en el cuidado de los enfermos y el

socorro de los pobres, entrando en íntimo contacto espiritual con el dominico

fray Francisco Posadas, su confesor, para quien él, una vez en Roma,

perseguiría la incoación del expediente de beatificación.

En noviembre de 1704, el rey Felipe V, a propuesta del cardenal Salazar,

lo presentó para la mitra de Cartagena con sede en Murcia, que se vio obligado

a aceptar, en 9 de febrero de 1705, al ser presionado por sus dos patronos y

mentores espirituales, el obispo-cardenal cordobés y el venerable Posadas.

Tomó posesión por poderes en 31 de marzo de ese año y fue consagrado en 19

de abril siguiente en la Catedral de Córdoba por el cardenal Salazar, haciendo

su entrada solemne en Murcia el 8 de mayo. De inmediato, al concebir la guerra

de Sucesión como un conflicto con evidentes tintes religiosos para él, apoyó con

absoluta fidelidad y no poco de espíritu mesiánico la causa del bando

borbónico, aceptando la presidencia de la Junta de Defensa del Reino de

vida religiosa. Todo lo opuesto a lo que parece que sucedió en la rama de Toledo, en la que
puede rastrearse la existencia de algún deudo o un afín con inquietudes literarias (como Pedro
Vázquez Belluga, traductor al castellano de la obra italiana de G. CACCIAGUERRA el
Consuelo de atribulados. Toledo, T. de Guzmán, 1598) y con formación universitaria (así, Luis
Belluga, beneficiado de Orgaz, fue doctor en Teología y profesor de Sagradas Escrituras y de
Teología escolástica en la Universidad de Toledo, y autor de unas Vitae duorum, qui primas
obtinent sedes in regno Dei, Christi scilicet atque Deiparae, variis illustrium virorum ac
foeminarum revelationibus concinnatae... Cuenca, 1631) (Cfr. N. ANTONIO, Bibliotheca
Hispana Nova (2 vols.). Madrid, Vda. y herederos de J. de Ibarra, 1788, t. II, pp. 246 y 23,
respectivamente).
A este respecto, además de los datos de archivo ya aportados por la bibliografía mencionada
en la nota anterior, en especial, del ARCO Y MOLINA (1891), DÍAZ CASSOU (1895, edic. 1977),
TEJERA Y R. DE MONCADA (1924), BÁGUENA (1935), MARTÍN MARTÍNEZ (1961) y
SOBEJANO (1962), así como por el citado expediente de limpieza de sangre del Cardenal,
deben tenerse en cuenta los que se contienen en A.H.N., Madrid, Inquisición, Córdoba,
Informaciones genealógicas, Lego 5.171, Caja 2a, núm. 8: Expediente de don Juan Fernández de
Córdoba, Ponce de León y Cárcamo para oficial del Santo Oficio, Años 1663-1667; e Ibídem,
Granada, Informaciones genealógicas, Lego 1.502, Caja 2a, núm. 5: Expediente de don José
Francisco Belluga y Vargas para oficial del Santo Oficio, Año 1731.
Murcia, venciendo a los austracistas en la batalla del Huerto de las Bombas

(1706), recuperando Cartagena y emprendiendo la ofensiva contra los ejércitos

pro habsbúrgicos de Levante, lo que le valió, contra su pesar, el nombramiento

de virrey de Valencia y capitán general de los reinos de Murcia y Valencia,

cargos en los que se mantuvo por muy poco tiempo, hasta la decisiva victoria

de Almansa (1707).

Su personalidad es de tal calibre que sólo su mención provoca, de hecho,

rechazo o asentimiento radical, pero en cualquier caso admiración y respeto por

su inapreciable e inabarcable obra, no siempre bien entendida del todo. Brazo

ejecutor, protector e impulsor del despegue y progreso dieciochesco en casi

todos los órdenes de Murcia, su Reino y su Diócesis, incluidos aquellos aspectos

que no eran de su estricta competencia como obispo, unas veces directamente y

otras muchas de modo indirecto, la sombra o la huella de su obra llegarán a

proyectarse más allá de los límites de su propia vida física e, inclusive, de su

siglo. No en vano una de sus máximas, que no dejaba de repetir

incansablemente, aseveraba ”Da al hombre sano para un día, al enfermo y a la viuda

para una semana, a la Fundación para un siglo” 31.

Prelado tardo-barroco, de fisonomía e imagen refinada a la francesa, pero

de sobrio carácter y enérgico temperamento a la española, y de espíritu

protector e innovador a la italiana, aunque no en lo artístico, tanto por razones

cronológicas como formativas y vivenciales, puede definirse como un autócrata

convencido, a medio camino entre el final de la Contrarreforma y el inicio de la

Aufklärung católica, en tanto que un humanista cristiano postridentino en las

ideas religiosas y el comportamiento ético, un arbitrista en la práctica política y

económico-social y un preiluminista en el ánimo y las intenciones. Estos

componentes internos, tan contradictorios y recurrentes, de la personalidad

galvanizadora de Belluga ayudan no poco en la comprensión de los brillantes

31
Cfr. SOBEJANO, op. cit., pp. 93-94, que reúne algunas máximas entresacadas de la edic. cit. de
su Epistolario.
salientes y las sombrías fallas de su actuación global, siempre a mitad de

camino entre el más estrecho de los conservadurismos ultramontanos y la

ruptura reformista.

Clave capital para intentar una aproximación comprensiva a la recia y

vital personalidad y a la obra belluganas es su admiración por la alegría

espiritual y la profunda piedad de San Felipe Neri, así como por la firme

adhesión de este santo florentino al espíritu del cristianismo primitivo, definido

por la obediencia ciega y voluntaria, la caridad sin límite y la vida comunitaria.

En este sentido, está claro que Belluga fundamentó toda su dialéctica religiosa y

la práctica política en el principio de la caridad cristiana y la ayuda al prójimo

necesitado o desvalido, superando la intranscendente y, a la larga, odiosa

limosnería, mediante la ayuda regeneradora y la asistencia educativa con

proyección de futuro y búsqueda de la inserción social, aunque dirigiendo y

administrando con despótica autoridad, a través de la Junta de las Pías

Fundaciones, la creación, dotación, erección y desarrollo de obras estables e

instituciones reformadoras del contexto social. Como los Montepíos

Frumentarios para el socorro de los agricultores de Murcia, Cartagena, Lorca, la

vecina Orihuela, y así hasta una treintena de poblaciones más; las Escuelas de

Primeras Letras y de Gramática en multitud de ciudades, villas y pueblos,

fundándolas o potenciando las ya existentes; las Casas de Huérfanos y

Arrecogidas para las diócesis de Cartagena-Murcia y de Orihuela; el Hospital de

Convalecientes de Murcia; el Colegio de Infantillos de San Leandro, y la

ampliación del Seminario de Teólogos y Canonistas de San Fulgencio, ambos en

Murcia; las casas del Oratorio Filipense en Córdoba, Motril (Granada) y Murcia,

ésta con el adjunto Colegio-Seminario de Teólogos de San Isidoro; la ampliación

del murciano Hospital General de San Juan de Dios; y así un largo e

interminable etcétera 32 .
32
Cfr. J. LATOUR BROTONS, “El Cardenal BeIluga y sus Pías Fundaciones”, en Primera
Semana de Estudios Murcianos. Murcia, 1961, vol. I, pp. 55-71; R. SERRA RUIZ, El
pensamiento social-político del Cardenal Belluga (1662-1743). Murcia, 1963.
Aunque lejos de nuestra intención y el alcance y los límites de este

trabajo el ser exhaustivos, un breve examen aproximativo y de síntesis crítica en

clave histórico-artística nos ayudará a darnos una idea del soberbio y amplio

patronazgo del cardenal Belluga, y eso que él siempre careció de esa pizca de

fruición lúdica (que, en ocasiones, debe rozar lo pecaminoso) tan necesaria en el

desarrollo de todo mecenazgo artístico, del que él sin duda, en estricto sentido,

careció.

Intentando, en primer lugar, una periodización cíclica, advertiremos casi

de inmediato que la obra bellugana, estructuralmente, pasó en su desarrollo

evolutivo por tres periodos de duración media. Si durante su pontificado al

frente de la mitra Cartaginense con sede en Murcia (1705-1724) las dificultades

de todo orden evidencian una constante preocupación religiosa, asistencial y

social, con un punto de marcada inflexión en torno a 1715, así como la puesta a

punto de los fundamentos políticos, administrativos y financieros de su

patronazgo, será a lo largo de su cardenalato romano (1724-1743), segunda fase

que se prolongará hasta 1752 aproximadamente –sobre todo a través de la

anuencia de sus sucesores en la diócesis de Cartagena-Murcia, soportada

estoicamente por don Tomás José Ruiz de Montes y Angulo (1724-1741) y

aceptada de buen grado y como propia por don Juan Matheo López y Sáenz, al

que hemos convenido en llamar el prelado constructor y urbanista–, cuando se

manifiestan las realizaciones de más empeño y mayor envergadura, para

paulatina y progresivamente desarrollarse en una tercera y última etapa, la más

dilatada cronológicamente –aquélla que con sus ecos llegará casi hasta la

actualidad, trascendiendo en mucho la temporalidad de su vida–, y que vino a

definirse por el desarrollo último, mantenimiento casi biológico y

desintegración final de su obra.

Es así que, si globalmente la incidencia a corto plazo de la obra

regeneradora y del patronazgo productivo belluganos sobre la realidad

inmediata de Murcia y su tierra fue limitada –en concreto, durante la primera


fase cíclica señalada–, y si los resultados computables a medio plazo fueron sólo

parcialmente innovadores –y así comenzaron a reflejarse a lo largo de la

segunda etapa–, no es menos cierto que toda esa actividad (por él programada

tácitamente) dio como resultado más relevante y por primera vez, sin duda, en

y para Murcia, su Reino y su Diócesis (en sus límites tanto coetáneos como

primitivos), la creación de una cadena de estructuras organizativas, estables y

efectivas, aceleradoras de todo un abanico de actividades y potenciadoras de un

espectro de profesionales especializados y de personal técnico y burocrático,

que asegurarían y atenderían en las fases sucesivas de su desarrollo la

mediación entre el antiguo y el nuevo orden social –y tal es el caso de las dos

etapas finales antes indicadas–. Sin duda, a este fenómeno de visión de futuro y

programación a largo plazo del cardenal Belluga, debía referirse el monarca

Felipe V al afirmar –en contra de sus detractores y enemigos– que "si el obispo de

Murcia lo hace, razón tendrá" 33 .

Quizá sea el momento de advertir que la mitra murciana, en parte por las

circunstancias positivas de una fase económica de crecimiento generalizado,

como fueron las primeras décadas del siglo XVIII, pero también por toda la

labor de Belluga ordenando un plan de roturación de montes y creando

haciendas de labor en el Campo de Lorca o desecando tierras pantanosas,

salubrizándolas y poniéndolas en cultivo en la desembocadura del río Segura,

logró duplicar en mucho sus rentas, que seguirían aumentado con sus

sucesores. El peso específico de la diócesis de Cartagena-Murcia queda

demostrado por el hecho de que, gracias a este despegue económico, fue sede

33
Para la justa valoración de esta supuesta afirmación, de naturaleza casi paremiológica, no
debe olvidarse la firme e intransigente postura anti regalista de Belluga, que le abocó a tener
muy duros enfrentamientos con Felipe V, de quien fue consejero, y ello a pesar de haber sido
uno de sus más fieles y ardientes partidarios durante la guerra de Sucesión. Cfr. MARTÍN
MARTÍNEZ, op. cit., y sus “Fundamentos doctrinales e históricos de la posición antirregalista
del Cardenal Belluga”, en Murgetana, 14 (1960), pp. 22-55.
deseada y pretendida, hasta el punto de convertirse en mitra de final de carrera
34
.

Es más, si desde septiembre de 1724 Belluga acabó sus días en Roma

como cardenal, fue después de haberse asegurado no solamente la percepción

de unos ingresos acordes con su alta dignidad eclesiástica y en consonancia con

el nivel de vida romano, sino también tras haberse reservado para sí el control

directo de la administración misma y de la gestión financiera de todas las rentas

episcopales de la mitra de Murcia, sin olvidar su puntual recepción y cobro, por

medio de cuatro durísimas condiciones pactadas con el rey Felipe V, a pesar de

la fuerte oposición de sus ministros y consejeros, y aceptadas posteriormente

por la Santa Sede, que el futuro obispo titular no tuvo más remedio que acatar y

soportar, tal vez a la espera de que se produjera el pronto óbito de su

predecesor. Entre esas cuatro condiciones destaca sobremanera la segunda,

aquella por la que el obispo dimisionario se reservaba el derecho de "nombrar y

poner mientras viviese la Persona, o Personas, que tubiese por bien para Administrar

todos los frutos, y proventos pertenecientes al obispado de Cartaxena, y de nombrar así


35
mismo Thesorero que reciviese todo su valor" . De esta manera, sin ser ya el
34
Sobre las rentas de la Diócesis Cartaginense en el siglo XVIII, cfr. Ch. HERMANN, "Les
revenus des évêques espagnols au dix-huitieme siècle (1650-1830)", y G. LEMEUNIER, "La part
de Dieu. Recherches sur la levée des dîmes au diocese de Carthagene-Murcie d'aprés les visitas
de tercias (XVIIIe–XIXe s.)", en Melanges de la Casa de Velázquez, X (1974), pp. 169-201, y XII
(1976), pp. 357-386, respectivamente. Y, asimismo, el trabajo de M. BARRIO GONZALO, “Perfil
socio-económico de una élite de poder. VII: los obispos de Cartagena-Murcia (1556-1834), en
Anthologica Annua, 39 (1992), pp. 103-166.
Vid., más adelante, el epígrafe que le dedicamos a esta cuestión, tan fundamental para
explicar y comprender la construcción del Palacio Episcopal.
35
A.H.N., Madrid, Consejos Suprimidos, Cámara de Castilla, Leg os 16.997 y 16.998. En el
primero de esos legajos, el Informe sobre las condiciones presentadas por Belluga al Rey y un
Dictamen negativo de la Cámara de Castilla al respecto, fechado en Madrid, a 25 de abril de
1742.
Con posterioridad a que, el 15 de mayo de 1986, en conferencia pública, “Los obispos y su
aportación artístico-cultural”, impartida durante la “Semana de Estudios Murcianos: Murcia en el
siglo XVIII”, organizada por el Seminario Floridablanca de la Universidad de Murcia y el Aula
de Cultura de Caja-Murcia, y posteriormente, el 26 de septiembre de 1991, en ponencia invitada,
“Poder y forma urbana en la Murcia barroca: la actuación de los obispos Luis Belluga y Juan
Matheo”, disertada en el marco del “Convegno Internazionale di Studi: Vescovi e Città nell’Epoca
Barocca”, organizado por la UNESCO y la Università di Lecce (cfr. MARTÍNEZ RIPOLL, art. cit.,
p. 17), diéramos a conocer la realidad de las cláusulas exigidas por Belluga al Rey en 1723,
obispo ordinario de Cartagena en Murcia siguió ejerciendo de tal, y no

precisamente escudándose en la sombra, mientras que su sucesor el prelado


36
residencial, don Tomás José Ruiz de Montes y Angulo , con esperanza de

futuro pero atado por la palabra dada y prisionero canónico de la obediencia

debida, vino a convertirse desde su misma toma de posesión, en 1724, hasta su

defunción, en 1741 –dos años antes de que ocurriera la muerte del cardenal
aceptadas por éste a pesar de la reiterada opinión en contra de la Cámara de Castilla y
sancionadas en 11 de septiembre de 1724 por el Papa, otros estudiosos por vía independiente
han dado a conocer estas cláusulas, subrayándolas, a nuestro entender, con diferente amplitud
y muy distinto acierto crítico. Así, E. HERNÁNDEZ ALBALADEJO, La Fachada de la Catedral
de Murcia. Murcia, 1991, pp. 142-143, 145 y 148, quién, creemos, no llega a comprender el
verdadero alcance de la situación planteada, pues disfraza su singularidad canónica al
explicarla como una especie de obispado compartido por dos prelados y desvirtúa sus
consecuencias políticas y administrativas al hablar de una fórmula de asociación en la
percepción, gestión y administración de las rentas episcopales, y A. CÁNOVAS BOTÍA, Auge y
decadencia de una institución eclesial: el Cabildo Catedral de Murcia en el siglo XVIII.
Iglesia y sociedad. Murcia, 1994, p. 109, que resume las cuatro condiciones, pero cometiendo, a
nuestro entender, algún pequeño fallo de lectura y errando, por ello, en la comprensión de sus
extremos conceptuales y en el alcance de sus consecuencias, el más importante que la vigencia
de esas cláusulas, según él, era “mientras se elige nuevo pastor”. El que don Iñigo de Torres y
Oliberio, secretario capitular, en la “Cuenta de los Valores del Obispado de Cartagena, según el
último quinquenio hasta fin de 1739, presentada a 25 de septiembre de 1742”, siga recordando
la plena vigencia de las cláusulas exigidas por el Cardenal cuando renunció y dimitió de la
Sede, bien confirma todo lo contrario. Como una excepción, BARRIO GONZALO, art. cit., pp.
137-138, recoge in extenso las cuatro condiciones y declara certero, pero muy escuetamente, que
con su puesta en marcha y vigencia al cardenal Belluga, “al menos de hecho, le permiten seguir
controlando las rentas de la mitra”.
En efecto, de las cuatro condiciones impuestas por Belluga, en la primera, planteaba
conservar el indulto de providendo durante los ocho meses apostólicos siguientes, según la
antigua concesión de Urbano VIII. En la segunda, sin duda la más importante por cuanto se
autoproclamaba administrador y gestor único de la Mitra, una vez especificado que él recibiría
todos los frutos y rentas episcopales y que él nombraría y pondría en sus cargos a todos los
administradores del Obispado, reservándose en exclusiva y para sí el nombramiento del
tesorero episcopal, que tan sólo a él daría cuentas, aclaraba que, restadas todas las cargas
anuales y las pensiones que gravaban la Mitra, se pagaría la congrua de 132.000 rs. vn.
correspondiente al obispo Montes, libre de carga y gravamen, lo que se haría en dos pagos, uno
en junio y otro en diciembre. En la tercera, dejaba claro que su congrua personal, idéntica a la
del prelado titular, se le transferiría a Roma, igualmente libre de cargas y gastos. Y en fin, en la
cuarta, se reservaba, mientras viviese, un montante anual de 75.000 rs. vn. para administrar las
Pías Fundaciones, y el remanente serviría para afrontar los gastos de recolección,
administración y conservación de los frutos.
Concedido todo ello en los términos expuestos por el Cardenal, así se mantuvo hasta 1743,
año de su muerte. Con razón, cuando se repasa la documentación, aparecen expresiones tales
como la del mismo obispo Montes que, refiriéndose a la obligación que tenía la dignidad
episcopal de contribuir a los gastos de financiación de la obra del Imafronte de la Catedral, ante
la solicitud de su Cabildo, manifestaba “que escribiría con la mayor eficacia al eminentísimo Señor
Cardenal Belluga a cuyo cargo están las rentas del obispado” (A.C., Murcia, AA.CC. de 1736, sesión
Belluga–, en una especie de polichinela político y de pelele administrativo en

sus manos, con tan sólo jurisdicción espiritual y función pastoral.

Es evidente que, a más de cubrir las necesidades inherentes a su nueva

dignidad, de este modo el cardenal Belluga se aseguró la recepción de todos los

productos y rentas diocesanos y el directo control económico y financiero de la

mitra cartaginense, para de rechazo –poniendo en liza una estrategia de poder


del 21 de enero). Un año después, tras recibirse la contestación del Cardenal, con fecha de 21 de
noviembre, en que ofrecía su significativa aportación a la nueva obra, el propio Cabildo
declaraba “la obligación, y facultad, que asiste a su eminencia, como Administrador general de las
rentas de este obispado, para contribuir por parte de la Dignidad Episcopal a los gastos de la obra y
reparos de esta Santa Iglesia” (A.C., Murcia, AA.CC. de 1737, sesión del 18 de enero). Un año
después, ante el pleno capitular se vuelve a manifestar idéntica circunstancia: que “la renta de la
Dignidad Episcopal” es el Cardenal quien la “administra” (A.C., Murcia, AA.CC. de 1738, sesión
del 18 de abril).
Con anterioridad, el propio Belluga, en carta de 22 de diciembre de 1728, le recordaba al
obispo Montes “que siendo preciso llevar siempre un año caído en la administración del Obispado...
deviendo assí quando yo muera (desde cuio día empieza a gozar Vuestra Señoría Illustrísima plenamente
su Obispado)... lo que me persuado no tardará mucho, porque yo ya estoy viejo y mui trabajado o porque
entrando Vuestra Señoría Illustrísima en la administración del Obispado íntegramente en la forma que lo
estamos tratando...” (A.C., Murcia, Lego 26, No 136, edit. por TORRES FONTES y BOSQUE
CARCELLER, Epistolario... op. cit., nº 109, p. 138). Todavía pasarían quince años para que el
óbito del Cardenal se produjera († 1743), muriendo un par de años antes el desafortunado
obispo Ruiz de Montes († 1741), que nunca pudo disfrutar de la administración de las rentas de
su Obispado. Esta rarísima circunstancia de que el obispo ordinario y residencial de una
diócesis no goce plenamente de ella, como fue el caso, “en virtud de la cesión que tenemos hecha del
Illustrísimo Señor don Thomás Montes, Arzobispo Obispo, por el tiempo de su vida, durante su govierno,
del Indulto a nos concedido por la Santa Sede de la administración de dicho Obispado” (A.C., Murcia,
Lego 26, No 166, Poder de 29 de marzo de 1729, edit. por IDEM, Idem, nº 111, p. 145), creemos
que si no es única en la historia de la Iglesia –extremo este que, en todo caso, deberán aclarar
los especialistas–, sí lo es excepcional canónicamente o, al menos, ninguna otra de similar
naturaleza nos es conocida.
36
Natural de Granada, fue bautizado el 9 de enero de 1666. Promovido a los órdenes
subdiaconal (1687) y diaconal (1688), fue consagrado presbítero en 9 de abril de 1689. Doctor en
Teología, fue colegial y luego lector y rector del Colegio del Sacro Monte de Granada, y al poco
tiempo, designado canónigo y abad de la Colegiata del Sacro Monte y visitador general del
arzobispado de Granada. Pasó a Roma al ser presentado para una canonjía de la basílica
romana de San Giovanni in Laterano, cuyo título y prebenda retuvo al ser promovido al
arzobispado in partibus infidelium de Seleucia en 5 de febrero de 1716. Consagrado en la iglesia
de San Lorenzo in Lucina por el cardenal Fabrizio Paolucci, arzobispo de Ferrara, en 9 de
febrero siguiente, fue nombrado obispo asistente al Sacro Solio Pontificio en 25 de marzo de ese
mismo año. Presentado por Felipe V, fue preconizado obispo de Oviedo, con retención del título
arzobispal, en 15 de marzo de 1723, y después, a ruegos del cardenal Belluga, de Cartagena con
sede en Murcia en 11 de septiembre de 1724, con decretales que, además del derecho de
retención del título arzobispal, contemplaban la condición canónica excepcionalísima de que
“pro Ludovico card. dimittente reserv. ind. conferendi benef. Carthaginen. Sedi Apost. reservata et asign.
12.000 duc. de Vellon nunc. pro congrua dicti Thomae Iosephi sustentatione, necnon c. reserv. aliorum
12.000 duc. de Vellon favores praedicti Ludovici card. dimittentis ultra pensiones antiquas et onera
político y eclesiástico de mayor alcance, apoyada en una compacta red clientelar
37
de deudos, hechuras y dependientes – dirigir mandando, y ahora desde muy

lejos, sin roces ni enfrentamientos directos con las personas y los grupos,

manejando los resortes del poder local y regional, presionando a placer y según

sus propios criterios a la sociedad y las instituciones murcianas. Desde Roma,

Belluga hizo y deshizo en Murcia y su tierra lo que creyó conveniente, y lo hizo


epatus ab eodem card. ex residualibus fructibus persolvenda”. Murió en Murcia, el 11 de diciembre de
1741. Cfr. RITZLER y SEFRIN, op. cit., t. V (1952), pp. 145, 300 y 352, y t. VI (1958), p. 150. Aún
es útil, con las oportunas reservas ya manifestadas, DÍAZ CASSOU, op. cit., pp. 180-189. Por lo
demás, indiquemos que no hemos acertado a localizar la fuente en la que se basa CÁNOVAS
BOTÍA, op. cit., p. 97, cuadro nº 11, para asegurar que el obispo poseyó el título condal de
Noreña (o Noroña), por lo demás creado en 1792, medio siglo después de su óbito, y concedido
a don Pedro de la Nava y Noroña, Vargas y Atienza.
37
No puede soslayarse el acusado nepotismo del Cardenal. Cinco de sus sobrinos, en primer o
segundo grado, disfrutaron de alguna prebenda capitular de la Catedral de Murcia: don Luis
Belluga y Vargas fue deán (1709-1752), y su hermano menor don José, medio racionero (1727-
1745); don José Alcaraz y Belluga, racionero (1721-1724) y luego canónigo y dignidad de
arcediano de Cartagena (1724-1742), antes de llegar a ser obispo de Tarazona (1742-1755), y su
hermano menor don Luis, racionero (1726-1729); y, finalmente, además de inquisidor ordinario
del Tribunal de la Inquisición de Murcia, su otro sobrino don José Belluga y Vasco fue
maestrescuela (1736-1777). A este respecto, cfr. CÁNOVAS BOTÍA, op. cit., pp. 295-297 y
passim. Por lo demás, aunque no estamos seguros de su intervención personal, su sombra
parece llegar a Cuenca, donde un sexto sobrino suyo, don Fernando Alcaraz y Belluga, hermano
de dos de los ya citados capitulares murcianos, fue canónigo del Cabildo conquense y dignidad
en él de arcediano de Alarcón. E incluso a Roma, en cuyo Seminario Romano otro sobrino, don
Pedro Osorio y Belluga, disfrutó de una plaza beneficial de comensal.
Así pues, debe reconocerse que el nepotismo ejercido por Belluga en pro de sus familiares y
deudos de su linaje, más que una costumbre de época fue en él una señal de debilidad personal,
fruto sin duda del medio social en que se desarrollaron su infancia y juventud, llenas de las
necesidades, privaciones y vivencias negativas propias del día a día de un hidalgo reconocido,
de sangre noble y limpia con privilegios de clase pero de bolsa enjuta, a las que quiso dar una
adecuada y pragmática respuesta. Esta lacra, favorecedora de las redes clientelares y del
ascenso social de un linaje o una familia, así como potenciadora de la gran influencia del
prelado en el Cabildo de la Catedral de Murcia y sobre sus miembros y del control político que
ejerció en toda la Diócesis de Cartagena –el propio Belluga, obispo dimisionario desde hacía
diez años y cardenal residente en Roma, ocupó la chantría de Cartagena (1734-1738), hasta que
pudo colocar en ella a don Andrés de Rivera y Cassaus (1738-1780), hechura interpuesta suya
hasta decir basta–, volvió a reaparecer con inusitada fuerza unos treinta años más tarde con el
ilustrado y racionalista obispo don Manuel Rubín de Celis y Primo de Terán. Además de por
controlar a su Cabildo, este otro hidalgo de reconocido, pero pobre, linaje se preocupó hasta lo
enfermizo por el decoro social, la estabilidad económica y el sustento de sus familiares y deudos
más allegados, dispensando de continuo sus favores a dos sobrinos carnales: don Francisco y
don Ramón Rubín de Celis Pariente y Noriega, ambos vinculados desde su llegada a Murcia a
varios cargos rectores del Seminario diocesano de San Fulgencio, otorgándole al primero de
ellos, que ya era su secretario de Cámara, una canonjía de gracia (1778-1815), y al segundo, que
también ejercía de juez de causas pías y testamentarias de la Diócesis, una ración entera (1781-
1797), al tiempo que a otro tercer sobrino más lejano, don Francisco Gómez de la Torre, familiar
como quiso, según su propio criterio, incrementando su prestigio personal,

hasta entonces discutido, cuando no contravenido. A él se recurrirá de continuo

en busca de soluciones ante las crisis, de ayuda ante las catástrofes, las

epidemias o el hambre, de mediación política y diplomática ante los problemas,

de orientación ante las dudas, de solicitud de financiación para afrontar la

ejecución de grandes empresas arquitectónicas, etc., etc. Y, como si de un nuevo


de su Cámara, le proporcionó una media ración (1780-1796), más tarde convertida en ración
entera (1797-1807), y a su concuñado, don Juan Fernando de Mier y Terán, profesor del Gremio
y Claustro de la Universidad de Valladolid, que se lo había traído de provisor y vicario general
de la Diócesis, le concedió otra canonjía de gracia (1778-1799). Vid. los diversos grados de
parentesco en A.H.P., Murcia, ante Juan Mateo Atienza, Año 1784, Leg o 2.355, folos 499-508v.; e
Ibídem, Año 1785, Lego 2.357, folos 62-86v.: respectivamente, Poder, y adiciones, para testar de
don Manuel Rubín de Celis, obispo de Cartagena, al licenciado don Juan Fernando de Mier y
Terán. Monasterio de San Pedro de la Orden de San Jerónimo, La Ñora, Murcia, a 3, 4 y 5 de
agosto de 1784, y Testamento otorgado en virtud de dichos poderes. Murcia, a 28 de enero de
1785.
Como bien advierte el investigador citado, los sucesores del Cardenal, los obispos Matheo y
Rojas, “actuarán poco en este sentido, sólo una canonjía de gracia concederá a su sobrino el
primero, y una media ración el segundo”. Ante esta evidencia, debemos precisar que el
nombramiento por parte del obispo Matheo, a mediados de 1752, como canónigo del Cabildo de
Murcia en favor de su sobrino don Juan José Matheo más que un acto de nepotismo fue una
decisión que debe entenderse en clave humana; en efecto, pues don Juan José, que ya era
protonotario apostólico y canónigo de la Catedral de Valladolid, se trasladó a Murcia a
mediados de 1751 para asistir como familiar a su tío durante su larga y agónica enfermedad,
acompañándole en los meses finales de su vida, como también lo hizo temporalmente otro de
sus sobrinos, don Juan Lorenzo Matheo, racionero del Cabildo de Ávila y con anterioridad
canónigo de la Catedral de Segovia. Esto no es óbice para no ver un eco de los modos de pensar
y actuar belluganos en el obispo Matheo, pues el nombramiento de su sobrino don Juan José
como canónigo de Cartagena no fue otra cosa sino el deseo de interposición por su parte de una
hechura fiel en el núcleo de la red de poder eclesiástico de Murcia, asegurándose de este modo
la continuidad de sus planes edilicios y el logro de sus obras ya emprendidas. No en vano, listo
donde los hubiere, el canónigo don Juan José Matheo, que llegará a ser uno de los eclesiásticos
más ricos y poderosos de la Diócesis y controlará los grupos de presión del Cabildo, a la muerte
de su tío ostentaba el importante cargo de alcaide de las Casas Episcopales, oficio que siguió
desempeñando en sede vacante, y aún durante algunos años más, alzándose por mucho tiempo
con la canonjía titular de la Fábrica de la Catedral y del Cabildo de Murcia. De este modo, pero
sobre todo como albaceas de su tío, su intervencionismo en la construcción de la nueva fábrica
palatina estaba asegurada.
Sin embargo, en nada favoreció el obispo Matheo a sus otros dos sobrinos, el prebendado ya
citado y don Carlos Matheo, hermano menor de don Juan José, al que detectamos en Murcia
entre su séquito de familiares en 1743, varios años antes de ingresar como colegial en el Mayor
de Santa Cruz de la Universidad de Valladolid.
El mismo don Juan Matheo fue consciente de ello. En su Testamento (Vid., ut infra, el doc. cit.
en la nota 51, folo 343v), tras declarar “que no haviendo dado cosa alguna a mis Parientes en todo el
tiempo en que (aunque tan indignamente) he gozado las rentas de este Obispado, porque todo lo he
distribuido a beneficio del Público, obras pías, y socorro de los Pobres, atendiendo al alibio de mi Alma
principalmente”, y para que no se le trate de ingrato con su pobre familia, fundará ‘a beneficio
Cid Campeador se tratara, siguió imponiendo sus reglas y marcando el camino

a seguir después de muerto, y ello a través de sus Pías Fundaciones y por

mediación de sus afectos y dependientes. De ahí que sus aristocráticas armas

cardenalicias aparezcan por doquier, aquí y allá, presidiendo un sinnúmero de

edificios en Murcia y en todo su territorio, y aun en otras ciudades españolas

geográficamente muy alejadas.

Centrándonos en Belluga como mecenas y comitente artístico, durante su

larga estancia en Roma, en 18 de febrero de 1738, se dirigió al ministro de Felipe

V, el todopoderoso don Sebastián de la Cuadra, marqués de Villarías, para

comunicarle que, "sabiendo lo que Sus Magestades estiman las antigüedades de esta

Corte, así en cuadros como en piedras, hallándome yo con un Santo Cristo a la

Columna, hechura de Miguel Ángel Bonarota, y un Salvador, de medio cuerpo, hechura

del mismo...", se los ofrecía a los Reyes como testimonios de fidelidad y

presentes diplomáticos, además de una ”escultura griega clásica” para la Reina,

doña Isabel de Farnesio, junto a cuatro efigies con los ”Misterios marianos” y un

”San Francisco de Asís”, aparte de un ”cofre-relicario”, para el cardenal-infante

don Luis, presentes artísticos que conducía a Madrid el agente real don Pablo
38
Laurenti . Pero, si tal envío, con ser importante, y otros más nada influyeron

sobre el panorama artístico del reino de Murcia, de importancia capital para la

plástica murciana del Setecientos fue el envío para la capilla del Oratorio

filipense, en 1742, de un Cristo crucificado, obra anónima siciliana, quizá de

principios del siglo XVIII, tallada en mármol rojo alabastrino (Murcia, Capilla

de San José), cuyo arte debió sugestionar a Francisco Salzillo, que, a partir de

esa bella escultura, recrearía el prototipo de sus bellos Crucificados, de cuidado

y suave modelado anatómico y ceñido, pero dinámico, paño de pureza. Por otro

lado, posiblemente a la presencia de Belluga en Murcia y a su gran devoción a


permanente” de sus parientes un patronato real de legos y una capellanía laical para socorrer con
su limosna a los estudiantes pobres y doncellas de su familia, del que sería su primer
beneficiario su sobrino don Carlos, colegial mayor por entonces.
38
Y. BOTTINEAU, L’Art de Cour dans l’Espagne de Philippe V (1700-1746). Burdeos, 1962, p.
339.
la Virgen de los Dolores debamos asignar, tácitamente, el arribo a Cartagena

desde Nápoles, en 1723, de la magnífica y expresiva escultura atribuible a

Giacomo Colombo de la Virgen de la Caridad (Cartagena, Iglesia de la

Caridad), cuyos alcance icónico, eco compositivo y motivación formal en la obra

de Salzillo y en la producción de sus discípulos y seguidores son tan obvios

como inadecuada aquí su reseña 39 .

Su actividad desplegada en este orden de cosas no quedó reducida a

estos hechos. También consta documentalmente los continuos envíos desde

Italia de lotes de libros, sobre todo de Teología y de Derecho –actividad que

prosiguió su sucesor el prelado don Juan Matheo–, dirigidos al aumento de las

bibliotecas episcopal y de los Colegios-Seminarios de San Fulgencio y de San

Isidoro, núcleos de la excelente, por el número y calidad de sus fondos, actual

Biblioteca Diocesana de Murcia que, a la espera de la propter inoportunitatem de

un segundo Belluga, dormita en el feliz sueño de su acondicionamiento,

apertura y público servicio, aquel sueño (por entonces realidad) que elevó al

murciano Colegio-Seminario de Teólogos y Canonistas de San Fulgencio,

gracias a la labor de uno de sus sucesores en la silla episcopal, don Manuel

Rubín de Celis 40 , a la cumbre del movimiento ilustrado y reformista español de

39
A tales envíos deben añadirse otros muchos, hechos personalmente por él o ejecutados a su
socaire. Por su calidad formal, recordemos el arribo al puerto de Cartagena, en l725, procedente
de Nápoles de la Virgen de las Maravillas, talla policromada de Nicola Fumo, ejecutada para el
convento franciscano de San Esteban de Cehegín (Murcia). Vid. J. SÁNCHEZ MORENO, Vida y
obra de Francisco Salzillo (Una escuela de escultura en Murcia). Murcia, 1945, 2ª edic.
corregida y ampliada por Mª Concepción SÁNCHEZ MESEGUER y P. OLIVARES GALVAÑ,
Murcia, 1983, pp. 78 y 119.
40
Hijo de los señores don Diego Rubín de Celis y doña Dominga de Primo y Terán, don Manuel
Rubín de Celis y Primo de Terán fue natural de Barcenilla, lugar de Valle de Cabuérniga, en el
obispado de Santander, en cuya parroquial de Santa Olaya fue bautizado el 2 de octubre de
1712. Mayor de edad, a los veintisiete años, pasó a Alcalá de Henares a cursar estudios en su
Universidad, en donde entre 1739 y 1742 lo encontramos matriculado, primero, en el Colegio
menor de San Ambrosio –fusión de los antiguos Colegios de “gramáticos” de San Eugenio y de
San Isidoro–, y luego, en la Academia Real de Jurisprudencia de San José (vid. J. de RÚJULA Y
OCHOTORENA, marqués de CIADONCHA, Índice de los colegiales del Mayor de San
Ildefonso y Menores de Alcalá. Madrid, 1946. p. 729), pero no en el Colegio Mayor de San
Ildefonso como afirma, por un manifiesto error en la lectura y traducción del documento escrito
en latín, CÁNOVAS BOTÍA, op. cit., p. 116, quién, por cierto, no cita a su evidente fuente de
información. De allí, se trasladó a la Universidad de Osma, doctorándose en Derecho. Una vez
la segunda mitad del siglo XVIII y a ser un activo germen del liberalismo

utópico de principios del siglo XIX 41 .


42
Aunque su etapa romana aún está por estudiar , podemos adelantar un

par de datos que, por su estrecha vinculación con el mundo del arte, merecen

ser destacados y comprobados. El primero, referido a la protección que

dispensó en torno a 1728 al editor romano Pietro Leone, activo en la plaza del

Pasquino, que le dedicaría por “los muchos beneficios que reconoze mi gratitud alla

benignidad di V. Eminenza” la tirada en español de una de las guías artísticas de

Roma para peregrinos y turistas, las Cosas maravillosas de la Santa Ciudad de

Roma, puesta al día con las postas de Roma a Madrid por Giovanni Battista
43
Vaccondio, impresa en 1729 , y que no es sino una compilación anónima
presbítero, fue párroco en la iglesia en la que había recibido el bautismo. En fecha desconocida,
se trasladó a Murcia, requerido por el obispo Matheo como visitador episcopal y juez de causas
pías y testamentarias de la Diócesis de Cartagena, ejerciendo además de protonotario apostólico
por varios años, desde donde pasó a Palencia como provisor episcopal y vicario general.
Canónigo del Cabildo palentino, fue nombrado fiscal del Tribunal de Valladolid. Presentado
por Carlos III
41
Cfr. F. JIMÉNEZ DE GREGORIO, El Colegio Seminario Conciliar de San Fulgencio
(Aportación documental inédita al estudio de los precedentes de la Universidad murciana).
Murcia, 1950; y C. MÁS GALVAÑ, “Jansenismo y regalismo en el Seminario de San Fulgencio
de Murcia”, en Anales de la Universidad de Alicante (Historia Moderna), 2 (1982), pp. 259-
290; e IDEM, “De la Ilustración al liberalismo: el Seminario de San Fulgencio de Murcia (1774-
1823)”, en Trienio. Revista de Historia, 12 (1988), pp. 102-135. Un atisbo de esperanza parece
desprenderse del hecho de haberse iniciado la publicación del catálogo de sus fondos, vid.
Cristina HERRERO PASCUAL, La Biblioteca de los Obispos (Murcia). Historia y catálogo.
Murcia, 1998.
42
Creado cardenal el 29 de noviembre de 1719, a pesar de su expresa renuncia de 8 de
diciembre, fue sucesivamente cardenal presbítero titular de Santa Maria in Traspontina (16 de
junio de 1721), luego de Santa Prisca (20 de febrero de 1726), más tarde de Santa Maria in
Trastevere (16 de diciembre de 1737) y finalmente de Santa Prassede (3 de septiembre de 1738).
Además de cardenal Protector de España (1726), ejerció interinamente el cargo de Camarlengo
del Sacro Colegio (26 de enero de 1728). Vid. RITZLER y SEFRIN, op. cit., t. V, p. 31.
43
Cosas maravillosas de la Santa Ciudad de Roma, En donde se trata de las Yglesias,
Estaciones, Reliquias, y Cuerpos Santos, que ay en ella, Y de diversos Dotes de pobres
Donzellas, que se hazen. Con la Guia Romana, que enseña facilmente a los Estrangeros el
modo de hallar las cosas mas raras de Roma. Los Nombres de los Sumos Pontifices,
Emperadores, y Reyes Christianos, y otras cosas notables... Roma, Zenobii, 1729, in-8o fig. En la
contraportada, lámina grabada con la figuración de Roma, armada, con la Loba Capitolina a sus
pies y ante las vistas del Castel Sant’Angelo y San Pedro, y puesta bajo la protección de las
armas propias de devoción del cardenal Belluga desde que accedió al episcopado: de plata, cruz
arzobispal de oro, cargada de un corazón de gules, traspasado por siete cuchillos de plata con
guarnición de oro (por su gran devoción a la Virgen de los Dolores), timbrado de capelo
episcopal de tres órdenes de borlas, sostenidas por dos angelotes. En la dedicatoria se lee: “Al
ilustrada de todos los monumentos antiguos y modernos de la ciudad,

aderezada con informaciones anticuarias, noticias eruditas sacras y referencias

históricas. El segundo, que la lápida funeraria del príncipe Ahmed de

Marruecos, cristianizado Lorenzo, levantada en 1739 en la iglesia romana de


44
Sant'Andrea delle Fratte, fue “fatto fare dal Cardinal Belluga Spagnuolo" ; obra

de escultor anónimo, se trata de un cipo parietal de correcta factura, pero que

no presenta ninguna novedad tipológica ni atractivo formal alguno destacable

respecto al ambiente artístico romano del momento.

Pero, no es esta faceta del obispo-cardenal Belluga la que más nos

interesa ahora, sino su actividad e iniciativa como patrono edilicio. En este

sentido, si su acción e influencia se desplegaron por comarcas, ciudades y

pueblos del territorio del reino y diócesis de Murcia en un sinfín de actuaciones,

planes y obras, su pensamiento y su praxis urbanístico-arquitectónicas lograron

culminar con el plan de colonización territorial de más de 40.000 tahúllas que

emprendió en la Vega Baja del río Segura, más allá de las, por entonces,

fronteras políticas, administrativas y eclesiásticas de Murcia, con la fundación

ex novo de los pueblos de Nuestra Señora de los Dolores, de San Felipe Neri –

fundado en 1720 por el mismo Belluga, en persona– y de San Fulgencio, en

Emô. y Rmô. Señor, el Señor Don Luis Del Título de S. Prisca, Presbytero Cardenal Belluga y Moncada,
Obispo antes de Murcia y Cartagena, y aora Protector de España”. Esta versión modernizada de los
Mirabilia urbis Romae ya había sido tirada por otro editor en 1720, vid. El libro de Arte en
España. Cato Exp. XXIII Congreso Internacional de Historia del Arte, Granada, 3-8 de
septiembre de 1973, p. 73, nº 115. Con anterioridad a estas dos ediciones, aún pueden
contabilizarse seis más, dos en 1589, 1648, 1651, 1661 y 1678.
Debemos el conocimiento y la consulta de esta edición al P. Ángel Alba, director de la
Biblioteca del Oratorio de San Felipe Neri, de Alcalá de Henares, a quién quedamos
agradecidos.
44
R. VENUTI, CORTONESE, Accurata e succinta Descrizione topografica ed istorica di Roma
moderna. Roma, 1766, edic. facsímil, Roma, 1977, p. 121. La lauda sepulcral se halla en el muro
izquierdo del umbral de ingreso al claustro. Aun cuando Venuti es fiable para las noticias
referentes al siglo XVIII, sería necesario corroborar documentalmente este dato, pues en el texto
de la lápida no se alude a la persona de Belluga ni a su liberalidad y patronazgo (la inscripción
se transcribe en F. A. SALVAGNINI, La Basilica di S. Andrea dalle Fratte in Roma. Santuario
della Madonna del Miracolo. Edic. de A. BELLANTONIO, o. m., Roma, 1967 (2ª ed.), pp. 88-
89); con todo, dada la entrega de Belluga a las misiones de Oriente y del Norte de África, y a
que se erigió en protector del citado príncipe marroquí, no debe extrañarnos que comisionara su
lápida funeraria.
territorios de Alicante pertenecientes a la ciudad de Orihuela y a la villa de

Guardamar, más otros confiscados al austracista marqués del Rafal, pero cuya

cesión y disfrute había obtenido de Felipe V. Esta planificación bellugana (su

proyecto más afamado, sin duda) se convertiría en parte –pero también en

inicio experimental, y en verdad muy duro– de toda una obra de mayor alcance

y envergadura de colonización productiva de nuevos territorios conquistados a

la naturaleza, acompañada, a un mismo tiempo, por el asentamiento

poblacional humano y por la potenciación y realización de una infraestructura

mínima y necesaria para propiciar el cambio económico y social de la zona 45 .

Los tres emplazamientos urbanos citados, de los que su centro y conjunto

más importante lo constituye Nuestra Señora de los Dolores, se distinguen en

general por una planta regular ortogonal y calles de trazado rectilíneo, donde el

núcleo generador urbano está marcado por el edificio comunal y

administrativo, la iglesia y el granero del Montepío Frumentario, ubicados en la

plaza pública oblonga y que, en parte, se sustraen de la regularidad y simetría

del conjunto de modestas casas para huertanos y colonos, tanto por su


46
arquitectura como por el corte del espacio urbanístico . Junto a estos núcleos

se llevaron a cabo toda una serie de paulatinas realizaciones infraestructurales,

como la apertura de caminos y redes de comunicación (sobre todo con las

poblaciones alicantinas más próximas de Orihuela, Elche, Crevillente y

Guardamar), la construcción de puentes, canales de riego y vías de

salubrización, llegando a convertir saladares y pantanos infectos en tierras

salubres y de cultivo 47 . Esta actividad constructiva y urbanizadora, tecnológica

45
Trinidad LEÓN CLOSA, "Aportación al estudio de la colonización de la Vega Baja del
Segura”, en Anales de la Universidad de Murcia. Filosofía y Letras, XXI (1962-63), pp. 95-139.
46
En 1715, los maestros alarifes murcianos Bartolomé Espinosa y Juan Real se obligaron con el
obispo Belluga para fabricar casas de sus Pías Fundaciones en tierras de la alicantina Orihuela.
Por la edificación de cada casa recibirían 1.500 reales (A.H.P., Murcia, Leg o 3.675, folo 203). En
1729, la villa de San Felipe Neri, fundada personalmente por Belluga en 1720, se encontraba casi
terminada, ordenando entonces el Cardenal el inicio de los otros dos núcleos de población,
bastante adelantados hacia 1741.
47
En estas obras de ingeniería trabajaron, en 1759, los "arquitectos bien conocidos por su especial
habilidad" Marcos Evangelio y José de los Corrales, vecinos de Murcia, redactando el proyecto
y agropecuaria fue acompañada, a su vez, de medidas político-sociales y

administrativas, burocráticas y financieras, como la fijación de la población

nómada, el alejamiento de aquella otra peligrosa para la convivencia (ladrones,

asesinos, prófugos, etc.), potenciando, inclusive, la presencia activa de forzados

que así lograban su libertad y reinserción social, la adquisición de la propiedad

territorial y urbana con notables ventajas y facilidades en el pago de la

enfiteusis, con la exención del servicio militar durante cuarenta años, la facultad

de venta con la expresa prohibición de transferir la propiedad a manos muertas

eclesiásticas y, en fin –y esto es de capital importancia para poder entender en

su enorme extensión y profundidad la obra bellugana–, el logro de unas rentas

(sexta parte de los frutos obtenidos) a aplicar en la ejecución de otras muchas

obras y fundaciones 48 .

Si bien no siempre las intenciones y los planes proyectados se

corresponden con los resultados y las realidades obtenidos, la colonización de

Belluga –que venía precedida por una experiencia bastante notable en el

Campo de Lorca, con el desmonte y roturación de 2.000 fanegas y la creación de

trece cortijos con sus casas respectivas– fue el germen inicial en materia de la

transformación social y el desarrollo territorial de las ideas del absolutismo

de nivelación del terreno para el desagüe de la villa de San Felipe Neri y su término. En 1764, se
ordenó que Evangelio, vecino entonces de Elche, hiciera una nueva nivelación, que terminaría
ratificando la ya diseñada y ejecutada, y que sería puesta en obra por Miguel Francia, alarife de
Crevillente, entre 1764-1765. Este artífice se ocupó, en 1764, de tasar los puentes y canales ya
fabricados, mientras que el vecino de la recién fundada villa de Nuestra Señora de los Dolores,
Javier Saura, ”uno de los más inteligentes y prácticos en materia de cauces y azarbes”, hizo el estudio
de lo que aún se necesitaba construir. Cfr. el Manifiesto, que hace la Real Junta de Govierno de
las Pías Fundaciones, erigidas por el... Cardenal Belluga... de las diligencias, y maniobras
practicadas para el perfecto desagüe de las aguas muertas y estancadas en las tierras incultas
de el término de la Villa... de San Phelipe Neri, propia de dichas Fundaciones. Murcia, 1766
(15 de febrero), pp. 3-4. Vid. BÁGUENA, op. cit., pp. 251-252, aunque no lo cita, basa todo su
epígrafe en el folleto anterior.
48
La administración de la obra benéfico-social bellugana fue gestionada, tras la marcha a Roma
del Cardenal, por la Junta de las Pías Fundaciones, presidida honoríficamente por el Rey e
integrada por el obispo de Cartagena y dos comisarios, uno miembro del Cabildo eclesiástico y
otro del Concejo municipal de Murcia. A esta Junta, con posterioridad, se le agregó una Junta de
Coadministración encargada del gobierno y dirección ordinarios de las Pías Fundaciones.
Muerto Belluga, estas dos asambleas se refundieron en la llamada Junta de Administración y
Gobierno de las Pías Fundaciones del Cardenal Belluga.
iluminista de la segunda mitad del siglo, adelantándose en algunas décadas a

las grandes colonizaciones urbanas patrocinadas, programadas y ejecutadas por

los monarcas ilustrados, como las empresas de Sierra Morena refrendadas por

el rey Carlos III (1767). Si no fuera osadía –que, al menos por el momento, no

podemos probar, aunque sí es creíble sospechar en buena lógica–, diríamos que

la obra colonizadora promovida y patrocinada por el cardenal Belluga no sólo

fue el inmediato y claro precedente sino también el germen instigador y hasta el

modelo seguido por Olavide y los responsables inmediatos del plan de

urbanización de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena en Andalucía, tanto

por lo que se refiere a los niveles de proyecto y planificación urbanística de base

como a los planteamientos jurídicos, financieros y administrativos.

Ya desde su venida como obispo, puede rastrearse en el séquito del

futuro cardenal la presencia del arquitecto cordobés Bartolomé de la Cruz

Valdés, con el que le unía una familiar relación de amistad y en el que

depositaría su absoluta confianza, ofreciéndole la superintendencia edilicia

diocesana. Una vez nombrado ”Maestro Mayor de las Obras del 0bispado de
49
Cartagena para las iglesias de la Diócesis" , Belluga se hizo acompañar por él en

todas sus visitas pastorales que realizó por la Diócesis. Como tal arquitecto

episcopal, ejecutará el Crucero de la plaza de la Cruz (1708-1709) y será el

introductor en Murcia del barroco de placas de raigambre cordobesa –que no

gallega, como algún estudioso ha señalado–, muy probablemente con


49
Según BÁGUENA, op. cit., p. 199, el cardenal Belluga le asignó un sueldo de 5.000 reales al
año, más una dieta por iglesia supervisada (1 real por visita), con la obligación anual de
inspeccionar el estado de todas las fábricas diocesanas, presupuestar sus reparaciones, disponer
las trazas de los arreglos o ejecutar las modificaciones necesarias y dirigir las obras. A los datos
conocidos sobre este artista (Cfr. J. BAQUERO ALMANSA, Los Profesores de las Bellas Artes
Murcianos. Murcia, 1913, edic. facsímil, Murcia, 1980, p. 151; J. ESPÍN RAEL, Artistas y artífices
levantinos. Lorca, 1931, edic. Murcia, 1986, p. 180; y HERNÁNDEZ ALBALADEJO, op. cit., pp.
181-183) añadiremos que, entre 1710-1713, Bartolomé de la Cruz Valdés, como tal maestro
mayor de las obras del Episcopado por el obispo Belluga, supervisó la construcción de la
residencia de la Congregación de San Felipe Neri erigida en Murcia junto a la capilla de San
José por el alarife Andrés Durán, según lo ajustado con el prelado murciano en 1710 (A.H.P.,
Murcia, Lego 3.669, folo 360). Con el carpintero José Donate se obligó en 1714 con las monjas del
Convento de Madre de Dios para levantar la obra del pórtico de entrada y la conducción del
agua desde la acequia de La Arboleja (Ibidem, Lego 2.754, folo 7).
anterioridad a la ejecución de los tres pórticos de la fachada de la Casa de Niñas

y Niños Huérfanos y Expósitos de Santa Florentina de Murcia, obra construida


50
entre 1725 y 1728 por el maestro alarife José Alcamí “el Viejo” , sin duda que

por sus trazas y bajo su supervisión.

A las iniciativas de Belluga, primero como obispo y después como

cardenal, se debió la fiebre constructiva generalizada que dominará en todo el

reino de Murcia a lo largo del siglo XVIII, en especial en la segunda y tercera

décadas de la centuria, y que se continuaría en las décadas siguientes, durante

los episcopados de sus sucesores, sobre todo a lo largo del pontificado de don

Juan Matheo López y Sáenz, con la proyección y erección, entre otras más, de

fábrica tan capital en el panorama artístico-arquitectónico general del Barroco

tardío europeo, y por ende español, como el Imafronte de la Catedral murciana,

obra costeada en buena medida gracias a los ingresos devengados por sus Pías

Fundaciones y a los aportes económicos personales del Cardenal –genuino

administrador único y lícito de las rentas episcopales murcianas, enajenadas

por completo del control del obispo ordinario, pero que con acciones como ésta

reinvertía de nuevo en Murcia–; de algún modo motivada por sus

intervenciones y consejos; y además ligada a sus representantes, deudos y

sucesores, tanto en la ejecución como en la presencia activa en Murcia y su

entorno geográfico-político del genial arquitecto Jaime Bort Miliá, renovador de

las estructuras tectónicas y del lenguaje decorativo de Murcia y su territorio


51
durante el Setecientos . Por otro lado, a su directa instigación se debió

también la decisión de construir el actual Palacio Episcopal, segunda fábrica

50
El primer historiador en llamar la atención crítica sobre la labor e influencia en Murcia de este
arquitecto cordobés, discípulo de F. Hurtado Izquierdo, fue el Prof. R. TAYLOR ("Francisco
Hurtado and his school", en The Art Bulletin, XXXII (marzo, 1950), pp. 26-51), aunque no nos
consta que publicara el resultado de sus investigaciones y conclusiones. Sobre las obras de
ampliación y reforma de esta fábrica, ejecutadas entre 1741-1758 por el alarife Martín Solera,
analizando los principios de funcionalidad que inspiraron la construcción de esta fundación
bellugana, cfr. A. MARTÍNEZ RIPOLL, "La Casa de Niñas y Niños Huérfanos y Expósitos, de
Murcia", en Cuadernos de Historia de la Medicina Española, XI (1972), pp. 389-396.
51
Cfr. el estudio más reciente y completo en HERNÁNDEZ ALBALADEJO, op. cit.
arquitectónica en importancia estilística, envergadura estructural y

trascendencia urbanística en la historia artística murciana, diseñada y en gran

parte ejecutada por el murciano Pedro Pagán y patrocinada por obra y gracia de

quien, más por devoción que por empleo, había ejercido de su secretario

personal en Roma, el tantas veces mencionado obispo Matheo, como él mismo


52
lo confesaría en su testamento . En fin, la renovación arquitectónica y

urbanística de la ciudad de Murcia a lo largo del siglo XVIII a Belluga se debe

en gran medida, aunque indirectamente, más como instigador que como

promotor, pues no en vano las construcciones citadas y otras más, como los

Seminarios de San Fulgencio y de San Isidoro, obras proyectadas y erigidas en

sus inicios por el arquitecto diocesano P. Pagán y continuadas la primera por el

alarife Antonio Roldán y la segunda por Francisco Bolarín (?), o la fábrica del
53
Colegio de San Leandro, levantada por el maestro Martín Solera (?) ,

provocarían en las décadas medias del Setecientos la apertura de calles y

ámbitos espaciales tan fundamentales en el cambio de la fisonomía urbana de

Murcia como las actuales plazas de Belluga y los Apóstoles, la remodelación del

Arenal, y tantas otras que dieron como fruto el que Murcia rozara abiertamente

por entonces la categoría edilicia de ciudad capital en tanto que cabeza política

y sede gubernativa de uno de los reinos castellanos de la Monarquía Hispánica

y cátedra titular de un obispado de la Iglesia de Roma 54 .


52
Cfr., más adelante, el epígrafe a esto dedicado.
53
Para una síntesis de la arquitectura barroca dieciochesca en Murcia, cfr. E. HERNÁNDEZ
ALBALADEJO y P. SEGADO BRAVO, "El Barroco en la ciudad y en la arquitectura", en
Historia de la Región Murciana (10 vols.), T. VII (Murcia, 1980), pp. 315-393. Precisiones muy
valiosas, desde la posición de nitidez y concisión propias del arquitecto, en A. VERA BOTI,
"Arquitectura de los siglos XVII y XVIII en la ciudad de Murcia", en Murcia Barroca. Murcia,
1990, pp. 30-49.
54
Cfr. G. C. ARGAN, La Europa de las Capitales l600-1700. Barcelona, 1964; y J. STAROBINSKI,
La Invención de la Libertad. 1700-1789. Barcelona, 1964. En igual sentido, vid. P. LAVEDAN,
Histoire de l’Urbanisme. Renaissance et Temps Modernes. Paris, l959 (2a ed.); P. SICA,
Historia del urbanismo. El siglo XVIII. Madrid, 1982. Sobre el reflejo de estas ideas en Murcia,
cfr. A. MARTÍNEZ RIPOLL, "Urbanismo utópico dieciochesco: la nueva Plaza de la Alameda
del Carmen de Murcia, por Jaime Bort", en Anales de la Universidad de Murcia. Filosofía y
Letras, XXXVI, 3-4 (1979), pp. 297-324, e IDEM, "La Plaza del Cardenal Belluga, un marco
escénico de la Murcia del siglo XVIII", en Murcia. XVI Festival Internacional de Folklore en el
Mediterráneo. Murcia, 1983. Los resultados globales de nuestra Tesis de Licenciatura inédita (El
El obispo don Juan Matheo López y Sáenz, el pastor promotor y fundador.

Con todo, es el momento de pasar el testigo a su sucesor, el obispo don

Juan Matheo López y Sáenz (Ágreda, Soria, 1687-Murcia, 1752), por cuanto

supo hacer realidad artística aquello que en su mentor, Belluga, había sido casi

exclusivamente impulso político, pasión de mandar y afán de gestión

administrativa. Si las Pías Fundaciones fueron la obsesión del cardenal Belluga,

las pasiones ocultas del obispo Matheo fueron la arquitectura y el urbanismo. Si

el cardenal Belluga promovió, instigó y financió, el obispo Matheo creó,

proyectó y construyó, y lo hizo, artísticamente, en clave barroca tardía. Su

pensamiento edilicio junto al despliegue arquitectónico que llevó a cabo, sobre

todo en Murcia con la erección del Palacio Episcopal en el centro jerárquico y

representativo de la ciudad, sin duda responden a los principios del Barroco

tardío, o mejor, del barocchetto romano, adaptado al marco, bien distinto en

principios, objetivos y necesidades, de Murcia. En función del término


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mumfordiano "ideología del poder" , puede afirmarse que don Juan Matheo

deseó la representación monumental del poder político y de la autoridad

gubernativa, que detentaba y en sí encerraba la ciudad de Murcia, a la que

procuró engrandecer y exaltar en tanto que sede de una cátedra episcopal de la

Iglesia de Roma.

Palacio Episcopal de Murcia. Arquitectura y aspectos urbanísticos (1742-1771. Murcia, 1970)


fueron, con nuestro permiso, recogidos y reelaborados con acierto por V. Mª ROSELLÓ
VERGER y G. Mª CANO GARCÍA, Evolución urbana de la ciudad de Murcia (831-1973).
Murcia, 1975, pp. 85-88. Sobre el eco de conceptos tales como centro, jerarquía y representación,
cfr. Cristina GUTIERREZ-CORTINES CORRAL, "Murcia: Un paradigma urbano del barroco",
en Murcia Barroca, op. cit., pp. 50-55.
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Cfr. los capítulos Xll-XIII del libro de L. MUMFORD, La ciudad en la historia. Sus orígenes,
transformaciones y perspectivas (2 vols.), Buenos Aires, 1966.

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